Capítulo 1

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Capítulo 1 Las sociedades mediterráneas del centro-oeste argentino

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Arqueología de las Sierras Centrales: problemas y perspectivas actuales* Andrés Laguens Museo de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba Contacto: [email protected]

Introducción La invitación a participar en las Jornadas de Arqueología y Etnohistoria del Centro Oeste, un espacio que desde su inicio intenta dar cuenta de un pasado regional y resultan un punto de encuentro de múltiples voces y perspectivas, se convirtió para mí en un desafío. Me propusieron dar una charla que sirviera como gatillo para exposiciones y debates posteriores sobre arqueología de la región. En este contexto, el desafío no era menor: la idea era identificar conjuntos de problemas que merecían reflexión y debate en relación a la arqueología de Córdoba y San Luis, pero ¿desde qué perspectiva hacerlo? ¿Cómo encarar algo así sin que fuera entendido como una prédica o como una agenda? Me pareció que lo más prudente era entonces hablar desde la propia experiencia, realizando un recorrido de nuestros trabajos de las últimas décadas, sin ninguna pretensión más allá de aquella de reflexionar desde una perspectiva crítica que nos permita recapacitar sobre nuestra propia práctica, invitando así indirectamente a una discusión que nos ayude a pensar la arqueología regional. En nuestra esperanza que a partir de allí los colegas, también desde sus propias trayectorias, se identifiquen –o bien se diferencien– en los problemas, las perspectivas, las preguntas y abramos así el diálogo. Pienso que por eso hoy llamar a esta presentación «Reflexiones actuales desde la arqueología de Córdoba y San Luis» hubiera sido quizás más apropiado. Para lograr lo propuesto, iremos teniendo en cuenta en nuestro relato algunos tópicos que consideramos centrales, en tanto han incidido e inciden sobre las formas de entender el registro arqueológico y el pasado regional, considerando a la par los contextos sociales y políticos de producción del conocimiento, junto con las limitaciones que nos imponen nuestras propias pre-nociones sobre el registro y las poblaciones locales. Justamente, una pregunta que siempre nos hacemos es cómo estamos entendiendo al registro arqueológico, como concebimos y construimos a través de él al otro y a nosotros, de qué manera conceptos teóricos, genealogías, contextos sociales –académicos y extra académicos– más los propios objetos y contextos arqueológicos particulares se imbrican en un entramado con distintos efectos sobre nuestros modos de

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hacer y comunicar. En definitiva, nos preguntamos qué arqueología estamos haciendo, qué problemas estamos definiendo y qué pasado estamos (re)construyendo. Es entonces esta una oportunidad para analizar estos problemas desde el caso particular de la arqueología de Córdoba y San Luis, tomando como tema nuestra propia experiencia, aquella realizada en conjunto con Mirta Bonnin y un equipo de colaboradores. Esto no sólo nos dará más confianza y detalle sobre lo que estamos hablando, sino que también es pensar que no estamos aislados, que de alguna manera todos participamos en redes y entornos más amplios que lo local, siendo muchas veces, sin querer, colegas invisibles (Laguens, 2007a) y que nuestra práctica profesional, como otras, es una expresión de época. Entonces, qué mejor que hablar desde donde más conocemos.

Las personas y el ambiente En una mirada retrospectiva, cuando empezamos a hacer arqueología de Córdoba hace 24 años atrás, nos dimos cuenta que nos habíamos introducido en una región que se venía trabajando desde hacía casi un siglo con una tradición general de trabajar sitios aislados (por ejemplo, Berberian, Marcellino y Pérez, 1968; González, 1950; Menghin y González, 1954) estudios de colecciones y trabajos de síntesis (De Aparicio, 1936; Outes, 1904; Serrano, 1941, por ejemplo). El panorama era un mosaico de información dispersa, aunque amalgamada en tres grandes construcciones: Ayampitín, Ongamira y las sociedades agroalfareras. Esto tenía validez para toda la región, entendida ésta como una unidad geo-cultural homogénea de límites más o menos fijos en el tiempo, las Sierras Centrales, caracterizada como una región de tránsito y convergencia a través de distintas interacciones con las regiones culturales aledañas. Si nos preguntamos cuáles eran los problemas de la época, dada su generalidad, quizás tendríamos que decir que no era una arqueología orientada específicamente a problemas, en todo caso, a los sitios en sí o más bien orientada al puro conocimiento, al descubrimiento. En este contexto, se nos solicitó trabajar un sitio: El Ranchito. El sitio había sido descubierto por un aficionado local1, quien brindó todo su apoyo y colección para su estudio por parte de profesionales del Instituto de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba en la década de 1970. Resultado de los trabajos de campo, que incluían tanto intensas recolecciones de superficie como algunas excavaciones, con la recuperación de un esqueleto humano y un fechado cercano a los 3000 años de antigüedad, se conformó una vastísima colección del sitio que sirvió de inicio para el planteo de un proyecto que incluyera a este sitio (Laguens y Bonnin, 1987b). Con una formación en arqueología desde las Ciencias Naturales, y crecidos en un contexto histórico social caracterizado por los movimientos hippies de fines de los ‘60, la Universidad post Mayo del ‘68, el auge de la izquierda y el retorno del peronismo a inicios de la década de 1970, y habiendo estudiado arqueología durante el Proceso Militar, estábamos orientados teóricamente por los postulados de la Nueva Arqueología, en tanto una forma de reaccionar contra el sistema y realizar una ruptura con las teorías tradicionales. Compartíamos el optimismo cientificista de la NA, su «pérdida de inocencia» y veíamos allí la posibilidad de actuar en el presente a partir del conocimiento positivo del pasado. Ello implicaba, por un lado, entender que la arqueolo-

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gía debía estar orientada a problemas, pasados y actuales; por otro, que para solucionarlos era necesario un conocimiento detallado y profundo, que sólo se podía lograr con criterio regional, es decir, haciendo arqueología de espacios geográficos delimitados, con proyectos a largo plazo, y con técnicas de campo y gabinete adecuadas a tales fines, como la excavación con registro tridimensional y técnicas analíticas lo más objetivas posibles, tanto a escala contextual como artefactual, como lo proponía la Arqueología Analítica inglesa. Ello también implicaba entender al registro arqueológico como fuente de datos no autoevidente, a partir del cual, de acuerdo a las preguntas que le hiciéramos, las técnicas analíticas empleadas y proposiciones teóricas de rango medio, podríamos encontrar algunas respuestas. Este punto de vista implicó plantear un proyecto interdisciplinario, entre arqueología, ecología y etnohistoria, el Programa Chuña (Laguens, et al., 1987), donde el sitio problema, generador del trabajo, se articulaba en un proyecto regional, tomando un valle y la cuenca de su río principal como eje espacial de estudio (el Valle de Copacabana, en el Dpto. Ischilín) y, como problema, a las formas humanas de adaptación a un medio árido-semiárido y su cambio en el tiempo, desde los inicios de la ocupación del valle hasta la actualidad (Laguens y Bonnin, 1987a). De este modo, la problemática particular del sitio El Ranchito era redimensionada en un contexto espacial, temporal y cultural más amplio. El proyecto se realizó a partir de 1983 desde el Instituto de Antropología2 de la Universidad Nacional de Córdoba, en un contexto académico y político transicional, entre la represión y la falta de libertad intelectual del gobierno militar y la apertura incipiente en la democracia. Esta circunstancia resulta interesante, en tanto la misma perspectiva procesual que el sistema político y académico veía como objetiva y políticamente neutra –como si la neutralidad fuera apolítica– y fuera favorecida en algunos ámbitos, podía ser utilizada en un contexto social marginal con otros fines, pese a las restricciones en la libertad de conocimiento, pensamiento y expresión del momento. Derechos estos últimos a los que tardamos en acostumbrarnos una vez recuperados, dados el temor y la autocensura en la que solíamos vivir, junto con la incertidumbre en la estabilidad del nuevo sistema político. Pese a ello, esta situación permitió el inicio de las investigaciones regionales en un proyecto que finalmente duró 12 años, a las que se sumaron trabajos con la comunidad desde equipos de investigación y desarrollo rural, de educadores, historiadores, sociólogos y extensionistas, en el cumplimiento de los objetivos del Programa Chuña, muchos de los cuales aún hoy continúan desarrollando su labor en el valle de Copacabana. Los problemas y resultados del proyecto en el ámbito arqueológico permitieron avanzar en el entendimiento y conocimiento de las poblaciones locales pasadas, generando modelos sobre la lógica de sus estrategias económicas, el uso del espacio y sobre las formas de organización política (Laguens, 1999, por ejemplo) –los que no viene al caso relatar aquí– que aún hoy están en uso y son puestos a prueba en otras zonas de la región (por ejemplo, Berberián y Roldan, 2003; Pastor, 2005), así como están siendo incorporados y reinterpretados por pobladores locales (Sanchez et al., 2006). Ahora bien, nos preguntamos ¿registro de qué era el registro arqueológico? Básicamente, registro de las interacciones de los individuos y las sociedades con su ambiente en los procesos de adaptación. Sociedad y naturaleza eran dos ámbitos separados, aunque interactuantes, vinculados a través de las estrategias tecnológicas, eco-

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nómicas y sociales puestas en juego en los sistemas culturales (Laguens y Bonnin, 1987a). El registro arqueológico era una manifestación de la dimensión material de esas interacciones y, a través de éste, podíamos lograr conocimiento de las formas de adaptación de las sociedades humanas a su ambiente, un potencial informativo mediante el cual podríamos aprender de las sociedades del pasado –idealmente sociedades con un buen conocimiento de su medio al cual estarían ajustadas armónicamente– para aportar ese conocimiento y aplicarlo en el presente. Justamente del planteo de estos problemas y de sus resultados, es uno de los temas sobre los que queremos reflexionar aquí y compartir cómo esto nos ha llevado a repensar nuestras propias prácticas. Son varias las críticas que se han hecho sobre la arqueología procesual ortodoxa, y no tiene sentido repetirlas aquí, pero sí señalar dos aspectos claves que consideramos todavía pueden ser problemas actuales en la práctica profesional: por un lado, la relación entre lo universal y lo particular y, por otro, nuestro entendimiento de los otros (y por ende, de nosotros), y cómo ello va a afectar la construcción que hagamos del pasado y los usos que a ello le demos, nosotros u otros. Iniciamos el proyecto con una pretensión de universalidad, en el sentido que las poblaciones humanas del Valle de Copacabana eran un caso particular de principios y leyes generales de valores transhistóricos y transculturales. Para ello utilizamos marcos explicativos de la ecología evolutiva, así como ciertos principios teóricos tomados provisoriamente como teorías de rango medio, junto con la teoría general de sistemas, modelos de forrajeo, de recolección, maximización, evitación del riesgo, etc. (Laguens, 1999). Al hacer esto, sin quererlo, estábamos naturalizando una esencia humana, para todo tiempo y lugar, sin dar opción a la manifestación particular de alternativas y al desarrollo de otros modos de ser. Además, estábamos proyectando al pasado una forma de relación con la naturaleza, creyendo a esta también como poseedora de una esencia inmutable, a la par de considerarla a priori un ámbito opuesto a lo humano, como si nuestra perspectiva occidental también fuera universal. En realidad, no nos dábamos cuenta que al usar estos modelos todo ya estaba explicado; como dice Bourdieu, se daba por explicado aquello que queríamos explicar (Bourdieu et al., 1975:36), sólo era cuestión de encontrar en el registro lo que nuestra modelos predecían. Y, sin embargo, en el registro arqueológico nos encontrábamos con otras dimensiones, sobre todo al trabajar el problema del contacto hispano indígena y considerar también los datos etnohistóricos. Esos humanos medios, que creíamos universales, en cierto sentido «naturales», respondiendo a reglas generales, tomando decisiones racionales y actuando con una lógica económica de oferta y demanda, se desviaban de las reglas: además de ajustarse a los modelos, también hacían un uso ilógico de los recursos, sobre-explotaban el medio, implementaban estrategias no económicas para la subsistencia, se arriesgaban, resistían a la dominación española, hacían alianzas, redefinían su condición de indios, entre otras cosas (también quizás universales), no previstas en los modelos (Bonnin y Laguens, 1999; Laguens, 1999). Es decir, las respuestas particulares, individuales o colectivas, de los aborígenes de Copacabana, se «negaban» a reafirmar de manera completa para el pasado algunos de aquellos supuestos, pre-nociones y modelos de la ciencia universal de los cuales partimos, modelos que justificaban y naturalizaban así desde el pasado una lógica económico occidental y una clase de relaciones de los humanos con la naturaleza. Es más, una lectura no especializada de nuestro trabajo podía caer en el riesgo de interpretar la desaparición de los pueblos de indios

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en el siglo XIX como un proceso de mala adaptación y extinción, algo totalmente opuesto a lo pensado. La fuerza de esos conceptos teóricos era tan fuerte que no nos dejaba ver el nexo del pasado con el presente, sino que imaginábamos a la historia local como una serie de discontinuidades. Sin embargo, habían sido los mismos descendientes del último curaca local, los hermanos Tino y Chacho Montes, propietarios de las tierras del Pueblo de Indios de San Antonio de Nunsacat, quienes nos habían autorizado a trabajar en el lugar, quienes nos contaron su historia local y nos demandaban más conocimiento. Afortunadamente, no quedarnos sólo con el registro arqueológico y sus modelos, nos ayudó a comprender otra realidad y, por ejemplo, pudimos captar la vigencia de mecanismos de exclusión social en el pasado que tienen sus consecuencias aún en la actualidad, así como nos ayudó a cuestionar los alcances y limitaciones de nuestra propia disciplina, al mismo tiempo que nos llevó a repensar nuestra responsabilidad moral. En síntesis, y en términos de la invitación de las Jornadas, creemos que uno de los problemas con los que nos encontramos es cómo pensar esta dimensión del registro arqueológico regional y la práctica profesional. La universalización del registro particular en aras de la ciencia internacional y los problemas de la arqueología mundial nos alejaban de las voces de lo local, pasado y actual. ¿Cómo conciliarlo? Si bien no es un problema particular sólo de la arqueología local, sí nos incumbe en el contexto actual donde las demandas y la participación de las poblaciones locales –criollas, originarias o no– en relación al patrimonio y la construcción del pasado es cada vez mayor, a las que debemos dar respuesta y con los cuales debemos dialogar, no desoír o evadir.

Las personas y las cosas Retomando nuestro itinerario personal para llegar a los problemas en común, tras la finalización del Programa Chuña, en 1995, nuestros intereses profesionales se centraron en temas similares con respecto al cambio social, aunque ahora con cierta insatisfacción con respecto a la arqueología que hacíamos, lo que nos llevó a nuevas búsquedas teóricas. Esta sensación, sumada a las dificultades impuestas por la legislación provincial sobre las autorizaciones para la práctica profesional de la arqueología, que comenzó a exigir requerimientos imposibles de cumplir en un proyecto, contribuyeron a que nuestros esfuerzos se desviaran hacia el NOA en proyectos de arqueología política, los que nos acercaron también a otras lecturas y perspectivas. Desde el punto de vista del contexto del pensamiento científico del momento, es indudable que los planteos posmodernos habían abierto la puerta a posiciones más heterodoxas y críticas –no necesariamente etiquetables como post-procesuales– donde aspectos antes considerados como inalcanzables arqueológicamente, como lo social, lo político, lo ideológico o los significados de las cosas, por ejemplo, ahora podían ser tema de estudio. En ese entorno intelectual, la arqueología de mediados de la década de 1990 no era la misma que la de inicios de los ‘80. Las cuestiones eran otras, los problemas ahora se centraban en el individuo, en el valor de la individualidad y no en lo colectivo –como en los sistemas adaptativos–, importando la agencia de individuos inmersos en relaciones sociales estructuradas y estructurantes.

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Con respecto al contexto institucional, a partir del año 1997 la Antropología en Córdoba cobró un nuevo impulso a partir de la gestión de la Facultad de Filosofía y Humanidades, al reconocerla como un área de vacancia, apoyando la re-fundación del Museo de Antropología y obteniendo un subsidio del FOMEC3. El Museo de Antropología se trasladó a una nueve sede en el año 1999, replanteando su exhibición y definiendo una nueva misión4, creciendo institucionalmente e incorporando las áreas de Antropología Social y Bioantropología a la ya existente de Arqueología, con numerosos investigadores y becarios. Este crecimiento en personal y proyectos de investigación, conservación y educación, fue acompañado por un incremento en la cantidad de oportunidades y en los montos de los subsidios para la investigación de las agencias de promoción científica estatales como la ANPCyT, la Agencia Córdoba Ciencia S.E. y más tardíamente el CONICET, coadyuvando al emprendimiento de proyectos multidisciplinarios y de largo plazo. Paralelamente a este desarrollo de la Antropología, las demandas por rescates o salvatajes arqueológicos fueron creciendo notablemente a partir de mediados de la década de 1990, y desde el Museo de Antropología consideramos una responsabilidad dar respuesta inmediata a estos pedidos. Esto, junto con la actividad extensionista del Museo, con programas específicos de arqueología en la escuela primaria y programas de colaboración con museos del interior provincial, nos fueron acercando a una perspectiva preocupada en lo regional y a una comprensión de algunos puntos del proceso de desarrollo de las poblaciones aborígenes que apuntaban a una tendencia hacia una diversificación regional creciente y desarrollo de identidades locales, procesos en curso cuando la conquista española (Bonnin y Laguens, 2000), como señalaremos más adelante. A su vez, la actividad extensionista nos acercó a la posibilidad de interactuar con algunas comunidades del interior, actividades que fueron desde colaboraciones o asesoramientos en los museos locales, hasta programas con la comunidad, incluyendo tanto temas de educación patrimonial como investigaciones con miras a la aplicación de propuestas sustentables de conservación, tal como es el caso de los sitios con arte rupestre del NO de la Provincia, particularmente en la zona de Charquina, por ejemplo. Se trata de una localidad riquísima en manifestaciones estéticas rupestres en una situación de riesgo por la explotación minera, donde se pasó de una explotación de tipo artesanal a una industrial que está arrasando rápidamente con los sitios arqueológicos (Ochoa, 2007). También los proyectos de investigación y extensión nos fueron acercando mutuamente con las comunidades originarias y criollas locales, quienes se han involucrado con el patrimonio y con los cuales no sólo compartimos la información arqueológica, sino también los estudios biomoleculares de un proyecto sobre el poblamiento original (Fabra et al., 2005) y quienes, bajo consentimiento explícito, están ayudando a la determinación individual de filogenias americanas originarias, contribuyendo así a la afirmación y construcción de identidades actuales. La mayoría de los rescates arqueológicos que demandaban las comunidades estaban vinculados con hallazgos de restos humanos en riesgo, como el caso particular del yacimiento de Agua de Oro en las Sierras Chicas, donde el descubrimiento en 1998 de una serie de enterratorios datados luego en alrededor de 4000 años atrás (Laguens et al., 2006), colaboró para que tomáramos conciencia de la necesidad de trabajar junto con la Antropología biológica (Fabra, 2000) y emprender el estudio de

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las poblaciones humanas de cazadores recolectores desde una perspectiva interdisciplinaria (Laguens et al., 2002, 2007). Las limitaciones de la legislación provincial, también impulsaron a plantear inicialmente un proyecto de amplia escala geográfica, incluyendo así a San Luis, con estudio de colecciones, trabajos geológicos, paleontológicos (Laguens et al., 2002), junto a estudios bioantropológicos de poblaciones pasadas y actuales, proyecto aún en curso. Allí nos planteamos el problema del poblamiento original de la región desde un enfoque geográfico más abarcador, incluyendo regiones aledañas y vinculando los procesos locales con procesos de poblamiento continentales realizados en el límite PleistocenoHoloceno por vías de menor costo desde el Este de la región (Laguens et al., 2007). Planteado el problema desde una perspectiva de la ecología del paisaje (Laguens, 2006), además del poblamiento inicial nos interesan los procesos posteriores de dispersión y diversificación de las poblaciones, generando espacios de habitat particulares. Uno de los temas ejes del programa de estudio es la definición de lo regional, como un proceso de generación de entramados sociales que trascienden el alcance espacial de lo local y el temporal de la inmediatez de las relaciones interpersonales. La idea es ver cómo los grupos van construyendo redes de relaciones entre el medio y otras poblaciones humanas, analizar cómo en este proceso se van definiendo prácticas con una lógica propia y cómo sobre esta base luego se van generando distintos alcances de lo local, se generan identidades, hay rupturas, continuidades y se forjan diferencias. Ello, por ejemplo, parece haber sucedido entre Ayampitín y Ongamira en tanto modos de vida de economía cazadora recolectora: al realizar una comparación entre ambos, encontramos que aún frente a ciertas continuidades, se trata de dos lógicas distintas, de dos modos de relacionarse con la naturaleza y de construir un paisaje social, donde a partir del Holoceno medio se comienzan a generar modalidades regionales, con crecimiento de la población, expansión de los límites de los espacios de hábitat y definición de territorialidades, probablemente vinculadas con procesos de diferenciación individual, y quizás de demarcación étnica, materializado en el uso de estilos demarcatorios en lo estético, mueble e inmueble (Bonnin y Laguens, 2000). A esta misma lógica parece haber respondido también el intercambio a larga distancia de obsidianas que se registra en Intihuasi, donde las redes de interacción y las prácticas de consumo parecieran trascender lo económico y participar en otras esferas sociales y de vínculos extra-regionales (Laguens et al., 2008). Este problema de diversificación regional progresiva, a la par de la construcción simultánea de lugares, también lo analizamos entre los grupos agroalfareros, así como particularmente en el momento de transición entre el modo de vida cazador recolector y el modo de vida aldeano posterior, tratando de entender también cuáles son los esquemas subyacentes en las prácticas involucradas en cada caso y cómo, en distintos procesos y contextos de interrelación, se van redefiniendo capitales y generando campos sociales distintos. El problema de la generación de nuevos entramados sociales en la transición entre el modo de vida cazador recolector y el aldeano es un excelente ejemplo de cómo la incorporación de dos elementos tecnológicos, como la agricultura y la cerámica, al ser introducidos en otras tramas heterogéneas de relaciones materiales e inmateriales, tuvieron distintos efectos sobre las personas y los grupos de personas, no ajustándose estrictamente a un modelo de «neolitización» (Laguens, 1999b). Hallamos que su incorporación en

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entramados previos en distintos lugares fue construida de manera diferente en cada región, con diferentes rupturas y continuidades en cada caso, y con distinto grado de incidencia en distintos ámbitos. En Copacabana, por caso, en poblaciones que crecieron numéricamente con la nueva tecnología de producción, su lógica de manejo de los recursos económicos siguió siendo la misma que la previa, integrando a la agricultura con la caza y la recolección en una misma estrategia, aunque sin embargo, cuando esos mismos recursos fueron puestos en juego en otros campos, como el del poder y la autoridad, se constituyeron nuevos entramados sociales. Así, por ejemplo, en el momento de la conquista parecieran haber estado en definición espacios de poder distintos, con una diferenciación política incipiente, asociados a mecanismos de control y distribución de los recursos económicos, en cierto sentido convertidos de recursos económicos en capitales sociales o políticos (Laguens, 1999a). Esto parece haber sido parte de la misma trama donde se incluyen nuevas formas de interacción social, enmarcadas en una vecinalidad generada en la vida gregaria, la aldea, como un espacio de sociabilidad, inmediatez y reproducción social (Appadurai, 2001), con incremento de las interacciones cara a cara entre no parientes, en un espacio que va siendo construido como lugar. Notablemente, a la par que se intensifican las interacciones interindividuales, se nota un énfasis en la idea de persona, como se estaría haciendo presente en la oposición entre el tratamiento de los individuos en la muerte y sus representaciones en las estatuillas cerámicas (Laguens y Bonnin, 1997). En breve, estamos viendo que diversos procesos de diversificación habrían de terminar en una regionalización y construcción de identidades locales. Creemos que estos procesos han tenido continuidad en el tiempo y son la base de la regionalización que estamos estudiando desde la cultura material, el registro biantropológico y las poblaciones nativas actuales (Demarchi et al., 2006).

¿Otra arqueología? En este punto entonces, nos volvemos a preguntar cómo estamos entiendo el registro arqueológico, nuestra propia práctica, el pasado y el entendimiento de los otros. Nos encontramos hoy haciendo otro tipo de arqueología, una que supera las cuestiones de adaptación y los modelos universales, no por eso menos científica o académica en cuanto a los proyectos de investigación, pero sí quizás más humana en su mirada y que contempla a la par un enfoque patrimonial y el trabajo con las comunidades; situación multidimensional donde la noción y el alcance de arqueología se ven complejizados. Teoría y práctica se ponen en juego permanentemente, sea en la determinación del ADN, en la construcción de parques temáticos por descendientes de indígenas a partir de nuestra información, sea en los museos locales, en la valorización del patrimonio, en la construcción de identidades, en el desarrollo sustentable o en la recuperación de conocimientos tradicionales. Teoría, práctica, conocimiento, servicios, promoción, educación y difusión no son cosas distintas; es una sola arqueología con otros sentidos, sin fronteras a priori, no limitada al campo de la investigación científica, sino con un alcance que se va definiendo allí hasta donde lleguen sus efectos. Son proyectos donde participan educadores, antropólogos, historiadores, arqueólogos, estudiantes, gente local, comunidades originarias y público en general. La práctica profesional resulta así en un fibrado

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multidimensional de relaciones, objetos y personas en constante fluir y construcción. Desde esta perspectiva relacional, la misma arqueología se va definiendo en la práctica y no hay un otro u otros –pasados o presentes– en tanto entes mutuamente ajenos, como dos sustancias separadas, sujeto y objeto, un nosotros y un otros que entran en interacción sin modificarse. Tampoco hay de antemano una naturaleza objetiva y mundos humanos enfrentados con ella, sino que humanos y no humanos se interrelacionan de distintas manera, con continuidades o discontinuidades, de acuerdo a distintas perspectivas y ontologías que definen formas propias de ser y estar en el mundo (Descola, 2001; Laguens y Gastaldi, 2006). Esto lleva consigo también una idea dinámica de las personas, que si bien implica cierto sentido de universalidad en cuanto a lo humano, reconoce a la vez en los otros dimensiones más particulares. Los individuos y los grupos de individuos no tienen una esencia fija, sino que son efectos de relaciones y su ser se va construyendo a partir de la existencia, se va realizando en las acciones y las interrelaciones con otros iguales y con las cosas; se va desenvolviendo en la trama de distintos contextos relacionales, materiales e inmateriales, estructurados. Como decía Childe, el hombre se hace a sí mismo. Desde el punto de vista arqueológico, ello supone entender al registro como la materialización, o un efecto material, de esas múltiples y multidimensionales interrelaciones entre cosas y personas (Laguens, 2007b; Laguens y Pazzarelli, 2007); un entendimiento que nos permitirá acceder a otras dimensiones que superen las limitaciones que nos imponía el modelo físico del registro arqueológico. No se trata sólo de dejar de entender al registro de manera esencialista, sino de pensarlo en términos relacionales, así como entender nuestra práctica profesional situada socialmente en el presente. Significa realizar una ruptura epistemológica y pensar las relaciones de las personas con las cosas –el registro arqueológico– de otras maneras, así como repensar nuestras relaciones con las personas actuales desde nuestro compromiso profesional en un entorno social enriquecido por la suma de nuevos agentes interesados en lo arqueológico.

Notas *

Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

1

Nos referimos al Dr. Lincoln Urquiza, de la ciudad de Dean Funes, un fervoroso entusiasta y conocedor del pasado local, quien participó en los trabajos de campo del Instituto de Antropología de esa época, así como con su constante generosidad y buena voluntad apoyó nuestros trabajos, a quien agradecemos por ello.

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El IA, fundado por Serrano en 1941, en 1983 estaba casi desestructurado debido a las disputas internas por el poder durante los años anteriores. La planta de profesional había quedado reducida a un bajo número, en una situación conflictiva cuyo desenlace fue su disolución en 1987, con una acefalía previa desde 1985, aproximadamente.

3

El FOMEC fue un programa trianual para la mejora de la enseñanza de grado impulsado por el Ministerio de Educación de la Nación en el año 1997. Con este subsidio se

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formaron recursos humanos de postgrado, se adquirió equipamiento para la enseñanza del trabajo de campo y de laboratorio, se actualizó el fondo de libros y revistas periódicas de la Biblioteca de Antropología y se creó la Maestría en Antropología de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. 4

La misión del Museo de Antropología de la UNC es «reunir, conservar, investigar y exhibir la cultura de las sociedades indígenas pasadas y contemporáneas, dentro de un marco científico actualizado y crítico, como una manera de fomentar el respeto hacia otros modos de vida y de crear actitudes de preservación del patrimonio cultural en la sociedad».

Bibliografía citada APPADURAI, A. 2001 La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización. Ediciones Trilce. Fondo de Cultura Económica. México. BERBERIÁN, E. E. y F. ROLDÁN 2003 Limitaciones a la producción agrícola, estrategias de manejo de terrenos cultivables y ampliación de la dieta en comunidades formativas de la región serrana de la provincia de Córdoba. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, XXVIII:117-131. Buenos Aires. BONNIN, M. y A. LAGUENS 1999 Demografía, recursos y tributo indígenas en el Valle de Copacabana, Córdoba, Argentina. Etnohistoria. Equipo NAyA. CD. BONNIN, M. y A. LAGUENS 2000 Entre esteros y algarrobales. Los indios de Córdoba y Santiago del Estero. En TARRAGÓ, M. (ed.) Nueva Historia Argentina, vol. I. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. BOURDIEU, P. CHAMBOREDON, J.C., y J.C. PASSERON 1975 El oficio de sociólogo. Presupuestos epistemológicos. Siglo XXI Editores Argentina. Buenos Aires. DESCOLA, P. 2001 Construyendo naturalezas. Ecología simbólica y práctica social. En DESCOLA, P. y G. PÁLSSON (editores) Naturaleza y sociedad. Perspectivas antropológicas. Siglo XXI. México. FABRA, M. 2000 Rescatando el Patrimonio Arqueológico de la provincia de Córdoba: la arqueología de rescate como medio para revalorizar el pasado. Informe final de beca. Secretaria de Extensión Universitaria. Universidad Nacional de Córdoba (MS). FABRA, M., LAGUENS, A. y D. DEMARCHI 2005 Análisis intra e interpoblacional de rasgos craneanos no métricos en aborígenes prehispánicos del actual territorio de Córdoba. Revista Argentina de Antropología Biológica 7 (2): 47-65. LAGUENS, A. 1999a Arqueología del contacto hispano indígena. Un estudio de cambios y continuidades en las sierras centrales de Argentina. British Archaeological Reports International Series. Oxford. LAGUENS, A. 1999b Estrategias estables, cambio y diversidad en la arqueología de las Sierras Pampeanas en Argentina. Publicaciones Arqueología, Vol. 49. CIFFyH. Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba. LAGUENS, A. 2006 El poblamiento inicial del sector austral de las Sierras Pampeanas de Argentina desde la ecología del paisaje. Anales de Arqueología y Etnología, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. En prensa. LAGUENS, A. 2007a Colegas invisibles: la circulación de ideas en arqueología. Un caso de estudio. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología. (Nueva Serie). En prensa.

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Arqueología de las Sierras Centrales: problemas y perspectivas actuales

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Categorías arqueológicas para construir el pasado de Córdoba y San Luis Mirta Bonnin y Andrés Laguens Museo de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba Contactos: [email protected]; [email protected]

Introducción Las categorías conceptuales, analíticas y descriptivas que se han utilizado para interpretar la arqueología de las provincias actuales de Córdoba y San Luis, en tanto un espacio pensado en conjunto como una región geográfica con un desarrollo histórico y cultural propia, pueden ser vistas en un contexto académico más amplio como manifestaciones locales de prácticas y líneas de pensamiento que se dieron en la historia de la arqueología argentina. Aquí nos interesan en relación al impacto que tienen sobre las nociones locales extra-académicas. El devenir de la práctica arqueológica en la región ha ido generando construcciones sobre el pasado indígena que implica una forma de conceptualizar a los pueblos originarios y de valorizar sus modos de vida y sus capacidades como individuos y sociedades. Las construcciones sobre el pasado inciden en nuestras representaciones en el presente, en la representación de un otro indígena, tanto actual como pasado. Circulan por ámbitos no académicos y se instalan en el público, incluidos los pueblos originarios, pudiendo reforzar estereotipos o avalar asimetrías y mecanismos de diferenciación, convirtiéndose en instrumentos de poder, a veces en situaciones tan paradójicas que, a la par que se construye una idea de los indígenas se los niega, o se pretende que, para reconocer su continuidad, permanezcan en un «eterno presente etnográfico» (Pérez Gollán, 2005:292), o se los restringe a un ámbito de conocimiento especializado1. Es decir, nuestras prácticas profesionales tienen un poder de agencia que supera nuestras propias intencionalidades. Las categorías han ido variando desde los primeros trabajos arqueológicos en el siglo XIX hasta la actualidad, presentando un panorama complejo de posturas evolucionistas y culturalistas, concretadas mayormente en escritos científicos, de divulgación y exhibiciones museográficas, producidos por actores tanto locales como de fuera de la región, vinculados en distinto grado a la profesión, así como en la producción de distintas formas de trabajos de campo, de nociones sobre el registro, todo enlazado en redes de relaciones de distinto alcance, sociales, profesionales, académicas y extra-académicas.

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Como ejemplos paradigmáticos tomaremos dos autores claves, Antonio Serrano y Alberto Rex González, en tanto han establecido tradiciones de pensamiento y práctica de marcada influencia en la región con sus esquemas conceptuales. Esto nos permitirá considerar adicionalmente a otros que de distinta forma también han contribuido a estos esquemas o a su reproducción.

La región En general, se acepta que la arqueología de Córdoba y San Luis tiene características propias que permite diferenciarla de otras arqueologías regionales. Sin embargo, como región, adquirirá distintas propiedades de acuerdo a su grado de independencia o vinculación con esas otras regiones: no es lo mismo pensar a la región Sierras Centrales como una región en sí misma (González y Pérez, 1972; González, 1977; Outes, 1911), o como una región intermedia o intermediaria entre otras zonas, como Litoral, Pampa y Cuyo (Marcellino y Colantonio, 1997), o como parte del NOA (De Aparicio, 1939; Serrano, 1945; González, 1960), con el agregado de ser considerada marginal o periférica a lo andino (Serrano, 1945; González, 1977). La concepción del espacio geográfico cultural local es un efecto de dos corrientes. Una que proviene del concepto de área nuclear, respondiendo a esquemas evolutivos de complejidad cultural; y otra que define ciclos culturales superiores o inferiores, sobre la base de concepciones difusionistas de centralidad y marginalidad. Ambas tienen en común el supuesto de que las capacidades de creación e innovación estarán progresivamente disminuidas en función de la mayor distancia al centro. Encontramos esta pre-noción, aunque implícita desde el punto de vista teórico, claramente vigente y explícito en apreciaciones de Serrano en su obra Los Comechingones (1945), como en obras de síntesis de González, muy posteriores (1977). Para Serrano, Córdoba es una unidad étnica y geopolítica, una provincia, integrada con otras provincias del NOA a la civilización andina, a partir de lo cual reconoce la existencia de cuatro regiones caracterizantes. Pese a la homogeneidad y unidad étnica que plantea, entrevé la existencia de variaciones regionales, aunque luego no las desarrolle en detalle y termine construyendo una imagen monolítica de los aborígenes agro-alfareros (Serrano, 1945:9). Rex González define a la región desde el enfoque de las áreas culturales y la denominará Sierras Centrales, abarcando Córdoba y San Luis, unificada por criterios ambientales y culturales, de límites espaciales fluctuantes en el tiempo, en un esquema geográfico cultural de vigencia aún hasta hoy (González y Pérez, 1972; González, 1977). Es indudable que los esquemas organizativos del espacio cultural sudamericano han influido notablemente en esta delimitación regional. Se reproducen la centralidad andina y la unidireccionalidad Norte-Sur de los movimientos poblacionales y de difusión cultural. Esta es una idea presente ya en los relatos de los conquistadores españoles, quienes escriben sus crónicas en continua comparación con el mundo quechua parlante que conocían. ¿Por qué miramos alrededor? Según el mismo Serrano, la región tiene elementos caracterizantes propios que le permiten hacer el inventario sistematizado de su cultura

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material y caracterizar una etnia o pueblo local (Serrano, 1945). Hay un pasado con profundidad en el tiempo que se remonta hasta 8000 años atrás, como pudo demostrar González (1960). Sin embargo, para ambos autores los orígenes y las causas del cambio son alóctonas. Nos preguntamos: ¿esta mirada andino-céntrica es producto de pre-conceptos, de las propiedades del registro o de un estado de conocimiento?; ¿por qué si las referencias a lo andino son tan frecuentes como las referencias al litoral, los aborígenes de nuestra región son considerados como vinculados culturalmente con la primer región y no con la segunda?, ¿por qué si el registro arqueológico cerámico es estilísticamente tan similar al de las costas del Paraná, se mira hacia los Andes como origen y al Litoral como influencia o interacción?, ¿por qué los aborígenes de Córdoba no son la facie serrana de los indígenas del bosque chaquense de la llanura, pese a que su ambiente, economía y asentamientos son más afines a los de éstos que al de los primeros?, ¿por qué es preferible que sean andinos marginales, o relictuales de estadios anteriores, que chaquenses? Algo distinto sucede con las conceptualizaciones arqueológicas para el Sur de Córdoba, donde la mirada es más afín con las regiones Pampa y Patagonia que con la región Noroeste, como lo plantean Austral y Rocchietti en sus trabajos (1995a y 1995b). ¿Es posible que la proximidad física a entidades con una definición cultural y material clara, y quizás respondiendo a un imaginario existente – como son los incas en cuanto al máximo de orden y progreso americano, y los pampas como exponentes de salvajes e indómitos – influya en la dirección de nuestras miradas, hacia donde buscamos nexos o paralelismos?2 Creemos que aquí conviven dos planos simultáneos en la interpretación: uno que asocia complejidad y calidad tecnológica con desarrollo cultural, y otro que asocia desarrollo cultural con capacidades humanas. A ellos se le suman dos procedimientos inferenciales distintos, la comparación y la analogía, y dos escalas de análisis diferentes, lo regional y lo extraregional que, combinados con los planos teóricos, dan una matriz de relaciones. En un primer plano, si se piensa al registro arqueológico como la manifestación material de un grado de desarrollo o de la complejidad cultural del grupo que lo generó, éste pareciera tan limitado, homogéneo, con poca variabilidad y complejidad, escasa habilidad técnica, relativa carga estética que, comparativamente, remite a pueblos con un desarrollo inferior a los del NOA (aunque superior a los de más al Sur). En un segundo plano, grupos humanos en un estadio poco avanzado no podrían haber desarrollado su «patrimonio» sin la ayuda de otros de mayor desarrollo, en este caso las culturas agroalfareras andinas. Se utiliza un método comparativo que, partiendo de una primera clasificación morfológica de los objetos arqueológicos, y luego funcional, busca en la similitud con otras regiones las explicaciones de sus orígenes y los vínculos culturales que explican el esquema teórico de desarrollo local. La comparación es siempre en una escala extraregional, ya sea para los grupos agroalfareros en Serrano o para los portadores de las puntas Ayampitin en González, mientras que los análisis a escala regional y local se centran en las distribuciones espaciales – como en las divisiones regionales de Serrano - no comparando las clases de objetos entre sí, sino su presencia o ausencia. Esta perspectiva teórica implica que la dinámica del cambio debe ser impulsada desde afuera, ya sea por difusión o directamente por invasión o reemplazo poblacional, tal como considera González para los cazadores recolectores de Ayampitín y los de Ongamira, o Serrano para las poblaciones anteriores a sus comechingones.

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Un modelo similar es empleado en los estudios bioantropológicos: la región es un espacio propio, pero poblado por otros. La historia biológica es una historia de reemplazos raciales, no de mestizajes ni de evolución local (Marcellino y Colantonio, 1993; Serrano, 1945). En el análisis de otras dimensiones no materiales se recurre a la analogía etnográfica, o mejor dicho, a la homología etnohistórica. La interpretación de las culturas locales se complementa con datos tomados de fuentes históricas utilizadas como descripciones etnográficas a partir de la comprobación de la coincidencia geográfica y toponímica entre lo descrito y lo observado, en una escala que va desde lo extra-regional de las crónicas generales a lo local de documentos post-conquista. En las fuentes etnohistóricas se encuentra una constatación de los esquemas teóricos, en tanto los conquistadores y colonizadores también reproducen una perspectiva basada en la comparación con la región andina central y con el conocimiento de su propia sociedad de origen. No es sólo el registro arqueológico material que apunta a una clase de seres humanos, sino que hubo una mirada que lo documentó. Desde el inicio de la conquista y colonización del territorio, las fuentes «crean» la región, la distinguen de otras y la identifican como particular, tanto por sus cualidades geográficas como por las características culturales, raciales y lingüísticas de sus pobladores originarios, dándole denominaciones étnicas como Comechingones y Sanavirones, principalmente.

El tiempo La ausencia de cronologías relativas o de secuencias tipológicas en la arqueología de Córdoba plantea el tema de cómo la concepción del tiempo y la cronología disponible influyen en la construcción del pasado. Como sostienen Whittle y Bayliss (2007), la falta de estimaciones cronológicas pueden alterar nuestra percepción del cambio, sobre su modalidad y, por ende, las sociedades que estudiamos (Laguens, 2004). Si bien los trabajos de González en Olaen, Intihuasi y Ongamira establecieron una secuencia para los grupos cazadores recolectores o «precerámicos», es como si de todos modos el proceso histórico se dividiera en dos grandes bloques: un bloque tiempo correspondiente a los cazadores recolectores, sea al hombre fósil de Serrano (1945) o al de Aníbal Montes (1960), al Período Paleolítico de Outes (1911) o el de la culturas precerámicas de González (1952, 1960), y otro bloque correspondiente a las sociedades agroalfareras, sean los Comechingones de Serrano o de Montes, los pueblos del Período Neolítico de Outes (1911), los aborígenes de las crónicas o los sitios «tardíos» (Berberián y Roldán, 2001; Pastor, 2003). Cada bloque es tratado de manera distinta e implica dos maneras de concebir el pasado y las personas. El tiempo precerámico es el del hombre primitivo, se asocia con escalas areales, e implica un modo particular de trabajo de campo y gabinete – de filiación con las ciencias naturales y estratigráficas, con excavaciones extensas y sistemáticas – y donde la cronología es un problema. El tiempo agroalfarero es del hombre del Neolítico, se asocia con problemas locales e implica otro modos de trabajo de campo y gabinete – vinculado con la historia, con análisis de documentos y excursiones breves en el terreno (Bonnin, 2007; Guber et al., 2007). Los cazadores recolectores fueron habitantes de la prehistoria y los agroalfareros de la historia. Sobre estos se basan la conquista y la colonización, y marcan el contraste luego en la

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construcción de un mundo civilizado y moderno (Pérez Gollán, 2005). Si se concebía al registro arqueológico de la región como de poca variabilidad, ello dificultaba la realización de tipologías para luego ser ordenadas cronológicamente. Una excepción es el caso de las puntas de proyectil sobre cuya variación morfológica González construyó su clave de cambio, fósiles guía en la separación de dos momentos o etapas dentro del bloque temporal precerámico. Los cambios en los modos de vida de un bloque a otro no son un problema, ya que se asume que éstos son por migración, reemplazo o influencias (Bonnin y Laguens, 2000). ¿Qué supone esta visión del tiempo y qué consecuencias tendrá en la construcción del pasado y las personas? Aquí se ponen en juego una serie de creencias enlazadas sobre tiempo, espacio, cambio y culturas, de las cuales no podemos afirmar la prioridad de alguna sobre la otra. Nos preguntamos si se trata de concebir a las poblaciones locales como portadoras de una cultura conservadora; o bien es una cultura con pocas posibilidades intrínsecas y sujeta a las interacciones con otros; o bien es la pre-noción de un tiempo prehispánico corto, sin tiempo suficiente para un desarrollo. Serrano no explicita una preocupación por la cronología, ni tampoco expresa abiertamente una creencia en un tiempo corto. Su concepción del tiempo es más bien estadial, en cuanto las culturas arqueológicas representan supervivencias de tiempos pasados, coexistiendo en espacios distintos, o bien, extinguidas o reemplazadas en el mismo espacio. No es un tiempo cronológico sino un tiempo étnico y cultural. Se trata de un tiempo tipológico (Fabian, 1983:23), donde la distancia cultural es convertida en distancia temporal. No hay cronología, no hay una medición de eventos, sino una sucesión de estados, caracterizados por cualidades esenciales, que se distribuyen de manera diferente entre poblaciones en el espacio, incluyendo estas cualidades tanto la cultura material como la morfología o tipo biológico3. La mayor o menor antigüedad de las culturas se establece entonces a partir de la riqueza relativa de su «patrimonio» y de las características físicas, a la manera del modelo de la escuela históricocultural: sobre un primer estrato más antiguo, que es el del hombre fósil y los cazadores recolectores, hace aproximadamente 2000 años se establece una civilización, la andina4, origen de diversas manifestaciones regionales (Serrano, 1945:23-24), entre ellas, la comechingona. Como el tiempo va indisolublemente atado al espacio, al caracterizar las sub-regiones de Córdoba, Serrano distingue un estrato más reciente, que se manifiesta en la zona norte de la región, vinculado a través de la cerámica local (comechingón) en un «fondo cultural» común con Pampa Grande, Candelaria y lo que hoy llamaríamos Las Mercedes y Ciénaga; y un estrato antiguo sanavirón, con fuerte influencia andina, que llega hasta la conquista y ocupa norte y centro de la región5, en lo que pareciera entenderse como dos etapas dentro del tiempo agroalfarero. Rex González, con su preocupación por las cronologías culturales, junto con Aníbal Montes, aplica el método estratigráfico y el cuadriculado en el terreno por primera vez en Ongamira y luego en Intihuasi, revirtiendo la concepción del tiempo que había planteado Serrano. No sólo significó profundidad temporal para la historia local, sino que implicó una lectura distinta del registro arqueológico, en tanto éste encerraba cronologías. El tiempo de la cronología absoluta de González es un tiempo físico (Fabian, 1983:22), objetivo, natural, no cultural, inicialmente vacío, donde se anclarán los eventos históricos, antropológicos o culturales, que el arqueólogo develará con sus métodos, descubriéndolo (Gnecco, 1999:91), dándole contenido y un sentido de sucesión y cam-

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bio. Si bien González enriqueció sustancialmente la concepción de los cazadores recolectores al inventariar otros elementos que no fueran las armas y al considerar el registro faunístico en sus análisis, su concepción no dejó de ser esencialista, en tanto consideró a Ayampitín y Ongamira como dos culturas distintas, donde la segunda no sólo sucedía en el tiempo a la primera, sino que la reemplazaba a partir de un proceso migratorio (González, 1960:119). Reaparece cierta noción estática de las causas que forman el registro y la poca capacidad de cambio de las sociedades locales, las que no evolucionan por una génesis propia, sino por fuerzas externas. No hay procesos sino discontinuidades temporales. La mayor sería aquella entre grupos cazadores recolectores y agroalfareros. Los cazadores recolectores de Ongamira serán reemplazados por poblaciones andinas, que luego representarán de manera relictual una cultura andina elemental o empobrecida (la «cultura primordial» propuesta por De Aparicio, 1939; González, 1977). De este modo, si bien el tiempo físico se prolongó, fue subdividido en dos bloques menores que volvían a repetir las mismas propiedades generales de la región. Hallamos en ambas concepciones del pasado una misma idea en cuanto a la forma del cambio cultural. Las sociedades son reemplazadas por otras, resultando una historia local de sucesión de invasiones y reemplazos. Como sostiene Gnecco (1999:63), se trata de un discurso catastrofista que presupone la desaparición definitiva de los pueblos, su desintegración en el tiempo y en el espacio, y que solo será integrable a través de la arqueología y sus textos. La historia de las sociedades indígenas de las Sierras Centrales, desde los inicios hasta la misma conquista, supone un destino fatal de invasión y colonización por sociedades progresivamente superiores, el que termina caracterizando a las poblaciones locales, a la par de justificar el colonialismo occidental. La concepción del tiempo en bloques homogéneos pareciera haber continuado en muchos escritos hasta hace relativamente poco tiempo. Las nuevas dataciones radiocarbónicas y el uso de modelos centrados en procesos han producido algunas precisiones y comenzado a revertir esta situación y, aunque de manera general se sigue distinguiendo dos etapas principales contrastantes, se ha comenzado a plantear la existencia de procesos de desarrollo local y no sólo de reemplazos poblacionales. Una excepción que maneja otra idea de tiempo y de personas son los trabajos de la zona austral de nuestra región (Austral y Rocchietti, 1995a), donde se plantea un proceso con continuidad entre los cazadores recolectores sin cerámica y los grupos que la incorporan posteriormente; o en nuestro propio esquema donde planteamos la posible existencia de una etapa de experimentación y transición hacia la agricultura (Bonnin y Laguens, 2000), y entendemos a la continuidades materiales en el registro arqueológico a lo largo del tiempo como una estrategia con toma de decisión, de elecciones sociales, en el marco de situaciones evolutivamente estables (Laguens, 1999). Criterios similares han sido seguidos por Berberián y Roldán para su esquema del desarrollo regional (Berberián y Roldán, 2001).

Las personas Teniendo en cuenta las concepciones del espacio y del tiempo que han contribuido a construir los pasados regionales, retomamos la preocupación inicial en torno a qué tipo de persona habitaba esos distintos pasados. Algunas ideas ya fueron adelantadas por cuanto es imposible separar estas tres dimensiones como ámbitos excluyentes, ya que definen un estrecho y heterogéneo entramado de conceptos, juicios, y representa-

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ciones. De acuerdo a qué bloque tempo-cultural nos refiramos, las características de las personas serán distintas. Los cazadores recolectores de la etapa precerámica corresponden a grupos de menor desarrollo, más bien primitivos, más próximos a la naturaleza cuanto más nos alejemos en el tiempo. El caso extremo es el de Aníbal Montes, para quien los congéneres del hombre fósil de Miramar eran salvajes caníbales y carroñeros (Montes, 1960). Según González (1960), los cazadores recolectores de Ayampitín, si bien más evolucionados que los anteriores, son absorbidos por un grupo migrante más desarrollado, que los termina reemplazando. Y éstos, de tradición Ongamira, aún con otra tecnología de caza, no sobreviven a la invasión andina que habrá de reemplazarlos o aculturarlos (Serrano, 1945, Marcellino y Colantonio, 1997). La reconstrucción de Serrano sobre los Comechingones, respondiendo a una estructura análoga a la del pensamiento histórico-cultural, aunque no siéndolo, logra una tipologización que los fija culturalmente en el tiempo, ya sea como primitivos, marginales, inferiores, tribus, pueblos, ándidos, fuéguidos, entre las categorías más usadas. Esto no hace más que generar y reproducir las diferencias, universalizando modos de vida y categorías jerarquizantes de grupos humanos. El esquema bipartito en bloques proporciona una imagen de seres pasivos sin posibilidad de agencia. Esta imposibilidad de la agencia de algún modo justifica la falta de investigaciones sobre las formas de resistencia, pese a menciones aisladas al respecto, como la historia del cacique de Ongamira frente a los españoles o de los pueblos de indios del Valle de Copacabana (Bonnin y Laguens, 1999; Laguens, 1999). Los enfoques procesuales – más allá de las conocidas limitaciones de corte positivista y la noción uniformitarista de un hombre racional – han contribuido a dinamizar parcialmente la imagen de los indígenas, ubicándolos en contextos en los que toman decisiones, ejecutan estrategias, evitan el riesgo, tienen conductas oportunistas, expeditivas, etc. (Laguens y Bonnin, 1987, Laguens, 1999). Pero, además, así como la arqueología construye los habitantes del pasado, del mismo modo los extingue. Ya Outes en su síntesis regional da por extinguidos a los Comechingones, aunque con posibilidades de poblaciones relictuales en el NO de Córdoba (Outes, 1911). Serrano lo da por sentado y para otros no es un problema, es un dato. Para la historia, los indígenas de la región se convierten en los «indios de Córdoba», y se suman a los análisis como una casta del mundo colonial. Sin embargo, desde las perspectivas actuales, los documentos y el registro arqueológico, apuntan una historia con persistencia indígena. Los pueblos de indios seguirán vigentes hasta el siglo XIX, convirtiéndose en espacios para el desarrollo de estrategias sociales de integración con otros grupos sociales, como los esclavos, con quienes resisten frente a la adversidad y la injusticia del sistema colonial y luego el orden nacional (Laguens, 1999). En esas instancias perderán la identidad étnica y el reconocimiento de sus derechos, y se dará una situación de invisibilidad como grupo, en un proceso del que parecen estar emergiendo recién en nuestros tiempos gracias a las acciones de lucha y reclamos de los propios pueblos originarios. Los relatos fundacionales que dan sentido y estructuran las identidades étnicas actuales en muchos casos proceden del campo científico académico arqueológico. Antonio Serrano instaló las entidades étnicas que perduran hasta la actualidad en el imaginario popular que identifica a los indígenas de Córdoba: comechingones y

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sanavirones, principalmente. Su narrativa ofreció la ventaja de compensar lo estático de la reconstrucción arqueológica con el dinamismo aportado por el dato etnográfico hallado en las fuentes etnohistóricas. Ello les insufló características vitales que los acercaron más a personas reales, no sólo imaginadas o reconstruidas. Posiblemente en eso resida la difusión y rápida aceptación que tuvo su obra y que perdura en nuestros días como parte del discurso más extendido sobre la prehistoria de la región. Los Comechingones, al igual que el Nomenclador Cordobense de Toponimia Autóctona de Montes (1950 y 1957), es una obra de intensa consulta y referencia para las comunidades interesadas. Serrano fue un profesor egresado de una escuela normal que a lo largo de sus investigaciones siempre tuvo la inquietud de la difusión de los saberes. Particularmente como director del Instituto de Arqueología, Lingüística y Folklore (1941-1957; 1967-1972) siempre estuvo preocupado por la responsabilidad de la universidad en la divulgación del conocimiento con el fin de aportar a la cultura popular y a la educación (Bonnin, 2007). En las zonas centrales y norte de la provincia de Córdoba se están dando procesos de construcción de identidades étnicas colectivas. En ese marco, la arqueología es utilizada para proveer conocimientos sobre el pasado por los grupos que tradicionalmente han estado subordinados y que necesitan hoy legitimar una existencia jurídica e histórica. Esto les proporciona armas de poder y autoridad histórica, las mismas que tradicionalmente poseyó el grupo dominante (Gnecco, 1999:72). Los restos materiales muebles e inmuebles así como fechados radiocarbónicos le otorgan existencia «real» en un pasado que se puede medir en tiempo cronológico similar al de la historia nacional, al tiempo que los ubica en un espacio determinado. En esta línea se han apropiado del discurso legal colonial, recuperado y organizado por la etnohistoria y la misma arqueología que interpreta los hallazgos a partir de las lecturas de las crónicas y los documentos administrativos coloniales (autores tales como Cabrera, Montes, Serrano). También la Antropología Biológica, a través de análisis de ADN, aporta información y categorías como los linajes de consanguinidad, que son reinterpretados como indicadores de la ancestralidad indígena pero que al mismo tiempo brindan un elemento de indudable validez científica para probar la cualidad de «ser pueblo originario». Estos elementos resultan de utilidad para el fortalecimiento étnico y la legitimación ante el estado (Gnecco, 1999:73), es decir tanto hacia adentro como hacia fuera de la organización. El caso de La Higuera (Departamento Cruz del Eje) es significativo como ejemplo de la elección de la antigüedad en la ocupación del territorio, aproximadamente 8000 años basándose en los trabajos de González, como factor definitorio de su arraigada ancestralidad local, pero al mismo tiempo estableciendo como fecha de fundación del pueblo el Día de la Pachamama (1 de Agosto). Esto último nos lleva a preguntamos si, de manera similar a la recurrente mirada científica buscando explicaciones en lo andino, los pueblos originarios locales que se hallan en un proceso de resignificación e «insubordinación postcolonial» (Gnecco, 1999), y que han perdido sus horizontes míticos y culturales originales, recurren a esas otras tradiciones culturales más firmes como la de los Andes centrales, en términos de referentes históricos, prácticas y medios discursivos (Gnecco, 1999:60), debido a que ya cuentan con un reconocimiento social en contextos de la cultura dominante, tales como la práctica de las ofrendas a la Pachamama, la relación con la naturaleza o la cosmología incaica.

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Conclusiones Morita Carrasco (2000) considera que al menos existen en el imaginario colectivo de los argentinos, tres imágenes contemporáneas cotidianas sobre los indígenas: la del indio estatua, la del salvaje indómito y nómada y la de la ausencia indígena6. El indio estatua remite a una imagen de ser de la naturaleza, como habitante del monte, de las selvas o de las montañas, lugares donde reside la pureza de la humanidad. El salvaje indómito es el nómada, culturalmente inferior, que debe ser civilizado, asimilado a la cultura. La ausencia indígena se relaciona con el «crisol de razas» que habría borrado todas las diferencias, en una supuesta unidad racial, cultural y lingüística. El conjunto de estas representaciones impone la idea de un indio genérico que contrasta con el poblador criollo y los pobladores locales (Carrasco 2000:14-15). Pareciera que los pasados construidos por las categorizaciones de la arqueología regional sostienen cada una de estas imágenes, en un inter-juego entro lo espacial y lo temporal. El indio estatua corresponde en parte al bloque temporal más lejano, pero en parte también al modelo Comechingón, habitante del monte, en un paraíso perdido, serrano, pero un indígena con conocimientos suficientes para vivir en aldeas, hacer cerámicas, cultivar. Por su parte, el indio indómito se asocia inmediatamente con el sector austral, más salvaje, más lejos de la civilización, así como con los cazadores recolectores, más lejanos en el tiempo, domesticados por los andinos. Pero ambas imágenes del pasado se fusionan en un indio ausente y genérico, que aunque negado, conserva la pureza de lo natural. Antonio Serrano y Rex González han creando dos pasados, con algunos puntos en común y algunas diferencias, respondiendo a intenciones disciplinarias distintas. Estos dos pasados, sumados a los nuevos pasados en construcción por todos nosotros en la actualidad, coexisten en los medios extra-académicos de distinta manera, de las cuales señalamos tres a partir de nuestra experiencia: como parte de un imaginario, en la construcción de identidades individuales y colectivas, y en el reconocimiento de una ancestralidad arraigada en lo local.

Notas 1

Muchos arqueólogos, inclusive, llegan a sentirse hasta los dueños del pasado o, al menos, las únicas voces autorizadas a hablar sobre el mismo, justificando su conocimiento como verdadero a partir de su metodología de adquisición y, por ende, convirtiéndolo en auténtico. La labor arqueológica llevaría de por sí implícita un compromiso y una contribución a las comunidades indígenas, quienes sería de esperar que incorporaran nuestros descubrimientos y contribuciones como recuperación de un mundo que se fue.

2

Podríamos decir que ya nos aproximamos a dos modelos que conviven: el de la línea de Serrano para el sector serrano, y el de la línea de Austral para el sector austral.

3

«Estamos en presencia de pequeñas áreas co-existentes dentro del habitat u culturas comechingón. Creemos que no puede afirmarse lo mismo con respecto a los hallazgos de Montes en Ongamira y Ameghino en el Observatorio donde parece constatarse un estrato más antiguo, con elementos culturales más pobres, cuyos portadores serían tribus de cráneo dolicocéfalo. Sobre la estratigrafía de los yacimientos y el tipo antropológico es sobre lo que habría que afianzar la diferenciación de estos hallazgos. La pobreza cultural y la ausencia de alfarerías, tomado aisladamente, no nos parece

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argumento de mucha validez pero sí la presencia de ciertos instrumentos como las puntas cónicas de hueso (fig. 235) y las embotantes (fig. 234). Vislumbramos que estos hallazgos incluyendo el tipo antropológico que lo acompaña, constituye el estrato protohistórico más antiguo del territorio cordobés» (Serrano, 1945:74). 4

«Esta raza [ándida] se establece en el territorio referido en una época muy antigua, pero no mucho más allá de los albores de nuestra era, desalojando a los primitivos pobladores, que lo fueron pescadores o recolectores pertenecientes a otras dos razas americanas, la fuéguida y la láguida» (Serrano, 1945: 23-24, énfasis original).

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«Nos imaginamos así a la las llanuras santiagueñas y norte de Córdoba ocupadas por un pueblo de tejedores de redes y cestas, quizás no agricultor. Corrientes andinas de cultura superior ocuparon con posterioridad el dominio de estos primitivos, aculturando elementos del pueblo dominado. Vestigios de este pueblo fueron los reducidos núcleos de sanavirones que encontraron los españoles» (Serrano, 1945:78).

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Carrasco sostiene que «La imagen del indio estatua incluye a la del indio como ser de la naturaleza, más cerca de la animalidad que de la humanidad, primitivo testimonio de la edad de piedra o de la del bronce. Una certeza que nos remite al indio como habitante del monte, de las selvas o de las montañas, en aquellos lugares donde reside la pureza de la humanidad. […] La noción del salvaje indómito, nómada y, por lo tanto, culturalmente inferior, se vincula con los mandatos civilizadores. Se ve al indio como un ser que guiado espiritual y materialmente podrá incorporarse al proceso civilizatorio de la Argentina deseada. Después de todo, y a pesar de cierta fascinación por la naturaleza del indio, es saludable el hecho de haberlo pacificado, domesticado, cultivado y asimilado. […] La noción de la ausencia indígena se relaciona con el celebrado «crisol de razas» que habría borrado definitivamente todas las diferencias a favor de una supuesta unidad racial, cultural y lingüística. Finalmente, el conjunto de estas representaciones termina por imponer la «certeza» de que existe un indio genérico que contrasta en bloque con el poblador criollo, el descendiente de «criollos viejos», el descendiente de inmigrantes (pasados y presentes) y el descendiente de los, también ausentes, negros. La gente no percibe ni tiene interés en reconocer diferencias culturales ni desigualdades históricas tras ese `indio genérico´» (Carrasco, 2000:14-15).

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Poblamiento humano temprano en la Sierras de San Luis: Estancia La Suiza* Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario Museo de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba- CONICET Contacto: [email protected]; [email protected]; [email protected]; [email protected]

El problema del poblamiento inicial del sector austral de las Sierras Pampeanas, en las provincias de Córdoba y San Luis, es un tema que ha despertado nuestro interés a partir de concebir a la región en términos espaciales y sociales más amplios que el de la región arqueológica de las Sierras Centrales (Laguens et al. 2007a, Laguens, 2006). Si se considera por un lado que, como espacio geográfico, no tiene una solución neta en su continuidad con otros espacios geográficos circundantes, como las tierras bajas y pampas sudamericanas; y por otro que, desde el punto de vista de las comunidades humanas, estas regiones circundantes fueron escenarios de procesos de poblamiento desde fines del Pleistoceno, con ciertas estrategias y modos de vida en común que trascienden las particularidades locales de distintos ambientes, es dable pensar entonces que, en dicho momento, el sector geográfico de nuestro interés haya sido parte de los mismos procesos humanos de movimiento poblacional de escala subcontinental que abrieron la puerta al poblamiento humano, colonización y posterior diversificación de gran parte de Sudamérica. Con estas ideas en mente, desde el 2001 estamos llevando a cabo un proyecto acerca del poblamiento humano durante la transición Pleistoceno-Holoceno en las provincias de Córdoba y San Luis, donde nos interesa investigar los procesos de poblamiento y colonización del área central del territorio argentino a partir de la información proporcionada por la arqueología, la antropología física y la genética molecular, de manera interdisciplinaria (Fabra et al., 2005; Laguens et al., 2007a). Partimos de dos grupos de hipótesis, aquellas referidas al poblamiento, entendido como proceso migratorio y de colonización, y aquellas referidas a la evolución local de las poblaciones, una vez asentadas en la región de estudio. En cuanto a las referidas al poblamiento, sostenemos que el ingreso de poblaciones humanas al sector austral de las Sierras Pampeanas habría comenzado en el límite Pleistoceno-Holoceno, a través de vías de menor costo que toman como eje los ríos de llanura, en dirección general E-O (para la actual provincia de Córdoba) y sur sureste (para la provincia de San Luis), relacionado con la búsqueda de condiciones ambienta-

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les más favorables y vinculado a los desplazamientos de la megafauna hacia los pastizales de las pampas de altura en un contexto ambiental cambiante hacia condiciones más húmedas y cálidas, no tan propicio para las especies animales típicamente pleistocénicas. En cuanto a las hipótesis referidas a la evolución local, creemos que una vez colonizado el territorio, los grupos humanos ocuparon diversas unidades ambientales, sufriendo procesos de diversificación cultural que generaron regionalismos identificables arqueológicamente. Sin embargo, a pesar de la diversidad cultural entre las distintas sub-regiones, no existió entre ellas una variación biológica significativa, como consecuencia de su origen común reciente y/o de un sostenido flujo genético entre las sub-poblaciones (Demarchi et al., 2005).

