Selfies, nuestra nueva pasión narcisista

20 ago. 2014 - Cámara de Diputados y un tercio del Sena- ... por FA-UNEN en Santa Fe, Córdoba y Men- ... ambas fuerzas e
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OPINIÓN | 21

| Miércoles 20 de agosto de 2014

a un brazo de distancia. El autorretrato de un macaco y el caso de la pareja que cayó a un acantilado en Portugal en el intento

de tomarse una foto trajeron a primer plano una práctica global que marca la preponderancia actual del parecer frente al ser

Selfies, nuestra nueva pasión narcisista Enrique Valiente Noailles —PARA LA NACIoN—

Viene de tapa

Es que el macaco sonríe con una sutileza y una ironía insuperables, como si hubiera podido entrever el problema que causaría. Porque la ley sostiene que el dueño de los derechos de autor de la imagen es de quien saca la foto, pero ¿qué sucede cuando el que saca la foto es un mono? Wikipedia commons, el sitio de imágenes de uso gratuito, la publicó sin comprar los derechos bajo el argumento de que los monos no pueden poseer derechos de autor y que, por lo tanto, la imagen pertenece al dominio público. En este punto, no debiéramos olvidar que los monos tienen algún lejano copyright sobre el hombre mismo, pero es cierto que no pueden patentar sus ocurrencias. Pero toda la discusión es, junto al autorretrato, gloriosa. Para tornar las cosas más graciosas o grotescas, Slater argumentó, en defensa de sus intereses, no sólo que pagó el viaje y que el equipo fotográfico le pertenecía, sino que, para la ley, un asistente no es dueño del copyright. “Creo que el mono fue mi asistente”, dijo, intentando quitarle protagonismo, aunque concediéndole sin darse cuenta un estatus casi humano. Creer que el mono trabajó para él es, de todas maneras, de una ingenuidad conmovedora. Se enmarca en la ilusión del sujeto de servirse del mundo y de los objetos, sin sospechar que el mundo está también animado y que se sirve igualmente de nosotros. En efecto, en este caso, el fotógrafo pagó miles de dólares para viajar a la selva, invirtió en conocimiento y equipos fotográficos, dispuso con minuciosidad la cámara para ser operada, y el mono se sacó una maravillosa foto para entregar al dominio público. Porque la sonrisa del mono refleja la ironía y acaso el agradecimiento de haber convertido al fotógrafo en su asistente. Para rematar la cuestión, Slater alegó que la fotografía es una profesión costosa y que “nos están quitando nuestro medio de vida”. Indiferente a esos motivos, el monito dejó claro cuál de los dos podía estar en riesgo de extinción. El problema es apenas un indicio de lo que puede venir. Algún día, menos lejano de lo que parece, cuando estemos compuestos de silicio al estilo cíborgs –mitad máquinas, mitad hombres–, se plantearán nuevos problemas de derechos de autor. Una posible selfie del hombre, a largo plazo, tal vez sea una del-

gada existencia entre el animal y la máquina. Pero, en todo caso, uno no puede dejar de intuir que el macaco está parodiando, con su selfie, nuestra nueva pasión contemporánea. Aunque tal vez se esté riendo también un poco de nuestra especie y de nuestra pretensión de haberlos dejado atrás. Sabemos, por ejemplo, que los monos titíes tienen conversaciones educadas y que mantienen una etiqueta para hablar y dejar hablar. Interactúan por turnos y esperan durante unos cinco segundos después de que uno de ellos termina para responder. No hay más que observar una sesión del Congreso para dar por tierra nuestra evolución frente a los simios. Es que no sólo compartimos un 99% de nuestros genes con ellos. Hay quien señala, como el filósofo de Princeton Peter Singer, que los monos tienen el mismo nivel cognitivo que un niño, y que deberían tener derechos comparables, cosa que no ayuda a Slater. El otro Singer, el buitre Paul, acaso mire también la imagen del mono y vea en ella una selfie de la Argentina, cuya sonrisa parece decir: “¿Realmente creías que te íbamos a pagar?”. La selfie ha sido seleccionada como la palabra del año 2013 por los Diccionarios oxford, se expande viralmente por nuestro planeta y abarca al presidente obama en el memorial de Mandela, a Ellen DeGeneres en la noche de los oscar, hasta llegar sin escalas a nuestro mono. El otro caso, sin embargo, que conmovió al mundo en estos días, fue el de un matrimonio polaco que murió al caer a un acantilado en el intento de tomarse una autofoto cuando se encontraban en el centro turístico Cabo da Roca, al oeste de Lisboa. Saltaron las vallas para buscar el mejor ángulo, pero esta sobredosis de ambición estética fue el paso que los llevó a la muerte. Esta disposición a arriesgar todo por una mejora en la toma sólo puede comprenderse por la preponderancia que ha adquirido entre nosotros el parecer frente al ser. Y por la tendencia a convertir todas las vivencias en espectáculo, cuando a veces llaman a vivirse de manera no reproducible y singular. Unos pocos centímetros tras las barreras de protección, en busca de la perfección de la perspectiva, los llevó a despeñarse más de ochenta metros hacia el abismo. Como si el paisaje, que carece de sentimientos, hubiera cedido a su deseo y los hubiera devorado para permanecer, justamente, perfecto. Cosa que recuerda a aquellos indígenas que, agradecidos con los evangelizadores

