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SÁBADO
Para tener en cuenta Algunos exponentes de la tendencia
El Burguer Joint porteño combina paredes grafiteadas con hamburguesas de primer nivel
laura cano
Gastronomía
Burguer Joint Seleccionado por The Huffington Post como una de las mejores 29 hamburgueserías del mundo (más allá de Norteamérica, por supuesto) de 2013, este lugar ofrece sus combos de hamburguesa, papas fritas y cerveza artesanal por apenas $70. Borges 1766
La fábrica del taco Mesas eclécticas, mucho color, cerveza Corona, luces de neón y un ambiente popular y ruidoso dan forma a este restaurante, que es tal vez el mejor exponente de la verdadera cocina callejera mexicana en Buenos Aires. Recomendado: su taco al Pastor. Gorriti 5062
El Banco Rojo Desde el mediodía hasta altas horas de la noche, aquí se reúnen los grandes personajes de San Telmo en la búsqueda del sabor étnico pero en su versión fast food. Lo mejor a la hora de probar sabores nuevos son los grandes panes árabes rellenos con cerdo al tandoori y salsa picante. Bolívar 914
Florería Atlántico Aquí hay, sobre todo, alta coctelería con el sello único e imaginativo del bartender Tato Giovannoni. Además, pueden degustarse carnes y pescados a la parrilla o mariscos fresquísimos mientras se escucha muy buena música en este sótano secreto que, en su primer piso, es también una pintoresca florería y vinoteca. Arroyo 872
La Cresta Pequeño local que marcó una revolución en materia de rotiserías: un spiedo de donde salen costillares y bondiolas se suma a sus famosas ensaladas con salmón ahumado, pollo al curry indio, risotto y más opciones. Cerrado en enero por vacaciones, abrirán su persiana grafitteada en febrero. Bulnes 829
La Mezzetta Sin la intención de ser parte de esta tendencia, ciertos lugares porteños lo son, aún sin saberlo. La Mezzetta, por ejemplo, ofrece la que es para muchos la mejor pizza fugazzetta del país, para comer de pie, en un salón tan austero como popular. Av. Álvarez Thomas 1321
La estética trash se convierte en la nueva aliada de la cocina gourmet
Hábitos
Un balneario en el que padres e hijos se broncean juntos y... desnudos Playa Querandí, en Villa Gesell, es única en su tipo: allí se realiza “nudismo familiar” Evangelina Himitian ENVIADA ESpECIAL
VILLA GESELL.– Todos los días de sus vacaciones, Ricardo, que es ingeniero en sistemas y tiene 42 años, conduce unos 12 km desde Mar de las pampas hasta playa Querandí. Con la familia a bordo, la 4x4 se abre paso por la arena casi virgen. En el camino, se cruzan con caballos libres que galopan por los médanos y con algún que otro pescador. Eligen un lugar cerca del mar y desembarcan con sombrilla, heladerita, tablas. Es entonces cuando Ricardo, su hija y su hijo, de 6 y 5 años, se sacan la ropa y corren desnudos hacia el mar. El ritual se repite a diario con distintos grupos en la playa Querandí, la primera playa de nudismo fami-
liar del país. A diario, unas 30 personas llegan para broncearse desnudas junto a los suyos en las arenas de este remanso. El parador se inauguró en 2008, gracias a un convenio que firmaron la Asociación para el Nudismo Naturista Argentina (Apanna) y el municipio de Villa Gesell. Es único en su tipo porque allí se practica un nudismo soft. Es decir que es el balneario de tipo familiar, en el que están prohibidas las relaciones sexuales y en el que las normas de convivencia son muy estrictas. pueden ingresar menores de edad con sus padres. Las playas nudistas en el mundo están clasificadas en distintos tipos. Están aquellas que atraen a la movida swinger, las que se caracterizan por nuclear a un público gay y están