Antecedentes sobre el tema a nivel regional Los primeros trabajos sobre el poblamiento de las Sierras Centrales fueron realizados a fines del siglo XIX por Ameghino. Durante la primera mitad del siglo XX, diversos investigadores, como Outes, González o Serrano, propusieron una colonización de las Sierras Centrales desde la región Andina Central, mientras que otros, como Canals Frau, sugerían que el poblamiento se habría realizado desde la región de Cuyo, en función de las similitudes craneométricas entre ambas poblaciones (ver más detalles en Laguens, 2006). Investigaciones más recientes realizadas desde la bioantropología han sugerido la existencia de dos o tres etapas en la evolución biológica de estas poblaciones (Cocilovo, 1984). También se ha propuesto el mantenimiento de rasgos propios de una antigua corriente pobladora, debido a un fuerte aislamiento biológico y cultural de las mismas, si bien compartiendo semejanzas morfológicas con grupos patagónicos (Marcellino y Colantonio, 1993). Han sido propuestos tres escenarios posibles para la colonización de la región: 1) según la evidencia climática y arqueológica, una ruta posible sería por el Noroeste, siguiendo los ríos Dulce y Salado; 2) otra ruta, por el Noreste, desde el Sudoeste de Brasil –en concordancia con los hallazgos arqueológicos más antiguos para Sudamérica encontrados hasta la actualidad– siguiendo los ríos Paraná y Carcarañá, finalmente 3) una migración desde el sur, de Patagonia y Pampa; es decir, se plantean todas las vías posibles (Marcellino, 1992). Los datos que aporta la arqueología desde la bibliografía, no son muy claros con respecto al poblamiento inicial del sector austral de las sierras pampeanas: es poco lo que sabemos acerca de cómo fue el proceso de poblamiento y colonización, y si hubo coexistencia o no de poblaciones humanas con fauna extinguida, típicas del Pleistoceno e inicio del Holoceno, como sucede en regiones aledañas, como las Provincias de Buenos Aires y Mendoza. Sin embargo, hay varios hallazgos muy sugerentes, conocidos en la literatura (como los de Ameghino en el Observatorio, Castellanos en Candonga o Montes en Miramar) que, aunque de registros e interpretaciones muy discutibles brindan un poco de luz sobre ello y dejan abierta la posibilidad de su confirmación a través de nuevas investigaciones (Laguens, 2006). En particular con respecto a San Luis, en la localidad de Sayape, al Sur de la ciudad de Villa Mercedes Luis, en el primer cuarto del siglo XX Greslebin encontró una serie de 28 yacimientos donde considera la existencia de asociaciones de fauna extinguida y artefactos (Greslebin, 1928). Se trataría de varios sitios con asociaciones de megafauna, artefactos líticos, junto con escasos y pequeños restos óseos humanos. Los sitios se

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ubican en una zona actualmente semi-árida, en el fondo de una serie de bajos entre médanos, en un paisaje natural caracterizado por dunas y pequeñas lagunas formadas al aflorar la napa freática. Aparentemente, de acuerdo a las observaciones de campo de Greslebin, hechas junto con Joaquín Frenguelli y Lorenzo Parodi, los materiales guardarían aún sus relaciones originales dentro de la matriz sedimentaria, expuesta entonces por la deflación, lo que les permitió asegurar su indudable asociación en un viaje conjunto al campo (Greslebin, 1928:304). En dos parajes, Greslebin encontró lo que serían los restos de un pequeño taller, junto con huesos fósiles de animales extinguidos. En otros casos, encontró restos de megaterio junto con artefactos de las mismas clases que había encontrado asociados a cinco pequeños fragmentos de cráneo humano en otro sitio, los que presentaban el mismo tipo de fosilización al de un megaterio de otro yacimiento (Greslebin, 1928:305). En una especie de razonamiento transitivo, estas recurrencias y similitudes lo llevaron a postular la contemporaneidad de humanos y el megaterio en la localidad de Sayape. Unos 70 km al Sur de estos sitios también encontró restos de megaterio y, a aproximadamente tres metros dentro de la misma excavación, recuperó dos puntas de flecha -que no describe- que también consideró no removidas.

Re-pensando el problema Una de las re-interpretaciones que resulta sugerente con respecto a estos hallazgos es considerar que se tratase del registro de los encuentros iniciales de los primeros pobladores en una etapa de conocimiento y colonización incipiente, coincidente con los últimos momentos de existencia de la fauna pleistocénica, ya en vías de extinción. Partimos de dos hipótesis, una referida a estrategias de movilidad entre cazadores-recolectores, y otra ambiental, referida a los movimientos migratorios de megafauna en el Holoceno. Con respecto a la primera, seguimos la propuesta y resultados de Anderson y Gillam (2000), quienes sostienen que, en una escala global del paisaje, es más probable que en un proceso de colonización los grupos humanos se trasladarían por las vías de tránsito más fáciles, con menor costo de movimiento y que, a su vez, les brindaran ciertas expectativas de encontrar alimentos y otros recursos necesarios, como son las márgenes de los ríos, las planicies o las líneas costeras, de baja pendiente y pocos obstáculos. A partir de esto, nuestra idea principal sostiene que en el límite Pleistoceno-Holoceno, desde el Este de la región, se comienza a producir el ingreso de poblaciones humanas al actual territorio de las Provincias de Córdoba y San Luis a través los ríos de la llanura, los que actuando como corredores ambientales, en tanto espacios que vinculan distintos paisajes o distintos parches ambientales (Laguens, 2006), también pudieron funcionar como de vías de menor costo. Desde el punto de vista de la ecología del paisaje, los corredores funcionan como atractores y expulsores de especies animales y vegetales, por lo cual es muy probable que los ríos de la llanura oriental de las sierras hayan resultado también vías de desplazamiento para la megafauna en su búsqueda de condiciones ambientales más favorables en la transición hacia el Holoceno, como las pampas de altura en el Oeste, más frías y con abundantes pastizales de altura (Laguens et al., 2007c). Este ingreso inicial de poblaciones humanas se habría producido como una opción migratoria a partir de la fisión de grupos que, continuando una ruta principal de migración en dirección Norte-Sur, habrían de terminar asentándose en la Pampa bonaerense y Patagonia. Al respecto, resultan interesantes los resultados obtenidos a través de estudios bioantropológicos basados en el análisis de variaciones morfológicas

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craneales donde pudimos ver, mediante análisis de correlación de matriz y cluster análisis, que los habitantes ancestrales de estas sierras muestran similitudes morfológicas más cercanas con las poblaciones de Patagonia y Tierra del Fuego que con los de otras regiones (Fabra et al., 2005)1. Las vías con más posibilidades de tránsito hacia las Sierras Pampeanas del sur son las cuencas de los ríos Carcarañá y Tercero en la llanura oriental, satisfaciendo los requerimientos de la hipótesis: menor costo y oferta de recursos, teniendo en cuenta las condiciones ambientales de finales del Pleistoceno e inicio del Holoceno. Existe la posibilidad que el río Cuarto también haya funcionado como una vía alternativa, aunque los datos geológicos indican que entre el 9.000 y el 3.500 A.P. aún no confluía con el Tercero para formar el Carcarañá (Carignano, 1996). Con respecto al paleoambiente, en base a estudios geomofológicos se ha planteado que el clima imperante en la región durante el Pleistoceno final (30.000 a 9.000 años AP), habría estado signado por una extrema aridez, siendo frío aunque con gran estabilidad; luego el clima cambió, tornándose más cálido y húmedo (entre 9.000 y 3.000 años AP) (Carignano, 1996). En este contexto general las pampas de altura de Córdoba, habrían mantenido por más tiempo condiciones ambientales pleistocénicas, en comparación con las regiones latitudinales equivalentes (Cioccale, 2002). Allí se habrían replegado los grandes mamíferos cuaternarios, buscando sitios más favorables para su supervivencia, con condiciones relativamente más húmedas y frías, en un ambiente de pastizales, lagos y pantanos (por lo menos estacionalmente) (Laguens et al., 2007). Dataciones recientes en el sitio El Alto 3, un abrigo en la Pampa de Achala, Córdoba, con 9790 ± 80 años AP (LP-1420) y 11.010 ± 80 años AP (LP-1506) (Rivero y Roldán, 2005) presentan un contexto estratigráficamente anterior a Ayampitín – cuyas ocupaciones más antiguas datadas hasta ahora en la región eran de 8.000 años de antigüedad (7.970 ± 100 años C14 AP y 8.068 ± 95 C14 AP) (González, 1960) – estarían confirmando nuestra hipótesis de una presencia humana efectiva hacia fines del Pleistoceno en el Este de la región, antes que en el Oeste y justamente en zonas de pastizales de altura, con una datación que a la vez aumenta las probabilidades que haya habido coexistencia humana con fauna extinguida (Laguens, 2006). Con todo, el descubrimiento reciente de puntas de proyectil cola de pescado y las características de los contextos tecnológicos asociados, en la localidad arqueológica de Estancia La Suiza, en el centro-este de la Provincia de San Luis (Laguens et al., 2007a y b), confirmarían la presencia humana temprana en la región, abriendo nuevas expectativas en cuanto al poblamiento fini-pleistocénico de la región, desafiando nuestras expectativas y generando nuevas hipótesis.

Estancia La Suiza Con la denominación de localidad arqueológica de Estancia La Suiza queremos describir un conjunto de alrededor de una decena de sitios arqueológicos de propiedades similares, diseminados en un radio de aproximadamente 2 km alrededor de un arroyo temporario, Arroyo Tilquicha, y su confluencia con el Río El Tala, ubicados entre el faldeo Este de la Sierra de la Estanzuela, en las cercanías de la localidad de Villa del Carmen (Departamento Chacabuco) y el piedemonte occidental de las Sierras de Comenchigones, aproximadamen-

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te a los 32° 56´ de latitud Sur y 65° 07´ de longitud Oeste, y a 942 m.s.n.m.m (Figura 1). Se trata en todos los casos de sitios al aire libre, la mayoría de ellos puestos hoy en evidencia por los procesos erosivos que sufre la región por la construcción de rutas y la agro-ganadería. Su presencia se detecta por la dispersión de materiales líticos o bien artefactos en los perfiles de las barrancas de los cauces temporarios. De particular relevancia son los hallazgos en el sitio Estancia La Suiza 1 (ELS, en adelante), donde se encontraron en superficie dos puntas «cola de pescado» o tipo Fell 12, así como los sitios ELS 2 y ELS 4, dos canteras de chert, ópalo y cuarzo aparentemente utilizadas como fuente de aprovisionamiento en dicha localidad; y el sitio ELS 3, donde excavaciones estratigráficas en marzo de 2007 han permitido avanzar en la comprensión del conjunto tecnológico lítico de estas ocupaciones (Laguens et al., 2007a y b, Sario, 2008). El sitio Estancia La Suiza 1 se halla a la izquierda de la Ruta Provincial Nº 22 que une Villa del Carmen con Naschel, caracterizado por la dispersión de material lítico en superficie. Se pueden distinguir dos sectores de concentración de materiales, aproximadamente a 30 m uno de otro, pudiendo ser el primero una continuidad del segundo, aunque aún no lo podemos afirmar con seguridad. El primer sector (ELS 1/a), se halla sobre la banquina, con procesos de erosión que han dejado al descubierto un nivel bastante continuo de tosca, con pendiente Oeste hacia el río, donde fue hallada una de las puntas cola de pescado (Figura 2a); el otro sector (ELS 1/b), se ubica dentro de el campo lindante, en un nivel 1,50 m más alto que el anterior, con procesos erosivos puntuales en formación por el tránsito de animales, con mejor conservación de los perfiles originales del suelo, donde se halló la otra punta en superficie (Figura 2b). Los restos obtenidos en recolecciones de superficie sistemáticas mediante transectas y unidades de recolección incluyen, además, instrumentos como raspadores, manos, cuchillos, unifaces, bifaces, preformas, lascas retocadas y fragmentos de núcleos (Figura 2). En las zonas con mejor conservación del suelo en ELS 1/b se realizaron 3 pozos de sondeo estratigráficos, cubriendo 3 m2 de superficies expuestas. El Sondeo 1 se realizó en el lugar de hallazgo de una de las puntas, hasta 0,70 m de profundidad, sin notarse alguna estratificación en particular; se recuperaron algunas lascas pequeñas y medianas hechas en los materiales locales. El Sondeo 2 se realizó sobre un sector con afloramientos de carbonatos en superficie, recuperándose algunos desechos líticos, sin una estratificación aparente. En el Sondeo 3 se determinaron dos unidades estratigráficas, donde se destaca, por la presencia de lascas y artefactos, el segundo estrato (UE 2, de 40 a 68 cm de profundidad desde la superficie), que fuera determinado como otra unidad por el cambio de coloración en el perfil hacia un pardo más claro que la unidad estratigráfica superior (UE 1, de 0 a 40 cm de profundidad), con un aumento de la proporción de la fracción arena en el sedimento. Los hallazgos son concordantes con las recolecciones en cuanto a materias primas y a las variedades de instrumentos. A 1,2 km al Oeste de este sitio se halló una cantera arqueológica (Sitio ELS 2), de una variedad de rocas silíceas de excelente calidad para la talla, entre ellas: chert, vulcanitas, ópalo y calcedonia y, en menor cantidad, otros materiales silíceos. A partir de cortes de lámina delgada de las variedades de rocas presentes en el sitio se determinaron tres clases de rocas3: una variedad de chert (antes publicada por nosotros como ópalo jasperoide (Laguens et al., 2006), una roca volcánica y cuarzo, un material abundante en todas las Sierras Pampeanas. El chert está compuesto por cuarzo, calcedonia y ópalo, con escasa

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proporción de óxidos-hidróxidos de hierro intersticiales. La roca volcánica, es muy silicificada, con plagioclasa, biotita y cuarzo (pasta) con venas de cuarzo y calcedonia; los cristales de cuarzo son mayormente de forma alargada y con una disposición o arreglo mayormente caótica. El cuarzo se halló en sus variedades cristalino y hialino. En distintos sectores del afloramiento se registraron concentraciones de materiales superficiales que incluyen núcleos, instrumentos y lascas. A 700 m al Sur de ésta, hallamos otra cantera de menores dimensiones, de cuarzo cristalino de tonalidades rosadas (sitio ELS 4) con una concentración de materiales superficiales que incluyen núcleos, instrumentos y lascas. El sitio Estancia La Suiza 3 (ELS 3) se halla a unos 180 m al Noroeste del sitio ELS 1, cercano al margen izquierdo del Arroyo Tilquicha, a la vera derecha de la Ruta Provincial N° 22. El sitio se descubrió a partir de una concentración de material lítico tallado, con abundantes objetos con reducción bifacial realizados en el chert local, aflorando en una pequeña cárcava paralela a la ruta, recuperados por el Museo de Tilisarao, Dr. Luis Gallo. La buena calidad y abundancia de material en alta concentración orientó la decisión de emprender una excavación en el sitio. Se excavaron 4 cuadrículas contiguas de 2 m por 1,50 m cada una (cuadrículas A hasta D), siguiendo los lineamientos del método estratigráfico de Harris, de acuerdo con los estándares establecidos por el Museum of London Archaeology Service (MoLAS, 1994). Se pudieron identificar 17 unidades estratigráficas (UE 1 a UE 17), desde la superficie actual hasta 1,40 m de profundidad, distinguiéndose 14 estratos y 3 cortes. Luego se continuó la excavación en un sondeo de 1 m por 1 m en el ángulo NE de la Cuadrícula C, hasta 1,88 m más de profundidad, determinándose la existencia de 3 estratos más (UE 18 a 21). En la Figura 3 se reproducen las unidades estratigráficas y en la Figura 4 el perfil en dos cortes Norte-Sur del sitio (paredes de las cuadrículas A y C, y B y D). Estas unidades estratigráficas fueron caracterizadas como: Unidad Estratigráfica 1: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas C y D, caracterizado por un suelo friable, de color pardo claro (5/5 YR/3 de la escala de Munsell; colores observados en seco), en la fracción limo, sin inclusiones. Su espesor es de aproximadamente 15 cm en el borde Norte de la cuadrículas C y D, y 5 cm en los afloramientos en los sectores centrales. Esta misma unidad es el estrato superior de las cuadrículas E y F. Unidad Estratigráfica 2: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A y B, correspondiendo a la superficie del sitio en estas cuadrículas. Se caracteriza por ser muy compacto, duro, de color pardo claro (5/5 YR /1 de Munsell), fracción limo arcilloso, de sedimento muy fino, tipo eólico, sin inclusiones. Aparece como un estrato continuo en su espesor, de aproximadamente 30 cm, después de los cuales se produce una especie de «media caña», de aproximadamente 40 cm de altura y 10 a 15 cm de profundidad. Esta media caña en algunos sectores aparece de color blanco, como afloramientos de sales o carbonatos. Unidad Estratigráfica 3: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas C y D. Se caracteriza por un sedimento muy suave, de color pardo claro (4/5 YR /2 de Munsell), en la fracción limo, sin inclusiones. Su espesor varía entre 5 y 6 cm en la parte central, hasta 15 o 20 cm en el extremo Este, y 12 cm en el Oeste. El estrato aflora en una cárcava poco profunda que se forma por acción del agua, con una pendiente Este-Oste. Se trata del relleno de una cárcava (UE 8) cavada sobre el

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estrato más duro (UE 1 y UE7), y luego rellenado con sedimento suelto. Unidad Estratigráfica 4: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A, B, C y D. Se caracteriza por un sedimento friable, suelto, de color pardo claro (5/7,5 YR/2 de Munsell), en la fracción limo, sin inclusiones. Presenta un espesor de 10 cm en la parte central, 0 cm en los laterales, por la forma de cubeta de la cárcava central (UE 9). Junto con la UE 1 sería el estrato más reciente, que estaría suprayaciendo a la UE 18, dejado al aire por la erosión hídrica y luego rellenado con este sedimento. Unidades Estratigráficas 5 (y 6): Se trata de un estrato (inicialmente en el campo fueron definidos como dos), abarcando el centro de la unión de las cuadrículas A, B, C y D. Se caracteriza por un sedimento entre rígido y suave, de color pardo claro (6/7,5 YR/2 de Munsell), fracción limo, sin inclusiones. Es un estrato dentro de una cárcava (UE 9). Parece un relicto de un nivel anterior de cárcava, sobre el cual luego se generó otra cárcava más profunda (la UE 4). Su nivel es intermedio entre la UE 4 y la UE 3, la otra cárcava de las cuadrículas C y D. En las cuadrículas A y C estaba afectada por una excavación previa del Museo de Tilisarao, por lo cual la UE 6 fue considera como en un solo estrato junto con la UE 5. Unidad Estratigráfica 7: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas C y D, que se caracteriza por un sedimento entre rígido y duro, de color pardo claro (4/5 YR /2 de Munsell), sin inclusiones. En la cuadrícula C, sector Norte, tiene 5 cm de espesor; sobre la cárcava de la UE 9, entre 15 y 20 cm. Es el equivalente o la continuidad de la UE 2 al Norte de la cárcava UE9. Tanto este estrato, como el otro, parecen ser la depositación de sedimento por acción del agua, en una especie de charco o algo con poca corriente y mucha sedimentación. De igual dureza e igual color. Unidad Estratigráfica 8: Se trata de un corte irregular, redondeado, sin esquinas, de 2,73 m de largo y aproximadamente 30 cm de profundidad, atravesando las cuadrículas C y D en dirección Este-Oeste, que cortó a las UE 1 y UE 7. Presenta un quiebre neto de pendiente, de lados suaves, verticales, con algunos sectores cóncavos, y de base suave, cóncava. Su relleno está compuesto por la UE 3. Es un corte realizado por acción hídrica, formado por el nacimiento de una cárcava en la cuadrícula D, que se continúa fuera del área de excavación. Unidad Estratigráfica 9: Se trata de un corte irregular, sin esquinas, de 3 m de largo, abarcando las cuadrículas A, B, C y D, en orientación predominante EsteOeste, continuando fuera de las cuadrículas, a ambos lados de la excavación. Se presenta como un corte neto en el quiebre de la pendiente, de lados suaves, verticales, con algunos sectores cóncavos, cuyo quiebre es gradual, de base redondeada, cóncava. Está relleno con la UE 4, y en su formación cortó los estratos UE 2, UE 5 y otros. Corresponde a un sector del cauce de agua o cárcava central que atraviesa el sitio, que viene desde el este y continúa hacia el Oeste, con igual pendiente. Unidad Estratigráfica 10: Se trata de un corte de forma irregular, sub-triangular, de esquinas redondeadas, con un largo de 1,35 m y un ancho mínimo de 0,41 m y 0,71 de ancho máximo: 0,71, en la cuadrícula B, con una orientación predominante SE–NO. Su quiebre en la cima es neto, de filos redondeados, lados suaves, regulares, verticales, con irregularidades. El quiebre de la pendiente es gradual, de base redondeada, cóncava. Es un corte sobre el estrato UE 2, que dejó en evidencia otro estrato, UE 11, más profundo que la UE 2. Tiene una pendiente desde el

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ángulo SE hacia el NO, siendo tributaria de la UE 9 (cárcava central). Unidad Estratigráfica 11: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrícula A, B, C y D, caracterizado por un sedimento muy compacto, duro, de color pardo muy claro (5/10 YR /2 de Munsell) y blanquecino (7 /10YR/2 de Munsell), en la fracción limo, sin inclusiones, de aproximadamente 20 cm de espesor. En superficie tiene afloramientos calcáreos, que se continúan en el perfil del lado sur de la UE 9, por debajo de la UE2, y en la pared N, por debajo de la UE 7, entre la cuadrícula C y la mitad de la D. La transición con la UE 2 es imperceptible al excavar, salvo por la presencia de material calcáreo sobre las raíces. Desde el punto de vista del contenido arqueológico, es la unidad con menor abundancia y densidad relativa de material, lo que ha llevado a pensar en un corte en las tasas de depositación, quizás correspondiendo a un hiato ocupacional. Unidad Estratigráfica 12: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas C y D, que se caracteriza por un sedimento suelto, de color pardo anaranjado, amarillento mediano, en la fracción limo, sin inclusiones. Corresponde al relleno de la UE 8, por debajo de la UE 3, y tiene la misma composición que la UE 7, pero distinto grado de compactación y bordes netos. Parece que la UE 12 fue parte de la UE 7 que se derrumbó en la cárcava de la UE 8. Unidades Estratigráficas 14 y 16: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A y B (UE 14) y C y D (UE 16), caracterizado por un sedimento suave en húmedo, duro y hasta rígido en seco, de color pardo claro, algo rojizo en húmedo, en la fracción limo, casi sin inclusiones, de 14 cm de espesor promedio. Excepcionalmente se encuentran algunos clastos pequeños (entre 1,5 y 2 cm). Fue definido principalmente por diferencia de color y compactación con respecto a la UE 11 en las cuadrículas A y B, y la UE 11 en las cuadrículas C y D (inicialmente designadas como UE 14 y UE 16, respectivamente). No se pudo observar un corte neto entre dicho estrato superior y éstos, sólo un cambio gradual de color. Este cambio podría deberse a procesos pedogenéticos propios del suelo, y ser parte de una misma unidad estratigráfica, junto con UE 11. Desde el punto de vista del contenido arqueológico, son las unidades con mayor abundancia y densidad relativa de material. Unidad Estratigráfica 15: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A y B, caracterizado por un sedimento suelto, de color pardo claro, en la fracción limo, sin inclusiones naturales. Corresponde al fondo de la cárcava de la UE 9, con una coloración más oscura con respecto a la UE 14. La composición es la misma con respecto a la UE 14, a excepción de unos pocos lugares donde apareció arena, en espesores de 1,5 cm. Unidad Estratigráfica 17: Se trata de un estrato, abarcando las cuadrículas A, B, C y D, caracterizado por un sedimento suelto, de color pardo, en la fracción limo y algunos sectores limo-arenosos, sin inclusiones. Posee límites difusos en toda su extensión, con pequeñas concentraciones de arena, diferenciándose de las otras unidades porque tiene algunos sectores con arena. Entre las cuadrículas A y C tiene un límite difuso. Estaba cubierta íntegramente por la UE 15. Posee inclusiones arqueológicas, microlascas y muchas hipermicrolascas. Unidad Estratigráfica 18: Corresponde a un estrato hallado en el Sondeo 2 en la cuadrícula C. Se caracteriza por un sedimento rígido en algunos sectores y en otros suaves, de color pardo claro, en la fracción limo, sin inclusiones, con un espesor: 0,64 m. Se percibe como una mancha de color más claro en relación a la UE 16, y

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de mayor dureza, como si fuera una especie de tosca. Unidad Estratigráfica 19: Corresponde a un estrato del Sondeo 2 en la cuadrícula C, caracterizado por un sedimento duro, de color pardo claro (más claro que la UE 18), en la fracción limo con concreciones de tosca, de 0,09 m de espesor, a 1,14 m de profundidad desde donde se empezó el sondeo (base de la UE 16), encontramos un nivel más duro. Parece corresponder al nivel de tosca, aunque no como algo continuo, sino como concentraciones duras. Unidad Estratigráfica 20: Corresponde a un estrato del Sondeo 2 en la cuadrícula C, caracterizado por un sedimento duro, de color pardo claro, como un limo compacto (¿tosca?), sin inclusiones, de 0,39 cm de espesor, a 1,25 m. de profundidad desde la superficie del Sondeo 2, y que se extendía por todo el sondeo. Parece ser un nivel de tosca que se encuentra en otros lados fuera de la excavación. Está muy compactado, de superficie irregular. Unidad Estratigráfica 21: Corresponde al último estrato excavado en el Sondeo 2 en la cuadrícula C, y se caracteriza por un sedimento entre suave y rígido, de color pardo, en la fracción limo. Tiene algunas inclusiones ocasionales de tosca, quizás de la UE 20, y se extiende por toda la superficie del sondeo, sin una transición neta. Desde 1,64 m de la superficie del sondeo y termina a 1,88 m. En todos los estratos se hallaron materiales arqueológicos correspondientes a objetos líticos (Tabla 1) y algunos restos de cáscara Rhea sp. Se halló un solo fragmento de hueso, que se envió a datar pero no contenía colágeno. A partir de las características de las unidades estratigráficas y su articulación, se consideró que la estratigrafía podía interpretarse en torno a dos componentes distintos, a partir de la disminución abrupta en la densidad de hallazgos de materiales arqueológicos en la Unidad Estratigráfica 11, además de las diferencias en las propiedades de las unidades estratigráficas que le anteceden y suceden. Por ejemplo, para los materiales con procedencia tridimensional se calculó una densidad de 50 objetos por m3, en contraste con las UE 2 y UE 7, con una densidad media de 114 objetos/m3 y las UE 14/16 con 386,31 ob./m3). De este modo se consideró un componente inferior (Componente I, integrado por las UE 14/16, incluyendo las UE 5/6) y un componente superior (Componente II, comprendiendo la UE 1, UE 4 y la UE 2/7)4. Desconocemos aún el significado temporal y/o cultural de estos componentes, por lo que su sentido debe ser tomado como instrumentación de observaciones de campo, sujetas a ulterior verificación. A continuación, nos centraremos en las características del conjunto artefactual del componente más antiguo de la campaña de Mayo de 2007, para analizarlo luego en términos del problema más general que nos ocupa. En cuanto al material del Componente II, solo mencionaremos por ahora que corresponde casi en su absoluta mayoría a desechos de talla y en mínima proporción a instrumentos (4 objetos), confeccionados sobre el chert de los afloramientos del sitio ELS 2, de acuerdo a su similitud macroscópica, con algunos elementos en cuarzo.

Componente I Para analizar los conjuntos líticos se usaron modelos de tecnologías generalizadas-estan

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darizadas para los instrumentos líticos y el método del Análisis Nodular o MANA (Cattáneo, 2005; Larson y Kornfeld, 1997), consistente en establecer grupos mínimos de ítems que pudieran haber pertenecido al mismo nódulo, teniendo en cuenta ciertos rasgos petrológicos. Para el estudio de los desechos del proceso de talla se siguieron los lineamientos no tipológicos de Ingbar, Larson y Bradley (Ingbar et al., 1989), considerando el proceso de reducción como un continuo. El fin de estos procedimientos fue establecer los eventos unitarios de talla producidos en el sitio y determinar así aspectos de la organización de la tecnología a partir de la presencia o ausencia de elementos dentro de la secuencia de manufactura y uso. Para la clasificación de instrumentos se realizó la descripción morfotecnológica siguiendo los criterios de Aschero (1975, 1983) y Hocsman (2006) y esos datos fueron utilizados para entender las estrategias propuestas por Andresfsky (1994) y Dibble (1991) que consideran dos clases de instrumentos: generalizados (informales) y estandarizados (formales), categorías que permiten discutir los contextos de manufactura y uso. Tabla 1. Distribución de hallazgos por unidad estratigráfica. Las zonas sombreadas corresponden rellenos de cortes, no considerados en el análisis4. Con tridimensional nos referimos a hallazgos con registro espacial, con zaranda a elementos recuperados con dicha técnica debido a su tamaño muy reducido (menor a 1 cm) que impedía la conservación de su ubicación original al excavar. Unidad Estratigr. COMP. II

TRIDIMENSIONAL Chert

U.E 1

5

U.E 2

42

U.E 3

4

Cuarzo

Chert

5

TOTAL

Cuarzo

Objetos formalizados

25

20

U.E 4

COMP. I

ZARANDA

76

8

131

7

1

12

22

3

25

2 bifaces

U.E 7

25

3

48

5

81

1 bifaz 1 lasca form.

U.E 11

7

2

49

2

60

1 núcleo 1 percutor

U.E 12

6

40

1 raspador

U.E 14

129

5 núcleos 1 cepillo 1 lasca form. 2 bifaces

U.E 15

8

34 6

64

6

205

15 + 1

1

25

calcedonia?

U.E 16

100

8

284

12

404

3 núcleos 1 raspador 4 bifaces

U.E 17

34

4

121

10

169

1 lasca form.

Sub-total Comp II

76

8

171

17

274

4 objetos

Sub-total Comp I

271

18

485

29

803

18 objetos

Total general U.E.

360

28

741

48

1177

25 objetos

50

Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

En total se recuperaron 803 artefactos en este componente, de los cuales un 94,14 % (756 ejemplares) es de chert y el 5,86 % restante (47 ejemplares) es de cuarzo. Predominan en altísima proporción los desechos, con sólo 3 instrumentos en chert y 1 en cuarzo, 4 núcleos en chert y otros tantos en cuarzo y sólo 6 bifaces en chert (Tabla 1). A partir de este conjunto se pudieron distinguir 371 nódulos en chert y 5 en cuarzo (Sario, 2008), incluyendo simples y múltiples (Cattáneo, 2005; Kelly, 1985) (Tabla 2). En el caso de los nódulos simples – es decir, instrumentos aislados o bien desechos aislados – se identificaron 1 raspador sin desechos, 1 núcleo, 4 bifaces y 275 desechos de talla, todos ellos en chert, y 1 solo desecho de cuarzo, la gran mayoría correspondiendo a eventos «aislados», que quizás se vean en alguna medida sobreestimados debido a los rasgos heterogéneos del chert que contiene muchas gamas de colores, diferentes texturas y tipos de inclusiones. Tabla 2. Cantidad de artefactos que integran los nódulos mínimos identificados. Instrumentos

Núcleos

Bifaces

Desechos

NODULOS SIMPLES Chert

1 raspador

2 núcleos amorfos

-

Cuarzo

2 biconvexas 2 fracturadas -

-

268 1

NODULOS MULTIPLES 1 cepillo 1 lasca con microretoque

2 amorfos 1 bifacial

Cuarzo

1 percutor

2 amorfos 1 bifacial

Totales

4

8

Chert

1 biconvexa

85

1 triédrica 6

4 358

Para los nódulos múltiples -es decir, grupos que combinan instrumentos y desechos -se observaron 7 grupos de núcleos y desechos (3 de c hert y 4 de cuarzo), 2 nódulos de bifaces y desechos en chert y 3 instrumentos con sus desechos, consistentes en 1 cepillo y 1 raspador en chert, junto con 1 percutor en cuarzo para los primeros. De los núcleos con desechos, 2 de ellos son bifaciales (uno de cuarzo y otro de chert) y 6 amorfos (tres de cada una de dichas materias primas). Las bifaces son todas de chert, 2 enteras y 4 fracturadas. Las piezas enteras tienen sección transversal biconvexa y carácter de la sección regular, pertenecerían a la categoría bifaces en sí mismos (sensu Hocsman, 2006) (Figura 2). Dentro de las fracturadas, hay una triédrica irregular, una biconvexa simétrica irregular y dos que están muy fracturadas como para caracterizarlas. Con respecto a la conformación de los nódulos múltiples, en general son pocos los desechos que los acompañan. En los núcleos de chert, hay 1 núcleo bifacial con su desecho, 1 núcleo amorfo con 7 desechos y 1 núcleo amorfo con su desecho. En los núcleos de cuarzo, hay 1 núcleo bifacial con su desecho y 2 nódulos de núcleos amorfos con 1 desecho cada uno. En cuanto a los instrumentos de chert, hay 1 lasca con microretoque y 2 desechos, y 1 cepillo con su lasca. Con respecto a los instrumentos de cuarzo, es 1 percutor con 8 desechos.

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De los bifaces de chert, 1 bifaz tiene 8 desechos y otro bifaz, 3 desechos. Vemos entonces que, en general, de acuerdo a la distribución y composición de los conjuntos artefactuales y de desechos, así como a las propiedades de los nódulos mínimos que, desde el punto de vista de las secuencias de actividades y la lógica de la organización de las prácticas asociadas con la fabricación y manipulación de los artefactos líticos, la ausencia de secuencias de reducción completas, así como la presencia de secuencias entrecortadas –en cuanto se hallan representadas ciertos momentos de los eventos de talla no secuenciales de un mismo nódulo– apuntan a una dinámica del uso del espacio y del tiempo discontinua. Así, por ejemplo, los grupos formados con los desechos no agrupados con otras clases de artefactos, se corresponden con 85 nódulos, que implican la producción, reciclaje y/o mantenimiento de instrumentos en el sitio, aunque ellos no estén. Sólo identificamos siete nódulos con presencia de instrumentos y desechos de nódulos múltiples, tanto de chert como cuarzo, que implican la producción, uso, mantenimiento y descarte en el sitio. Sin embargo, ello contrasta con los instrumentos, núcleos y bifaces de nódulos simples, que tiene que haber sido formatizados en gran parte fuera del área de hallazgo o del sitio, pese a que las materias primas son las mismas rocas locales. De acuerdo al análisis no tipológico, los procesos de talla representados en el sitio corresponden sólo a los momentos medios y finales de las actividades secuenciales de la producción lítica, tanto para el chert como para el cuarzo (Figura 5). Algo inverso sucede con los productos primarios de los núcleos, tanto amorfos como bifaciales, donde las bocas de lascado son de mayores dimensiones que los desechos del mismo nódulo origen, es decir, las lascas grandes hubieran sido trasladadas a otro lado, quizás como artefactos, o bien no sólo eran formatizados fuera del sitio, sino que durante su vida útil quizás ingresaban y egresaban del sitio repetidas veces con sus talladores.

Consideraciones finales Los resultados obtenidos hasta ahora en los sitios de Estancia La Suiza comienzan a vislumbrar un modo de vida cazador recolector análogo al de otros sitios tempranos de la Pampa y Paragonia con contextos artefactuales similares, quizás en etapas que superen la exploración inicial, probablemente ya definiendo espacios de habitat particulares (Laguens, 2006). Ello nos lleva a fortalecer la idea de la alta probabilidad de un poblamiento humano de la región cercano al límite Pleistoceno-Holoceno, como lo planteáramos en el modelo inicial (Laguens et al., 2003) y como las fechas más antiguas de las sierras de Córdoba lo estarían confirmando. Desde el punto de vista de nuestras hipótesis de movimiento poblacional, la presencia de estos sitios en el occidente de las Sierras de Córdoba plantea varios puntos y desafíos interesantes a destacar: por un lado, que las vinculaciones morfológicas descubiertas desde la bioantropología con poblaciones de Pampa y Patagonia (Fabra et al., 2005) quedan también manifiestas en cuanto a las similaridades en las estrategias tecnológicas de organización y uso del espacio (Flegenheimer, 1991; Cattáneo, 2005; Cattaneo y Flegenheimer, 2007), y, posiblemente con los procesos migratorios de dichas regiones, como suponíamos a partir del modelo; por otro, y en relación a esto último, la ubicación geográfica y ambiental de la localidad de La Suiza abre la posibilidad de considerar otra alternativa de poblamiento para el modelo, debiendo considerar también el Sur o Suroeste como ruta migratoria (quizás por el río Quinto,

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Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

que une las sierras de San Luis con la llanura pampeana). Desde el punto de vista de nuestras hipótesis de movimiento poblacional, la presencia de estos sitios en el occidente de las Sierras de Córdoba plantea varios puntos y desafíos interesantes a destacar: por un lado, que las vinculaciones morfológicas descubiertas desde la bioantropología con poblaciones de Pampa y Patagonia, quedan también manifiestas en cuanto a estrategias tecnológicas y, posiblemente, con los procesos migratorios de dichas regiones, como suponíamos a partir del modelo; por otro, y en relación a esto último, la ubicación geográfica y ambiental de la localidad de La Suiza abre la posibilidad de considerar otra alternativa de poblamiento para el modelo, debiendo considerar también el Sur o Suroeste como ruta migratoria (quizás a través del río Quinto (Hauri et al., 2003), que une las sierras de San Luis con la llanura pampeana). Como planteamos en otro lado (Laguens et al., 2007c) todo ello establece otros interrogantes interesantes para trabajar como, por ejemplo, determinar si los habitantes de La Suiza tuvieron continuidad en el tiempo, con una evolución local hacia otras formas de vida; si es así, si existe una filiación entre estos grupos y los cazadores caracterizados a partir de Intihuasi, si existió una continuidad entre ambas poblaciones, o bien existe la posibilidad de un segundo poblamiento (¿vinculado con los Andes como sostenía González en 1960?), entre otros problemas a resolver.

Notas *

Este proyecto fue financiado mediante un subsidio de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Técnica, FONCYT, PICT N° 15.187, dirigido por el Dr. Darío Demarchi.

1.

Dicho ingreso no necesariamente tiene que haber sucedido con anterioridad al poblamiento de la Patagonia o de la Provincia de Buenos Aires, sino que en tanto producto de la fisión de grupos, puede tratarse de poblaciones hijas de comunidades asentadas en el litoral fluvial o el norte de la llanura pampeana, cuyo desprendimiento pudo hacerse en momentos posteriores al de tránsito. Tampoco sería imposible que haya habido una migración en dirección Sur-Norte desde las pampas bonaerenses. Sin embargo, si bien el terreno tiene equiprobabilidad de costos, no hay vías claras de tránsito desde allí, como pueden ser ríos o cauces abandonados (Laguens, 2006).

2.

Agradecemos la colaboración del Dr. Luis Gallo, Director del Museo de Tilisarao, San Luis, quien descubrió los sitios y halló la primera punta cola de pescado, y quien gentilmente compartió su información y el trabajo de campo con nosotros.

3.

Agradecemos a la Lic. Claudia Di Lello (CIC- Fac. de Cs. Naturales y Museo, UNLP) de la División Mineralogía del Museo de La Plata quien realizó las descripciones y las determinaciones mineralógicas.

4.

Las UE 3- UE 12 y UE 4 fueron consideradas como un relleno muy reciente de las UE 8 y UE 9, respectivamente, considerando a los materiales como intrusivos en dichos estratos, por lo que quedaron fuera de estos componentes.

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Figuras

Figura 1. A. Ubicación relativa de la localidad arqueológica Estancia la Suiza; B: esquema del área de sitios en ELS; C: topografía de los sitios ELS 1 y ELS 3.

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Figura 2. Puntas cola de pescado de Estancia La Suiza. A: procedente de ELS 1/b; B: procedente del ELS1 1/a; C: artefactos de ELS 3, Unidad Estratigráfica 14-16.

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Figura 3. Unidades Estratigráficas, cuadrículas A, B, C y D, sitio ELS 3, Marzo 2007.

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Poblamiento humano en las Sierras de San Luis: Estancia La Suiza

Figura 4. Secuencia de Unidades Estratigráficas en corte vertical de ELS 3. Arriba, sobre pared Este de las cuadrículas B y D; abajo: pared Este de las cuadrículas A y C.

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Andrés Laguens; Roxana Cattáneo; Eduardo Pautassi y Gisela Sario

Figura 5. Vista general del sitio ELS en proceso de excavación.

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Arte del centro-oeste argentino: Sierra de Comechingones Sur Ana María Rocchietti Universidad Nacional de Río Cuarto Contacto: [email protected] «El arte es la imaginación del mundo, no es el mundo mismo» Luis Lumbreras.1974. La arqueología como ciencia social

Introducción El centro de la Argentina, espacio al que pertenece la provincia de Córdoba, es un país de montañas viejas y de pedregales, de vegetación achaparrada, de algarrobos y chañares a medida que se viaja hacia el occidente, hacia la Cordillera de los Andes. En él, el arte rupestre constituye un tesoro de imágenes, frecuente, escondido entre las rocas. Nuestro trabajo lo ilustra para darlo a conocer más allá de sus fronteras pero su finalidad es aportar conceptos a los estudios rupestres.

I. El arte rupestre fue descubierto en 1879, en la Cordillera Cantábrica (España), y rápidamente despertó un interés de primera magnitud por los enigmas científicos y filosóficos que suscitaba: arte de salvajes, arte de hombres prehistóricos, arte de una humanidad que estaba en el propio pasado de los europeos pero dotado de una radicalidad singular: su significado era desconocido y debía ser ubicado en la historia plástica del Hombre o, al menos, en la secuencia evolutiva del progreso en sus actividades intelectuales. Mucho después se conoció que las pinturas y grabados estaban vivas en una tierra tan remota como Australia y, por única vez, se pudo advertir que se ligaban a mitologías aborígenes sobre el Universo o sobre el Planeta1. Interpretar el arte rupestre, desde entonces, habría de consistir en encontrar el vínculo entre los signos y sus significados. Tarea difícil porque las imágenes provienen de una intención arbitraria e ideológica, las cuales -como apuntó Lumbreras- son una imaginación sobre el mundo pero no el mundo mismo (Lumbreras, 1981:158).

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Sin embargo, existe asimismo una cuestión que se integra a la de la interpretación y ella es la de que al registrar (documentar) creamos un nuevo hecho, por otra imagen que aunque persiga ser idéntica al original nunca lo logrará. Es una imagen que estará destinada al almacenaje, a la sistematización y a su transformación en una percepción más clara, correcta, objetiva pero distinta e -inevitablemente- distorsionada (Sánchez Proaño, 1991:66). La realidad de las imágenes devendrá, así, fuertemente imbricada con su documento (calco, fotografía, video, programa de digitalización electrónica). La química de una fotografía es apenas convergente con la química de las pinturas reales ya que la fidelidad a los colores nunca alcanza una coincidencia verdadera. Este problema estuvo en las etapas iniciales de los estudios rupestres y siempre formará parte del esfuerzo crítico de las reproducciones que se popularizan en las publicaciones o en los medios de comunicación. La verdad del documento visual siempre será una perspectiva de aceptabilidad, es decir, referida a criterios para la aceptación del documento que ofrecen las publicaciones o films sobre el arte arqueológico. Pero, ¿a qué se llama arte rupestre y por qué? La respuesta pareciera sencilla: se nombra así al arte en las rocas, al arte prehistórico en las cuevas, al arte indígena arqueológico, realizado por hombres, pueblos, cuya única forma de expresión gráfica quedó plasmada en él, en las piedras mobiliares dibujadas, en la cerámica, en los artefactos de caza, en la textilería, etc. Se lo denomina así porque se evoca el soporte universal que lo define: paredes y techos de cuevas, abrigos, bloques y paredones según sean las geoformas típicas de cada ambiente litológico aún cuando en la actualidad se tiende a incluir otras obras o fenómenos en su universo de investigación. Sin embargo existen tantas dificultades para definirlo como para explicarlo. Los especialistas saben de qué hablan cuando lo abordan pero no siempre acuerdan sobre la mejor forma de denominarlo y eso se debe a que cuando arriesgamos un nombre esbozamos una teoría. Las recomendaciones sobre cómo llevar adelante su registro son bastante homogéneas en nuestra época. Jean Clottes afirma que se debe estudiar los suelos, las paredes, el contexto ambiental y arqueológico (Clottes, 1998:29) tratando de abarcar su contexto externo (los hábitats de sus autores y contemporáneos) e interno (las grutas profundas) con la finalidad de interpretarlo (Clottes, 1998:7). En cambio, han aparecido intereses nuevos, especialmente el de su conservación. Ian Wainwrigth -un reconocido experto en el tema- clasifica los deterioros en naturales y antrópicos definiendo los siguientes factores que los provocan: 1. alteración y deformación a gran escala, 2. desgate geofísico y geoquímica y, por último, 3. deterioro biogeofísico y biogeoquímico (Wainwrigth, 1985). En todas partes, sin excepción de tiempo ni de geografía se verifican desprendimientos, exfoliaciones, agrietamientos, filtraciones de agua, acreciones de distinto tipo (sal, carbonatos, yeso), incrustación de líquenes, acción de los mamíferos, de las aves, de as avispas, de las bacterias, de los hongos, de los musgos, la frotación de las ancas del ganado y, sobre todo, del vandalismo humano. Todo esto condena al arte a desaparecer. También importan los problemas surgidos en su documentación, particularmente, la cuestión de cómo llevar a cabo una sistematización de la información visual para luego volcarla a distintos soportes cuya variedad es muy amplia, en términos, técnicos en nuestra era tanto como la de secuenciar registros detallados para luego articu-

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larlos y obtener el friso completo en el laboratorio informático (Cf. Sánchez Proaño, 2002:80). Pero, también, la documentación lleva, hoy, adosadas las consideraciones éticas: la investigación debiera ser objeto de regulaciones apropiadas y debiera poseer requisitos de acceso, toda documentación del arte rupestre no será destructiva en relación con el arte rupestre en sí mismo y en relación con los restos arqueológicos asociados que pudieran existir, ningún artefacto será recogido si es que antes el trabajo sea parte de un programa legalmente constituido se prospección o excavación arqueológica, ninguna excavación se realizará sin ser antes parte de un proyecto de excavación legal, no se removerá el suelo con el solo objeto de exponer el arte rupestre subyacente y, finalmente, los procedimientos de documentación y de investigación potencialmente destructivos serán llevados a cabo solo si existiera otro potencial daño sobre el arte rupestre (ARARA, 1987 en Loendorf et al, 1998:21). Esta preocupación ética se extiende a los registros de campo que deberían ser depositados en algún lugar público. Se lo llama «arte» pero se afirma que, por el tipo de práctica que fue, no es un arte «verdadero» si por detrás de esta denominación predomina una teoría sobre el arte en sentido estético y se rechaza su investigación como arte si los criterios que se aplican son los de la Estética occidental. Llamarlo «artesanía» tampoco sería demasiado adecuado porque ese término –además de estar devaluado en nuestra propia sociedad como si ella fuera un arte menor para el mercado- y sólo destaca la dimensión de «habilidad» y «destreza». De todos modos, y aún cuando esta designación de arte es criticada, ella perdura. En los trabajos modernos aparecen también las expresiones tales como imágenes, dibujos, manifestaciones. Todas implican algún tipo de adscripción teórica ya sea en el campo de la percepción, del arte, de la realidad o del método. El concepto de imagen alude -en el diccionario de la lengua española- a figura o representación de una cosa por medio del lenguaje, «idealmente» y, también, representación religiosa (que es el término que el cristianismo usa para la representación de los seres de su dogma). Un imaginario sería, a su vez, un conjunto organizado de imágenes, un repertorio y –asimismo- la ausencia de realidad. Lo que es imaginario no es real porque surgiría del sueño, de las fantasías oníricas, de la exaltación alienada tanto de las facultades mentales como del lenguaje. La imágenes están dentro de la mente de su autor pero se materializan con la ayuda de algún lenguaje (hablado, gráfico, gestual, escultórico, etc.). La imagen se distancia de lo real sea porque es su reflejo (y no la cosa misma), sea porque construye cosas diferentes de lo real (incluso imposibles). La imposibilidad de llegar al fondo del sentido de las imágenes o signos rupestres (que yacen ahí solamente como significantes flotantes2, prestos a tomar los significados que queramos darles, o enigmáticos sin ofrecer la calma de creer en haber encontrado su último significado) lleva al problema de la relación teoría/registro en este campo de investigación. Tampoco aquí hay acuerdo: para unos la investigación se agota (pero adquiere todo su valor) en el registro, es decir, en la documentación. La indagación consiste en aumentar la compilación de sitios con arte y en adjudicarles una cronología. Para otros, la documentación sirve a la teoría como prueba. La teoría, generalmente en este caso, ofrece explicación para la vida social de sus autores: el arte sería marca territorial, expresión de la organización política y económica, ritual reli-

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gioso respaldado por el mito, sistema de comunicación entre grupos de una misma sociedad o entre sociedades o entre los géneros. Menos frecuentemente se advierte que –en los estudios concretos- la teoría conduzca la documentación pensando a los registros como una interacción entre sujeto (el investigador) y el arte rupestre. Hay que tener en cuenta que sus imágenes no tienen –muchas veces- ni siquiera una percepción unívoca y es muy posible que cada uno vea lo que quiere ver. Aún cuando lo que se ve sea indubitable (un animal de especie conocida, un hombre) siempre existe un «plus» o una reserva de significado que se asienta sobre todo lo que no sabemos sobre el contexto de su ejecución (crisis social, escasez de animales, ciclo mitológico, instituciones) y, también, sobre lo que vemos parcialmente o mal por destrucción o por los efectos del paso inexorable del tiempo. En algún sentido, cada uno de nosotros, en las imágenes, encuentra lo que busca. Los estudios neopositivistas del arte rupestre no son satisfactorios porque parecen constatar solamente asociaciones estadísticas entre signos (o motivos) pero, asimismo, los estudios puramente interpretativos o hermenéuticos tampoco lo son ya que escapan a las pruebas de contrastación y permanecen como estados de conciencia de sus investigadores. Es probable que nunca se logre una constatación satisfactoria de la adecuación de nuestro pensamiento –o, por lo menos, de nuestro pensamiento actual- con el arte rupestre. En esta cuestión no sería conveniente ignorar los aportes de la semiología y del estructuralismo moderno. En definitiva, el arte en las rocas describe una antigua episteme, es decir, una organización de conceptos, de pensamiento, de retórica. Muchas veces nos detenemos en la puerta del arte rupestre estimando que él solamente consiste en sus imágenes y somos indiferentes a la posibilidad de que el espacio en que fue realizado fuera mucho más importante que las mismas imágenes: un espacio sacralizado, heredado como magia, formulado como especial en una clase de pensamiento que ve en el paisaje, en las rocas, en los cerros, en las aguas, en los rincones lo que nosotros no vemos. Por esa razón, algunos autores incluyen dentro del arte rupestre no sólo a las pinturas, a los petroglifos, a los geoglifos sino también a algunos casos del arte mobiliar (como los morteros, por ejemplo, o las estelas y las cámaras mortuorias) y, fundamentalmente, a sitios o lugares como piedras míticas y cerros sagrados destacando al apropiación cultural del espacio y no sólo los dibujos (Tarble, 1991). Nosotros creemos advertir que el arte rupestre argentino y americano (y todo lo que él comprende, incluyendo los objetos que acabamos de señalar) muestra -simultáneamente- coherencia espacial y temporal y movimiento interior en un proceso de variación, cambio, recombinación de temas y de signos, abandono de otros como grados de libertad en la ejecución, en la selección de lugares y en las perspectivas de observación. Es muy probable que el género de vida haya ofrecido la base material para el imaginario y el ritual rupestre. Algunas teorías sobre el cambio social sostienen que cuando cambia la estructura económica inevitablemente, más tarde o más temprano, sobreviene el cambio en la ideología. Es indudable que los sitios rupestres ofrecen una oportunidad muy grande de estudiar ideologías pero las asignaciones a tecnologías y técnicas (de caza o agrarias) siempre es dificultosa por múltiples causas pero especialmente por la

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inseguridad de la correlaciones entre la arqueología que ofrecen las paredes rupestres y la arqueología que yace a sus pies en las cuevas o abrigos de roca. La duración es una dimensión característica de las ideologías; también su tendencia a la universalización, a volverse un modelo de desarrollo social generalizado. Los signos rupestres perduraron como práctica en dos sentidos: como tales -por una confianza real en su eficacia mítica y religiosa- y como continuidad perseverante de ritual, probablemente mucho más ligados a la institución imaginaria de la sociedad como acostumbraba a caracterizar Cornelius Castoriadis (1992). Este proceso llevó miles de años y colapsó ante la ruptura de la vida colectiva y moral que significó la invasión europea. En la práctica encontramos investigaciones de sitio, investigaciones de conjuntos de sitios (enfoques territoriales y estadísticos) y -en la actualidad casi nunca- de determinadas figuras o signos. A veces se correlaciona el arte rupestre con la iconografía de otras esferas de la expresión cultural, principalmente la cerámica, los textiles, la cestería, la metalurgia, las calabazas pirograbadas o los huesos y otros materiales decorados. No siempre la correlación es segura o se puede intentar dependiendo del tipo de registros arqueológicos regionales. La calidad de las intervenciones arqueológicas y políticas en ellos es de muy diversa calidad y metodología. Berenguer (1995) sostuvo en un trabajo muy innovador que el arte tiene las mismas dimensiones semióticas que el lenguaje general: sintácticas, semánticas y pragmáticas. Asimismo, posee dimensiones no semióticas como las relaciones cronológicas y espaciales entre signos rupestres así como una sucesión lineal de eventos físicos, químicos y biológicos únicos. La demarcación de las propiedades físicas de los sitios rupestres requiere prestar atención a sus ambientes tanto litológicos como biológicos. Un ambiente está compuesto por entidades y procesos y sus características son el resultado de procesos cíclicos como únicos que han operado a lo largo del tiempo. Y no sólo se compone de esas propiedades transitoriamente estabilizadas y registradas sino que existe una dimensión intangible: la experiencia humana. Ella cuenta tanto en el pasado como en el presente porque agrega a la percepción distraída de un paisaje un contenido cultural heredado o activamente construido en nuestra propia época. Ahora bien, por fuera de las sensaciones e ideas que él añade a un ambiente, también se verifican todas las condiciones biosociales que definen un género de vida en él. La arqueología de nuestro tiempo es sensible a estas cuestiones. Los ambientes rupestres poseen diferencias de escala, de geomorfología y de integridad porque devienen de los procesos y acontecimientos histórico-sociales de las regiones y de la evolución de los factores de propiedad y explotación económica en ellas. El registro arqueológico informa sobre la materialidad rupestre, sobre sus vecindades y sobre esos particulares espacios semióticos (enigmáticos, mudos, escondidos, imperfectos en su visibilidad) que aluden a una subjetividad y a un conocimiento que nos son extraños. Su sistematización no es demasiado diversa, ni en criterios ni en denominaciones. Los investigadores usan términos como estilos, grupos estilísticos, unidades estilísticas, modalidades estilísticas o, en su defecto, letras o números o códigos para abarcar en la denominación sitios, paneles y motivos o signos. No siempre tienen éxito en su comunicabilidad. Generalmente, estamos en una situación en la que ideas expresan ideas, es decir, usamos conceptos para poder dar cuenta de los conceptos

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que sostienen las imágenes rupestres. Por lo tanto, todo estudio rupestre se realiza en un marco enteramente ideológico, tanto por parte de los autores como por partes de los investigadores. La naturaleza del arte rupestre puede pensarse como ritos en imágenes para contestar a dos preguntas. Una es ¿cómo se originaron las cosas?; Y otra, ¿cómo es el sistema del Universo? Ambas han sido formuladas insistentemente durante miles y miles de años y por las más diversas sociedades. No importa que se despliegue como representaciones «realistas» o como imaginario «fantástico»; su carácter es plenamente simbólico, «pensado» 3. El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es una forma de organizar la experiencia humana y, en particular, el conocimiento. Al respecto podríamos decir que las maneras de pensar producen maneras de vivir y estilos de existencia; el arte rupestre fue una de esas maneras. Lévi Strauss (1999:53) sostenía que el arte de las sociedades primitivas es eminentemente social, a despecho de la creciente individualización ocurrida en la historia general del arte. Sánchez de Montañes (1977:143) destaca cuatro aspectos a considerar en el análisis: § aspecto formal o los elementos combinados que le proporcionan coherencia como para poder ser considerado como algo en sí mismo, § aspecto representativo o temático (el argumento), § aspecto significativo o idea que puede transmitir, comunicar, comprensible para el hombre de la época pero difícil de apreciar en una cultura arqueológica, § aspecto funcional o de finalidad (la autora se basa, en este caso, en la afirmación de Herskovits -El Hombre y sus obras- de que en las «sociedades primitivas» no hubo arte por el arte). En este esquema cuentan los elementos formales o motivos, las relaciones entre las formas o elementos formales, las diferentes formas en que se combinan los elementos y las cualidades sobre las que descansa la expresión. Pero su dimensión más importante es la de portar significado y de valorar de algún modo específico el material sobre el cual se ha trabajado hasta volverlo algo diferente de la utilidad (por ejemplo de su relevante carácter comunicativo). Añade que todo cambio de estilo (es decir, el enfoque con que se estudia habitualmente el arte) equivale a un cambio cultural profundo ya que los estilos son «estables». Sin embargo, en 1993, apareció un volumen, editado por Lorblanchet y Bahn que daba a conocer los trabajos presentados en un simposio celebrado en el Segundo Congreso de la AURA en Cairns (Australia); en él se daba por iniciada la era post-estilítica, entendiendo por tal la llegada a escena de los nuevos métodos de datación del arte –que vendrían a reemplazar al uso cronológico de los estilos- y el albor de una crítica profunda a la manera de cómo los estilos habían sido elaborados y utilizados como indicadores cronológicos en Europa y en Australia (Lorblanchet y Bahn, 1993). Si bien su lectura no obliteró ni la existencia de los estilos como referentes para describir el arte rupestre ni la tarea de seguir proponiéndolos en los

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estudios regionales, provocó una reflexión seria sobre ellos y sobre el análisis del arte arqueológico en general. Para la investigación del arte rupestre sólo cabe una visión de conjunto que intente dar una caracterización a estos problemas: cada signo ¿a qué se opone?, ¡con cuál se combina?, ¿con cuál se complementa? El primero y el tercero son problemas gráficos y semánticos, el segundo es uno gráfico. Dilucidarlos implica proponer algún camino de análisis, descubrir nuevos problemas y avanzar sustantivamente en ellos. Mientras lo primero compromete un esfuerzo por definir sus dimensiones heurísticas, lo último se vincula, más bien, con la capacidad para interpretar los registros y trascenderlos. El arte rupestre, resulta así en un tesoro de imágenes y un documento ideológico de primer orden para entender a las sociedades antiguas -en nuestro caso- de la Argentina Mediterránea. La condición, de acuerdo con nuestra perspectiva, de cumplir con estos criterios en su estudio: comprensión, distinción, definición, sistematización y criticidad. El estilo, como herramienta de análisis, responde a tres preguntas: 1. ¿qué se ve?, 2. ¿cómo está organizado lo que se ve? y 3. ¿por qué se ve lo que se ve? (es decir, ¿qué causas han originado lo que se ve?). En este último caso, nuestros supuestos de investigación adjudican las mismas a estos órdenes de causalidad: § Acumulación de actos de dibujo (pintura o grabado), § Repetición ritual de una ideología, § Relictos sucesivos y autónomos de arte o de ideología. La organización de estos actos o de esta ideología puede ser alta o baja en la medida en que todos o buena parte de los dibujos estén combinados o conectados entre sí y baja si los dibujos son autónomos y variantes, separados en tiempo y espacio. De todas maneras no siempre se puede aplicar esta apreciación al heterogéneo conjunto de registros rupestres. El estilo será el instrumento que permitirá descubrir la coherencia de la ideología rupestre (o manifestada por los diseños rupestres) o, lo que para nosotros es lo mismo, el sistema de pensamiento y de acción que llevó a los seres humanos a pintar o grabar signos (herméticos, esotéricos, espectaculares) en las paredes o pisos de roca. La formulación de estilos es un esfuerzo de interpretación realizado casi ininterrumpidamente por los estudiosos desde que Henri Breuil los formulara, en 1934, para el arte rupestre de Europa Occidental (Breuil, 1934 y 1952). En términos generales, se basa en la búsqueda de similaridades por contenido (es decir, eligiendo un cierto inventario de figuras o signos), por asociación de elementos particulares dentro de un inventario, por posición (del animal, de sus orejas, patas, etc.) y por técnicas usadas (Cf. Sieveking (1993:27)4. Los fundamentos estéticos o ideológicos debieran derivarse de los paneles pintados o grabados en sí mismos. Sin embargo, existe un cierto consenso sobre que la estética no es sino uno de sus efectos no buscados. Si son bellos será solamente porque nosotros admitimos en nuestra subjetividad, como observadores, esta cuali-

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dad. Pero no es demostrable la intención por lo bello por parte de sus autores. Lo mismo podríamos afirmarlo en relación con la emoción (el miedo, el vínculo con lo desconocido, el sentimiento primario de lograr comida para sobrevivir, la promesa ambigua de gobernar el cosmos a través de las ceremonias, etc.). La investigación arqueológica, si bien la invoca, no se compromete con el valor espiritual y trascendente de los signos. No penetra en el «alma primitiva» de la que hablaba Lucien LéviBruhl más que para contornearla. Asimismo, el arte rupestre implica que existió una comunidad de comunicación (una antigua y ancestral colectividad de gente, viva y muerta, para la cual esos signos tenían un preciso y especial significado). Si no fuera por los estudios de estilo, ella permanecería en la esfera conjetural. El arte rupestre sugiere la expresión ideológica. La ideología tiene una larga trayectoria como concepto y una gran discusión teórica por detrás. Las más sobresalientes son: § la ideología es cosmovisión (cómo está organizado el Universo) o cosmogonía (cómo se originó el Universo), conciencia contemplativa, § la ideología es sinónimo de simbolización, de proceso de construcción de significados, § la ideología es un conjunto de significados elaborados (anónimamente o por un autor conocido) con el propósito de luchar contra otros significados y expresa la lucha política y material en cualquier sociedad entre grupos, sectores, clases o estamentos, § la ideología es una máscara, una trama de símbolos que oculta la realidad (o lo que sería aquello que verdaderamente sucede), § la ideología es parte de la cultura (y ésta está constituida por las prácticas y símbolos dependientes de la tradicionalidad), § la ideología es toda la cultura (Barthés, 1982, Ricoeur, 1989; Therborn, 1987; Eagleton, 2003). El arte rupestre es también pensamiento, si entendemos a éste como la capacidad para formular conceptos y una cierta forma desorganización de la subjetividad. Al respecto quedará en las sombras si ella actuó en estados de conciencia alterados (shamanismo y uso de plantas sagradas para obtenerlos). Pero no podemos evitar a ludir a esta posibilidad. Decir qué es no equivale a explicar, especialmente en arqueología. Quizá cualquier intento de abordaje de las manifestaciones rupestres (y mucho más que los íconos de la decoración cerámica o textilera porque éstos se complementan con una funcionalidad existente, concreta) podría resumirse de esta manera: § ¿cuál es la imaginación de lo imaginario? § ¿qué dice el pensamiento rupestre? § ¿es pertinente la empresa desde la arqueología, con sus métodos y con sus ventajas y límites?

