El ABL subirá 24% promedio en 2013

porcentajes. Mientras que la del ve- cino es otra: quiere más luz y menos basura en las calles. EL ESCENARIO. Más luz y
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CIUDAD

I

Martes 31 de julio de 2012

IMPUESTOS s MAS PRESION SOBRE LOS CONTRIBUYENTES PORTEÑOS

El ABL subirá 24% promedio en 2013 Continuación de la Pág. 1, Col. 6 se recordará, la estimación del ABL considera una valuación fiscal conformada por dos componentes: el valor del terreno y el valor de lo construido sobre la tierra. En el escrito enviado a la presidencia de la cámara, Walter explicó que será retocado en un 25,5% el valor de lo construido, por los mayores costos de materiales y viviendas. “El porcentaje surge de un estudio sobre los materiales constructivos, las instalaciones de servicios, la mano de obra, o sea, todos los costos de la construcción que inciden en el valor de una vivienda. Fue preparado por la Dirección General de Estadística y Censos, que estableció esa variación del 25,5 por ciento”, dijo a LA NACION Carlos Walter.

Escalas Esa modificación en uno de los componentes se traducirá en un aumento del impuesto global, en distintas proporciones, según el atraso que hoy registre la valuación fiscal de cada propiedad. Como se dijo, el incremento será de hasta 25% para 780.000 contribuyentes, de entre 25% y 50% para 690.000, de entre 50% y 75% para 90.000 y de entre 75% y 100% para 60.000.

En tanto, 150.000 permanecerán exentos de pago. En este renglón entran los casos de jubilados y discapacitados, y de algunas ONG beneficiadas por ley. El ajuste, no obstante, debe desarrollarse dentro de ciertos parámetros preestablecidos. No podrá derivar en un cobro anual superior al 1% del valor de mercado del inmueble; por ejemplo, si el precio real es

de $ 1.500.000, no podrá tributar más de $ 15.000 anuales. Y la valuación fiscal (o valor fiscal homogéneo) tampoco podrá superar el 20% del valor de mercado; si el precio real es de $ 1.500.000, el VFH no podrá ser superior a $ 300.000. Mediante esta nueva alza en el ABL, a la que seguirán otras en los próximos años, la AGIP pretende elevar 24% –el promedio del aumen-

to– la recaudación por este concepto, que para 2012 se proyecta en 2370 millones de pesos, crecerá el año próximo a casi 3000 millones. La incidencia de lo recolectado por el cobro del ABL se sitúa hoy en 8,6% de los ingresos tributarios de la Ciudad, mientras que hace 10 años significaba el 18,5 por ciento. La mayor incidencia, que ronda el 75%, la tiene el impuesto a la activi-

dad comercial, Ingresos Brutos, lo que provoca que, en épocas de crisis económica, se resienta la recaudación estatal y, por ende, la inversión pública, lo que contribuye a acentuar la crisis. Por eso, siempre se busca despegar los ingresos públicos de los vaivenes económicos y una de las alternativas es aumentar los impuestos patrimoniales. En ese sentido, cabe recordar

EL ESCENARIO

Más luz y menos basura PABLO TOMINO LA NACION La explicación oficial pretende ser elocuente: el aumento en el impuesto de alumbrado, barrido y limpieza (ABL) que los porteños pagarán desde 2013 –y que en algunos casos será de hasta un 100 por ciento más de lo que hoy abonan mensualmente–, corresponde a un nuevo ajuste por el incremento del valor patrimonial de cada propiedad. Como el precio de las viviendas subió considerablemente, esto re-

percutirá indefectiblemente en los impuestos. Pero al vecino de la ciudad, que este año recibió subas impositivas de hasta 300 por ciento con el anunciado “revalúo” del ABL, la lectura técnica del aumento le importa poco y nada. Y lo sintetiza en que esta medida impactará directamente en su bolsillo, mientras reclama inmediatas mejoras tangibles en esta ciudad en la que vive y respira. El ABL, como su nombre lo indica, abarca, también, la tasa de higiene urbana y la del alumbrado

público. Paradójicamente, algo que en Buenos Aires escaseó durante las dos últimas semanas: la luz y la limpieza. Más allá de los conflictos puntuales de algunas empresas con la administración Macri que signaron estas dificultades que dejaron a oscuras hasta el popular Obelisco porteño, la exigencia vecinal es más profunda: los habitantes de esta urbe esperan que sus barrios estén mejor iluminados y las calles, más limpias. Por lo pronto, el gobierno porteño

que el impuesto por patentes, que también grava el patrimonio, desde hace varios años ya se ajusta automáticamente una vez por año proporcionalmente a la suba del precio de mercado de los vehículos. Fue una ley la que permitió esta actualización anual. Una segunda ley, la 4040/11, habilitó en 2011 el ajuste anual del ABL. Según sostuvo Walter, pese a los incrementos de las valuaciones fiscales aplicados y el próximo por aplicar, el VFH todavía ronda un 18% del valor real de las viviendas.

