LA PAZ Por Stanford Orth Un cristiano es el hijo del “Dios de paz” y su Salvador es el “Príncipe de paz”. Su corazón y su vida han de manifestar la cualidad sobrenatural de la “paz de Dios”. Personas que todavía no conocen a Cristo comentan que lo que más les impacta en la vida de los cristianos es su tranquilidad y estabilidad ante la adversidad de las pruebas y los problemas en su vida. La paz del cristiano es una parte impactante del testimonio de un creyente en medio de un mundo de tribulaciones. La paz del creyente revela que Dios es “Dios de paz” y que es poderoso para obrar el milagro de la paz en medio de cualquier circunstancia. En la vida de cada humano y en su derredor están muchos enemigos de la paz y la tranquilidad. No faltan enfermedades, contratiempos, fracaso, crítica, defectos, ofensas, peligros, necesidad económica, soledad, pobreza, desempleo, tentaciones, catástrofes naturales, estrés, problemas interpersonales, dolor físico, inseguridad, incertidumbre del futuro, muerte y tribulaciones de todo tipo que afectan el cuerpo, los pensamientos y las emociones. El cristiano no tiene total control sobre estas experiencias pero Dios ofrece su paz, su tranquilidad, en el corazón: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). La pregunta crucial es, ¿cómo responde el cristiano a las situaciones difíciles en su vida y en su ambiente? En vez de experimentar la tranquilidad, el humano está muy presto a sentir la gama de emociones negativas como la ansiedad, el desánimo, el miedo, el resentimiento, la frustración, el enojo, la duda, el descontento, la amargura, la depresión, la envidia o la avaricia. Estas reacciones quitan la paz del corazón. Nuestro mundo manifiesta todos los días su búsqueda de la paz: el uso de los tranquilizantes, el alcohol y las drogas, la necesidad de la terapia sicológica y la consejería pastoral, los tratados de paz, y las “fuerzas de paz” presentes en tantas naciones del mundo. Richard Strauss resume la crisis actual en los Estados Unidos: Noventa y siete por ciento de todos los médicos que tratan al público recetan tranquilizantes. Valium es el medicamento recetado con más frecuencia en las américas. Algunos médicos sugieren que hasta setenta por ciento de todas las enfermedades son causadas por congoja mental o ansiedad. Médicos especialistas la señalan como la primera causa de la enfermedad del corazón. Las personas literalmente invierten fortunas en siquiatras, sicólogos y consejeros de todo tipo, buscando aliviar sus ansiedades. Una de las necesidades más apremiantes de nuestra generación es el alivio de la ansiedad, un sentido de paz interna. Debemos entender que la tranquilidad es un valor complejo en los humanos porque hay elementos físicos y emocionales, tanto como espirituales que afectan al hombre y la mujer. Ofreceremos recomendaciones en todas estas áreas. Sin embargo, nuestro énfasis está en la paz como una cualidad y virtud que obra Dios en el interior de la persona. La verdadera paz tiene que comenzar en el corazón. Entonces, enfocaremos en especial los elementos espirituales que permiten a Dios cumplir sus promesas y transformar la vida interna. La Biblia habla de tres tipos de paz y todas son obras del Dios de paz: 1) la paz con Dios, 2) la paz interna del individuo y 3) la paz con otras personas. Aquí queremos enfocar en especial esa virtud divina de la paz interna, la tranquilidad en el corazón de la persona que conoce a Cristo. Sin embargo, veremos que estos tres aspectos son manifestaciones de la misma paz y que proceden necesariamente una de la anterior.