venidos de Europa, los devoraban en señal de respeto. Como se ve, no hay que jugar de más con lo subhumano ni con lo extrahumano. Uno podría sacar conclusiones, aplicables también a otras esferas, sobre los efectos inesperados de pretender manipularlo todo. Pero, para culminar, el hombre había dicho con motivo de una exposición en Polonia de sus fotos de Portugal: “Como fotógrafo no soy un espectador pasivo, sino un cazador activo en busca de la mejor perspectiva”. Como en las tragedias griegas, es siempre un impulso ciego el que lleva al cazador a cazarse a sí mismo. Es que, justamente, esta desgracia evoca la historia de Narciso, quien también murió al caer al abismo de su propia imagen. Enamorado de su rostro y de su belleza, murió ahogado mientras intentaba abrazar la perfección de su rostro, luego de inclinarse hacia el agua que lo reflejaba. ¿Son las selfies una categoría del narcisismo contemporáneo? ¿o son una nueva manera de compartir nuestra vida con los demás? En cualquier caso, una arqueología futura de nuestras imágenes no dejará de asombrarse ante el fenómeno. Podrían ser, por un lado, una actividad lúdica, apenas un acto de ansiedad comunicativa, la necesidad de compartirse a sí mismo o de romper con un aislamiento. Pero las selfies son también una politización de la propia imagen, una autopromoción en la que cada uno controla cómo quiere aparecer ante los demás. Como señala Boris Groys, vivimos bajo un régimen de autodiseño y autosimulación compulsivos. Pero nadie está ya interesado en la contemplación. Vivimos en una civilización en la que todos muestran algo, pero en la que nadie lo mira. Tal vez sea nuestra propia muerte lo que buscamos conjurar con la producción en masa de imágenes de nosotros mismos. Porque la foto intenta contrarrestar el tiempo. Sin embargo, ante la marea de fotos que lo combaten, el tiempo adopta también la suave sonrisa del macaco, porque sabe que las propias armas servirán para comprobar nuestra derrota. En suma, si el Narciso contemporáneo necesita recordarle al mundo de manera serial su rostro, es porque ya no encuentra un reflejo que le devuelva su imagen original, un espejo en el cual reconocerse. Y así como algunas tribus llamadas primitivas tenían miedo a perder el alma mediante una foto, en nuestro caso tal vez delate, a la inversa, la búsqueda de esa alma perdida. © LA NACION

El portazo de Elisa Carrió Luis Gregorich —PARA LA NACIoN—

E

l incidente producido en el reciente acto de la coalición FA-UNEN entre Elisa Carrió y Pino Solanas no sólo explicita las disidencias internas en ese conjunto de partidos, sino que alude dolorosamente a la dificultad por construir una nueva mayoría política en la Argentina, capaz de gobernar, a partir de diciembre de 2015, con un proyecto hacia el futuro y la autoridad suficiente para concretarlo. Sería preferible omitir la discusión acerca de quién tenía razón, porque ambos incurrieron, aunque en diversa medida, en actitudes intolerantes y poco constructivas. Solanas, que fue el último en hablar, cometió el error de “bajar línea” mencionando situaciones y nombres que estaban en discordia o no habían sido suficientemente discutidos con sus compañeros. Y Carrió, a su vez, optó por levantarse e irse destempladamente ante esos planteos que no compartía, desechando un debate interno posterior, menos áspero y estentóreo. En resumen: Solanas sostenía la clausura y la compactación ideológica de la coalición, mientras Carrió sugería una voluntad frentista más amplia y abierta. Este escándalo en miniatura ocurre en un escenario electoral (a un año de las primarias abiertas, y a poco más de un año y dos