Crecen los locales inspirados en el famoso Burguer Joint neoyorquino y los mercados callejeros
Rodolfo Reich PARA LA NACION
Le Parker Meridien es un hotel cinco estrellas en el midtown neoyorquino. Tiene más de 700 habitaciones y una pileta en su último piso desde donde se ve la Gran Manzana. Pero la fama de este edificio viene de otro lado. Atravesando su angosto lobby, casi escondido, está Burger Joint, una de las cinco mejores hamburgueserías de Nueva York. El contraste no podría ser mayor: de un lado, el lujo del hotel; del otro, un espacio con paredes escritas a mano, papas fritas servidas en bolsas de papel y un menú donde se listan dos únicas hamburguesas: la clásica y la cheeseburger, a 7,81 y 8,27 dólares, respectivamente. La palabra joint significa un lugar de encuentro, pero también se utiliza de manera despectiva para referirse a un antro de mala muerte. Así, este pequeño local representa una tendencia de la gastronomía mundial, que mezcla una estética trash con la alta calidad de producto. Una tendencia que también dice presente en Buenos Aires. El Joint local “La guita está puesta atrás”, dice Pierre Chacra, creador en 2013 del Burger Joint porteño, señalando la cocina a la vista. Pierre es argentino, pero vivió casi diez años en los
Estados Unidos. Siete de esos diez los pasó en Les Halles, el restaurante donde Anthony Bourdain hizo su carrera culinaria. “Tenemos tecnología de primera: la máquina de picar, las freidoras, la parrilla, la extracción. En el salón, buscamos cierta intimidad. Antes de abrir, vinieron unos amigos, y empezamos a escribir algunas cosas en las paredes. Luego los propios clientes terminaron la obra. También vinieron conocidos nuestros que pintaron grafitis, y yo sumé fotos mías, tapas de discos, skates, afiches y cosas por el estilo”, cuenta. Los menús están escritos y dibujados a mano en cartones pegados a la pared, el lugar es self service y la cerveza sale en vaso de plástico. Hasta aquí, podría ser una buena descripción de una hamburguesería playera. Pero Burger Joint elabora sus propias hamburguesas a base de cortes vacunos selectos, los panes se preparan de manera casera, los aderezos son propios (ketchup con curry, mayonesa con cilantro) y la cerveza es tirada y artesanal. Salen hamburguesas como la Mexican (jalapeños, queso, guacamole, cebolla morada) o la Bleu, con queso azul, al punto de cocción solicitado. Otro punto fuerte son las papas fritas: elaboradas según la famosa receta del propio Bourdain, primero se remojan en agua helada por varias horas, luego se fríen por menos de 12 mi-
ideas y personas Julieta Sopeña
Bloggeras, las nuevas agentes de la moda
B
uenos Aires me recibió con un clima sofocante, pocas personas en tránsito, algún que otro taxi buscando pasajeros y varios comercios cerrados por vacaciones. Pero en medio de este aparente adormecimiento hay una industria que se agita por lo bajo: la de la moda. A días de comenzar con su temporada alta, los preparativos se vuelven inminentes. Este negocio multibillonario es circular: pareciera repetir sus fórmulas cada seis meses, desde hace montones de décadas. Pero quien lo acuse de monótono no reparó en que, cada tanto, aparecen nuevos agentes que lo impactan con otras reglas del juego. Como en el caso de las bloggeras. En los Estados Unidos, los fashion blogs despertaron alrededor de 2002. En pocas temporadas captaron la atención de las marcas de primeras ligas y lograron convertirse, hoy, en una fuente inagotable de información relevante e instantánea –su herramienta diferencial– para millones de lectores. Pasaron de ser un hobby a una actividad rentable.