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LA PAZ CON DIOS: La reconciliación con él. La Biblia enseña que la paz comienza con la justicia y con una relación correcta con Dios: “Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” y “el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 57:20-21; 32:17). La base de la paz es la justificación que recibimos por la fe en Jesús: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). El problema fundamental que nos quita la paz es nuestra culpabilidad. No es sólo un sentimiento de culpa o una culpabilidad falsa, sino la verdadera culpabilidad delante de Dios. El apóstol Pablo dijo que antes de tener una relación personal con Dios, el hombre o la mujer es un pecador delante de Dios y su enemigo (Romanos 5:8-10). La prueba de su gran amor es que, cuando los humanos eran todavía pecadores y enemigos, Cristo dejó la gloria del cielo, vino al mundo, tomó sobre él mismo nuestro castigo y sacrificó su vida por nosotros: “Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). La paz verdadera comienza cuando Dios declara justo (justifica) delante de él a la persona que confía en Jesucristo para su salvación eterna. El hombre rebelde y condenado llega a tener el regalo de la justicia de Dios: “Más al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5). Gracias a Dios, termina la guerra del hombre contra Dios y es reconciliado con Dios cuando confía en el sacrificio de Cristo. La paz con Dios es el fundamento de la paz en el corazón y la paz con otros. LA PAZ DE DIOS: La tranquilidad interna. Posiblemente nos sorprende leer de Jesús, el Hijo de Dios, “Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces, Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo” (Mateo 26:37-38). “Entristecerse” significa “tener dolor de cuerpo o mente, estar triste o afligido”. “Angustiarse” es una palabra griega que significa “estar ansioso o afligido, y se refiere a una intranquilidad, un temor, y un desasosegado deseo de evitar una prueba”. En el pasaje paralelo en Marcos 14:33 se usó otro vocablo que lleva la idea de alarma y aun de terror. Jesús se acercaba al momento de ser entregado, enjuiciado, torturado y crucificado. Enfrentaba la prueba más grande que jamás el humano había experimentado. No sólamente fue el rechazo de los hombres y las mujeres que él había creado y bendecido. No fue sólo el sufrimiento físico de la ejecución más aterrorizante del mundo antiguo. Confrontaba la muerte espiritual, iba a cargar sobre él mismo la culpabilidad de todos los humanos y ser objeto de la ira de Dios contra el pecado y el horror de estar separado de su Padre celestial. Fue tan fuerte su emoción que él decía que ella misma pudo causar su muerte. Entonces, ¿qué hizo Jesús? ¿Cedió a la tentación de estas emociones? ¿Siguió en su angustia? En ninguna manera. Cuando reconoció las emociones que le acosaron, tomó acción inmediata. Fue con los tres discípulos a Getsemaní y allí oró en tres oportunidades. Preguntó a su Padre si hubiera otra solución al problema del pecado de la humanidad, pero cada vez que oró se sometió a la voluntad de Dios: “...no sea como yo quiero, sino como tú” y “si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” y “...oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras” (Mateo 26:39, 42, 44). En medio de sus oraciones le había hecho falta el apoyo en oración de los discípulos que se habían dormido y los reprochó. Pero al final, él estaba en paz y les dijo, “Dormid ya, y descansad” (v. 45). Cuando estaba angustiado, Jesucristo oró, hizo su petición a Dios, rindió su voluntad a la voluntad de su Padre y experimentó la paz. Jesús estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que Dios quería y estaba dispuesto a dejar que Dios hiciera todo lo que él quería hacer con él. Y se quedó en paz.
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¿Podemos nosotros experimentar la paz aun cuando enfrentamos tribulaciones y desafíos grandes? Nunca tendremos que enfrentar lo que Jesús tenía que hacer. Pero los cristianos enfrentan tareas difíciles, enfermedad seria, hasta mortal, tentaciones grandes, el fracaso de nuestros planes, la pérdida de bienes o de seres queridos, la crítica o la oposición de otros, el dolor de relaciones quebradas, la soledad, el estrés del trabajo, el estudio o el ministerio. ¿Es posible en estos momentos experimentar la tranquilidad de corazón y la paz de Dios en el corazón, en las emociones y en nuestras acciones? La paz de Dios es el tema de Pablo en Filipenses 4:6-7: Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. La prohibición. Estos versículos contienen varios pasos. Primero, Pablo prohibe la ansiedad. Es un mandato y es abarcador: “Por nada estéis afanosos”. El verbo “estar ansioso” significa “jalar en sentidos opuestos” o “tener un pensamiento dividido”. Es la experiencia