meses de las presidenciales) de marcada estabilidad y mediocridad propositiva, en que tres precandidatos y la coalición mencionada se disputan el 80 o el 85% de la intención de voto, sin que ninguno sobresalga respecto a los demás y con pequeñas caídas o momentáneas alzas en las cifras, según lo consigne una u otra empresa de sondeos. Nuestra clase política, lejos de despertar entusiasmo, suscita indiferencia y resignación, exceptuando los casos en que el fervor es activado por un jugoso contrato o por el ingreso en la planta permanente. Dentro de este panorama, no diré desolador pero sí rutinario y poco creativo, los reunidos en FAUNEN parecían generar, por lo menos, cierta expectativa, en el sentido de enfilar por el buen camino. Ahora ese difuso sentimiento parecería que empieza a diluirse, golpeado por mezquindades e internismos. ¿Es así, de verdad? La disputa entre Carrió y Solanas, ¿es apenas una pelea de dos personalidades fuertes e impacientes o quizá encubre estrategias que, una vez descontada la teatralidad o la iracundia de sus planteos, pueden aportarnos algo de claridad en esta brumosa marcha hacia las elecciones del año próximo? Intentemos un breve análisis de ese período y supongamos que nada cambia. Supon-

gamos que siguen en pie los tres candidatos definidos –Massa, Scioli y Macri– y que la coalición FA-UNEN continúa entretenida en averiguar cuál de sus miembros está más cercano ideológicamente al Che Guevara, o es o no socialdemócrata, o deba ser crucificado por desviacionismo de derecha. Tendremos un voto fragmentado y una segura segunda vuelta en la elección presidencial. Es muy probable que los dos candidatos más votados –pensemos en un 30 y un 25%– sean los que hoy practican una especie de neoperonismo tranquilizador. Es decir, Scioli y Massa. A Macri, por más ilusiones que se haga, le falta estructura nacional; a los de FA-UNEN, en cambio, hasta ahora les falta el candidato. En la primera vuelta se elige la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, además de unos cuantos gobernadores. Todo augura una inexorable fragmentación del voto y las bancadas, con el consiguiente debilitamiento del nuevo gobierno, que estará expuesto a presiones y chantajes en el nuevo Congreso. Tal vez, la mejor –o peor– solución sea la que nos ofrezcan las diferentes alas del peronismo, uniéndose como acostumbran hacerlo, al margen de las listas por las que fueron elegidas, ya sea bajo el mandato de Massa o el de Scioli. Por últi-

mo, cualquiera de estos últimos que gane la elección se verá sometido a dura prueba por el kirchnerismo remanente, que conservará un buen número de legisladores. La oposición que procura cambiar la gestión y la cultura populistas, reemplazándolas por un compromiso constitucional, aparte de proclamar la vigencia simultánea de los valores republicanos y la justicia social, sólo podría lograr ese objetivo si es capaz de construir una nueva mayoría con aptitud para imponerse en la primera vuelta, y para ampliar ese triunfo en la segunda, si ésta resulta necesaria. Desde estas mismas páginas hemos sugerido que sólo la unión de FA-UNEN y Pro, con un mismo programa básico de gobierno, podría aspirar a esa construcción. Conspiran contra ella, en cambio, el “ventajismo” que consiste en robarse mutuamente intendentes o líderes locales bien conceptuados, o el exceso de optimismo ante ligeros incrementos de apoyo en las encuestas. A la aceptación del predominio de Mauricio Macri en la Capital podría sumarse una preferencia por FA-UNEN en Santa Fe, Córdoba y Mendoza, y una elección de los mejores y más valorados candidatos en el resto del país. En realidad, ya hay aproximaciones entre ambas fuerzas en una decena de provincias,