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II. Una región rupestre En el centro-oeste de la Argentina existe una región singular formada por montañas antiguas cuya enorme extensión y dispar jurisdicción política es denominada Sierras Pampeanas. Tiene un común una característica: configuran un paisaje granítico típico, es decir, un ámbito de rocas cristalinas formadas por cuarzo, feldespato, micas y otros minerales con menor abundancia, cruzadas por filones y diques de cuarzo y con colores que van desde el gris puro al gris rosado. Ellas poseen formas redondeadas, con oquedades de variada profundidad; alojan helechos, musgos, hierbas olorosas y espinillos que florecen al llegar el verano. A veces se extienden amplias explanadas de roca desnuda con algunos cactus y pastos que crecen en el escaso sedimento de sus partes más cóncavas. No son montañas excesivamente altas y testimonian el basamento precámbrico de la América del Sur. En general es una tierra feraz hacia oriente donde se encuentran las pampas y seca hacia occidente, en dirección de los Andes. Allí vivieron de manera autónoma los indígenas desde tiempos y con una identidad social que no nos es conocida suficientemente todavía hasta la invasión española. Este trabajo está destinado a sintetizar muchos años de investigación en uno de los «bordes» de ese espacio: la Sierra de Comechingones Sur, en la Provincia de Córdoba. El arte al que nos referimos se encuentra a relativamente pocos kilómetros de la ciudad de Río Cuarto. La comarca tiene valles y montes relativamente bajos (ya que apenas alcanzan los 1800 metros sobre el nivel del mar), constituidos por granitos y esquistos, filones y canteras de cuarzo o marmolina y -sobre todo- secciones graníticas extensas y significativas, configurando un paisaje litológico derivado de las formas redondeadas de esa roca ígnea, grisácea y lábil a la acción del agua. La Sierra se despliega en sentido meridiano; los bloques se estrechan en dirección norte-sur. La cubren isletas de monte xerófilo y de pajonales densos allí donde la agricultura o la ganadería han sentado sus reales desde el siglo XVI. El monte es un bosque que ha sido climáxico en el pasado y hoy esta disminuido por la tala y por su sustitución por especies extranjeras. Numerosos arroyos y arroyitos bajan desde la altura pero son de régimen irregular; sus cauces se colman en primavera y verano y en el resto del año lucen secos, arenosos o limosos o con torrenteras relativamente extensas de rodados. Todo ese país fue habitado por los indígenas en distintos momentos de la historia: por todas partes hay sitios con materiales arqueológicos. Allí, la productividad del ambiente tiene correlato en la productividad humana. La dinámica demográfica debió estar relacionada con la habitabilidad de la Sierra. No se trató de un paisaje hostil sino, por lo contrario, pródigo; por lo menos, durante el Holoceno medio y tardío En él, los sitios rupestres brindan una arqueología de imágenes. No parece haber existido obstáculos a la vida humana en estos parajes de valle y abras rellenados con material detrítico, salpicados de espinillos, romerales, árboles de porte y forraje natural para los guanacos que fueron pintados en las paredes de piedra de sus refugios naturales. La entrada de los españoles a la tierra montañosa de la Argentina mediterránea causó tal efecto sobre los indígenas que vivían en ella que los pintaron en su notable arte rupestre. Es así como el arte rupestre, en Córdoba, muestra una iconografía fiel al género de vida y a la historia de sus parajes. Los hombres montados a caballo expresan el final, el repertorio tardío de esta producción de imágenes que debe haber durado muchos siglos

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y que se encuentra, hoy, dispersa en aleros y refugios de roca en esta montañas viejas, de perfil redondeado y cubiertas (hasta cierta altura) por un monte abigarrado de algarrobo, chañar y espinillo. Los valles suaves, originados en la orogenia profunda de sus bloques inclinados y aflorantes, albergan dibujos (pintados y grabados) realizados por grupos humanos que habitaron la región, mucho antes de la invasión española que acabamos de describir. Es posible que muchas hayan sido realizadas por los indios Comechingones, nombre que les dieran los españoles, pero otras pueden haber deberse a la creación de una ignota identidad etnohistórica para nosotros. Es probable que vinieran realizándose desde alrededor del comienzo de la era cristiana y que tuvieran influencias –en sus motivos y temas- de las sociedades que vivían en las áreas geográficas aledañas. La convención gráfica que estudiamos es, entonces, resultado de la originalidad rupestre de esta región así como de muchos elementos de variación que impusieran en ella el noroeste argentino y pampa-patagonia. En la región que estudiamos, la fecha de octubre de 1573 debe haber constituido el tiempo casi final de la manifestación rupestre. Se interrumpieron los temas tradicionales (los animales, la caza, los signos herméticos), se dibujaron en algunos lugares de la sierra hombres a caballo5 y, finalmente, todo terminó6. Mucho más impreciso es intentar establecer sus comienzos. Las características de un sitio rupestre dependen del paisaje de roca en el que fue seleccionado para ser pintado o grabado. Puede tratarse de aleros o abrigos (refugios de poca profundidad, cuya génesis debe ser atribuida a la acción del agua y del viento) o cavernas o grutas de origen geológico y geomorfológico mucho más complejo. Pueden yacer solitarios o formar parte de un conjunto solidario de sitios. Pueden estar ocultos o aparecer simplemente a la mano de una recorrida cuidadosa. Lo cierto es que el arte rupestre no fue hecho para ser mirado pero sus grados de accesibilidad son bastante variables. Si fue un arte secreto o esotérico no siempre este carácter obligó a realizarlo en lugares inaccesibles. Sin embargo sus imágenes suelen tener una relación, remota o próxima, con la luz exterior y con la penetración de la luz en la intimidad de la oquedad. Como los dibujos que ellos contienen son significantes, podemos considerarlos espacios semióticos: espacios en los que los indígenas dejaron signos con su ideología, su lenguaje gráfico y su cosmovisión. Vemos así que su simple distribución en el espacio no basta para agotar su proceso de significación sino que -quizá a diferencia de los que ocurre con los yacimientos arqueológicos corrientes- ella solamente abre una de las dimensiones de su complejidad. Sin embargo, de las tres líneas de definición de sitio que hemos consignado antes, tomaremos la primera de ellas (la idea de que existe una materialidad arqueológica que se distribuye en forma discontinua en toda una región) y la aplicaremos para fundamentar nuestra proposición sobre el arte rupestre -investigado arqueológicamente- como una formación arqueológica. Es así, entonces, que en un paisaje -en este caso el de Comechingones- no solamente encontraríamos sitios arqueológicos con sus depósitos sedimentarios y artefactuales sino, asimismo, un régimen de imágenes con su dispersión espacial tan elocuente como la de los primeros. Las síntesis espaciales permiten verificar cuánto se ha progresado en la ampliación documental y cuánto en la interpretación de los diseños rupestres. Ellas son mucho más que una sumatoria de yacimientos arqueológicos. Los sitios de nuestra región exhiben dos tipos de geoformas: aleros (llamados también abrigos o casas de piedra entre los pobladores actuales) y taffoni (designados por

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los geólogos con esta expresión italiana) o piedras bola (nombre que usan los lugareños). Tienen orígenes diferentes. Los taffoni son específicos de los países con paisajes graníticos; los aleros, no. En este tipo de ambientes litológicos no suele haber cuevas. Los taffoni son grandes «bochas» graníticas, geoformas muy típicas pero no excesivamente frecuentes, formadas por denudación hídrica en el seno de extensos batolitos. Su superficie externa es muy lisa o casi, sub-esférica, producida por un efecto característico de erosión en hojas de cebolla o catafilar. En su interior siempre existe una oquedad -también lisa y netamente cóncava- que a veces posee nichos o superficies cóncavas menores. En ese interior se aloja, casi inevitablemente, el arte. Es evidente que los taffoni han sido objeto de especial atención por reunir misterio de la forma y rareza en la montaña. Los geólogos suponen que estas geoformas existen en el interior de la formación batolítica, bajo sedimentos de edad posterior los cuales deben haber sido erosionados. Su ambiente interior es generalmente muy oscuro porque la apertura que sirve de entrada es muy baja (a veces sólo admite que se ingrese agachándose o en posición decúbito ventral). La cavidad interior suele estar desnuda de sedimentos y ella ha crecido -en el tiempo geológico- a expensas de su masa por meteorización y por erosión hídrica. De ésta última hay evidencias por chorreos negros (ya que arrastran minerales propios de la descomposición de la roca). Helechos o hierbas suelen vivir a su amparo cuando se forma alguna pequeña capa de tierra llevada por el viento o desagregada de la descomposición de los feldespatos o plagioclasas que constituyen la trama mineral del granito A su alrededor puede haber algunos árboles de porte, espinillos o pastizal. Suelen aparecer solitarios en el paisaje y son bien visibles como geoforma. Los aleros, en cambio, son rocas cuyos bloques -por lo común- de formas paralelepípedas irregulares, sobrepuestos o partidos, delimitan espacios fuera de la intemperie (uno solo o varios). Su evolución como geoforma empezó en el frente de erosión, una «visera» que se encuentra a altura variable, de extensión y grosor también variable. Los aleros poseen diaclasas y fisuras, es decir, grietas producidas por las diferencias térmicas y por la erosión hídrica; algunas tienen mucha longitud y anchura volviéndose verdaderos ejes arquitectónicos de la geoforma y vectores de su evolución futura. El interior puede ser una cavidad grande o pequeña –brindando mucha o poca protección- que recibe, generalmente, bastante luz. Las paredes y techos, así demarcados, tienen planos que describen superficies poco cóncavos en los que aparecen los dibujos. También tienen bloques caídos, regolito suelto que proviene de la descomposición del techo y depósitos sedimentarios no demasiado potentes ya que no exceden el medio metro de profundidad, por debajo de los cuales se encuentra regolito y granito desnudo. Éste, a veces, se extiende por afuera del alero, especialmente cuando éste forma parte de un conjunto disperso sobre el batolito aflorante; otras, el terreno por fuera del refugio de roca, se desarrolla en talud siguiendo la topografía general o cayendo hacia un arroyo y en él crece el monte ocultando la entrada y- en no pocos casos- el alero mismo. Tanto en los taffoni como en los aleros se puede identificar una arqueología de suelo, es decir, sus depósitos arqueológicos con distintos tipos de restos: artefactos líticos y cerámica en mayor proporción y restos óseos en pronunciado grado de fragmentación; extraordinariamente algún objeto de significación especial como las estatuillas modeladas en arcilla y cocidas o, asimismo, restos correspondientes a ocupaciones criollas7 y modernas. En los sitios de piedra bola, esos depósitos se encuen-

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tran en su adyacencia inmediata, contenidos en una matriz de naturaleza húmica y, en casi todos los casos aflorando en superficie; en los aleros se encuentran tanto en su interior como en el terreno contiguo denotando el carácter de habitat -transitorio o permanente- que tuvieron e suelen incluir en bajo su abrigo o fuera de él morteros fijos, horadados en la piedra de cualquiera de sus bloques. Zorros o pumas suelen refugiarse en su interior; vacas y chivos tienen acceso fácil y no es raro que alguno quede atrapado en la parte más profunda por lo cual los pobladores (capataces de estancia, peones) colocan rocas, pircados, para obturar estas trampas inesperadas para su ganado añadiendo elementos a la arquitectura humana de ellos. Cuando un alero o piedra bola guarda arte indígena también, entonces, se constata una arqueología de pared: de los pigmentos, de los diseños rupestres, de sus superposiciones, de los soportes en que fueron realizados, de los colores y formas de los planos elegidos, los fantasmas de pintura, los graffiti antiguos y modernos, las roturas vandálicas, y los líquenes y musgos que suele alojar, las fisuras y microfisuras, las líneas y superficies de chorreo, las marcas de humedad, los panales de avispas, el polvo repartido en su superficie, su posición en el espacio –horizontal, vertical, inclinada, las partes cubiertas por sedimentos, los bloques desprendidos, etc. El modelo analítico para una y otra no es el mismo ya que desarrolla algoritmos diferenciados. La arqueología de suelo procede a realizar registros estratigráficos, tipológicos, muestrales distribucionales de distinta extensión (calicatas en algunos casos o excavaciones amplias en otros). La arqueología de pared rupestre es –todavíaimprecisa en términos de técnicas de registro y de unificación sistematizada de las variables a observar; los informes y artículos publicados generalmente no la consigna porque no nos dicen casi nada acerca de su propia topografía (es decir, sobre sus accidentes en la roca, sobre el desarrollo de sus planos, sobre las superposiciones totales o parciales de dibujos, etc.), sobre las características de la roca que está dibujada, sobre sus transformaciones y sobre sus propiedades como soporte. A veces, las monografías se focalizan e informan sobre los paneles de arte completos o sólo comunican sus signos más elocuentes con fines comparativos. Las dificultades inherentes a cada una de estas arqueologías y el tipo de información que fijan parecen bifurcar sus destinos. Muchos informes incluyen a ambas, otros las separan y, por fin, los más netamente rupestres sólo consignan la arqueología de los signos pintados y grabados. Los investigadores del arte tienen la convicción que la correlación entre una y otra debiera ser demostrada con algún grado de probabilidad; la conexión más segura es cuando se encuentran bloques pintados desprendidos y enterrados en los depósitos internos a los sitios rupestres o cuando se encuentran trozos de la materia prima que se usó para fabricar los pigmentos en la estratigrafía del sitio. No es frecuente que esto ocurra. Cuando esta correlación se verifica, estamos ante una interacción heurística entre arqueología de suelo y arqueología de pared que nos informa sobre el género de vida de las sociedades indígenas serranas tanto como sobre su ideología. Si ésta no tuvo lugar y no podemos garantizar esa correspondencia, la arqueología de pared adquiere autonomía, se lleva a cabo por sí misma aún cuando elecciones personales de los investigadores pueden conducir al mismo resultado haciendo del registro rupestre una rupestrología que hace mención a la arqueología de suelo solamente para adjudicar al arte una cronología y una adscripción cultural. Este trabajo toma este último camino, no porque desdeñe la información de los depósitos -que de todas maneras se describen- sino por la convicción de que el arte merece un tratamiento irreductible por su carácter de imaginario social y por sus

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valores ideológicos, rituales y estéticos. Usamos el término formación arqueológica para connotar los depósitos arqueológicos de una cultura material que se distribuye en una geografía definida, que es proceso y, a la vez, resultado de una acción humana, social y natural, destacando el movimiento y la variación en la constitución de las propiedades específicas de los restos arqueológicos así como la posibilidad de ordenar los datos en un modelo n-dimensional de sitio arqueológico (Rocchieti, 2004). En la práctica de campo realizada en una región se suelen identificar una o más formaciones de este tipo: el concepto alude a tipos de asociación sistemática entre restos artefactuales y no artefactuales verificados en distintos sitios arqueológicos, a posición y relaciones estratigráficas y a parámetros de iniciación, duración y extinción de la misma. Está inspirado en las formaciones geológicas y en los bioestratos de la paleontología y lo consideramos útil para expresar el «espesor» concreto que ha dejado la vida humana en los estratos de la tierra. En el caso del arte rupestre, abarcado descriptivamente como formación arqueológica, esta síntesis está conformada por su arqueología de pared (a veces complementada con la de suelo), esto es, la arqueología de los signos, de los colores, de la roca, de los vectores de transformación. Es que la investigación rupestre habrá de enfrentarse con un verdadero desideratum: su carácter doble: relicto material y material significante, situación que es inédita en la historia del arte y de la comunicación humana. El primero es tangible, el segundo intangible pero absolutamente interdependientes porque no sólo el primero es condición de requisito para el segundo (si desaparece, definitivamente desaparece la actuación que estudiamos como signo) sino porque constituye también al segundo en el plano de la significación haciendo casi imposible discernir entre lo que es signo y lo que no lo es ya que, recordemos, el uso de determinado panel de roca, de un nicho en un techo, el acceso de luz y los efectos que ella provoca en términos de visibilidad ritual, el color del soporte y los colores de realización de los signos, su forma, todo confluye para volverse signo aún cuando su naturaleza objetiva –desde otra perspectiva- sea «no sígnica». En definitiva, poner el centro de los estudios en el arte por sí mismo, en el arte y en la base tangible de su carácter como formación arqueológica, en ambos a la vez o en la arqueología del arte junto a la arqueología de los depósitos de sitio, no deja de ser una elección –muchas veces enteramente personal y no siempre fundamentada- que podemos constatar en el campo disciplinario propio tanto como en el de las disciplinas que también lo toman como objeto de investigación (especialmente, la historia del arte, la filosofía y la estética). Las referencias a la arqueología artefactual y de residuos de las actividades económicas y domésticas de los grupos humanos que lo produjeron es habitual a veces con la misma intensidad que el análisis del arte, a veces subordinado a su registro; y lo inverso también ocurre y, como ya lo señaláramos más arriba, el estudio o la mención del arte ocurre como un complemento del trabajo sobre la arqueología de sitio. Examinar su configuración ideológica bajo la perspectiva territorial y asimismo como formación arqueológica sensu estricto es consecuencia de los itinerarios de la arqueología contemporánea, particularmente, aquella que destaca como fundamental la espacialidad y las n-transformaciones del registro. Desde nuestra forma de ver estas cuestiones, consideramos que la categoría de estilo podría expresar la síntesis del arte entre ideología y formación arqueológica, problemática que desarrollaremos en el capítulo correspondiente asumiendo que clasificar y sistematizar es ya interpretar (Rocchietti, 1984).

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Las fuentes de información rupestre: los sitios rupestres8 Sea por un impulso de juego, por un acto de comunicación o-lo más probable- por una necesidad de dominar mágicamente el mundo de los animales y de las cosas, pintaron o grabaron signos en las paredes o en los techos de roca. El caso más frecuente es aquél en el que diseñaron animales con características muy propias en el desarrollo de las imágenes, particularmente las del movimiento. En otros casos dibujaron un repertorio muy amplio de signos geométricos. Mientras que los conjuntos de animales reproducen detalles de anatomía y de conducta de las especies que les eran familiares, los conjuntos de poligonales son particularmente enigmáticos y las más de las veces aparecen juntas haciendo que evoquemos rituales propiciatorios de caza o de reproducción. Pero también, este arte exhibe figuras humanas con características de bosquejo sumario del cuerpo y, en pocos casos con vestidos y adornos. Las figuras humanas y de animales están pintadas generalmente en blanco, las figuras geométricas suelen mostrar los colores blanco, ocre y rojo. El inventario de sitios, con su geoforma de base, es el siguiente: Cerro Intihuasi – Alero 1

alero

Cerro Intihuasi – Alero 2

alero

Cerro Intihuasi – Alero 3

alero

Cerro Intihuasi – Alero 4

alero

Cerro Intihuasi – Alero 5

alero

Cerro Intihuasi – Alero Mayor

alero

Cerro Intihuasi – Alero de la Máscara

alero

Cerro Intihuasi – Alero de los ñandúes

alero

Cerro Intihuasi – Alero del Norte

alero

Cerro Intihuasi - Alero de la Explanada de la Coral

alero

Cerro Intihuasi - Aero 1 del Abra Chica

taffoni

Cerro Intihuasi – Alero 2 del Abra Chica

taffoni

Cerro Intihuasi – Alero del Oeste Bocha Gaumet

taffoni

La Barranquita – El Zaino 1

alero

La Barranquita - El Zaino 2

alero

La Barranquita – El Zaino 3

alero

La Barranquita – El Zaino 4

alero

India Muerta – Sierra Grande 1

alero

India Muerta – Sierra Grande 2

alero

India Muerta – Sierra Grande 3

Bloque irregular

Tapera Los Cocos

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alero

taffoni

El Toldo

alero

Los Nogales – Casa de Piedra 1

alero

Los Nogales – Casa de Piedra 2

alero

Achiras – Piedra del Águila 8

alero

Achiras – El Ojito

alero

Las Lajas - Chorro de Borja

bloque

El Pantanillo – Alero Irusta

alero

El Pantanillo – Bocha Irusta

taffoni

Arroyo La Cruz – La Cruz 1

alero

La Barranquita - El Zaino 2

alero

La Barranquita – El Zaino 3

alero

La Barranquita – El Zaino 4

alero

India Muerta Arte – Sierra Grande 1 Ana del centro-oeste argentino: María Rocchietti Sierra de Comechingones Sur India Muerta – Sierra Grande 2

alero

India Muerta – Sierra Grande 3 Tapera Los Cocos

alero

Bloque irregular taffoni

El Toldo

alero

Los Nogales – Casa de Piedra 1

alero

Los Nogales – Casa de Piedra 2

alero

Achiras – Piedra del Águila 8

alero

Achiras – El Ojito

alero

Las Lajas - Chorro de Borja

bloque

El Pantanillo – Alero Irusta

alero

El Pantanillo – Bocha Irusta

taffoni

Arroyo La Cruz – La Cruz 1

alero

Cerro Suco - Suco

cueva

La región rupestre El paisaje serrano y los aleros con arte rupestre delimitan una región: la que surge de los intercambios entre el hombre y la naturaleza que lo rodea, en este caso ceremoniales, simbólicos y estéticos. Poco queda en la geografía actual del pasado antiguo: los campos han sido dedicados a agricultura y a la ganadería, el monte que se deslizaba desde las cuestas hasta el borde de la llanura cordobesa fue talado y rutas de asfalto la cruzan hacia el oeste y hacia el sur. Los sitios arqueológicos resguardan esas manifestaciones de las sociedades autóctonas y alojan a sus mundos, imaginarios y reales. Ese universo de comunicación, de imágenes y de roca es el que sintetizamos bajo el concepto de región rupestre. En ella uno o varios estilos expresan un universo gráfico y convencional. La descripción del ambiente litológico dominado por la roca de granito nos ofrece las bases materiales para entender las pinturas y grabados rupestres de la Sierra de Comechingones. El fenómeno rupestre posee, simultáneamente, otras dimensiones: las que se desenvuelven a partir de la interacción entre litología, vegetación, aguas corrientes, movilidad del viento, visibilidad de las vecindades del sitio rupestre, juegos de luces y de sombras, sonidos y olores característicos. El paisaje rupestre debió ofrecer una conexión entre los aspectos no sígnicos del arte que es crucial para sintetizar las características semióticas y no semióticas, arqueológicas y no arqueológicas del sitio en tanto sistema unificado de elementos y de relaciones entre ellos, en el pasado y en el presente. Siendo el paisaje una construcción social, tanto de carácter material como de carácter imaginario, ofrece un dominio de investigación en términos escenográficos y semióticos. Por lo tanto, el «monte» como paisaje rupestre sintetiza el carácter del arte que encontramos en él. El estudio de esta dimensión de la síntesis rupestre exigiría efectuar un procesamiento de la información basado en cinco criterios, teniendo en cuenta que el concepto de paisaje no puede ser aprehendido sólo desde un concepto singular: a. circunscripción espacial del fenómeno rupestre, b. establecimiento de los agrupamientos de sitios (o en su defecto, su dispersión y aislamiento),

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c. exclusividad en el uso de medio-ambientes, d. conexiones en espacio y tiempo (similitud entre diseños y correlación cronológica) y, por último e. Inter.-visibilidad de los sitios.

La cuestión temporal El ordenamiento de los registros dentro de un panorama general de continuidad, constatable en la expresión espacial y en la carencia de diferencias apreciables que permitan un diagnóstico particularizado de diacronía, requiere una discusión sobre la variabilidad de sitios presentes en ese sector de la Provincia. Sea que represente distribución funcional o serie diacrónica, en todo caso ilustra un pattern estabilizado en el cual podría establecerse casos de largo término (como podría serlo Casa de Piedra, un sitio al aire libre con un importante número de puntas de proyectil y artefactos molienda) y de corto término (como Piedra del Águila, un cerro con trece sitios – paraderos con gran cantidad de raspadores nucleiformes y material de talla, puntas de proyectil y preformas). Lo que resalta, en todos los casos, es la naturaleza aleatoria de las distribuciones internas de sitio, con pocas excepciones. Dados los fechados9 de que disponemos podría proponerse una secuencia del siguiente tipo para usar en la referencia temporal del arte rupestre (aunque no necesariamente su adscripción arqueológica la cual no es segura salvo en un solo caso): 750 AP Chorro de Borja (ChB) 780 AP Casa Pintada (IW) 1500 AP Chañar de Tío (ChT) 1700 AP Abra Chica (INW El Ojito (?) Casa de Piedra (?) (por set de artefactos) 1940 AP Piedra del Águila (PA8) 2840 AP El Zaino 2 - La Barranquita (LB) El continuum del proceso histórico regional en el ámbito indígena debe tener un significado más amplio que la adaptación eficiente puesto que las variantes ambientales durante el Holoceno tardío no parecen haber sido extremas. La arqueología de suelo de brindó estos fechados definen un rango de duración. Sabemos, ya lo hemos dicho, que debe haber terminado hacia 1573 o poco después.

Los signos rupestres Llegados a este punto, podemos presentar la hipótesis fundamental de este trabajo ya que consideramos que los conjuntos rupestres de la Sierra de Comechingones permiten advertir una organización visual que se basa en algunas pocas reglas de diseño. Reglas que sintetizan la coherencia sostenida, perdurable, de la organización de las imágenes rupestres:

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a. El tema general es la fauna, en movimiento10, b. su lógica que expresa la idea de captura de animales, transitando iconográficamente desde la representación completa de los animales hasta la huella de su pata, c. la imagen humana se dibujó siempre como si estuviera «flotando» en el espacio, pocas veces con partes sexuales, adornos o vestimenta, d. color derivado del blanco (con matices debido a su transformación por acción meteórica sobre el pigmento) y, en menor medida, el rojo, el amarillo-ocre y el negro, e. elección de texturas (es decir, de roca de base), equi-granulares11 en planos cóncavos o alabeados12. Estimamos que es posible articular el arte rupestre con su mundo ambiental y social de manera sintética (aún cuando hubiera entre arte, ambiente y sociedad aspectos contradictorios). En principio, cada sitio rupestre posee la autonomía combinatoria de los signos básicos pero, al mismo tiempo, documenta variación y apartamiento de la «norma» de su código. La colección de sitios muestra siempre (con mayor o con menor intensidad): a. similitudes fundamentales entre sitios rupestres, las que ilustran, para nosotros, la duración del modelo icónico en el tiempo así como de las corrientes estilísticas (Gradin, 1999:91) que sostuvieron en sus tradiciones, y b. variación de «fondo» entre ellos, verificándose ya sea, en los casos en que aparecen signos únicos, ya sea en los que se verifican modificaciones de combinación o en las clases y gamas de colores (Rocchietti, 2000). Si la variación de fondo no afecta en forma drástica la coherencia de las similitudes fundamentales, entonces puede esperarse que las instituciones históricas que la sostuvieron (y su conciencia social productora) no deban haberse transformado. A la inversa, si ello ocurre, puede tratarse de su colapso, de su reemplazo o de la experimentación con formas, colores y temas nuevos.

Conclusiones El arte rupestre es una producción polidimensional y polisémica -allí donde se verificare- por lo cual cualquier esfuerzo por aprehenderla habrá de acudir a los conceptos que ofrecen las disciplinas sociales. Su naturaleza simbólica y ritual escapa a los determinismos y ofrece una alternativa metafísica en los sistemas simbólicos con los que opera el pensamiento humano.

Notas 1

En la Cordillera de Kimberley, en el noroeste de Australia, todavía en la actualidad los aborígenes pintan las wandjinas, de un tamaño notable porque pueden alcanzar unos seis metros. Ellas representan rostros blancos y sin boca, rodeadas de uno o dos semicírculos en forma de herradura, con líneas irradiadas por el símbolo exterior. Ellos creen que en los primeros días

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del mundo, cada wandjina (de los que había muchos) creó la topografía de una zona determinada y, una vez terminada la tarea, se transformó en una serpiente mítica y se refugió en un charco cercano. Pero, al hacerlo, dejó una imagen en una pintura rupestre, en un refugio rocoso, y ordenó que antes de que diera comienzo a cada estación de los monzones, los hombres tenían que renovarla. La renovación de las wandjina no solamente da comienzo a las lluvias (porque después viene la época calurosa y seca) sino que es garantía de fecundidad de los animales, y de los vegetales. El incumplimiento de este mandato acarrearía la sequía y el hambre. Cuando las pinturas de las cuevas se vuelven borrosas, el wandjina desaparece llevándose consigo la lluvia y la fertilidad (Cf. Mountford, 1964:12-13). 2

Esta expresión la usó Claude Lévi Strauss para describir las estructuras que subyacen a los mitos.

3

Jacques Lacan decía que lo Real, para el hombre, es aquello que no puede ser simbolizado. Las respuestas a ambos interrogantes –por ser cruciales pero inhallables- para la humanidad sólo pueden consistir en absolutos símbolos.

4

Esta autora señala que es frecuente el error de confundir contenido con estilo y que los atributos estilísticos son los que tienen similaridades con otros.

5

En la localidad de Cerro Colorado, en el extremo norte de la Provincia, verdaderas batallas entre indios y españoles.

6

Seguramente no dejaron de producirse paneles rupestres de inmediato -porque una creencia no se esfuma así porque sí- pero desde esa fecha era una práctica condenada a desaparecer, por herejía o porque el sentido de ese mundo había cambiado.

7

Muchos aleros fueron usados como una suerte de vivienda natural en la Provincia de Córdoba porque la población rural pobre usaba los aleros como habitat permanente. Nosotros mismos hemos recibido testimonios sobre familias conocidas en la zona de Achiras cuyos bisabuelos y abuelos moraban en ellos y hemos observado su implementación como galpones y como depósitos.

8

Un sitio rupestre es un lugar en el que los indígenas (habitantes de la región antes de la llegada de los españoles) han dejado una expresión imaginativa de la realidad o de sus deseos de realidad así como testimonios de la invasión que cambió su historia. Podemos considerarlos espacios semióticos ya que los dibujos (pintados o grabados) poseen naturaleza significante.

9

Realizados en el Laboratorio de Radiocarbono y Tritio del Museo de Ciencias Naturales, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad Nacional de La Plata.

10

Es decir, corriendo, desplazándose alineadas, atacando. Su coherencia es muy grande, si atendemos a su reiteración en casi todos los sitios enumerados.

11

El granito feldespático de los batolitos de Comechingones suele ofrecer algunas superficies con cristales de cuarzo y feldespato pequeños y de tamaño regular. Van acompañados de micas blanca y negra que completan el brillo y la tonalidad gris-blancuzca de las paredes interiores de los aleros.

12

El granito, al exfoliarse, deja oquedades convexas de fuerte curva; por eso, los planos en que dibujaron describen una especie de cuenco o un plano cóncavo-convexo, aprovechado para obtener más realismo de la figura.

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Anexo de Imágenes

Mapa de Córdoba. Ubicación de la región rupestre.

Paisaje rupestre.

Paisaje rupestre típico.

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Montaje de figuras de arte: las leyendas son: Alero Irusta /Campo Toledo / Chorro de Borja /El Ojito / Cáliz / Humanos del Alero 1 del Abra Chica (Intihuasi) India Muerta / Camélidos Figura Humana (Intihuasi) huella de puma / El Zaino

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Arqueología de la zona lacustre de Córdoba (N.E.). Un contexto para armar Marta Bonofiglio Universidad Nacional de Córdoba. Museo Histórico Municipal de La Para Contacto: [email protected]

1. Introducción Las imágenes que sobre la Mar Chiquita nos transmite la bibliografía escrita durante el siglo XX ocasionan desconcierto al lector que hoy ha visitado el espejo de agua, sus costas y sus islas. Los mapas de entonces mostraban una laguna de diámetro más reducido, casi la mitad de la actual, que se prolongaba hacia el Norte mediante pequeñas lagunas relacionadas entre sí y rodeadas de bañados. Sus aguas poseían un altísimo nivel de salinidad, la fauna piscícola era escasa, desde 1920 la economía se basaba en el turismo, atraído por las cualidades medicinales de los barros, en la cría del coipo, que abastecían a la industria peletera y alguna actividad agrícola incipiente. El imaginario colectivo asumía que las condiciones naturales podían retrotraerse a centenares o miles de años, por lo que aceptaba que había sido escasamente poblada por grupos aborígenes (Frenguelli y Aparicio, 1932; Outes, 1911). Todavía hoy, la opinión de obras de circulación masiva repite la misma visión: «Las bajas tecnologías no parecen conjugar con la posibilidad de densidades poblacionales en su entorno […] los yacimientos poseen una cerámica pobre y mal cocida....» (Áreas Naturales Protegidas. Agencia Córdoba Ambiente. La Voz del Interior, 2006).

Actualmente, a partir de los fenómenos hidrológicos acaecidos en los años ‘70, el paisaje lacustre ha sufrido drásticas modificaciones. Precipitaciones superiores a las normales, en la cuenca de captación de los ríos afluentes y los aportes de las aguas subterráneas, han provocado cambios en los niveles de costa, en los porcentajes de salinidad de las aguas, en la fauna ictícola, en la economía regional, perjudicada en gran parte por la pérdida de la superficie edificada, y de extensiones considerables de los terrenos de cultivo. Como contrapartida de estas consecuencias ecológicas, hoy está clasificada entre una de las 10 lagunas de agua saladas más extensa del planeta, una «isla biológica»

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que conserva un alto porcentaje de sus condiciones naturales originales, poseedora de humedales que representan riqueza y diversidad de especies. Valorada por sus características, actualmente es objeto de investigaciones biológicas, geológica, arqueológicas. Sus sedimentos han sido motivo de análisis (Piovano, et al., 2002, Piovano et al., 2004a y 2004b; Piovano, 2005), los que han permitido reconstruir la historia del clima hasta un período superior a los 13.000 años AP y efectuar reconstrucciones paleoclimáticas. De este modo conocemos «que la historia hidrológica de la laguna se caracteriza por fluctuaciones en su nivel que son de similar magnitud a las ocurridas durante el siglo XX» (Piovano, 2005). Este autor ha logrado reconstruir la línea de escarpas que corresponden a una paleo- línea de costas, coincidentes con el nivel de inundación actual (Piovano, 2006). Infiere, en consecuencia, fases de alta humedad durante el Pleistoceno Tardío, representadas por eventos transgresivos, separadas entre sí por largos períodos de sequía. El último ciclo húmedo culmina en el 13.700 AP, cuando se inicia una fase regresiva. En el Holoceno se registran otros períodos de balances hídricos positivos y transgresiones, interrumpidas hacia el 4200 A P por etapas de marcada sequía y niveles bajos. Estos niveles perduran hasta el último cuarto del siglo XX, caracterizado por el exceso hídrico. Según Butzer (1989), dichos cambios corresponderían a anomalías de largo plazo en la escala de variabilidad medioambiental por él definida, de amplitud suficiente para traducirse en los registros arqueológicos. Este tipo de variaciones incluyen oscilaciones repetidas durante los 10.000 años del Holoceno. El sistema más sensible, en este caso es el hidrológico. Se trata de un tema complejo, conformado por diferentes niveles de análisis como «la relación entre el agua superficial y a) la infiltración b) las condiciones periódicas de canales fluviales y las amplitudes y periodicidades de inundaciones. Estos cambios afectan al equilibrio entre la formación del suelo y la erosión a través de las modificaciones de los microclimas y de la cohesión del suelo, de la cobertura vegetal que retarda los efectos erosivos de las gotas de lluvia y la abundancia y circulación de las aguas superficiales o de la remoción de la capa de humus, de los corrimientos del suelo y de la formación de cañadas» (Bucher et. al, 2006).

Las consecuencias de este proceso pueden ser la profundización de los lechos fluviales o la formación de un sistema fluvial ramificado y sinuoso, favorable a la deposición de sedimentos y morfologías aluvionales. Estas modificaciones cualitativas perduran en tanto que los cambios cuantitativos afectan a las estructuras de mosaicos y a los ecotonos en particular. Los cambios descriptos han afectado de distintas maneras a los depósitos arqueológicos y, por lo tanto al conocimiento del pasado prehistórico. Pensamos que nuestra percepción del pasado está directamente relacionada con el estado de preservación del registro material o arqueológico, según las pautas de procesos de formación implicadas, existiendo un ruido (un problema a resolver) en dicho registro que debe ser extraído antes de su interpretación en términos de conducta humana (García San Juan, 2004). En este caso, ese ruido o problema está representado por las múltiples alteraciones que

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ha sufrido el registro debido a las condiciones postdeposicionales, las que provienen de diferentes factores, en general ocasionados por los eventos climáticos y sus efectos sobre la biomasa. Esta realidad nos obliga a considerar que cualquier interpretación acerca del comportamiento humano debe ser precedida por el estudio de las transformaciones postdeposicionales, en primer lugar, naturales, ya sean biológicas o geomorfológicas. Entre ellas, las que han incidido de forma directa sobre los establecimientos humanos del pasado son las que provienen de la acción de las aguas sobre el litoral de la Laguna, con los consiguientes movimientos de sedimentos. Ésta, dado el extenso perímetro de sus costas y el volumen de agua que contiene, se comporta como un mar cuyos agentes de transformación son, entre otros, las mareas, la erosión eólica provocada por vientos regulares y frecuentes, la remoción y transporte de sedimentos. Los antiguos poblados o establecimientos costeros han quedado, en las siguientes situaciones: § Bajo el nivel de la laguna, a cientos de metros de la costa actual. Sobre ellas, las olas llevan todo tipo de restos, fragmentos cerámicos especialmente. Dicha actividad constituye el elemento morfodinámico principal del espejo de agua; los cambios en el balance hídrico originan movimientos que causan la «canibalización» de su propio depósito y la formación de escarpas (Piovano, 2007). Es en ellas y a causa de estos movimientos que los acantilados y los médanos alojan las evidencias arqueológicas. § en relación con la línea de costas; pueden reconocerse una parte de los sitios de asentamiento, es decir el sector no cubierto totalmente por las aguas. En este caso los desplazamientos son más reducidos e identificables. § en las barrancas altas, acantilados y médanos formados por la dinámica descripta. § en las islas, algunas de las cuales hoy han adoptado esa característica, ya que antes del 79 integraban la tierra firme y formaban parte del contexto habitacional propio de los períodos secos. § en los paleocauces y actual desembocadura del Río Primero, en las llanuras aluviales de origen fluvial (desembocaduras del Rio Xanaes) donde son notables los procesos de escurrimiento, la denudación de la superficie, pero que mantienen una extensión de costas altas con importantes niveles de conservación. Estas características motivaron que planteáramos el trabajo de investigación en un proyecto a nivel regional, en el que se determinen paleo ambientes habitados, posibilidad afirmada por la existencia de recursos críticos como el agua dulce. Entendemos que los contextos arqueológicos corresponden a momentos diferentes, en paisajes que se han superpuesto temporalmente unos a otros, cuyas características bióticas responden a períodos de alternancia. Las tareas realizadas hasta ahora (primera etapa del trabajo), han aportado información acerca de algunos aspectos y planteado problemas que orientarán los trabajos futuros. Se han recolectado varios miles de fragmentos de piezas cerámicas, objetos líticos

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y óseos, los cuales han mostrado variables importantes en tecnologías y posiblemente revelen los diferentes momentos en que fueron producidos. La variabilidad de las condiciones en las que se produjo el depósito muestra el resultado de acciones que provienen del contacto del agua con las distintos tipos de sales y otros factores que afectan al grado de conservación.

2. Área de Trabajo Las prospecciones generales de reconocimiento, de las que daremos cuenta a continuación, abarcaron en la primera etapa las zonas sud -sudoeste de la laguna de la Mar Chiquita, comprendidas entre las localidades de Altos de Chipión, donde comienza la fractura Tostado- Selva y Loma Alta, a la altura del paraje Las Saladas. La zona sur comprende, de este a oeste: a) La desembocadura deltaica del Xanaes. Se trata de un abanico aluvial, parte de cuyos brazos están desactivados, debido a que el cauce ha sido derivado, desde el año 1927, al canal de Plujunta. Entre la actual desembocadura y la antigua, se desarrolla una zona de paleocauces donde hay indicios de ocupaciones prehispánicas. Las costas presentan barrancas de 2,3 m a 1 m de altura. b) La desembocadura del río Suquía, que se encuentra actualmente en la Laguna del Plata. Lleva sus aguas mediante el llamado Río Primero Nuevo. Según Bertoldi de Pomar (1953), en 1886, grandes crecientes desviaron el cauce desde el brazo del Río Primero Viejo, hacia el Nuevo, generando un sistema de paleocauces. En sus proximidades hemos localizado sitios costeros. c) La Laguna del Plata: es una laguna satelital, en épocas secas, aislada del lago principal, al que se une en etapas como las actuales, caracterizadas por un gran volumen hídrico. Recibe el agua dulce del Suquía y del delta del Segundo, por lo que sus porcentajes de salinidad suelen ser menores. El material transportado por los ríos genera un abanico de transición, tanto en la salinidad de las aguas como en el aporte de sedimentos (Bucher et. al, 2006). En los mapas del siglo pasado se la representó como una formación independiente lo que debió posibilitar las instalaciones humanas en tiempos prehispánicos. Se prospectaron las barrancas y las playas, que arrojaron abundantes restos arqueológicos. Los pozos de sondeo se efectuaron en las barrancas, (sitios la Loma y La Playa) en las que los restos se identifican entre el nivel del piso actual, hasta los 60 cm (formación denominada «Paleosuelo» (Kanter, 1938). La forma del depósito sugiere eventos de tipo secundario. En el área de montículos (paleomédanos), conocida como Loma de La Fortuna, se practicó otro sondeo, en el que se evidencian contextos primarios. d) Hacia el NO, Campo Mare forma parte de la Laguna del Plata. Se caracteriza por la presencia de médanos y paleomédanos, de variadas alturas, sostenidos por las raíces de las gramíneas. Los restos aparecen tanto relacionados con los médanos como en la playa. e) La zona Noroeste, comprende la región de la Loma Alta, también conocida como Isla del Tigre. En épocas secas formó parte de la tierra firme, una península que se

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adentraba hacia la laguna, utilizada antes de los años ‘70 para la ganadería. Hoy el agua invadió los sectores bajos y emerge como un islote, cubierto de un monte espinoso denso y rodeado de los troncos secos de algarrobos y chañares que el agua convirtió en un bosque fantasmal de troncos que surgen entre el barro salado. Los restos se localizaron en el perfil de la costa, barranca de 3 metros de alto. El acceso debe efectuarse atravesando el terreno inundado. Durante las prospecciones identificamos el pilar trigonométrico de Segundo orden de la malla geodésica E (R. A) (4E-II-609) instalado por el Instituto Geográfico Militar en 1955. Los datos obtenidos en la monografía correspondiente informan que se plantó sobre tierra firme, del mismo modo que el pilar de acimut, a 817,20 m. Dicho documento identifica la presencia de una vertiente que proveía de agua dulce. Estos «surgentes», llamados por los lugareños «aparecidos»; son vertientes que proceden del afloramiento de las aguas subterráneas a través de las fisuras de las capas interiores. La región de la Mar Chiquita, en general, es objeto de trabajos sistemáticos a partir del año 2002, realizados desde el Museo Histórico Municipal de La Para y la Universidad Nacional de Córdoba. Destacamos la labor de preservación que realizan los Museos de La Para, Miramar y Marull que documentan y preservan este patrimonio y los trabajos de Carlos Ceruti que han abierto un panorama muy claro para los estudios en la zona. En el pasado, diferentes autores han dejado sus testimonios, generalmente producto de visitas esporádicas: Frenguelli y Aparicio (1932); Frenguelli (1945); Hierling (1984); Montes (1956, 1960); Oliva (1947) y Serrano (1945). Berberián (1995), ubica la región en la sección norte de las Sierras Centrales. La bibliografía existente ha transmitido la idea de poblaciones con escaso nivel tecnológico y estilos de vida muy simples, generalmente asociados al nomadismo o a incursiones temporales, negándose la posibilidad de establecimientos fijos y la de una evolución cultural (Frenguelli y Aparicio, 1932; Serrano, 1945), así como aportado confusas referencias a sanavirones y comechingones, que, por ahora, no tienen correlato arqueológico. En particular, en este trabajo haremos referencia específica al sector de la Loma Alta. La Loma Alta, es decir, el sector noreste de la laguna fue seleccionado para las intervenciones arqueológicas, ya que se trata de un emplazamiento ubicado en las costas altas, cubiertas de montes, no alcanzado por las cotas máximas de la inundación, que representa, por lo tanto, parte del asentamiento original. El paisaje actual corresponde a lo formación chaqueña, abundante en recursos vegetales y faunísticos: quebracho, algarrobo, talas, mistoles, herbáceas características de dicha formación y una muy rica fauna: armadillos, anfibios, reptiles, mamíferos, aves acuáticas y terrestres, crustáceos y actualmente peces de especies diversas. El cambio verificado en el paisaje se encuentra documentado en la monografía 4 EII609 del Instituto Geográfico Militar. En ella se observa la distancia entre la costa de la Mar y la ubicación del punto trigonométrico en el sitio denominado Los Médanos, en tierra firme, hoy ocupada por las aguas de la Laguna. Según Piovano et al. (2002), en los últimos 300 años la laguna nunca alcanzó los niveles de crecimiento que viene manteniendo en los últimos años. Estos estudios, realizados en base a información sedimentaria,

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composición isotópica de los carbonatos y de la materia orgánica, permitieron reconstruir la historia hidro climática de la laguna en un período superior a los 13.000 años AP, lo que ha evidenciado las fluctuaciones a través del tiempo: balances hídricos positivos, alternados por períodos de déficit hídricos. El autor agrega que durante el Holoceno temprano continúa con una larga serie de balances hídricos positivos y transgresiones, interrumpida hacia los 4200 años AP por un período de marcada sequía y niveles bajos, característica que se prolongaría hasta el último cuarto del siglo XX. Es en estas condiciones ambientales, iniciadas posiblemente en el Holoceno Medio, que se desarrollaron las poblaciones tardías cuyas evidencias analizamos, fechadas por C14 en 649 AP, o sea 1301 AD. El estudio de las evidencias obtenidas en los pozos de sondeo y perfiles de las playas y barrancas indica la existencia de ocupaciones que dependían de recursos altamente predecibles como los que brindan los ambientes chaqueños y el litoral lacustre. A ello se añade la documentación de evidencias de consumo de maíz (presentes en silito fitolitos de afines a Zea mays, representado por los morfotipos Wavy top –rondel (Informe de Laura López, 2007). Nos enfrentamos con grandes concentraciones de restos en cada uno de los espacios prospectados, cuyas características tecnológicas se diferencian de las de las regiones vecinas. El conjunto se integra con artefactos de cerámica, piedra, hueso, productos malacológicos, en los que se representan gran variabilidad de formas y técnicas de manufactura, estructuras enterradas como los «hornitos». Además de nuestros trabajos arqueológicos, tuvimos en cuenta las colecciones catalogadas de los Museos de La Para, Marull y Miramar. Nos encontramos con un registro arqueológico que, considerado desde el presente, no refleja las condiciones físicas elegidas por los grupos humanos que le dieron origen, ni la integridad de sus representaciones sociales originales. Según Criado Boado (1993): «…dentro de las primeras instancias fundadoras del registro arqueológico y formando parte de la racionalidad subyacente a los procesos de la acción social, se encuentra involucrada una voluntad de hacer que los procesos sociales y/o sus resultados sean más o menos visibles o invisibles a nivel social […] que esto es así porque las condiciones de visibilidad de los resultados de la acción social son de hecho la objetivación de la concepción espacial vigente dentro del contexto cultural en el que se desarrolla esa acción».

Nuestro intento es reconstruir, con los datos que poseemos, dicha concepción espacial en las diferentes etapas de ocupación. Nos proponemos, en base a la reconstrucción del paisaje habitado reconocer las áreas en las que se realizaron las actividades sociales: los objetos materiales y sus efectos (Criado Boado, 1993). La ausencia de monumentalidad, de estructuras habitacionales y de otros tipos de construcciones que indiquen modificación intencional del paisaje hace que los restos materiales (artefactos, estructuras de combustión) constituyan las bases de la reconstrucción de las redes sociales de este espacio, transformado por la naturaleza y escenario de adaptaciones y usos diversos a través del tiempo.

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Entre ellos, los restos cerámicos recuperados constituyen un porcentaje elevado con respecto al total de las manifestaciones ergológicas locales. Las variables tecnológicas representadas, su resistencia a las modificaciones climáticas y a las agresiones del ambiente salino, su recurrencia en los diferentes sectores de la región, los constituyen en un componente ineludible para acercarnos a los diferentes aspectos del funcionamiento de estas sociedades lacustres. Nos proponemos, en esta etapa organizar algunas de las características de la producción cerámica en un sector de la región, observar su función en actividades cotidianas, identificar distribuciones, tradiciones, aspectos ideológicos y simbólicos.

3. Análisis del Material 3.1 Contenedores En esta primera etapa iniciamos el estudio de las propiedades tecnológicas de las evidencias cerámicas. Por el momento, las hemos agrupado según las características observadas macroscópicamente, teniendo en cuenta los resultados de los cortes delgados.

3.1.1. Manufactura Se confeccionaron en base a rollos de arcilla, trabajados en espiral, «acordelados» (Caggiano, 2000; Rodríguez, 1993); se usaron técnicas de modelado y moldeado (moldes de cestas). El tratamiento de la superficie puede ser alisado, pulido o pintado. Predominan los fragmentos alisados. Los fragmentos pulidos tienen pastas homogéneas, abundan los pulidos internos, posiblemente recurso para impermeabilizar la pieza. Grupo 1: se identificaron fragmentos alisados y pulidos de recipientes de escaso grosor (3 mm. aproximadamente) que corresponden a cuencos pequeños, de base redondeada, cuyo diámetro de la boca no excede los 8 cm. Los cortes delgados realizados sobre muestras de la Laguna del Plata (Dra. Kolsson) describen tres situaciones diversas: a) pasta gris oscuro de matriz homogénea, opaca al microscopio, con granos de arena inmersos en la masa; b) pasta con áreas opacas y transparentes, con granos de arena en los que predominan el cuarzo y el feldespato y clastos de cerámica molida; c) pastas con las mismas características anteriores, más el agregado de vegetales. Estas pastas son de tipo ordinario, manufactura expeditiva, frágiles, pero con buena conducción del calor; cocciones irregulares. Las decoraciones son simples, incisas de líneas rectas sin que hayamos podido reconstruir los diseños. En algunos casos las impresiones de cestas y redes y cestas se ubican en el interior de la pieza. La mica es escasa, observación ya hecha por Ceruti (1992). Grupo 2: otro grupo corresponde a piezas de mayor grosor (entre 4 y 5 mm), inclusiones de arena con abundante cuarzo y mica, cocciones parejas y contornos simples, se trata de piezas globulares, de bocas cuyo diámetro varía entre 5 y 8 cm., de bases planas o cóncavas; predominan los rebordes modelados de las bases. En este grupo abundan las impresiones de redes y cestas especialmente en el interior de las piezas, generalmente más ennegrecido que el exterior. Como decoración, están

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presentes incisiones de distinto tipo: rectas, alrededor de los bordes, incisiones irregulares, verticales de distinto tamaño, que llenan la superficie, en forma despareja. Algunas de las piezas de este grupo son troncocónicas, de superficie acabada con un trabajo de peinado o cepillado o bien en base a la misma forma, armadas sobre cestas y redes, las que se notan predominantemente en el interior, aunque las hay externas. Los perfiles son rectos, como en el caso de la troncocónicas o bien inflexionados simples, como en el caso de las globulares, cuencos pequeños de bases redondeadas y rectas, platos hondos, chatos, de base recta y contornos rectos y bajos, en los que la altura es menor que la de 1/3 del diámetro, fuentes, de bases anchas (hasta 30 cm) y lados no mayores a 5 cm. Hay casos de pintura negra o pintura roja. Las decoraciones son preferentemente incisas (simples, con guardas) e incisas con surco rítmico. Grupo 3: un tercer grupo está conformado por piezas modeladas sobre una pasta con abundantes clastos de cuarzo y tiesto molido, abundante mica, núcleos negros, cocciones irregulares; en algunos casos la pieza ha sido toscamente alisadas, otras se presentan pulidas, color gris oscuro o negro brillante. Se caracterizan por tener decoraciones de surcos obtenidos por extracción de materia, de 3 o 4 mm de ancho, más finos en los extremos, aislados o conjuntos, en posiciones curvas o paralelos entre sí. Grupo 4: este conjunto se elaboró con una pasta homogénea, excelente cocción, terminado con pulidos internos y externos, bordes irregulares, con hondas terminadas en una punta notable. Corresponden a vasijas de bocas anchas, de base recta y lados bajos (platos hondos). A esta modalidad tecnológica se agregan vasijas gris oscuro o negras, con aberturas practicadas en el cuerpo de la vasija, o bajo las asas. En la bibliografía no existe otra evidencia de estas manifestaciones, que interpretamos como usadas para el vertido de sólidos. Las aberturas han sido practicadas antes de la cocción y están cuidadosamente terminadas. En todos los casos se trata de vasijas casi enteras, globulares con asas acintadas e incluidas con remache. Grupo 5: un número menor de fragmentos corresponde a vasijas de paredes finas, inclusiones de arena con abundante mica, coloración rojiza. La decoración es a base de incisiones formando triángulos llenos de puntos que se disponen bajo el borde o en forma vertical con respecto al borde. Grupo 6: fragmentos de origen alóctono, rojizos y casi anaranjados, pulidos, sin decoración o con decoración pintada en negro sobre rojo, constituyen un pequeño grupo que asemeja a la producción cerámica de la región santiagueña (Sunchituyoc).

3.1.2 Formas Se pueden reconocer variedades de formas. En los sitios estudiados se han recuperado, al mismo tiempo que miles de fragmentos correspondientes a distintas partes de los ceramios, piezas casi enteras o enteras. Consideramos piezas enteras a las completas y a aquellas que presentan más de las ¾ partes del total, por lo que su reconstrucción no presenta dudas. Contorno: a) Vasijas no restringidas (recipientes que tienen un diámetro de boca menor que el diámetro máximo de la vasija). Entre ellas encontramos contenedores con las siguientes características:

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Cuencos medianos y pequeños: bases cóncavas y planas. Presentan agujeros de suspensión en el cuerpo y en las bases. Platos hondos: los que corresponderían a las vasijas planas de Caggiano. La altura es 1/3 de la base. Esta es recta o ligeramente convexa, el punto de inflexión es angular. Apoyan perfectamente sobre la base. Están decoradas en el borde. Fuentes: son planas. El borde tiene una altura de entre 2 y 4 cm. y las bases hasta 25cm. Los bordes son decorados, lisos u ondulados. La forma de los bordes les otorga características diferenciales entre sí. No hay piezas iguales. Recipientes ovoides: son más largos que anchos (entre 20 y 25 cm. de largo y 5 cm de ancho), con una altura de hasta 4 cm. Vasijas troncocónicas: bases pequeñas (5-6 cm.), cuerpos que se abren a partir de un punto de inflexión que forma un ángulo obtuso. Las subdividimos en 2 tipos: a) Moldeadas sobre cestas, en la mayoría de los casos cubiertas con redes. En este caso son grandes (30 cm de boca) de terminación ordinaria. b) Modeladas con rodetes; se trata de recipientes muy bien acabados, con excelente alisado o pulidos cuya decoración se ha realizado con peinados de líneas anchas o con guardas decoradas en surco rítmico. Platos hondos, fuentes y vasijas cónicas se reconstruyeron por medios tradicionales e informáticos. Vasos: bases de 4cm como máximo y bocas de 6 cm. Ollas: contenedores globulares de boca ancha, aptas para sólidos o líquidos y para la exposición al fuego. Conservan rastros de hollín y de materias grasas en su interior. Tienen agujeros de suspensión y algunos «hendiduras» cuya función aún no podemos determinar. b) Vasijas restringidas (recipientes cuyo diámetro de boca es menor que el diámetro máximo de la vasija): Cántaros grandes y pequeños, con cuello. Aptos para la contención de líquidos. Vasijas globulares de cuello pequeño, aptas para la contención de líquidos. Ser trata de contenedores en los que predomina el alto sobre el ancho, de base redondeada, que se afina hacia la boca. Bordes decorados. Botellones: la altura es de 20 cm, la base mide 8 cm. y la boca 4 cm. Algunos tienen los bordes ondulados. Botellas con gollete: éstos son pequeños, de bordes evertidos y modelados. En ambos tipos de vasijas contamos con miniaturas, muy pequeñas, de hasta 4 cm de alto, que reproducen algunas de las formas descriptas. Las bases pueden ser planas, cóncavas, esféricas, con impresiones de redes y cestas; bordes modelados. Permiten que la pieza apoye sobre el moldeado y no sobre la misma base.

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3.1.3 Decoración Las técnicas de decoración son variadas. Constituyen modalidades hasta ahora no reconocidas en la zona en tanto que comparte otras con las regiones vecinas, aún haciendo la salvedad de que las percibimos como manifestaciones de origen local. Definimos dos grandes tipos: aquellos en los que se modificó la superficie de la vasija y aquellos en los que se agregó arcilla (Orton et. al, 1997). Entre las primeras mencionamos: la incisión, la excisión y el moldeado. En las segundas, el agregado de arcillas en diferentes formas: apéndices, engobes.

3.1.3.1. Consideramos distintos casos de incisiones; éstas se presentan con diferentes tipos de variantes, generando casos específicos: a. Líneas Líneas curvas: aisladas asociadas en círculos concéntricos curvas elongadas acabadas en un círculo onduladas en espiral figuras curvas aisladas dispuestas de manera azarosa enganchadas entre sí Líneas rectas: aisladas verticales verticales y oblicuas oblicuas entrecruzadas, delimitando espacios cuadrangulares entrecruzadas formando espacios triangulares y rómbicos paralelas entre sí líneas oblicuas que se suceden formando ángulos líneas horizontales y oblicuas. b. Círculos: aislados integrando guardas a modo de puntos marcados con excisión en el centro llenando triángulos círculo con punteado central

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c. Ungulado: las marcas de las uñas se suceden llenando campos, formando guardas de líneas de uñas sucesivas, a modo de mediaslunas o distribuidas en forma azarosa. d. Peinado o cepillado: el cepillado se extiende por todo el cuerpo de la vasija, ya sea en una sola dirección, vertical o entrecruzadas en distintas direcciones. e. Surco rítmico: líneas rectas llenas con surco rítmico guardas con líneas rectas formando triángulos guardas muy complejas, con líneas rectas en surco rítmico que forman grandes espacios cuadrangulares líneas en surco rítmico acompañando diseños de guardas con espacios llenos de círculos y triángulos motivos laberínticos surcos hechos con instrumentos de punta doble

3.1.3.2 Excisos Un grupo de vasijas globulares muestra hendiduras perpendiculares a la boca, a la altura de las asas, de forma elíptica. Dichas hendiduras tienen entre 8 y 10 cm. de largo y 2 y/o 3 cm. de ancho. En otros contenedores, se practicaron en el cuerpo de la vasija, a 7 cm. de la base, con un largo de 3 a 4 cm. y 2 cm. de ancho. Se trata de una operación realizada antes de la cocción, tal vez en el estado de consistencia «cuero», con muy buena terminación. No conocemos su uso, interpretamos que pudieron facilitar el vertido de sólidos. Cuencos pequeños y medianos, de base redondeada han sido decorados con excisiones bastante profundas (3 – 4 mm), aisladas; acompañadas con otras en sentido paralelo u oblicuo. Los cuencos son de cerámica ordinaria, con inclusiones de tiestos molidos, lo que les da una apariencia rugosa y tosca. Las denominamos «acanalados».

3.1.3.3 Agregado de arcilla Engobe: Una cubierta fina, blanquecina o rojiza, que le da apariencia brillante a la pieza, abundan las terminaciones pulidas, posiblemente para aumentar las posibilidades de impermeabilización. Pasta: con ella se forman orejitas o pequeños mamelones, a modo de asas, y en forma de pequeñas esferas. Excepcionalmente se han identificado agregados alargados que van desde la boca hasta la base, con líneas excisas transversales, de apariencia similar a los «loritos» Goya-Malabrigo.

3.1.3.4 Pintadas Se ha pintado la superficie de rojo o de un color blanquecino - amarillento. Hay guardas rojas sobre el natural de la pasta.

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El negro se dispuso a grandes pinceladas o formando guardas alternas sobre el color natural de la pasta.

3.1.3.5 Bordes Los bordes han sido decorados en su mayoría; es notable en el tratamiento de los labios incisiones en zig- zag, líneas oblicuas, puntos excisos, pellizcos, marcas de dedos, cortes perpendiculares, ondas, ondas terminadas en picos.

3.1.3.6 Impresiones de redes y cestas El moldeado sobre canastas debió ser una tecnología muy usada, ya que hay cientos de fragmentos que revelan esta técnica, de la que hay diversas variantes: espiralados, falsos espiralados, cesteria, twining (enroscado sobre elementos verticales fijos.), con importantes relieves. Las impresiones están en las base, en forma de platillo, pero lo más frecuente es que ocupen la parte interna de la pieza, en todo el cuerpo, ya que han sido moldeadas. Se acompañan en general con impresiones de redes de múltiples formas: rectangulares, cuadrangulares, rómbicas (de retículas pequeñas). Regulares e irregulares, siempre con nudos. Las impresiones dejan ver las cuerdas perfectamente hiladas y firmes. Una discusión vigente se refiere a la función de estos tejidos y su aplicación a los objetos cerámicos, es decir, cuando constituyen una decoración y cuando se usan con otras funciones, como asegurar la forma, dotar a la pieza de mayor cohesión, o lograr efectos que desconocemos, como es el caso de las impresiones internas. Seguramente la economía tuvo en cuenta la pesca, aunque no encontremos otras evidencias, ya que difícilmente dedicarían semejante inversión de tiempo y trabajo sólo para hacer bolsas o para dar forma a los objetos cerámicos. Acordamos con Ceruti (com. pers) en que las redes cubrieron las cestas y que sobre ellas se distribuyó la arcilla, la que se desplaza hacia el interior y asegura la red.

3.2. Otros objetos En este trabajo sólo mencionaremos otros objetos de cerámica como las estatuillas antropo y zoomorfas. Un grupo de ellas responden a las tradiciones de la Cuenca Media del Xanaes y del Suquía inscriptas en general en la gran tradición de Sierras Centrales. Por otra parte, hay ejemplares a modo de placas incisas con elementos que configuran el rostro, que no corresponden a estas características. Fichas, cucharas, objetos que se parecen a los peones del juego de ajedrez, bolas pequeñas con surco, miniaturas, cucharas, bandejitas componen un conjunto complejo.

4. Problemas El poblamiento de la zona lacustre recién comienza a investigarse. Este primer abordaje

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tiene por objetivo el análisis de los restos existentes, para colaborar en la etapa de estudios sistemáticos. Si bien no todos los hallazgos cuentan con un contexto de excavación, su presencia constituye un elemento de información y no invalida su uso como evidencia científica ya que nos permitirá definir patrones tecnológicos y establecer su distribución regional. El volumen de este material y sus propiedades habla de grupos que habitaron la región en momentos diferentes. El material lítico añade información relevante: puntas lanceoladas grandes, enteras o fragmentadas, plantean la posibilidad de la presencia de cazadores. Puntas triangulares grandes evidencian tecnologías que pueden remontarse a más 1000 años atrás. Algunos trabajos (Laguens, 1997) afirman la llegada de los grupos de cazadores desde la zona amazónida, teoría que habrá que considerar ya que los sistemas del Paraná y del Dulce hacen posible estos recorridos desde regiones del norte y este de América del Sur. Se reconocen instrumentos como raspadores y cuchillos, bolas con y sin surco, piedras con hoyuelos, mencionadas por Serrano (1945) y Rodríguez (1993) para la tradición Humaitá (sur del Brasil, E del Paraguay, NE argentino y N del Uruguay), hachas de tipos diferentes: pulidas, semi pulidas, con o sin cuello, medio cuello, con trabajos de picado; lascas, tabletas de pizarra con los extremos pulidos. La movilidad de los grupos en el área en parte está sugerida por los diversos orígenes de la materia prima lítica, recurso crítico que tuvo que ser transportado, dada la escasa disponibilidad local: granito, magmatita, areniscas compactadas y gneis provienen de las Sierras Chicas y de las sierras de Ambargasta, rocas ígneas : gabro y serpentina, del valle de Calamuchita, ocres, areniscas y rocas volcánicas de las Sierras del Norte, ópalos y sílex de la región misionera (Informe: geólogo Américo Caffarena; com. personal). Cuarzos, cuarcitas y calcedonia pudieron ser aportados, como cantos rodados por las aguas de los ríos Suquía y Xanaes. Relacionados con etapas de productores de alimentos están presentes conanas de diversos tamaños y sus manos, morteros, palos cavadores, azuelas. Consideramos que los restos correspondientes a la producción cerámica, abren importantes interrogantes. Formalmente, es decir en cuanto a pastas, formas y decoración muestran modelos diferentes a los conocidos para Sierras Centrales, incluyendo la Región Serrana y la cuenca Media del Xanaes. Como un método de abordaje del problema, creemos que la interrelación de estos rasgos puede contribuir, con otros elementos del contexto a configurar un estilo, o tradición que nos permita identificar las comunidades de los ceramistas que las produjeron y asociarlos a sus diversas manifestaciones de adaptación y uso del ambiente. Intentamos definir si las manifestaciones cerámicas ya sean objetos de uso cotidiano o expresión de elementos simbólicos, son representativos de producción autóctona, si tienen sus raíces en otras regiones, cual fue el sistema local, o si hubo conjuntos de elementos que ingresaron al sistema en diferentes etapas. Las características estilísticas están constituidas por la combinación de diseño y técnicas decorativas y configuran una expresión del comportamiento social. Constituyen un modo de transformación de la naturaleza, en un tiempo y espacio determinados. Aceptamos con Leroi y Gourhan (1964) que el estilo es un factor sutil, de difícil aprehensión, pero a menudo perceptible desde el primer momento y que manifiesta la

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existencia de una unidad cultural, de un modo de pensar y expresarse. Cremonte (1988), agrega que «tanto la forma como la decoración contribuyen a la estética de la pieza cerámica, son aspectos que se influencian mutuamente». Establece una interacción dialéctica entre la figuración formal y los modos sociales de percibir la relación con el entorno. En el caso que nos ocupa, debemos considerar la presencia de varios entornos, situaciones diferentes según las etapas. Hoy sabemos que los ciclos de humedad y sequía se alternaron en el tiempo por lo que paisaje y hábitat, también cambiaron. Por eso entendemos que nuestro trabajo actual es solo un momento inicial en la tarea de ordenar el registro, para luego, explorando los sitios diagnósticos, poder establecer criterios de contemporaneidad, en tanto que construir los contextos que caracterizan los modos de vida en el transcurso temporal y espacial de estas ocupaciones. Observamos, sin embargo, que la producción cerámica de esta zona de humedales, y cuenca baja de los ríos Suquía y Xanaes difiere de la conocida para Sierras Centrales, y si bien, recordando las observaciones de autores como Serrano (1945), Outes (1911); Oliva (1947) y Frenguelli y Aparicio (1932), hay similitudes con la del litoral, éstas se tratan de elementos que pueden solamente relacionarse en algunos aspectos, por lo que aceptamos que se trata de producciones básicamente locales, al menos, el proceso de elaboración de rasgos como pastas, forma y decoración asumió modalidades propias. No podemos asegurar, sin embargo, que se trate de invenciones locales. Pensamos más bien que se compartieron, modificaron y adaptaron modelos propios de las sociedades que habitaron las zonas de floresta y las costas fluviales de América del Sur. Algunas de las características tecnológicas compartidas son las siguientes: Manufactura por «acordelado» (cordones de masa) (Rodríguez, 1996; Ceruti, 1992; Caggiano, 1986) o enrollado. El modelado es poco usado, se nota en los bordes y labios, y en la aplicación de apéndices como asas. El uso de antiplásticos: hemos identificado las siguientes posibilidades: a) arena, por lo que se distinguen sus componentes: cuarzo, feldespato y mica, ésta es muy notable, lo mismo que los gránulos de cuarzo. b) tiesto molido. Es visible en vasijas de paredes finas, cuencos, en general, frágiles, aunque está presente en pastas más elaboradas. c) restos vegetales, a veces integrados en forma burda, la deficiente cocción no alcanza a eliminarlos, se notan los filamentos en la pasta. d) partículas negras. Son muy abundantes, pueden ser carbones, o cenizas usados para dar mayor coherencia a la masa de arcilla. Las características mencionadas se corresponden con las frecuentes en el litoral. Los acabados de superficie: predominan en la zona de estudio, así como en la región mencionada los alisados, hay buenos pulidos, tratados con engobes rojizos y negros. Las formas: se observa predominio de vasijas de contorno simple, no restringidas. Un alto porcentaje está compuesto por escudillas o cuencos de base redondeada, hemisféricos. Otros tipos de bases son las planas y cóncavas. Hay «platos hondos» de bordes altos, ollas, cántaros grandes y pequeños, grandes fuentes, vasijas troncocónicas, vasos altos. Un tratamiento especial, como ya lo hemos expuesto, se ha dedicado a los bordes y a los labios, decorados con incisiones, impresiones de cuerdas, ondas terminadas en puntas, almenas, repulgues, cortes oblicuos, detalles observados en la tecnología de las zonas litorales.

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Las decoraciones son diversas: líneas curvas y rectas y sus combinaciones, incisiones que no siguen un diseño, sino que se esparcen por el campo sin un orden establecido, en forma de pequeñas líneas, que a veces imitan el tejido de las canastas. Guardas complejas formando complicados zig-zag que encierran motivos cuadrangulares, y múltiples combinaciones, con líneas incisas ungulares, quebradas, continuas. Círculos concéntricos rodeados de incisiones triangulares. La técnica preponderante es el surco rítmico, punteado arrastrado (Meggers y Evans, 1999) o drag and jab. Esta técnica, según Caggiano (1986), puede ser considerada como un elemento indicador de las semejanzas mencionadas. Dicha autora observa que este rasgo está compartido por diversas entidades de las Tierras Bajas sud americanas y está ausente en el área andina. Agrega que el área donde se reconoce es la del Amazonas y sus afluentes (comprendiendo Brasil, Bolivia, Colombia y Ecuador). Sin embargo, debemos reconocer ausencias de información, vacíos en grandes regiones del este americano, en este caso del noreste argentino. Rodríguez y Cerutti (1999) mencionan esta técnica para la tradición Tacuara y Tupíguaraní; Ceruti (2000) para la Tradición Cultural Esperanza y Goya - Malabrigo; González (2005) para la depresión del Río Salado (Provincia de Buenos Aires) y en la zona pampeana (Politis et. al., 2001), así como en la Patagonia (Outes, 1904). En el NOA está escasamente identificado. En la región montañosa de las Sierras Centrales aparece esporádicamente, en casos excepcionales como en Ongamira (Pastor, 2007); del mismo modo ya lo había considerado Serrano (1945) presentando un fragmento de Chacra de La Merced, es decir, en las proximidades del Río Primero, cuando éste inicia su recorrido por la llanura pedemontana. Aparece en la cuenca media del Xanaes, en pocos ejemplares de Rincón (Bonofiglio et. al., 1985) siguiendo hacia el Este, en Costasacate identificamos una importante variedad de fragmentos con surco rítmico, decorando vasijas muy bien pulidas y formando guardas complejas. A partir de allí esta decoración está presente en Villa del Rosario, Villa Concepción del Tío y en los sitios de los paleocauces del Suquía y del Xanaes (Bonofiglio et. al, 2004). Consideramos que esta modalidad está relacionada con los asentamientos fluviales y las Tierras Bajas y que su uso pudo difundirse por esta vía. Para definir el surco rítmico se usaron utensilios de extremo redondo, triangular de una sola punta o de dos puntas, produciendo en este caso incisiones dobles y diseños complejos. Otra característica de estos artefactos son las hendiduras y los agujeros de suspensión, frecuentes en todo tipo de vasijas y a veces en las bases, indicando algún tipo de reutilización de las piezas. Los contextos de hallazgo de restos cerámicos están acompañados de útiles en hueso lisos y grabados y una industria malacológica que se caracteriza por sus diseños: círculos con bordes escalonados, colgantes y una producción lítica muy elaborada. Estos conjuntos corresponden a entidades productoras de alimentos; azadas y palos cavadores pudieron colaborar en esta actividad económica, la complejidad de su ergología habla de grupos con residencias permanentes, capaces además de desarrollar una industria textil variada y compleja. Dichos elementos configuran un sistema al que adscribimos características propias, se observa un principio organizador, en el que identificamos rasgos comunes y relaciones que

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se mantienen en las diversas partes de la región. Transmiten una personalidad expresiva, la manifestación de un pensamiento y sentir colectivos. Si bien observamos variabilidad de motivos y formas, distinguimos una cierta unidad estética, manifestada tanto en la configuración del soporte (la pasta, la forma de los recipientes) como en la decoración. Corresponde a un modo de expresión, que si bien incluye elementos de Sierras Centrales (triángulos llenos de puntos, guardas en T invertida) o del litoral y pampa (surco rítmico, unguiculados, bordes incisos, fuentes), configuran un cosmos de realidades físicas concretas que evoca y representa a sociedades con un particular modo de expresarse. Conceptos muy diferentes a los de quienes consideraban que la laguna era solo objeto de visitas esporádicas.