de tener pensamientos que distraen, afligen, perturban, inquietan para hacernos tensos, intranquilos y confundidos. Jesús usó esta palabra cuando dijo, “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas” (Lucas 10:41). Richard Strauss observa que “estas emociones ponen nudos en el estómago, arrugas en la frente, suben la presión arterial y nos hacen irritables y difíciles de tratar”. Nos quitan nuestra capacidad de funcionar normalmente y de razonar claramente los pasos que debemos tomar para enfrentar la crisis. Antes de Pablo, Jesús había mandado: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Y ¿quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mateo 6:25, 27, 34) Todos diríamos que no es posible vivir sin la preocupación en este mundo de incertidumbre, inseguridad, tribulación, peligro, pecado y escasez. Es muy humano sentir algún nivel de ansiedad. Pero, Pablo y Cristo dicen que no debe ser parte de la vida del cristiano. Están diciendo que preocuparnos manifiesta una falta de confianza en Dios. Jesús dijo que el Padre conoce lo que necesitamos y proveerá por nosotros. Asegura que ni un pajarillo muere sin el conocimiento de Dios y que Dios ha contado nuestros cabellos. Así, dice Jesús, “No temáis” (Mateo 10:29-31). Creemos que Dios es el soberano y el todopoderoso que está en control de nuestra vida, de nuestra planeta, de toda su población y del universo. Es él quien calmó las aguas y el viento y él quien levantó a los muertos. Él ha prometido a los suyos que todo lo que pasa en la vida es para nuestro bien—no para nuestra felicidad, sino para cumplir los propósitos que él tiene para nuestra vida--para conformarnos a la imagen de su Hijo. ¿Tendrá que preguntarnos Jesús, como hizo a sus discípulos: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Así Jesús y Pablo enseñan que aceptar, excusar, permitir o cultivar la ansiedad es pecado. La ansiedad significa que no confiamos en Dios, en su sabiduría, en su control, en su conocimiento, en su cuidado, en su amor, en su provisión y en su poder. El procedimiento. Si no hemos de afanarnos, entonces, tiene que haber otro camino, tenemos que hacer algo en su lugar. ¿Cómo dejo atrás estas emociones de temor, preocupación, angustia, descontento, frustración, resentimiento o amargura por lo que me hacen o por lo que me pasa?
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Volvemos a Filipenses 4:6: “...sino en todo sean conocidas nuestra peticiones delante de Dios con toda oración y ruego, con acción de gracias”. El plan es la oración: convertir el tema de la ansiedad en peticiones a Dios. Decirle todo y manifestarle lo que queremos que él haga en las circunstancias o a través de las circunstancias, en las personas, a pesar de las personas o a través de las personas. “En todo” dice que ninguna necesidad o problema está exento. No hemos de afanarnos por nada. Hemos de orar por todo. La forma del verbo dice que hemos de seguir orando continuamente. Debemos seguir orando por lo mismo. Debemos agregar nuevas necesidades que de otra forma nos preocuparían. La oración será el hábito y costumbre de nuestra vida. La oración toma el lugar de la ansiedad, la preocupación y el temor. Dios sabe nuestras necesidades pero decirle nuestra petición manifiesta nuestra dependencia de él. Le enseña que confiamos en su sabiduría y su poder. Le dice que reconocemos que no tenemos solución o que no sabemos si nuestra solución es la correcta. Le revela que no nos sentimos autosuficientes. El versículo agrega algunos importantes detalles sobre cómo hemos de dar a conocer a Dios nuestras peticiones. El Nuevo Testamento emplea varias palabras para expresar el concepto de “oración”. Mientras algunas se usaron también para peticiones a los humanos, la palabra aquí se refiere a peticiones que se hacen exclusivamente a Dios. Enfatiza la comunión y conversación con Dios, incluyendo la adoración y devoción a Dios. El Dr. Strauss aclara el significado de ésto: ¿Ve lo que Pablo está diciendo aquí? Dios quiere que usted sea consciente de su presencia siempre, que se de cuenta que él está con usted y que está en control de cada circunstancia, como también expresar su devoción y sumisión a él continuamente. En otras palabras, él quiere que sus pensamientos sean fijados en él . Quiere que usted deje que él comparta toda faceta de su vida diaria. Él quiere que hable con él de todo. Esto no es nada nuevo. Isaías dijo lo mismo 800 años más temprano: “Tú guardarás en perfecta paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (26:3). La mente que experimenta la paz es la mente que está ocupada con el Señor, que ha aprendido a volverse a él inmediatamente y automáticamente en toda situación y hablarle tocante a todo. Esto no sucederá a menos que cultivemos conscientemente un patrón habitual. Memorizar y meditar en las Escrituras a través del día