La tendencia no tardó en llegar a la Argentina, que ya cuenta con al menos diez nombres reconocidos en la blogósfera. ¿Quiénes son y cómo se definen? “Soy una observadora participante”, dijo Marou Rivero (marourivero.com). Para Luisa Biaus (@lulubiaus), su métier es brindar un servicio 3.0 a la hora
Los fashion blogs pasaron de ser un hobby a una actividad rentable de vestirse. Mariana Riveiro (modahypeada.wordpress.com), a su vez, destacó la relación horizontal con el lector. Maru Gándara y Coty Crotto (muy-mona.com) coincidieron en que ser bloggera de moda es una invitación a entrar al universo de una mujer. Todas empezaron casi por casualidad y, de repente, se encontraron ocupando un rol de importancia. “El mundo digital para mí era un
nutos a temperatura controlada, y antes del despacho se vuelven a freír. Salen crujientes y perfectas. Herencia callejera Muchos de estos nuevos espacios gourmet toman como referencia a los mercados callejeros. En San Telmo, El Banco Rojo es un buen ejemplo. Un pequeño local a la calle, una barra pegada a la pared y un banco rojo de madera –que le da el nombre– sobre la vereda. Abierto a fines de 2011, El Banco Rojo ofrece sabores étnicos en amplio sentido. “Todos los socios vienen de algún en el mundo y trajimos algo que veíamos afuera –dice Lucas Broadhurst–. Servimos sándwiches estadounidenses, cocina criolla, empanadas de cordero, curries indios, kebabs, falafel...”. En estos dos años, El Banco Rojo se convirtió en una suerte de clave, de membresía a un espacio con sus propios códigos. “Es como un club social, donde se mezclan extranjeros con locales en la vereda mientras comen algo rico. La cocina está a la vista y los platos hablan por sí mismos. Nuestro cerdo al tandoori lleva más de doce ingredientes, incluso el yogurt donde se marina la carne es casero”, afirma Lucas. El celebrado bar y restaurante Florería Atlántico también es, en un nivel superior, exponente de esta paradoja entre estética y calidad. En el barrio más elegante de la ciudad,
lenguaje desconocido. La curiosidad de ver que detrás había una comunidad esperando un consejo me sirvió de motor para entender sus códigos”, explica una sonriente Lulu Biaus. Mariana Riveiro, por su parte, dio un paso hacia la intelectualización del oficio: “El éxito de los blogs de moda se relaciona con paradigmas culturales que están en jaque. Se trata de la democratización de la información, del consumo inteligente y de la corriente Slow Fashion, del poder del consumidor, del fin del marketing de la exclusividad”. Protagonizar videos para marcas, diseñar una colección cápsula, dar charlas en universidades o viajar a Portland, Estados Unidos, a las oficinas de Nike para conocer las tendencias venideras, también son gajes de las bloggeras. “En Argentina esto recién empieza y avanza a pasos agigantados. En el resto del mundo, las bloggeras son voces con mucha influencia. A Chiara Ferragni, por ejemplo, ¡le muestran las colecciones de Louis Vuitton en privado!”, exclamó Maru Gándara. Probablemente sea ahí a donde se dirijan ellas cinco. Con la salvedad de que acá representan la voz de la consumidora real. Lo interesante es que no hay recetas, el camino se construye al andar. De hecho, Lulu Biaus y Marou Rivero disienten cuando del futuro de los blogs se trata. “El formato audiovisual de corta duración será una gran herramienta”, explicó Lulu. “Aunque creo que la palabra siempre será más fácil”, opinó Marou. Lo que sí las identifica, a todas, es que ya se adueñaron del discurso profesional.ß