Novedades

apunta a tener su autonomía económica, esa caja a mano para sortear las crisis. Y de ninguna manera quedar sujeto a una impredecible inflación, según confiaron varios funcionarios del macrismo. En 2002, la recaudación del ABL significaba el 18,5 por ciento de los ingresos de la Ciudad, mientras que en la actualidad representa el 8,6%. La batalla del oficialismo es, precisamente, ésa: alcanzar aquellos porcentajes. Mientras que la del vecino es otra: quiere más luz y menos basura en las calles.

Otra novedad del esquema de cálculo del impuesto elaborado para 2013 es la ampliación de 6 a 9 de las categorías que separan a las propiedades según los materiales, los servicios y las comodidades que poseen. Además, se saldará una deuda pendiente desde hace años: los amenities de edificios de lujo –como gimnasios, piscinas, laundries, salones de usos múltiples, jaulas de golf, quinchos con parrilla y cabinas de monitoreo de seguridad– también serán gravadas, pues elevarán la categoría del inmueble. A mayor categoría, mayor alícuota se emplea para el cálculo del impuesto inmobiliario.

CALIDAD DE VIDA

Trámites, esperas y otras pesadillas de la vida urbana

OPINION

En qué se nos escapa el tiempo

La pasión argentina por las filas MARTIN LOUSTEAU LA NACION

Sólo para ir y volver del trabajo, los porteños pasan más de 15 días al año en el transporte PABLO TOMINO LA NACION “Vos quedate en esta fila, que yo voy a la otra”, le dice el marido a su mujer, en una escena cotidiana que puede verse en cualquier supermercado porteño. Sin embargo, la táctica del desdoblamiento matrimonial para ahorrar tiempo no siempre garantiza el éxito. A pesar de que nos esforzamos por descubrir cuál es la fila que avanzará más rápido, tras calcular la edad de las personas que hacen la cola, la cantidad de mercadería que cargaron en cada carrito y si la cajera es algo remolona, aun así siempre nos paramos en la fila más lenta. Globalmente, según un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT), entre dos y tres años de la vida de un adulto promedio se pierden haciendo colas. Y los habitantes del área metropolitana, con todos los males y bondades de la gran urbe, parecen condenados a tediosas esperas. A malgastar el tiempo en un tránsito caótico que multiplica por cuatro los minutos de viaje; a no perder la esperanza de que alguna vez llegue el bendito colectivo, porque unos segundos antes pasaron, raudos, otros tres juntos; a que el mozo nos traiga la cuenta; a que el médico nos atienda una hora después de la cita ya que ofreció otros seis sobreturnos, y a que los empleados de los call centers respondan a los imperiosos reclamos por fallas en el servicio de Internet o por sobrefacturación. El tiempo malgastado afecta la paciencia y estimula el malhumor, y además impacta en la productividad de la ciudad. Un ciudadano medio que utiliza el colectivo en la Capital consume, en promedio, una hora y 20 minutos por día sólo en ir y volver del trabajo, según mediciones del gobierno de la ciudad. Representa más de un día por mes, y más de 15 al año, el equivalente a los días que un empleado de menos de cinco años de antigüedad tiene de vacaciones. Además, se estima que la espera para abordar el subte, el tren o el colectivo supera la media hora diaria. Es decir, otro medio día que se esfuma, por mes, entre la mala fortuna de no llegar a tiempo a los andenes o las incumplidas frecuencias del transporte público, que son una verdadera risa. Aunque a veces den ganas de llorar. “Por lo general, las dificultades del tránsito y las largas esperas generan una fuerte frustración que puede traducirse en malhumor, angustia y también agresividad. Lo importante es ser tolerante”, opinó la psicóloga Agustina Valle (UBA). Florencia Uriburu es una madre de 29 años que vive en Recoleta. Ella realiza, cada martes, las compras en el supermercado Carrefour de Vicente López y Rodríguez Peña, en Capital. Pero un día su paciencia le dijo basta. “Resulta que los martes, el día que se superponen varios descuentos, es imposible comprar. La última vez tardé una hora y media en llegar hasta la caja. Claro que genera malhumor, porque a nadie le gusta esperar y tuve algunas discusiones.