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Anexo de Imágenes

Sitio La Loma Alta

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Sitio La Loma Alta-incisos

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Sitio la Loma Alta- inciso

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Capítulo 2 Los paisajes áridos y semiáridos y sus fronteras

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Desarrollo cronológico cultural del centro-oeste argentino* Humberto Lagiglia Museo de Historia Natural de San Rafael Contacto: [email protected]

Introducción Desde el inicio de nuestra labor arqueológica y siguiendo a nuestro maestro, el Dr. Alberto Rex González, planteamos la necesidad de establecer el desarrollo cronológico cultural de una subárea arqueológica nueva que denominamos «centro oeste argentino». En tal sentido se publicaron algunos trabajos tomando como esqueleto guía sitios tipo como el Rincón del Atuel y Los Morrillos de Ansilta, que dieron las pautas para formular unidades de desarrollo cultural. Frecuentemente en el país en los últimos tiempos, se desechan los conceptos de cultura arqueológica, sin embargo nos parece una herramienta sumamente útil para ordenar contenidos en los procesos de sucesión socio- cultural. Entendemos por cultura arqueológica aquellas unidades con contenido singular en el conjunto de sus costumbres y pautas conductuales que se mantiene y perdura durante cierto tiempo en la escala cronológica de una secuencia ambiental con personalidad propia y con manifestaciones de la cultura material que se diferencian de sus antecesoras y sucesoras. No por esto se descartan criterios tales como los de tradición cultural, donde muchas veces se habla de área de co-tradición. Sin lugar a dudas el desarrollo de las culturas recibe manifestaciones culturales de los estadios precedentes y transfiere a los sucesivos muchos de sus aspectos que quedan a veces como vestigiales o como tradiciones culturales. Muchas veces nos resulta sumamente difícil separar dentro de cada uno de estos conjuntos, manifestaciones de la cultura material que recurren en un sitio y que son la expresión de desarrollos que se generan en valles o lugares distantes. A pesar de todo esto, el estudio contextual en sitios de vivienda o en hallazgos cerrados como las tumbas ha resultado en cierto modo de sumo valor para establecer las relaciones que se producen entre diferentes estadios. No entraremos a analizar aquí si estas unidades que se han denominado culturas desde el punto de vista arqueológico corresponden a pueblos o etnos. Sería sumamente difícil poderlo establecer. Dentro de esto podríamos generar la idea que un mismo etno produce variantes culturales singulares, diferentes entre sí. De todos modos importa para nuestros estudios establecer cómo se generan las estructuras morfológicas comparativas de la cultura material y establecer la singularidad en cada una de ellas.

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Los cuadros cronológicos Existen tendencias actuales de estudios arqueológicos puntuales donde los sitios que se estudian son englobados como manifestaciones de «cazadores-recolectores» u otras que no definen estadios de características morfotípicas de los artefactos presentes. Pero, sin lugar a dudas, tomando como criterios indicadores algunos elementos de los conjuntos de análisis se pueden establecer, mediante la presencia de determinados rasgos tecnológicos, algunas formas de estadio. Por eso clásicamente, aunque esto induzca a pensar que no se hace más que retrotraer viejas tradiciones de la arqueología, hasta el presente no entendemos a qué pertenece cada cosa. Por supuesto que esto no es extensivo para todos los casos. En nuestras aperturas conceptuales podemos establecer, siguiendo criterios de desarrollo en el cono sur americano: Paleoindio, Arcaico, Protoproductores y Productores.

Paleoindio El Paleoindio es un período arqueológico muy antiguo que está relacionado con el poblamiento original de América donde los contingentes encontraron fauna de mega herbívoros y otros en un estadio crítico de extinción faunística. Sabemos que para esta época se generan grandes cambios y recesos climáticos, de frío y húmedo a seco y templado, especialmente en nuestras regiones, el clima se va haciendo más benigno y, lentamente, la fauna superviviente del Pleistoceno va desapareciendo. Si la acción antrópica es la responsable de esta causa, no podemos otorgarle su rol protagónico, pero sí es dable aceptar su contribución a la disminución pronunciada de estas especies favoreciendo su extinción. Dentro del centro este argentino, en el confín del área, el ejemplo de un nivel paleoindio se encuentra en el Atuel, en San Rafael, Mendoza. En las cuevas de los rebordes del Cerro Negro, la fauna del Pleistoceno superior de Mega-herbívoros, durante muchos años, ocupó las cuevas como madrigueras o refugios. Se ha logrado llegar a datar casi más de 30.000 años. Para estas épocas tan antiguas, no existían contingentes poblacionales humanos, los que irrumpen, dejando su registro arqueológico en los alrededores del 11.500 años A. P. Está representada en estos niveles megafauna de Milodontes, Megathéridos, Paleolamas y Caballos Americanos. No sólo dejan restos de huesos que el hombre a veces consume, sino también los que son producto del pisoteo de estos animales. Por otro lado aparecen algunos artefactos como raederas, perforadores y buriles. Este nivel ha sido designado con el nombre de Atuel IV, mientras que el anterior, con Paleofauna, sin restos humanos, los hemos denominado pre-paleoindio o pre- Atuel IV. El estadio Atuel IV, se establece cronológicamente entre 9.000 y 11.500 A.P. Existen fogones con el contexto y excrementos muy bien conservados de estos megaherbívoros. Los excrementos que aparecen en los niveles pre-paleoindio que son muy antiguos, se deshacen con mucha facilidad y tienen una coloración completamente distinta. En cambio los que están dentro del nivel estratigráfico Atuel IV están caracterizados por estar conformados por boñigas de una coloración diferente que no se desagregan tan fácilmente.

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Existen un sinnúmero de restos de maderas y vegetales y microrestos que están en proceso de análisis y que nos dan una idea de que el clima para esta época era más frío y húmedo del actual con componentes de la flora que aún existen. Estos corresponden no sólo a la Formación del Monte del Espinal sino a la provincia Patagónica. Aunque en estos aspectos es digno establecer un interjuego existente entre el Monte y la Flora patagónica en el cual uno lentamente va a desplazando al otro. Es decir, habría un corrimiento o desplazamiento hacia el sur y oeste de la flora patagónica. Esos temas son muy difíciles de establecer por la proximidad de los sitios donde se realiza el muestreo polínico, en virtud de que los registros contienen elementos compartidos de ambas poblaciones. En el Atuel IV que corresponde a la etapa Paleoindia y que tendría un desarrollo desde unos 11.500 años a unos 9.000, lo cual puede verse en el trabajo respectivo (Lagiglia, 2001). Dentro de los hallazgos del Paleoindio del Atuel correspondiente a la fauna pampeana, se destacan diversos restos óseos y algunos molares, como uno de Milodóntido, otro de Megatherium sp. y restos correspondientes a la fauna neotrópica como pequeños armadillos, tortugas (Geoquelones sp.). El molar de Megatherio tiene, como es conocido, una forma de sección cuadrangular cuya cúspide tiene cortes en V. De acuerdo a las conversaciones y apreciaciones establecidas con Carlos Rusconi, quien tuvo oportunidad de estudiar la muestra, la diferencia de grosor de la parte inferior respecto de la superior del molar es de algunos milímetros menos. Para este investigador este aspecto respondería a que se trata de un molar juvenil. La corona está formada por dos crestas salientes, separadas una de otra 11 mm. por un valle transversal de 5.9 a 6.6 mm. de profundidad. El molar tiene un diámetro transversal (en la corona), tomado siguiendo la línea del eje transversal, de 26 mm. por 2.8 mm. Correspondiendo a los restos de milodóntidos apareció un manto de más de 250 huesecillos dérmicos de estos animales abarcando una superficie de 25 x 20 al lado de un fogón que fue fechado primeramente sin descontaminar la muestra -siendo uno de los primeros fechados del Atuel en 8.045 ± 55 años A.P. (C)- (Lagiglia y Lehrman, 1968). Los huesecillos dérmicos fueron fechados con una muestra especialmente pre-tratada en 9560 ± 90 A.P. (H). Mientras que el carbón que los acompañaba de un duplicado de la muestra de 8.045 años pre-tratada y descontaminada dio una antigüedad de 9.580 ± 100 años. Esto da la pauta de la asociación y seguramente consumo del Milodón por su asociación con el fogón de origen humano. Dentro de los objetos culturales tallados en piedra del nivel Atuel IV se destacan 6 artefactos. Estos corresponden a una lasca con retoque, una raedera-perforador, un buril, y otros de pequeño tamaño trabajados en un tipo de calcedonia (Lagiglia, 1977). Es evidente que entre el denominado pre-Atuel IV y Atuel IV existe una diastema estratigráfica. Se trataría seguramente de un bloqueo de la cueva, el cual no permitió el acceso a los lugares estudiados de la Paleofauna. Esta diastema estratigráfica es una parte donde no hay manifestación de restos. Estaría entre unos 24.000 y 12.000 años. Es sumamente difícil el registro de restos culturales que puedan vincularse con la etapa Paleoindia, puesto que generalmente se trataría de grupos de cazadoresrecolectores nómades que oscilan o poseen una movilidad muy grande. Esto da la impresión de que se trataría de grupos que se van desplazando sin tomar una posición territorial, seguramente tras la búsqueda de recursos de la caza.

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Atuel III Correspondiente al Periodo Arcaico, el estadio Atuel III se inicia cuando han desaparecido los componentes de la fauna pampeana y entra en dominio la fauna geotrópica. Hay un dominio de plantas como el Lyssium, y aumento de la humedad de edáfica de los terrenos. Podemos dividir el Arcaico en un pre-Atuel III, cuyas antigüedades son de 7.860 ± 90 y de 7.430 ± 90 A. P. Esta etapa del Arcaico continúa con otra que hemos denominado de protoproductores. Estos cazadores recolectores que también comparten el ambiente con la fauna neotrópica prevalecen en un ambiente de formación del monte donde hay dominio de la Jarilla, del Algarrobo, Chañar Brea. Esta etapa de protoproductores tiene un desarrollo marcado alrededor de unos 4.000 años A. C. (3.840 ± 40 A.P.), desarrollándose hasta el 2.300 A.P. Estos cazadores del Atuel III, confeccionan entierros colectivos que permanentemente los violan para extraer los huesos de la diáfisis de los difuntos que utilizan seguramente como tubo de aspiración. Aparecen entre los restos numerosas epífisis cortadas a bisel dentro del conjunto de huesos del entierro colectivo y escasos tubos o boquillas. Seguramente estas fueron extraídas para ser utilizadas. Algunas muestras obtenidas dan crédito de ello. Si bien los sistemas de enterratorios colectivos de este periodo corresponden, tanto en cuevas como al aire libre, a este sistema, también existe algunos entierros que se han conservado enfardados o envueltos en esteras, en uno de los casos conservando algunas partes momificadas. Estos grupos eran excelentes cesteros, trabajaban las fibras vegetales con suma destreza, no conocían la cerámica e inmediatamente corresponde a la base sobre los cuales se implanta la agricultura incipiente que va a constituir el estadio Atuel II, es decir el de productores con fuego. Estos agricultores se instalan en las riberas del Atuel, aprovechando el agua del río del mismo nombre y cultivando plantas como el maíz, el zapallo, poroto y quinoa. También eran excelentes en el trabajo de la cestería y del cuero. Los entierros o funerales lo realizaban en algunos casos momificando los restos, en otros enterrándolos directamente a orillas de las barrancas del Atuel. En estos grupos se hace notar el uso de la técnica del semi - telar, el excelente trabajo del cuero, de las fibras vegetales y de la cordelería. Tenían la costumbre de resguardar los granos de las semillas cultivadas en cestos de fibras vegetales, como los del poroto, la quinoa, entre otros. Los entierros de esta etapa son envueltos en cueros perfectamente resguardados en entierros especiales que eran dispuestos sobre una cama de coirón o fibras vegetales, protegida su cabeza con un cestillo semi-esferoidal y cubierto con una lápida de lajas de basalto. Esta etapa de agricultores incipientes del Atuel II, si bien tiene un momento de apogeo entre unos 300 años A.C. y unos 100 de la Era Cristiana, perdura hasta la época histórica. A partir de los inicios de la Era Cristiana se incorporan nuevas manifestaciones tecnológicas que están vinculadas con el desarrollo de la cerámica. Las primeras manifestaciones de grupos agroalfareros se destacan con la culturas de Agrelo y regionalmente, en el sur de Mendoza con las de Arbolito y del OveroNihuil. Hacia el 1300 de la Era Cristiana aparecería la Cultura de Viluco que va a recibir la aculturación incásica entre el 1470 y 1550 de esa Era. Durante todo el período agro alfarero existió en gran parte del territorio del centro oeste argentino activos intercambios culturales con Chile central. Se destacan en primer término, relaciones entre la movilidad de los grupos agro-alfareros de Bato-Llolleo.

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Nota *

Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

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Humberto Lagiglia

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Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional¹* Catalina Teresa Michieli Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier», Universidad Nacional de San Juan Contacto: [email protected]

La provincia de San Juan de la República Argentina se ubica sobre la vertiente oriental de la Cordillera de Los Andes. Junto con las provincias de Mendoza y San Luis constituyen la «región de Cuyo» con identidad geográfica, histórica y cultural. Con respecto al área andina central, esta región corresponde a un área extrema, en contacto con la zona andina austral por un lado y con el noroeste argentino por el otro, del cual, sin embargo, se diferencia. Los valles ubicados entre la cordillera y el importante cordón orográfico longitudinal conocido como «Precordillera de La Rioja, San Juan y Mendoza» se denominan, de norte a sur, Iglesia y Calingasta. En estos tuvieron un gran desarrollo las manifestaciones culturales de los momentos prehispánicos tardíos, es decir entre los años 1000 a 1460 d.C., en época anterior a la dominación incaica de la zona. De ellas se mantienen variados testimonios por la aridez del clima local (Gambier, 1998; 2000; 2002) que permite la conservación incluso de materiales perecederos, como los textiles. Estas manifestaciones, aunque contemporáneas, fueron algo diferentes en cada uno de los valles, pero con importantes elementos comunes que evidencian un parentesco de raíz posiblemente más antigua. Tales características se advierten especialmente con la descripción, análisis y comparación de los textiles que constituyen fardos funerarios similares, provenientes mayoritariamente de tumbas de «pozo y cámara» y en menor medida de tumbas simples.

Las tumbas y su cronología Las tumbas de «pozo y cámara», que no poseen antecedentes regionales anteriores al año 1000 d.C., constan de un pozo elíptico de aproximadamente 90 cm de largo y 1,00 a 1,50 m metros de profundidad en cuya base se abre una cámara lateral, cerrada con esteras o pastos, donde se colocaba el cadáver y el ajuar que lo acompañaba. Casi

111

Catalina Teresa Michieli

todas poseían un palo cavador colocado verticalmente, hundido en los sedimentos del pozo. En ambos valles este tipo de tumbas poseen la misma forma y estructura, con la leve diferencia de profundidad que puede deberse a que en Calingasta están cavadas en suelo rocoso y en Angualasto en sedimentos blandos. Junto con ellas se encuentran algunas tumbas de pozo simple con contextos semejantes. Tanto las tumbas simples como las de «pozo y cámara» contenían preferentemente fardos funerarios consistentes en un cadáver de adulto o niño (colocado decúbito lateral, con las piernas flectadas y las manos sobre el pubis), envuelto con piezas de vestimenta y/o restos de ellas. En Calingasta excepcionalmente se encuentran entierros de nonatos o neonatos en urnas u otros recipientes de cerámica que, en cambio, fueron usuales en Angualasto. Para la ubicación cronológica exacta de estos conjuntos funerarios se realizaron fechados de radiocarbono sobre la estera que cubría la entrada a la cámara en Calingasta y sobre las uñas de los pies de los cadáveres en el caso de las tumbas de Angualasto mientras que se consideró la fecha obtenida por A. R. González (Gaspary, 1967:116; González y Lagiglia, 1973:298) sobre una de las telas del cuerpo momificado descubierto por Debenedetti (1917:50-51) en una de las grutas artificiales de Alto Verde (Calingasta).² La fecha realizada por González dio una edad convencional de 1035 d.C. en tanto las fechas calibradas por el laboratorio dieron: 1180 d.C. para la tumba de Cerro Calvario, 1300 d.C. y 1400 d.C. para las tumbas 2 y 3 de Angualasto respectivamente. Tabla 1. Fechados radiocarbónicos de fardos funerarios de Calingasta e Iglesia. Sitio

Edad C14 (BP)

Edad convencional

Calingasta

915 ± 55

1035 d.C.

Cerro Calvario, tumba 2

880 ± 50

1180 d.C.

Gambier , 2002

Angualasto, tumba 2

550 ± 40

1300 d.C.

Gambier, 2002

Angualasto, tumba 3

440 ± 40

1400 d.C.

Michieli, 2007

Edad calibrada

Citado por: González y Lagiglia, 1973

Tabla 2. Cuadro comparativo de los fechados radiocarbónicos en años calendario teniendo en cuenta el margen de error y/o la calibración

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Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

Considerando que diez fechados calibrados realizados para Angualasto, tanto en tumbas como en construcciones superficiales y semisubterráneas, abarcan un rango temporal que va de 1260 a 1430 d.C. y que las edades radiocarbónicas de éstos y otro fechado anterior no calibrado abarcan un rango que va de 810 a 510 años antes del presente (Gambier, 2003; Michieli, 2007), puede afirmarse con bastante certeza que los conjuntos textiles correspondientes con el desarrollo tardío de Calingasta son algo más antiguos que los semejantes de la cultura de Angualasto. Tumbas comparables a las que denominamos de «pozo y cámara» se encontraron en el Norte Chico chileno vinculadas con etapas preincaicas. En Altos Blancos (en la cuenca alta del río Copiapó, III Región) Niemeyer excavó en 1974 una tumba definida como «ampollar», fechada en 1350 años d.C., que contenía un esqueleto flectado, restos de una estera y otros objetos entre los cuales se destaca un tubo realizado con el raquis de una pluma de cóndor (Niemeyer et al., 1998:174-175; 273). En la cuenca alta del río Aconcagua (V Región) recientemente se encontraron túmulos funerarios correspondientes al Período Intermedio Tardío (1000 a 1400 d.C.) que en ocasiones cubrían tumbas con cámaras o bóvedas excavadas en el suelo original con acceso por un foso angosto (Pavlovic et al., 2003:52). En el Norte Grande (I y II Regiones), a su vez, este tipo de tumbas fueron mencionados también para el Período Intermedio Tardío de Arica y Quillagua (cit. de Michieli, 2000:78).

Los ajuares y las piezas textiles Los ajuares de estas tumbas incluyen en general cuerpos flectados colocados de costado con envolturas textiles, una o dos vasijas de cerámica pequeñas, recipientes de calabaza, cestos en espiral y palos cavadores (Gambier, 1994; 2002). La diferencia entre ambas manifestaciones culturales está dada por el tipo de cerámica, que corresponde a la característica de cada cultura, y por la cantidad y calidad de los objetos que conformaban el ajuar contenido en la tumba. Los fardos están formados por la envoltura del cadáver con una o varias piezas de vestimenta o sus restos, fuertemente atados con madejas de hilos, cordones o fajas y prendidos a modo de alfileres con espinas de algarrobo, trozos de palos o cañas finas (Michieli, 1986; 2001b; 2002). Durante el proceso de desenvoltura de los fardos pudo apreciarse que los correspondientes a Angualasto presentan una mayor cantidad de prendas textiles tanto en la envoltura como colocados doblados por debajo del cadáver, así como fajas trenzadas utilizadas como ataduras. Un gran porcentaje de estas prendas muestra rastros de utilización y desgaste; algunas están reiteradamente zurcidas y de varias se conservan sólo grandes trozos usados como trapos para acuñar el fardo o que sirvieron como una especie de almohadilla sobre la que se asentaron los mismos. Esto sugiere que las piezas, aun las que presentan algún tipo de decoración, eran usuales y comunes en la vida diaria. En todos estos ajuares funerarios fueron identificadas sin dificultad camisetas y grandes ponchos como prendas de vestimenta. En la denominación de las piezas de vestimenta se utilizan los nombres que se registraron en español desde los primeros momentos de la conquista. Es este caso se diferencia claramente «poncho» de «camiseta», porque son dos prendas distintas concebidas como

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Catalina Teresa Michieli

tales desde el momento de tejer la tela, ya que la misma tiene diferentes tamaños según su destino final. Por otra parte se evita el uso de la palabra «túnica» (usual en trabajos sobre textilería arqueológica) porque consideramos que alude a vestimenta de la antigüedad occidental que puede ser indistintamente abierta o cerrada, con o sin mangas, lo que impediría apreciar la importante distinción entre camiseta y poncho. Las prendas tienen características similares. Para la confección de las telas en técnica de faz de urdimbre se utilizaron finos y firmes hilos de lana de camélido (especialmente guanaco) seleccionados por tonos naturales y ocasionalmente teñidos. La mayoría de estas telas son lisas del color natural de la lana de camélido sin teñir (con apenas una leve apariencia de jaspeado conseguido por el hilo utilizado en la urdimbre que tiene los cabos de distinto tono) o totalmente teñidas de color rojo; ocasionalmente presentan listas decorativas en sentido de la urdimbre. Los orillos y la abertura para el cuello poseen terminaciones especiales. En cuanto al tamaño, las telas para ponchos, tanto de Calingasta como de Angualasto, tienen entre 3 y 4 m2, mientras que las telas destinadas a confeccionar camisetas oscilan entre 1,60 y 3 m2 (Michieli, 2001a; 2001b). Las telas que forman las camisetas incaicas provenientes de los cerros El Toro y Tambillos (departamento de Iglesia, San Juan), en cambio, no superan 1,40 m2 (Michieli, 1990). Tabla 3. Cuadro comparativo del tamaño de las telas de cuatro orillos en faz de urdimbre que forman ponchos y camisetas para adultos procedentes de Calingasta e Iglesia y de los ajuares incaicos procedentes de Iglesia (Michieli, 2001b:68). Sitio

Pieza

Angualasto

Largo de la tela (m)

Ancho de la tela (m)

Superficie total (m2)

Citado por:

poncho

2,40

1,63

3,91

Renard, 1994

Angualasto

poncho

2,20

1,72

3,78

Michieli, 1999

Angualasto

poncho

2,48

1,50

3,72

Renard, 1994

Villa Corral

poncho

2,24

1,64

3,67

Michieli, 1997

Angualasto

poncho

2,35

1, 56

3,66

Michieli, 1999

Sorocayense

poncho

2,26

1,60

3,61

Michieli, 1994

Sorocayense

poncho

2,20

1,60

3,52

Michieli, 1994

Sorocayense

poncho

2,40

1,44

3,45

Michieli, 1996

Angualasto

camiseta

2,20

1,48

3,25

Michieli, 1999

Angualasto

poncho

2,35

1,30

3,05

Vignati, 1934

Angualasto

camiseta

2,00

1,30

2,60

Michieli, 1999

Cº Calvario

camiseta

2,10

1,20

2,52

Michieli, 1994

Alto Verde

camiseta

2,16

1,16

2,50

Renard, 1994

Angualasto

camiseta

1,88

1,30

2,44

Michieli, 1999

Cº Calvario

camiseta

2,10

1,16

2,43

Michieli, 1997

114

Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

Cº Calvario

camiseta

2,14

1,08

2,31

Michieli, 1994

Angualasto

camiseta

1,80

0,90

1,62

Michieli, 1999

Cº El Toro

camiseta incaica

1,56

0,90

1,40

Michieli, 1990

Cº Tambillos

camiseta incaica

1,68

0,74

1,24

Michieli, 1990

Cº El Toro

camiseta incaica

1,52

0,76

1,15

Michieli, 1990

Esto indica también que la pieza de vestimenta llamada «poncho» era una prenda en sí misma y no una camiseta descosida, que era muy común en las etapas tardías previas a la dominación incaica de la región y que no provenía de una influencia de este origen y mucho menos una creación posthispánica. Se observa también la reiterada la aparición de ciertas piezas que reúnen características semejantes (Lámina Nº 1) y que hemos identificado como «telas rectangulares decoradas» (Michieli, 2000:88-89). En algunos casos estas piezas están completas; en otros casos existen fragmentos que pueden ser identificados como pertenecientes a objetos similares. Por los desgastes, roturas, zurcidos y remiendos que presentan, puede considerarse que se trató de prendas de uso diario y prolongado antes de que pasaran a integrar ajuares funerarios. Aparecen en contextos de adultos en menor proporción que en los de niños; en estos últimos, a su vez, se observan los ejemplares más deteriorados por el intenso uso. Lámina 1. Piezas rectangulares decoradas: A- Hilario (Calingasta); B- Angualasto (Iglesia).

Presentan similares técnicas de confección y decoración y tamaño normalizado. La mayoría está realizada con técnica de faz de urdimbre. Son piezas medianas y livianas; están confeccionadas con hilos muy finos y con menor densidad de tejido que los ponchos y las camisetas. Si bien la decoración se basa por lo general en listas

115

Catalina Teresa Michieli

en sentido de la urdimbre, algunos casos presentan recursos más complicados (como el empleo de urdimbres suplementarias, flotantes y transpuestas) que los usados en las piezas más grandes; posiblemente esto estaba relacionado con una mayor la facilidad de trabajo en telas de menor tamaño y más livianas. Tabla 4. Cuadro comparativo del tamaño y técnicas de confección y decoración de las telas rectangulares decoradas de Iglesia y Calingasta (Michieli, 2000:89). Sitio

Ancho en m(trama)

Largo en m(urd.)

Superficie (en m2)

Técnica y decoración

Angualasto aldea

—-

—-

—-

f/u-tr. supl. discontinuas

Angualasto (niño con cesto)

—-

—-

—-

f/u-u. supl. flotantes

Angualasto (camino)

—-

—-

—-

f/u-u. supl. flotantes

Michieli, 2001a:51

Cerro Negro

—-

—-



f/u-u. transp.

Michieli, 2001a:46

Cº Calvario (t. 1)

—-

—-

—-

f/u-listas urd.

Michieli, 2002

Chinguillos

0,84

—-

—-

f/u-listas urd.

Michieli, 2001a:49

Angualasto (niño con cesto)

0,45

0,96

0,43

f/u-u. transp.

Alto Verde

0,70

0,70

0,49

f/u-listas urd.

Angualasto (niño sin cesto)

0,60

1,15

0,69

f/u-listas urd.

Angualasto (niño con cesto)

0,57

1,30

0,74

f/u-listas urd.

Hilario

0,80

1,22

0,97

f/u-u. transp.

Angualasto (niño con cesto)

0,80

1,30

1,04

f/u-listas urd.

Angualasto (t. 1)

1,20

1,00

1,20

f/tr-tapiz multicolor

Cit. por:

Debenedetti, 1915:71-72

Michieli, 1994:12

Michieli, 2001b:66

Excepcionalmente aparece una tela rectangular realizada con técnica de faz de trama (o «tapiz») con decoración multicolor de 1 m por 1,20 m aproximadamente, en muy buen estado de conservación (Michieli, 2002:80; 2001b:66; 70). Los colores predominantes son rojo, verde, amarillo y azul teñidos en diferentes tonos y beige muy claro y beige castaño natural. La decoración en faz de trama consta de diez listas en sentido de la trama

116

Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

con decoración de zigzagues oblicuos que separan campos triangulares rojos y verdes o azules terminados en espirales cuadrangulares que combinan los colores de los fondos (rojo y verde) y el del zigzag (amarillo o beige claro). Ambos extremos comienzan con dos listas lisas de color rojo y beige claro. Las tramas son discontinuas y se encadenan cuando cambian de color en forma recta; los planos triangulares que forman los fondos, en cambio, están divididos oblicuamente con tramas discontinuas no encadenadas sino fijadas directamente a una urdimbre. Las puntas de las tramas se ocultan entre el tejido, pero en ocasiones alcanzan a aparecer en la superficie. Todo el tejido es irregular en cuanto a la cantidad de tramas y en cuanto a la organicidad del diseño; lo primero produce abultamientos que hacen que los laterales correspondientes a los dobleces de trama no sean rectos sino ondeados. El diseño de esta pieza reproduce los motivos decorativos usuales en los refuerzos de la base del cuello de ponchos y camisetas de Angualasto. Por la forma, la técnica de confección y de decoración y el colorido, esta pieza es inusual e impactante, aunque no tiene la calidad y la dificultad de ejecución que las restantes. Los ajuares se completan con bolsitas rectangulares vacías colocadas sobre la cabeza o sobre el pecho del cadáver, vinchas y cinturones formados por madejas de hilos simples o con confección complicada, sandalias de cuero con y sin decoración, cestos decorados, excepcionalmente un gorro de red y fajas decoradas que combinan con gran maestría el trenzado plano y el trenzado macizo. Casi todas las telas presentan los orillos laterales terminados con un acordonado de dos elementos o con un trenzado de tres o más elementos formados por hilos semejantes al de trama pero tomados doble; cada elemento se fija alternadamente en cada doblez de la trama (Lámina Nº 2). Excepcionalmente estas terminaciones se presentan recubiertas por costura decorativa; en los ponchos constituyen las terminaciones laterales; para estas telas se utilizó siempre trama única. Lámina 2. Terminación de los orillos laterales de las telas con acordonado de dos elementos o con trenzado de tres o más elementos: A a C- Angualasto (Iglesia); D y E- Villa Corral y Cº Calvario (Calingasta).

117

Catalina Teresa Michieli

En cambio en algunos pocos casos se utilizaron tramas múltiples, especialmente en número de dos a cinco y excepcionalmente doce, que forman en los orillos laterales una terminación ligeramente ondeada al entrecruzarse los dobleces de las tramas. Estos ejemplares son más usuales en las prendas de Calingasta que en las de Angualasto. Como era tradicional desde cientos de años antes en las culturas locales, continuó empleándose en forma aproximadamente similar el teñido en colores rojo y verde. En rojo se tiñeron hilos para costuras y decoraciones y para confeccionar telas completas tanto en Calingasta como en Angualasto. En un caso se tiñó una pieza ya confeccionada. En Angualasto, sin embargo, aparece como novedad el teñido de hilos en colores amarillo y azul con gran variedad de gamas. También en Angualasto se utilizó el teñido de hilos por reserva (o «ikat») especialmente en color rojo sobre base natural o sobre base previamente teñida de amarillo. Estos hilos fueron empleados en trabajos especiales y de poco tamaño como cadenetas del extremo de la abertura de los cuellos, refuerzos decorativos, cinturones formados por madejas de hilos y fajas trenzadas (Lámina Nº 3). Lámina 3. Hilos teñidos por reserva (o «ikat») de Angualasto (Iglesia).

En cuanto a la decoración de los tejidos fue más común el empleo de listas en sentido de la urdimbre ubicadas solas o agrupando rítmicamente listas lisas de distinto tono o color con listas con dameros en dos tonos. Fue menos común la utilización de listas decorativas realizadas con el empleo de urdimbres flotantes, suplementarias y transpuestas; estas últimas definen figuras romboidales y las anteriores o diseños más complejos donde se destacan espirales dobles encadenadas de formas curvas o rectilíneas. Este tipo de decoración se utilizó sobre todo en las piezas rectangulares decoradas.

118

Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

En cambio en grandes y pesados ponchos se comprueba la aparición de técnicas decorativas más especializadas como las urdimbres discontinuas (Lámina Nº 4). La decoración de piezas de vestimenta con urdimbres discontinuas ya había sido registrada en el ajuar de una momia hallada en Angualasto en 1934 (Vignati, 1934; Renard, 1994); se ha ratificado últimamente con otra pieza hallada en Angualasto y dos ejemplares de Calingasta (Michieli, 2001b:67). Lámina 4. Ponchos confeccionados con técnica de urdimbres discontinuas: A- Angualasto (Iglesia); B y C: Villa Corral y Sorocayense (Calingasta).

Todas estas consisten en grandes ponchos en los cuales las urdimbres discontinuas, ubicadas a la altura de los hombros, determinan cuatro sectores (dos lisos y dos decorados con listas) que se distribuyen en forma opuesta. Es interesante observar que en todos los casos la confección de estas prendas -que de por sí implica una complejidad técnica y un gran dominio del tejido-, su tamaño y su forma, son prácticamente idénticas, diferenciándose las de Angualasto sólo por la presencia de un refuerzo decorativo en los extremos de la abertura para el cuello. El hallazgo reiterado de textiles de gran dificultad técnica con características semejantes indica que posiblemente la elaboración de piezas textiles no era un hecho común en cada grupo familiar sino que debería haber existido un sector de la sociedad especializado en este tipo de trabajo. Por otra parte, la misma reiteración de estos hallazgos en tumbas y contextos semejantes, así como la evidencia fehaciente de que estas prendas formaban parte de la vestimenta diaria por el desgaste y reparación que presentan, llevan a considerar que no se trataba de piezas extraordinarias que denotaran algún tipo de jerarquía de su usuario, sino que formaban parte del acervo común de una sociedad en la cual no se observa hasta ahora, estratificación social marcada ni fuerte control estatal. Las camisetas y bolsas presentan costuras de unión simples, usualmente con cos-

119

Catalina Teresa Michieli

tura en punto guante con mayor o menor densidad, aunque se destacan dos casos de costuras de unión decorativas con variantes de punto zigzag, dos con punto rococó en zigzag y otro formando una fantasía cruzada. Es común que los laterales de las aberturas para el cuello y mangas de camisetas y ponchos estén recubiertas con costuras decorativas de colores contrastantes y que los encabezamientos de urdimbre de casi todas las telas (que corresponden a los ruedos de ponchos y camisetas y las bocas de algunas bolsas) estén recubiertos con costura decorativa en punto de aguja o con cadeneta; en algunos casos también se usaron los puntos festón y ojal. Además de los detalles que se han señalado, la diferencia más marcada entre la textilería de Iglesia y la de Calingasta en los momentos tardíos está dada por la aparición en algunos de los textiles Angualasto de llamativos refuerzos decorativos en los extremos de la abertura para el cuello de ponchos y camisetas. Aproximadamente la mitad de los ponchos y camisetas de Angualasto presenta estos refuerzos decorativos que están realizados con técnica de faz de trama y sus variantes en el mismo momento del tejido, con la utilización de hilos de color rojo, verde y beige o marrón natural formando motivos que incluyen combinaciones de espirales (curvas o cuadrangulares), líneas oblicuas y triángulos escalerados, sucesión de cheurones, o sucesión alternada de espirales que nacen de un tronco común y que forman con el fondo figuras de tipo complementario. Los extremos de los hilos empleados se retuercen formando cordeles de 10 a 13 cm de largo que penden a cada lado de los refuerzos decorativos. Los motivos de estos refuerzos se repiten en algunas de las decoraciones de telas y en otras manifestaciones de la cultura. Los hemos interpretado como una abstracción de atributos propios del cóndor macho adulto [especialmente el cuello, la cresta y el ojo]. Este elemento constituye un rasgo excepcional en la textilería de la región y se liga con evidencias de zonas circunvecinas del noroeste argentino y norte chileno (Michieli, 2001a). Finalmente y en coincidencia con la mayor cantidad y diversidad de piezas textiles, sólo en Angualasto aparecen prendas de tamaño infantil. Éstas se hallaron colocadas como vestimenta en cadáveres de niños o formando parte de los restos de telas que los envuelven. Se destacan pequeñas camisetas confeccionadas con lana muy suave (posiblemente de vicuña) y ponchitos tejidos con cuatro orillos de tamaño adecuado para niños de meses o recortados de viejas prendas de adulto. Algunos de ellos están sumamente usados, gastados y remendados, lo que evidencia una intensa y prolongada reutilización. En síntesis, entre las manifestaciones culturales de los grupos que ocuparon ambos valles durante el período tardío existen elementos comunes, los que son más visibles en contextos funerarios. A la semejanza en las formas y contenido de las tumbas se agrega la similitud en los conjuntos textiles. No obstante esta similitud general, en ellos se aprecian algunas diferencias de detalles técnicos y de uso que demuestran intenciones y preferencias que individualizan y definen a cada grupo cultural. Estas diferencias pueden sintetizarse de la manera siguiente: 1. Mayor cantidad de prendas y objetos textiles en los ajuares textiles de Angualasto. 2. Piezas de vestimenta de tamaño infantil en Angualasto. 3. Uso de fajas trenzadas decoradas en Angualasto.

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Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional

4. Utilización excepcional de faz de trama para la confección de telas en Angualasto. 5. Terminación de orillos laterales con acordonado o trenzado más usual en Angualasto. 6. Uso de tramas múltiples más usual en Calingasta. 7. Refuerzos decorativos en los extremos de la abertura para el cuello de ponchos y camisetas en Angualasto. 8. Utilización del teñido de hilos de lana en colores azul y amarillo, además de los tradicionales rojo y verde en Angualasto. 9. Decoración de hilos y cordeles de lana por medio del teñido por reserva en Angualasto.

Notas *

Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

1

Este trabajo fue presentado parcialmente en el Simposio Internacional «La magia de lo andino II» (Lima, 2005).

2

GR.N.-5476: Calingasta, 915 ± 55 = 1035 d.C. Beta-107203: Cerro Calvario, tumba 2 (de «pozo y cámara») [madera de un año: palitos de la estera] = 880 ± 50 BP. Edad calibrada: con 2 sigmas = 1030 a 1265 d.C.; intercepción con la curva de calibración = 1180 d.C.; con 1 sigma= 1055 a 1090 d.C./1150 a 1225 d.C. Beta-134392: Pta. del Barro, Primer Canal, t. 2 [AMS con uña de pie] = 650 ± 40 BP. Edad calibrada: con 2 sigmas = 1280 a 1405 d.C.; intercepción con la curva de calibración = 1300 d.C.; con 1 sigma= 1290 a 1315 d.C./1350 a 1390 d.C. Beta-161362: Angualasto t. 3 [AMS con uña de pie] = 440 ± 40 BP. Edad calibrada: con 2 sigmas = 1300 a 1420 d.C.; intercepción con la curva de calibración = 1400 d.C.; con 1 sigma = 1310 a 1370 d.C./1380 a 1410 d.C.

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Avances recientes en el conocimiento arqueológico de los grupos indígenas tardíos y la dominación incaica de Cuyo* Alejandro García CONICET. UNCuyo (FFyL). UNSJ (FFHA) Contacto: [email protected]

La arqueología de Mendoza ha experimentado avances importantes en los últimos quince años, vinculados fundamentalmente con la aparición de nuevos enfoques y con la exploración de temáticas antes no abordadas. Algo similar, aunque en menor escala, está sucediendo en San Juan gracias al desarrollo de proyectos relacionados con nuevos grupos de trabajo. En gran medida, estos avances de la Arqueología cuyana se vinculan con un mejoramiento del conocimiento sobre las sociedades tardías prehispánicas (sobre todo del registro arqueológico huarpe) y la dominación incaica. Si bien en estas temáticas los estudios documentales tienen aún mayor peso que las investigaciones arqueológicas, se han registrado recientemente diversos aportes basados en la elaboración de nuevas propuestas y en la ampliación y evaluación del registro arqueológico. A continuación comentaré algunos de estos nuevos resultados (sobre todo los vinculados con nuestras propias investigaciones) y sus implicancias en el marco de la arqueología de la región.

La arqueología huarpe Con respecto al registro atribuible a los huarpes, una de las contribuciones más significativas ha sido el replanteo del esquema cronológico-cultural tradicional propuesto por Humberto Lagiglia. Lagiglia (1976) realizó a mediados de los ‘70 una búsqueda exhaustiva de todos los materiales arqueológicos tardíos y un ordenamiento general que lo llevó a proponer la aparición de un cambio marcado en las sociedades indígenas locales a partir de 1200 -1300 d.C. Según esta visión, hacia ese momento se habría producido el paso entre dos entidades denominadas «Culturas de Agrelo» y «Cultura de Viluco». La primera, que ya había sido definida por Canals Frau en la década del ‘50 (Canals Frau, 1956), se habría extendido entre aproximadamente 500 y 1.000 años d.C. Luego de un hiatus de unos 200 años habría aparecido un registro arqueológico totalmente distinto, caracterizado fundamentalmente por vasijas cerámicas pequeñas (vasos, jarritas y platos de pasta naranja y decoración geométrica

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pintada). Esta «Cultura de Viluco» habría correspondido a los huarpes, el grupo local que conocieron los conquistadores españoles, y que habría sufrido sucesivos cambios debido a las conquistas incaica y española y a los contactos con otros grupos indígenas (como los mapuches del sur). A mediados de los ‘90 ya se disponía de nueva información que permitiría revisar este esquema. En ese momento no sólo se estaba difundiendo la calibración de fechados radiocarbónicos sino que además se contaba con registros estratificados provenientes de sitios de montaña, como Agua de la Cueva, que mostraban un acotamiento muy tardío de la cerámica Viluco y una extensión de la cerámica gris incisa (similar a la conocida como «Agrelo») por lo menos hasta el período incaico. Como resultado, se propuso (García, 1996) que los cambios atribuidos a la «Cultura de Viluco» en realidad habrían sido producto del control estatal incaico, y que el hiatus que entonces se producía entre aproximadamente 1000 y 1500 d.C. (entre lo «Agrelo» y lo «Viluco») no era tal, ya que en parte se reducía al calibrar los fechados radiocarbónicos (García, 2004) y en parte se habría debido a la falta de hallazgos de registros arqueológicos tardíos estratificados y con buen control cronológico, cuya posterior aparición mostraría la continuidad del registro «Agrelo» hasta el surgimiento de los cambios más recientes ya mencionados. Los trabajos realizados en la última década han apoyado este modelo y en la actualidad varios colegas de la región comparten esta interpretación, al menos en lo referido al origen incaico del registro Viluco (e.g. Cahiza, 2001; Ots, 2007). Recientemente se ha podido constatar un aspecto interesante relacionado con la cultura material de los grupos huarpes de Mendoza y San Juan: la utilización de estilos cerámicos diferentes. En el centro-norte de Mendoza, como ya se ha mencionado, el estilo predominante entre los huarpes de habla millcayac fue el denominado «Viluco». En cambio, en el sur de San Juan (huarpes que hablaban el dialecto allentiac), si bien aparece escasa alfarería vinculable estilísticamente con la «Viluco» la cerámica más abundante parece responder al tipo gris con decoración incisa conocido como «Calingasta». Otro tipo cerámico, de pasta naranja sin decoración o con decoración pintada, estaría más relacionado con los cambios tecnológicos introducidos por el estado inca. Este último estilo no guarda similitudes con el «Viluco», ya que las formas, espesor, motivos decorativos, etc. son diferentes. De manera que, aún cuando la muestra de sitios necesita ser ampliada, el registro conocido indicaría que los estilos cerámicos en uso en el centro-norte de Mendoza y en el sur de San Juan eran diferentes. Por lo tanto, la información actualmente disponible indica que durante la dominación incaica algunos aspectos de la cultura material no habrían sido similares y uniformes en toda el área huarpe, sino que habría habido diferencias entre los huarpes de San Juan y los de Mendoza, lo que avalaría la propuesta de que el actual sector limítrofe entre ambas provincias habría actuado como un límite natural que obstaculizaba la comunicación entre los grupos indígenas ubicados hacia el norte y hacia el sur previamente a la conquista incaica (García, 2005a). Por otra parte, estas diferencias podrían indicar la utilización de estrategias distintas de anexión territorial por parte del estado inca, aún cuando (si damos crédito a la documentación temprana) se habría tratado de grupos correspondientes a la misma etnia (huarpe).

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Finalmente, otro aspecto que está siendo revisado es el de las fronteras del territorio huarpe allentiac (esto es, los huarpes sanjuaninos). Tradicionalmente este límite se ubicaba por el norte cerca de los 30º 30‘ - 31º S (en la travesía entre los ríos Jáchal y San Juan) y por el este cerca del límite con San Luis. Sin embargo, recientes observaciones indican que el límite norte pudo haber estado más cerca del río San Juan, mientras que el límite oriental parecería haberse ubicado entre los ríos San Juan y Bermejo. Este acotamiento del territorio permite tener una mejor perspectiva de la envergadura de la etnia huarpe allentiac en relación con sus vecinos capayanes y yacampis, y contribuye a definir la organización territorial del área en tiempos prehispánicos tardíos. Pero el hallazgo de un sitio que permitía el control de un paso importante por una de las quebradas que conecta el Valle de las Invernadas con la zona baja de Gualilán, llama la atención también sobre un aspecto poco considerado en la arqueología regional: la posibilidad de conflictos interétnicos, situación que no debería resultar extraña, debido a la existencia de algunas menciones documentales tempranas vinculadas con las poblaciones del norte de Mendoza (García, 2001).

El control incaico de Cuyo Avances similares se han registrado en el conocimiento de la dominación incaica regional. En este sentido, nuestro trabajo ha contribuido a mejorar algunos aspectos de la temática, entre los que resaltan: 1) la ampliación del registro arqueológico incaico; 2) los mecanismos de control estatal implementados en la región; 3) el alto grado de variabilidad del registro incaico. 1) El conocimiento actual de los sitios incaicos de San Juan y Mendoza se debe en parte a los relevamiento de Juan Schobinger, y M. Gambier, y sobre todo a las extensivas prospecciones realizadas por Bárcena en las últimas décadas, que en la provincia de San Juan incluyen áreas tan diversas como el Valle de Calingasta, la zona central, el extremo noroeste y Valle Fértil. Nuestro equipo ha aportado información sobre nuevos sitios incaicos en varios sectores del área (García, 2005b, 2007; García et al., 2006). Así, en San Juan se identificaron hasta el momento cinco nuevos sitios del período incaico en la zona de Pedernal/El Acequión, uno en la Sierra de la Invernada y ocho en el Parque Nacional San Guillermo y zonas aledañas (denominados Arroyo Peña Negra, Macho Muerto 3, Alero de los Petroglifos, Vega de los Salineros 2, Tambería Río San Guillermo, Tambería Junta de la Palca –o Alcaparrosa-, Río San Guillermo 2 y Río San Guillermo 4 –Figuras 1 y 2). En Mendoza se identificaron materiales o contextos incaicos en diversos sitios de la zona precordillerana, como Agua de la Cueva, Agua de las Herraduras, alero La Pulpería y Papagayos (Figura 3). Esta ampliación del registro permite a su vez mejorar nuestra percepción del alcance de la dominación incaica local. Pero además, en nuestro caso, uno de los aspectos más interesantes es la aplicación de una perspectiva no monumentalista, que ha permitido la detección de sitios incaicos con niveles de visibilidad mucho menores que los de los sitios tradicionales del período. Algunos de aquellos sitios no presentan ninguna evidencia arquitectónica en superficie (como algunos de la zona de El Acequión). En el caso de un sitio hallado en La Invernada el grado de destrucción y dispersión de los restos de una estructura es tan grande que las rocas de la misma no parecían haber formado parte de una construcción.

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Figura 1. Refugio moderno construido con rocas de estructuras incaicas en Macho Muerto 3 (norte de San Juan).

Figura 2. Vista general del Alero de los Petroglifos (Parque Nacional San Guillermo, norte de San Juan).

Figura 3. Fragmento de cerámica inca hallado en la localidad de Papagayos, Mendoza.

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También se destaca el estudio de contextos estratigráficos del período inca localizados en secuencias más amplias en abrigos rocosos de la precordillera mendocina. Este trabajo, centrado fundamentalmente en el sitio Agua de la Cueva, ofreció información importante para comprender mejor el uso de estos sectores montañosos por el estado inca. Entre los elementos más destacados relacionados con estos sitios cabe mencionar: a) la aparición de cerámica diaguita-chilena III (diaguita-inca), que podría constituir una manifestación de la presencia de estos grupos en el norte de Mendoza en el marco de las estrategias de dominación incaica de la zona (García, 1999). b) La ausencia de modificaciones importantes en los sitios durante las ocupaciones vinculadas con este período. En ningún caso se observa levantamiento de muros o una estructuración especial del espacio interno de los sitios, lo que denota el desinterés del estado inca por manifestar de manera llamativa su presencia en cada uno de los sitios ocupados. c) La falta de construcción o demarcación especial de las vías de comunicación que vinculaban los sitios del Valle de Uspallata con los de la llanura mendocina. Este aspecto no es novedoso, ya que hasta donde se conoce actualmente, responde a lo observado en el resto de Mendoza y San Juan: la simple utilización de senderos preexistentes o la apertura de nuevas sendas mediante la simple limpieza de una vía relativamente angosta y sin pavimentación o demarcación especial. Un ejemplo de lo anterior puede observarse en el caso de Pedernal/El Acequión (Figura 4).

Figura 4. Tramo de la senda que une los sitios incaicos de Pedernal/El Acequión.

2) Otro aspecto relevante se vincula con el estudio de los mecanismos del control estatal incaico sobre los grupos indígenas de la región. En general resulta muy difícil aproximarse a este tipo de información debido a la falta de integridad de los contextos arqueológicos y a la falta de asociación entre registros de sitios incaicos y de sitios

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correspondientes a las poblaciones locales. El hallazgo reciente de una serie de sitios espacial y cronológicamente relacionados ha permitido avanzar en la comprensión de su articulación y de cómo ésta podría reflejar las estrategias estatales de reorganización del espacio y de las poblaciones locales. Se trata de tres estructuras halladas en una cerrillada en el área de la antigua Estancia El Acequión, cerca de la localidad de Pedernal, y de dos sitios localizados a pocos centenares de metros de los anteriores, en una zona más baja, a orillas del Río del Agua. La ubicación, configuración y diferencias del registro arqueológico de estos sitios indican una clara separación entre sitios localizados en sectores altos y destinados al control del espacio regional, por un lado, y sitios más extensos destinados a vivienda y actividades generalizadas en el sector bajo, por el otro. A su vez, existe una clara diferenciación entre éstos, marcada por la alta proporción de cerámica incaica en el sitio «bajo» más oriental, y escasa aparición de cerámica incaica y predominio de alfarería de estilo local gris inciso en el sitio más occidental. En éste, a diferencia del primero, se han observado también evidencias de canales, hornillos, entierros, etc. Las marcadas diferencias internas del conjunto pueden interpretarse como signo de una doble jerarquización en este sistema de asentamiento: sitios «altos» vs. sitios «bajos», por un lado, y dentro de éstos, un sector netamente incaico vs. otro sector aparentemente ocupado por las poblaciones locales (García, 2007). 3) Finalmente, otro elemento cada vez más evidente a partir de las recientes investigaciones regionales es la alta variabilidad del registro arqueológico incaico de la región: desde conjuntos con construcciones típicas en Tambillos o Paso del Lámar hasta las estructuras totalmente «atípicas» de Yalguaraz, desde sitios de gran tamaño como Alcaparrosa o Ranchillos hasta las pequeñas estructuras de Pedernal/Acequión, desde las construcciones cuadrangulares de los sitios administrativos estables hasta las ocupaciones efímeras y sin modificaciones estructurales o con pequeños pircados irregulares en los sitios precordilleranos; registros con y sin cerámica incaica o diaguita chilena, con puntas de proyectil de diversos estilos, y así sucesivamente. Es esperable que esta marcada variabilidad del registro arqueológico refleje no sólo la amplia gama de actividades y situaciones involucradas en el manejo estatal de la región, sino también diferencias significativas en las estrategias de control de las poblaciones indígenas locales. En este sentido, no son sólo interesantes las diferencias antes señaladas en relación a la imposición o no de cambios tecnológicos en la producción de cerámica en las diversas poblaciones, sino también la propuesta de modelos que permitan avanzar en la discusión del manejo de los grupos indígenas a nivel local y regional. Afortunadamente, hallazgos como los del área de Pedernal/Acequión permiten encaminarse en esta dirección. De la misma manera, los frecuentes hallazgos de alfarería diaguita chilena (y en algunos casos sin la aparición de cerámica inca) mantienen vigente la idea de un control incaico general de por lo menos el centro-norte de Mendoza a través de mitmaq diaguitas chilenos, quizás no como simples colonos transportados por el régimen imperial sino como aliados o encargados de la administración del sector y de la exploración de los territorios adyacentes por el sur (García, 1999).

Algunos elementos remarcables y perspectivas futuras El bosquejo presentado aquí sobre nuestra contribución al avance del conoci-

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miento de la arqueología tardía de San Juan y del centro-norte de Mendoza es breve y parcial, pero suficiente como para permitir detectar algunos aspectos importantes y llamar la atención sobre otros que generalmente han sido poco tratados. Uno de estos elementos es la necesidad de considerar la ocurrencia de situaciones de conflicto entre las sociedades indígenas tardías y de estar preparados para poder advertir señales de tales situaciones en el registro arqueológico. Como ya se ha señalado, algunos documentos españoles de época temprana hacen alusión a este tipo de circunstancias, en tanto que la presencia de sitios locales de control territorial (como el ya señalado de Gualilán) o de sitios incaicos vinculables con situaciones de defensa (Paso del Lámar) o de control de poblaciones locales (Pedernal/Acequión) refuerza la idea de considerar posibles enfrentamientos entre las sociedades indígenas tardías del área. También parece importante, a la luz de los resultados mostrados, la necesidad de flexibilizar los criterios de búsqueda de sitios incaicos, teniendo en cuenta que no siempre éstos van a estar señalados por la presencia de construcciones de gran tamaño, y ni siquiera por la presencia de evidencias de estructuras. En tal sentido, es importante destacar el fuerte impacto que sobre los sitios incaicos pudieron tener algunas actividades como la preparación de campos de cultivo (sitios de Pedernal/Acequión) o la reutilización de rocas para construcciones modernas y el huaqueo de bines arqueológicos (por ejemplo en el sitio de la Sierra de la Invernada o en Macho Muerto 3). Otro aspecto relevante es la necesidad de incorporar a la agenda de trabajo estudios específicamente arqueológicos relacionados con la evolución política y social de las sociedades indígenas tardías. En este sentido, resulta bienvenido cualquier intento de despegarse de la dependencia que por razones obvias se tiene muchas veces de las elaboraciones producidas a partir de la información documental. Como todos sabemos, siempre es bueno tener presente que los datos documentales deben ser sometidos a una exhaustiva crítica y ser considerados como una fuente de información alternativa y complementaria sobre las sociedades aborígenes en estudio, pero de ninguna manera como una usina generadora de modelos a los cuales supeditar indefectiblemente los estudios arqueológicos. Registros arqueológicos como los del sur de San Juan y del centro-sur de Mendoza constituyen un incentivo importante para intentar progresar en el análisis de los aspectos sociales y políticos a partir de criterios desarrollados fundamentalmente desde la Arqueología. Asimismo, otro punto sobre el que se puede avanzar decididamente a corto plazo es el de la necesidad de realizar estudios más detallados y profundos en determinados sitios relacionados con la dominación incaica. Esto no significa de ninguna manera que los amplios relevamientos realizados en los últimos tiempos no sean de suma utilidad o deban interrumpirse. Por el contrario, significa que este tipo de aproximación «extensiva» debería ir acompañada por estudios «intensivos» de sitio o de contexto (e.g. Bárcena y Román, 1986-87; Schobinger, 2001) que permitan obtener información verdaderamente representativa acerca de las actividades que se desarrollaban en algunos de éstos y de su funcionamiento. De la misma forma, un mayor trabajo sobre aspectos específicos puede llevar a ampliar el conocimiento de los cambios operados en las etnias locales y de las características de la relación entre dominadores y dominados. Estos son aspectos que aún muestran un vacío importante en la arqueología incaica regional, y que, por otra parte, resultan imprescindibles para comprender los mecanismos de control estatal aplicados al manejo de las poblaciones locales.

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Finalmente, me interesa señalar dos elementos que creo importantes para poder avanzar en el estudio del tema. Por un lado, me parece imprescindible un trabajo orientado a promover la creación de ámbitos propicios para la discusión y elaboración de propuestas alternativas para la comprensión del registro arqueológico tardío. Esto significa que quienes estamos involucrados de alguna manera en el estudio de las sociedades tardías y del domino incaico deberíamos alentar la discusión y replanteo de nuestros propios modelos e interpretaciones y generar en nuestros estudiantes y becarios un sentimiento de independencia de criterio que les permita contribuir creativamente a ese proceso con la generación de nuevas ideas. Probablemente esto esté sucediendo en los equipos de investigación locales, pero de ser así este proceso aún no se ha reflejado en una multiplicidad de propuestas o en la discusión de las interpretaciones tradicionales. Por otro lado, cabe señalar el marcado progreso registrado en San Juan en los últimos años en relación al tema aquí tratado es coincidente con el ingreso a esta región de nuevos investigadores y grupos de trabajo. Esta situación, contrastante con la política de frontera cerrada imperante en San Juan hasta hace menos de diez años, refleja claramente que es necesario aumentar la cantidad de arqueólogos de la región. Además de constituir un instrumento de extrema utilizado para combatir el avanzado nivel de pérdida o alteración de sitios y bienes arqueológico por la acción de diversos agentes de alteración postdepositacional, un sostenido incremento de los recursos arqueológicos profesionales sin duda garantizaría un avance sustancial en el conocimiento arqueológico de las sociedades indígenas tardías y del período incaico, y un mayor y mejor desarrollo de la disciplina en la región.

Agradecimientos Agradezco profundamente la amable invitación de los organizadores del Seminario Magistral y VII Jornadas de Investigadores en Arqueología y Etnohistoria del Centro del País para disertar en el marco del este fructífero encuentro.

Nota *

Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

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La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental del Qollasuyu María José Ots Unidad de Antropología. Instituto Nacional de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales. CONICET. Contacto: [email protected]

El antiguo Valle de Uco comprendía el territorio ubicado al sur del río Mendoza; de acuerdo con datos documentales del momento de contacto hispano-indígena este sector concentraba una importante densidad de población. Los estudios históricos y arqueológicos incluyen al área en procesos culturales regionales, entre los que nos interesa el de dominación incaica (estudiado en el marco de los proyectos de investigación de dicha dominación en el Centro oeste argentino -CONICET y ANPCYTdirigidos por el Dr. J. R. Bárcena). Partimos del supuesto de que el contacto entre las sociedades dominada y dominadora, en este caso, la del Tardío del Valle de Uco y la incaica, introdujo transformaciones en la sociedad local. Los antecedentes en las investigaciones etnohistóricas y arqueológicas del Valle de Uco son escasos, aunque estas últimas se están incrementando y posibilitan un mejor panorama sobre las poblaciones locales. En este sentido, uno de los objetivos de nuestros trabajos en el área es profundizar el conocimiento de la prehistoria regional. La información histórica temprana sobre la percepción que los españoles tuvieron del ambiente y los recursos del área permite dilucidar aspectos organizacionales de estas comunidades y las transformaciones que sobre ellas pudieron inducir las conquistas incaica y española. La metodología arqueológica implementada para abordar estos temas y reconocer en qué aspectos se produjeron cambios en la sociedad local consistió en un estudio microregional en áreas discretas mediante la prospección y excavación de sitios en distintos ambientes y el análisis diacrónico de las ocupaciones prehistóricas.

Características del área de estudio Los valles de Cuyo/Huentota (asiento de la actual ciudad de Mendoza) y Uco conformaban a fines del siglo XVI los principales núcleos poblacionales de lo que luego constituyó el territorio mendocino, hábitat de ocupación huarpe, cuyo límite sur era el río Diamante. El «Valle de Diamante» constituyó una frontera ecológico-cultural entre los huarpes y las sociedades cazadoras nómades (puelches), que se mantuvo hasta el siglo XIX:

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«...la ciudad de la Resurrección, Provincia de los Guarpes /.../ daba e dio por término / .../ por la banda del Sur hasta el Valle de Diamante /.../» (Acta de la Fundación de la Ciudad de Mendoza por Jufré, 28 de marzo de 1562. En: Cabrera 1929:26).

En la actualidad, la denominación Valle de Uco hace referencia a la región comprendida por los departamentos de Tupungato, Tunuyán y San Carlos en el centro oeste de la provincia de Mendoza, los antiguos valles de Uco y Xaurúa (Rosales, 1937:248) (Figura 1). Este territorio constituye el extremo austral oriental del Área Andina Meridional, en la subárea arqueológica Centro oeste argentino. Figura 1: Ubicación relativa del Valle de Uco en el centro oeste de la provincia de Mendoza. Ubicación de las principales referencias mencionadas en el texto.

El área de estudio tiene muy buenas condiciones ambientales: mayor humedad por abundancia de lluvias y recursos hídricos y mejores tierras y pasturas que otros sectores de la provincia de Mendoza. En relación con la aridez característica de Mendoza, el valle superior del Tupungato constituye un sector excepcional que registra precipitaciones cercanas a los 350 mm anuales (Vitali, 1940:52). El territorio presenta las características ecológicas propias del ambiente cordillerano –Cordillera Frontal- y del piedemonte hacia el Este. La vegetación es la típica de montaña: vegas y matorrales húmedos, cactáceas y coironales en cotas más bajas (Larrea divaricata, Stipa tenuis, y Piptochaetium napostaense en el piedemonte). El sector oriental del área presenta vegetación de Bolsones y Huayquerías, con comunidades saxícolas diversas y estepas arbustivas (Larrea cuneifolia, Atriplex lampa, Geoffroea decorticans y otras) (Roig y otros, s/f). La extracción de madera y leña y el pastoreo han favorecido intensos procesos de erosión en el piedemonte.

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La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu

El oasis del Valle de Uco, formado por el cono aluvial del río Tunuyán y sus afluentes, se ubica en la transición entre el piedemonte y el extremo norte de la «Depresión de los Huarpes», cuenca receptora de sedimentos acarreados por la red fluvial desde la Cordillera con suelos areno-limosos aptos para la agricultura. Las condiciones ambientales actuales se han mantenido más o menos similares desde los inicios del Holoceno tardío, caracterizado por una gran variabilidad ambiental y la influencia de los eventos El Niño (Zárate, 2002:38). Alrededor de 3000 A.P. comenzaron las condiciones de clima moderno, con lluvias de verano en las áreas bajas y temperaturas más favorables en las tierras altas (Markgraf, 1983 en Zárate, 2002). Los eventos El Niño determinan un incremento de las precipitaciones invernales en Los Andes, produciendo un aumento considerable de los caudales fluviales en verano y mayor recarga de los acuíferos del piedemonte. Para el momento que nos interesa, los registros dendrocronológicos y de variaciones glaciares de Chile Central y del sector norte de la Patagonia establecen un largo período más frío y húmedo entre 1270 y 1660 A.D., cuyo punto máximo se dio entre 1340 y 1640 A.D1. Mediante estudios dendrocronológicos en Chile Central se han identificado precipitaciones por encima del promedio entre 1450 y 1550 A.D. (Villalba 1994). Aun a fines de este período frío (1654) «...el paso de Uco se abre a fines de febrero, y en abril está cerrado» (Espejo, 1954:188)2. De acuerdo a la opinión de los cronistas, el clima y el ambiente de Chile resultó más benigno a los españoles que el de Mendoza (Prieto 2000: 40-41). Sin embargo, a principios del siglo XVII se aprecian sectores cordilleranos y del Valle de Uco con buenos pastos «... donde tienen los españoles sus ganados por ser mui fértil...» (Cartas Annuas:210). Las condiciones de temperaturas bajas y humedad tuvieron como consecuencia la abundancia de precipitaciones nivales y estivales, favoreciendo el desarrollo de pasturas y de la actividad ganadera en varios sectores de los valles de Uco y Xaurúa. Se describe para ambas márgenes del río Tunuyán, entre otros sectores, el paisaje de ciénagas o dehesas (vg. Espejo, 1954:82-83), semejante a una gran vega con afloramientos de agua y abundante vegetación hidrófita -pastos, totora, Phragmites australis (carrizo), Scirpus californicus (junco)- (Prieto y Wuilloud, 1997:31). Otros recursos, además de los pastos, se explotaban en relación con este paisaje: madera, leña, aves y peces (Prieto y Wuilloud, 1997). Estas características contrastan con las del territorio al sur del Diamante, «...tierra y parte tan agria y fría e inhabitable» (Bibar, 1966:137).