nos ayudará a fijar los pensamientos en Dios. Hemos de pedir a Dios en la mañana que nos ayude a hacerlo a través del día. Cuando cada noche evaluamos nuestro hábito de ocupar nuestra mente con el Señor, nos daremos cuenta de nuestras áreas de debilidad. Entonces, podemos proponernos cada día hablarle de todo. Debemos recordar que una parte importante de este caminar diario con el Señor es la confesión de nuestros pecados. La desobediencia y la culpabilidad afecta la paz interna del cristiano, no sólo el no cristiano. No es necesario seguir sintiendo ese peso sobre el corazón: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). En Filipenses 4:6, la palabra “ruego” enfoca la petición específica que hacemos por una necesidad específica. Hemos de pedir a Dios por los distintos aspectos del problema, por las diferentes personas que están involucradas, por las decisiones que hemos de tomar al respecto, por las actitudes y cualidades, tal vez de amor o paciencia que nosotros u otras personas necesitamos en medio del problema, por los pecados que hemos de evitar y cualquier otra faceta de la circunstancia que estamos viviendo. Hemos de darnos cuenta de las necesidades y convertirlas en peticiones específicas. Recordemos también que cuando el problema es tan perplejo que ni sabemos qué pedir, hemos de manifestar en oración nuestra dependencia de Dios y el Espíritu Santo, quien conoce la voluntad de Dios, intercederá por nosotros en nuestra debilidad (Romanos 8:26-27)
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Finalmente, Pablo dice que hemos de orar “con acción de gracias”. Dios dice que el corazón agradecido es fundamental en la relación de la criatura con el Creador (Romanos 1:21; Efesios 5:20; 1 Tesalonicenses 5:18). La acción de gracias no sólo reconoce que Dios es el autor de todo sino también que estamos sumisos a él y aceptamos su voluntad aun en medio de circunstancias adversas. La acción de gracias elimina la amargura, el descontento, la crítica a Dios, la soberbia y la autosuficiencia. Aún hemos de agradecer a Dios el problema en sí porque él ha prometido usarlo para nuestro bien. Es otra oportunidad para acercarnos a él y para crecer en las cualidades de fe, amor, paciencia, paz y muchas otras cualidades. Hemos de agradecerle las muchas bendiciones y provisiones de él en el pasado porque esas experiencias nos animan a confiar ahora en su poder y amor. Demos gracias también por la respuesta o solución que Dios dará a la necesidad actual, aunque no sea la respuesta que nosotros hubiéramos preferido. Jerry Bridges explica que a menudo fallamos en dos elementos. Primero, hemos de examinar nuestros móviles. Tal vez, exigimos a Dios librarnos del problema. Esperábamos alivio en vez de paz. Dios no prometió que nos rescataría del problema. En segundo lugar, hemos de recordar que la paz es un fruto del Espíritu Santo. Dependamos de él, no de nuestra oración u obediencia. Nuestra responsabilidad es la oración fiel y la sumisión a la voluntad de Dios. Después de la exhortación en 1 Pedro 5:7, viene un versículo que dice que el diablo busca cómo devorarnos. Uno de sus medios de tomar la ventaja es cultivar la ansiedad, la falta de fe en Dios, el desánimo y la confusión en los hijos de Dios. Esto debilita nuestra vida, testimonio y ministerio. Él es el calumniador y el padre de la mentira. Nos hace dudar de Dios, su poder, su amor y sus planes. Reconozcamos lo que son sus intenciones y confiemos en el Dios de paz que obra en nuestro corazón por su poderoso Espíritu. Entonces, ¿cuál es el plan de Pablo para no afanarnos? Andar en comunión con Dios hablándole de todo, presentando nuestras peticiones específicas y dando gracias a Dios. “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará” (Salmo 55:22). “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). La promesa. En Filipenses 4:7, Pablo nos da la promesa de Dios. Si dejamos la ansiedad y, en su lugar nos sometemos a Dios, dependemos de Dios en la oración, él nos dará su paz. En la salvación recibimos “la paz con Dios”, la reconciliación con él. Como cristianos, lo que necesitamos es la paz de la cual Dios es el dador. La promesa es maravillosa: un sentido de descanso en Dios, tranquilidad, contentamiento, confianza, seguridad. Esta seguridad “guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos”. El verbo es una expresión militar que describe una compañía de guardias alrededor del cristiano protegiéndole de los pensamientos de temor, preocupación, enojo, distracción o confusión. El “corazón” se refiere a la cabina de mando de la persona donde sus capacidades intelectuales y emocionales toman las decisiones. Pero también Pablo menciona aparte los “pensamientos” que pueden desanimarnos, tentarnos y afligirnos pero también pueden enfocar a Dios, su amor y su poder para mantener la estabilidad y la confianza.
