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enfoques

| Domingo 14 De abril De 2013

planetario

Tomar un café y donar otro, la campaña que nació en un bar y se hizo viral Josefina salomón

PARA LA NACiON

LONDRES.– Dicen que las mejores ideas empiezan con un concepto simple, y éste es un buen ejemplo. Lo llaman suspended coffee y comenzó en un pequeño bar en Nápoles. La idea es sencilla: cuando uno toma un café, deja otro pagado que luego será donado a la próxima persona que llegue sin plata. Planteada la idea, las redes sociales hicieron el resto. Hace apenas unos meses, los murales de cientos de usuarios de Facebook aparecieron empapelados con la foto de un hombre en situación de calle tomando un café en lo que podría ser un bar en cualquier ciudad del mundo, con la ingeniosa propuesta. Lo que siguió fue viral. Cientos de ba-

res en decenas de ciudades europeas y del mundo se unieron a la propuesta y los consumidores, a su vez, comenzaron a exigir a sus proveedores de cafés matinales que se sumaran a la campaña. Starbucks en el Reino Unido, por ejemplo, recibió tantos pedidos que va a dar a sus clientes la opción de donar el valor de una tasa de café para ayudar a una ONG local. Los críticos de la propuesta dicen que muchos cafés ya donan comida a los más necesitados y que no es necesario lanzar campaña alguna. Así las cosas, es difícil predecir si el café solidario llegó para quedarse o si se trata, simplemente, de una moda pasajera. Lo que es seguro es que, cada mañana, tomaré dos cafés.ß

El Hathahate, el disparador de un debate sobre la opinión tuitera Juana libedinsky

LA NACiON

NUEVA YORK.– Cuando The New York Times, The New Yorker y The New Republic (por mencionar sólo algunos medios) hablan todos del mismo fenómeno social, uno da por sentado que algo de considerable importancia está ocurriendo. Por eso la sorpresa para muchos lectores en las últimas semanas fue que la tendencia que en este momento los principales diarios y revistas norteamericanos se han ocupado de diseccionar es ….el odio a Anne Hathaway. El así llamado “Hathahate” (juego de palabras entre el apellido de la actriz y hate, odio en inglés) refleja que, al parecer, en Twitter y la blogosfera, son legión quienes tienen una cuestión de

piel contra la actriz. Antropólogos, sociólogos, economistas y hasta científicos participaron en largas meditaciones mediáticas sobre los riesgos del estrellato, la belleza y el desagrado que desatan las mujeres que muestran un entusiasmo infantil. El Times incluso usó el ejemplo del Hathahate para ilustrar lo que acaba de descubrir un estudio del Pew institute: que el odio que despierta una figura en los tuits no es medida de la aceptación general en la opinión pública. Después de todo, aunque a muchos en las redes sociales no les caiga bien, Hathaway ganó el Oscar y, del mismo modo, dice el matutino, los políticos no deberían preocuparse demasiado cuando la opinión tuitera se les vuelve en contra.ß

La 2 punto de vista

La ilusión de los científicos que salvarán a la Justicia Pablo Mendelevich —PARA LA NACiON—

