la estrategia del caracol

a un partido en el que los ganadores se llevarían una bicicleta de premio. Rom- pió un vidrio y llegó corriendo para el
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MIÉRCOLES 23 Y 11 Y 2011 MIÉ

la mirada de

EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES

P



ara Eduardo con afecto”, escribe Lionel Messi. “¿Te creés que no lo conozco?”, le dice a Marito De Stéfano, mientras completa la firma. El utilero de la selección argentina, por las dudas, quería explicarle quién es el Eduardo Galeano al que le está firmando la camiseta número 10. El escritor uruguayo abre grande los ojos cuando recibe el regalo de Fernando Signorini, ex preparador físico de Diego Maradona y de la selección. Lo muestra orgulloso a los mozos del restaurante Il Gran Caruso, en Palermo Hollywood. “Los extraordinarios antes de Messi (AM) llevaban la pelota atada al pie, pero la aparición de Messi deja bizcos a los científicos, incapaces de explicar lo inexplicable: Messi –dirá Galeano en las casi cinco horas que duró la cena– no la lleva atada, lleva la pelota metida dentro del pie, forma parte de su cuerpo y sin duda también de su alma.” Al día siguiente, superado un pobre primer tiempo en el que lo obligaban a atacar en soledad, Messi, más entusiasmado con el ingreso del Kun Agüero, lidera a la Argentina que remonta y termina ganándole 2-1 a Colombia en el infierno de Barranquilla. “Messi –me dice Leonardo Faccio– no quiere ser caudillo. Acá en Barcelona lo desacostumbraron a jugar solo.” Editor asociado de la revista Etiqueta Negra, antropólogo social, profesor de Columbia University en Barcelona y premiado en 2008 por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez, Faccio publicará en una semana el libro Messi. El chico que siempre llegaba tarde (Y hoy es el primero). Me detengo en una página. Un acto en la escuela primaria. La maestra elige disfraces que se adapten a las características de cada niño. Ellos son insectos de un bosque con animales en peligro de extinción. En la escena, que Faccio ve en un DVD que le muestra un amigo de la infancia de Messi, Leo se mueve lento. Carga un caparazón de cartón forrado en tela que delata horas de delicado trabajo familiar. Messi niño es un caracol. Maestras, amigos y familiares dicen a Faccio que el Messi no futbolista era un niño lento, tímido, dormilón, casi mudo, acaso desganado y que quizá hasta hubiese amado ser invisible. Pero que se trasformaba con el fútbol. Como el día que se quedó encerrado en el baño de su casa y no llegaba a un partido en el que los ganadores se llevarían una bicicleta de premio. Rompió un vidrio y llegó corriendo para el segundo tiempo. Hizo tres goles. De 0-2 a 3-2. Y todos ganaron una bicicleta. “Las cosas me van cada día mejor en el Futbol.” La carta desde Barcelona al amigo rosarino dice fútbol sin acento. Pero con mayúscula.

Para LA NACION

LA ESTRATEGIA DEL CARACOL “Vas a correr menos y vas a jugar más”, cuentan que le dijo Pep Guardiola un día a Messi. “La Pulga”, que en el potrero rosarino hacía goles casi de arco a arco, decidió permanecer en Barcelona, cuando parte de la familia no soportó el traslado y retornó a Rosario. Tenía 13 años. Ya se aplicaba las inyecciones diarias de somatotropina sintética que lo ayudaron a superar sus problemas de crecimiento. Y se adaptaba a la disciplina casi militar de La Masía. Sentarse para el almuerzo por orden de llegada y sin dejar sillas vacías, verduras los lunes, martes y miércoles; carne roja, pollo y cordero, los viernes, sábado y domingos. Pescado y ensaladas. Golosinas prohibidas. 50 euros por mes. Metegol sólo en horarios específicos. Tres horas diarias de fútbol. Jornadas que comenzaban a

