Fernando Peña fue el artista de la provocación

Vernaci), Rock & Pop (con Mir), Ener- gy y la Metro con populares personajes como Palito ... Petti en vivo, Isla flo
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Espectáculos

Página 2/Sección 4/LA NACION

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Jueves 18 de junio de 2009

Adiós a una figura multifacética: falleció ayer, a los 46 años

Fernando Peña fue el artista de la provocación Continuación de la Pág. 1, Col. 1 provocador. Su estilo irreverente, su manera de decir lo que sentía y lo que le parecía no sólo acumulaba multas del Comfer, sino también seguidores que se sentían identificados con sus decires y detractores de dos tipos: aquellos que se escandalizaban y quienes, simplemente, no compartían su manera absolutista de pensar. A comienzos de 2001 dijo: “La muerte es una obsesión. Desde hace seis o siete años vengo con esta idea de que ya está, de que me encantó pero ya está. Y no es que le huya a algo. Lo que pasa es que me aburro todo el tiempo”. Portador de VIH, Peña contrajo el virus en 1987 a través de su pareja, que falleció por el mismo motivo. Se enteró de esa condición en 2000, año en el que desarrolló un linfoma agudo inextirpable. Luego de un severo tratamiento de quimioterapia y cócteles de drogas, logró minimizar la carga viral hasta volverla casi indetectable. “Estaba cuatro días por semana, las 24 horas, conectado a la máquina de quimio. Y a la semana me empezaban los dolores, los calambres, la falta de aire, me dolía todo. Pero, bueno, lo eliminé”, confesaba por entonces. Aunque, según sus propias palabras y los comentarios de sus allegados, ya estaba “cansado”. Llegó a decir a LA NACION: “Nunca fui tan feliz como cuando tuve cerca a la muerte. Sentí una paz interna tremenda, una enorme felicidad y una alegría desconocidas”. En los últimos tiempos, las preocupaciones sobre su salud reaparecieron, pero a través de un cuadro oncológico. Sólo con el agravamiento del mal fue dejando sus múltiples compromisos: la radio (siguió casi hasta el final conduciendo desde su lugar de internación), el teatro (debió cancelar hace tres semanas su última obra, Diálogo de una prostituta con su cliente), columnas semanales en el diario Crítica y una gran exposición mediática. La última fue el 17 de mayo, en DDT, el ciclo de Jorge Lanata, frente a Luis D’Elia. Antes, Peña había sido el primer destinatario concreto de los odios del dirigente piquetero, que anoche hizo públicas sus condolencias.

Un actor en el aire Peña empezó a estudiar actuación a los 15 años junto a Hedy Crilla, y siguió aprendiendo con profesores de la zona norte del Gran Buenos Aires, donde vivió la mayor parte de su vida. Su primera obra teatral fue Shadow Box (1982), en el teatro de Icana, hablada enteramente en inglés. El dominio de ese idioma lo llevó a trabajar varios años como comisario de a bordo en una aerolínea norteamericana (su libro de memorias, Gracias por volar conmigo, se convirtió en un best seller) y ése fue su pasaporte a la fama. Durante un vuelo tomó el micrófono y les habló a los pasajeros como la cubana Milagritos López, su personaje más querido. Entre los oyentes estaba Lalo Mir, quien no dudó en convocarlo y contratarlo para la radio. Esa fue su primera tribuna.

Las mil caras de Peña, que paseó sus personajes por el teatro y la televisión, donde apareció hace poco en Los exitosos Pells y condujo El otro.

Pasó por Horizonte (junto a Elizabeth Vernaci), Rock & Pop (con Mir), Energy y la Metro con populares personajes como Palito, Mario Sabino, Martín Reboira Lynch, La Mega, Roberto Flores, Dick Alfredo y Albert. Su mayor éxito en ese medio, junto a Diego Ripoll, fue El parquímetro, blanco del Comfer en tantas oportunidades que debió ser levantado en 2001. La masividad le llegó a través de la televisión. Un buen día, la curiosidad de Susana Giménez por conocer al hombre de las mil voces la llevó a invitarlo a su programa. “¡Los productores empezaron a correr por todos lados y me pusieron la musiquita!”, recordaba hace poco entre carcajadas. Fue cuando se le ocurrió definirse en una forma que lo caracterizaría: “Soy un puto sufrido”. A partir de allí se hizo tremendamente popular en muy pocas semanas.