este sótano muestra ladrillos desnudos, columnas descascaradas, una fauna marina mitológica dibujada sobre las paredes. La comida se sirve en platos enlozados y en lugar de vasos se usan frascos. Pero la materia prima que utilizan en su cocina es la mejor del país. Allí están los quesos más premiados, la carne más sabrosa, el pulpo más tierno, los mariscos y pescados más frescos. Sólo bebidas premium. “Es una rebeldía ante esos lugares elegantes, de mantel blanco y mozo con moño sirviendo mala comida. Siempre habrá lugares banales, que son pura pose. Pero en nuestro caso, la estética la trabajamos con el estudio de arquitectura Chiurazzi Díaz. A su vez, fue una manera razonable de manejar los costos. Si querés tener la mejor materia prima y además ofrecer copas de cristal y mantelería de lujo, debés cobrar un cubierto de $ 700. De esta manera, podemos poner lo mejor en la cocina, con un precio razonable”, cuenta Julián Díaz, socio junto a Tato Giovannoni, de Florería Atlántico. Rebeldía, personalidad, juventud, códigos. Todos estos conceptos circulan por estos nuevos lugares que comienzan a poblar la escena porteña. Siempre con una exigencia: la buena cocina. Sin ella, esto no sería más que una puesta en escena. Como sucedió con los mozos con moño y las mesas vestidas de blanco.ß
en algún lugar del mundo Hernán Iglesias Illa
Por qué Twitter nos hizo más sociables
E
NUEVA YORK
n 1975, el sociólogo estadounidense Fred Kent instaló cámaras de video en Bryant Park, al lado de la Biblioteca Pública, y en las escalinatas del Museo Metropolitano de Arte, dos lugares emblemáticos de Nueva York, y filmó durante varios días el tránsito de gente yendo, viniendo, fumando y esperando. Quería entender cómo los neoyorquinos usaban el espacio público. Las filmaciones quedaron guardadas durante décadas en un depósito de Nueva Jersey hasta que otro sociólogo, Keith Hampton, las rescató y las actualizó. En el verano de 2010, instaló cámaras en los mismos lugares grabados por Kent con la intención de comparar los cambios en el comportamiento público desde 1975. ¿Es cierto que hemos sido secuestrados por las pantallas de nuestros teléfonos? ¿Es cierto que nos hemos convertido en seres menos sociables de lo que éramos hace 40 años? Me acordé de la historia de Hampton el otro día, mientras ca-
minaba a encontrarme con un tipo que había conocido por Twitter. Había estado nevando todo el día, a la noche había bajado mucho la temperatura y aún así agaché la cabeza contra el viento y hundí las manos en los bolsillos para ir a comer con alguien de quien hasta hace no mucho no sabía nada.
Nuestra tendencia a interactuar con otros ha mejorado desde los años ‘70 Cuando llegué al restaurante, Miguel Sal, arquitecto, consultor y diseñador argentino que vive entre Bologna y Barcelona, me estaba esperando. Nos saludamos como si tuviéramos una relación que no tenemos. O quizá sí. Nos habíamos estado leyendo desde hacía varios meses, sabíamos bastante sobre la vida reciente del otro... A Hampton le sorprendió lo que vio en los videos. “Nuestra ten-
dencia a interactuar con otros ha mejorado desde los años ’70”, dijo hace poco a The New York Times. En 2010, según su estudio, había menos gente sola en las escalinatas del Met (casi un tercio menos) y los pocos que miraban las pantallas de sus teléfonos (el 3%) eran los que tenían tiempo para perder. No había rastros de la supuesta ola de antisociabilidad de los neoyorquinos en los espacios públicos. “No somos muy buenos mirando el pasado–dijo Hampton–. Lo idealizamos demasiado.” De eso también hablamos con Miguel, que, entre muchas otras cosas, diseña o rediseña cadenas de librerías: Feltrinelli, en Italia, Waterstone, en Inglaterra, La Central, en España. Con “aquellas comunidades e interacciones tradicionales”, nos dimos cuenta, nosotros nunca nos habríamos conocido: vivimos lejos el uno del otro, no somos de la misma generación, no tenemos amigos en común y no trabajamos en la misma industria. En Twitter, sin embargo, uno puede encontrar gente con una longitud de onda, un sentido del humor y una sensibilidad parecidas. Y eso es tan potente que anula los obstáculos de la sociabilidad tradicional. Cuando el mozo nos interrumpía, chequeábamos nuestros teléfonos: nos fijábamos si teníamos mensajes, si alguien había metido un gol, si algún otro había hecho un chiste. Después volvíamos a la conversación, a la sociabilidad clásica, con vino y comida, sin sentir que haber mirado nuestras pantallas nos había contaminado para siempre.ß