Lo curioso es que había cinco cajas fuera de funcionamiento y la gente se amontonaba”, contó Florencia, que desde la semana pasada decidió hacer sus compras vía digital. Desde Carrefour indicaron a LA NACION que los días de descuentos las sucursales suelen abarrotarse de clientes y que para evitar las largas esperas ahora implementan la técnica de la “fila única”, que hace que el recorrido hasta las cajas sea más rápido. En el rojo de los semáforos también se escurre el tiempo de los porteños. En un viaje de Belgrano al Obelisco, ida y vuelta en horas pico, se pierden unos 10 minutos por día arriba del auto. Es un tiempo muerto en el que el conductor le dice que “no” al limpiavidrios o al vendedor de cargadores de celulares, y posiblemente “sí” a quien ofrece los indispensables pañuelitos. De hecho, hasta sobran segundos para calcular cuánto ganarán los avezados malabaristas de las esquinas. También pasa lento el reloj en las casas de comidas rápidas, paradoja mediante. Allí, los mediodías transforman su promocionado eslogan de “eficiencia” en una ironía. Como ocurre en el McDonald’s de Libertador y Campo Salles, en Núñez, donde un sábado al mediodía uno puede esperar hasta 25 minutos por una hamburguesa. Si algo faltaba en esta ciudad con relojes de arena son los populares locales de pagos de facturas, donde la gente se ve obligada a permanecer de pie un buen rato, en el frío, con la boleta en la mano. Tal vez estos sitios debieran sincerarse y agregar una leyenda: “Fila difícil”.

Transporte, 1 hora y 20 minutos

Pagos, 30 minutos

Según un estudio, ese es el tiempo necesario sólo para ir y volver del trabajo, sin contar las esperas.

Los días de vencimiento de facturas de servicios se forman largas colas en los locales de pagos.

Turnos, 50 minutos

Supermercados, 1 hora

En los consultorios, especialmente de médicos, las esperas son extensas debido a los sobreturnos.

Los fines de semana y los días de descuento la espera hasta llegar a la caja puede ser tediosa.

Entidades bancarias, 35 minutos

De dos a tres años, haciendo fila

Ese es el promedio de espera para la atención en ventanillas; incluso en las terminales autoservicio

Según un estudio global, un adulto promedio pierde ese tiempo vital esperando en colas.

Para todos los gustos En la Unión de Consumidores de Argentina, entidad de defensa de los usuarios, se apilan las denuncias de los vecinos cansados de lidiar con las demoras. En esa asociación se registraron quejas por las colas de más de 8 horas para obtener la tarjeta SUBE; también por las filas de dos horas en Metrogas para prescindir del costo del gas importado en las facturas; por la espera en los andenes de los subtes después de que se quitaron 20 trenes del servicio; por las filas de entre 40 minutos y más de una hora en los bancos en los primeros 15 días del mes; por esperas de más de cuatro horas en los hospitales públicos, y por la demoras de 30 minutos que debe cumplir la parcialidad visitante para salir del estadio después de cada partido de fútbol. “Son crecientes los niveles de maltrato hacia los consumidores. Se tiene la impresión de que siempre la carga de la prueba recae sobre el consumidor, que es quien debe movilizarse hasta las oficinas, quien debe hacer las colas, quien debe acreditar antecedentes”, dijo Fernando Blanco Muiño, presidente de la Unión de Consumidores de Argentina. Para leer esta nota, usted tardó 250 segundos. Si la leyó mientras hacía una fila, todavía le quedan unos cuantos minutos para recordar otras situaciones en las que la ciudad le robó más de su preciado tiempo.