Precursor e irreverente De algún modo fue el precursor del “destape gay” en la TV y algunas de sus irreverencias aún se recuerdan. Como cuando en Marcapasos, con Nancy Pazos, ofreció una parte de su anatomía para regalársela al ex presidente Fernando de la Rúa. En la pantalla chica fue siempre el mejor invitado, pero nunca le fue bien al frente de un ciclo. Los pocos intentos resultaron fracasos: Gemelos, Petti en vivo, Isla flotante.

La última entrevista “¿El año que viene hacemos una nota?”, le preguntó esperanzado Jorge Rial a Peña el 4 de junio cuando el actor visitó el piso de Intrusos para realizar la que sería su última entrevista. “Dejame ver en dos semanas cómo estoy”, le contestó Peña. Las dos semanas se cumplían hoy. Antes, ayer, en la habitación 528 del Instituto Fleming el artista no comenzó bien el día y fue empeorando hasta el final, unos minutos antes de las 17. La entrevista con Rial para el año próximo ya no será pero queda esta última en la que Peña exhibió imágenes de su tratamiento oncológico, esas que planeaba convertir en un documental para demostrarle a la gente que “el cáncer no es sinónimo de muerte, se le parece a la muerte”. En lo que Rial llamó un “testamento mediático”, Peña contó sus planes para seguir haciendo teatro y sus intenciones de “no dejar nada pendiente, aprovechar el tiempo y comunicar lo que me pasa”. Además, el artista habló de ponerse de acuerdo con la enfermedad para “que me dé un tiempo más”. No pudo ser.

En 2004 personificó a un jugador de ruleta rusa en la miniserie Epitafios, y en marzo último hizo una participación especial para Los exitosos Pells: interpretó a un novio de Charly (Diego Reinhold), que se lo llevaba a un crucero. Antes, había protagonizado un muy comentado almuerzo con Mirtha Legrand, en agosto de 2008. Allí, en un momento, Mirtha le preguntó si se drogaba. “Yo no soy ningún rockerito de esos que dicen «aguante la droga». Es algo peligrosísimo y mata, pero yo la consumo. Detesto las palabras apología y discriminación. La cocaína es mala, pero yo la elegí y ahora tomo cuando quiero. Y aunque sea mala me pega bien. No tengo culpa ni la quiero dejar, pero no se la recomiendo a nadie”, reconoció. Peña siempre fue consciente de la división de aguas que alentaba con sus drásticas posturas. “Para un sector del público yo soy el transgresor de la tele. Para otro soy un genio que hace mil voces en la radio. Y, para otra gente, los menos, soy un actor”, pregonaba. Es que precisamente su ámbito más querido era el teatro. Casi todos sus espectáculos fueron un éxito y acostumbraba poner en escena más de uno al mismo tiempo, como cuando representó en el Liceo Mugre reeditada y La burlona tragedia del corpiño, esta última compartida en el escenario con la señora que lo cuidó siempre y con su ex novio Juan Pablo Mirabelli. En su trayectoria teatral también merecen destacarse diferentes versiones de Mugre y Esquizopeña, además de My Name is Albert With an A... Intimo amigo de Betty Elizalde y Lalo Mir, estuvo acompañado hasta sus últimos minutos por sus seres queridos. Jamás le molestó hablar públicamente de su vida privada ni que las cámaras lo tomen en momentos que podrían considerarse de absoluta intimidad (ver recuadro) o que podrían despertar la ira de algún otro famoso. “Para mí –reflexionó en una oportunidad– el artista no tiene que tener privacidad. Esta y el arte son dos cosas incompatibles. El público tiene que saber hasta lo que tenés en el último tramo del intestino. Tiene derecho a que te sometas a biopsias periódicas. Estoy totalmente convencido de eso. Si no, ¿para qué hacés arte? Si no, sos Susana Giménez, no sos un artista. El artista es una pobre víctima. Yo soy una pobre víctima.” Los restos de Fernando Peña comenzaron a ser velados a partir de las 21 en el salón Montevideo de la Legislatura porteña. Se trata de una prerrogativa concedida sólo a quienes son ciudadanos ilustres de la ciudad de Buenos Aires, pero en este caso las autoridades hicieron una excepción, debido a los pedidos formulados por varias personalidades de distintos ámbitos.