La población del Valle de Uco en el momento de contacto con el Tawantinsuyu y la conquista europea A partir del análisis etnohistórico y lingüístico de los datos sobre el área Canals Frau concluyó que «...la población indígena del Valle de Uco, en la época del descubrimiento, estaba constituída por Huarpes mendocinos, o sea, por indios de idioma Millcayac» (1950:9. Destacado por el autor). Esta hipótesis será contrastada, además, por los datos arqueológicos a partir de los cuales identificó «dos distintos estadios en la evolución cultural de los Huarpes» (Canals Frau, 1950), representados por las posteriormente denominadas «culturas» arqueológicas de «Agrelo» (Canals Frau,

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1956; Canals Frau y Semper, 1956) y «Viluco» (Lagiglia, 1978) respectivamente. El momento tardío se caracterizó además por «la presencia de cerámica pintada de influencias incaicas», «benéfica» influencia que, según el autor, propició el desarrollo de prácticas agrícolas con irrigación en el Valle de Uco (Canals Frau, 1950:10 y ss.). Estudios históricos posteriores demostraron que la mayor densidad de población se concentraba en los valles de Huentota y Uco (Prieto, 1974-76, 2000; Michieli, 1983; Parisii, 2003), donde se manifestó una adaptación exitosa al medio, mediante tecnología adecuada (Prieto, 2000)3 ?Estas comunidades habrían desarrollado dos actividades económicas de base diversas -recolección (complementada con caza y pesca) y agricultura-, coexistentes y complementarias. La filiación cognaticia bilateral y la adscripción territorial bilocal de las poblaciones locales fueron interpretadas como estrategias adaptativas para el acceso a distintos ambientes y recursos que suponían una gran movilidad de la población (Parisii, 1995; 2003). En el momento de contacto hispánico, se estarían produciendo procesos de cambio social que llevarían a la consolidación de «jefaturas de reducido dominio territorial», coexistentes con grupos gobernados por «cabecillas». El cambio habría sido inducido por la presión tributaria incaica, permitiendo el acceso a actividades económicas para la obtención de excedentes por los grupos menos favorecidos (Parisii, 1995; 2003). El primer empadronamiento europeo de los pobladores de Mendoza fue realizado durante «la permanencia forzada de Villagra en 1551» (Canals Frau, 1950), cuyos datos fueron utilizados por Pedro de Valdivia para el otorgamiento de las primeras encomiendas de Huarpes, incluyendo a los del Valle de Uco (Medina, 1900, T XXII: 222). El traslado inmediato de la población cuyana para servir en Chile se ha interpretado en relación con la persistencia de la movilidad transandina impuesta por la dominación incaica (Bárcena, 1994). La encomienda más temprana conocida para el Valle de Uco fue otorgada por Juan Jufré a Diego de Velazco4, y consistió en el “cacique Guarinay, que reside en el Valle de Uco, con todos sus indios é principales, tierras é pueblos, do quiera que estuvieren é fueran hallados sus sujetos…” (Santiago, 15.06.1563) (Medina, 1898, T XIV:427-428). En la confirmación de esta encomienda (y de la que Velazco obtuvo en la ciudad de La Resurrección), Villagra aclaró que debía ser “de esta manera: los doscientos indios de valle en los caciques y principales y sus indios que cayeren en valle, y los trescientos restantes en algarroberos…” (Medina, 1898, T XIV:427-428), dato que sostiene para este sector la coexistencia de grupos con distintas actividades económicas. Por el momento no se han estudiado otros mecanismos que posibilitarían el acceso y la complementación de los recursos, como en el caso de los indios “algarroberos” Yalchemire, Chiguti y Motu del Valle de Uco que “... se habían ido a sus tierras y algarrobales y dejado sus casas y maizales...” en las tierras de cultivo del cacique Ayanta (AHM, C290, D85). La existencia de tierras destinadas a la agricultura y con irrigación en Uco está documentada, entre otros casos, en la merced de tierras a Diego Muñoz “donde antiguamente solía sembrar el cacique del mismo nombre Yampliquentta...” (1581. Citada en Cabrera, 1929:337; Rusconi, 1962:366). Aunque las menciones a acequias en el Valle de Uco son un poco más tardías, del momento en que se realiza la toma de posesión de las tierras, conservan la denominación indígena (22.05.1628. AHM, EC, C8, D15; entre otros). Las condiciones climáticas del Valle de Uco propiciaron desde principios del

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siglo XVII la progresiva ocupación española para la explotación ganadera (AHM, EC, C278, D9; entre otras menciones), momento en que la población de este sector estaba muy disminuida (Cartas Annuas, 1927:210). La reestructuración espacial de los grupos locales es uno de los cambios que produjo el contacto hispano-indígena, como consecuencia de la encomienda y la reducción impuestas por los españoles, y de las prácticas de resistencia indígena. Asimismo, continuó la interacción étnica y cultural entre poblaciones huarpes, puelches y otras procedentes de la vertiente occidental de la cordillera, características de este espacio fronterizo. La intensa movilidad transcordillerana está documentada desde momentos tempranos. Los pasos Piuquenes o “del Yeso” (Espejo, 1954:182), próximo a la naciente del río Tunuyán, y del Cajón del Maipo5 conectan los antiguos valles de Uco y Xaurúa con el del Maipo, y durante la época colonial fueron pasos alternativos para el traslado de ganado a Chile (Espejo, 1954:187). En algunos sitios de Chile Central se han registrado materiales que sugieren la relación entre los grupos agroalfareros de ambas vertientes trasandinas, tal es el caso, entre otros, del cementerio de Rengo (cuenca del río Cachapoal), donde se encontró cerámica de estilo Viluco y Diaguita-chileno inca en contextos prehispánicos (Cáceres Roque et al., 1993, Raffino y Stehberg, 1997). Las relaciones interétnicas prehispánicas pervivieron en las uniones o alianzas de indígenas que resistieron la conquista española y sus consecuencias en continuas incursiones a las estancias del Valle de Uco (ACM). Asimismo, sitios como Viluco o Capiz en el antiguo valle de Xaurúa son ejemplos interesantes de la interacción étnica y cultural poshispánica en la frontera. El cementerio indígena de Viluco, en las proximidades del río Tunuyán en San Carlos, excavado por Reed, fue considerado por Boman (1920) poshispánico temprano (del primer siglo posterior a la conquista) y de huarpes millcayac. En el sitio se encontraron recipientes de cerámica cuyo estilo es característico de las poblaciones tardías locales, identificados posteriormente en otros sitios de la subárea (Lagiglia, 1978; entre otros), y otros materiales que se asocian a componentes mapuche (una «pifilca») e hispánico (lanzas y cascabeles de metal, cuentas de vidrio, etc.). Próxima a Viluco, la localidad de Capiz conserva la denominación que recibía en documentos tempranos (AHM, EC, C8, D10; Espejo 1954: 73). A partir de estudios bioarqueológicos se consideró muy probable que los individuos enterrados en Capiz fueran huarpes, del primer siglo de contacto hispano-indígena6. Al igual que Viluco, registra indicadores de gran movilidad de bienes (objetos confeccionados sobre valva de molusco marino, obsidiana y cerámica del sur de Mendoza, y bienes de origen europeo como cuentas de vidrio y objetos metálicos). Las investigaciones bioantropológicas y de dieta han confirmado las propuestas sobre la complementación de caza-recolección y agricultura-pastoreo como actividades de subsistencia de estas sociedades, destacando la ausencia de indicadores de stress nutricional (Durán y Novellino, 2003). A partir de datos documentales se sostuvo que la dominación incaica habría inducido procesos de cambio social y centralización política, acentuados por la dominación española (Parisii, 2003). Entre las escasas manifestaciones arqueológicas de dicha jerarquización y complejidad social y política pueden considerarse las características del ajuar funerario de Capiz que indican diferenciación social (Durán y Novellino, 2003).

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La estructura arqueológica regional: cambios y continuidades en la ocupación del espacio Entre los posibles enfoques para el estudio de la evolución de las sociedades tardías locales, la propuesta que adoptamos consiste en el análisis de la distribución espacial de los restos materiales de las actividades humanas en relación con el paisaje con el propósito de identificar procesos diacrónicos y sincrónicos en la ocupación del espacio. Ante la imposibilidad de abarcar toda el área, seleccionamos una unidad de muestreo representativa de las condiciones ambientales generales: el valle del río de las Tunas. La unidad de muestreo consiste en un área rectangular discreta de 600 km2 atravesada por el cauce principal del río de las Tunas y parte de los arroyos subsidiarios, que abarca dos tipos de ambientes: la Cordillera y el piedemonte. Dicho espacio puede definirse como una “microregión” dentro del Valle de Uco –en el sentido propuesto por Pérez de Micou y otros (1992:77)-, que articula una serie de microambientes en zonas con recursos diferenciados, los cuales se presentan en cierta continuidad espacial agrupando gran parte del potencial de recursos ofrecidos por la región de estudio. El nivel inferior de la planicie pedemontana es un glacis cubierto por una espesa capa de materiales que desciende desde los 2000 m hasta los 1200 m, con una pendiente entre 2° y 10°. Los limos de origen aluvial y tectónico de la superficie permiten una importante actividad agrícola (Gutiérrez de Manchón y Furlani de Civit, 1997:233 y ss). Cubrimos el 1,68% del área mediante la prospección pedestre de transectas (99,22 km lineares y una superficie de 10,08 km²). Comenzamos nuestras prospecciones en la confluencia del arroyo Cortaderas con el Santa Clara, donde identificamos el sitio estudiado por Sacchero y García (1991) con cerámica Diaguita clásica y con influencia inca. Las prospecciones de J. R. Bárcena conectaron este sector con Punta de Vacas, remontando el río Santa Clara y, a través del Portezuelo del Azufre, el río Tupungato (2001). A partir del registro muestreado utilizamos fundamentalmente la tecnotipología lítica y cerámica como indicador cronológico y de componentes (mediante la comparación morfológica y estilística con otros contextos regionales del área Centro oeste argentino), e identificamos seis “componentes”. Los tres primeros son locales: precerámico, agroalfarero temprano-medio (siglos VI-XII) y tardío (siglos XV-XVII). Asociada a este último, registramos cerámica Diaguita chilena inca y Aconcagua Salmón, característicos del componente tardío y bajo dominación incaica del Norte Chico y Centro de Chile respectivamente. El componente poshispánico consiste en pircas y puestos de pastoreo, en algunos casos asociados a cerámica naranja vidriada, loza, vidrio, etc. (Figura 2). Algunos elementos observados en la microregión permiten establecer patrones de ocupación del espacio (Ots, 2006). Como hipótesis operativa, con fines comparativos para interpretar los principales cambios y continuidades en la ocupación del espacio, asumimos que la superficie de un sitio estará en relación directa con el tamaño de la población. La ocupación principal del área durante la prehistoria corresponde a comunidades agroalfareras, entre las cuales destacamos dos patrones en la configuración espacial del registro arqueológico, que corresponden a dos momentos.

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Figura 2. Cuenca del río de las Tunas. Ubicación de sitios y hallazgos aislados por componente.

Los sitios del componente agroalfarero temprano-medio se ubican sobre las terrazas de los arroyos afluentes del río de las Tunas en los sectores cordillerano y pedemontano. Bajo los 1000m s.n.m., también se ubican en las márgenes de cauces (secos en la actualidad) subsidiarios del río de las Tunas. Estos últimos tienen mayor superficie que los sitios ubicados en los sectores de los cauces superior y medio del río. Hallazgos aislados o pequeñas concentraciones de este tipo también se encuentran dispersos sobre las márgenes de estos arroyos. Podría tratarse de un patrón de asentamiento disperso, de comunidades de población reducida, en relación con la explotación estacional de recursos en distintos ambientes. En la Cordillera, las márgenes de los arroyos subsidiarios del cauce superior del río de las Tunas son ambientes muy favorables para el asentamiento estival, aptos para la caza y recolección, y también para las prácticas ganaderas y para la producción y el procesamiento de alimentos. La distribución de morteros alrededor de los cursos de agua y barrancas en distintos sectores ambientales se ha interpretado asimismo como un patrón vertical de explotación económica que probablemente siguió la disponibilidad estacional secuencial de frutos maduros a diferentes tiempos y diferentes alturas (Stehberg y Dillehay, 1988). La localización de morteros, manos y conanas cerca del agua y de áreas forestadas presupone su función como ciclos de molienda (Stehberg y Dillehay, 1988:151). Los asentamientos estacionales de usos específicos del sector cordillerano se relacionan con otros, residenciales de usos múltiples, permanentes, ubicados en el piedemonte. Estos sitios son más grandes, concentrando –probablemente- mayor cantidad de población: mientras que los sitios del período temprano-medio ubicados en la Cordillera Frontal no superan el rango de los 10.000m², en el piedemonte superan los 60.000 m². Estas estrategias son características de un sistema Formativo (en el sentido de Olivera, 2001).

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Las concentraciones que adscribimos al agroalfarero tardío, en cambio, son menos numerosas. Una de ellas se ubica en la Cordillera, a más de 2500m s.n.m. -confluencia de los arroyos Santa Clara y Cortaderas-, y las de mayor tamaño en el piedemonte, entre 1100 y 900m s.n.m. (sitios Agua Amarga y Puesto La Isla). No registramos hallazgos aislados de este componente. Este patrón de asentamiento corresponde a poblaciones más densas y más integradas, concentradas en el piedemonte. Durante esta etapa no notamos reocupación de los sitios formativos de la Cordillera. La asociación de estas poblaciones al cauce principal del río de las Tunas, en el sector con mejores condiciones para la explotación agrícola intensiva podría indicar intensificación en la producción, mediante la mayor eficiencia en el uso del espacio como consecuencia de una tecnología más compleja para el manejo del recurso hídrico (sistema de acequias y aprovechamiento de la pendiente del terreno, como se usa en la actualidad), disponibilidad de suelos óptimos y mejores instrumentos de labranza. Esta actividad estaría complementada con pastoreo, caza y recolección.

Características de las ocupaciones tardías Los sitios multicomponentes Puesto La Isla y Agua Amarga se ubican en un sector del piedemonte ocupado en la actualidad de manera intensiva por la explotación agrícola (“Corredor productivo”). En Puesto La Isla (990m s.n.m.), una finca se superpone a un sitio de casi 9 Ha de superficie, ubicado en las altas terrazas de la intersección de los cauces del río de las Tunas y otro arroyo de caudal estacional. Mediante la recolección selectiva de material en la superficie cultivada, identificamos cerámica de tres de los componentes agroalfareros descriptos -Viluco, Aconcagua salmón y Diaguita chilena inca- y artefactos líticos, entre ellos una herramienta agrícola. Los tiestos Aconcagua salmón o “anaranjado bícromo” (Durán y Massone, 1997) son partes del borde y cuerpo de pucos, con la característica decoración geométrica negra sobre la superficie pulida naranja. El único fragmento que identificamos como Diaguita chileno inca pertenece al borde de un aríbalo. Entre las bases de recipientes reconocimos una forma que se ha atribuido a la influencia incaica (o más bien, Diaguita chilena inca) sobre la cerámica Viluco, que consiste en la unión de la base (convexa) y el cuerpo (evertido) de un puco “por un punto angular” (García, 1994:45). Excavamos dos sondeos hasta 1,80 m de profundidad. Se observa homogeneidad en el registro de todos los niveles excavados, sobre todo cerámica, lascas, hueso, cáscara de huevo, granos de maíz y cuentas de collar de hueso. Entre 1,30 y 1,55 m de profundidad se registraron 16 puntas de proyectil de cuarzo de tamaño y forma similar (muy pequeñas y pequeñas, triangulares, con aletas) y mayor cantidad de cuentas de collar que en los demás niveles. Algunos restos están termoalterados (el 31,7% de la cerámica, y también semillas sin identificar, granos y marlos de maíz y fragmentos óseos y de cáscara de huevo). Las clases de cerámica más abundantes (87%) son gris y marrón (distintos matices) alisadas, sin decoración. Algunos fragmentos están decorados con pastillaje inciso punteado, incisiones lineares o pintura. La cantidad de artefactos recuperados en los sondeos sugiere una ocupación (u ocupaciones) muy intensa de un mismo componente, mientras que las clases de artefactos representados en la superficie en distintos sectores del sitio son menos frecuentes. Entre ellos, solo se registró cerámica marrón pintada en la excavación.

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Si bien el porcentaje de fragmentos de cerámica Aconcagua salmón es bajo, debe considerarse que este estilo no se ha registrado en otros sitios del piedemonte del Valle de Uco7. Aunque la presencia de estos artefactos no indica necesariamente la ocupación de grupos Aconcagua en el sitio, puede inferirse al menos intercambio de bienes entre las poblaciones de ambas vertientes cordilleranas. En el sitio Agua Amarga (1100m s.n.m.) el espacio cultivado (vid y frutales) ocupa una superficie de 52,3 Ha, coincidiendo parcialmente con la distribución superficial de materiales arqueológicos. Como resultado de la recolección superficial sistemática y la excavación de sondeos en distintos sectores del sitio se recuperó material cerámico, lítico, óseo, botánico, cáscara de huevo de ñandú (en estado fresco y quemada), arcilla cocida. Identificamos un nivel de ocupación entre los 27 y 35cm de profundidad. Un fragmento de cerámica gris incisa con motivos de “chevrones” de este nivel fue datado (muestra UCTL 1723 de la Tabla) en 1100-1200 años A.D. (785 + 80/ 905 + 90). Otro contexto consiste en una concentración de granos y semillas carbonizados, fragmentos de hueso y de cerámica quemados y espículas de carbón. El sedimento arcilloso en la base de la concentración (en forma de cubeta) se presenta termoalterado. No se registraron indicadores de otras actividades en la excavación en extensión de este nivel (9 m2 de superficie en total), por lo que inferimos que podría corresponder a un depósito secundario de desechos. Entre los restos botánicos recuperados (carbón, semillas, granos y frutos carbonizados) identificamos Zea mays (fragmentos de granos y de marlos, 1244,4g), Phaseolus spp (196,6g) y Cucurbita spp (0,4g). Este nivel incluye entre los materiales termoalterados un tiesto (borde de recipiente abierto) con características de la cerámica del momento tardío (engobe rojo en ambas caras); los fechados (muestra UTCL 1725. (Ver tabla) lo ubican en un rango entre 1390-1475 A.D. (530 + 50 y 615 + 60 años A.P.), correspondiendo dicha cronología a la esperada para este tipo de piezas. Muestra UCTL 1723

UCTL 1724

UCTL 1725

UCTL 1726

Descripción

P (Gy)

Agua Amarga S VIII g 4 Cerámica1000

2,90 ± 0,28

Agua Amarga S VII a 16 Cerámica 500

1,72 ± 0,13

Agua Amarga B1 a1 Cerámica 500

1,86 ± 0,18

Agua Amarga S XII e 14 Cerámica 500

1,65 ± 0,11

D

EDAD

(G y/año)

(años AP)

FECHA

3,7*10-3

785

±

80

1220 AD

3,2*10

-3

905

±

90

1100 AD

4,6*10-3

375

±

40

1630 AD

4,1*10

-3

420

±

40

1585 AD

3,5*10-3

530

±

50

1475 AD

3,0*10

-3

615

±

60

1390 AD

4,0*10 3

415

±

45

1590 AD

3,5*10-3

470

±

50

1535 AD

Entre los artefactos líticos registrados en el sitio encontramos puntas muy pequeñas, triangulares, con aletas y, salvo un caso, muy fragmentadas. Este tipo que se ha asignado

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a momentos tardíos y bajo dominación incaica (García, 1992) se encuentra en la superficie y el primer nivel de excavación en Agua Amarga. Otras puntas triangulares, pequeñas, con base convexa o recta, presentan mejor estado de conservación y se encuentran en niveles más profundos. La materia prima más frecuentemente utilizada para este tipo de artefactos es el cuarzo, pero también se utiliza obsidiana para el primer tipo descrito. La identificación taxonómica de los restos óseos permitió determinar especímenes que se corresponden con las especies Bos taurus y Eudromia elegans; con el género Lama sp.; al nivel de familia, Dasypodidae; al orden Rodentia; la clase Aves y en menor grado de identificación, mamíferos diferenciados por tamaño: especímenes provenientes de carcazas correspondientes a mamíferos grandes, medianos y pequeños. Un grupo identificado como «pequeños» (P) pueden ser mamíferos o aves. Los restos de Rodentia y Dasypodidae indican de posibles modificaciones naturales, aunque en el último caso también pueden serlo de consumo, dado que muchos de ellos tienen alteración térmica. Se observaron muy pocos casos con huellas: incisiones en fragmentos de costillas y hueso largo de mamífero grande, en estado fresco y quemado y en huesos probablemente de ave. Se identificó también un instrumento, a partir de un fragmento muy pequeño probablemente parte de una diáfisis de hueso largo, quemado, y con los bordes pulidos, especie de pulidor o retocador8. Los grupos cerámicos más abundantes de Agua Amarga son los naranja cerrados (con y sin decoración). Mediante el análisis tecno-tipológico y la comparación con el registro de otros sectores del área, asociamos los tiestos naranjas decorados con tipos del momento tardío: por su forma y decoración, algunos fragmentos se asemejan a partes de las «ollas» o «jarras» características del estilo alfarero tardío «Viluco» (Lagiglia, 1978). Asimismo, se reconocieron atributos formales y decorativos de los pucos o escudillas típicos de la denominada «facie II» de dicho estilo o «Viluco Inca» (Lagiglia 1978, Raffino 1982: 155-157). Sin embargo, la mayoría de los fragmentos decorados (aproximadamente 0,6 ó 0,7 cm. de espesor) son semejantes al tipo «rojizo o anaranjado pulido, pintado de rojo» del Tambo incaico de Tambillos (Bárcena y Román, 1990:41;61), cuya descripción puede asimilarse a la de estos: «fragmentos de buena fractura, (que) señalan formas según modelos incaicos, con decoración pintada de rojo, en zonas o en bandas –vg. pintura roja cubriendo desde los labios hasta la zona de inflexión cuello-cuerpo en un aribaloide...» (Bárcena y Román, 1990:41 y dibujo en pág. 43).

Estas características morfológicas y decorativas se asemejan a las de un aribaloide procedente de Agua Amarga (Museo Municipal de Historia Natural de San Rafael, 10348. Prieto Olavarría, 2005). Las semejanzas que se identifican entre la cerámica de producción local de los tambos incaicos del Valle de Uspallata y de Agua Amarga en los aspectos formales y decorativos se estudiaron mediante el análisis de otros atributos tecnológicos. El estudio de las características de las pastas (análisis de cortes delgados, difracción de rayos x, índice de absorción) de la cerámica de Agua Amarga y su comparación con la de los tambos permitió la identificación de similitudes tecnológicas entre ambos grupos (color, textura, densidad y tipo de inclusiones, porosidad), aunque con diferencias mineralógicas que sugieren el uso de distinta materia prima.

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Otros ejemplares de Agua Amarga son del tipo rojo engobado, con o sin decoración geométrica pintada en blanco y/o negro; y negro y/o rojo sobre engobe blanco (ambas caras); registrada también en los tambos incaicos del Noroeste de Mendoza, y en otros sitios del área, cuyos motivos decorativos son característicos del estilo Diaguita chileno Fase III o Inca (Bárcena, 1988, 1998; Bárcena y Román, 1990; Cahiza, 2003). El registro de Agua Amarga descrito corresponde respectivamente a los componentes agroalfarero temprano-medio regional y tardío (asociado a cerámica Diaguita chilena inca). Los resultados de la datación de la cerámica del sitio (Pontificia Universidad Católica de Chile, Facultad de Física) (Tabla) confirman el ordenamiento de esta secuencia cultural. Las fechas obtenidas para las últimas tres muestras (del tipo naranja pintado y con engobe rojo) las ubican dentro de un rango temporal que coincide con el momento de dominación incaica regional (Bárcena, 1998b, entre otros). Los artefactos recuperados en Agua Amarga se asocian a actividades generalizadas que se habrían desarrollado en espacios domésticos de residencia permanente, en relación con la extracción, producción, conservación, preparación y consumo de alimentos. Los restos óseos y botánicos conservados gracias a la termoalteración permiten inferir algunas de las actividades de subsistencia. Las especies botánicas recuperadas podrían indicar la producción de alimentos en este sector (aunque las transformaciones del paisaje dificultan la identificación de sectores que pudieron ser cultivados con tecnología similar a la que aún se utiliza).

La dominación incaica del Valle de Uco La dominación incaica regional se basó, principalmente, en la extracción de dos tipos de recursos: mano de obra y productos agrícolas. El flujo de personas hacia Chile para «dar obediencia y servir» a los españoles -documentado tempranamentese baso en la modalidad de mit’a incaica preexistente (Bárcena, 1994), el cual, a su vez, se sustentó en las relaciones interétnicas regionales (Parisii, 2003). La producción de bienes agrícolas, orientados seguramente al mantenimiento del sistema de tambos y Qhapac ñan, se basó igualmente en la apropiación del trabajo, pero también de las tierras aptas para la agricultura bajo irrigación en distintos sectores del área y la instalación de mitmaq con funciones productivas (Bárcena, 1994, Parisii, 2003). Durante el momento tardío, las condiciones ambientales y las estrategias adaptativas implementadas por los habitantes del Valle de Uco sustentan la posibilidad de mantener una población importante mediante prácticas económicas mixtas. En este sentido, concluye Parisii, «...es casi imposible demarcar un área no incaica en los valles de Huentota, Caria, Uspallata y Uco. El proceso de cambio que afecta el usufructo de los bienes productivos por la acción de los conquistadores interesa al total del área cuyana, determinándose un nuevo tipo de propiedad, un nuevo mecanismo para acceder a ella, y delimitándose nuevos «excedentes» en la producción y en el trabajo humano...» (Parisii, 2003: 101).

Los complejos procesos de cambio en las estructuras organizacionales, en relación

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con la apropiación de tierras y recursos, requieren para esta área, como se ha tratado para Huentota, un análisis específico. Algunos datos permiten identificar en la población del Valle de Uco características semejantes a las que se han estudiado en otros sectores, aunque quedan por definir, por ejemplo, los mecanismos de acceso a los recursos. Si bien destacamos indicadores históricos y arqueológicos de jerarquías socio políticas, no se conocen tampoco datos sobre el origen del poder político y sus funciones. La alternativa propuesta para el estudio arqueológico del cambio y la estabilidad en las comunidades humanas consistió en el análisis de la distribución espacial de los componentes artefactuales y otros rasgos arqueológicos a través del tiempo. Partimos de un supuesto que se ha estudiado en otros sectores del Tawantinsuyu según el cual la interacción entre las sociedades dominadora y dominada introduce en esta última cambios en distintos aspectos. Consideramos que las transformaciones que se produjeron en las poblaciones locales durante la dominación incaica regional (1470/1551 como máximo rango) respondieron a la interacción o la coacción que implicó dicha dominación, independientemente de los procesos evolutivos de estas sociedades (Dillehay et al. 2006). Se consideran para el norte y centro de Mendoza procesos de incremento y concentración demográfica, innovaciones en la subsistencia y la tecnología y mayor complejidad social y política en relación con cambios en las condiciones ambientales durante el Holoceno tardío y con la dinámica cultural regional. En el sector estudiado, la cuenca del río de las Tunas, los cambios en el patrón de asentamiento indican aumento y concentración demográfica (reocupación y mayor superficie de los sitios) por parte de las poblaciones locales tardías contemporáneas a la dominación incaica regional. Interpretamos el incremento del tamaño de estos sitios con respecto a los del período anterior en relación con la concentración de la población en las tierras óptimas para la agricultura con irrigación, que suponemos obedece a la coacción del Tawantinsuyu. Asociada a estos indicadores, la presencia de grupos (o bienes) del Centro y Norte Chico chileno en este sector concuerda con los procesos demográficos y culturales que se relacionan con la dominación incaica regional. Los datos que contribuyen en forma más directa a demostrar la instalación de grupos incas (o asentados por los incas) en el Valle de Uco son los que se han registrado en Agua Amarga, ya que este sitio presenta un componente alfarero incaico cuyos fechados pueden incluirse dentro del rango temporal establecido por los datos obtenidos para otros sitios incaicos del Centro oeste argentino (Bárcena, 1998b, entre otros). Mediante el análisis tecnológico y tipológico de la cerámica de pasta naranja decorada de Agua Amarga, identificamos atributos que la asocian con otros ejemplares estudiados en el área, y que se adscriben al estilo característico de la cerámica inca mixta «Viluco-inca» (o la segunda «facie» de Viluco, según la clasificación tradicional), es decir, piezas que sintetizan atributos locales e incaicos: los pucos o escudillas y los aribaloides. Los resultados obtenidos de los análisis comentados permiten sostener que la cerámica naranja de Agua Amarga y la de producción local de los tambos de Uspallata se incluyen dentro de una misma tradición tecnológica, pero que no ha sido producida con materia prima de la misma procedencia. La asociación de este grupo tecnotipológico con el Diaguita Chileno inca en Agua Amarga se asemeja a la situación en los tambos incaicos del Valle de Uspallata. Otras características de Agua Amarga confirman la interpretación del sitio en rela-

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La población tardía del Valle de Uco y la dominación incaica en la frontera suroriental de Qollasuyu

ción con un incremento de la producción agrícola en el área durante este momento: mayor concentración demográfica en un sector apreciado por las condiciones climáticas, de suelo y agua. Es probable la producción mediante la irrigación por acequias y el aprovechamiento de la pendiente del terreno, como evidencian las herramientas de labranza, los productos agrícolas registrados y los bienes asociados con el almacenamiento y transporte de los mismos. Como en otros sectores de la provincia, no se identifican en el terreno los espacios cultivados o restos de antiguas acequias (mencionadas frecuentemente en los documentos sobre el Valle de Uco), cuya visibilidad suponemos dificultada por las transformaciones en el paisaje agrícola.

Consideraciones finales Los datos comentados sostienen para el Valle de Uco algunas de las características que se han destacado para las comunidades del norte y centro de Mendoza del momento de contacto hispano-indígena. En la región es escaso el registro de sitios residenciales, como es el caso de los que aquí presentamos (Agua Amarga y Puesto La Isla). En general, el registro arqueológico tardío o «cultura de Viluco» proviene de sitios funerarios, permitiendo interpretaciones sesgadas ya que los artefactos que componen los ajuares -bienes suntuarios en muchos casos- no son representativos de las actividades productivas. Asimismo, los datos provenientes de un sitio residencial son indicadores más apropiados sobre la identidad de sus ocupantes que los que provienen de enterratorios, precisamente porque se utilizan en las actividades cotidianas (Stanish, 1989). Los bienes de lujo que generalmente integran los ajuares funerarios pueden proceder de otros ámbitos y dar una idea falsa de identidad. La alta frecuencia en Agua Amarga de cerámica Viluco-inca, y la presencia minoritaria de Diaguita chilena inca podría corresponder a una importante ocupación del sitio por parte de grupos productores del primer tipo tanto en Agua Amarga como en los tambos incaicos, bajo la dirección de artesanos incaicos o trasladados por los incas en su estrategia de dominio regional. Queda por definir la procedencia de estos artesanos, que podría ser regional, como ya se ha propuesto (Bárcena y Román, 1990) y el área de producción de la cerámica de Agua Amarga. Estas características incluyen a este sector del Valle de Uco en la región de producción, distribución y consumo de bienes (los recipientes cerámicos o su contenido) en relación con la economía política inca, en cuanto se utilizarían para el finan-ciamiento de la dominación del área. La interacción de la sociedad local y el estado expansivo incaico afianzó en la población del Valle de Uco algunas transformaciones que venían desarrollándose a nivel regional, y que observamos principalmente en la concentración espacial y en la organización tecnológica, en relación con la intensificación de la producción; en tanto que aspectos que caracterizan a esta zona fronteriza se mantienen, como fueron las relaciones interétnicas con comunidades de otros sectores del Centro oeste argentino y el Norte Chico y Centro de Chile.

Notas 1

Ante la imposibilidad de consultar datos directos sobre el área de estudio, los DrEs. R. Villalba y M. del R. Prieto sugieren utilizar esta información como marco general (M. del R. Prieto comunicación personal).

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2

Este paso (Portillo de Piuquenes) comunica Tunuyán con el valle de Maipo en Chile y actualmente está abierto desde principios de noviembre hasta fines de abril Latitud Sur 33º 38´ - Longitud Oeste 69º 52´- Altura 4.035 m. http://www.difrol.cl (Noviembre 2006)

3

Esta hipótesis contradice a Canals Frau (1950), quien sostuvo que las estrategias adaptativas de los huarpes del Valle de Uco no permitieron mantener una gran población en el piedemonte mediante la agricultura con irrigación.

4

Canals Frau presumió que la primera encomienda de Aguarinez (o Guarinay) a Peñalosa fue otorgada por Pedro del Castillo durante el «repartimiento general de indios», en mayo de 1561, con que se beneficiaron los integrantes del grupo de conquistadores que lo acompañó. Sin embargo, estimó que este dato «no puede ser óbice para que la primera encomienda del mencionado cacique fuera aun más antigua, y procediera de los tiempos de Pedro de Valdivia» (1950).

5

Latitud Sur 34º 14´ - Longitud Oeste 69º 48´ - Altura 3.430 m. http://www.difrol.cl/html (noviembre de 2006).

6

Los fechados por TL que presentan los autores son de 450+45 AP –1550 d.C.- (UCTL 1292) y 385+40 AP –1615- (UCTL 1291) (Durán y Novellino, 2003:153).

7

Ejemplares de este estilo cerámico se han encontrado en sitios cordilleranos del sur de Mendoza (Falabella y otros 2001, Gil y Neme, 2005).

8

Análisis óseo realizado por el Lic. Jorge García Llorca.

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Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal Lorena María Ré Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier» UNSJ Contacto: [email protected]

Resumen Se analizan y describen los únicos textiles encontrados hasta la actualidad en el valle de Jáchal (San Juan, Argentina- Lám. 1), ubicándolos en el período agropecuario tardío mediante el estudio comparativo con otras piezas textiles de ese período halladas en el valle de Iglesia (pertenecientes a los grupos «Angualasto») y Calingasta (San Juan, Arg.).

Lámina 1. Mapa de la provincia de San Juan, Argentina, con la ubicación de los valles de Iglesia, Calingasta y Jáchal.

Introducción El siguiente trabajo es producto de la labor de investigación realizada bajo la dirección de la Dra. Teresa Michieli en el marco del Programa «Conocimiento y difusión de la prehistoria de San Juan» y desarrollado en el Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier», Universidad Nacional de San Juan. Establece una comparación entre los textiles pertenecientes a los grupos «Angualasto», estudiados y descriptos en distintas oportunidades (Vignati, 1934;

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Renard, 1994; Michieli, 2001a, 2001b, 2002, 2007)1 y los recientemente recuperados por orden Judicial en el año 2005 por el Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo «Prof. Mariano Gambier». Estos textiles pertenecen a un fardo funerario hallado de manera fortuita en Bella Vista, situada en el valle de Jáchal, al norte de la provincia de San Juan, en el año 2003, que al momento de ser ingresados al Instituto se encontraban en un estado de muy mala conservación, ya que estuvieron almacenados durante dos años en condiciones inapropiadas.

Textiles Angualasto. Marco de referencia A partir de los trabajos realizados por el Prof. Mariano Gambier hasta 1999, y publicados en el año 2000, se cuenta con una caracterización general de los grupos Angualasto, que se fue incrementando resultado de investigaciones posteriores y que aún sigue en estudio como parte de los trabajos desarrollados en el marco de los proyectos del Instituto de Investigaciones Arqueológicas. Dichos estudios parten tanto de tareas de campo realizadas en el sector norte del valle de Iglesia, como de estudios de gabinete e incluso de datos obtenidos a partir de piezas pertenecientes a colecciones particulares. Como característica principal se debe tener en cuenta que los grupos Angualasto se ubican en el período agropecuario tardío preincaico, que comprendió los años 1200 a 1460 d.C. En dicho período se practicó una actividad agrícola ganadera, con grandes extensiones de cultivo, que recibían el agua de riego mediante importantes obras hidráulicas. Estos grupos ocupaban no sólo el valle de Iglesia, sino que además se han encontrado restos de instalaciones similares en los valles de Jáchal y río Bermejo, que poseen evidencias de haber tenido una organización socioeconómica como la de Angualasto (Gambier, 2000:53-62; Michieli, 2000, 2001, 2002, 2007)2. En cuanto a la textilería Angualasto, en sucesivos trabajos y publicaciones Michieli caracteriza los conjuntos textiles de este periodo, describiendo sus particularidades y estableciendo diferencias con el noroeste argentino, ya que San Juan no se corresponde con modelos utilizados para otras regiones; es un caso único en cuanto a «testimonios textiles conservados», contando con un importante patrimonio de textiles arqueológicos que han permitido no sólo continuar una línea temporal en la prehistoria de San Juan a partir del estudio de los mismos, sino que además son extraordinarios en cuanto a técnica y diversidad. En sus descripciones Michieli enumera diversos elementos presentes en la textilería Angualasto como la utilización de la técnica de faz de urdimbre, puntos empleados en las terminaciones de orillos y como elemento destacado, los refuerzos decorativos que se ubican en los extremos de las aberturas o cuellos de ponchos y camisetas. Estos refuerzos tienen la particularidad de estar confeccionados con diseños abstractos interpretados como atributos del cóndor, presentes también en otras producciones de Angualasto, como la cestería, la cerámica, adornos, pipas, etc. Las características de Angualasto ya sea sobre su organización socioeconómica o en cuanto a textiles se refiere, es mucho más extensa y compleja, pero tomaremos los datos antes enunciados como base para establecer una comparación entre los textiles «Angualasto» que se analizaron hasta la actualidad, y los recientemente recuperados

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Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal

por el Instituto de Investigaciones Arqueológicas, que son los únicos textiles hallados en el valle de Jáchal hasta el momento.

Proceso de acondicionamiento y estudio de los textiles de Bella Vista, Jáchal Las tareas previas al estudio de los textiles implican la limpieza y acondicionamiento de los tejidos a tratar, a fin de hacer posible su observación. Luego de realizar el diagnóstico de los textiles, se consideró someterlos a un proceso de limpieza y acondicionamiento extenso y meticuloso3. En este caso puntual nos encontramos ante una serie de fragmentos prácticamente pegados entre sí a causa de la acumulación de fluidos corporales propios de un fardo funerario, y presentaban además un gran deterioro a raíz de la inapropiada forma en que estuvieron almacenadas durante dos años antes de ser recuperadas por el Instituto, ya que se encontraban envueltos en papeles de diario, dentro de una caja de cartón, siendo la tinta de impresión sumamente corrosiva para los tejidos. Entre las piezas textiles se cuenta con un poncho con refuerzos decorativos, muy deteriorado, del que se conserva prácticamente la mitad con parte del refuerzo (Lám. 2 y Lám. 7); una tela rectangular con franjas decorativas (Lám. 3), dos fragmentos con refuerzos (que son posibles ponchos o camisetas), uno marrón café y el otro castaño (Lám. 4); dos fragmentos de tela, uno liso marrón oscuro y otro marrón rojizo con franja en tono más oscuro, con extremo de urdimbre.

Lámina 2. Fragmentos textiles sin montar. Poncho de grandes dimensiones con refuerzo decorativo (perteneciente al fardo funerario hallado en Jáchal).

Lámina 3. Tela rectangular con franjas decorativas en sentido de la urdimbre (perteneciente al fardo funerario hallado en Jáchal).

153

Lorena María Ré

A fin de recuperarse la flexibilidad de los tejidos se procedió de la siguiente manera: a. En primer lugar se colocó cada fragmento entre dos bastidores de malla metálica, y se aspiró mecánicamente el polvo, para disminuir la suciedad antes del lavado. Este paso se realiza entre los bastidores para evitar dañar los tejidos. b. El procedimiento de lavado implica la cuidadosa manipulación de los tejidos para evitar que los mismos se rompan en las zonas de doblez, se debe procurar primero la hidratación prolongada de las piezas, para luego desplegarlas. De esta manera, se colocó los fragmentos o piezas textiles en forma individual entre bastidores de malla plástica. Se lavó con agua destilada con detergente de PH neutro que facilita la eliminación de suciedad adherida a las fibras. Una vez sumergidas las piezas a lavar, se las dejó remojar un tiempo determinado y luego se hizo el cambio en forma reiterada del contenido de la batea, eliminando el agua sucia cuantas veces fuera necesario. Al finalizar con el clareado, se sacaron los bastidores para escurrir los tejidos, evitando el contacto directo de la tela con cualquier superficie que pudiera volver a incorporarle suciedad. Con mucho cuidado, una vez escurridas, se extendieron desdoblándolas, facilitando el secado. c. El procedimiento de lavado facilita la eliminación de dobleces, pero no elimina las arrugas. Para ello se colocaron pesas especiales antes de que los tejidos secaran totalmente. d. En este caso los fragmentos de tejido continuaban desprendiendo mucha pelusa, por ello se les roció con un preparado de alcohol etílico y glicerina, al 1%, aportándoles una apariencia más compacta y a la vez flexible (Abal, et al. 2001:187). e. Luego se comenzó a montar los fragmentos sobre soportes de tela de poliéster, cosiéndolos con hilo plástico, seleccionados por sus componentes inocuos para este tipo de material arqueológico. En algunos casos las telas presentaban indicios que permitieron reconstruir la forma original, ya que bordes o roturas coincidentes completaban la forma del tejido. Este proceso demanda la observación detallada de elementos como tonos del tejido, variaciones en la trama o urdimbre, puntos empleados en la confección de las terminaciones, y hasta manchas que las piezas puedan tener. Se convierte en el armado de un verdadero «rompecabezas» (Lám.2). Como siguiente paso se realizó detallada descripción formal, y la consiguiente comparación con los textiles de los valles de Iglesia («Angualasto») y Calingasta.

Conclusiones obtenidas Tal estudio comparativo nos permite afirmar que los textiles pertenecientes al valle de Jáchal presentan elementos característicos de la textilería «Angualasto». Entre estas similitudes se puede destacar que: § Están confeccionados con técnica de faz de urdimbre. § Se utilizaron hilos muy finos de 0,5 a 1 mm de espesor dos cabos retorcidos en

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Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal

S (en su mayoría más retorcido el de urdimbre que el de la trama). § Las terminaciones de las telas, o sea los remates de los orillos, son similares. Se utiliza para los laterales el acordonado o el punto aguja variedad A; y para los extremos de urdimbre el punto aguja variedad A o el variedad B (Michieli, 1986, 1994:32). Estos son puntos muy complejos que tienen la apariencia de ser costuras dobles, están realizados con cabos retorcidos de a pares en S–Z, y tomando grupos de 4 a 6 urdimbres (Lám. 5). § En estas terminaciones se observa también, el empleo de tramas dobles en las dos últimas pasadas y también la utilización de refuerzos decorativos para los extremos de aberturas (de ponchos o camisetas), con diseños abstractos propios de los grupos Angualasto que han sido interpretados como atributos del cóndor (Michieli, 2001a, 2001b). Estos elementos son la cresta y el ojo, abstraídos en formas como la espiral cuadrangular y la sucesión de triángulos escalerados. (Lám. 4, 6 y 7). § El teñido de las fibras en colores rojo, verde, amarillo y azul. § La utilización de la técnica «ikat», o reserva de teñido mediante el atado de la madeja de hilos, lo que da por resultado el cambio de tonos al tejer. § La decoración con franjas en sentido de la urdimbre en telas rectangulares. § El tejido de telas con urdimbres con hilos de tonos más claros u oscuros, dando un efecto de rayado apenas perceptible.

Lámina 4. Detalle del refuerzo decorativo con utilización de hilo teñido por reserva («ikat»). Fragmento de tela color marrón oscuro o café con abertura (posible poncho o camiseta).

Lámina 5. Extremos de urdimbre. a. Punto aguja variedad A. b. Punto aguja variedad B.

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Lámina 6: Dibujo del refuerzo decorativo de la tela marrón oscuro (dib. A. Díaz).

Lámina 7: Dibujo del refuerzo decorativo del «poncho» (dib. A. Díaz).

Además de las telas antes enunciadas el ajuar también cuenta con una madeja de hilo color natural; varios fragmentos de un cordel realizado con fibra vegetal que es una trenza plana de 7 elementos; fragmentos de un cesto realizado con técnica de encordado de tres cabos de a pares; todos ellos confeccionados con técnicas que se utilizaron repetidamente en textiles «Angualasto»4. Más allá de las similitudes descriptas, nos encontramos con una llamativa diferencia que distingue a los textiles de Jáchal del resto de las piezas «Angualasto». Dicha característica es la amplitud de las dimensiones, tanto en las telas como en los refuerzos decorativos. El poncho de mayor tamaño atribuido a «Angualasto» (Renard 1994) alcanza los 3,91 m², mientras que el correspondiente al fardo funerario de Jáchal suma los 4,62 m². con una diferencia notable en cuanto a su amplitud. Lo mismo sucede con las telas rectangulares, de las cuales se registra como de mayor amplitud una tela con listas en sentido de la urdimbre (Michieli, 2000:88-89, 2007), con un total de 1,04 m² de superficie, mientras que la tela rectangular perteneciente al fardo funerario del valle de Jáchal tiene 1,45 m² (Tabla 1).

Tabla 1. Comparación de tamaño de algunos textiles (los de mayor tamaño) del período tardío preincaico del valle de Iglesia («Angualasto») y de Calingasta (Michieli, 2001b:68) con los hallados en el valle de Jáchal. Sitio

Tipo de textil

Largo (m)

Ancho (m)

Superficie (m²)

Angualasto (Iglesia)

poncho

2,40

1,63

3,91

Renard 1994/Michieli 2001

Villa Corral (Calingasta)

poncho

2,24

1,64

3,67

Michieli 1997/2001

Bella Vista (Jáchal)

poncho

2,46

1,88

4,62

Angualasto (Iglesia)

tela rect.

1,30

0,80

1,04

Michieli 2000/2007

Hilario (Calingasta)

tela rect.

1,22

0,80

0,97

Michieli 1994/2000

Bella Vista (Jáchal)

tela rect.

1,41

1,03

1,45

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Citado por:

Textiles «Angualasto» en el Valle de Jachal

Más significativa aún, es la diferencia tanto en el ancho como en el largo de los refuerzos decorativos. Registrado como «Angualasto» en el caso de los ponchos, el refuerzo más largo mide 2 x 22 cm y, en el caso de las camisetas, llega a los 24 cm. En cambio los refuerzos decorativos correspondientes telas de Jáchal duplican estas medidas. En el caso del poncho el mismo mide 2,5 x 40 cm y en los dos fragmentos (de los que no se ha determinado si son ponchos o camisetas) uno alcanzaría 2,5 x 38 cm y el otro 3,5 x 50 cm. Observando en forma comparativa ambos esquemas de refuerzos, se puede ver claramente esta diferencia (Tabla 2). Tabla 2. Comparación de tamaños de algunos de refuerzos decorativos en textiles Angualasto y los pertenecientes a las telas del valle de Jáchal. Refuerzos decorativos Textiles Angualasto

Textiles de Jáchal

Largo (cm)

Ancho (cm)

24 cm

1,2 cm

22 cm

2

21 cm

1,5 cm

50 cm

3,5 cm

40 cm

2,5 cm

38 cm

2,5 cm

cm

Es importante entonces destacar, la relevancia de estos datos. Ya que analizando estas diferencias en los tamaños de las piezas textiles y de los refuerzos decorativos, se plantea un interrogante: si estas diferencias en las dimensiones es una característica propia de los textiles del valle de Jáchal o es un caso aislado y único. Este interrogante permanecerá latente, ya que no contamos hasta ahora, con otros ejemplares de esta misma procedencia.

Notas 1

Ver en este volumen: Michieli, 2009

2

El período agropecuario tardío preincaico fue modificando las fechas de su duración conforme avanzaba la investigación sobre el mismo.

3

Procedimientos de rutina para el tratamiento de textiles en el laboratorio del Instituto, que tienen su base en el trabajo metodológico de la Dra. Michieli.

4

Los trenzados y los fragmentos de cestería sólo fueron sometidos a una limpieza con cepillos suaves.

Bibliografía ABAL, C. M. y J. O. FERRARI 2001 Informe acerca de los trabajos de conservación, restauración y estudio efectuados en el Laboratorio de procesamiento de textiles –Facultad de Filosofía y Letras- U.N.C. En SCHOBINGER, J. (comp.). El santuario incaico del cerro Aconcagua. EDIUNC. Mendoza.

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Lorena María Ré

GAMBIER, M. 199. La cultura Calingasta. Rev. Ansilta 6. GAMBIER, M. 2000 Prehistoria de San Juan. 2° ed. Ansilta Ed. San Juan. GAMBIER, M. 2002 Tumbas de «pozo y cámara» con conservación de textiles de la etapa tardía preincaica en una zona andina meridional (San Juan, Argentina). En SOLANILLA D. V. (ed.) Actas II Jornadas internacionales sobre textiles precolombinos. Universidad Autónoma de Barcelona: 303-314. MICHIELI, C. T. 1994 Textilería de la cultura Calingasta. Publicaciones 21: 9-35. MICHIELI, C. T. 2000 Telas rectangulares: piezas de vestimenta del periodo tardío preincaico (San Juan, Argentina). MICHIELI, C. T. 2001a Nuevas evidencias textiles del periodo tardío en el valle fronterizo de Iglesia (San Juan, Argentina) y sus relaciones con el norte de Chile y noroeste argentino. Publicaciones 24 nueva serie: 43-62. MICHIELI, C. T. 2001b Textiles de Angualasto: ratificación de juicios a través de cuatro fardos funerarios. Publicaciones 24 nueva serie: 63-73. MICHIELI, C. T. 2002 Caracterización de los tejidos de la etapa tardía preincaica en una zona andina meridional (San Juan, Argentina). En SOLANILLA D. V. (ed.) Actas II Jornadas internacionales sobre textiles precolombinos. Universidad Autónoma de Barcelona: 315-331. MICHIELI, C. T. 2009 Tumbas y textiles preincaicos en una zona andina meridional. (En este volumen). RENARD, S. F. 1994 Vestimenta y jerarquía. Los tejidos de Angualasto del Museo Etnográfico. Una nueva visión. Revista Andina 2: 373-401. VIGNATI, M. A. 1934 El ajuar de una momia de Angualasto. Notas preliminares del Museo de La Plata T. II.

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Capítulo 3 Etnohistoria de las Sociedades Complejas

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Las fronteras en los estudios regionales y etnohistóricos. Propuesta de análisis* Nidia R. Areces Consejo de investigaciones, Centro de Estudios sobre Diversidad Cultural, Universidad Nacional de Rosario Contacto: [email protected]

En esta propuesta se abordarán algunas cuestiones referidas a las posibilidades que brindan los estudios regionales y etnohistóricos para el análisis de los espacios de fronteras. Se entiende que las fronteras son expresión de la misma dinámica que configura los asentamientos humanos. Sus límites materiales y simbólicos dependen de la capacidad que esos grupos tienen de controlar el territorio en cuestión. Tanto este control como el establecimiento de variadas relaciones con las sociedades circundantes conducen a la configuración y al reconocimiento de una frontera frente a las otras. En el amplio campo de las relaciones «espacio-sociedad» se privilegia el de las fronteras. Esta construcción conceptual, con base en las interpretaciones de Frederick Jackson Turner (1920) y sus discípulos,1 comienza a desarrollarse pensando la frontera como imagen2 del proceso formativo de una sociedad y no como una línea divisoria infranqueable. Así la experiencia histórica norteamericana la imagina como reflejo de todo el proceso según el cual cobra forma esa sociedad y como terreno en cuyo marco se forja la conciencia nacional. La conjunción de la llegada de los «peregrinos del Mayflower» y de la «conquista del Oeste» recrea esa imagen al mismo tiempo que contribuyen a la fijación del «mito de la frontera». Sea cual fuere la experiencia que se trate, la historia de la frontera siempre atañe al relato de los esfuerzos de una sociedad por definir su territorialidad. Es decir, construye su espacio, construcción histórica que rescata en su devenir las relaciones que se establecen entre las sociedades que conviven y, al mismo tiempo, compiten por ese espacio. La frontera se origina entonces: «cuando una comunidad ocupa un territorio. A partir de allí, la frontera se conforma y modifica de acuerdo con la actividad y el crecimiento de la comunidad o por el impacto causado sobre ella por otra comunidad» (Lattimore, 1968).

Se puede pensar entonces que las fronteras son expresión de la misma dinámica

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que configura los asentamientos humanos, dependiendo sus límites materiales y simbólicos de la capacidad que esos grupos tienen de controlar el territorio en cuestión. Pero a su vez, la expansión de una determinada sociedad sobre un espacio -de acuerdo con su propia dinámica interna y con las características físicas, ecológicas, culturales de su entorno- lleva al establecimiento de variadas relaciones con las sociedades circundantes las que han construido sus propios espacios, proceso que conduce a «la configuración de la frontera» frente a las otras. La referencia a «configuración» alude a la figura global siempre cambiante que forman los «jugadores» y que incluye no sólo su intelecto sino toda su persona (Elias, 1993:157). Para comprenderla es necesario apreciar la articulación alrededor del juego de cuatro nociones: idea, concepto, elemento y fenómeno. Para aprehender los fenómenos -que son los elementos de base de la realidad empírica- deben descomponérselos, gracias al trabajo analítico de los conceptos. A estos elementos dispersos hay que agruparlos en nuevas figuras para que no se disipen en un caos ininteligible; estas figuras son lo que Walter Benjamin llama «ideas», las que también reciben el nombre de «configuraciones» o «constelaciones»: «las Ideas son constelaciones eternas, y en la medida en que los elementos se pueden concebir como estrellas en el interior de estas constelaciones, los fenómenos quedan a un tiempo descompuestos y salvados». Porque los elementos son, en un principio, partes de las realidades empíricas, Benjamin puede escribir en este sentido que `las Ideas son a las cosas lo que las constelaciones son a las estrellas´» (Mosés, 1997:93-94).

Son estas nociones las que nos permitirán analizar lo que se ha denominado «la configuración de la frontera».

Las fronteras, expansión y geopolítica ¿Cómo se piensa a la frontera? Su noción en principio indica algo más que la demarcatoria de un límite territorial. Es un espacio geográfico donde todavía el Estado está incorporando los territorios y configurando los procesos de producción y estructuración institucional y social, procesos que presuponen el choque, la interrelación, en síntesis, la vinculación dinámica de sociedades distintas, es decir se constituye en área de contacto de formaciones sociales diversas. Pero cada sociedad, cada pueblo interpreta su entorno y, por consiguiente sus márgenes y límites de manera diferente y para nada estática. En este sentido, una perspectiva esencial para la comprensión de una zona fronteriza es la geopolítica. Ésta permite ver a la realidad de la frontera como «algo vivo, [como] el producto de un movimiento de expansión diversamente contrariado», por consiguiente la idea de frontera dimana del tipo de fuerzas que la producen (Toubert, 1992:9-17). Para entender mejor la noción de zona fronteriza es útil incorporar la de limes, es decir, entendida ésta como una zona de fricción o tensiones que excede la delgadez de una línea, una «frontera móvil», sintetizando, una franja de territorio de contorno impreciso, fluctuante, difícil de precisar porque varía según las circunstancias (Vilar, 1982:147-148).

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Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis

En esa misma perspectiva se piensa en particular en la construcción de una territorialidad, base física de la sociedad, que responda a un determinado Estado-nación que a su vez la garantiza3 y en donde tengan validez las normas que componen la formación estatal. Esa construcción es el resultado de la presencia y desarrollo de una fuerte sociedad civil pero también de las relaciones entre Estados, en síntesis, de «una perspectiva civil de la geopolítica» (Fajardo Montaña, 1996:237-282). En este planteo no puede obviarse al poder que una formación social ejerce sobre un espacio, ella se lo apropia y lo controla para que responda a sus fines globales y, de esa manera y a partir de la explotación de sus recursos tanto físicos como humanos, obtener de él valores de uso y de cambio. No se puede tampoco soslayar que el territorio -sobre el cual se ha destacado su importancia como materialización del vínculo entre el ejercicio de la dominación y los alcances geográficos de la misma- a más de un contexto geográfico es una construcción cultural mediante la cual la comunidad humana concibe y describe su hábitat.

Las fronteras, hechos históricos y culturales Las evidencias históricas y arqueológicas no dejan lugar a dudas acerca de que la frontera no es un hecho geográfico inmutable en el tiempo, sino un hecho histórico, que se define sobre todo a partir de la acción y el control que el Estado alcanza a ejercer en los confines de lo que considera es su territorio. Si bien un decisivo medio del poder político es la centralización territorial, la forma más eficaz de lograrlo es mediante el establecimiento de instituciones centrales cuyo dominio se ejerce por todo el territorio demarcado. El Estado centralizado y con un grupo de poder más o menos estable va adquiriendo capacidades logísticas para ejercitar el poder con autonomía, rasgo que intrínsecamente conlleva su precariedad. La centralidad del Estado que connota su fuerza, contradictoriamente es también su debilidad por la falta de poderes reales para penetrar en los ámbitos descentralizados, debilidad que está en estrecha relación con la infraestructura geográfica y con sus propias limitaciones para abarcarla. A lo largo de la historia se ha comprobado que ningún Estado ha logrado todavía controlar todas las relaciones que se desplazan por encima de sus fronteras (Mann, 1991:732). Por lo tanto, una frontera no es de ninguna manera un ‘espacio vacío´, es un espacio que intenta ser ocupado y que, a su vez, es recorrido y traspasado en forma intermitente. «Es un espacio móvil, contendido y peligroso, pero cerrado, a la vez fosilizado y cambiante» (Izko, 1992:9-60). Se resalta aquí otro rasgo de la frontera: su permeabilidad, peculiaridad de esos espacios que le permiten tener una fuerte capilaridad social la que incide para que en cortos períodos de tiempo pueda experimentar profundas transformaciones en su diagrama societario. Si llevamos el análisis a la dimensión económica, tampoco resulta fácil trazar una línea demarcatoria entre dos economías diferentes que interactúan -tomemos como ejemplo la agricultura mixta y el pastoreo nómada- porque las áreas explotadas por las dos economías se interpenetran y pueden cambiar con el tiempo (Renfrew, 1990:120). Trasladada la cuestión de la permeabilidad a las fronteras culturales, éstas pueden estar una veces muy bien definidas y otras veces no alcanzan a diferenciarse, las pautas pueden ser terminantes y sencillas o bien tortuosas y complejas, y esta riqueza de diferenciación generalmente no coincide y, de hecho, no puede hacerlo ni con los

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límites de las unidades políticas ni con la voluntad (Anderson, 1989:11). La carga ideológica que se asocia a un mundo de frontera visto como nuevo, pleno de oportunidades que se abren al esfuerzo, se combina pasada la euforia inicial con las experiencias vividas en los espacios ya consolidados en su configuración. La frontera aparece así como un concepto clave en los relatos y explicaciones de los procesos culturales contemporáneos. Ninguno de ellos puede soslayar en el contexto de la llamada «globalización» las referencias a los límites, los márgenes, las zonas de contacto. Sin embargo, el concepto de frontera sigue siendo difuso tanto en cierta retórica diplomática como en gran parte de los ensayos sociales y estudios culturales. Precisamente porque una de sus características es la duplicidad: frontera fue y es simultáneamente un objeto/concepto y un concepto/metáfora. De una parte parece haber fronteras físicas, territoriales, de la otra, fronteras culturales, simbólicas,4 cuando se percibe claramente que ambas se entremezclan porosamente e intercambian a lo largo del tiempo los elementos que las componen.

Las fronteras, los intercambios y la guerra En esos espacios de frontera se dan intercambios de todo tipo de objetos y de personas a través de múltiples modalidades. Determinados estándares y criterios (simbólicos, clasificatorios y morales) definen, en un contexto histórico particular, la intercambiabilidad de las cosas. Para interpretar el «marco cultural» dentro del cual se clasifican las cosas que se intercambian es pertinente destacar las convenciones acerca del intercambio que son observadas por ambas partes y a nivel del individuo y de la subjetividad, las discrepancias entre el valor considerado por el que da y el que recibe. Estos intercambios están afectados por el medio ambiente ecológico, el acceso a los recursos naturales, las relaciones de trabajo, el reparto de poderes, que imprimen sus marcas específicas a estos fundamentos, reconocibles entre distintas formaciones socioculturales. Entremezclada con los intercambios, la guerra, vista no como el simple resultado de una transacción desgraciada sino como la principal perspectiva relacional a partir de la búsqueda y la necesidad que los grupos étnicos tienen de expandir la frontera para posibilitar la reproducción del grupo. La cuestión es si la guerra excluye o no el intercambio. En su transcurso, el proceso es de reivindicación de la propia frontera y de percepción de los contrincantes, al mismo tiempo que se comprueba la permeabilidad y la rigidez de la frontera en el marco de la naturaleza del conflicto y del problema del ejercicio del poder donde siempre hay que tener en cuenta la proyección a la sociedad mayorn (Izko, 1992). Desde otra perspectiva puede observarse la actividad militar a los efectos de clarificar su significación para los pueblos y países dominantes y para el pueblo y países que están dominando, para lo cual es imprescindible que agucemos la percepción del antiguo control y sistemas de guerras con el propósito de obtener una clara idea de cómo funcionaban la logística y la diplomacia geopolítica en la realidad concreta. Cabe entonces preguntarse ¿de qué manera estos imperios efectivamente ejercieron su control en las zonas de frontera? En este sentido hay que considerar que los problemas de capacidad logística y tecnológica torna relativos la acción y el control del Estado en una amplia extensión territorial. La historia guarda muchos ejemplos. La frontera de un imperio muchas veces no estuvo determinada por la existencia de otro gran poder en la vecindad sino por sus límites y por la habilidad para preservar de

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manera efectiva el control en el tiempo y en el espacio. Esto nos lleva a advertir sobre lo inconveniente que resulta forzar un modelo sistémico en el que juegan un rol destacado las nociones de centro-periferia, marco que no puede sino determinar un cuadro excesivamente fijo y estático del problema que estamos analizando y que excluye toda consideración de las situaciones de cambio.

Las fronteras, la etnicidad y los ‘otros’ La frontera se configura también como frontera étnica, lo cual significa el límite de reconocimiento de identidades culturales en donde grupos que comparten un mismo territorio configurando un tejido policromático, se consideran distintos unos de otros, cada uno de ellos conserva los recuerdos de sus orígenes, costumbres y mitos diferentes, contexto donde es importante destacar el carácter relacional de la conformación identitaria, a la vez que la centralidad de las representaciones del sí mismo y los otros en ese proceso. Proceso que, a su vez, genera un espacio de fricción interétnica, con matices que van de la discriminación a la hostilidad, pasando por las distintas modalidades de intercambio (Barth, 1976:9-49), fenómeno muy interesante por cierto a través del cual puede observarse un sistema complejo de reciproci-dades, de complementariedades, de confrontaciones. Los criterios étnicos constituyen una de las bases de todo pueblo nación, así como los criterios culturales están en la base de las naciones culturales o naciones definidas como colectividades de habla común y los criterios jurídico-cívicos fundamentan las naciones de ciudadanos. De todos ellos se derivan diferencias en lo que hace tanto a las acciones políticas como también a la demarcación de las fronteras exteriores y a la forma de la organización interna de la nación respectiva las que permiten comprender el carácter procesual de la formación de la nación. Las líneas imaginarias que los Estados fijan cuando delimitan sus jurisdicciones son permanentemente rebasadas y esos espacios y lugares de frontera se configuran en ámbitos singulares con muy variadas vinculaciones interétnicas. Si pensamos en ese campo de interacciones y en que: «exteriormente la `tribu´ encuentra sus límites inequívocos cuando es una subdivisión de una comunidad política. Pero en este caso la delimitación es creada casi artificiosamente a partir de la comunidad política» (Weber, 1992:322),

se deduce que no se dan fronteras rigurosas que separan netamente los ámbitos de lo «indio» y de lo «blanco», de lo «bárbaro» y de lo «civilizado», término este último prácticamente igualado a «nacional». Se engendran entonces, a partir de las vinculaciones entre distintos grupos, las que podemos denominar fronteras psicosociológicas que están determinadas por las identidades que se asignan cada uno de ellos y que les atribuyen los demás. La percepción de esta doble concepción, que se desprende del proceso de identificación recíproca basado en criterios engendrados por la situación de dominación, resulta esencial para comprender la identidad indígena. En efecto, si el indio se considera miem-

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bro de un Nos comunitario en donde las relaciones de parentesco, la reciprocidad, los ritos, la representación simbólica de la tierra y del espacio sirven para forjar los valores del grupo y para relacionar estrechamente a los individuos que lo componen, esta identidad india valorada entre la gente como un «si mismo» cambia ante la mirada del otro, blanco o criollo. Éste es poseedor de la cultura de referencia y del poder, e impone al indio otro sistema de valores y otra identidad, definida desde el exterior. A través de esta interacción con el otro, el indio se entera de los atributos negativos conferidos a su identidad comunitaria: es un campesino «atrasado, no civilizado, sucio, haragán, analfabeto, etc.», confrontación identitaria que engendra una cultura de retraimiento y una autodepreciación de su identidad étnica. De ahí la necesidad que sienten los individuos que emigrando de sus comunidades y urbanizándose aspiran a cambiar de «raza social», de borrar los estigmas abandonando lengua, vestimenta, cultura y comunidad, de traspasar las fronteras y negociar su identidad.

Las fronteras y los poderes centrales En estas disquisiciones están presentes actuales investigaciones que, en lugar de adoptar la perspectiva unidimensional de una penetración de las periferias por el Estado, preferentemente estudian las interacciones complejas entre los poderes locales, en este caso de frontera, y una multiplicidad de poderes superiores. Éstas responden a normas muy diferentes a las emanadas del tipo ideal weberiano del Estado soberano que lo exhibe detentando el exclusivo monopolio de la violencia legítima. Desde otra perspectiva, se puede pensar en las localidades de frontera a partir de la construcción regional y comprender así al espacio en toda su complejidad. Tanto la región como la frontera son parte de un todo. En referencia a su uso político, la región se convirtió en un área administrada y con ello en parte de una totalidad política más grande, los Estados-naciones centralizados. La región no fue sólo una parte sino una parte subordinada de una entidad política más grande. Provinciano y regional pasaron a ser términos de relativa inferioridad con respecto a un centro supuesto, en el uso dominante. Sin embargo, a diferencia de provinciano y también suburbano, regional tiene un sentido positivo alternativo «como en el contramovimiento indicado por los usos modernos de regionalismo» porque «conlleva implicaciones de un modo de vida valiosamente distintivo». A pesar de lo cual, una corriente de ideas: «contra la centralización o la hipercentralización y las características metropolitanas que han hecho hablar de megalópolis (que no significa gran ciudad madre, del griego clásico megas, grande, sino que se trata de una asociación con megalomaníaco o un sentido más general de distorsión debida a un tamaño excesivo) todavía se expresa fundamentalmente en términos de la subordinación anterior» (Williams, 2000:279-281).

Si el ángulo de análisis enfoca las redes de poder y la construcción del Estado podemos percibir a las localidades de frontera «como unidades que comprenden una zona de territorio sobre la que una única autoridad central ejerce un control más o menos efectivo» aclarando que:

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Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis

«cuanto menor sea la zona y más pequeño el número de sus habitantes, en igualdad de otras circunstancias, más fácil será para la autoridad central (el o los gobernantes) estar en relación directa con todos sus súbditos [gobernados], y consiguientemente menor será la necesidad de cualquier clase de élites regionales o locales intermediarias» (Aylmer, 1997:83).

Si se enfocan las relaciones entre centro y localidad, seguramente la mejor manera de describirlas es «la de una simbiosis o interpenetración más que una rígida dicotomía o conflicto» estimando que «el centro y la localidad, o el reino y la provincia, no eran ni son entidades antitéticas y rígidamente separadas, como tampoco lo eran el feudalismo y el capitalismo o la corte y la aldea, esos otros dobletes conceptuales caros a los historiadores de los comienzos de los tiempos modernos» (Aylmer, 1997:105).

En este punto, las preguntas que surgen son ¿quiénes son los intermediarios?, ¿podemos identificarlos?, ¿están localizados en el centro al mismo tiempo que mantienen fuertes intereses con la región, con la localidad, con la frontera?, ¿incidieron en los vínculos personales e institucionales aquellos conflictos que se dieron en el proceso de construcción grupal?, ¿qué cambios experimenta? El análisis de situaciones con diferente temporalidad resulta esencial para comprender a los actores, a las redes de intermediación del poder, tanto aquellas situaciones que encierran conflictos, competencias, antagonismos como aquellas donde predominan acuerdos y conciliaciones. ¿Cómo definir la localidad y el centro para poder considerar las relaciones entre los actores intervinientes en uno y en otro? Si la intención es repensar la formación del Estado como un proceso social, tenemos que centrarnos en el conjunto multiforme de comunicaciones y los procesos de negociaciones entre la sociedad local/regional y los poderes superiores. Esta perspectiva de análisis implica no solamente el reconocimiento de las particularidades de los conflictos locales sino la capacidad creativa de los poderes locales.5 En su análisis del poder inmaterial de un notable del Piamonte, Giovanni Levi observa que la integración en las estructuras estatales abre una vía de movilidad social basada sobre el prestigio, las relaciones sociales y la capacidad de mediación entre la comunidad local y el mundo exterior. Según este autor, las estrategias familiares sustentadas sobre estos factores contribuyen de manera duradera a dar forma a la realidad política: «en los intersticios de los sistemas normativos estables o en formación, grupos y personas juegan una estrategia propia y significativa, capaz de marcar la realidad política con una huella duradera, no de impedir las formas de dominación sino de condicionarlas y modificarlas» (Levi, 1990:11).