luego también en el Mundial Sub 20. Lo expulsaron al minuto en su debut con la selección mayor. Terminó en el banco en Alemania 2006. Salió de Sudáfrica 2010 con un 0-4. Y fue silbado e insultado en plena Copa América de Argentina 2011. Pero Rosario sigue siendo su territorio. Allí, cuenta Faccio en su libro, conoció sexo, novia y amigos. El libro, una pieza literaria de formidable rigor periodístico, dice que en Rosario también hay abuelos que sienten olvido, representantes que reclaman ante los tribunales y un hermano que por momentos no está bien y que Messi ama como pocos. Irse para ser no es nuevo en la Argentina. Pero a Messi, aplaudido en España en estadios rivales y elogiado por la prensa madrileña, todavía le cuesta ser en la Argentina. En La Masía, en las prácticas de uno concon

precisa. Faccio, periodista gracias a Rodolfo Walsh y que creció leyendo a Fontanarrosa, Soriano, Sasturain y Galeano, hizo un trabajo de hormiga. “Necesito data –me dice–, laburo mirando la libreta, no el techo.” Escribió un relato austero y descriptivo, que retrocede al niño que a los 11 años se alejó por primera vez del barrio y se perdió hasta encontrar el cementerio donde estaba enterrada la abuela Celia hasta llegar al crack con moño que gana el Balón de Oro. No es fácil escribir un libro sobre un personaje que renueva hazañas dos veces por semana para que la tele globalizada las repita hasta el hartazgo, en cámara lenta, para comprender mejor y no quedarnos bizcos. Peor, además, si el personaje es casi inaccesible, habla poco, jamás responde a provocaciones y poco tiene como único capricho público quetien rer jugar j siempre. “Fue como poner una cámara en esos momentos en que supuescám tamente no pasa nada, pero que definen tam a las personas. Eso confirma la idea de

“LA DISCIPLINA D QUE MESSI MUESTRA EN EL JUEGO –ESCRIBE FACCIO– LA HA HEREDADO DEL ENCIERRO ENCIE QUE VIVIÓ EN SU ADOLESCENCIA”

las 8 y terminaban a las 19. Y que incluían escuela obligatoria, aunque luego se quedara dormido en más de una clase y, ya casi futbolista profesional, debiera abandonar en segundo año. “La disciplina que Messi muestra en el juego –escribe Faccio– la ha heredado del encierro que vivió en su adolescencia. Es la habilidad desfachatada del potrero argentino contenida por el rigor académico del FC Barcelona. El crack que nació en un país hecho por líderes caudillos hubiese tenido otro destino sin la crianza de un club que apostó por la democratización de la pelota.” Se fue de la Argentina poco antes de que estallara la crisis de 2001, cuando la obra social y el club retaceaban el tratamiento médico de crecimiento. En la primera convocatoria que envió a Barcelona, la AFA escribió “Leonel Mecci”. Inició como suplente primero en el Sudamericano y

tra uno, a él solían marcarlo tres. Y les ganaba. Puro instinto, para anticiparse, como Garrincha. En la Argentina piensa mucho y no fluye. Si el mundo lo ve como un “niño genio consagrado”, en la Argentina, me dice Faccio, Messi todavía es “un personaje en construcción, sin perfil definido”. Pero que “esquiva el rol de caudillo” que queremos para él. Porque Messi no es Maradona. El libro editado por Random House Mondadori en España y por Sudamericana en la Argentina tiene como “motor la curiosidad, no la pasión futbolera”. Faccio, de hecho, conocía poco y nada de fútbol. Casualidad, o no, Faccio llegó a Barcelona casi al mismo tiempo que Messi y vive a 200 metros del Camp Nou. En estos días, lo ocupa la cuestión saharaui, donde viaja desde 2004. Su trabajo sobre Messi se divide en 2009, 2010 y 2011. “Es un perfil, no una biografía”,

que el oficio del periodista consiste en gran parte en aprender a esperar para comprender”, dijo Faccio a Quimera, una revista literaria de gran prestigio en España. Para Faccio, Messi “es un tipo de procesos”. Su forma de vida –me dice el autor– es “predecible” y quizá por eso, a diferencia de otros genios, Leo es “tan regular” en la cancha. “Messi va por repetición. Insiste e insiste. Confía más en su tozudez que en su talento”, arriesga Faccio. La tozudez a la que, tal vez, también se aferra para gambetear altibajos e incomprensiones y confiar en que también hay futuro para la selección argentina. Ésa es su estrategia. La estrategia del caracol.

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