LA PAZ CON OTROS. Una responsabilidad primordial en la experiencia del cristiano es cultivar la paz en sus relaciones con las personas y contribuir a la paz entre otras personas. Bienaventurados los pacificadores. (Mateo 5:9) Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. (Romanos 12:18) Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. (Romanos 15:19)
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Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. (Efesios 4:3) Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que fuisteis llamados en un solo cuerpo. (Colosenses 3:15) Seguid la paz con todos. (Hebreos 12:14) Apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. (1 Pedro 3:11) Este énfasis en mantener la paz con otras personas es muy significativo. Hemos de tomar en serio nuestras relaciones con otros. No podemos aceptar como normal o inevitable la rotura de la amistad y la comunicación con otra persona, especialmente otro miembro del cuerpo de Cristo. El fruto del Espíritu está en medio de un pasaje que habla mucho de la conducta y las cualidades negativas y positivas que afectan las relaciones del cristiano con otras personas (Gálatas 5:13-26). Los sabores del fruto son amor, paciencia, benignidad, bondad y mansedumbre. En Colosenses 3:12-15, la paz de Dios aparece en un versículo y un pasaje que habla de las relaciones en el cuerpo de Cristo: “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un sólo cuerpo” (v. 15). Esto nos enseña un principio muy importante que podemos observar en las relaciones con otros: la persona que tiene la paz en su propio corazón es la persona capaz de cultivar y mantener las relaciones pacíficas con otras personas. La persona que no experimenta la cualidad personal de paz y la tranquilidad, que está ansiosa, perturbada y confusa, es también irritable y está en peligro de faltar el amor, la humildad, la paciencia y la bondad que le capacitan para tratar bien a otros y de soportar las flaquezas y ofensas de los demás. La paz de Dios en el corazón del cristiano es su primera arma para vivir en paz con otras personas. El señor Bridges provee algunos principios para guiarnos en el camino de la paz y la reconciliación con otras personas, comenzando con los cristianos. 1) Hemos de recordar que somos miembros del mismo cuerpo (1 Corintios 12:12, 25). Romanos 12:5 dice que nos pertenecemos los unos a los otros. Por ésto, no hemos de tolerar la rotura de la comunión. 2) También, hemos de tomar en cuenta que este cuerpo es el cuerpo de Cristo. La gloria, el honor y la reputación de Cristo y de su iglesia está en juego. El amor entre los cristianos nos identifica como sus discípulos (Juan 13:34-35). La paz de los cristianos es importante para que el mundo sepa que Cristo es Dios, que el cristianismo es real y verdadero (Juan 17:21-23). 3) Hemos de darnos cuenta que casi siempre la causa de la discordia descansa totalmente o parcialmente con uno mismo. Hemos de estar dispuesto a reconocer alguna falta en nosotros y no sólamente estar dispuesto a perdonar, sino también a pedir perdón. A veces sólo justificamos nuestra conducta. No nos damos cuenta que parte del problema, si no es el comportamiento abierto, es una actitud y la falta de una cualidad de carácter que Dios quiere desarrollar en nosotros. Algunas de esas cualidades Pablo incluye en Colosenses: “de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia, soportándonos unos a otros, y perdonándonos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:12-13).