Es necesario insistir que las explicaciones habituales sobre el nacimiento del Estado moderno se basan muchas veces en una perspectiva globalizante, que tiende a

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infravalorar el papel de la sociedad y de las realidades locales en el condicionamiento de los caracteres políticos de las conformaciones nacionales.6 Sucede en las explicaciones en términos de desarrollo evolutivo que ven en la formación del Estado un estadio uniforme de la modernización; lo que también se manifiesta en otras explicaciones que, aunque subrayando el carácter de progresiva extensión del monopolio estatal de la autoridad y del control social, consideran al poder central como capaz de ejercer un dominio uniforme y uniformador. Se deduce, por consiguiente, que el cambio del papel de las diferentes clases sociales se produce dentro de un marco sustancialmente estático. Otras posiciones ven en el desarrollo del mercado mundial capitalista la realidad explicativa fundamental de la dislocación de las diferentes naciones en el centro o en la periferia del sistema conjunto de explotación. De esta manera tienden así a quitar toda importancia a las diferencias locales que no estén determinadas por variables completamente exógenas respecto a la estructura social interna.7 En estas relaciones complejas entre el centro y las periferias es necesario esclarecer principalmente el hecho de que la estructura con la que las nuevas formaciones estatales americanas que se organiza después de la Independencia en sus aspectos políticos posteriores está determinada por el modo en que las realidades locales han reaccionado al del sistema de toma, redistribución y control de los poderes centrales. Analizar el cruce de pactos y conflictos entre grupos del centro y de las localidades como mecanismo fundamental que diferencia y caracteriza, a partir de sus resultados, los sistemas políticos teniendo en cuenta que el poderío del Estado se deriva del papel de control que los grupos dominantes han debido y podido confiar al poder central, según su capacidad hegemónica y sus orientaciones económicas y, al mismo tiempo, no descuidando ni infravalorando la enorme diversidad de las situaciones periféricas sobre las que el Estado ejerce su propio poder así como de los condicionamientos que se derivan de él. Fue posible edificar el Estado-nación latinoamericano, precisamente, por las relaciones y vinculaciones que entrelazaron con el poder central los detentores y beneficiarios del poder regional.

La Etnohistoria, los estudios regionales y las fronteras De la antropología histórica o variedad «antropológica» de la historia, o etnohistoria, se puede decir que es una ‘nueva historia’ -aunque no tan nueva dado que ya tiene su acta de nacimiento a mediados de la década de los setenta del siglo pasado- que bordea las fronteras de dos disciplinas, la historia y la antropología, configurando para sí misma una identidad mezclada cuestión que problematiza su status epistemológico. Así también lo problematiza la emergencia de nuevas preguntas acerca de su condición como campo de estudios resultado de los desarrollos internos de las disciplinas que la generaron y de los importantes cambios que han venido experimentando. En todo caso, la historia antropológica es producto de nuestro tiempo, un tiempo de donde se han acentuado las polarizaciones sociales y culturales, por lo que el presente con sus conflictos étnicos y religiosos tiene mucho que ver en el desarrollo de esta disciplina. Al mismo tiempo, dicha forma de abordar el problema que se puede denominar Nueva Etnohistoria puede defenderse como una opción frente a la que resulta de

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bifurcar los análisis de clases y los estudios étnicos en dos disciplinas separadas, cada una de ellas provista de su propia batería de conceptos y problemas. Hay que señalar, además, la conveniencia de poner en discusión el marco de ideas y el vocabulario para conducir la reflexión sobre la desigualdad estructural en todos los aspectos en que se presenta habitualmente. Por consiguiente, hay que conceder tanta atención teórica a las divisiones internas de las clases como al «problema de los límites» mismo; o, más precisamente, que la identificación de los límites de las clases y de las comunidades debe abordarse como dos aspectos de un mismo problema y ser analizado como tal. Ni antropólogos ni historiadores a esta altura de la acumulación disciplinaria pueden prescindir de las perspectivas diacrónicas y sincrónicas sean que se encuentren trabajando sobre el presente o el pasado. Ni el componente temporal ni el espacial pueden ser excluidos, a pesar de que la historia continúe siendo esencialmente documentalista y que la antropología recurra sobre todo a la observación de campo. Los cruces interdisciplinarios entre objetos, y entre técnicas interpretativas, específicamente por el acercamiento de las escalas de observación de ambas disciplinas, se siguen incrementando. Posibilita este incremento la complejidad interna de las mismas y la permeabilidad de sus límites disciplinarios. La antropología y la historia no han dejado de encontrarse en los últimos años y ha sido precisamente el descubrimiento del ‘otro’ el que las ha hecho aproximarse. Frente a intentar comprender a personas muy diferentes a nosotros, con condiciones materiales diferentes y con ideas también diferentes ¿Qué mirada tiene el historiador? ¿Qué mirada tiene el antropólogo? Las percepciones sobre el tiempo y el espacio son quizás las que los separan aunque las cosas varían poco si cuando tratamos con un mundo de otro lugar, ese otro lugar está lejos en el tiempo y en el espacio. En uno u otro caso no es menor el desafío a afrontar. Pero esto no impide que historiadores y antropólogos compartan cada vez con mayor frecuencia territorios comunes y es precisamente el campo de los estudios regionales los que les posibilitan compartir metodologías y técnicas de trabajo. Se aprecia un intercambio que resulta fructífero entre la antropología, la historia y los estudios regionales y una de las intersecciones es la etnohistoria. ¿En qué medida la etnohistoria contribuye a la realización de los estudios regionales? Hay que señalar, en primer lugar, la necesidad de visualizar y debatir los fenómenos históricos a través de las posibilidades que brindan las intersecciones entre las distintas disciplinas del campo social. Éstas tienen el carácter de transfronterizas y dependen en gran medida de un diálogo y cooperación interdisciplinarios abarcando una amplia perspectiva histórica y procesos culturales e interculturales complejos, así como percepciones divergentes. La ciencia histórica, la ciencia política, la sociología y la economía están más estrechamente unidas a sus disciplinas de base, pero también trabajan para el entendimiento de fenómenos que exigen el cruce de fronteras de las disciplinas clásicas y -lo que ha sido más evidente en los últimos años- para contribuir a la ampliación de sus propias disciplinas. Éstas no solamente se confrontan con materiales empíricos diversos sino que, en parte, también con otras tradiciones de pensamiento y con el desarrollo de las disciplinas. En el plano de las intersecciones entre distintas disciplinas se entiende que la historia regional es uno de los ámbitos más propicios para potenciarlas, en particular entre la historia y la antropología, siendo un presupuesto para la observación de otros

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aspectos que están imbricados y que, en conjunto, conforman la trama de lo social. Las dimensiones analíticas de la etnohistoria pueden ser aplicadas de distintas maneras al estudio de situaciones del pasado, de momentos históricos, o bien como nos interesa destacar en este punto, del proceso del desarrollo de una sociedad regional. En este nivel, el abordaje etnohistórico posibilita una imagen más ajustada y completa de la sociedad, siempre y cuando se adopte un estilo que enfatice la naturaleza «perspectiva» de la historia y sus problemas de objetividad. Más importante que buscar la objetivación es acceder al conocimiento de los distintos niveles de realidad y de significado que presenta la escritura y así sopesar los conocimientos que aporta. Las aproximaciones metodológicas sobre los estudios regionales conducen a preguntarse, por ejemplo, ¿cómo pensar la conformación histórica de una región?, ¿cómo definirla teniendo en cuenta los componentes internos?, ¿qué núcleos la constituyen?, ¿cómo se articulan en el tiempo y el espacio? y ¿coincide el espacio geográfico con el espacio social? Existen una gran cantidad de preguntas que pueden formularse. Las regiones lo son en la medida en que su vida social encuentra y muestra ciertos límites o fronteras en su hegemonía espacial con respecto de otras matrices, tejidos sociales y prácticas culturales distintas o diferentes. Las regiones no dejan de ser invenciones tejidas finamente por valores y prácticas culturales que se alteran unas veces de manera brusca por conflictos militares, conquistas o extinción del grupo social originario.

A manera de conclusión… Tanto a las fronteras como a todo fenómeno histórico se hace necesario observarlos y debatirlos a través de las posibilidades que brindan las intersecciones entre las distintas disciplinas del campo social. En este plano se entiende que la historia regional es uno de los ámbitos más propicios para potenciar esas intersecciones siendo un presupuesto para la observación de otros aspectos que están imbricados y que conforman la trama de lo social. En la práctica, la historia regional permite detectar las peculiaridades de cada proceso, observar las semejanzas y las diferencias, las continuidades y las rupturas. Pero hay que entender que si bien las regiones son buenas para pensar, esto no implica que se haga un culto del localismo. De igual manera, una insuficiente contextualización encierra el peligro de proporcionar una visión con ‘anteojeras’ o una crónica intrascendente, las que obvian los problemas esenciales a discutir. Para salvar estas deficiencias se hace imprescindible acudir a la reflexión teórica así como repensar los fenómenos históricos y las situaciones que atraviesan las sociedades. Emprender este camino requiere de las contribuciones de otras disciplinas sociales en especial de la etnohistoria, entendiendo que existen diferencias en los campos disciplinarios pero que, a su vez, estos se complementan contribuyendo de esa manera a potenciar las miradas y perspectivas de análisis. Las dimensiones analíticas de la etnohistoria pueden ser aplicadas al proceso de desarrollo de sociedades de frontera. Esta disciplina no deviene de la simple combinación de la antropología con la historia, sino de la utilización antropológica de fuentes y datos del pasado para precisar la dimensión temporal y entender con mayor profundidad los procesos de cambio operados en las sociedades objeto de estudio. La posibilidad de traducir para la historia las sugerencias de la antropología requiere no sólo tenerlas presentes sino establecer una permanente interrelación entre ellas y el constructo

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Las fronteras en los estudios regionales y etnohitóricos. Propuestas de análisis

histórico que, a su vez, es el producto de una reflexión sobre los restos y las fuentes históricas. La cuestión reside en un ir y venir de estos a la antropología, así como de la historiografía a los documentos, para comprender las distintas situaciones que atraviesan los hombres. En síntesis, la riqueza del saber etnohistórico reside en la potencialidad de asumir la consideración del tiempo que tiene la historia y del espacio que tiene la antropología para así alcanzar una mayor inteligibilidad de los fenómenos sociales.

Notas *

Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores)

1

El texto de F. J. Turner puede encontrarse en distintas fuentes.

2

La imagen que presenta la imaginación es «un acto sintético que une un saber concreto, que no tiene carácter de imagen, a elementos más propiamente representativos» (Sartre, 1936:19).

3

La noción de Estado para nada tiene una asimilación automática con la de nación, no obstante hoy se emplea la denominación común de Estado-nación para designar prácticamente cualquier país contemporáneo.

4

Ver, entre otros, Grimson, 2000.

5

Cf. Lombardini, S., O. Raggio, A. Torre, 1986; Grendi, 1993.

6

Dos estudiosos de la historia del derecho, A. M. Hespanha y B. Clavero que han trascendido en sus investigaciones el espacio que estudian, la Península Ibérica, han realizado valiosos aportes sobre el Estado moderno. Critican radicalmente los análisis que fijan la atención en aquellos elementos que parecen anunciar la presencia progresiva del Estado, que ven las monarquías del Antiguo Régimen en los términos de una prehistoria del Estado liberal; por el contrario están interesados en estudiar las monarquías del Antiguo Régimen en sus propias lógicas, caracterizadas en particular por la pluralidad de jurisdicciones y por la ausencia de una soberanía estatal, y de una esfera pública distinta del dominio privado. Véase: Hespanha, 1989; Clavero, 1986.

7

Véase entre otros: Parsons, 1966; Stone, 1965; Wallerstein, 1979.

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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la conquista de las ‘Tierras Altas’* Silvia Palomeque 2 CONICET, Programa de Historia Regional Andina, Área de Historia del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. Contacto: [email protected]

Este texto tratará sobre la notoria duración del proceso de conquista e invasión española de la Gobernación del Tucumán, donde la imposibilidad española de lograr acuerdos duraderos con los señores étnicos o en su defecto de asestarles una derrota militar definitiva, impidió su habitual asentamiento urbano entre las sociedades indígenas de las andinas tierras altas, obligándolos a la fundación de sus ciudades-fuertes en las tierras bajas, llanas y cálidas, desde donde persistieron en su objetivo original de controlar las tierras altas. En esta ocasión revisaremos las conclusiones de un trabajo de síntesis anterior donde sostuvimos que durante la conquista, los españoles contaron con el apoyo de «indios amigos» en el piedemonte del Aconquija y en la Mesopotamia Santiagueña, mientras se mantenían hostiles los indios de tierras altas de valles Calchaquíes y de Puna. En aquella oportunidad consideramos a las tierras bajas con «indios amigos» o sometidos a las huestes españolas, a las sociedades indígenas en cuyos territorios se fundaron las ciudades de Santiago del Estero e Ibatín (1ra. Tucumán), es decir, mantuvimos un eje espacial tradicional al delimitar el espacio en base a la fundación de las ciudades que persistieron a lo largo del período colonial. En cambio, ahora, después de analizar una temprana serie de los diezmos recaudados en cada jurisdicción del Tucumán a fines del siglo XVI, plantearemos que dentro de las tierras bajas debemos incluir a un espacio mayor que es el habitado por todo el conjunto de pueblos asentados a lo largo de los ríos Salado y Dulce, considerando los cursos inferiores de los dos ríos como una unidad. Desde la perspectiva colonial, este espacio ya no incluye sólo a Santiago y a Ibatín sino también a las cambiantes ciudades de Esteco y Madrid de las que poco nos hemos preocupado hasta ahora. En un entrecruzamiento de experiencias previas de investigación, de otros colegas y propias, se comienza con un análisis de los espacios económicos de la Gobernación del Tucumán y sus transformaciones entre 1590 y 1690 basado en las series de los

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diezmos y su distribución entre las distintas ciudades y sus jurisdicciones y, luego, siempre considerando el tipo de sociedades prehispánicas y su forma de acceso a los recursos, se integra e interpreta estos resultados consultando los conocimientos provenientes de las investigaciones arqueológicas y etnohistóricas. Este recorrido es el que nos permitirá plantear que durante el largo y particular proceso de la conquista española del Tucumán -donde se sigue buscando el asentamiento colonial en las tierras altas y en el piedemonte en los que se desarrollaba la resistencia indígena-, se da un fuerte deterioro de los recursos ambientales y de las poblaciones indígenas de las tierras bajas, en tanto los mismos van siendo «consumidos» por la empresa conquistadora. En todo este proceso, muy signado por los objetivos originales, devienen consecuencias no previstas como es la hegemonía de una zona como Córdoba que no formaba parte del esquema espacial original, pero que surge y toma gran importancia como punto de tránsito de variadas redes mercantiles primero y luego como abastecedor de ganado para los centros mineros andinos, es decir, un espacio muy adecuado a las lógicas del nuevo mundo colonial y de su mercado interno dinamizado por el espacio económico peruano. Los avances del proyecto de investigación que aquí presentamos los hemos venido desarrollando paulatinamente, a través de trabajos parciales, pero se convirtieron en unos de nuestros principales objetivos desde el año 2005 cuando observamos que las investigaciones previas no nos permitían escribir un texto sobre la situación económica y social de Santiago del Estero y de la Gobernación del Tucumán en los siglos XVI y XVII, que acompañara y contextualizara la publicación de las Actas del Cabildo Eclesiástico del Tucumán.... (1592 a 1667) (Palomeque et al., 2005). Esta investigación, que se inició con la recuperación de investigaciones anteriores y que luego continuamos a través del análisis de los diezmos y de las transformaciones sufridas por los recursos de las tierras bajas, nos permitió avanzar en el conocimiento del proceso de destrucción general que sufrieron las sociedades indígenas durante la invasión y conquista por parte de los españoles, y las distintas intensidades y temporalidades que presenta cada región del territorio abarcado por el espacio institucional que, en términos coloniales, se construyó bajo la designación de la Gobernación del Tucumán. Si bien desde hace tiempo sabíamos que desde Santiago del Estero habían partido las distintas «entradas» que dieron origen a las ciudades del Tucumán, que estas entradas y las desnaturalizaciones provocaron un fuerte proceso de destrucción en la zona de valles calchaquíes, y que el sistema de explotación colonial a través de los servicios personales implicó un alto grado de desestructuración de las sociedades indígenas, en este trabajo insistiremos en el hecho que, en toda la Gobernación del Tucumán, se dio uno de los períodos de invasión y guerra más prolongados, cuyo alto costo no sólo lo sufrieron los vecinos españoles de Santiago sino que incidió negativamente en la preservación de las sociedades originarias de todo el conjunto regional, afectando tanto a las sociedades de los valles calchaquíes como a las de las tierras bajas. Los recursos (ambientales y humanos) de estas tierras bajas posibilitaron el primer asentamiento español desde donde se desplegaron los esfuerzos militares destinados a acabar con la resistencia de las sociedades indígenas de las tierras altas de puna, de valles y quebradas, que eran las más valiosas desde la perspectiva española. Es decir, pondremos el énfasis en que la expansión española fue el origen de un notorio derrumbe de la población y de los recursos de las tierras bajas, llanas y cálidas,

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y que este proceso no sólo lo sufrieron con gran intensidad las zonas de valles calchaquíes y Santiago del Estero sino un espacio mucho más amplio que incluía a todas las poblaciones asentadas en las cuencas de los ríos Dulce y Salado, que es la zona que en este trabajo denominamos tierras bajas. Este proceso de larga y costosa invasión y conquista recién concluyó hacia fines del siglo XVII e incidió indirectamente en la reestructuración del espacio económico y social del Tucumán, donde a medida que Córdoba se perfilaba como una región en auge constante, se iban debilitando las economías regionales asentadas en las tierras bajas de los ríos Salado y Dulce mientras que, paulatinamente, se iba iniciando un lento crecimiento de las tierras altas que los españoles recién controlarán definitivamente en la década de 1660. El estudio comparativo de los montos totales de los diezmos de cada jurisdicción a lo largo de un siglo que presentamos a continuación, nos permitirá tener una clara dimensión de la magnitud de este proceso, cuyos resultados persistirán hasta fines del siglo XVIII por lo menos. En el trasfondo de este análisis están presentes los largos años de lucha militar que implicó la invasión y conquista de las sociedades indígenas que habitaban en las tierras sobre las cuales luego los españoles conformaron la Gobernación del Tucumán, todas ellas integradas al Tawantinsuyu con excepción de las de Córdoba. Esta guerra, cuyas secuelas han sido poco consideradas por la historiografía argentina, se inició hacia 1536 cuando Almagro y su hueste acompañaron a Paullo Inca hacia la parte del Tawantinsuyu ubicada en Chile, y luego de su paso quedaron sublevadas las poblaciones indígenas de las tierras altas de los valles Calchaquíes, habitadas por sociedades andinas de compleja organización social. Esta resistencia inicial, la posterior resistencia de los pueblos de Puna a la hueste de Diego de Rojas, esta falta de sometimiento o de acuerdos, indirectamente derivó en el futuro asentamiento español entre las poblaciones indígenas que habitaban las tierras bajas y el inicio de frecuentes expediciones militares que recién culminarían en la década de 1660 con la destrucción y deportación de los indígenas de valles Calchaquíes, luego de ciento treinta años de conflicto.

Las investigaciones previas y el análisis de las nuevas fuentes Sobre la historia económica y social de los siglos XVI y XVII de Santiago del Estero, capital de la Gobernación y sede del Obispado, sólo contábamos con la experiencia que nos había brindado el análisis de su economía regional pero para un período posterior, el de los siglos XVIII y XIX, aunque lo insólito de sus primeros resultados nos habían llevado a incluir un análisis de los recursos ambientales y las formas de acceso y manejo de los mismos por parte de las sociedades indígenas y campesinas en la larga duración que va desde el período prehispánico hasta principios del siglo XX. En esa ocasión nos basamos en el resultado de investigaciones arqueológicas de la década de 1970 de Ana María Lorandi (Ottonello y Lorandi, 1987), en cronistas, religiosos y funcionarios como Abreu, Alfaro, Barzana, Bibar, Cieza, Fernández y Sotelo, relatos de viajeros y funcionarios del siglo XVIII y XIX y estudios geográficos de los siglos XIX y XX como los de Fazio, Gancedo y Denis. Durante esa investigación habíamos logrado conocer que hasta hace casi un siglo, antes de la tala masiva de los bosques, la «mesopotamia santiagueña» consistía en una extensa planicie inclinada inundable, cubierta por un denso monte de algarrobos y chañares que estaba bañada por dos importantes ríos. Su elevada temperatura en los veranos, donde imprevistamente se alternaban períodos de

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sequía o de humedad, originaba dos tipos de ciclos y de acceso a distintos recursos en cada uno de ellos. Si bien había cultivos de temporal (regados sólo por la lluvia), más importantes que ellos eran los que se realizaban en los pantanos ubicados principalmente alrededor del río Dulce, aunque también se los encontraba en el paralelo río Salado (Palomeque, 1991; 1992).3 Recuperando estos avances en esta ocasión seguiremos analizando los procesos de transformación y deterioro de las formas de acceso a los recursos en las tierras bajas ubicadas alrededor de las cuencas de los ríos Dulce y Salado, y para ello consultaremos primero los textos de las Actas que con su escueto lenguaje van dando cuenta de la angustia e impotencia de los religiosos/colonos frente a un ambiente inmanejable e imprevisible de inundaciones, derrumbe de casas, sequías, incendios, langostas, etc. Para completar esta información también contamos con documentos del Archivo Nacional de Sucre (BANB) como las cartas a la Audiencia del Gobernador del Tucumán en la década de 1630 y los Informes de Santiago del Estero y Esteco del año 1608 cuya importancia ya ha sido señalada por Gastón Doucet.4 Sobre la historia económica y social de la Gobernación del Tucumán en los siglos XVI y XVII las investigaciones no son frecuentes en tanto la «historia colonial argentina» habitual trata sobre la conquista española de todo el territorio hasta el año 1600 y luego salta hacia los procesos previos a la independencia, en el tardío siglo XVIII, centrándose allí en el auge de la región litoral y portuaria y su vinculación al mercado mundial. Las pocas investigaciones previas con las que podíamos contar, que son aquellas que recuperan a la Gobernación del Tucumán como unidad de análisis, eran escasas y todas ellas habían tendido a centrarse primero en el triste destino de la población indígena colonizada y aún no habían avanzado sobre la historia económica regional. Entre ellas corresponde mencionar un trabajo temprano de Assadourian (1972) sobre el proceso de conquista de la región, a Gastón Doucet (1978; 1980a; 1980b) y a Ana María Lorandi (Lorandi, 1988; 1997a; 1997b), habiendo sido todos ellos muy consultados cuando realizamos una primera síntesis interpretativa sobre la historia de las sociedades indígenas coloniales en el Tucumán, en la que también integramos nuevos estudios de casos realizados por integrantes del equipo de Lorandi y los de otros grupos como fueron Farberman, Noli, Castro Olañeta, Piana, Sica, Sanchez, López, Mata, entre otros (Palomeque, 2000). Sobre la historia económica y social regional tucumana para los siglos XVI y XVII sólo contábamos con una investigación sobre Córdoba, realizada décadas atrás por C. Garzón Maceda y Assadourian luego de una larga, sistemática y dificultosa consulta de los protocolos notariales (Garzón Maceda, 1968; Assadourian, 1982 [1968]) a través de la cual se relevaron las especializaciones productivas de esta región y sus actores al igual que los importantes y distantes circuitos mercantiles en los que participaba esta economía regional. Este excelente trabajo, quizá por el tiempo y los recursos que requiere su realización, aún no ha sido continuado por los colegas de las otras jurisdicciones de la antigua Gobernación del Tucumán, sobre las cuales no contamos con este tipo de investigaciones de historia económica y social regional para los siglos XVI y XVII. Esta falta de conocimientos se nos volvió muy notoria durante la lectura del primer tomo de las Actas... cuya transcripción estábamos publicando en ese momento (Palomeque et al., 2005). Las Actas..., que constituyen el primer documento édito referido al conjunto de la Gobernación del Tucumán para este período temprano, si bien centran la información sobre Santiago del Estero, sede del Obispado hasta 1699, también nos informan sobre la situación económica del resto de las ciudades tucumanas. Estas Actas ... fueron

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las primeras fuentes que nos brindaron los primeros indicios sobre el problema sobre el cual teníamos que centrar la investigación. Su lectura nos dejó una primera sensación de que estábamos ante un amplio espacio económico y político que enfrentaba una lenta decadencia, sensación de la cual había que cuidarse porque la misma estaba muy teñida por las frecuentes menciones al incierto destino de la iglesia catedral y de toda la ciudad de Santiago, siempre acosadas por las crecientes del río Dulce y cada vez más carentes de recursos e indios para enfrentar el problema. También sus textos trasmitían la imagen de que a medida que se profundizaba la decadencia de Santiago, más importancia iba tomando la región de Córdoba, zona hacia donde se iba trasladando el centro económico que orientaba el conjunto de la dinámica regional mercantil. Frente a todo esto optamos por iniciar la investigación sobre los distintos espacios económicos de la Gobernación del Tucumán recuperando los mencionados aportes anteriores pero también incorporando nueva información, que es la que nos ha brindado una nueva perspectiva sobre la zona. La nueva información, que ya analizamos en un primer análisis publicado en 2005, consistía en pasajes de las Actas..., en los ingresos recaudados en cada jurisdicción regional en concepto de pagos de diezmos durante la última década del siglo XVI (1591-1601) de la Colección García Viñas5 (CGV), el porcentaje de la distribución regional de 1691/2 (Garavaglia, 1987) y datos sobre recaudaciones de diezmos para algunos años puntuales que se mencionan tanto en las Actas como en Arcondo (1992). Un año después, al publicarse el segundo tomo de las Actas... (1681-1699), (Castro Olañeta et al, 2006), ya pudimos contar con los avances realizados por Sonia Tell e Isabel Castro quienes localizaron nuevos datos sobre el monto total de los diezmos recaudados para el Tucumán en las dos primeras décadas del siglo XVII (1604-1617), para Salta (1680 a 1704) y para el Tucumán en 1691/2 (Tell y Castro, 20066). En tanto el diezmo consistía en el pago de la décima parte del valor de los frutos del trabajo agrícola y ganadero, aunque aún desconozcamos con precisión sobre qué tipo de unidades de producción y productos afectaba, entendimos que dichas cifras nos brindarían un primer indicador general sobre la situación económica de cada jurisdicción y su análisis nos permitiría contar con una base sólida para una posterior integración con otras referencias. Cabe señalar que desde un primer momento, al analizar los diezmos de 1591 a 1601, el trabajo se alejó notablemente de nuestras previsiones espaciales, sobre todo al observar que los diezmos recaudados a fines del siglo XVI provenían de un conjunto de ciudades tucumanas que no correspondían a las que conocíamos desde los trabajos sobre el siglo XVIII (Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Córdoba), en tanto varias de ellas aún no se habían fundado, otras se estaban fundando e incluso existían otras que luego desaparecieron y a las que nunca habíamos prestado atención. Es decir que, a fines del siglo XVI y primera década del siglo XVII, aún estábamos dentro del proceso de conformación del espacio colonial español, lo que implicaba la necesidad de cruzar los datos de los diezmos con el proceso preciso de fundación y refundación de ciudades. Para ello hubo que recuperar los trabajos previos de síntesis sobre la invasión y conquista española para observar cómo dicho avance se iba consolidando a través de la fundación de distintas ciudades coloniales que al principio eran ciudades-fuertes con huestes armadas transitando por los caminos que las comunicaban, pero que luego fueron ampliando su control sobre el espacio rural de su «jurisdicción». Para estos temas hemos recuperado síntesis relativamente recientes (Lorandi, 2000;

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Palomeque, 2000), hemos vuelto a consultar la obra de Levillier (1926/32) sobre la conquista del Tucumán cuyos datos sólo llegan hasta el año 1600 al igual que sus transcripciones documentales (Levillier, 1918/22; 1919; 1921/26; 1926/32), la del Padre Lizárraga (1916 [1609]) y hemos incluido la consulta al primer tomo de la obra de Bruno (1966) en tanto registra con cuidado la historia de la estructura territorial eclesiástica y sus parroquias, que se fueron transformando en el proceso de conquista y colonización ya que el control político y militar español fue paralelo e imbricado con el de la evangelización. De los testimonios contemporáneos a los hechos que hace años venimos revisando, corresponde recuperar uno que ha influido e influye mucho en nuestros trabajos. Para los mismos años que nuestra serie de diezmos de fines del siglo XVI ya contábamos con una inteligente y humanitaria observación del Padre Barzana sobre la decadencia de Santiago y Esteco y sus causas. El Padre Barzana, luego de haber vivido y recorrido durante una década estas tierras, en 1594 decía que las casas y los campos estaban llenos de salitre, que las casas había que repararlas constantemente para que no se cayeran, que los campos se habían vuelto estériles, y que en estas tierras «... que cuando se poblaron eran un vergel... la tierra fructífera se ha convertido en tierra salobre ...» , y que todo ello debido a «... la malicia de los que en ella moran»7 y «... la grande opresión con que son fatigados los indios...» (Barzana, 1987[1594]:255).

La invasión, la fundación de ciudades y la paulatina conformación de un espacio colonial8 A continuación presentaremos un resumen, que intentará ser lo más escueto posible, sobre el proceso de invasión española a la gobernación del Tucumán para el período previo a 1590, momento en que comienzan las series de diezmos que analizaremos más adelante. Los españoles que invadieron las sociedades indígenas ubicadas en el espacio que paulatinamente se fue institucionalizando como parte de la Gobernación del Tucumán, vinieron a estas tierras desde Charcas y Chile, trayendo con ellos su experiencia en la invasión y conquista de las complejas sociedades andinas de las ricas zonas centrales del imperio inca. Luego de 1536, año en el que se dio el tránsito de Almagro y Paullo Inca por las altas tierras andinas enfrentando ya una fuerte resistencia en el valle de Jujuy y en los valles Calchaquíes, los españoles reanudaron la invasión al Tucumán en 1543 con la hueste que habitualmente se designa como «la expedición de Diego de Rojas». Esta hueste exploró toda la zona durante tres años, pero sin lograr asentarse en ningún lugar debido a la resistencia indígena general, que tomó más fuerza en todas las tierras altas de Puna y Valles Calchaquíes y Valle de Jujuy. Recién en la década del 1550 se reinició la invasión al Tucumán, cuando en las zonas centrales del virreinato del Perú las huestes reales habían derrotado la «sublevación de los encomenderos» que desconocían el derecho de la corona a controlar su accionar y a imponer las leyes protectoras de los indígenas por las que tanto habían bregado los religiosos lascasianos. En el período que va de 1549 a 1556, bajo la supervisión de este nuevo tipo de autoridades coloniales pero también en medio de conflictos entre las huestes provenientes de Charcas y de Chile, se dieron varios intentos de fundaciones que finalmente lograron concretarse con la fundación de

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Santiago del Estero (1553), a la orilla del río Dulce, en años que podemos caracterizar por la presencia de «indios amigos» o ya sometidos en el piedemonte del Aconquija y en la Mesopotamia Santiagueña mientras se mantenían hostiles los indios de tierras altas de valles Calchaquíes y de Puna, zonas donde se asentaban las sociedades andinas de organización social más compleja. Luego, desde 1556 hasta 1562, bajo el gobierno de Pérez de Zurita, por primera vez se vivió un período de paz general que alcanzó incluso a los pueblos de las tierras altas, lo que permitió la fundación de tres ciudades en los valles Calchaquíes (Londres, Cañete y Córdoba de Calchaquí) y una en el valle de Jujuy (Nieva), luego de que el cacique Coyoacona de Casabindo acordara la paz con españoles provenientes de Charcas, dentro de una compleja alianza auspiciada por los señores de los chichas. Estas ciudades garantizaban el paso por los caminos del Inca que comunicaban a Charcas con Chile y con el Tucumán. Esta paz fue el fruto de una actitud negociadora española que respondía a una política general del virreinato cuyo gobernante era el marqués de Cañete, personaje reconocido por su política protectora hacia los indios. Pero los españoles no mantuvieron una política de alianza permanente frente a los grupos indígenas; los enfrentamientos entre las distintas huestes hicieron que dichas políticas dependieran de las características personales de cada jefe, las que a veces coincidían con las también cambiantes políticas de las autoridades superiores del virreinato peruano que se iban volviendo cada vez más desconocedoras de los derechos de los señores étnicos y de las sociedades andinas a medida que avanzada la década de 1560. En el Tucumán la paz se rompió estrepitosamente en 1562 cuando desde Chile llegó una nueva autoridad que destituyó a Pérez de Zurita y desconoció los pactos acordados con los señores étnicos. La consecuencia fue el desencadenamiento de la gran rebelión de «toda la tierra» (tierras altas y bajas), que también puede haber sido parte de los movimientos generales de resistencia que las sociedades andinas iniciaban en esos años. Esta gran rebelión redujo el asentamiento español a sólo el territorio de la ciudad de Santiago, lugar donde los españoles que se salvaron quedaron cercados durante largo tiempo bajo el mando del gobernador Francisco de Aguirre mientras desde la Audiencia de Charcas, creyéndolo muerto, enviaron refuerzos militares bajo el mando de Martín de Almendras en una expedición donde participaron los encomenderos de Puna y Valles que eran vecinos de Charcas. Durante esta importante sublevación, los ejércitos indígenas destruyeron las tres ciudades de los valles Calchaquíes y Nieva del valle de Jujuy, cortando así el camino a Chile y a Charcas, se enfrentaron y derrotaron a Almendras quien murió a manos de los indios omaguacas, mientras el resto de su hueste se dirigió hacia el cercado Santiago. La sublevación, que finalmente se controló contando con el apoyo de estos refuerzos militares llegados desde Charcas, tuvo graves consecuencias para los españoles pues de ahí en más quedaron ocupando sólo las tierras bajas y con la ruta a Chile interrumpida y la de Charcas transitable sólo en grupos con protección armada. Desde Santiago, apenas roto el cerco, se efectuó un primer esfuerzo expansivo con la fundación de la primera ciudad de Tucumán (Ibatín, 1565, varios km. al sur de su emplazamiento actual) en la falda del Aconquija, en el curso superior del río Dulce. Pocos años después, con el objeto de pacificar el camino a Charcas, reconocen formalmente a un poblado denominado Cáceres, asentamiento creado a la orilla del río Salado por un grupo de soldados españoles sublevados que desde 1567 será legalizado con el nombre

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de Talavera de Esteco9. Es decir, que los españoles rompieron el cerco y lograron consolidar nuevas fundaciones ubicadas en los cursos de los ríos Dulce y Salado, todas ellas ubicadas en las tierras bajas. De ahora en más, los españoles deberán circular hacia Chile a través de los caminos del sur, por las tierras de los huarpes de Cuyo. En la década del setenta el virrey Toledo cuya mayor preocupación era proteger el centro minero potosino y la zona colonizada que estaba amenazada por los agresivos pueblos de las tierras bajas orientales denominados «chiriguanos» que se habían expandido hacia el oeste acercándose al centro minero, ordenó la fundación de ciudades en los actuales emplazamientos de Salta y/o Jujuy para garantizar el paso del camino hacia Charcas y apaciguar los indios sublevados, en tanto temía que sublevaran a los pueblos chichas y/o se aliaran con los chiriguanos. Pero el virrey parece que tuvo que enfrentar serias dificultades para ser obedecido por las huestes tucumanas. El proyecto de Toledo sólo en parte coincidía con otros que se venían generando desde años atrás desde distintos sectores coloniales. También estaba vigente la propuesta del influyente Oidor Matienzo de la Audiencia de Charcas sobre comunicar directamente a Charcas (que incluía la zona minera potosina) con España a través de una cadena de ciudades en el Tucumán que permitiera el acceso al puerto del océano Atlántico (Buenos Aires), proyecto que en parte coincidía con el de los conquistadores asentados en Chile que consideraban necesaria una fundación en la zona de Córdoba que les facilitara la comunicación con Charcas y con España a través del Atlántico. Posiblemente respondiendo a estos dos últimos proyectos más que al del virrey Toledo, el gobernador del Tucumán Gerónimo Luis de Cabrera hizo caso omiso de la orden de fundar Salta y desde Santiago realizó la fundación de Córdoba (1573), en el piedemonte de las últimas sierras antes de entrar a la llanura, bastante más al sur de las zonas bañadas por los ríos Dulce y Salado, y en tierras habitadas por densas sociedades indígenas pero que no habían estado integradas al Tawantinsuyu. A nuestro entender esta fundación respondió a lógicas diversas a las anteriores, en tanto en ella primaron los intereses mercantiles que requerían de una ciudad que facilitara la comunicación con el océano Atlántico, más que el objetivo de ocupar las difíciles tierras altas con sus poblaciones indígenas sublevadas. El virrey Toledo, en 1575, insistiendo en su política fundacional, le ordena a Pedro de Zárate que dentro de la jurisdicción de Tarija funde nuevamente una ciudad en Jujuy, Salta o en los valles Calchaquíes con el apoyo de los encomenderos de esas zonas (que eran los ya mencionados vecinos de Charcas), lo cual se concretó con la fundación de la segunda ciudad de Jujuy, ahora denominada Alava (1575), en medio de una fuerte ofensiva indígena que culminó por destruirla, ante la ausencia de apoyo de las huestes españolas del Tucumán, mientras que igual suerte fueron corriendo otros asentamientos que Zárate intentó fundar en el valle Calchaquí hasta el año 1577. Recién en 1582, y con huestes del Tucumán, se concretaron las antiguas órdenes de Toledo cuando el Gobernador del Tucumán Hernando de Lerma fundó la ciudad de Salta (1582), aunque su presencia no logró obtener el perseguido objetivo de la paz en la ruta a Charcas en tanto hasta la misma ciudad durante largos años sufrió serias inestabilidades debido al asedio indígena. Es decir que desde 1563 hasta mediados de la década de 1580 las tierras altas siguieron sublevadas y el camino a Charcas siguió siendo riesgoso. Años después los españoles del Tucumán logran desplegar una política militar ofensiva con la que ocuparán la Puna y cercarán la zona que quedó sublevada en valles

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Calchaquíes, permitiendo así el tránsito tranquilo hacia Charcas. Este proceso se desarrolló durante el gobierno de Ramírez de Velasco cuando se reinició otra ofensiva militar hacia los valles Calchaquíes de dudoso resultado pero que les permitió la consolidación de Salta y la fundación de La Rioja (1593). También invadieron y derrotaron a las sociedades indígenas de la Puna sin fundar ningún poblado allí (1588-9), donde habitaban pueblos que pocos años atrás habían acordado su pacificación con la Audiencia de Charcas. Posteriormente, con el apoyo de un grupo de vecinos de Salta, realizaron la tercera fundación de Jujuy (1593) que ya será la definitiva. Es decir que en este período, los españoles asentados en sus ciudades de las tierras bajas lograron expandirse y controlar la parte norte de las tierras altas al someter la población de la Puna mientras se mantenía sublevada la de los valles Calchaquíes, zona que será rodeada por un cerco de ciudades, tal como lo planteó Lorandi. Estas ciudades (Salta, La Rioja y Jujuy) estarán asentadas en los piedemontes, en los valles o quebradas que permiten y controlan el tránsito entre las tierras altas occidentales y las tierras bajas orientales, es decir, impidiendo el paso de los pueblos sublevados hacia el camino que iba de Charcas al Tucumán. Para consolidar dicho camino y poder transitar por la zona de piedemonte, en ese período se funda Madrid de las Juntas (1592) con apoyo de los vecinos de Esteco, ciudad que al igual que Esteco estaba asentada sobre el río Salado, pero más hacia sus naciente, es decir, más cerca del piedemonte. Es decir que luego varias décadas de conflicto, hacia finales del siglo XVI, justamente en la misma década para la cual contamos con la series de diezmos que analizaremos en el próximo punto, allí culminó el «período inicial de la conquista» y quedaron fundadas las principales ciudades, todas ellas situadas en las tierras bajas o en el piedemonte.

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Silvia Palomeque

Durante el período de la conquista los enfrentamientos no sólo se dieron en las tierras altas. Si bien los indios de las tierras bajas tuvieron una actitud más conciliadora con los españoles y colaboraron con ellos sobre todo al continuar sus antiguos enfrentamientos con los indios de las tierras altas de valles Calchaquíes, debe recordarse que durante los primeros años de la conquista ellos también se enfrentaron con Diego de Rojas y tuvieron sitiado mucho tiempo a Aguirre y a todos los españoles en Santiago. Después de esta sublevación, desde 1566, las tierras bajas quedaron definitivamente controladas por los españoles que sin duda fueron ayudados en todo momento por un armamento militar que era sumamente efectivo en este tipo de territorio de llanura. No sólo el armamento español colaboró en la conquista. Otra de las causas que permitió el triunfo de esas huestes españolas que a veces se enfrentaban entre sí pero que se socorrían en caso de necesidad, fue su experiencia previa de conquistadores en las tierras andinas del norte y su relación con los incas que facilitó este tipo de invasión cuya etapa inicial estaba orientada a utilizar los conflictos entre los grupos y la consecuente generación de alianzas transitorias y oportunistas con algunos de ellos. En los documentos no son frecuentes las referencias a la alianza entre españoles e indios, más bien se tiende a ocultarla para no oscurecer la «heroica gesta» española. Sólo a través de palabras sueltas se puede ver que junto a la hueste y sus sometidos «indios de servicio», «indios de carga» y «yanaconas peruanos», también estaban numerosos «indios amigos» que participaban a la par -y quizás más intensamente- que los españoles, continuando con sus luchas contra otro grupo indígena que era su tradicional enemigo. Las alianzas entre españoles y grupos indígenas, y las manipulaciones por parte de los primeros, fueron posibles por la existencia previa de múltiples cacicazgos que sólo controlaban cortos grupos de población que mantenían constantes enfrentamientos con sus vecinos por los recursos y, donde la mayoría de ellos venía de una reciente intervención incaica que había provocado el conjunto de conflictos sobre los cuales se superpondrían las políticas de alianzas de los españoles. La alianza o relaciones que con el incario mantuvieron los pueblos indígenas de las tierras bajas y su lucha contra los pueblos insumisos de las tierras altas, generó una tradición de redes y alianzas que facilitaron la relación de estos pueblos con los españoles posibilitando la expansión desde sus tierras, tal como antes lo hicieron los incas. También la relación con el estado incaico y sus formas políticas centralizadas incidieron en la capacidad de los pueblos de Puna y Valles y Quebradas para generar las rápidas y efectivas alianzas antiespañolas. En resumen, en este período se dio el contacto y alianza de los distintos líderes de las huestes españolas con diversos grupos indígenas y también la invasión de ambos sobre otros grupos, con la característica de que no siempre fueron los mismos actores los implicados. No sólo la violencia, el poder militar o el afán de lucro de los españoles incidieron en todo este proceso; lamentable e inevitablemente también lo hizo la dificultad del combativo mundo indígena para entender el real significado de la invasión española. Desde las distintas sociedades indígenas -organizadas en base al respeto de las relaciones personales y de parentesco- era muy difícil entender cabalmente los objetivos económicos y políticos coloniales de larga duración que persiguieron y finalmente lograron imponer los españoles a pesar de todas sus luchas internas. Las discrepancias, luchas sangrientas, enfrentamientos y ajusticiamientos que se dieron entre las distintas huestes españolas no impedían que todos en conjunto persiguieran el mismo objetivo: el sometimiento de la población indígena cuya explotación

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les permitiría recuperar las inversiones realizadas en su conquista. Según Assadourian, el carácter privado de la expansión implicaba la obligación de premiar a los responsables con un régimen de recompensas que fue estatuido en función de la necesidad de incentivar el interés por la riesgosa aventura, aunque públicamente apareciera como reconocimiento gracioso de servicios. Las recompensas en mercedes de tierras y en encomiendas de indios fueron provistas por el propio medio conquistado. En la década del noventa, en etapa final de la conquista del Tucumán, se profundizaron los abusos y malos tratos a la población indígena mientras se reforzaba el poder de los encomenderos-conquistadores. Esta situación se tradujo en el incremento de la mortalidad indígena afectada por las pestes y epidemias resultantes del exceso de trabajo, la falta de comida y los malos tratos entrecruzados con un período de sequía. En los primeros años del siglo XVII las autoridades del Tucumán reconocían que la población indígena restante era sólo una décima parte de la original.

Una mirada a través del estudio de los diezmos Como ya lo adelantáramos al principio, en este punto pasaremos a analizar y comparar la serie de los diezmos pagados desde cada una de las jurisdicciones de la Gobernación del Tucumán o en el conjunto de dicho espacio, tratando de acercarnos por esta vía a la historia económica y social del Tucumán durante el siglo XVI y XVII. Si recuperamos todos los montos totales recaudados en concepto de diezmos para todo el Tucumán, y calculamos los promedios anuales de cada período, obtenemos el siguiente gráfico:

De acuerdo con esta información, que realmente cubre tres décadas y nada nos informa sobre 75 años intermedios, tendríamos un primer período de 1590-97 cuyos diezmos son los más bajos conocidos, que se van incrementando constantemente hasta 1612, reduciéndose un poco hasta 1616 donde quedan entre 10 y 11 mil pesos anuales. Luego entramos al largo período sin información hasta que llegamos a 1691 donde la recaudación no presenta mayores cambios en relación a principios del siglo. Si analizamos estas cifras con más detalle tenemos que del período inicial donde los diezmos alcanzaban a un promedio anual de 6851$ pasamos a un próximo período de

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1597-1601 donde suben a 9295$ (+36%) y luego, en 1604-12, donde siguen subiendo para llegar a 12.596$ (+84% en relación al período inicial de 1590-97 pero también otro 36% en relación al período anterior). Esta alza se interrumpe en el año 1612 donde los diezmos vuelven a bajar, lentamente, sin retrotraerse al nivel del período anterior, con 10.701$ anuales. Sobre todos los años que van desde 1617 a 1691, es decir sobre 74 años, no contamos aún con ninguna información sobre los diezmos, y su ausencia presenta un serio problema en tanto justo en ese período se dan cambios significativos, como las dos ofensivas española contra los valles calchaquíes en las décadas de 1630 y 1660 (Lorandi, 2000) y una posible retracción de los precios en el conjunto regional a partir de 1660, tal como se dio en Córdoba en los precios de los mulares destinados a la exportación hacia los centros mineros andinos y en consonancia con la retracción de la producción minera (Assadourian, 1982[1968]). En 1691, cuando volvemos a contar con un monto total anual que alcanza a 12717$, semejante al de la mejor década de principios de siglo, enfrentamos la duda sobre si un solo año nos puede marcar la tendencia general de ese momento, en tanto Arcondo (1992:45ss) sostiene que antes del traslado del obispado a Córdoba (1699) la renta anual alcanzaba un promedio de 11.000$, que son los mismos recaudados en el período que va entre 1612 y 1617 cuando se interrumpe nuestra serie anterior. Para el período de 1591 a 1601 también contamos con la serie de diezmos del Obispado del Tucumán que nos brinda una información que incluye su desagregación por jurisdicciones, documento central para este trabajo. Estos datos son los que constan en el siguiente cuadro, en el cual hemos ido ordenando las ciudades de acuerdo a la fecha de su fundación definitiva y anotando el año respectivo. Años

Santiago Tucumán Esteco Córdoba Salta L.Rioja V.Madrid (1553)

(1565)

(1567)

(1573)

(1582) (1591)

Jujuy

Total

L.Juntas (1593)10 (1592)

1590/1

6495

91/2

2300

1330

1125

1000

1200

6955

92/3

2700

1150

1550

1100

1300

300

93/4

2200

900

1300

800

1300

300

200

7000

94/5

2200

750

900

820

900

290

250

6110

220

8100

95/6

2000

1013

1030

880

900

96/7

1700

1100

1150

950

1060

97/8

2109

1000

1250

950

1200

98/9

2008

1400

1500

1400

1220

99/00

1910

1500

1230

1500

1500

454

1350

350

9794

1600/1

2036

1320

1200

1700

1750

510

1650

450

10616

454

410

300

6753

470

300

6730

620

400

7529

860

400

9242

Diezmos recavados en el Obispado del Tucumán, 1590/1d 1600/01. Valores en pesos.

Antes de comenzar su análisis, lo primero que tenemos que hacer es agrupar los datos de Salta y Jujuy en tanto, por investigaciones anteriores, sabemos que los primeros pobladores del Jujuy de 1593 son algunos vecinos de Salta y que Jujuy se fundó sobre tierras que ya estaban repartidas entre ellos (Palomeque, 2006:18, basándose en Vergara, 1961[1934]:114-130). También cabe señalar que los diezmos que cobraba el

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obispado del Tucumán provenientes de Jujuy no coincidían con el actual territorio de esta provincia, en tanto su sector norte estaba diezmando al obispado de Charcas y la recuperación de los mismos por parte del Tucumán será parte de un largo conflicto que entendemos como la continuación o la secuela del tipo de invasión española que sufrieron las sociedades indígenas de esas zonas. Como antes mencionamos escuetamente, antes de la tercera y definitiva fundación de Jujuy en 1593, las huestes españolas del Tucumán invadieron la Puna en zonas donde los indígenas ya estaban en paz, con religiosos en sus pueblos y tributando a sus encomenderos que eran vecinos de la Audiencia de Charcas y, en consecuencia, hacia esa circunscripción eclesiástica siguieron fluyendo sus diezmos por lo menos hasta la década de 1660 (Palomeque, 200611). A continuación presentamos la gráfica que surge de los datos anteriores y de la mencionada agrupación de Salta y Jujuy:

De la información expuesta se desprende que en los primeros años, lógicamente, hay una relación directa entre el monto de los diezmos y el tiempo de consolidación de la presencia española en cada jurisdicción. Esto se comprueba al observar su monto durante el primer año (1591/2) donde la recaudación más alta corresponde a Santiago (1553) y luego a Tucumán/Ibatín (1565), Esteco (1567) y Córdoba (1573), aunque esta tendencia no siempre es válida ya que en Salta -de fundación y estabilización más tardía (1582 y más aún)- se recaudan diezmos casi tan altos como los de Tucumán/Ibatín. En segundo lugar, el monto total de los diezmos es inestable y con cierta tendencia a la baja hasta 1594/5, fecha a partir de la cual se estabiliza para comenzar un constante incremento a partir de 1597/8, donde todo indica que se habrían solucionado los problemas anteriores. Este repunte es tal que la recaudación total del año 1600/ 1 es un 52,3% más alta que la del año inicial de 1591/2. La inestabilidad y decadencia de los diezmos durante el primer quinquenio bien puede ser considerada como una consecuencia del largo período de campañas militares previas (casi medio siglo), de las cuales las últimas son las de Ramírez de Velasco hacia Valles Calchaquíes y Puna en los años 1587 y 1588, que continúan luego cuando finalmente logran fundar las ciudades de La Rioja (1591) y Jujuy (1593) cerrando el cerco sobre las poblaciones insumisas de Valles Calchaquíes. También es posible que estén reflejando la gran mortalidad indígena ocurrida a lo largo de este medio siglo o aún antes (Lorandi, 1988; Pucci, 199812) pero más aún la gran peste

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general del año 1590, ocasionada por una epidemia de viruelas que afecta tanto a Charcas como al Tucumán (CGV, 2935). Sobre estas pestes generales se explaya el Teniente de Gobernador de Esteco en su informe de 1608, cuando entiende que las pestes, entre otras, son una de las causas de la decadencia de su ciudad. Él dice que «...Esta ciudad después de su fundación ha ido en disminucion a causa de que a habido dos pestilencias generales, que se han muerto mucha suma de indios. Y eran las pestes: la una llaman los naturales Lipe-Lipe que en dándoles se caian.... muertos y la otra viruela y sarampión de que murieron muchos indios... españoles y mestizos...» (BANB, CACh 630, f.13).

A su vez, la bonanza que se observa a partir de 1597/8 debería ser entendida como resultado de la consolidación de las ciudades durante el período de paz que se inicia luego de haber rodeado, cercado, la zona sublevada en Valles Calchaquíes con esta cadena de ciudades, lo cual habría permitido que todo el Tucumán gozara de una estabilidad y bonanza creciente. En paralelo, también observamos que dicha bonanza afectaba de manera desigual a las distintas jurisdicciones, en varias de las cuales ya se nota el inicio de problemas en sus diezmos. En lo que hace a Santiago del Estero en particular, la última década del siglo XVI aparece como una época de relativa bonanza en tanto es la jurisdicción que más diezmos percibe, lo cual se condice con los datos de 1608 sobre el incremento constante del valor de los oficios vendibles, la estabilización del derrumbe de su población indígena y el desarrollo de sus producciones de trigo, maíz, cebada, garbanzos, vides, etc. en las chacras de españoles cercanas a la ciudad que también cuentan con ganados vacunos y ovinos13 (Pérez et al., 1997). A contrapelo de estos indicios de bonanza, van apareciendo signos preocupantes en tanto sus diezmos no tienden a crecer como el resto sino que ya comienzan lentamente a decaer, como si ello de alguna forma se relacionara con las referencias a los problemas del salitre que brota y de las inundaciones que derrumban las casas y la catedral. En el siguiente gráfico podemos observar la participación que a cada jurisdicción le corresponde en la masa total del diezmo durante todo el período 1591-1601. Para este gráfico, en aras de la simplificación gráfica, además de la unificación de Salta y Jujuy, hemos optado por unificar dos jurisdicciones más: una ciudad antigua, Talavera de Esteco (1567) y otra nueva, Madrid de las Juntas (1592), también debido a varios criterios que nos indican que es posible que así corresponda hacerlo. El primero es que ambas se localizaban en las tierras cálidas por donde corre el río Salado (Madrid más cercana a las nacientes que Talavera), el segundo porque desde Esteco partió la mayor parte de los vecinos que poblaron Madrid (ABNB, CACh 630)14, y el tercero porque en el año de 1609 se trasladaron los vecinos de Esteco hacia Madrid conformando una sola población llamada Nuestra Señora de Talavera de Madrid o Esteco (Bruno, 1966:490). Sin duda el traslado se debió a la decadencia de Talavera de Esteco producida, según el Informe de 1608 que antes mencionamos, por la mortalidad de sus indios, el paulatino abandono de la ciudad por parte de 12 de sus vecinos y el cambio de la ruta hacia Charcas que antes era Santiago del Estero-Esteco-Salta, en la década de 1590 se modificó para ser Santiago-Madrid-Salta. Antes de pasar al gráfico, entendemos que corresponde recordar algunos elementos sobre las zonas donde se asientan estas ciudades y sus funciones.

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A lo largo de los valles o planicies por donde corren los dos grandes ríos, el Salado y el Dulce, tenemos en primer lugar a Santiago del Estero que es el primer asentamiento español sobre el río Dulce, en la parte en que éste se acerca al Salado. La población colonial de Santiago fue la que se expandió primero hacia la cuenca superior del río Dulce con la fundación de Ibatín/Tucumán casi al mismo tiempo que se expandían hacia Esteco, en el río Salado norte. Años después, desde Esteco, nuevamente los españoles se expandieron hacia el curso superior del Salado con la fundación de Madrid. Tanto la población colonial de Santiago como la de Esteco -ambas localizadas en zonas cálidas que actualmente se denominan llanura chaqueña- se expandieron hacia zonas ubicadas en los cursos superiores de sus respectivos ríos, situando las nuevas ciudades aún en zonas cálidas pero ya en la zona de transición entre las sierras y la llanura chaqueña, como si quisieran acceder a la zona serrana pero sin lograrlo. Es decir, que tanto Santiago como Tucumán/Ibatín, Esteco y Madrid están localizados en zonas cálidas, bañadas por los ríos más importantes de la región. Cabe remarcar también que durante largos años la mayor parte de los recursos necesarios para la expansión hacia otras zonas provendrá de estas zonas bañadas por los ríos Dulce y Salado. Otras tres ciudades están ubicadas en los valles más cercanos al piedemonte de las cadenas montañosas o en las quebradas cercanas a los indios sublevados: Salta, Jujuy y La Rioja, cuyo asentamiento y consolidación fue más tardío. Controlar el valle de Lerma donde se asienta Salta, los valles bajos cercanos a Jujuy, la Puna y la Quebrada les insumirá toda la década de 1580 e incluso los primeros años de la del ‘90. La Rioja, situada al oeste de Santiago del Estero casi en línea recta, era un naciente enclave militar fundado en la década del 90, ubicado en la boca de una quebrada que controla la salida de los valles sublevados, que difícilmente logra expandirse hacia ellos. Más al sur, y ya cruzando las áridas salinas que la separan de la zona regadas por los ríos Dulce y Salado, se encuentra Córdoba, asentada en el piedemonte oriental de unas antiguas sierras bajas y aisladas, de suelo fértil, con terreno firme y buenos arroyos, y con un clima más parecido al de España según los relatos nostálgicos de la época. Fundación conflictiva, con recursos de vecinos santiagueños en acuerdo con grupos de Charcas o de Chile o de ambos, quienes buscaban consolidar un asentamiento en la ruta que permitiera la salida directa al Atlántico. Esta fundación respondió más a los intereses de la comunicación mercantil que al conflicto con las sociedades indígenas de tierras altas.

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En el gráfico construido en base a los ingresos de cada jurisdicción durante la última década del siglo XVI, a simple vista, puede observarse que los diezmos de Santiago del Estero son los más cuantiosos (27%), seguidos de los de Esteco/Madrid (23%), Salta/Jujuy (19%), Tucumán-Ibatín (15%), Córdoba (14%) y La Rioja (2%), cuya secuencia se corresponde con el tiempo de fundación de cada ciudad con excepción de Tucumán-Ibatín. Pero si agrupamos a las ciudades de acuerdo a los criterios anteriormente explicitados, advertimos que aquellas ciudades situadas en las tierras llanas y cálidas bañadas por los ríos Salado y Dulce (Santiago, Ibatín, Esteco y Madrid) que constituyen nuestras tierras bajas, ellas aportan el 65% de los diezmos, es decir que son la base económica del asentamiento colonial en la Gobernación del Tucumán. También, con preocupación, puede observarse que si bien en esta amplia zona se concentran la mayor parte de los recursos, según los diezmos, aquellos están comenzando a agotarse. Cruzando este gráfico con los datos del primer cuadro, se observa que, mientras la tendencia general es al alza, los diezmos de Santiago del Estero presentan una lenta decadencia a lo largo de la década, los de Esteco y Ibatín/Tucumán se mantienen estables y los únicos que crecen notoriamente son los de Madrid, reflejando claramente que la tendencia a la decadencia se acentúa cuanto más sean los años de asentamiento español en cada jurisdicción. Es justamente el carácter de fundación reciente de Madrid (1592) y los altos diezmos que recauda, lo que más nos alerta sobre la existencia de un tipo de acceso y control de los recursos muy exitoso en el corto plazo, pero con tendencias hacia la baja, hacia la destrucción de los mismos en el mediano plazo. Para un período muy posterior, específicamente para el año 1691/2, contamos con otros datos sobre la recaudación de diezmos. Según Arcondo, antes que el Obispo Mercadillo se hiciera cargo del Obispado (1698), los diezmos de todo el Tucumán alcanzaban a 11.000 pesos, es decir, casi lo mismo que un siglo atrás, ya que en el año 1600/1 llegaban a 10.616 pesos. Un poco más alto es el monto de 12.717$ que para el año 1691/2 citan Tell y Castro en base a una referencia de Pastells (Tell y Castro, 2006), pero ello no modifica la tendencia. Para este año también contamos con la distribución porcentual de la masa total de diezmos del Tucumán calculada por Garavaglia (1987:27) quien no incluye su valor total, pero cuyos datos nos permiten realizar una comparación con los que sucedía en cada una de las jurisdicciones a un siglo atrás. El siguiente grafico se construye en base a estos porcentajes.

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Al comparar las dos últimas gráficas, es decir los diezmos de la última década del siglo XVI y un año de la última década del siglo XVII, pueden advertirse los profundos cambios que ha sufrido la región del Tucumán a lo largo del siglo XVII, y si remarcamos el hecho de que dicha estructura de la distribución porcentual de los diezmos se mantiene hasta fines del período colonial (Garavaglia, 1987:27), tenemos que concluir que durante el siglo XVII se dio una profunda reestructuración de las distintas regiones del Tucumán. De estas dos gráficas lo primero que es preciso remarcar es que en el segundo gráfico, el que corresponde a fines del siglo XVII, se observa que de las antiguas poblaciones asentadas a lo largo de los cauces de los ríos Salado y Dulce la única ciudad que persiste y muy reducida es Santiago del Estero, cuyos diezmos han disminuido tanto que dejaron de ser los más importantes. Los diezmos de Santiago que alcanzaban un 27% en 1591-1601, pasaron a convertirse en los de menor incidencia, representando apenas un 7% del total en 1691/2, incluso las Actas... mencionan que en los años 1637/8 y 1666 no se presentan posturas en el remate de los mismos. En 1691/2 también se observa que ya no existe Nuestra Señora de Talavera de Madrid o Esteco situada en el emplazamiento de la antigua ciudad de Madrid, hacia donde se habían trasladado los vecinos de Esteco en 1609 y que para fines del período 1591-1601 era la más pujante de todas las jurisdicciones.15 Todas estas ciudades del curso superior del Salado han desaparecido. Sobre Esteco sabemos que en 1610 tenía 110 vecinos y luego, en un tiempo aún impreciso, comienza a decaer; en 1662 es atacada por indígenas chaqueños y para 1671 sólo tiene 20 vecinos. Posteriormente, fue convertida en un presidio y finalmente fue destruida por un terremoto en 1692 (Bruno, 1966). Tampoco Tucumán es la antigua Ibatín situada en el curso superior del río Dulce que aportaba un 15% de los diezmos. La ciudad original ya no existe, sus vecinos se trasladaron a su emplazamiento actual (La Toma) en 1685, a nuestro entender hacia un ambiente semejante, debido a inundaciones y enfermedades tropicales y a la búsqueda de un lugar más favorable para la inserción mercantil que vinculara la nueva ciudad al centro minero de Charcas (Noli, 2004). La nueva Tucumán tiene una participación muy escasa en la masa de los diezmos de fines del siglo XVII, donde sólo alcanza el 11% del total, que en poco se diferencia de su opaco lugar a principios del siglo XVI cuando apenas llegaba a un 15%. Es decir que se han derrumbado las economías de los antiguos asentamientos ubicados en las tierras bajas de las zonas de los ríos Salado y Dulce (Esteco/Madrid, Santiago e Ibatín/Tucumán, en ese orden) que a fines del siglo XVI aportaban el 65% de los diezmos. Sus ciudades, un siglo después, han decaído notablemente, han desaparecido o se han trasladado y su derrumbe que afecta sobre todo a aquellas ubicados sobre el río Salado. Santiago del Estero queda con su escaso aporte del 7% del total de los diezmos, que sólo alcanza a un 18% si incluimos a la nueva Tucumán. Una tendencia inversa, no homogénea, donde se entrecruza la consolidación, la estabilidad y la expansión, se da en el otro grupo de ciudades, las que antes habíamos calificado como localizadas en el piedemonte, conformando un cerco alrededor de los valles calchaquíes, y que en la última década del siglo XVI recién se estaban consolidando (Salta y su expansión con la fundación de Jujuy) o fundando (La Rioja). Estos asentamientos en zonas de piedemonte, durante el siglo XVII y luego de largos años de luchas en los valles

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Calchaquíes, se han logrado consolidar como en La Rioja e incluso, después de las guerras calchaquíes, han logrado fundar una nueva ciudad estable como es la de Catamarca.16 Un siglo después estas ciudades han incrementado su participación en la masa decimal. Para 1591-1601 el conjunto conformado por Salta, Jujuy y La Rioja alcanzaban un 21% del total de los diezmos y en 1691/2, si incluimos la nueva ciudad de Catamarca, ya llegaban al 40% del total, es decir, casi duplican su participación. Este crecimiento no es homogéneo si comparamos los diezmos de cada una de estas ciudades. Este exitoso panorama se desdibuja en el caso particular de Salta y Jujuy cuyos diezmos han bajado del 19% al 13%, en un movimiento de retracción que afecta más a Salta que a Jujuy, según desprendemos de la serie de diezmos para Salta publicadas por Tell y Castro (2006). En contraste sobresale el fuerte crecimiento de La Rioja que de un 2% ha saltado al 11%, y más aún el de Catamarca que apenas tiene un poco más de una década de existencia y cuyos diezmos ya alcanzan al 16% del total (es decir, lo mismo que los diezmos aportados por lo poco que resta de las antiguas ciudades de las tierras bajas). Entendemos que su bonanza responde por un lado al proceso de consolidación de esas economías regionales a principios del siglo XVII y, por el otro, esta alza nos está marcando el éxito de los conquistadores en el avance hacia las tierras de Valles Calchaquíes, de regadío y tan fértiles, aunque no debemos olvidar que en 1691/2 estamos ante una situación relativamente reciente ya que dicha expansión sólo ha logrado consolidarse a fines de la década de 1660. Además, como veremos más adelante, el avance hacia los valles calchaquíes en las décadas de 1630 y 1660 implicó un conjunto de enfrentamientos militares con altos costos en quebrantos, crisis, etc., para todas las ciudades mencionadas, tal como veremos más adelante. Los diezmos de Córdoba a lo largo del siglo son los que más aumentan, pasando del 14% en la última década del siglo XVI a un notable 42% en 1691/2. Las Actas..., nos brindan frecuentes noticias sobre los diezmos de Córdoba sobre todo a partir de 1627 cuando los mismos comienzan a ser los más importantes de la jurisdicción. Las Actas mencionan que estos diezmos habían crecido notablemente para 1627 alcanzando a 4200 pesos, una cifra muy alta en comparación con los 1700 pesos del año 1600, que implica un aumento del 150%. Para años posteriores se observa que dicho incremento es constante en tanto entre 1634 a 1666 los diezmos oscilan desde 5000$ a 6000$ con una reducción a 4500$ en 1638/9.17 Hacia 1690 estos diezmos se estabilizan pero en su nivel mas bajo, en 5000$ anuales que realmente son 4600, ya que en ellos se incluyen 400$ que antes no se cobraban. Este nuevo ingreso se inicia en 1689 cuando la masa decimal comienza a incluir el medio diezmo cobrado a los jesuitas que consiste en una suma fija de 600$ por todas sus haciendas (400$ por las de Córdoba, 50$ por las del Colegio de Santiago, 60$ por las de Tucumán, 30$ por las de Salta y 60$ por las de La Rioja) (Arcondo, 1992:46). Cabe señalar además que los diezmos de Córdoba al igual que los de toda la Gobernación del Tucumán sufren una abrupta caída ya fuera de nuestro período de estudio. En la primera década del siglo XVIII comienzan a caer y se reducen notablemente en la segunda década, llegando a la mitad de su valor habitual.18 Si recuperamos las cifras anteriores referidas al fuerte crecimiento de la economía de Córdoba que nos indican las cifras de los diezmos de 1627 vemos que estos datos concuerdan con los estudios de la economía regional realizados por Garzón Maceda

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(1968) y Assadourian (1982 [1968]).19 Estos autores nos señalan que en un primer período (desde fines del siglo XVI hasta 1610 aproximadamente) la región se insertó en un conjunto amplio de circuitos interregionales comunicándose con Potosí, Chile y el Atlántico a través de Buenos Aires, con especializaciones productivas variadas donde los textiles de lana y algodón eran sumamente importantes al igual que en todo el Tucumán, pero donde también participaban grasas, sebos, trigos, etc. Posteriormente, las prohibiciones legales del acceso al mercado atlántico, la gran mortalidad de la población indígena y las tierras desocupadas en consecuencia, permitieron u obligaron a organizar una segunda especialización productiva regional, orientada hacia la producción ganadera en general pero principalmente de mulares, los que eran vendidos luego en el mercado minero altoperuano. Estas mulas, escasas pero de altísimo valor unitario a principios de siglo (décadas de 1610 y 1620), comenzaron a ser producidas en forma creciente logrando altos retornos en dinero (décadas de 1630 a 1660), ingresos que luego se van reduciendo a medida que fueron bajando sus valores unitarios en consonancia con la crisis minera que orientaba el ritmo de sus precios (décadas 1670 hasta fin de siglo). Estas tendencias a la baja continúan durante el siglo XVIII hasta que, en la segunda década, la baja de los precios origina la interrupción de las exportaciones, precisamente en el período analizado por Aníbal Arcondo (1992). La solidez e importancia económica del asentamiento español en Córdoba era notoria durante el período donde sus relaciones mercantiles eran variadas, cuando se vinculaba con la zona minera de Charcas, Chile, el Tucumán, y el Atlántico a través del puerto de Buenos Aires. En esos años los intereses de los vecinos de esta ciudad parecían coincidir e incluso liderar al conjunto de intereses de las elites regionales del Tucumán. Esto se percibe claramente en 1608 en ocasión de una consulta del Consejo de Indias sobre la conveniencia o no de que la Gobernación del Tucumán y la del Paraguay dejaran de depender de la Audiencia de Charcas y pasaran depender de la de Santiago de Chile. Ante la consulta, tanto el Gobernador Alonso de la Rivera como el Obispo Trejo se opusieron, pero el Obispo fue más allá al proponer la creación de una Audiencia con sede en Córdoba (CGV, N° 3885 y 3951). Esta propuesta de Trejo toma un sentido más amplio cuando se observa que en el mismo año el Padre Juan Romero, Viceprovincial de la Compañía de Jesús, recibió un poder de los vecinos de las ciudades de Buenos Aires, Córdoba y Santiago del Estero, por el cual lo autorizaron a gestionar en España el establecimiento de una Audiencia en Córdoba y también a solicitar autorizaciones para el comercio con Brasil y el abastecimiento directo desde España. Si bien sería necesario un mayor desarrollo de las investigaciones sobre el conjunto de las elites de las distintas jurisdicciones, los datos consultados nos permiten suponer que esta especie de acuerdo general sobre la centralidad de Córdoba se rompió en la década del 30 cuando la primera sublevación de los calchaquíes o una nueva invasión española a estas zonas. En estos años, mientras las Actas ... nos informan de la crisis económica de las ciudades del Tucumán (la fuerte caída de los diezmos en 1632 debido al avance indígena sobre las estancias de Tucumán, La Rioja, Salta, Esteco y Jujuy y que en los años 1637 y 1638 no se encuentran postores para los diezmos de Santiago ni de Esteco), se observa el escaso interés de parte de los vecinos de Córdoba en colaborar con las invasiones hacia las tierras altas andinas, tan alejadas de sus fronteras, de sus mercedes de tierras y también de sus derechos a las encomiendas de indios ya distribuidas entre los vecinos de las otras jurisdicciones del Tucumán. Esta actitud los llevó a enfrentamientos internos pero sobre todo con los

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otros vecinos de la Gobernación y sus autoridades, los que pueden advertirse cuando en 1634, desde Salta, el Gobernador del Tucumán informa y denuncia a la Audiencia de Charcas que con motivo de la sublevación indígena todos los vecinos de su provincia han acudido a su convocatoria, pero que no lo han hecho los ricos vecinos de la ciudad de Córdoba, «... siendo aquella ciudad la más rica de esta provincia y sus vecinos los que mas utilidad y aprovechamiento han sacado de sus indios ocupandolos.... en poblaciones de estancias, trajines al puerto de Buenos Aires, guardas de crías de vacas, de mulas y de ganados mayores, carreterías y en obrajes de sayales y cordellates, sementeras y servicios de casas...»20 (BANB, CACh, 943).