SÁBADO | 5
| Sábado 25 de enero de 2014
| Sábado 25 de enero de 2014
En playa Querandí, las familias comparten el día sin ropa y bajo el sol
aquellas tipo soft o familiares, en las que hay reglas de convivencia claras y en las que quienes llegan tienen un objetivo: pasar el día bajo el sol, con la libertad de sentir la arena en el cuerpo. Allí, el encuentro de padres e hijos denudos no es un problema. Desde hace tres años, Ricardo frecuenta el parador con su familia. Su mujer no practica el nudismo y sus hijos, según el humor. “Tenía ganas hacía tiempo. Fui a distintas playas nudistas, me sentaba en la arena, me tapaba con una manta, me cambiaba la sunga, pero no me animaba. Hasta que un día, mi hija me preguntó por qué yo me metía al mar vestido si todos estaban desnudos. Le contesté: «porque soy un tarado». Entonces, me animé y me la saqué. Desde entonces, lo que me parece raro es tenerla puesta”, cuenta. prefiere no dar su apellido. “Todavía hay muchos prejuicios. Hay mucha gente que cree que los nudistas somos sátiros o que esto tiene un componente sexual. Y nada que ver”, aclara. El parador está a unos cinco kilómetros de la playa más cercana, a la que sólo se accede en vehículos de doble tracción. Está delimitado por banderas que lo identifican a la distancia como para que nadie se lleve una sorpresa. Igual, los curiosos siempre se las ingenian para llegar y mirar. “Cuando comenzamos, colocamos un cerco para mantener la privacidad. Era peor. Eso atraía a muchos a treparse. Entonces lo sacamos y sólo dejamos banderas”, explica Hernán Buono, de 38 años, abogado, miembro de Appana e impulsor de esta playa. Hernán va escoltado por su madre, que lo acompaña siempre, aunque ella con traje de baño puesto. “Yo no tengo problemas con esto. Uno se acostumbra y es natural. A veces vienen mis nietos y mi nuera. Esto es muy familiar”, dice la mujer. Cerca del parador se formó una ronda de mate. Hay abogados, un
médico, amas de casa, padres, hijos, docentes, hasta un director de escuela. Todos desnudos. Hablan con naturalidad. Se miran a los ojos, comparten el mate, cuentan experiencias. Hay espaldas tatuadas, cuerpos algo depilados y una actitud despreocupada respecto de las poses y la estética. “Acá no hay esculturas. Hay cuerpos reales”, asegura Hernán. Llevar puestos lentes de sol ayuda a evitar la propia paranoia. Uno está allí, vestido, los ve de cuerpo entero, pero intenta actuar como si no los viera. Es como uno de esos sueños en los que, de pronto, uno se mira y se descubre sin ropa, pero al revés. “No hay problema. No es requisito estar desnudo para permanecer en la playa”, aclara Buono. De a poco se suman a la ronda algunos vestidos. Son las madres, las esposas o los hijos de los nudistas. Incluso hay algunos que, cansados del sol, decidieron meterse un rato dentro de sus ropas. Oscar es director de un colegio secundario del conurbano. para conversar prefiere ponerse una remera y la estira mientras habla para taparse. “¿Te imaginás si se enteran en la escuela? Lo van a tomar a mal”, dice. Su esposa aún no se anima. “El año pasado ni lo acompañaba. Este año ya vine. Creo que el año que viene, me saco la parte de arriba”, confiesa. Tienen dos hijas, de 18 y 20 años. “No saben que venimos, sino se mueren. Es una edad difícil”, agrega. “El bronceado que lográs es increíble. Después, no querés más volver a ponerte la bikini”, asegura Silvana, que tiene 36 años y es docente secundaria de la ciudad de Mendoza. Está en pareja con Rodolfo, de 38, también profesor. Hace dos años, él le propuso hacer la experiencia y fueron a playa Escondida, en Mar del plata. Al año siguiente, lo repitieron en Chile. “Decidimos que siempre vamos a organizar nuestras vacaciones cerca de una playa nudista. Es lo que nos gusta”, resume ella.ß
fabiÁn marelli / enviado especial
El pudor y la mirada de los otros opinión Susana Mauer pARA LA NACION