U

no de los principales argumentos del Gobierno para llevar adelante la cruzada de democratización de la Justicia la emprende contra el predominio de los abogados. Es palabra de Cristina Kirchner. “Los académicos, los científicos que serán candidatos –dijo la Presidenta el martes pasado– provendrán de diferentes ciencias para propiciar un Consejo de la Magistratura interdisciplinario con pleno sentido social y no uno meramente corporativo de los abogados.” Casualmente el Consejo de la Magistratura, que según insinúa el Gobierno fracasa porque le sobran abogados y le falta voto popular, había sido creado por una convención constituyente cuya composición lucía ajustada al criterio interdisciplinario. En 1994, menos de la mitad de los convencionales (entre ellos los dos Kirchner) eran abogados: 148 sobre 305 miembros. En la mayoría formaban 31 docentes, 15 médicos, 5 contadores, 10 comerciantes, 11 ingenieros, 6 arquitectos, 9 escribanos, 7 periodistas y 6 sociólogos. Había de todo. Desde un cineasta y un asesor de seguros hasta amas de casa, empleados, odontólogos y empresarios. incluso un obispo. En realidad, el obispo también era abogado. Se trataba de Jaime de Nevares, quien renunció apenas se sentó en la banca, porque no digirió la exigencia preestablecida de aprobar a libro cerrado el Núcleo de Coincidencias Básicas que traía la reelección de Menem incorporada. Pero si es por doble ocupación, más importante es que entre los no abogados, igual que entre los abogados, casi todos eran políticos. La mención de un convencional –o un diputado o un consejero– según como figura en la columna “profesión” puede inducir a imaginar amas de casa pastoriles o ahora científicos despeinados y vehementes que consiguen refrescar con su sola presencia las corporativas mareas de abogados. Por lo menos eso no fue lo que sucedió con aquella convención presidida por Eduardo Menem (a quien secundaba Alberto Pierri), gestora de una Constitución de redacción mediocre que resultó mucho más eficaz para alargarle cuatro años y medio la vida al gobierno de entonces que para fundar instituciones de las que hoy sea posible enorgullecerse. La ex convencional Fernández de Kirchner recordó el martes la faena constituyente, pero no para explicar por qué resultó vicioso el Consejo de la Magistratura (pese a que ella misma redactó la ley que hoy lo rige) sino para exaltar que en 1994 se reconoció a los partidos políticos como instituciones fundamentales de la República. Omitió mencionar que 19 años después el sistema de partidos está quebrado. Sin embargo, los científicos y académicos con los que promete oxigenar el Consejo de la Magistratura tendrán que montarse en estructuras partidarias, hacer campaña y quizá conquistar votantes respondiendo con gracia preguntas sobre el anillo de Oyarbide. ¿No serán políticos los científicos y académicos? Desde luego, ser político no es un demérito, nadie quiere blasfemar en democracia, pero resulta curioso que una presidenta que se autopercibe como abogada exitosa y política triunfadora piense que los abogados amuchados contaminan la Justicia con su perverso corporativismo, mientras que los políticos salidos de la ciencia y la academia van a desembarcar a bordo de una lista sábana para desinfectarla.ß

g Ese oscuro objeto del deseo Por Diana Fernández Irusta | Foto Marcelo Sayão/EFE Río de JaneiRo, 10 de abRil de 2013. La chica los mira con embeleso, atención, cercanía. Los objetos expuestos –cuidadoso primer plano que podría aparecer en la publicidad de cualquier shopping– se dejan disfrutar. Tienen el mismo brillo, la misma pureza de formas, ese modo casi displicente de decir aquí estoy, listo para que me admires y seas admirada también que podría tener un sofisticado modelo de labiales. Ella observa, seducida pero inasible. Como dictan las reglas de todo paseo de compras, no quedará cautiva del primer stand que recorra; ni siquiera, quizá, termine llevándose algún producto. Merodeará por los pasillos de

Humor

la feria, circulará dejando caer eventuales gestos de admiración entre las cerca de 700 mesas de exposición de un predio donde, en realidad, no se exhiben productos de belleza ni indumentaria ni simpáticos gadgets. Lo que la visitante capturada en esta foto contempla plácidamente son proyectiles, apenas una variante de las innumerables piezas que se exponen en la feria internacional de armamento LAAD Defence & Security, en Río de Janeiro. De tres días de duración y destinada fundamentalmente a industriales y miembros de fuerzas de seguridad, la muestra recibe un caudal de visitantes (el año pasado fueron unos 25.800) que, a simple vista, pareciera superar el estricto ni-

cho de los especialistas. El despliegue recuerda a las exposiciones que, en los Estados Unidos, son el punto de reunión de una población civil decididamente fascinada por las armas. Gun lovers: hombres, mujeres, niños –familias enteras–, que inmunes a las discusiones que sacuden a la dirigencia de su país tras masacres como la de fines del año pasado en la escuela primaria Sandy Hook, asisten a estos encuentros y nutren arsenales domésticos de dimensiones escalofriantes. Un disfrute, como el de la joven carioca de la imagen, que desborda el habitual argumento de la defensa personal. Municiones, equipos e instrumentos bélicos, de modo oscuro e imprevisto, encarnan el último grito de la moda.ß

desde el margen

Un país que se mira en espejos deformantes Fernanda Sández

—PARA LA NACiON—

John Cole / The Scranton Times La Dama de Hierro, entre la imagen reluciente de Gran Bretaña y los pobres, los sindicatos y la Junta Militar argentina