Similar o peor situación económica enfrentan las otras ciudades del Tucumán durante la siguiente y última rebelión calchaquí, o la última y definitiva invasión a sus tierras en 1658-1665.21 En esta ocasión los vecinos de Córdoba sí participaron en la entrada, pero de las Actas se desprende que lo hicieron luego de haber negociado el acceso a los indios capturados en valles Calchaquíes y posteriormente extrañados hacia distintas jurisdicciones para ser yanaconizados en las estancias. En las Actas de 1666 se informa que los indios extrañados que hay que catequizar están 260 en Córdoba, 200 en Santiago, 180 en La Rioja, 160 en Catamarca, 150 en Salta y 140 en Esteco. Entendemos que, luego de estas guerras, la centralidad de Córdoba no pareciera gozar del respeto de los vecinos del resto del Tucumán. Pocos años después del control de la última sublevación, para 1671, luego de la disolución de la Audiencia que funcionó en Buenos Aires desde 1661 a 1671, debido a que «...no han resultado los efectos ... que dieron motivo a su erección...», desde España consultaron a la Real Audiencia de Charcas sobre la conveniencia de reinstalar esta Audiencia en Córdoba «... que es la mas principal de aquellas provincias...», para atender los problemas del Tucumán y de Buenos Aires para los que había sido creada la anterior Audiencia (BANB, R.C.497). Si bien desconocemos la respuesta y los posibles debates, el hecho de que esta propuesta no haya funcionado es un indicio de que entre las elites del Tucumán ya no existía un consenso favorable a Córdoba como a principios del siglo XVII mientras, paralelamente, se seguía confirmando la importancia económica de Córdoba y su lugar como punto de comunicación -y también de tensión- de las relaciones entre el Tucumán y Buenos Aires. Cabe mencionar que en esos años también comenzó a discutirse el traslado de la sede del Obispado hacia Córdoba, con consenso de un conjunto de importantes autoridades eclesiásticas (seculares y regulares) pero con fuerte oposición por parte de los vecinos de Santiago que presentaron una querella en la Audiencia de Charcas en 1681, la que primero obtuvo una resolución favorable del virrey Duque de la Palata pero luego no fue apoyada por el Consejo de Indias, que se expidió a favor del traslado cuatro años después (Tell y Castro, 2006). En síntesis y recuperando el problema inicial, del conjunto de la información desprendemos que hacia fines del siglo XVI, luego de la primera etapa de la conquista donde sólo quedaron sublevados los valles calchaquíes, las recaudaciones de los diezmos se estabilizaron y comenzaron a incrementarse. En este período las mayores

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recaudaciones correspondían a las ciudades asentadas sobre los cauces de los ríos Dulce y Salado donde la capital de la gobernación, la ciudad de Santiago del Estero, mas Esteco, Madrid e Ibatín/Tucumán aportaban el 65% de los diezmos aunque como indicio preocupante se observa que en este tipo de ciudades de tierras bajas los diezmos crecen en las primeras décadas de asentamiento, para tender luego a estabilizarse y a decaer lentamente, mientras ello no ocurre en las otras ciudades. Entendemos que esta situación comienza a trastocarse en la década del 30 del siglo XVII cuando todas las ciudades del Tucumán enfrentan problemas económicos debido a la primera guerra contra los calchaquíes mientras una de ellas, Córdoba, logra eludir su colaboración en la misma mientras despegaban y se valorizaban sus cuantiosas exportaciones ganaderas mulares destinadas a los centros mineros andinos. A partir de esta década, la economía de Córdoba sobresale sobre el conjunto y sus diezmos se van convirtiendo en los más importantes de la gobernación y, en consecuencia, marcando las tendencias generales de los mismos que siguen crecientes hasta la década de 1660. En esta década, cuando una nueva guerra se desarrolla contra los calchaquíes afectando la economía regional, nuevamente no todas las regiones la sufren de la misma manera. Por ejemplo, en 1666 mientras en Santiago ofrecían sólo 200$ por sus diezmos, en Córdoba los diezmos alcanzan a 6000$. Si bien el crecimiento de Córdoba se contradice con la situación del resto de las ciudades del Tucumán y sus serios quebrantos durante los dos períodos de luchas en los valles calchaquíes, también hay que aclarar que las menciones de las Actas .... sobre la existencia de problemas y de decadencia en Santiago no sólo aparece durante las guerras sino que es una constante que se agudiza a medida que el Obispado va dependiendo cada vez más de los ingresos que le proveen los diezmos de Córdoba. A esta decadencia de Santiago hay que sumar la desaparición o traslado de las otras ciudades situadas en los cursos de los ríos Salado y Dulce, de todo lo cual desprendemos que los diezmos de estas jurisdicciones fueron mermando en aras del crecimiento de los de las otras zonas, sobre todo tras el esfuerzo de conquistar las más valiosas tierras altas de lo que antes era el Tawantinsuyu. Las ciudades ubicadas en el piedemonte, en los valles y quebradas que permitían o cerraban el paso a las valiosas tierras altas (Salta, Jujuy, La Rioja y Catamarca) no sufrieron el mismo deterioro que aquellas ubicadas en las tierras bajas, en tanto sus vecinos fueron los directamente beneficiados por el proceso de expansión y consolidación en valles Calchaquíes. Pero, para relacionar las cifras de sus diezmos con este proceso hay que considerar varios elementos, uno de los cuales es que un proceso de expansión militar no se traduce inmediatamente en una explotación económica inmediata de los recursos obtenidos, sobre todo cuando esos recursos son territoriales pero sin acceso a trabajadores, ya que la indómita población original tuvieron que expulsarla hacia las otras zonas coloniales. Aún así, con estas limitaciones, es sorprendente el monto que alcanzan los diezmos de La Rioja y de Catamarca, como si allí se hubieran recuperado muy velozmente sus economías al final de las guerras, y también es sorprendente la estabilidad o decadencia de los diezmos de Salta y quizá Jujuy, a las cuales podemos imaginar como las más afectadas por la decadencia de los precios en Potosí debido a sus intensas relaciones mercantiles con ese destino. Antes de cerrar este punto nos queda pendiente la pregunta de hasta dónde las oscilaciones de los diezmos representan las oscilaciones de la economía de las empresas mer-

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cantiles españolas solamente o al conjunto de la producción regional. Todas las referencias de las Actas sobre la recaudación de diezmos no dan mayores detalles sobre qué productos o grupos pagan diezmos, allí solo se alude a las ciudades y sus jurisdicciones y a sus «estancias». Gracias a Arcondo (1992:46) sabemos que en los diezmos que hemos analizado no se incluyeron los correspondientes a las estancias y haciendas jesuíticas que recién luego de arduas negociaciones comenzaron a pagar a partir de 168922 una suma fija anual de 600$.23 Aparte de esto, no hemos encontrado estudios sobre los diezmos de las diócesis del Tucumán o de Buenos Aires donde se indague sobre los cambios en el tipo de unidades de producción o productos afectados, como si se considerara que éstos eran constantes en todo el período colonial y en todos los distintos territorios. Como esto no es así en tanto los productos y los sectores sociales afectados no son homogéneos en todos los obispados (Moreno Yánez, 1978:257-258), nos queda pendiente un estudio específico sobre el tema mientras del conjunto de los datos y transitoriamente entendemos que los diezmos recaudados están reflejando tendencias sobre el valor de mercado de la masa global de productos que se comercializa en cada región. Estas mercancías sabemos que en su gran mayoría provenía de las diversas empresas de los encomenderos aunque no por ello tenemos que descontar los que provenían de otros grupos como eran los mercaderes, artesanos y pequeños productores dentro de los cuales se debe haber encontrado alguna recortada participación de los indígenas. La encomienda de servicios personales que regía legalmente en todo el Tucumán hasta 1611, donde no había ningún tipo de tasación estatal sobre el monto o la composición de los tributos a entregar en concepto de vasallaje y donde todo el tiempo de trabajo de la familia indígena era expropiado por el encomendero y sus pobleros, hace suponer que, en general24, en el mercado no ingresaban productos originados en las economías indígenas como sí se daba en las altas tierras andinas. En años posteriores, después de que se dictaron las Ordenanzas del Oidor Alfaro, esta participación mercantil indígena se volvió más posible debido a que se tasaron en productos los tributos que debía pagar cada hombre adulto, aunque el alto monto de los mismos, la autorización a conmutarlos por tiempo de trabajo, el fuerte poder político de los encomenderos ante la debilidad de la corona en estas tierras, nos haga pensar que si esta participación mercantil indígena se dio, la misma debe haber sido bastante recortada.

Las tierras bajas y su destrucción El análisis comparado de los ingresos en concepto de diezmos nos llevó a modificar la comprensión que anteriormente teníamos sobre la situación de las sociedades indígenas coloniales del conjunto del espacio tucumano. En una síntesis interpretativa anterior (Palomeque, 2000), recuperando a Lorandi, habíamos concluido que durante la colonia se dio un alto grado de desestructuración general de las sociedades indígenas, el que se agudizaba en las que fueron derrotadas y extrañadas de los valles Calchaquíes, a lo cual sólo habíamos aportado que había excepciones, que algunos grupos habían logrado persistir en «pueblos de indios» y que la mayor parte de los mismos se encontraban en la Puna y en Santiago. Al plantear esto, no habíamos logrado percibir que el espacio de tierras bajas desde donde se conquistaron las tierras altas no incluía solamente a la ciudad de Santiago y su jurisdicción sino a un conjunto de ciudades asentadas a las veras de los ríos Dulce y Salado (Santiago e Ibatín/Tucumán en el río Dulce y Esteco y Madrid en el río Salado), donde a las ciudades del Salado no les habíamos prestado atención por entenderlas como unos de los tantos intentos de fundación frus-

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trados. Nuestra percepción más compleja sobre esta zona sólo la conformamos luego de conocer la gran importancia que sus diezmos alcanzaron por lo menos hasta 1630 y su posterior colapso. En síntesis, lo que en el trabajo anterior habíamos considerado como una fuerte persistencia de los indios de los esteros de Santiago en medio de un contexto general de desestructuración, se ha convertido ahora en un débil resto de las importantes sociedades indígenas asentadas en la zona de los ríos Dulce y Salado. De nuestros trabajos anteriores, lo que sigue siendo un avance sobre estos temas, es lo referido a la persistencia del manejo de los recursos ambientales de la mesopotamia santiagueña hasta principios de siglo XX que analizamos hace años (Palomeque, 1991; 1992), a la cual considerábamos sólo como una forma parcial y modificada de las óptimas relaciones hombre-ambiente del período prehispánico. Ahora, con el objetivo de centrarnos en los procesos de deterioro que produjo la presencia española y en caracterizar un espacio más amplio que el anterior, incluiremos en el análisis nuevas referencias brindadas por las Actas...y los Informes de Santiago y de Esteco para 1608. Dentro del conjunto de las tierras bajas, entendemos que la zona más productiva e importante era la mesopotamia santiagueña, un amplio territorio que comienza al sur de la ciudad de Santiago actual. Es una llanura casi sin pendiente, que en partes alcanza a unos 100 km. de ancho, bordeada por los ríos Dulce y Salado. Esta planicie, antes de la destrucción de los bosques y de la construcción de los diques del siglo XX, se inundaba completamente durante los meses en que las crecientes de los ríos desparramaban sus aguas, depositando también los restos orgánicos que arrastraban en su largo recorrido. La llanura no estaba deforestada como en la actualidad, sino que se encontraba cubierta de grandes árboles de alto valor económico entre los cuales el principal era el algarrobo, del que se obtenía alimento de sus frutos y también su rala sombra posibilitaba los cultivos en estas zonas durante las altas temperaturas estivales. Alrededor de la zona inundable se continuaban las zonas boscosas de gran importancia para la población indígena y campesina, que complementaban su dieta en base a la caza y recolección en años de inundación o que eran su única fuente de recursos en los años de sequía. Existían diferencias entre las zonas más cercanas a los dos ríos: la parte cercana a la costa del río Dulce era más boscosa y más apta para la agricultura de bañados, mientras que en la costa del río Salado la conformación menos densa del bosque y la presencia de algunos terrenos más altos y protegidos de la inundación, permitían que junto a los cultivos de pantanos se practicara también el cultivo de temporal (y una actividad ganadera más intensa durante el período colonial). La actividad agrícola combinada con el acceso al bosque era muy importante. Lo habitual era una combinación anual donde la agricultura predominaba sobre la caza y recolección, pero también había períodos donde esta relación se invertía. Esto se debía a que los ciclos climáticos agudos eran frecuentes, si bien la inundación era lo normal y esperable, a lo largo de la vida de una persona se daban varias sequías,25 que venían acompañadas de plagas de langostas y que obligaban a basarse en los recursos de bosque casi con exclusividad. Los terrenos del bañado, cuando el río los inundaba, tenían la característica de ser móviles y requerir de trabajo continuo para ser productivos, ya que no toda la zona inundable era cultivable, sólo lo eran los terrenos de ubicación cambiante donde la creciente depositaba el limo y eran necesarios trabajos constantes de drenajes para

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que no se salinizaran los terrenos donde la creciente dejaba arenas estériles. Las técnicas de cultivo en terrenos de inundación requerían mucho trabajo, no sólo para evitar la salinización y por el desplazamiento del sitio de cultivo, sino porque también era necesario el traslado de las casas de los habitantes o su protección. Según Lorandi, antes que llegaran los españoles la mayor densidad de población se asentaba en «...las zonas deprimidas donde los cauces fluviales divagantes forman una compleja red de canales de agua permanente que permite una agricultura por inundación favorecida por endicamientos que se utilizaron como reservorios naturales de agua... El asentamiento típico se realizó sobre montículos artificiales para proteger las viviendas de inundaciones y el lodo que estas depositaban en las orillas... se trata de sociedades básicamente de cazadores y recolectores que alcanzan el carácter de una economía mixta con el aporte de la agricultura de maíz, zapallos y porotos...» (Otonello y Lorandi, 1987:92).

También en general se acepta que el manejo local de los recursos, los sistemas de drenaje, etc., deben haberse perfeccionado durante el período del Tawantinsuyu, con el que las sociedades indígenas santiagueñas mantuvieron buenas relaciones, colaborando en el control de la frontera chaqueña y de los pueblos de valles Calchaquíes (Lorandi, 1983). En síntesis, la reconstrucción de las condiciones ambientales a fines del período colonial nos permitió observar que en la mesopotamia santiagueña se daba un sistema de cultivo intensivo basado en inundaciones y fertilizaciones periódicas y una muy buena adaptación al ambiente y sus posibilidades. Cabe remarcar que esto implicaba el uso de una alta cuota de energía, debido a los cortos períodos de siembra y cosecha, la necesaria traslación de campos de cultivos y también de habitaciones, o al menos su protección frente a las inundaciones. El acceso a los recursos del bosque permitía una mayor fertilización y sombra para los cultivos, al igual que alimentos para los oscilantes períodos climáticos donde las sequías eran frecuentes. Estamos frente a un cultivo intensivo de fértiles campos móviles inundados, con combinación frecuente y oscilante de caza y recolección. Entendemos que sociedades similares a las de la mesopotamia santiagueña, quizá con menor densidad poblacional y con menos espacio inundable, eran las existentes en el curso superior del río Dulce y en el río Salado. Para comenzar, corresponde mencionar que todas estas sociedades prehispánicas parecen haber compartido el mismo tipo de relación con el Tawantinsuyu. Investigaciones y reflexiones recientes (Pärssinen, 2003 [1992]:128) plantean que se dieron relaciones entre los incas y los pueblos de estas y otras zonas cálidas y bajas situadas hacia el oriente de las tierras altas, y también que estas relaciones eran más laxas o flexibles que las habituales26. Consultando trabajos previos de Lorandi y Berberián basados en documentos históricos tempranos, y considerando la existencia de estas flexibles relaciones, Pärssinen entiende que la posible frontera oriental del Tawantinsuyu en el Tucumán abarcaba este tipo de zonas bajas, y que serían las ubicadas al oeste de una línea que partía desde el Chorro (actual General Mosconi, al noreste de Salta) y bajaba por el río Salado hasta la altura de las Salinas ubicadas al sur de Santiago del Estero (Pärssinen, 2003 [1992]:119;128). Además de esto, estamos ante una zona donde predominaba una lengua. El padre

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Barzana relata que en toda la zona de nuestro interés predominaba el uso de la lengua tonocotes, excepto en el río Dulce donde también se hablan otras lenguas. El dirá: «... La lengua tonocote que hablan todos los pueblos que sirven a San Miguel de Tucumán y los que sirven a Esteco, casi todos los del río Salado y cinco y seis del río del Estero»27 (Barzana, 1987[1594]:252).

Y, en general, todos los cronistas caracterizaban a los tonocotés como sociedades agrícolas aldeanas que mantenían frecuentes conflictos con los lules -también agricultores pero de asentamiento mucho más inestable-, mientras sostenían que en general las sociedades indígenas de Esteco (río Salado) en poco se diferenciaban de las del río del Estero (río Dulce). Los emplazamientos españoles en el Tucumán se realizaron en estas tierras llanas y cálidas porque la temprana desestructuración de los sistemas centrales de poder del Tawantinsuyu debilitaron sus lazos con las sociedades indígenas de puna y valles; y debido a esto los españoles no pudieron continuar con su política de superposición de sus asentamientos coloniales sobre las complejas sociedades andinas de las tierras altas, y se vieron obligados a asentarse finalmente en Santiago. Este emplazamiento, ubicado en la zona baja, en lugares llanos y cálidos, lugares no deseados e imprevistos, se dio en ambientes y sociedades sobre las que cuales no tenían mayor experiencia previa. El valle de «Esteco» también fue de ocupación española muy temprana y es muy posible que sus pueblos hayan sido parte de las mismas relaciones hispanoindígenas tempranas que se dieron con los pueblos de la mesopotamia santiagueña. Según Cieza (1987:177), para el período del Presidente La Gasca, este valle ya había sido recorrido por Francisco Villagra y su hueste mientras señala que éste era uno de los lugares recorridos por los conquistadores que venían bajando por Humahuaca. Incluso antes de la creación de Cáceres, Aguirre ya había distribuido el trabajo de sus indios entre los encomenderos de Santiago (Levillier, 1920:45). Volviendo a nuestra inquietud inicial, ¿por qué tienden a agotarse los recursos de estas zonas bajas que, según Barzana, al principio eran un vergel con gran densidad de población? Sin duda alguna, tal como dice Barzana, la población indígena de Santiago del Estero y Esteco era muy densa y éste será el principal recurso prontamente destruido durante la conquista de los españoles, no sólo por las pestes y los saqueos de comidas y cosechas, sino también por las frecuentes guerras mantenidas al fundar otras poblaciones, en las «entradas» donde los indígenas acompañaban a la hueste como «indios amigos» o forzados, por los maltratos infinitos a que los sometían, por la mala alimentación, por el exceso de trabajo, por enviarlos a otras jurisdicciones, etc., tal como lo han planteado Assadourian (1972) y también Lorandi (1988), quien insiste en lo destructivo que fue un sistema de dominación sin tasaciones y basado en los «servicios personales». Pero cabe remarcar que, al igual que en otras zonas coloniales, la catástrofe demográfica también implicó la desestructuración de la organización social indispensable para el manejo de ciertos recursos ambientales particulares y caracterizados por su fragilidad. Si pasamos a revisar los cambios en los recursos ambientales y en su manejo que produce la invasión y el asentamiento español, lo primero que observamos es que el

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asentamiento español requería indispensablemente de la existencia de una ciudad desde la cual expandirse primero hacia el área rural circundante y luego hacia futuras invasiones. En la zona de la «mesopotamia» que se iniciaba justo al sur donde los españoles asentaron la ciudad de Santiago del Estero, en la parte donde las barrancas del río se volvían más bajas, la ciudad quedó situada aguas arriba del plano inclinado inundable. Es desde esta ciudad, lugar de asentamiento de los vecinos encomenderos que se beneficiaban del trabajo indígena, donde se produjo lo que a nuestro entender fueron los cambios principales en el antiguo sistema de manejo de los recursos. La ciudad colonial en sí misma, tal como en otros lugares, implicaba un gran consumo de energía indígena y éste se daba en una coyuntura general de derrumbe de dicha población. A sus permanentes requerimientos de energía en alimentos, en trabajo para pagar el tributo y en las frecuentes campañas militares, en esta zona había que sumarles el constante reconstruir de casas y edificios que se derrumbaban por el salitre y necesitaban ser reedificadas, para no contar con las redificaciones que implicaban los cambios de lugar de la ciudad para eludir las inundaciones por cauces cambiantes. A todo esto se sumaba la incomprensión o menosprecio español hacia las formas indígenas de manejo de sus recursos ambientales. El que tanto las ordenanzas de Abreu como las de Alfaro hayan insistido en el necesario respeto hacia los tiempos de recolección de la algarroba como hacia la inevitable movilidad de los campos inundables, es todo un indicador su avasallamiento por parte de los españoles. Sobre lo que poco o nada mencionan las fuentes directamente, es sobre la lenta e inevitable desestructuración de los sistemas de drenaje de los campos inundables que nosotros entendemos como elementos centrales en toda esta decadencia. A nuestro entender una ciudad como la de Santiago, emplazamiento estable ubicado en la parte superior de un plano inundable, con sus indios de servicio trabajando los cultivos inmediatos, regados por el sistema europeo de acequias recién construidas, al estar todo ello ubicado en la parte superior del plano inclinado, desestructuraban el sistema de inundación de la parte baja de la cuenca. Estaban generando un asentamiento estable y, además, monopolizando y modificando el curso del agua, antes de que la misma ingresara a la planicie inundable. Estos cambios, río abajo, sin duda tenían que ocasionar la necesidad de multiplicar el trabajo en nuevos drenajes, trabajo que no podía invertirse debido a las escasas energías disponibles para la economía indígena, todo lo cual derivaría en una paulatina retracción de áreas cultivables debido a la salinización por falta de obras de drenaje. El monopolio del agua se daba a través de la construcción de una acequia principal y, paulatinamente, de otras secundarias, con las que se regaban las chacras que rodeaban la ciudad, todas ellas de propiedad de los españoles. Aparentemente quien hizo esta acequia fue el Gobernador Abreu, o al menos eso es lo que él dice en una carta que le escribe a Toledo en 1577, orgulloso de haber podido controlar el curso superior de las aguas en beneficio de los vecinos: «...He sacado una acequia principal para riego de sementeras tardías y hecho repartimiento dellas ques ymportante cosa por questas son las que ynchen la tierra por ser las mayores y las que quando faltan hazen mas falta por ques por falta de los temporales ques al tiempo de las aguas y asi estan proveydos de riego para todos tiempos...» (Levillier, 1920:58).

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Mientras todas las referencias hablan de la acequia como una construcción española y no indígena, el Informe de 1608 brinda más detalles, al mencionar que la ciudad consistía en cuatro cuadras por cinco, con una plaza en el centro, que

«no tiene arrabales porque, en saliendo de la ciudad entra el campo: por una parte se va a tomar al río y por la otra salida a la acequia principal, donde están las chácaras para el sustento de los vezinos della....».

Entendemos que aún los españoles mejor intencionados no percibían la desestructuración que generaban. Esto se nota durante el accionar humanista de algunas autoridades, religiosos o particulares que decían haber logrado cierto alivio para los indios que antes molían el trigo a mano ya que, desde el período del Gobernador Alonso de la Rivera, se contaba con un molino «...que muele con el agua de la asequia principal y el agua con que muele se aprovecha en el riego de las chácaras y otros efectos...». (Pérez et al., 1997). Con todos estos elementos, bien puede desprenderse que si en un plano inundable, factible de salinización donde se acumulan arenas, se sitúa un asentamiento poblacional estable y además se entuba agua para regar zonas de cultivos que pasan a ser estables, las secuelas irreversibles28 serían: § La modificación del sistema de inundación en el curso inferior, cuya zona fértil se verá reducida velozmente por falta de agua. § El cambio en los comportamientos habituales de escurrimiento del agua, dejando obsoletas las antiguas obras de drenaje, y requiriendo nuevas obras justo durante un período de derrumbe de la población indígena y de desestructuración de los sistemas de organización políticos y sociales que permitían la realización de las obras colectivas. Es decir, imposibilidad de recuperar los sistemas de drenaje que parecen haberse perfeccionado durante el período de presencia incaica y un posible retorno a sistemas más simples, factibles de ser operados por unidades aldeanas o unidades domésticas. Todo este proceso terminaría por debilitar el denso asentamiento indígena en la zona del río Dulce, con lo cual el Salado pasaría a ser el área de mayor preservación, tal como se expresa en el Informe de 1608 cuando se señala que la mayor población indígena se asienta sobre el Salado, cuando las referencias más tempranas indicaban una mayor concentración poblacional estaba en las costas del río Dulce. § La reorientación del ya escaso trabajo indígena hacia obras constantes de consolidación del curso del río a la altura de la ciudad y sus chacras (protección de barrancas), que permitían consolidar el espacio de asentamiento estable en una zona inundable inadecuada, en tanto todo asentamiento anterior era móvil y respetaba los movimientos del río. § El recurso al trabajo indígena para el desembarrado de las acequias después de cada ciclo de inundación. 29

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§ La salinización constante de los territorios consolidados en tanto éstos eran una especie de isla seca en un territorio inundable, con la consecuente subida de las capas freáticas en las paredes de casas que pretender ser estables pero que, al estar en esta zona sin piedras, sólo podían estar fabricadas con paredes de adobe que tendían a derrumbarse con la humedad. Finalmente, lo que -como dijo Barzana- bien podría llamarse «el castigo de los dioses». Es decir, la indefensión del asentamiento estable frente a los ciclos climáticos agudos que originaban grandes crecientes, que poco modificaban la vida de las sociedades prehispánicas que cambiaban de lugar el asentamiento de sus casas, pero que sí desestructuraban y debilitaban el asentamiento español para el cual le era indispensable estar en consolidado en un lugar estable. Nos referimos a las grandes inundaciones que si bien no eran constantes, parecen haberse dado quizás una vez en la vida de una persona. En las Actas... se registran varias grandes crecientes del río Dulce (para 1627 y 1663) donde el río «hace madre en la ciudad» y se lleva gran parte de sus casas, e incluso en un trabajo anterior (Palomeque, 1992) observamos que a fines del siglo XVIII el río Salado cambió su curso uniéndose al Dulce durante varios años, que en 1825 el río Dulce se alejó hacia el oeste y pasó a correr por las Salinas hasta que, recién en 1901, otra gran creciente derrumbó los canales artificiales y el río Dulce retornó a su antiguo cauce. En el Informe de Esteco de 1608 se constatan los problemas que también enfrentaba el asentamiento español en esas zonas del Salado que, como caracterizamos antes, era una zona que presentaba bosques con árboles de mayor envergadura y con áreas de inundación más reducidas pero donde la mayor humedad permite un mejor desarrollo de la agricultura de temporal. En esta ciudad los españoles se apropiaron del agua construyendo una acequia que pasaba por el medio de la ciudad, pero muy velozmente tuvieron que bloquearla debido a que en sus casas comenzó a «criarse» el salitre. A esta acequia luego la reorientaron para mover un molino que se les embarraba en cada crecida y para el riego de las chacras obviamente eran de españoles y trabajadas por los tonocotes. «...Las casas no tienen ni huertas ni jardines ni fuente, y al principio cuando se pobló esta ciudad, de la acequia que riega las chácaras se traia agua a la ciudad por sus asequias y porque se criaba salitre y hacía daño a las casas la quitaron...» (ABNB, CACh 630:f.14v).

Salitre en las casas que parecen derretirse, inundaciones increíbles que casi borran las ciudades, mortalidad indígena constante, son menciones frecuentes en los documentos a las cuales, hacia fines del siglo XVII, también se añaden las ofensivas de los indígenas chaqueños con las que justificaban la decadencia de estas ciudades. A nuestro entender, y luego del recorrido de toda esta investigación, a este avance de las sociedades «chaqueñas» hacia el espacio colonial habría que interpretarlo de otra forma, y pensarlo como el avance de pueblos hacia una zona donde se ha reducido notablemente la antigua población indígena original, derrumbe poblacional derivado de la aguda desestructuración generada por el largo y costoso período de invasión española.

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El Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘Tierras Bajas’ en aras de la conquista de las ‘Tierras Altas’

Notas *

Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

1

Versión revisada y ampliada de Palomeque, 2005a.

2

En esta ocasión, donde recuperamos y revisamos investigaciones previas a la luz de nuevos datos, deseamos agradecer todas las generosas colaboraciones y sugerencias que fuimos recibiendo de varios colegas amigos. A Andrés Laguens, Mirta Bonnin y Gabriela Olivera quienes nos apoyaron en nuestro primer trabajo, y a Ana María Lorandi, Ana María Presta, Sonia Tell e Isabel Castro que comentaron o colaboraron con los siguientes.

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Al realizar esta investigación nuestro objetivo fue desmontar la visión historiográfica nacional vigente hacia 1990, que consideraba que después de la conquista, Santiago del Estero había pasado a ser una zona semidesértica como en la actualidad, sin que se percibiera la continuidad de los cultivos campesinos del estero, su importancia ni su particular combinación entre agricultura y recolección. Esta equivocada visión que a nuestro entender proviene en parte de unas cortas y veloces líneas de Halperín Donghi sobre Santiago a fines del período colonial muy leído por los historiadores, es la de nuestros primeros trabajos sobre la zona (Palomeque, 1989:149-156; 206) al igual que la de otros colegas (Farberman, 1991:48). Esta perspectiva no era la de los geógrafos e historiadores santiagueños, que sí conocían esta situación, pero no insistían en ella en tanto la consideraban algo natural o normal, la «naturalizaban». Actualmente esa visión historiográfica ya se ha modificado e importantes investigaciones de difusión nacional la han incorporado y profundizan sobre la misma (Farberman, 2005; Tasso, 2007).

4

Gastón Doucet ya ha avanzado en el análisis sobre el perfil social de los vecinos de esas ciudades (Doucet, 1991; 1996) y ha prometido un análisis completo de esas fuentes. En este trabajo sólo recuperaremos las citas que nos sean indispensables del documento original localizado en la Biblioteca y Archivo Nacional de Sucre para el caso de Esteco y de una transcripción del documento de Santiago del Estero (Pérez et al.,1997).

5

CGV, 3361. Tomo 172. «Traslado de las cuentas y memorial de los arrendamientos de los diezmos del Obispado del Tucumán». Agradecemos a Ana M. Presta por habernos reenviado a la lectura de su catalogo publicado por Raúl A. Molina (1955:585) y a Isabel Castro Olañeta por haber contrastado dichos datos con los originales del A.G.I., con los cuales presentaban leves diferencias.

6

En el mencionado artículo también se analiza la legislación vigente sobre la distribución y asignación de los diezmos.

7

En latín en el impreso original. Incluimos la versión traducida que consta en nota al pie de página.

8

Las referencias específicas sobre las fundaciones y traslados de ciudades para el siglo XVI provienen principalmente de libros y documentos publicados por Roberto Levillier y también del Padre Lizárraga, y las del siglo XVII de Cayetano Bruno, recién citados. Para la invasión y conquista española hemos recuperado los trabajos de síntesis interpretativa que junto a Ana María Lorandi hicimos para el tomo dirigido por Enrique Tandeter en la Historia Argentina de Editorial Sudamericana (2000), un artículo posterior donde analizamos el período colonial temprano de la Puna (Palomeque, 2006) y un manuscrito de una conferencia sobre la fundación de Córdoba (Palomeque, 2005b).

9

En el río Salado norte, en su rivera oriental, en el paraje El Vencido, localidad de El Quebrachal, departamento de Anta, provincia de Salta.

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En 1593 se dio la tercera y definitiva fundación de Jujuy luego de las fundaciones fracasadas de Nieva (1562) y de Alava (1575).

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Parte de la información en que se basa la citada publicación proviene del primer tomo de las Actas...., ya que el Obispo Trejo es quien primero inicia el largo conflicto judicial para recuperar estos diezmos para el Tucumán. Este conflicto, que sigue siendo mencionado frecuentemente en las reuniones del Cabildo Eclesiástico, persiste hasta fines de la década de 1660.

12

Pucci plantea que la mortalidad indígena se inicia años antes de que comience la invasión propiamente dicha, en tanto las destructoras pestes deben haberlos precedido en muchos años.

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En 1608 también se menciona que los «vecinos y moradores» de la ciudad eran aproximadamente 160 hombres, 100 mujeres españolas y mestizas, algunos portugueses, 50 negros y 50 negras y muy pocos mulatos. En el listado de población se observa, a simple vista, el alto número de hijos de los conquistadores. En este Informe de 1608 no se incluye a los indios dentro del rango de «vecinos y moradores». Sobre ellos hay referencias en otra sección del Informe, de cuyo contenido desprendemos que habría cierta tendencia a la interrupción del gran derrumbe de la población indígena porque allí se dice que los indígenas eran 20.000, que ahora son 5.000, pero que «de algunos años a esta parte, no van los naturales en tanta disminución».

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« ...y ayudó a ir en disminución los indios aver sacado desta ciudad los Gobernadores pasados vecinos con sus indios para la población de Salta, y la Villa de Madrid y hasta el río Bermejo....»

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Tanto fue su crecimiento en esos años, que debido a ello allí se realizó el Sínodo de 1597.

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En Catamarca, donde no había ningún poblado desde la destrucción de Londres, en 1607 se fundó San Juan Bautista de la Rivera (al oeste de Belén actual, en el valle de Londres) que se despobló luego por asedio de los indios. En 1633 fue refundada en Pomán, pero los vecinos no acudeeron a ella sino que se instalaron en la actual Catamarca. Oficialmente, en 1681 se fundó Belén en la antigua jurisdicción de San Juan Bautista de la Rivera y, entre 1683 y 1684, se fundó Catamarca (Bruno, 1966).

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Menciones a los diezmos de Córdoba y sus montos se encuentran en las Actas de 1627, 1634 a 39 y en 1666.

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Arcondo menciona que los diezmos de la Gobernación bajan de 11.000 pesos para la época en que se hizo cargo el Obispo Mercadillo (1698) a 5.000 o 6.000 pesos en 1711 (Arcondo, 1992).

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En esta investigación de Assadourian, realizada en la década de 1960, ya se consultó el primer tomo de las Actas...

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En estos años de sublevación sólo colaboró Jerónimo Luis de Cabrera «y sus deudos y amigos» que eran «los más pobres y de menos indios», sin contar con la colaboración de los otros vecinos que se quedan en Córdoba.

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En 1658 comenzó la rebelión de indios calchaquíes encabezada por Pedro Bohorques y en el invierno de 1659 se inició la invasión del gobernador Mercado que derrotó a los indígenas de la zona norte del valle Calchaquí, quedando sin dominar la población de la parte sur hasta 1664 cuando, luego de ser derrotada, el valle fue vaciado y su población dispersada (Lorandi, 2000:305ss, 319-322).

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A decir verdad, no pagaron un diezmo sino una veintena -o medio diezmo- calculada en base a una suma fija luego de un acuerdo precedido de fuertes discusiones.

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Las negociaciones que precedieron la fijación de esta suma fija son tratadas con más detalle y amplitud en Tell y Castro (2006).

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Al respecto cabe mencionar que a través de las investigaciones de Gabriela Sica sobre Puna y Quebrada de Humahuaca, se ha podido conocer que los curacas de dichas zonas lograron participar en el mercado con productos generados desde sus propias economías (Sica, 2006).

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Entre 1790 y 1850 fueron años de sequía: 1790, 1794, 1799, 1802, 1803, 1817, 1818, 1820 y 1846 (Palomeque, 1991; 1992).

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El sistema de adhesión entre incas y curacas locales andinos, basado en el parentesco y que requería que cada inca reconfirmara su autoridad, no funcionaba bien en sistemas sociales diferentes, de rudimentaria organización política, donde los señores locales tenían escasa autoridad. La conquista militar inca era rápida y basada en la fundación de asentamientos en sociedades semejantes, que no estaban en la «frontera» ni debían protegerla, sino que eran puntos de apoyo a partir de los cuales desarrollaban avances pacíficos hacia estas zonas nuevas, de sociedades diferentes, en base a «dones prestigiosos» y «lazos de adhesión» (Pärssinen, 2003 [1992]:73; 92; 115).

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Forma habitual de denominación del río Dulce en esos años.

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Digo «secuelas irreversibles» no sólo pensando en el derrumbe de la población sino también en la destrucción del ambiente. Investigaciones actuales, que ubican la zona en cuestión dentro del Chaco al que califican como uno de «los muchos ecosistemas fuertemente estacionales...» de América, plantean que una de sus características es la «...lentitud de los procesos de cicatrización de los ecosistemas y/o... la irreversibilidad de determinados cambios» (Morello, 1983:356).

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En las Actas es notorio como cada vez que necesitaban de un trabajo sólo se imaginaban a los indios mitayos como sus posibles ejecutores.

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La noticia periodística como documento histórico y/o antropológico* María Cecilia Stroppa Universidad Nacional de Rosario Contacto: [email protected]

Descubriendo las noticias La prensa de una época constituye un recurso valioso para el investigador en cuanto brinda una visión contemporánea de los sucesos que se analizan, aunque dada su inserción en la sociedad, sea una mirada sesgada, parcial y en cierta forma distorsionada. Algunos la han considerado el «espejo del mundo real», un espejo que recoge las imágenes del diario acontecer y otros1 la caracterizan como un actor político colectivo, por la influencia que ejerce en los demás actores sociales que sí interactúan en el campo político de la conquista del poder. Las noticias, los textos de cualquier tipo, las conversaciones informales, no sólo regulan una buena parte de nuestra vida cotidiana sino que funcionan también como uno de los elementos centrales para la reproducción de las condiciones del poder. Además, la noticia en su forma narrativa no es meramente una forma discursiva neutra que pueda o no utilizarse para representar los acontecimientos reales sino una forma discursiva que supone opciones ontológicas y epistemológicas con implicaciones ideológicas e incluso específicamente políticas2. Analizados en el marco de la teoría de la comunicación, los medios gráficos constituyen un vehículo por excelencia del mensaje, con un emisor (la prensa o el periodista) y un receptor (el lector). Y ambos forman parte de la sociedad con sus tensiones y conflictos. Las noticias relevadas en periódicos del siglo XIX sobre el tema indígena tienen la característica de aportar nueva información sobre una problemática que preocupaba a todos por igual, mantener un carácter testimonial y a la vez, como discurso público de las élites del poder político, presentar una imagen de carácter ambivalente positiva/negativa hacia estos grupos, tratándolos por una parte como pobres personas que deben ser ayudadas dada sus condiciones de vida o como gente desagradecida que siempre está insatisfecha pese a lo que se hace por ella. El problema del indio había sido predominante para todos los gobiernos que se sucedieron desde la Independencia, limitando con sus correrías las labores agrícolas y

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ganaderas, saqueando poblaciones que sufrían periódicamente los malones, la pérdida de vidas, el cautiverio de mujeres y el perjuicio a las haciendas. La inestabilidad política del país y la guerra con el Paraguay obligaban a las autoridades a mantener la paz mediante tratados pese a algunas acciones violentas que culminaron con la denominada «Conquista del Desierto» conducida por el Gral. Roca entre abril y mayo de 1879. En las zonas fronterizas el problema adquiere un perfil propio que involucra tanto a los estancieros molestos por la leva de peones y las exacciones fiscales como a militares, peones, sacerdotes, comerciantes, jueces, padres y esposos de los cautivos reclamando por ellos, etc. Tras la caída de Rosas, los indígenas participan activamente en las guerras civiles a favor de unos u otros, pero a partir de Caseros se instaura un período de relativa paz. Las fuerzas indígenas se pliegan a quien mejor les pague o les asegure un suculento botín. La organización estatal continúa siendo reducida y el pasaje del Estado Colonial al Nacional no termina de resolverse. Lo que comienza a definirse como una política para con los indios, se manifiesta en relaciones sociales de desigualdad, de dominación/subordinación que tienen su especificidad y lógica propia. Ya antes de la Conquista del Desierto están sentadas las bases de la hegemonía blanca en el campo económico, político, social y militar. Una primera investigación exploratoria sobre el tema de la frontera en la prensa nos puso en contacto con algunas publicaciones periódicas del siglo XIX. Muchas voces llevadas al papel pero sin continuidad cronológica la mayoría de ellas. Finalmente se decidió leer los primeros veinte años de dos periódicos que poseyeran los requisitos deseados y sobre todo, fuesen accesibles al público, en este caso al investigador. De allí la inmersión en el archivo de los Diarios La Capital de Rosario, fundada por Ovidio Lagos y Eudoro Carrasco el 15 de noviembre de 1867, del cual Ovidio Lagos fue director primero y luego dueño exclusivo del mismo. El otro periódico elegido fue La Prensa de Buenos Aires, a fin de rastrear esta problemática en el imaginario social de una época que Sarmiento anticipó tendría «las ventajas de la extinción de las tribus salvajes...». La elección de estos diarios se debe a su temprana iniciación y a su continuidad en el tiempo sin interrupciones de ningún tipo. Otros periódicos de la época como El Rosario (1864-1865), El Ferrocarril (1865-1866), El Cosmopolita (1865), etc. tuvieron una existencia muy limitada. Se tuvo también en cuenta a La Confederación, fundada por don Federico de la Barra, importante bisemanario político, literario y comercial defensor de las autoridades federales, aparecido el jueves 25 de mayo de 1854, dando publicidad desde sus comienzos a la Constitución Nacional en forma recortable. Ya en 1828 el rosarino Echeverría instala en Santa Fe, con la imprenta de la Convención que el mismo había conseguido en préstamo del gobierno porteño, dos periódicos titulados El Domingo 4 de mayo en Buenos Aires y El Satélite. Ambas hojas de publicidad tuvieron vida efímera por la falta de lectores suficientes. El análisis de un corpus de textos periodísticos presenta diversas ventajas ya que, metodológicamente, resulta por lo general un discurso dotado de gran coherencia interna y con una visión del mundo formalmente estructurada. Existe una fuerte conexión entre la narrativa periodística y el imaginario de una sociedad y en esta interacción y diálogo permanente es donde se institucionaliza el discurso cultural y actúan los así llamados «guiones» culturales cuya organización muestra la visión sobre los «otros», en este caso los indios americanos. Además, nos permite indagar los procesos de construcción y representación de identidades en el contexto histórico y político argentino del siglo XIX. Lamentablemente la heterogeneidad de las noticias

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relevadas no ha permitido una clasificación de las mismas, ya que éstas aparecen de forma aislada y resulta difícil encontrar el hilo narrativo entre ellas.

Leyendo las noticias Desde Rosario especialmente, el conflicto de la frontera parece lejano y ajeno. La prensa local se hace eco de las protestas de los habitantes por las constantes invasiones y matanzas de los indios y publica los relatos de los cautivos liberados o de sus familiares, cede sus páginas a comentaristas, a algunos exploradores con ciertas pretensiones literarias, a aquellos que se designan testigos oculares quienes narran costumbres, hechos, curiosidades relacionadas con los indios y a los corresponsales destacados en los fortines de la frontera. En muchos casos se aconseja generalmente una política de reducción por parte del gobierno, se citan ejemplos de buena voluntad de los indios que acosados por el hambre y la peste llegan a las puertas de los fortines a pedir ayuda y la situación del indígena, se utiliza, más de una vez, como elemento impugnador de los respectivos gobiernos. La lectura de periódicos de épocas pasadas suele producir en nosotros dispares sentimientos de sorpresa y estupor frente a acontecimientos distantes en el tiempo, que nos son ajenos y que no podemos en muchos casos contextualizar en su justa medida. Como ejercicio de interpretación, sin tratar de analizar demasiado el lenguaje o las circunstancias que los rodearon, nos enfrentan a hechos que a veces nos resultan difíciles de entender desde nuestra posición en el presente, aunque las palabras se constituyan en una forma pura de comunicación. La lectura y reconstrucción del pasado asume la forma de diálogo entre el lector/historiador y los documentos considerados textos, acontecimientos históricos en si mismos. Asomarse con curiosidad a las costumbres y pautas de la vida del Otro, tan diferentes de las propias y cotidianas, es una constante en las noticias periodísticas. El periodista se transforma en un escritor «etnógrafo/historiador» peculiar en el intento de querer capturar fugazmente ciertos trazos de esas otras vidas, intentando describir una realidad que difiere enormemente de la suya propia. El texto periodístico nos propone un modelo del mundo real con el cual está en correlación y del cual constituye un modelo finito de los hechos. El periodismo y/o la literatura, creadora de un mundo por excelencia, pueden ser releídos históricamente como una manera de oponer nuevos modelos acerca del devenir histórico a los ya existentes, corregir ideológicamente la historia y/o reelaborarla. La interpretación de estos textos son una operación compleja que depende del conocimiento de los códigos por parte de emisores y receptores. Una lectura histórica de un texto literario, antropológico, político, sociológico o cualquier otra es perfectamente «lícita» ya que éste ofrece a diferentes lectores distinta información, a la medida de las necesidades de cada uno. Para los historiadores, por ejemplo, los textos siempre han sido medios para comprender algo más y no objetos de comprensión en si mismos. Esta historiografía documentalista de abordar un texto como mera información sobre el pasado, con el objeto de reconstruirlo, es, en realidad, una ficción interpretativa que se apoya en la ilusión de que es posible una descripción neutral de lo acaecido, sin interpretación o análisis, lo que implica una concepción del lenguaje como medio absolutamente transparente de representación de lo real, sin pensar que se describen acontecimientos situados en la historia de la cultura y del lenguaje.

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Desde los diarios de la época Es difícil pensar qué sentimientos se generaban en la población rosarina leyendo incesantemente sobre invasiones, asaltos, saqueos, robos de personas y animales y los consecuentes rescates de cautivos de la Sociedad de Beneficencia de Rosario que aportaban trágicas historias de una realidad desconocida, voces de hombres y mujeres que en calidad de testigos, procuran reproducir una situación que los ha tenido como protagonistas durante un tiempo involuntario. Tal vez pocos rosarinos habían oído el iracundo galope del malón, los alaridos, los relinchos; sufrido los ataques inesperados y violentos, la agresividad de la lucha cuerpo a cuerpo, la pérdida de seres queridos y sus bienes. Pero todos leían sobre estos hechos en las páginas de La Capital y La Prensa. Encontramos variadas referencias desde la línea defensiva que partía desde el fuerte de Chascomús y llegaba al de Esquina, pasando por los de Ranchos, Monte, Lobos, Navarro, Mercedes, Luján, Salto, Rojas, Melincué e India Muerta, siete comandancias en una franja de tierra de aproximadamente 155 leguas. Una carta del 11 de enero de 1868 (La Capital, Nº 46) de un corresponsal desde Junín nos relata la invasión de dos mil indios al Fortín Las Tunas -por tercera vez consecutiva-, e informa que invadirán luego Melincué y Rojas, de cuyos puntos no están muy distantes: «Para evitar este peligro no contamos más que con la Guardia Nacional de infantería, algunos de caballería y los extranjeros, todos los cuales vigilan el pueblo con patrullas. A juzgar por la declaración del oficial, que es el baqueano de esta frontera, la invasión a ella parece indudable, no obstante, puede que los indios se entretengan por la provincia de Córdoba y Santa Fe».

Un tipo de invasión frecuente es comparable a la del 2 de setiembre de 1868 (La Capital, Nº 224) en la cual 200 indios irrumpen por la Cañada de Gómez al Norte llegando hasta el Carcaraña y hasta una legua de Las Tortugas: «Han hecho la invasión desvastando con todo descaro y calma - entrando al trote y recorriendo todos los puntos indicados. Llevan un considerable botín. Como cuatro o cinco mil animales yeguarizos y caballar. La hacienda vacuna se ha escapado por el mal estado en que se halla que no han podido arrearla».

Al día siguiente (Nº 225) 400 o 500 indios invaden la estancia de Larré llevándose de nueve a diez mil caballos y vacas. El comentario del cronista remata la nota con estas palabras: «todo esto lo deben los argentinos al peor de los gobiernos que ha tenido la República, General Mitre. Irritante reto de la Barbarie a la Civilización». Los resultados de estos ataques son siempre similares. «Mientras los indios nos empobrecen las campañas y nos cautivan las familias, nosotros sacrificamos nuestra sangre y tesoros en una guerra exterior, con el mentido objeto de redimir a un pueblo de un tirano. No fuera mejor cuidar nuestra casa y redimir a

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nuestras familias arrebatadas por los salvajes sirviendo a sus lúbricas pasiones? Responda el buen sentido» (4 y 5 de enero 1869, La Capital Nº 343) sobre una invasión a Los Loros (Río Quinto).

Y así se suceden las noticias a través de los corresponsales: el 31 de julio 1870 (Nº 814) desde Villa de la Concepción donde se narra el saqueo de los indios a Rueda, el 14 de junio 1872 (Nº 1364) cuando los indios entran por las puertas del Saladillo de la Orqueta, hasta cerca de la colonia Candelaria, etc. Casi al mismo tiempo se escuchan otras voces con otros argumentos. Una nota del 7 agosto de 1873 (La Capital, Nº 1704) anuncia que «se está operando un fenómeno social en estos momentos, que puede, si no se explota en bien de la condición humana, en provecho de la economía y la seguridad de nuestra riqueza rural, transformarse en un cargo inmenso contra la conciencia de nuestros gobiernos y nuestros Congresos».

Alude la noticia a los indios de las pampas del Sur que instigados por el hambre, buscan la protección de los jefes de frontera, piden tierras para abandonar el desierto y recogerse a una vida más regular por «el poder del hambre». El diario comenta: «el cacique Ramón, indio influyente entre la tribu de los ranqueles,bastante despierto y con honestas inclinaciones es uno de los que se han dirigido al Gral Arredondo proponiéndole trasladarse con todas sus dependencias a la vida civilizada con tal que se señalen campos para fijar su residencia y elementos de trabajo para subsistir y progresar. Los bárbaros vienen a entregarse a una nueva vida y la civilización no puede cerrarles sus puertas sin ponerse al nivel de aquellos».

Este reducimiento voluntario es causado por el hambre, «no tienen que comer y no tienen los medios de trabajar, ni saben trabajar. No sería cuerdo descuidar esta prueba, después de sacrificios tan grandes como inútiles. La guerra en permanencia es también una amenaza en permanencia. La guerra no remedia tanto, toquemos el recurso de la reducción que ellos mismos nos brindan y que paulatinamente irá quebrando sus chuzas. Hoy serán 200, mañana 2000, más tarde serán todos. La gran cuestión es formar los primeros núcleos, ésto establece la corriente de esa desgreñada inmigración».

El periodista cita el caso de Catriel y sus indios en la provincia de Buenos Aires y los errores cometidos en ese intento de reducción ya que sólo se trasladó una tribu con sus costumbres bárbaras dándoles ocho o diez leguas sin distribución ni orden. La simplificación de las posturas que se asumen desde las páginas de los periódicos muestra, una y otra vez, la ambivalencia en el discurso frente al mal denominado

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«problema indígena». Alberdi planifica abrir el país a los inmigrantes europeos que comienzan a derramarse sobre las extensas tierras despobladas, sin centros urbanos y sin industrias, con el único atractivo de la fertilidad natural del suelo. Ellos traen la cultura del trabajo, conocimientos, oficios, artesanías, todo lo contrario que ofrecen los indígenas3. Nicasio Oroño, que habla desde la provincia y la tradición federal del Brigadier Estanislao López, tiene la obsesión de sus colonias como proyecto para el progreso. Como bien dice David Viñas las tierras del desierto debían convertirse en las tierras para las colonias, resolviendo así el viejo problema «entre lo vacío y lo lleno, entre lo poblado y lo deshabitado, entre la cultura y la naturaleza [...] Un espacio concebido no como una dimensión aérea sino como un parámetro concreto de la propiedad» (Viñas, 1982:145).

Se refuerza una y otra vez la imagen estereotipada de civilización y barbarie poniendo las bases de una identidad nacional donde los Otros, dentro de las conflictivas relaciones interculturales, son quienes deben ser eliminados para el logro del objetivo nacional. El contacto implica tensiones que no pueden ser resueltas sino por medio de la eliminación o asimilación, única solución para la asimetría sociocultural. Las prácticas discursivas en los medios están organizadas para mostrar las jerarquías y representar las diferencias. El ‘espacio vacío´ en poder de los indios debe ser incorporado al estadonación y los límites originales ya no son los deseables en función de la nueva imagen del territorio nacional. Civilización y barbarie enfrentadas a través del desconocimiento de ese otro mundo donde lo importante y visible parece ser la comida sin sal, la falta de pan, de azúcar, de vino, las ceremonias bárbaras, la crueldad innecesaria. La política de reducción se aconsejaba ya a través de los periódicos desde el año 1869. En una editorial curiosamente titulada «Civilización y caridad» se hace referencia a los indios del Chaco, que han sido reducidos en un punto denominado San Javier donde se concentran a más de 1000 indios de todas las edades. «Vienen por fin, los azotes del desierto y los flagelos de nuestra propiedad a buscar el amparo de la civilización y el cristianismo. Que no lo busquen en vano. Que comprendan ellos y sus hijos los beneficios de la moral y el trabajo honesto, el consuelo de creencias serenas y consoladoras. Que el pueblo cristiano los acoja y los entregue a goces de una vida arreglada y que poco a poco se divorcien los seres nómades de sus hábitos y se conviertan en obreros de la vida oculta. ¿Cual es el medio de obtener el resultado en perspectiva? Protegerlos, ampararlos y aliviar en lo posible su desnudez. Están en la miseria y la caridad reclama la acción suave y benéfica de la mujer [...] Sabemos que el Gobierno ha dado algunos auxilios, que han enviado un sacerdote idóneo, un maestro de escuela y algunos útiles de labranza. Pero entre tanto el hambre y la desnudez requieren eficaces auxilios. Que no se pierda esta invocación desgarradora en el vacío de la indiferencia. NO!» (La Capital, 3 agosto 1869).

Las buenas intenciones que guían al periodista que redactó esta nota no tienen en cuenta los enormes esfuerzos de reducción llevados a cabo por jesuitas y franciscanos durante muchos años en todo el país y los inconvenientes ocasionados por una polí-

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tica tal vez bien intencionada pero que no consideró los diferentes sistemas de vida, creencias y jerarquías de los diversos grupos indígenas, llevándolos a la desintegración. Y muy pronto a la extinción. La ignorancia y el desprecio por formas de vida distintas, el etnocentrismo exacerbado en nombre de una civilización blanca que centraba sólo su atención en los beneficios del trabajo, la moral y el progreso contribuirían a un veloz exterminio de los indios sin culpas ni remordimientos. Aunque en ocasiones estas representaciones sumen a los individuos en situaciones ambivalentes y confusas. Un periodista se interroga por la identidad de esos sujetos que han quedado al margen de la sociedad sin poder entrar a la historia: «Qué son estos indios? No son extranjeros, porque nacieron en suelo argentino. No son ciudadanos, porque no ejercen derechos de tales, ni observan las leyes a que los demás ciudadanos se obligan. No son paisanos o particulares, porque viven a costa del Estado que los mantienen como máquina de guerra. No son militares aunque ostenten galones. Y esta clase de colonia tiende a aumentarse. Hay que alejarlos de las fronteras y de la vista del desierto (La Prensa, 2 junio 1874, Nº 1340).

Años claves Las noticias que llegan de la frontera no son solamente informativas y testimoniales sino como señala David Viñas (1982:51) «intercalan elementos teóricos: especulan [...] sobre la conquista, la interpretan, recuerdan sus fundamentos iniciales, insisten en sus componentes doctrinarios, aplauden, descalifican y hasta proponen sanciones cuando presienten que una trayectoria general ha sido olvidada o tergiversada. O reiteran, dura y empecinadamente, el dilema frente a los indios; se convierten o se los suprime».

Es decir, proponen el exterminio total de los indígenas y la consiguiente expropiación de sus tierras. Se trata, para Viñas, del comienzo de «la modernidad oligárquica; la matriz más dinámica de la Argentina oficial contemporánea». Pero no es fácil desprenderse de esos bárbaros «imposibles de asimilar» que, pese a todos los esfuerzos por transformar el espacio nacional en moderno y eficiente intervienen e inciden en cuestiones políticas nacionales. Artículos de La Capital del 9 al 13 de abril de1879 (Nº 3369-3371) bajo el título «Los indios y la política electoral», señalan el recrudecimiento del salvajismo atribuyéndolo a la política sin escrúpulos de Avellaneda, cuyas fuerzas «han perdido el pudor en sus propósitos anarquistas. Guerra salvaje declarada a la soberanía de los Estados, con la ferocidad inherente a la raza ranquelina que ha sido y es el azote terrible de nuestras fronteras [...] entre tanto las fuerzas de la Nación que el pueblo argen-

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tino paga con sus dineros, se ocupan de ejercer todo género de violencias, de iniquidades y atentados, con el criminal designio de usurpar el voto de las mayorías arrancándoles las actas para inutilizar la legalidad del triunfo; los indios llegan hasta las puertas de nuestras ciudades, amenazan las poblaciones, hacen un gran botín, sembrando de cadáveres el campo de sus depredaciones y dejando en la ruina a más de un comerciante»,

aludiendo a los escándalos ocurridos en Río Cuarto donde afirman que las autoridades de las fronteras abandonan sus puestos para hacer «elecciones al paladar del gobierno». La situación no es nueva. En una nota de 1870 «Los indios haciendo política. Sus originalidades» un corresponsal escribe desde el fuerte Coronel Gainza, a propósito de la presentación en el fortín Benavídez de doña María Antonieta Maldonado, oriunda de Totoras y cautiva desde 1868 del cacique Mariano Rosas, aparecida después de veinte días en el desierto sin alimentarse, comiendo escarcha de las lagunas para calmar su hambre, envuelta sólo con un pedazo de bayeta. Además de sus problemas personales por haber dejado a sus hijos en las tolderías del cacique Colupta, narra que los indios reciben los diarios con regularidad: «Que ellos saben todo. Que Mansilla se apretó el gorro para Buenos Aires por temor de Felipe Saá que está en Córdoba, que los indios se plegarán a Saá para acabar con las tropas nacionales y luego irán hasta Buenos Aires para degollar al General Bartolomé Mitre por unitario [...] y que ellos temen mucho una invasión de la tropa del ejército»

Y además agrega «Que los indios precisan aliarse a los de Chile para atacar este fuerte, que solos no se animan, porque les tienen tomadas todas las mejores aguadas y los caminos reales por donde hacían excursiones» (La Capital, 28 julio 1870).

Esta ofensiva al gobierno a través del indio se hace patente en la literatura periodística, ya sea indirectamente a través de comentarios sobre las costumbres, donde se vislumbra un salvajismo por necesidad -»no tienen que comer, por eso atacan»- o bien en forma de editoriales, en que aparece la crítica directa. Pero en 1879 comienzan a llenar las páginas de los diarios los triunfos de Alsina y Roca que dan respuesta a la propuesta de exterminio, «Cada vez que recibimos noticias de un triunfo obtenido sobre los salvajes que por espacio de tres siglos han ensangrentado y saqueado nuestras poblaciones fronterizas, no podemos menos que exclamar ¡Los indios se van! Sí, se van, unos a guarecerse en las faldas de las escarpadas rocas de los Andes y otros a los ingenios de azúcar, o a engrosar las filas del Ejército Nacional [...] El temible Epumer ha caido por fin con 300 de los suyos en poder de la expedición que manda el coronel Racedo».

Cartas de particulares enviadas al diario narran episodios extraordinarios de los

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enfrentamientos con los indios. Desde San Luis, Villa Mercedes, llega el testimonio de alguien que ha participado y sido testigo ocular de lo ocurrido: la invasión de los indígenas a un paraje denominado «Sayapé», rechazada por las fuerzas del Coronel Nelson el día 30 de mayo de 1879 a quien se suman algunos ciudadanos y los soldados del 8º de Caballería: «Los indios ya nos llevaban más de una hora de delantera, llevando un arreo considerable de caballada y varios cautivos. Ibamos marchando sobre la rastrillada que habían dejado en su marcha incesante. En su perspicacia habían elegido para su marcha los peores terrenos, los que llamamos guadales, pensando así cansar nuestros caballos y burlar nuestra persecución. Efectivamente lo hubieran conseguido si solo se hubieran llevado los caballos patrios, puestos estos iban quedando cansados por el camino, siendo los caballos de los particulares los que salvaron la situación. Al caer la tarde comenzamos a encontrar vestigios recientes del paso de los indios, como ser fogones con fuego encendido donde ellos habian acampado. A las doce y media los bomberos regresaron y avisaron al comandante que los indios estaban levantando campamento a cinco cuadras aproximadamente de donde nosotros estábamos [...] A la voz de la «A la carga!» el escuadrón cargó a media rienda yendo nosotros detrás de la primera mitad. La sorpresa de los indios fue completa lo mismo que su dispersión, solo la noche pudo salvarlos, pues en el entrevero era imposible saber cuales eran los indios y cuales cristianos. Resultado de esta expedición: once indios muertos, un prisionero y tres cautivos rescatados. Más de quinientos animales yeguarizos que llevaban robados y una lanza de cacique, trofeo de mi amigo».

El símbolo del poder convertido en objeto de adorno y curiosidad El «malón blanco» se apropia de las estrategias indígenas y las ideas de Roca fundamentan el exterminio como única solución viable para la recuperación de territorios tan ricos y fértiles pero improductivos en manos de los bárbaros. El ejército y la élite argentina lo siguen y respaldan. El proyecto está asegurado. Las páginas de los diarios hablan ahora de «los vagos sin familia, (que) andan entre bosques impenetrables, esparcidos o reunidos en zonas inmensas de pampas que imposibilita su captura y les facilita seguro albergue».