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er una buena fotografía de mujeres africanas con el torso descubierto nos resulta natural, interesante y hasta atractivo estéticamente. En cambio, imaginar un retrato familiar de nuestros vecinos desnudos no nos produce la misma impresión. Es más: incomoda, resulta difícil de representar o genera rechazo. Cada etnia, cada cultura, produce, modela y regula sus propios modos de vivir con otros. Y esa impronta determina en gran medida nuestros comportamientos. Las diferencias entre aquello que cada sociedad legitima o censura no son sólo usos y costumbres. Desde que Freud descubrió la existencia de una sexualidad infantil, la manera de entender los lazos intersubjetivos cambió rotundamente. El vínculo entre padres e hijos, la relación entre hermanos, la manera de pensar la infancia y las prácticas de crianza tomaron en cuenta este hallazgo revolucionario. Los niños también se erotizan, se excitan desde pequeños y es función de los adultos filtrar aquellos estímulos que puedan resultarles excesivos. La seducción que ejercen los adultos con sus gestos tiernos, caricias o besos ya es de por sí intensa. Y en lo que respecta a la desnudez en el escenario familiar, si bien es cierto que en algunas latitudes se vive con total naturalidad, en la nuestra sigue estando connotada como algo que forma parte de la intimidad. El pudor es uno de
los diques que sirven para administrar qué y cuánto damos a ver y también hasta dónde queremos mirar. El pudor guarda siempre un tipo de relación con la mirada de otro, es decir, es un fenómeno interpersonal. La vergüenza, en cambio, puede ser vivida adentro de uno mismo sin que esté en juego ningún otro. En la actualidad, tecnología mediante, los límites entre lo íntimo y lo público se han ido borrando. En el terreno de la virtualidad, darse a ver y adquirir notoriedad es garantía de existencia. pero el destino final no parece apuntar al desnudo total y absoluto. La desinhibición de los más jóvenes no va en esa dirección. Más aun, ellos tienen conciencia de que la seducción en definitiva juega con el insinuar, más que con el mostrarlo todo. Los shorts y las bikinis se harán cada vez más pequeñas, pero siguen operando como taparrabos que marcan una distancia con el desnudo absoluto. Aún en su versión diminutiva, la vestimenta atrae y protege a la manera de una segunda piel . Nos hemos liberado de la moral victoriana signada por tabúes, represión y condenas morales. Aun así, creemos que el encuentro descarnado con lo natural –como las prácticas nudistas familiares–no necesariamente favorece un desarrollo emocional saludable. El encuentro sexual es también un acto amoroso, natural y pleno de vitalidad. Y no por eso ha resignado la magia y el incanjeable secreto de la intimidad. ¡Al menos por ahora!ß La autora es psicoanalista, docente de la Maestría de Familia y Pareja de la Iusam
Estética
La peligrosa broma del bikini bridge Empezó como un falso hashtag que promovía la anorexia, pero se transformó en un viral con miles de fanáticas Silvia López EL pAíS
MADRID.– Quizás nunca hayan oído hablar de 4chan, pero esta comunidad virtual ha tenido mucho impacto a través de sus bromas virales. Muchas de las operaciones orquestadas desde 4chan tienen bastante de denuncia social y de lucha contra el sistema: no en vano, aquí nació la comunidad ciberactivista Anonymous en 2008. El último ejemplo de sus acciones ha dado la vuelta al mundo. Se trata del hashtag #bikinibridge o “puente de la bikini”, que hace alusión a cuando una mujer está tan flaca que, entre los huesos de la cadera, la bombacha de la bikini forma un puente sobre el vientre cóncavo. El domingo antes de Reyes, un usuario de un foro de 4chan propuso la idea de inventar y viralizar la tendencia. Los pasos: crear primero el hashtag, convertirlo en trending topic, difundirlo a través de redes sociales (incluso creando fakes de cuentas de celebrities) e, inmediatamente después, inventar la réplica, es decir, falsas respuestas indignadas con una tendencia que ni siquiera existe. Y consiguieron su propósito: muchos medios se hicieron eco de la peligrosa moda, hasta que se descubrió el origen y
