Una camisa paradisíaca

20 abr. 2012 - interpelación sin atenuantes del pre- sente; un presente que no quiere com- parecer ante el recuerdo de a
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El libro empieza con un límite: la zona en que no hay más respuestas porque los problemas que se había creído resolver tienen raíces en el misterio

apuntado en “El ensayo como forma”: “La actualidad del ensayo es la de lo anacrónico. El momento le es más desfavorable que nunca [...]. Pero el ensayo se ocupa de lo que hay de ciego en sus objetos. Le gustaría descerrajar con conceptos lo que no entra en conceptos...”. Ambos, los frankfurtianos y Murena, advirtieron la radioactividad del anacronismo, su permanente actualidad. Acaso no exista ahora nada más actual que ellos. Recordemos que Murena fue un tempranísimo difusor en español de la Escuela de Frankfurt con sus traducciones de Ensayos escogidos de Walter Benjamin y de Dialéctica del iluminismo de Adorno y Max Horkheimer en la co-

lección Estudios Alemanes de la editorial Sur. Fue posiblemente el pensamiento frankfurtiano el que habilitó el viraje teológico que atraviesa La metáfora y lo sagrado. Pensemos nada más en la idea de Horkheimer según la cual “la teoría crítica contiene, al menos, el pensamiento de lo teológico, de lo Otro”. “Teología” no se refiere de manera restringida a la ciencia de lo divino sino que alude a la evidencia de que este mundo es un fenómeno, que no es lo último. Este anhelo (Sehnsucht, en la significativa palabra alemana que había resultado ya decisiva en el primer romanticismo alemán) de lo Otro une también a Murena con la teoría crítica. La esen-

Una camisa paradisíaca POR H. A. MURENA Se narra que en un poblado jasídico una noche, al final del Sabbat, los judíos estaban sentados en una mísera casa. Eran todos del lugar, salvo uno, a quien nadie conocía, hombre particularmente mísero, harapiento, que permanecía acuclillado en un ángulo oscuro. La conversación había tratado sobre los más diversos temas. De pronto alguien planteó la pregunta sobre cuál sería el deseo que cada uno habría formulado si hubiese podido satisfacerlo. Uno quería dinero, el otro un yerno, el tercero un nuevo banco de carpintería, y así a lo largo del círculo. Después que todos hubieron hablado, quedaba aún el mendigo en su rincón oscuro. De mala gana y vacilando respondió a la pregunta. Dijo: “Querría ser un rey poderoso y reinar en un vasto país, y hallarme una noche durmiendo en mi palacio y que desde las fronteras irrumpiese el enemigo y que antes del amanecer los caballeros estuviesen frente a mi castillo y que no hubiera resistencia y que yo, despertado por el terror, sin tiempo siquiera para vestirme, hubiese tenido que emprender la fuga en camisa, y que, perseguido por montes y valles, por bosques y colinas, sin dormir ni descansar, hubiera llegado sano y salvo hasta este rincón. Eso querría”. Los otros se miraron desconcertados. “¿Y qué hubieras ganado con ese deseo?”, preguntó uno de ellos. “Una camisa”, fue la respuesta. ¿Qué es esta camisa? Ante todo, un recuerdo del Reino. Las peripecias que el mendigo narra resultan claras. Querría haber sido rey. Fue rey, por cierto. El mendigo es el hombre: todo hombre es “ahora” mendigo. Fue Adán. Tuvo su Reino: el Paraíso. Hay que observar una contradicción curiosa en el relato: el reino es vasto, infinito y, sin embargo, partiendo de la frontera, el enemigo llega al palacio en pocas horas, como un rayo. Acontece que el tiempo no existía y aquí es creado, emerge con la pavorosa energía de la novedad. Adán vivía en el presente infinito de la contemplación

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Viernes 20 de abril de 2012

interpelación sin atenuantes del presente; un presente que no quiere comparecer ante el recuerdo de aquello que querría olvidar: la “Unidad perdida”, es decir, el Paraíso. El desamparo ya no es, como proponía El pecado original de América, todavía en línea con las especulaciones de Ezequiel Martínez Estrada en Radiografía de la pampa, meramente telúrico (el abandono de estas tierras sin historia); es, de modo más amplio, metafísico. La huida del tiempo le permitía a Murena deponer la preocupación por asuntos que distraían de lo primario. Resuena en este anacronismo el eco evidente de lo que Theodor Adorno había