ILUSTRACIONES DIEGO PARES

TESTIMONIO

Cuando al día le sobran horas JOSEFINA PAGANI LA NACION Los que nacimos y crecimos en una ciudad del interior, en mi caso en la provincia de Buenos Aires, tenemos un ritmo muy distinto al del porteño: parece que el tiempo nos sobra. Y los que emigran a la Capital para estudiar o trabajar indefectiblemente deben adaptarse a los tiempos de la gran ciudad. Por las calles porteñas, el paso manso de la gente del interior comienza a ser más apresurado, aunque no vayan con premura hacia ningún lado. El vértigo empuja y también contagia. Y en algunos casos nos cambia hasta la

forma de conducir un auto: pasamos de la tranquilidad al frenesí. En Buenos Aires hay que organizarse con mucho tiempo para programar una tarde libre, algo que no ocurre en el interior. Hace unos días volví a 9 de Julio, a esa ciudad donde nací, a poco más de 260 kilómetros de la Capital. Tuve que sacarme un chip de la cabeza y ponerme otro. Esa mañana salí en auto y retiré unas recetas en un consultorio médico; terminé el trámite para renovar la licencia de conducir, llené un chango en el supermercado y compré el almuerzo para el mediodía. Cuando llegué a mi casa, me di cuenta de que había pasado poco

más de una hora. Sí, una hora para hacer todo ese recorrido. En bicicleta no hubiese tardado mucho más. Y es que la distancia más grande entre un extremo de la ciudad y otro es de, aproximadamente, siete kilómetros. En auto se tarda poco más de 10 minutos en recorrerla. ¿Líneas de colectivo? No existen. ¿Embotellamientos y cortes? Menos. En el interior, donde el ritmo es más lento y la cajera del súper se queda hablando con la persona que tenemos adelante en la fila, se tarda menos que en la Capital. Vivir en Buenos Aires es una elección. Y como toda elección implica una pérdida. Una de ellas es, literalmente, el tiempo.

Los argentinos, como tantos otros, hacemos fila para muchísimas cosas: trámites bancarios, subir al colectivo, pagar en el supermercado, atendernos en el hospital, sacar entradas para un partido de fútbol, hacer un trámite jubilatorio o abonar servicios. Y también formamos filas cuando no hay estricta necesidad para ello. Es el caso de los aviones, por ejemplo, donde los asientos están preasignados y sin embargo se suele formar una extensa línea incluso antes de que llamen a embarcar. Lo mismo ocurre en teatros o en cines donde las entradas son numeradas. Tanto parece tentarnos hacer cola que cuando vemos una ya existente en la calle nos acercamos a preguntar para qué es, con el inconsciente deseo de incorporarnos al final. La filosofía de la fila es sencilla: permite administrar demandas importantes mediante un claro criterio de equidad que consiste en priorizar la atención del que llega antes. Sin embargo, su tecnología dista de ser moderna: venimos utilizando exactamente el mismo mecanismo desde épocas inmemoriales. Es cierto que con el tiempo han ido surgiendo mecanismos que pueden aliviar o reemplazar esta costosa práctica. La multiplicación de bocas alternativas para trámites, la administración de turnos anticipados o la numeración de las entradas son algunos ejemplos. Pero pocas veces cuestionamos por qué seguimos aceptando una metodología tan vetusta para ordenarnos. Paradójicamente, es un argentino quien, mediante una ingeniosa innovación, amenaza con cambiar radicalmente la tecnología de hacer fila. Alex Bäcker vive en Estados Unidos y fundó Qless (que significa “sin colas”). Su idea es tan simple como genial: en lugar de permanecer en una fila se envía un mensaje de texto a un administrador virtual de colas, un algoritmo que calcula cuánto tiempo falta para ser atendido y lo comunica al usuario. Así, uno puede estar haciendo otra actividad (como tomar un café, pasear o leer en un banco de plaza) hasta que el momento de ser atendido se acerca. Y entonces, un mensaje de texto avisa que el turno está próximo. Es el reemplazo de la fila real por una virtual. Cientos de empresas están implementando este sistema y cambiando radicalmente la forma de atender a sus clientes. Muchas veces pensamos en las mejoras tecnológicas como extremadamente complejas o muy sofisticadas. Creemos que estar cerca del cliente consiste en atiborrarlo de encuestas o bombardearlo con llamadas automatizadas para ofrecer nuevos servicios. Esta es una demostración de que no siempre es así. Con inteligencia, sencillez y poniéndose en lugar del usuario pueden obtenerse cambios rápidos y con un alto nivel de satisfacción. Sería prodigioso que la filosofía de tratar al usuario con esmero y cuidado por su tiempo fuera definitivamente abrazada por el sector privado y que se extendiera también a un sector público responsable de brindar cada vez más y mejores servicios a sus ciudadanos.

El autor fue Ministro de Economía de la Nacion