se acabó el #bikinibridge... ¿O no? La bromita en cuestión demuestra que no hace falta ser Orson Welles para conseguir que la gente crea una información falsa; basta con desperdigar los mismos datos en distintas web aprovechando lo que la neurociencia llama “amnesia de la fuente” (el típico “no sé dónde he leído que…”) y la capacidad que tienen las redes sociales, a semejanza de las neuronales, de propagar ruido y extenderlo sin control. Y además, es creíble: sería sólo la enésima etiqueta enfermiza del fenómeno thinspiration, que surge de la fusión de las palabras, en inglés, thin e inspiration, “delgado” e “inspiración”. El bikini bridge es algo que presentan las mujeres muy delgadas. Como el thigh gap (“hueco entre los muslos”) que causó furor en 2013, hasta el punto de que, en una conocida clínica estética londinense, aumentó en un 240% la demanda de una intervención que elimina la grasa de la parte interna de los muslos. O como las hotdog legs (“piernas salchicha”), uno de los memes estrella del verano pasado, fotos en las que sólo se ven los muslos de la autorretratada, tan delgados y uniformes que puedan parecer salchichas. O como el belfie, un selfie del trasero o bum, en inglés (aunque, a diferencia de los anteriores, no es exclusivo de
Delgadez extrema: la bikini forma un “puente” sobre los huesos de la cadera las mujeres excesivamente delgadas, como muestran las espectaculares curvas de Kim Kardashian en el mejor belfie de la historia). La thinspiration tiene muchas fórmulas. El uso de imágenes de mujeres muy delgadas como revulsivo motivacional para adelgazar es habitual en las páginas pro-ana (en varios sitios en Internet, a la anorexia
se le llama “ana”): el 85 por ciento de ellas recurre a la thinspiration como una motivación para adelgazar cueste lo que cueste. En las fotos, a veces planos de cuerpo entero, a veces partes concretas de éste, como unas costillas marcadas, pueden aparecen las propias “princesas” o las modelos y actrices a las que ellas desean parecerse.
Ahora bien, ¿sería posible hacer un viral tan enfermizo como el del bikini bridge que aludiera a alguna parte de la anatomía masculina, como denuncia en el Telegraph la escritora feminista Radhika Sanghani? En las redes cuesta encontrar consejos masculinos para desafiar al hambre: en su caso, la presión está encaminada a que hagan ejercicio para unos
abdominales sixpack. El apremio a hacer deporte también está dirigido a mujeres: se llama fitspiration y, a priori, tiene connotaciones más positivas, aunque algunos especialistas en trastornos alimentarios no ven grandes diferencias entre fitspo y thinspo son formas de “glamourizar” la delgadez. para destacar la diferencia, Antonia Eriksson, una joven sueca, ha creado una cuenta fitspo en Instagram en la que describe su evolución, desde su ingreso hospitalario por anorexia hasta su recuperación mediante tratamiento psicológico, alimentación consciente y actividad deportiva sana. pero son pocas las enfermas recuperadas que hacen como Eriksson. Muchas veces, incluso, sus testimonios se leen en busca de trucos para adelgazar. Y, peor aún, muchas escriben dándole a la enfermedad cierto halo de misticismo que no tiene, como explica en el New Yorker Alice Gregory. La escritora y crítica literaria, que sufrió trastornos alimentarios hace años, se queja de que la mayoría de los libros postanorexia presentan a la enfermedad como un estado de ascetismo espiritual del que sentirse orgullosa. Gregory quiere acabar con ese mito y confiesa que le cuesta hablar de su trastorno no porque le deprima, sino porque le aburre, por lo soporífero que era dedicar toda su energía mental a contar calorías: “Cuando se trata de escribir sobre la anorexia, la única opción verdaderamente radical sería mostrar claramente lo profundamente aburrida que es”.ß