al margen de un posible acuerdo nacional. Si existe la voluntad de iniciar un nuevo ciclo o por lo menos de arriesgarse en un cambio de rumbo, y no el oculto deseo de incorporarse, una vez más, a una oposición confortable y charlatana, habría que empezar fijando las reglas de juego para que haya un programa de gobierno y un candidato presidencial único. Lo segundo es más sencillo que lo primero: ese candidato debería surgir, como se ha dicho, de las PASo, entre el designado por Pro –obviamente, Mauricio Macri– y el que elija previamente, por un mecanismo a convenir, FA-UNEN, de entre sus varios precandidatos. El perdedor de esta interna de dos bien podría ser postulado como un eventual jefe de gabinete o en el lugar que reclame la armonía del nuevo espacio. Probablemente sea, en lo que queda de 2014, el tiempo de evitar los encontronazos y fortalecer la unidad, la cohesión y la calidad del discurso de cada uno de los actores de esta construcción que no asegura nada, que no se considera protagonista de la salvación nacional, pero que podría ser una novedad productiva para la vida argentina. Desde este punto de vista, tal vez podamos ser más comprensivos con el portazo de Elisa Carrió, aunque no nos gusten los portazos. © LA NACION

Cuando los que mandan se aferran al poder José Eduardo Abadi —PARA LA NACIoN—

E

n la vida pública, una persona transita distintas etapas y ocupa distintos roles que hacen al logro del proyecto del que se siente parte. Todo proceso tiene sus ciclos, y cuando éstos concluyen, sus conductores son sustituidos por otros. Como una pieza teatral, los procesos tienen un comienzo, un crescendo y una resolución. Pero muchas veces lo que concluye es la ecuación personal del sujeto, mientras que la trama de la que forma parte perdura más allá de él. Así ocurre con el poder en un régimen democrático. El espacio institucional permanece vigente y estable; es su inquilino el que cambia. Naturalmente, se producen novedades y

matices, pero lo esencial se mantiene. Tanto el que se va como aquellos que lo despiden deben elaborar no sólo racionalmente sino también emocionalmente esta partida. Hay que incorporar y reconocer lo positivo y lo útil entre lo hecho, así como modificar y corregir aquello en que se ha fallado. Es la forma de crecer en libertad. ¿Implica este pasaje un duelo? Sí, claro, pero no el duelo de una muerte civil ni de un ocaso sombrío. El que deja el poder en una democracia no queda despojado de otras manifestaciones de su potencia política ni debe preparar un viaje al silencio. Al contrario, con todo el aprendizaje cosechado puede iniciar una trayectoria

didáctica vital y creadora. No debe ser el cargo lo que otorga identidad y valor, sino al revés: es la trayectoria lo que habilita a ocupar el poder en una sociedad madura. En ella, cuando un período democrático llega a su fin, los que se van y los que llegan celebran. No hay entierro sino cambio. La alternancia, que renueva, es la llave del mañana. Por el contrario, en estructuras autoritarias o dictatoriales no hay exploraciones compartidas, como tampoco dudas, ensayos ni nexos metafóricos. Lo que hay es la apropiación del poder con distintos disfraces. El sujeto se afirma como dueño de una única verdad que sólo él conoce y puede garantizar. Él mismo debe creer esa

ficción omnipotente para sentirse pleno. Así, proclama que son los demás quienes lo necesitan para sentirse protegidos y guiados. El ideal es un puerto donde él y sólo él sabe llegar. No hay viaje, ni distancia, ni movimiento. Lo permanente disuelve cualquier posible transformación. Lo eterno devora el porvenir. Para los que pretenden tener todas las respuestas, la creatividad y el cuestionamiento se convierten en deslealtad y herejía. Lo nuevo deviene culposo y peligroso, y la repetición es equivocadamente definida como crecimiento. Al disenso se lo bautiza como traición. No hay lugar para ambivalencias ni propuestas, pues lo perfecto no necesita corrección. Cuando

esto ocurre, estamos frente a un duelo imposible, es decir, aquel caracterizado por culpas, miedo al castigo y sometimiento. Como sucede con la caída de los ídolos. No olvidemos que el espíritu democrático se afirma en lo transitorio y lo generoso; así como en el coraje, el riesgo, los lazos confiables y las leyes suprapersonales. Lo autoritario en cambio se refugia en las apariencias y e impide los encuentros y despedidas; aquellas que testimonian esa otredad de los sujetos que no pretenden ser dioses. © LA NACION

El autor es médico psiquiatra, psicoanalista y escritor