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Es muy significativo que cuando Pablo habla de la unidad entre los creyentes, habla de cualidades personales que son imprescindibles para que haya paz entre nosotros. La clave son la cualidades espirituales que están presentes en el corazón de cada individuo. 4) Hemos de tomar la iniciativa para restaurar la paz. Jesús enseñó que no es importante si yo he ofendido al hermano o él me ha ofendido. Soy responsable de iniciar el esfuerzo para que haya reconciliación (Mateo 5:23-24; 18:15). Algunas palabras en los versículos citados al inicio de esta sección-- “seguir”, “solícitos”, “buscar”—son términos fuertes que dicen que hemos de perseguir la paz y hacer un gran esfuerzo para lograrla. Entonces, “en cuanto dependa de vosotros, estad en paz” (Romanos 12:18). A veces hemos probado y todavía no se ha logrado la paz pero tenemos que estar seguros que hemos hecho todo de nuestra parte. 5) Los pasajes que hemos visto, especialmente Romanos 12, enseñan que también hemos de preocuparnos por mantener la paz con los que no son creyentes. No hemos de caer en la tentación de tratarles mal: “No paguéis a nadie mal por mal, procurad lo bueno delante de todos los hombres” (Romanos 12:17; cp. 19-21). El cristiano conoce el camino de la paz. Dios tomó la iniciativa para amar a un mundo apartado, enemigo y rebelde. Cristo se humilló, dejando la gloria del cielo para sacrificarse y abrir el camino de paz con Dios. Conocemos los procedimientos del amor, la humildad la paciencia, la bondad, el perdón y tantos otros principios bíblicos. El cristiano ha de tomar la responsabilidad de buscar la paz con el no cristiano y manifestarle la apertura y el amor de Dios. /////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////// APÉNDICE: Factores emocionales y físicos que contribuyen a la tranquilidad. Regresemos unos momentos más a la paz interna en el corazón del creyente. Estoy convencido que el procedimiento que Dios nos ha enseñado en Filipenses 4:6 es el camino que el creyente ha de andar todos los días. Hemos de dejar la ansiedad y en su lugar poner la comunión con Dios, la vivencia con él, las peticiones específicas y las acciones de gracias que manifiestan nuestra sumisión a él y la dependencia de él. Él tendrá el gusto y gozo de cumplir su promesa y derramar su paz en el corazón que descansa en él. Pero, las Escrituras son amplias y enseñan las experiencias de muchos creyentes que vivían las presiones, el estrés y la angustia de este mundo saturado del pecado. La Biblia enseña otros elementos que afectan la tranquilidad de los creyentes. Pensemos en algunos: 1) Hemos de buscar el consejo, el apoyo y el ánimo que otros creyentes nos ofrecen cuando compartimos nuestras cargas y oramos juntos. Cultivar la amistad y confianza con uno o dos cristianos maduros es necesario. 2) Hemos de planificar cómo vamos a enfrentar la crisis actual. La paz de Dios que promete Filipenses 4:7 nos dará la tranquilidad que necesitamos para razonar y planificar. Debemos hacer el plan más práctico, bíblico y realista como sea posible para cumplir con la responsabilidad o enfrentar la crísis que vivimos. No debemos quedarnos paralizados. Hemos de trabajar el plan y lograr lo que podamos con la ayuda de Dios. 3) Estemos seguros que estamos diciendo la verdad a nosotros mismos. Satanás quisiera derrotarnos con sus mentiras. Estamos diciéndonos mentiras cuando pensamos que Dios no nos ama, que él no es capaz de proveer una solución, que la vida es imposible, etc. Hemos de volver a la palabra de Dios y preguntarnos: “¿Cuál es la verdad que Dios me enseña?” 4) Debemos cuidar el cuerpo porque nuestra condición física afecta las emociones y la habilidad de enfrentar las experiencias de la vida. Aprendamos a relajarnos, a tomar un descanso y a
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dormir suficiente. Hemos de alimentarnos con una dieta balanceada, mantener un peso adecuado y evitar las comidas y bebidas que sabemos producen cansancio, nerviosismo, desánimo o mal humor en nosotros. Hemos de hacer ejercicio varias veces en la semana—caminar, correr, el ciclismo, etc. 5) Finalmente, hemos de reconocer que algunos sufren una ansiedad severa que tiene raíces en traumas, ira, pecados o conflictos en nuestra vida o relaciones. Son problemas que no reconocemos y no entendemos. Por eso, no los hemos enfrentado, no se han resuelto y trastornan nuestras emociones. Debemos buscar una guía para ayudarnos a entender estos problemas y dar los pasos bíblicos para desarmarlos y sanar los efectos en nosotros. BIBLIOGRAFÍA Jerry Bridges, The Practice of Godliness, NavPress, 1983. Frank Minirth y otros, Worry-Free Living, Thomas Nelson, 1989. Richard Strauss, Growing More Like Jesus, Loizeaux, 1991. Win the Battle for Your Mind, Victor Books, 1980. Usado con permiso
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