Christo Komarnitski, bulgaria El joven líder norcoreano, Kim Jong-un, y un amenazante menú de poder nuclear

Y

vamos, y corremos, y socorremos. Que agua, que pañales, que ropa. Que “Yo fui”. Que “Yo también”. Nos miramos entre nosotros, encantados. Y nos convencemos: este país tiene futuro. Tan solidarios, todos. Tan buena gente. “Somos”, pensamos. Y somos en plural y somos muchos, y buenos, y brotan las palabras que tanto nos gustan (“pueblo”, “abrazar”, “ayudar”) y por unas cuantas horas que a veces son días –pero que nunca llegan a una semana– nos sentimos reivindicados. Y vamos, y corremos, y seguimos corriendo. Que el semáforo en rojo, que el peatón, que qué me importa. Que “Yo no fui”. Que “Yo tampoco”. Nos miramos entre nosotros, espantados. Y nos convencemos: este país no tiene futuro. Tan egoístas, todos. Tan mala gente. “Son”, pensamos. Son ellos, no yo. Yo soy otra cosa. Yo, argentino. Y brotan las palabras que tan poco nos gustan (“ellos”, “pelear”, “dividir”) y por unas cuantas horas que a veces son días –y siempre mucho más que una semana, porque crecimos escuchando eso– nos sentimos el peor país del mundo.

En el medio debe haber algo, alguna otra cosa. Ni tan optimista ni tan catastrófica. Un espejo menos bondadoso y también menos cínico. Pero ¿cómo transitar por ese medio si hace rato que no pasamos por allí? Lo nuestro es la gloria o la caída, la gesta o la abyección. Antes del gran agua, de hecho, veníamos de unos cuantos días de autofestejo: que la reina, que el Papa. Entonces llegó la lluvia a empaparnos los pies. A mostrar en qué clase de calabaza andábamos viajando. Ya nos pasó. Y ya nos volverá a pasar todo: el baile, la fiesta, las doce de la noche y el fin del sortilegio. Quizá por eso la frase de Ricardo Darín –definió a la Argentina como “un país niño”– molestó tanto. Porque estaba en lo cierto. Porque amamos los cuentos de hadas, de héroes y salvadores. Siempre es lo mismo: un restaurador, un conductor, un amado líder, un héroe colectivo. Y, si no lo hay, nos encantamos solos con nuestro propio y distorsionado reflejo. Un país con buena gente. Que la hay, sin duda, y a montones, y que suele multiplicarse por miles cuando las circunstancias así lo demandan. Pero el impulso solidario del momento no puede –ni debe, en alguna medida– sostenerse en el tiempo ni reemplazar otras cosas.

Para eso existe otra instancia. Y esa instancia se llama Estado. La red invisible que sobrevive a toda catástrofe y se ubica más allá de voluntarismos y coyunturas. Más allá de cada uno y más cerca del nosotros. Natalia, vecina de Floresta e inundada por asalto, mira el cielo plomizo con desconfianza y se permite, después de tantas lágrimas, una ironía. “Es muy conmovedora la solidaridad, pero no nos protege de las próximas lluvias”, dice. Y está en lo cierto, porque quien sí puede hacerlo tiene un nombre mucho menos bonito y fue, por años, torpedeado discursivamente primero y desmantelado en los hechos, después. El Gobierno habla, como de un paciente gravemente enfermo, de su “recuperación”. Pero que personas como Natalia sigan tratando de leer su destino en el color de las nubes dice alguna otra cosa. Que todavía no hemos logrado recuperar realmente ese todo que es de todos, por ejemplo. Que –demasiado a menudo– seguimos sintiéndonos de visita en nuestro país y mirando, extrañados, eso de lo que alguna vez nos sentimos orgullosos. Pero, y sobre todo, que a la hora de la verdad y los remolinos, con las buenas intenciones nunca es suficiente.ß