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FOTOS DE ARCHIVO

DANZA

Muestras de renovación y energía

Rotonda, del coreógrafo Edgardo Mercado, admirable composición en la apertura de la temporada del Ballet Contemporáneo

Sin fisuras, el Ballet del San Martín estrenó obras de Mercado, Lesgart y Wainrot Excelente ((((( Programa de inicio de la temporada 2009 del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Rotonda: coreografía, Edgardo Mercado; música, Gabriel Gendin; escenografía, Ariel Vaccaro. Descubierto: coreografía, Gustavo Lesgart; música, Martín Bosa; escenografía, Mariano Sivak. Desde lejos; coreografía, Mauricio Wainrot; música, Wim Mertens; vestuario, Carlos Gallardo. Dirección: Mauricio Wainrot. Teatro General San Martín. Funciones: viernes, a las 13; sábado y domingo, a las 17; martes, a las 20.30.

En la rentrée a su escenario ideal, el de la sala Martín Coronado, el Ballet Contemporáneo del San Martín luce un irrefrenable ímpetu renovador. Con pareja calidad en lo grupal, la compañía que dirige Mauricio Wainrot acomete un atractivo programa, con dos estimulantes estrenos y una (relativa) reposición.

Con Rotonda, Edgardo Mercado da su primer aporte al elenco oficial, aunque ya había probado sus virtudes en el V Festival Internacional de Buenos Aires con Tierra de Mandelbrot. Mercado (ex Nucleodanza) lanza a los bailarines al ruedo a full, con una carrera en círculo en el generoso espacio de la Coronado; un ritmo intenso en el ostinato de la banda sonora (notable creación electrónica minimalista de Gabriel Gendín) acompaña a esta briosa concepción in continuum, con esporádicas detenciones y algunos giros y cruces hacia el interior de la cadena humana que circula. Una rigurosa coherencia interna, casi matemática, rige esta admirable composición: movimiento puro, danza despojada, gran exigencia física con buena respuesta del elenco, una fuerza que evoca –acaso por azar– a la energía que, 25 años atrás y en Nueva York, desplegaba Molissa Fenley. En un clima opuesto transcurre Des-

cubierto –otro estreno–, con la que Gustavo Lesgart pone una nota conceptual en su trayectoria (en la que, por lo demás, no faltan aciertos). Cuatro parejas, informales en sus evoluciones escénicas, prueban distintas calidades de roce. Lesgart desarrolla ideas de proximidad y rechazo de cuerpos, con nítidos recoveries y apoyos afines a la técnica del contact. Un trío masculino con una figura femenina y un dúo bajo un cenital (“contigo puedo imaginar un lugar donde ser fosfato de calcio es suficiente”, advierte un texto proyectado) desgranan climas de sutil erotismo. A la sugerente atmósfera contribuyen la escenografía de Mariano Sivak y la luz de José Luis Fiorruccio. La obra de Mauricio Wainrot imprime un giro más a este desfile de estilos variados. Desde lejos (1992), presentada en la Argentina en 1998 por el Ballet Argentino, ahora se incorpora al repertorio del San Martín:

EMILIANO LASALVIA

arranca (y se cierra) con doce bailarines que componen un tableau en bloque; esta fugaz inmovilidad deja paso a un derroche de desplazamientos en calidades fluidas y en fugaces constelaciones de dúos, octetos y tríos. La coreografía responde al irresistible

andante de la partitura de Wim Mertens, que desemboca en un allegro, el del espléndido dúo de Sol Rourich –cada vez más versátil– con Nicolás Berrueta, y el de Ivana Santaella con Gerardo Marturano. Obra de seductora exaltación vital, Desde lejos cie-

rra exultantemente un programa sin fisuras que pone a prueba el asentamiento de la compañía, así como el crecimiento de algunos de sus juveniles intérpretes.

Néstor Tirri