Abundan los estereotipos de un enemigo en retirada: «el indio es el tipo más haragán y traicionero bajo el sol. De ladrón no diremos nada. No busca trabajo y al verse libre se ha largado al desierto para renovar sus antiguas depredaciones».

Nadie se pronuncia a su favor. Sólo se escuchan voces que hablan de seguridad, de cambio, de proyectos para hacer de la soledad del desierto un espacio «colonizable» donde comenzar una nueva organización nacional. La ciudad de Rosario comienza a transformarse aceleradamente al compás del crecimiento económico experimentado

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por el desarrollo agroexportador y el indio ya no es noticia. En síntesis, la frontera aparece en las noticias relevadas como un espacio inclasificable, desordenado, donde se cometen las mayores iniquidades, donde la vida humana pierde su valor intrínseco y es sólo objeto de unas circunstancias que escapan a la normalidad. El proyecto de homogeneidad que el país lleva adelante y que se expresa diariamente en las páginas de los periódicos no deja espacio para lo diferente, por eso se acepta la desaparición, la aniquilación de esos Otros seres que carecen de esencia humana porque no se ajustan a la vida civilizada que el país ha elegido como meta. Un silencio significativo irá reemplazando los nombres extraños de origen ranquel o tehuelche por los de los recién llegados que en lenguas tan extrañas como las anteriores se irán apoderando y asentando en aquellas tierras que alguna vez tuvieron como único habitante a un indio bravo, agitando su chuza mientras el caballo lo lleva hacia el horizonte a la velocidad del viento.

Ejemplos La muerte de los Zorros Los textos elegidos para el tema no son transcriptos en esta instancia porque aparecieron en forma completa en la publicación de las Vª y VIª Jornadas de Investigadores en Arqueología y Etnohistoria del Centro-Oeste del País4. Ellos tienen un eje en común y tratan de la muerte de los miembros de la dinastía de los Zorros, noticias que llegaron puntualmente a las páginas de La Capital de Rosario y La Prensa de Buenos Aires en su momento. La elección del tema se debe tal vez a lo inusual del mismo, el relato de las honras fúnebres realizadas a la muerte de estos individuos que ocuparon un lugar sobresaliente en la sociedad indígena de la época. Los testimonios que proporciona una sepultura nos hablan del sistema de creencias de un pueblo y de los elementos del mito que todos los hombres buscan para su trascendencia «al mismo tiempo que dota al contexto funerario de una autonomía significante [...]» (Vincent Garcia, 1995:15). Los ranqueles enterraban a sus muertos de forma particular y sus creencias muestran la representación de una continuación de la vida del hombre más allá de la muerte, en condiciones del todo semejantes a la de la vida terrena, de allí los aperos, los caballos, la montura, la bebida y los alimentos. Lectores invisibles supieron por los periódicos de sus hazañas y proezas, de sus ataques y saqueos, de su muerte, entierro y profanación, historias que la inquietud y curiosidad de los periodistas acercaron a las páginas de los grandes comunicadores de la época donde también aparecían en frías letras de molde los rasgos civilizadores que consolidaron la expansión territorial. La sangre de los ranqueles se perdió en la tierra ferozmente defendida, un espacio ‘vacío´, aún no inscripto en la representación de los blancos y en su lógica de ‘conquistadores´, nunca reconocido como propio de aquellos denominados salvajes, de una barbarie casi animal según la ideología de polarización de la realidad, típica en el mundo occidental del siglo XIX. Es el momento propicio para que el historiador interprete estos textos que con seguridad no figuran en los anales oficiales pero expresan lo que Hayden White (1992:35) llama «el discurso de lo real». Dejar de lado la vieja discusión entre un «discurso histórico que narra» y un «discurso histórico que narrativiza», entre un

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discurso que «adopta abiertamente una perspectiva que mira al mundo y lo relata y un discurso que finge hacer hablar al propio mundo y hablar como relato (1992:18). Lo importante no es estudiar el discurso sobre el indígena sino las razones que llevaron a la clase dirigente a elaborarlo, relevar la información que contengan sobre los modos de vida, comportamientos y prácticas sociales y también los motivos que llevaron a sus autores textuales a expresarlo de ese modo, lo que no significa que se descalifique o dude de la información etnográfica contenido en los textos. El escrito histórico debe avanzar en el descubrimiento de todas las estructuras argumentales posibles que podrían ser invocadas para encauzar conjuntos de hechos con significados diferentes. Algo semejante a lo que hace el narrador cuando manda su artículo al periódico, identificando y describiendo los objetos que encuentra a su paso, haciendo de ellos posibles objetos de representación narrativa por el lenguaje mismo que usa para describirlos. De la misma forma, el historiador debe lograr encauzar conjuntos de hechos pasados con sus significados. Coincidimos con Hayden White (1985) en que «La distinción más antigua entre ficción e historia, en la cual la ficción es concebida como la representación de lo imaginable y la historia como la representación de lo real, debe dar lugar al reconocimiento de que sólo podemos conocer la realidad por contraste o por semejanza con lo imaginable».

La vida y muerte de los Zorros que encontramos en los periódicos de la época son verdaderos documentos para antropólogos e historiadores con el objeto de dar sentido, a través de ellos, de prácticas culturales y acontecimientos que aparecen como presupuestos básicos en la construcción de la realidad compartida por la cultura, valoraciones de un tiempo y un mundo ya pasado que en nuestro contexto se reinterpretan y recodifican. Los cientistas sociales deben intentar explicar los textos del pasado, cualquiera sea su naturaleza (literaria, periodística, epistolar) buscando establecer con ellos un diálogo y una interpretación que enriquezca nuestro presente. Tres muertes íntimamente relacionadas en una familia, producto de relaciones interculturales conflictivas en una zona de tensiones donde el enfrentamiento constante fue la causal de las mismas. Las tres viven en la memoria colectiva. Por eso se dice «que la memoria individual apoya y se apoya en la comunidad en su conjunto» (Halbawchs, 1952:249). El acto de recordar se relaciona siempre con el imaginario, con el conjunto de imágenes compartidas, constitutivas de las relaciones sociales del grupo en el gran marco épico que hoy poseemos del siglo XIX en la Argentina. Resulta ineludible a mi juicio, pese a la reiteración, mencionar el fin de la dinastía de los Zorros con la entrega de Epumer Rosas. «Escolta a Epumer el teniente coronel Ramón que se presentó hace dos años al gobierno con 300 indios diciendo que quería servir a los cristianos, pues estaba cansado de la vida salvaje. Hoy viene orgulloso al traer prisionero a su antiguo soberano. Ramón es un indio de presencia esbelta, el más alto tal vez de los salvajes y aún de nuestros hombres civilizados.[...] Epumer Rosas fue recibido en la estación por Mariano Rosas, su sobrino que se educa en el Colegio Nacional y tuvieron una larga plática familiar».

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La reducción es el equivalente a la muerte, pero una muerte sin honores. Los diarios no registran las honras fúnebres de Epumer, ni siquiera el momento de su muerte. Estuvo preso en la isla de Martín García hasta el año 1883, en que el senador Cambaceres lo llevó de peón a su estancia de El Toro, en el partido de Bragado. Quien fuera en vida un bravo indio de pelea, pasa a la Historia en silencio, su vida se diluye en los acontecimientos del conflicto del cual no fue vencedor, un protagonista olvidado en los innumerables cruces políticos de la época.

Las cautivas y su rescate Abordamos este tema desde el imaginario construido sobre las cautivas por la sociedad blanca de la segunda mitad del siglo XIX en la prensa periodística5. En La Capital leemos, por ejemplo, que el rescate de cautivos moviliza a la población y el objetivo fundamental de la Comisión de Damas de Beneficiencia6 en los primeros tiempos parece ser el de recaudar fondos. El 9 de diciembre de 1867 «las damas aficionadas de Rosario dan un concierto cuyo producto será destinado a rescatar a los cautivos arrancados por los bárbaros de sus hogares», según comenta el periodista del diario La Capital del día siguiente (Nº 23), agregando «la redención es grande -es verdad- pero también es tristísimo que, en el siglo presente la mano de la caridad compre la libertad, la vida de nuestros semejantes al bárbaro del desierto. He aquí el tributo de nuestras miserias!».

La acción de los ciudadanos y la eficaz actividad de las damas comienza a hacerse sentir. «Para un objeto tan noble como piadoso, no necesitamos invocar la caridad -todos los corazones generosos deben espontáneamente contribuir con lo que puedan para salvar esos inocentes de los horrores de la barbarie (La Capital, 1 y 2 de junio de 1868, Nº 150).

Una y otra vez se apela al altruismo del pueblo de Rosario, esposos desconsolados que lloran la desaparición de sus compañeras de fatigas, padres dolientes cuyos hijos fueron arrebatados por los indios de sus hogares, todos esperan que la Sociedad de Beneficencia tome a su cargo tan laudable propósito y los ayude en la salvación de esas víctimas, se apela a la caridad para recaudar el dinero necesario para el rescate y se menciona la codicia despertada en los indios que ya en setiembre de 1868 piden 10.000 pesos por cada uno de ellos.. Nos proponemos realizar una serie de apreciaciones sobre las mujeres blancas cautivas a partir de los testimonios que aparecieron en las páginas de La Capital y La Prensa en la segunda mitad del siglo XIX. La vida de estas mujeres sólo se puede comprender en el marco de la conquista, y su situación de cautividad las liga a la vieja práctica de cautivar, llevada a cabo antes por la sociedad «cristiana» que por la indígena. Los relatos de cautivas funcionan como justificación y naturalización de todo el complejo sistema ideológico de la conquista. Desde principios del siglo XVIII

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las cautivas cristianas constituyeron un preciado botín de guerra para los grupos indios. Mientras algunas de ellas eran incorporadas a la sociedad india donde cumplían con los roles de género que les adjudicaba esa cultura, otras buscaban escapar o eran rescatadas tras el pago de importantes rescates. Los cautivos pasan a ser -según algunos autores- «aquello de lo que no se habla» pese a lo que se publica en la prensa «no hay para esos infelices ni compasión». Los indios se llevaban las mujeres para servirse de ellas o venderlas, poseerlas mezclaba el poder y el deseo. Las voces de las cautivas, porque fundamentalmente eran mujeres las que sufrían el rapto primero y el cautiverio después, se deslizan en los textos sólo en el discurso de algún narrador y por supuesto, sólo a través de su marco de referencia e interpretación del mundo. Como dice Susana Rotker (1996:106) «el problema de las cautivas se resuelve, no porque se las recupere y salve, sino porque se ha eliminado tanto la frontera como el registro de la existencia de estas mujeres. La cautiva ya no está en ninguna parte. La cautiva es nadie».

La cautiva permanece en el silencio «aunque en la práctica haya habido expediciones y negociaciones de rescate, dentro del reino de la palabra es ignorada, deformada, negada» (Pratt, 1992:41). Sobre el tema transcribimos una carta dirigida a la Sra. Angela N. De Cullen, Presidenta de la Sociedad Protectora de los Cautivos, aparecida en el diario La Capital el 28 de diciembre de 1872 (Nº 1520), por su valor descriptivo y documental. El título de la nota Rescate de cautivas nos adelanta el tema de la misma y las palabras del religioso franciscano Prefecto de la Congregación de Río Cuarto, Fray Moisés Alvarez, testimonian la labor fructífera de las damas de Rosario: «Debo decirle que he consolado a muchas cautivas contándoles que en Rosario se había formado una sociedad con el objeto de rescatarlas, rayo mantendremos esa esperanza y quiera Dios que se acorte un tanto nuestro cautiverio, repetían sin cesar».

La carta resume las desventuras de las mujeres cautivadas, el secuestro, el duro enfrentamiento con la diversidad cultural, la pérdida de los seres queridos que han quedado atrás, el sufrimiento de ver a sus hijos pequeños morir en viajes interminables a través del desierto apenas su llanto molesta al indio captor o a sus jóvenes hijas convertidas en elementos de intercambio para alimentar la lujuria del secuestrador, convertidos sus cuerpos en espacio de una verdadera batalla donde se engendra a la fuerza bastardos que la sociedad blanca no querrá, mientras se van destruyendo las familias junto con la memoria de aquello que ya fue y no volverá a repetirse. El desconocimiento del idioma agrava la situación: no se entienden los gritos ni las órdenes ni los deseos de las chinas a las que son entregadas apenas llegadas a los toldos. Los recuerdos son intolerables, la memoria trata de reconstruir lo perdido, luchar contra el olvido y las ausencias, se sufre por lo que se dejó atrás, por la inactividad de

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los familiares que no luchan para recuperarlas y la esperanza de volver a sus hogares alimenta los deseos de fuga de algunas, deseos severamente castigados por los indios que las consideran ya de su propiedad. Los cautivos eran propiedad individual, generalmente de caciques o indios lanzas, que pertenecían a las jerarquías indígenas, lo cual señala que la apropiación dependía del rol y status y al mismo tiempo actuaba como refuerzo del poder. Muchas de las mujeres cautivas se transformaron en esposas preferidas de sus captores teniendo rápidamente numerosa descendencia, otras fueron entregadas a otros hombres a cambio de una dote equivalente a la que se obtenía de una mujer de la propia familia dada en matrimonio; todas ellas se sumaban a la fuerza de trabajo femenino. El rapto, el cautiverio, el rescate son instancias que comportan innumerables registros de los cuales sólo una pequeña parte puede ser objetivada. Las personas son violentamente aprehendidas de su realidad, pierden el campo simbólico de su pertenencia social, las redes de significación en la cual se basan las continuidades y las familiaridades así también como lo extraño y diferente en su vida cotidiana. Su división entre lo propio (nosotros) y lo ajeno (ellos) cobra nuevo sentido según de que lado de la frontera se encuentren. Al reconocer la diferencia tienen consciencia de la alteridad, de la propia y la ajena, el conocimiento del Otro les permite ver lo que no son, tomar consciencia de lo que les falta y rechazar las diferencias. La imagen propia (identidad) se crea, destruye y reconstruye en la interacción social en los diversos contextos aún en los más adversos. La identidad se va definiendo a partir de su Otredad: lo marginal, lo diferente, aquello que no soy. La desigualdad con el Otro, que supone la superioridad de si mismo, se borra en la ignonimia del cautiverio que sufren las mujeres, olvidadas de Dios y de su patria, su lengua y su familia. Son blancas, pero eso es una desventaja en el nuevo ambiente; no son indias, eso es vergonzoso en el momento del rescate. Las palabras del franciscano son una expresión de deseo: «[...] quiero si es posible que todos los Argentinos sepan lo que padecen sus hermanos Tierra Adentro y que así conozcan más y más la utilidad de la Sociedad protectora de cautivos».

Las Damas de Rosario se esfuerzan noblemente por solucionar una situación que tal vez ni logren entender, en la comodidad de sus hogares, en la placidez de sus vidas. Pero ¿cuál es la situación de las mujeres y niñas liberadas, víctimas de la sensualidad y la «crueldad atroz del salvaje»? ¿Qué bienvenida les espera al volver a la sociedad blanca, con o sin sus hijos a criar? ¿Dónde quedó su decencia? Tal vez en aquellos toldos que se niegan a abandonar para evitar el escarnio y la condena. Han cruzado límites que las han fragmentado en su identidad, no son lo que eran ni volverán a serlo. La transgresión no se borra y la cautiva que logra retornar a los suyos no inspirará confianza nunca más, sufrirán el rechazo y la dura readaptación a una sociedad ya remota en sus mentes. Además, los hijos tenidos en cautiverio son el lazo que las une al infierno que vivido y les impide a muchas el regreso. Preguntas y respuestas que suscita la carta de Fray Álvarez donde se deslizan las imágenes estigmatizantes de las que hablamos al comienzo. Por otra parte, el temor vence a la persona que cruza, una vez traspuesta la frontera ya no pertenecerá ni a un mundo ni a otro. En palabras de Laura Malosetti (1994:22)

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«la cautiva ya no es un heroína casta que ha logrado mantener su pureza a pesar de todo […] Es ahora un personaje de frontera, una mujer sin identidad (sin nombre) condenada por su transgresión, no importa que ésta haya sido involuntaria y forzada».

Para las que decidían emprender el camino de la vuelta, lo primero que remarcan los documentos es el estado de desnudez en el que llegaban a la frontera. En este contexto vestirlas, taparlas, aparece como sinónimo de reafirmación de los valores de la civilización. Una cautiva nunca dejará de serlo aunque sea rescatada y vuelva a vivir con su familia. Nunca perdían esta condición. La marca de la cautividad permanece con ellas por el resto de sus vidas. Hay un estigma que no pueden borrar ni tapar con ropas y es el de la relación sexual con otros hombres, los indios a los cuales han pertenecido en las tolderías. Esto era considerado una desviación y causa de múltiples males, amenazaba la integridad de las tradiciones y su cuerpo aparece como una metáfora del espacio social, expresión de tensiones profundas. Por el resto de sus días, estas mujeres no pierden nunca su condición de cautivas frente a una sociedad que las rescata pero las juzga. El regreso no es menos patético que el cautiverio en los toldos. La vuelta significaba en algunos casos la reconstrucción de su núcleo familiar pero en otros la no inserción en la sociedad blanca les implicaba quedarse en el fortín, un espacio siempre marginal. La frontera es el lugar elegido para permanecer esperando, año tras año, la vuelta de los hijos cautivos en el ‘desierto´ y es casi seguro que la mayor parte de las rescatadas pasó a engrosar el sector de los marginales y desposeídos de aquella sociedad.

Anexo La Capital, 28 de diciembre de 1872- Nº 1520 Rescate de cautivas A la Señora Presidenta de la Sociedad Protectora de los Cautivos Sra Angela N. de Cullen Buenos Aires, diciembre 16 de 1872 De paso a mi vuelta de Tierra Adentro estuve algunos días en Río Cuarto y por los padres supe que la sociedad que Ud. preside, trataba de comisionar al padre Fray Marcos Donati para rescatar algunos cautivos. Está de más que venga a encomiarle una obra que en si misma lleva bastante recomendación y que ya ha sido aplaudida por la prensa de Rosario, Buenos Aires, Córdoba, etc. El Excmo Sr. Obispo de Aulon dirigió meses pasados una circular a todos los curas de esta arquidiócesis recomendándoles esta gran obra y encargándoles al mismo tiempo solicitasen limosnas para este objeto. También está de más que refiera a Ud. los sufrimientos de esas infelices (porque de ordinario son mujeres) pues más o menos ya se saben; sin embargo me tomo esta libertad, ya porque me lo rogaron con lágrimas, ya porque quiero si es posible que todos los Argentinos sepan lo que padecen sus hermanos Tierra Adentro y que así conozcan más y más la utilidad de la sociedad protectora de cautivos. No dudo que al oir sus padecimientos y sus lágrimas el que no haya concurrido con

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su contingente lo hará, no creo que haya corazones de un temple tal que ni el padecer lo conmueva; ni las lágrimas los ablande y por fin no creo que alguno se excuse. Es indescriptible el estado en que se hallan: padecen y su padecer es sin fruto. Con el objeto de las burlas de los indios y los cautivos: tal vez por contemporizar con sus fieros dueños pierden el mérito de todas sus buenas obras, no son mártires por cierto, la virtud es delicada. He hablado con algunas cautivas que fueron llevadas chicas, ya no recuerdan quienes fueron sus padres y mucho menos saben decir a que familia han pertenecido: sólo mantienen una idea confusa de que son cautivas. Están acostumbradas a la vida salvaje; no hacen mención de salir aunque puedan, con nosotros vino una a la Villa de las Mercedes a negociar y se volvió luego, es preciso notar que ésta no tenía familia en Tierra Adentro, vivía sola, abandonada de todos y sufriendo mil y mil necesidades, sin embargo prefería permanecer en tal abandono; antes de venirse con los cristianos. ¡Qué se puede esperar de éstas! Evidentemente nada. No son indias, pues se sabe que son bautizadas, ellas también lo saben y que el bautismo impone obligaciones que no ignoran, pero tampoco son cristianas por sus costumbres y lo que es peor todavía que pudiendo salir y unirse de nuevo a la Iglesia no lo hacen. Este camino seguirán muchas otras, las unas por la razón dicha, las otras porque se casaron (permítaseme la palabra), tuvieron familia y el amor de sus hijos no les permite separarse de ellos aunque pueden: digo más aunque los indios las despidan de sus toldos y las otras por otras razones. Ya se deja ver que todas éstas religión y patria han perdido por eso es preciso que las primeras que se rescaten sean las chicas. La desgraciada que fue cautivada chica generalmente se pone peor que las chinas, es grosera en sus hábitos, más ignorante y si se quiere más salvaje aún, si ve un cristiano se oculta o se dispara como si viera un fenómeno o un fantasma, tal vez es más inhumana que las mismas indias con otras pobres cautivas si llega a gozar de la amistad o favor de algún indio; porque sabiendo el odio que estos tienen hacia los cristianos, el modo como los tratan y que son sus enemigos, hacen lo posible no sólo para desmentir en él estas preocupaciones sino también dan una prueba martirizándolas que les pertenecen del todo. En fin con decir que entre la hez de los indios se distingue fácilmente a una cautiva se dice mucho pero no se dice todo. La razón de esto es muy sencilla, es abatida de propósito, se cría en el mayor rigor, es apaleada, azotada frecuentemente y humillada de mil modos. Un estado tan violento para todos y sobre todo para una criatura y para una criatura muchas veces tímida, pusilánime, poquita, no puede tener otro resultado que la descomposición y alteración de las facultades intelectuales. Vuelvo a decir, que también en éstas la religión y la patria se pierden pues si alguna llega salir, lo que es muy difícil, salen estropeadas inútiles, para si mismas y solo buenas para ver el estado miserable en que las dejan los bárbaros. Hablaré ahora de las que tanto, la una como la otra gana y rescatarlas sería servir a ambas a un mismo tiempo. Hemos visto, señoras, que han sido arrancadas del medio de sus familias, dejando al marido y los hijos entre los cristianos. No sabíamos qué conversarles, si le hablábamos de su actual estado era renovar su dolor, en el semblante estaba manifes-

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tando el dolor que les oprimía el alma, preguntarles de sus familias era ahondar más la llaga, probablemente el recuerdo de sus hijos había hecho canales en su mejillas, así pues no se hallan palabras con que saludarlas; con lágrimas nos reciben, entre sollozos pronuncian una que otra palabra cortada y teníamos el sentimiento de dejarlas llorando. No se crea que esto es una alegoría, hace tres años que presencié esta escena en el toldo del indio Ramón y ahora supe que todavía vive esa pobre, nos contó que tenía el marido y cuatro hijos chicos entre los cristianos. Esto es frecuentísimo en Tierra Adentro. Creo que ha de ser terrible para una madre verse lejos de sus hijos, miserable esclava de un bárbaro y sin esperanza de mejor suerte. Yo no sabría descifrar si la pérdida de la libertad, de los hijos, del marido son el verdugo que más la aflije, pero lo cierto es que todos esos recuerdos le amargan día y noche. Algunos maridos no tocan los medios necesarios para rescatarlas; ellas sin embargo lo saben aunque están lejos, que mejor sería que no lo supieran, porque evitarían un tormento más sabiendo que aquel que fue el dueño de su corazón y en quien depositaron su confianza es ahora que tanto lo precisan capaz de hacer el más pequeño sacrificio por el rescate de la madre de sus hijos. Sin embargo, aún eso puede ser un consuelo, reflexionando que sus hijos están entre los cristianos y pueden ser educados como tales, vivir con menos exposición de la vida y sin la fatal necesidad de estar a voluntad agena (sic). Quién no compadecerá a estas desgraciadas madres?... Hay más, hemos visto madres que han sido cautivadas con hijos chicos; la historia de estas pobres es tan triste que no es posible oirla sin conmoverse profundamente, no sólo sufren sus infortunios, sino también los de sus desgraciados hijos? Por lo ordinario las señoras rara vez cabalgan, de suerte que obligadas a galopar 25, 30 o más leguas con una criatura en los brazos o en anca de un indio, cuando no es en pelo o en alguna montura de ellos que casi es lo mismo¸ se hace pedazos y la criatura se muere o se enferma del sacudimiento, del sol o de las incomodidades de un viaje tan precipitado. Y gracias que ésta muera de los sufrimientos del camino y no tenga la desgracia de ver que el indio impaciente de oirla llorar la mate a lanzazos o caminando la arroje al suelo donde morirá devorada por las fieras del campo o entre las garras de las aves carnívoras o bien lentamente por los rigores del hambre. No puedo pintar el sentimiento de una madre que ve a su hijo exhalar el último suspiro en medio de horribles extorciones y débiles vajidos producidos por los repetidos golpes de lanza y que sin piedad y sin compasión alguna le acesta una mano bárbara. Pobres hijos! Desgraciadas madres! ... Hay todavía más, otras fueron cautivadas con hijas jóvenes. Los indios luego que llegan a sus toldos las entregan al cuidado de las chinas para que las vigilen y se sirvan de ellas. Ahí entra el padecer de madres e hijas, no saben el idioma y por lo tanto no entienden lo que se les manda, las chinas creen que es por soberbia, por no sujetarse a ellas, las reprenden, pero como! De ordinario dándole palos, puntapiés, bofetadas y llega a tal el castigo que si tuvieran otra cosa a mano le dan aunque sea el azador candente. Qué dolor para una pobre madre ver el bárbaro tratamiento que les dan a sus hijas! Qué sentimiento para una madre ver que el indio las vende, las juega como si fueran bestias de carga o a vista y paciencia hace de ellas un tráfico ilícito. Viven en un continuo martirio y en la fatal expectativa, si hoy o mañana su terrible dueño en un acto de cólera les dará la muerte. No permiten que las cautivas se junten, de suerte que puedan consolarse siquiera.

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Digo poco, carecen hasta de la libertad de desahogarse a sus solas porque temen ser oídas y que esto les sea de mayor tormento. Ahora pues, quien explicará el sentimiento de hijas viendo el triste estado de sus madres? Allí la ven trabajar el doble de lo trabajaba mientras vivía entre los cristianos sin poder aliviarla; observan que también, no obstante ese empeño no dan gusto a sus fieros dueños. Para que sepa cuanto sufren estas pobres madres diré en compendio los trabajos que hacen, sus faenas, sus ocupaciones. Son muy pocas aquellas a quienes toca la suerte de ocuparse en costuras, en tejidos, etc, pues éstas llevarán una vida menos azarosa, son también muy pocas aquellas a quienes toca servir a una china de buen natural. La cautiva desde su arribo al toldo es la esclava perpetua; ella ha de ser la última que se recoja y la primera que se levante, ella ha de ir por la mañana muy temprano a ordeñar vacas, en seguida ella ha de barrer el toldo, encender el fuego, traer agua y disponer el almuerzo, en fin ella de hacerlo todo antes de salir al campo. Después de arreglarlo todo sale al campo a pastorear las vacas, las ovejas, las cabras, o a cavar algún jagüel, o las zanjas de algún cerco, etc. O a cortar los postes que ella misma ha de hacer el corral encenada, etc, a su vuelta ha de traer un atado de leña. He aquí sus quehaceres ordinarios y desgraciada si no lo cumple. Ahora bien si en tan rudas y penosas ocupaciones hubiera alguna falta, ahí vienen las represenciones y los castigos. Y como no haberlas si éstas mismas son capaces de arredrar hasta a nuestros más esforzados campesinos, como no a una pobre mujer? Ya se sabe que entre nosotros ni a las perezosas ni a las personas más criminales se obliga a ocuparse de faenas tan ordinarias y sobre todo ajenas a la mujer. Muchas de ellas jamás tomaron la pala ni el azadón, ni cosa parecida, que costumbre pudieron haber adquirido! Ninguna por cierto. De suerte que los primeros días que toman tales instrumentos son los últimos de sus vidas. Cómo no cometer faltas! Pero el indio poco se detiene en examinar si aquella pobre tuvo culpa en dicha falta. A la noticia que le trae la china, esto es que ha perdido algún cordero se levanta furioso y la golpea torpemente, dándole bolazos por la cabeza y de lanzazos o finalmente del modo más bárbaro que puede darse. He tenido oportunidad de ver algunas cicatrices de lanzazos dados en tales circunstancias. Callo muchísimas cosas más que el pudor me impide revelarlas. Si se teme que alguna cautiva se fugue le descarnan las plantas de los pies o se toman otras prevenciones de esa clase. ......................................................................................................................... Debo decirle que he consolado a muchas cautivas contándoles que en Rosario se había formado una sociedad con el objeto de rescatarlas, rayo mantendremos esa esperanza y quiera Dios que se acorte un tanto nuestro cautiverio, repetían sin cesar. Si alguna vez puedo cooperar lo haré con el mayor placer Fray Moisés Alvarez

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Notas *

Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

1

Ver Héctor Borrat (1989).

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Sobre este tema sugerimos consultar Hayden White (1992).

3

En 1856 se fundó la colonia Esperanza y tres años después fueron formados los asentamientos agrícolas de San Carlos y San Jerónimo. Hasta mediados de la década del setenta las tres colonias atravesaron momentos difíciles y, desde luego, no se fundaron nuevos asentamientos. Sobre el proceso de colonización seis períodos se destacan nítidamente: 1) un desarrollo lento y escasamente exitoso entre 1856 y 1864; 2) una apreciable recuperación entre 1864 y 1870, especialmente notable en los dos últimos años; 3) una leve caída, tanto en el número de colonos como en la extensión ocupada, entre 1870 y 1877; 4) una brusca caída entre 1877 y 1880; 5) un espectacular boom entre 1880 y 1892; y finalmente, 6) una nueva caída entre 1892 y 1894.

4

«Muerte del cacique Painé» (La Capital, 18 de abril de 1868), «Vida y muerte de Mariano Rosas» (La América del Sur, 26 de agosto de 1877 y La Prensa, 9 de febrero de 1879), «Epumer Rosas y el fin de una dinastía» (La Prensa, 28 de enero 1879, Nº 2586) en Stroppa (2007b).

5

Sobre el tema se recomienda ver los trabajos de Susana Rotker (1999), Fernando Operé (2001), Marcela Tamagnini (1995), Stroppa (2004, 2007a) entre otros.

6

En Junio de 1854 se crea en Rosario la Comisión de Damas de Beneficiencia, designándose presidenta a Doña Laureana Correo de Benegas. Estuvieron sucesivamente a cargo de la institución las señoras: Angela Rodríguez de Rosas, Marcela S. de Rusiñol, Eusebia S. de Rosas, Benita Vidal de Caminos, Laureana C. de Benegas, Angela N. de Cullen, Deidamia O. de Díaz Vélez, etc. Lo más destacado de su actuación en estos años es la Sociedad Protectora de los Cautivos que dependía de la Comisión.

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Marcela Tamagnini (1995) publica un valioso material documental del Archivo privado del Convento de San Francisco de Río Cuarto constituido por cartas, memorias, comunicaciones, informes, etc. La carta que presentamos no figura en el mismo.

Bibliografía BORRAT, H. 1989 El periódico actor político. Gustavo Gilli, Barcelona. HALBAWCHS, M. 1952 Les cadres sociaux de la Memoire. PUF. París. MALOSETTI COSTA, L. 1994 Rapto de cautivas blancas. Un aspecto erótico de la barbarie en la plástica rioplatense del siglo XIX. Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires. OPERE, F. 2001 Historias de la frontera: el cautiverio en la América. Fondo de Cultura Económico de Argentina, Buenos Aires. PRATT, M. L. 1992 Imperial eyes. Travel writing and transculturation. Nueva YorkLondres, Routledge, New York. ROTKER, S. 1999 Cautivas. Olvidos y memorias en la Argentina.Ariel, Buenos Aires. STROPPA, M.C. 2004 Cautivas y cautivadas. Identidades en conflicto de las mujeres blancas en la frontera sur de Santa Fe a mediados del siglo XIX. Revista de la Escuela de Antropología, Vol. IX, UNR. Rosario: 91-104.

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STROPPA, M.C. 2007a El testimonio de Domiciana. El destino de las mujeres blancas cautivas en la frontera sur a mediados del siglo XIX. Revista de la Escuela de Antropología, Vol. XIII. UNR. Rosario. STROPPA M.C. 2007b La muerte de los Zorros y su repercusión en el periodismo. En OLMEDO, E. y F. RIBERO (comp.) Debates actuales en Arqueología y Etnohistoria. Publicación de las V y VI Jornadas de Investigadores en Arqueología y Etnohistoria del Centro-Oeste del País. Universidad Nacional de Río Cuarto. Río Cuarto: 233-242. TAMAGNINI, M. 1995 Cartas de frontera. Los documentos del conflicto interétnico, Universidad Nacional de Río Cuarto, Río Cuarto. VIÑAS, D. 1982 Indios, ejército y frontera, Siglo XXI, Buenos Aires. VINCENT GARCIA, JM. 1995 «Problemas teóricos de la arqueología de la muerte», Biblioteca Arqueohistorica limiá, Serie Cursos e Congresos 3, Xinzo de Limia. WHITE, H. 1987 El contenido de la forma, Ediciones Paidós, Barcelona, 1992. WHITE, H. 1992 El contenido de la forma, Paidós. Barcelona.

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Dinámica de frontera al sud-oriente de la Quebrada de Humahuaca Mercedes Garay de Fumagalli Centro Regional Estudios Arqueológicos - Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Jujuy Contacto: [email protected]

1. Presentación Con una visión andino-centrista los estudios arqueológicos e históricos se han centrado en los desarrollos socio-culturales propios de las Tierras Altas. Las Tierras Bajas y la franja pedemontana en Argentina, han sido consideradas en su relación marginal respecto a las anteriores. A sus ocupantes se los ha visto siempre constreñidos a progresar, reaccionar, huir, asimilarse o extinguirse, en respuesta a las acciones de las sociedades andinas más avanzadas. Este enfoque comienza a cambiar en las últimas décadas, en las cuales los estudios etnohistóricos de investigadores franceses como Renard- Casevitz (1981) y Thierry Saignes (1983) en los Andes Orientales de Perú y Bolivia, ponen el acento en los procesos seculares, originales y variados que se desarrollan en estas regiones y no solo en su carácter marginal. Posteriormente también desde la Arqueología se llevan a cabo investigaciones en las vertientes orientales de los Andes, que abordan los estudios en la región, poniendo énfasis en las particularidades, importancia y riqueza de los procesos socio-culturales que se desarrollan en las zonas de frontera. Schjellerup (1998) indaga sobre la expansión incaica hacia el Este y, tras estudiar guarniciones de frontera en los Andes Centrales (Perú), otorga a las mismas funciones defensivas e informativas, destacando que también cumplieron funciones respecto al ordenamiento del trueque con las poblaciones que provenían del este. Sobre esta base, la autora caracteriza la especial forma de vida que la frontera otorga a sus habitantes. Para Schjellerup las situaciones de contacto permanentes generan procesos simbióticos que devienen en conductas particulares, que van a convertirse en ingredientes de una conciencia regional, una identidad que los distingue de sus grupos de origen y los asemeja, y al mismo tiempo, los distingue entre sí, generando un comportamiento idiosincrático. Esto favorece procesos de etnogénesis y un sentido de regionalidad, que se traduce a nivel arqueológico en patrones estilísticos propios.

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Por su parte, Alconini (2004), quien viene realizando investigaciones en la franja fronteriza de las poblaciones andinas con las de las Tierras Bajas orientales, destaca en un trabajo relacionado con el avance Chiriguano hacia el Oeste, las activas interacciones sociales, culturales y económicas que se desarrollaron entre las sociedades de la vertiente chaqueña y el Tawantinsuyu. En este trabajo, la autora resalta el particular interjuego que se produce en las fronteras entre las poblaciones, el medio ambiente y las instituciones y que, por lo tanto, las conductas idiosincráticas propias de las fronteras serán producto de cada situación particular de contacto, considerando que su comprensión dependerá del estudio de la matriz ecológica, social, política y cultural específica de cada proceso histórico. En nuestro país, crecientemente la franja de valles orientales, denominada localmente: Selvas Occidentales (Dougherty, 1974); Bosques occidentales o Sierras Subandinas (González, 1977); Area Pedemontana (Nuñez Regueiro y Tartussi, 1987) y Yungas (Ventura, 1994), ha sido motivo de investigaciones arqueológicas por parte de autores que, desde distintos marcos teóricos, en parte inspirados por los autores franceses, van aportando conocimientos sobre estas regiones, casi desconocidas hasta hace dos décadas. De las investigaciones realizadas hasta el momento, se desprende que los Andes Orientales presentan ocupaciones humanas seculares en Bolivia y Perú. También en el Noroeste de la Argentina los conjuntos pertenecientes a San Francisco y Candelaria en las Sierras Subandinas documentan muy bien el período Formativo, demostrando la larga ocupación de la franja pedemontana local. Sin embargo, a pesar de la evidencia obtenida, se ha otorgado poco peso a estas sociedades en la construcción de los procesos de desarrollo socio-cultural regional. No se estudió su continuidad y se consideró a los valles donde se desarrollaron zonas de tránsito o vías de ingreso hacia las Tierras Altas. Así estas tierras siempre fueron consideradas «áreas marginales»; «corredores»; «tierras vacías»; «bordes». Las causas que generaron esta situación son de carácter epistemológico y otras relacionadas con las características del registro arqueológico propio de los bosques y selvas occidentales: 1. De carácter epistemológico: Renard de Casevitz et. al. (1986) dicen «Existe una división fantasmática de incumbencias teóricas que retoma la mirada de los europeos sobre las sociedades amerindias, por la cual las sociedades de las cordilleras andinas serían objeto de los discursos arqueológicos e históricos y las de la floresta amazónica (y en este caso de las Yungas), de los discursos etnográficos y antropológicos».

Por lo anterior, los estudios de la región de Yungas en el NOA, fueron descuidados durante muchos años, generando la equivocada interpretación histórica que las mismas habían sido zonas «vacías» u ocupadas esporádicamente con fines específicos. Asimismo, se desconoció que estos procesos tuvieron importancia decisiva, desde incluso el precerámico, en la conformación de un macro-espacio de interacción regional, que fue decisivo en la definición del acervo cultural de las sociedades de las Tierras Altas. Por ello, la investigación del pasado prehispánico de las sociedades de las florestas, se presenta actualmente como materia fundamental para la arqueología, a fin de interpretar las conductas, tanto de las sociedades andinas, como los desarrollos locales de las mismas.

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2. De carácter arqueológico: La arqueología de las tierras pedemontanas ha sido más dificultosa y por ello, menos practicada por las siguientes razones: 1. La baja visibilidad de los rasgos materiales, debido a las características geomorfológicas y a la cubierta vegetal presente en los valles orientales. 2. La escasez de asentamientos con arquitectura monumental y de grandes conglomerados. 3. La característica de los asentamientos Formativos que, en general, no presentan estructuras de muros en superficie.

2. Las investigaciones en el sector meridional de los Valles Orientales de Jujuy Por sus características geomorfológicas, ecológicas e históricas, consideramos que nuestra región de estudio está comprendida en una «franja de frontera». Este espacio, cuya dimensión desconocemos por ahora, se extiende entre dos zonas que se diferencian en sus poblaciones, en su organización política, social y económica y en sus desarrollos históricos. Sin embargo, no entendemos que por ello se constituya en una línea de ruptura o discontinuidad geográfica y cultural entre sociedades, sino contrariamente, lo interpretamos como un espacio conectivo (Clementi, 1987). En términos de Parker (2006) y dentro de la clasificación que el autor realiza, conceptualizamos a estos territorios como una Frontier, una zona dinámica, fluida, «porosa», de interpenetración entre dos poblaciones, anteriormente diferenciadas (concepto, este último, tomado de Thompson y Lamar, 1981). El marco teórico inicial de nuestras investigaciones se basó en el enfoque de la Arqueología Regional (Parsons, 1972). Este enfoque fue complementado posteriormente con el de la Arqueología del Paisaje (Criado Boado, 1999). Abordamos el estudio desde una unidad de análisis regional, delimitando una región que comprende desde las nacientes de los ríos Tiraxi-Tesorero al Norte, la cuenca del río CapillasNegro al sur y desde el Pukara de Volcán, al Oeste, a la cuenca del río Ocloyas al Este. Sobre esta unidad de análisis, buscamos reconstruir e interpretar los paisajes arqueológicos, a la manera de Criado Boado (1999), comprendiendo las relaciones entre 3 dimensiones: 1) el espacio físico o matriz medioambiental, 2) el espacio como construcción social, producto de la acción humana y de las relaciones entre individuos y grupos y 3) el espacio en cuanto entorno simbólico, que, sobre todo para el momento incaico, se refleja en el reclamo del paisaje sagrado a través de la cultura material con la construcción de apachetas, santuarios, etc. Por lo anteriormente expuesto, otorgamos especial importancia al análisis de la matriz espacial en la que desarrollaron su vida los pueblos prehispánicos. Los hombres se apropian y construyen su espacio en base a actividades culturales, rituales, sociales y económicas y lo hacen en interacción con el medio ambiente. Por ello, todo paisaje es un paisaje culturalmente construido y para comprender esta construcción debemos analizar los factores intervinientes, tanto los naturales como los de carácter socio-cultural. De acuerdo a lo expresado, la localización, el patrón de emplazamiento e instalación, las vías de circulación, las estrategias económicas, los rasgos propios

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de la dimensión simbólica, se reflejarán en la distribución de la cultura material diseñando la estructura del registro arqueológico que llega hasta nosotros. A partir de estos lineamientos teóricos, trabajamos la región delimitada con un enfoque transversal Este- Oeste, que nos permitió comprender mucho más claramente la organización del paisaje social con relación a los Sistemas de Asentamiento prehispánicos presentes. Así se estudiaron los sitios arqueológicos, correlacionándolos con los distintos pisos ecológicos que ocuparon y explotaron, dentro de una economía complementaria estructurada de acuerdo a la matriz medioambiental particular del sector meridional de la Quebrada de Humahuaca.

3. Características diferenciales del espacio meridional de la quebrada de Humahuaca Los Andes Orientales decrecen en altitud de Oeste a Este, generando hacia el suroriente una serie de elevaciones, valles intermontanos y cuencas de desagüe que van perdiendo altura hasta llegar a la llanura chaqueña. Los sistemas hídricos llevan las aguas hacia el oriente, por lo que todo el sistema pertenece a la vertiente Atlántica. La quebrada de Humahuaca se caracteriza por su ubicación en sentido longitudinal NO-SE. La porción meridional, en la que desarrollamos nuestras investigaciones, se extiende desde la localidad de Volcán (2100 msnm) hasta la localidad de Yala (1400 msnm). En esta sección se produce un brusco cambio altitudinal, en la llamada cuesta de Bárcena. En 20 km de distancia se desciende hasta los 1700 m de altura. Este cambio altitudinal obedece a la presencia del gran conoide de deyección que provoca el Arroyo del Medio y que constituye el límite sur (climático y de vegetación) de la sección central de la quebrada de Humahuaca (Ottonello, 1994b). En razón de lo anterior este sector también constituye una franja transicional entre el ámbito prepuneño, al Norte y el de Yungas al Sur. Los valles orientales se extienden longitudinalmente entre la Quebrada de Humahuaca y la llanura boscosa chaqueña. Esta franja territorial presenta cadenas de cerros de altura decreciente hacia el Este, de orientación general Norte-Sur, que orográficamente corresponden a las estribaciones meridionales de la cordillera Oriental, compuesta por los cordones de Sta. Victoria, Iruya y Zenta y en el sector sur por las serranías de Volcán y sus valles intermontanos. Hacia el Este se encuentran las Sierras Subandinas, en ellas el río San Francisco recorre la depresión más importante, convirtiéndose en el principal colector de la cuenca que lleva las aguas hacia el río Bermejo y por lo tanto al Paraná y al Atlántico. Desde un análisis ecológico, esta región presenta en sus distintos pisos altitudinales las siguientes formaciones fitogeográficas: de los 500 a los 1600 msnm la Selva de Montaña o Selva Húmeda, también denominada Subtropical Montana, que en esta zona presenta principalmente variedades de Cebil (Anadenthadera macrocarpa); de los 1600 a los 1900 msnm el Bosque Montano o Bosque Templado Nublado, que tiene como especies características el Pino del Cerro (Podocarpus parlatorei), Nogal criollo (Juglans Australis) y Cedro (cedrella sp.); de los 1900 a los 2100 msnm, la franja transicional del Aliso (Alnus jorulensis) y la Queñoa (Prosopis ferox) y sobre los 2100 msnn, las Praderas Montanas, Pastizales de altura o Pastizales de Neblina (Cabrera, 1958; Browm y Ramadori, 1989). Una característica muy importante de la región, que facilita la instalación humana, radica en el hecho que, a los 23º 80´ se presenta un importante escalón altitudinal que

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genera el nacimiento de los ríos Tiraxi y Tesorero y la pérdida general de altura de toda la cuenca. La franja pedemontana se muestra más extendida y aplanada que en el sector Central y Norte, los vientos húmedos provenientes del sudeste penetran más hacia el Oeste y por lo tanto, la formación de Yungas se extiende en esta dirección hacia la Quebrada de Humahuaca, atravesándola a la altura de la localidad de León, en lo se denomina Yungas occidentales o empobrecidas (Cabrera, 1958). Esta particularidad geomorfológica y ecológica genera que en el sector meridional de la Quebrada de Humahuaca, los recursos propios de los Valles Orientales, caracterizados por su biodiversidad y riqueza, se encuentren más cercanos y accesibles a la Quebrada, como así también a las tierras del borde oriental de la Puna. Esta cercanía se ve favorecida por las quebradas subsidiarias y transversales de León y Tumbaya Grande. Los recursos que ofrecen los valles cálidos y húmedos del Este son abundantes y variados y cubren una gama que abarca tanto bienes suntuarios o de prestigio (destinados a la ostentación social, al ritual y a las prácticas medicinales), como de subsistencia, que comprenden además del alimento, la materia prima destinada a la confección de artefactos y al vestido. Entre los primeros podemos mencionar: plumas multicolores, nueces de Nogal Criollo, pieles vistosas como las de gato montés y yaguareté. Entre los relacionados con el ceremonial otorgamos principal importancia al cebil (Anadenanthera collubrina), que crece abundantemente en la región. También abundan las plantas medicinales y otras especies vegetales útiles como el palo de tinte. Con relación a los productos de subsistencia se encuentran: maderas duras, calabazas usadas como recipientes, abundantes recursos de caza y recolección (entre la que destacamos la miel); y productos de siembra como la papa semilla y el maíz, que puede sembrarse en ciclos anticipados respecto a la Quebrada (michka). Es importante asimismo destacar en la zona la presencia de la mina denominada actualmente Chorrillos, ubicada sobre la Quebrada de Jaire, que produce carbonatos de cobre (malaquita v azurita), sulfuros de cobre (calcosina) y fundamentalmente, cobre nativo (Solís com. pers.). Por lo expuesto concluimos que el sector meridional de la quebrada de Humahuaca presenta las siguientes características ecológicas distintivas: 1. Las unidades geomorfológicas de Puna, Quebrada y Valles están más cercanas entre sí que en cualquier otro sector de la Quebrada, por lo tanto los recursos de los distintos pisos ecológicos son más accesibles para las poblaciones que habitan cada uno de ellos. 2. Las condiciones medioambientales del sector meridional de la Quebrada son más húmedas y templadas por lo que las yungas se extienden hacia el oeste, atravesando el valle del río Grande a la altura de León, acercándose al eje de la Quebrada. 3. Los Valles Orientales, a esta latitud, presentan más superficies aplanadas, favoreciendo el cultivo y la circulación entre Tierras Bajas y Tierras Altas.

4. Características de la ocupación humana prehispánica en la región El registro arqueológico de la quebrada de Humahuaca muestra en el sector Central y Norte, una densa instalación humana sobre el valle del Río Grande y quebradas subsidia-

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rias y una ocupación más escasa y dispersa en los Valles Orientales. En cambio, en el sector meridional esta situación resulta inversa, en los valles pedemontanos hemos prospectado y relevado 8 sitios Tardíos e Inka; 2 de inicios de Desarrollos Regionales, El Tinajo y Alto Cutana (Garay de Fumagalli, 1997) y 1 sitio Formativo, Trigo Pampa, emplazado sobre el arroyo homónimo, en la localidad de Ocloyas (Garay de Fumagalli, 2003b). En la misma latitud, sobre el eje de la quebrada de Humahuaca, Volcán es el único sitio de jerarquía que, según nuestras investigaciones, habría sido cabecera política de los asentamientos contemporáneos de todo el sector meridional (Garay de Fumagalli, 1995). En base al correlato cronológico, al análisis de los conjuntos artefactuales y al análisis espacial, consideramos que Volcán fue, desde los Desarrollos Regionales, el núcleo político que pudo haber controlado la producción y extracción de bienes de los territorios del Oriente de la Quebrada. A la vez, un eje articulador de los procesos de interacción con sociedades de las tierras altas occidentales. Los sitios Tardíos e incaicos de los Valles Orientales comprenden: 1. El Sistema de Asentamiento Tiraxi compuesto por 6 sitios que denotan presencia incaica, con núcleo en API que consideramos destinado a la extracción de bienes y productos propios de las Yungas. 2. Dos enclaves de frontera que controlan las principales vías de acceso desde las tierras bajas chaqueñas: el Cucho de Ocloyas, pequeña guarnición ubicada en las cabeceras del río Ledesma, sobre uno de los caminos de acceso directo a la quebrada de Humahuaca (el que desemboca en la quebrada de Huajra) y el Antigal de Tacanas, que controla asimismo, la entrada por la cuenca del río Negro y su afluente principal, el río Capillas, que conecta con el valle de Jujuy. 3. Mula Barranca, asentamiento poblacional en ladera, adyacente al río Ocloyas y emplazado 3 km al Sur del Cucho de Ocloyas. En el presente trabajo hemos focalizado nuestro análisis en los sitios más orientales de la región estudiada, que son el Cucho de Ocloyas, Alto Tacanas y Mula Barranca por considerar que, en los dos primeros, estaríamos en presencia de enclaves de frontera, controlados por el Tawantinsuyu, que operaron dentro del sistema imperial, con distintas modalidades y funciones, evidenciando las variadas estrategias de control espacial, de recursos y personas, que el estado incaico utilizó en los territorios por él conquistados y en el tercer caso, en presencia de un asentamiento local del período Tardío, que posteriormente entró bajo control del imperio. (Figura 1).

5. Descripción del Cucho de Ocloyas, Alto Tacanas y Mula Barranca 5.1. Cucho de Ocloyas Está ubicado a los 65º 20‘ Long. O. y 23º 50´ Lat. S., a 1490 msnm, emplazado sobre las cabeceras del río Ledesma. Es una pequeña guarnición de frontera que habría sido destacada por los Incas, para controlar la principal entrada directa desde el Chaco a la quebrada de Humahuaca. Esta se realiza por las localidades de San Bernardo, San Javier

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Figura 1

y sale a la misma por la quebrada de Huajra. Asimismo, pudo haber custodiado la zona de producción-extracción de Tiraxi, también con presencia de sitios incaicos (Garay de Fumagalli, 2003a) y asentamientos locales como Mula Barranca, recientemente detectados. El fechado radiocarbónico obtenido GX-32582-AMS 320±40 AP, muy tardío, indicaría que su instalación pudo deberse a la activación de los movimientos en la frontera, quizá debido al conflicto originado por el avance hacia el sud-oeste de los Chiriguanos que generó el endurecimiento de la frontera y la instalación de una línea defensiva, representada más al norte por las guarniciones de Puerta de Zenta y Pueblito Calilegua (Raffino, 1993). No obstante lo anterior, sus conjuntos cerámicos, con fuerte presencia de alfarería decorada por desplazamiento de pasta, muestran que el Cucho habría mediatizado, asimismo, procesos de interacción con poblaciones de la llanura oriental mediante intercambio de bienes, de servicios y/o de personas ¿mujeres?, que se realizaban en estos puestos fronterizos que cumplían funciones no solo defensivas (Garay de Fumagalli, 2003a). Una situación similar a la planteada para otras fronteras orientales incaicas (Renard de Casevitz et. al., 1986; Schjellerup, 1998; Pärssinen y Shiiäinen, 1998; Alconini, 2004).

5.2. Alto Tacanas También llamado Antigal de Tacanas, está instalado a los 65º 12´ Long. O. y 24º 05´ Lat. S. a 1250 msnm. Es un emplazamiento en altura que controla también una

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entrada principal desde el Chaco, en este caso al valle de Jujuy, a través del río NegroCapillas-Cucho, pero que a su vez controla visualmente una zona apta para la producción agrícola y rica en recursos de Yunga (Garay de Fumagalli et al. 2004). Este sitio había sido estudiado en la década del 80 por Dougherty (1982). Sus investigaciones le permitieron localizar, además, 5 sitios sobre el cauce del río Capillas y el río Cucho, todos cercanos entre sí, unos 300 m por debajo del Antigal de Tacanas. Ninguno de ellos tiene similitudes formales constructivas con dicho Antigal, pero los contextos cerámicos estudiados presentan en todos los casos materiales de influencia incaica, por lo que es posible suponer que en algún momento fueron habitados coetáneamente. También Dougherty recupera materiales decorado en N/R, ordinarios y fragmentos decorados por desplazamiento de pasta, como así también tiestos de indudable procedencia San Francisco. Aunque no se posean fechados cronométricos, todo ello presupone un complejo proceso de ocupación y preexistencia poblacional en la zona.

5.3. Mula Barranca Se encuentra localizado a los 65º 12´ Long. O y 23º 56´ Lat. S. El área de recintos se extiende entre los 1433 mts. y los 1560 msnm. Es un emplazamiento en ladera y los recintos se asocian a niveles aterrazados. Su patrón constructivo y su emplazamiento difiere de los dos sitios anteriores, aunque existe conexión visual directa con el Cucho de Ocloyas y los contextos cerámicos presentan algunas similitudes que indican una instalación, que, en un momento, fue contemporánea a la anterior.

6. Similitudes y diferencias entre Cucho de Ocloyas, Aº Tacanas y Mula barranca 6.1. Similitudes Los tres sitios están emplazados a similar altura y a casi la misma longitud. Los dos primeros dominan visualmente las principales vías de circulación al Chaco, no así Mula Barranca. El medio ambiente es similar en todos los casos: valles orientales cubiertos de yungas, en el piso ecológico correspondiente a la base del Bosque Montano con presencia de nogales y abundantes mirtáceas. En cuanto a los contextos cerámicos todos presentan tiestos Inca locales, Angosto Chico Inciso (ACHI), corrugados y ordinarios con pastas locales. Se asemejan sobre todo en la cerámica ordinaria y la decorada por desplazamiento de pasta.

6.2 Diferencias Cucho de Ocloyas: Es una instalación claramente defensiva y de control territorial. Presenta muro perimetral y base de torreones. Este sitio presenta conexiones con el sur de la quebrada de Humahuaca y con la zona de Tiraxi, por cuanto las pastas no locales presentan en todos los casos, componentes de filitas-pizarras, de la formación Puncoviscana (que no existe en la zona, aparece en Quebrada a 10 km de distancia). Sin embargo, lo más representativo de su contexto cerámico es la llamativa canti-

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dad de fragmentos decorados con Corrugados Complejos. También presenta más diversidad de tiestos de manufactura alóctona, entre ellos muy importantes los Chicha Morado y Naranja, Castaños y Rojos muy pulidos correspondientes a platos o escudillas incaicas y fragmentos muy micáceos de pastas finas de vasijas pequeñas (14%). Oportunamente hemos interpretado estos conjuntos como posible producto del traslado de mitimaes a este enclave en el contexto de una estrategia estatal de afirmación de la frontera oriental (Cremonte, Garay de Fumagalli y Sica, 2003). Antigal de Tacanas: No presenta muro perimetral, pero pudo haber desaparecido por la erosión. Los contextos cerámicos son más monótonos que los del Cucho de Ocloyas. La petrografía es local, igual que en el Cucho, pero no hay tiestos con filitaspizarras de las rocas granitoideas propias de la formación Puncoviscana. Los litoclastos son de basalto porfírico o andesitas porfíricas, o sea provienen de volcanitas. Por lo tanto las piezas en N/R o Inca-Paya que se recuperaron en el sitio, no son provenientes del Sur de la quebrada de Humahuaca. Pueden ser locales o provenientes de otros sitios cercanos al valle de Jujuy. Este sitio podría ser Bajo La Viña, sobre el que se están desarrollando investigaciones (Kulemeyer, et. al. 1997). Consideramos, por lo tanto que podría haber formado parte de otra esfera de interacción o control estatal que involucró al Valle de Jujuy y a sitios orientales ubicados a la misma latitud, en las cabeceras del río Negro. Mula Barranca: El patrón de instalación difiere de los anteriores, es más disperso, consiste en conjuntos de dos o tres recintos restringidos, asociados a otro de mayor tamaño. No presenta rasgos que lo hagan relacionar con un sitio defensivo. Las técnicas constructivas también son diferentes, los muros están realizados con grandes bloques que se van trabando entre sí y que aparentemente sostuvieron paredes y techo de material perecible, aunque el tamaño y la forma –rectangular de ángulos redondeados- es similar a las del Cucho de Ocloyas. Los contextos cerámicos presentan una proporción, relativamente alta, de alfarería decorada en negro sobre rojo de líneas gruesas, adscribibles a los contextos Tardíos de la quebrada de Humahuaca, acompañados, como en todos los sitios orientales, por una alta proporción del estilo Angosto Chico Inciso (ACHI) y de cerámicas ordinarias con antiplástico de pórfiros basálticos, de origen local. Esta alfarería, se asemeja a la de Alto Tacanas en el uso de antiplástico proveniente de volcanitas locales y se diferencia del Cucho de Ocloyas dado que en éste aparecen más cerámicas propias de la quebrada de Humahuaca (realizadas con antiplástico de pizarras y filitas, provenientes de la formación Puncoviscana), cerámica Chicha y los Corrugados Complejos. El hecho que en Mula Barranca, a solo 3 km del Cucho de Ocloyas, no aparezcan estos conjuntos de corrugados, ratificaría la hipótesis que dichos conjuntos obedecerían a la presencia de especialistas de frontera, trasladados por el imperio, en momentos posteriores a la instalación de Mula Barranca en la zona.

7. Análisis del contexto arqueológico de la frontera suroriental En un espacio territorial limitado y con características ecológicas similares, con diferencias propias de sus distintos pisos altitudinales, detectamos tres sitios arqueológicos que muestran distinto tipo de presencia o influencia incaica. A escasos 40 km entre sí, dos sitios de similares características y emplazamiento, presentan diferencias que remiten, por

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una parte a la existencia de población preexistente y por otra a las necesidades puntuales y estrategias de control del imperio incaico en la región. En el caso del Cucho de Ocloyas, el emplazamiento se habría realizado con el objetivo claro de controlar, mediante contingentes especiales, posiblemente mitimaes militares, la frontera oriental. Estos habrían tenido, a su vez, la función de absorber y canalizar las interacciones con los grupos provenientes del Chaco, «amortiguando», de esta manera, el posible impacto de estas poblaciones sobre las instaladas en la quebrada de Humahuaca. En cuanto a Alto Tacanas, no queda aún en claro la funcionalidad específica mostrando diferencias con el Cucho de Ocloyas. No podemos afirmar todavía que su fin fuera solo defensivo, aunque su emplazamiento en un sitio de difícil habitabilidad, indica que dicho emplazamiento se relaciona con situaciones de conflicto, tanto si la función fue la de esconderse, como la de controlar a otras poblaciones, seguramente provenientes del Chaco. Observamos, asimismo, que esta ocupación se realizó en una zona apta para la producción agrícola (lo que debe haber sido importante para su instalación), como así también para la extracción de recursos de yungas. Esta debe haber sido la razón que generó la existencia de poblaciones locales preexistentes al dominio incaico en el lugar. En cuanto a Mula Barranca, descubierto muy recientemente y en plena etapa de estudio, consideramos que fue un núcleo poblacional habitado durante los Desarrollos Regionales, anterior a la instalación del Cucho de Ocloyas (que es un sitio muy tardío). Sin embargo, la presencia de cerámica inca regional, como los tiestos espiralados de línea fina Negro sobre Rojo, indicarían que el sitio recibió influencia incaica. Este sitio correspondería a la ocupación del espacio oriental, previo a la llegada de los inkas, espacio que luego fue reorganizado, bajo estrategias y mecanismos estatales, a partir del siglo XV.

8. Comentarios finales Nuestras investigaciones nos llevan a retomar conceptos de otros autores que han trabajado la frontera oriental del Tawantinsuyu como Renard de Casevitz, Saignes, Schjellerup, Alconini, Pärssinen y Shiiäinen y a destacar que, como sucede en los Andes Centrales y Meridionales, los valles sudorientales de Jujuy han sido territorios de frontera, donde se desarrollaron procesos seculares de contacto interétnico, desde el Formativo regional hasta la llegada de los Inkas. Estos últimos modificaron, de acuerdo a sus intereses regionales, las pautas de uso y explotación de la tierra y posiblemente, la composición étnica de la población de los valles, por la presencia de mitimaes, proceso que continuó con la llegada de los españoles a la región. Esta situación ha derivado en contextos arqueológicos que reflejaron los cambios y discontinuidades de esta especial dinámica poblacional, social y económica. Sin embargo, los rasgos que caracterizan dichos contextos, muestran una serie de regularidades y recurrencias derivados de un comportamiento local ideosincrático, que se ve reflejado, a nivel material, en las modalidades tecnológicas, la manufactura y los tipos de pastas presentes y en los particulares patrones decorativos de sus estilos cerámicos. Estos rasgos a los que aludimos, están representados en la alfarería decorada por desplazamiento de pasta y fundamentalmente en lo que Madrazo (1970) llamó el

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Complejo Estilístico Angosto Chico Inciso (ACHI). En todos los sitios pertenecientes a los Desarrollos Regionales e Incaicos estudiados en el área pedemontana de Jujuy, se encuentra presente dicho Complejo Estilístico. El mismo está representado en general, en alfarerías asociadas a ámbitos domésticos y presenta en alta proporción, restos de hollín. A pesar que se ha recuperado también en los yacimientos de la quebrada de Humahuaca, en los sitios orientales tiene una representación estadística mucho mayor. Es de destacar, en este análisis, que Volcán es el yacimiento quebradeño en el que tiene mayor incidencia este estilo. El mismo está ubicado en el sector meridional de dicha quebrada y en otros trabajos hemos considerado que fue el núcleo político desde el cual se organizó, durante el Tardío, la ocupación y explotación de los Valles Orientales de Jujuy (Garay de Fumagalli, 2003a). Ottonello (1994a), tras analizar las características y dispersión geográfica del ACHI, recupera consideraciones ya realizadas por Dougherty (1974), proponiendo, como hipótesis, la posible relación entre el estilo San Francisco Ordinario y su derivación en el estilo Angosto Chico Inciso y, por lo tanto, la procedencia oriental de esta alfarería. Si bien no es posible, en el estado de nuestras investigaciones, validar esta hipótesis, si podemos confirmar que, a medida que se realizan nuevos estudios en el área pedemontana, la presencia del ACHI se va perfilando como un estilo local, con amplia dispersión y presencia permanente en los yacimientos trabajados. Retomando los planteos que originaron este trabajo, planteamos que la ideosincracia de los contextos arqueológicos de los Valles Orientales, representada, entre otros rasgos por la presencia recurrente del ACHI, estaría indicando seculares procesos de ocupación humana en los mismos; una dinámica de interacción muy activa con poblaciones del Oriente y de la Quebrada; la reorganización de este espacio de frontera bajo las políticas estatales incaicas y, como consecuencia de lo anterior, el desarrollo de procesos de etnogénesis que otorgaron a sus habitantes conductas peculiares y distintivas, reflejadas en la cultura material que recuperamos mediante el trabajo arqueológico.

Agradecimientos A las familias Tarifa y Kingard, por confiar en nosotros y permitirnos trabajar en sus tierras. Al Lic. Luis Laguna por contribuir con su experiencia y conocimiento a las tareas de campo. A los alumnos Federico Castellanos, Anibal Villaroel y Martín Arjona por su compromiso y sacrificio en las complejas tareas de campo en los Valles Orientales.

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Imágenes de los metales en los Valles Calchaquíes durante los siglos XVI-XVII Geraldine A. Gluzman Museo Etnográfico J. B. Ambrosetti, Buenos Aires Contacto:[email protected] «Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras» Pablo Neruda. Confieso que he vivido (1974)

Introducción Al arribo de los españoles a América, muchas de las sociedades indígenas de los Andes manejaban sofisticadas técnicas de elaboración de bienes de metal, las cuales incluían la modalidad de fundición por cera perdida de aleaciones binarias y ternarias. Los objetos metálicos, en su mayoría de carácter ornamental y profusamente decorados, constituían símbolos de estatus social y de poder político y religioso. Para los europeos que llegaban a la región andina, los metales implicaban una manera de enriquecimiento rápido y el éxito social asegurado. De este modo, dos concepciones disímiles sobre una misma «riqueza», la local y la europea, se pusieron en contacto y lejos de mantenerse cristalizadas fueron alimentándose recíprocamente. En este trabajo se analizarán estas perspectivas en un caso de frontera, los Valles Calchaquíes en el Noroeste Argentino (Figura 1). En el contexto de conflicto permanente y de amenaza de guerra entre españoles e indígenas que se produjo en esta región, se habrían generado «creencias de frontera», lo cual implica trascender la idea de frontera como una línea que divide un espacio seguro de otro a conquistar por medio de la fuerza para considerarla también como un espacio de conquista organizado a partir del movimiento y de los cambios donde, como todo nuevo y desconocido territorio, se caracteriza por la aventura, la ambigüedad, lo indefinido y transitivo. Teniendo en cuenta estas articulaciones, nos proponemos evaluar cómo el imaginario español sobre las riquezas metalíferas y la cantidad real de metales fue decisivo en los procesos de expansión colonial en el valle, así como también observar cómo los conocimientos sobre la localización de minas por parte de los españoles pudieron estar

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limitados como resultado de las estrategias de los nativos para impedir su usufructo.

Figura 1. Mapa de los Valles Calchaquíes.

Metales para las deidades, metales para intercambio mercantil Sin duda uno de los aspectos más sobresalientes de lo que se ha denominado «encuentro de dos mundos» sea la confrontación de los diversos modos de observar la riqueza minera entre las sociedades americanas y la europea. No se trataba únicamente de una cuestión de percepción sino también de los fines a los que ésta estaba destinada. Para las sociedades andinas, el metal constituía uno de los medios más adecuados para acercarse a los dioses, lo cual en última instancia implicaba una particular modalidad de interacción entre los hombres. Como tecnología de poder estaba orientada a trasmitir mensajes de diferenciación social y de status político y religioso. En la región de los Andes Septentrionales (Colombia, Ecuador y sierra y costa Norte de Perú) la tecnología metalúrgica se orientó hacia la orfebrería empleando aleaciones binarias (plata-oro, plata-plomo, cobre-plata, oro-cobre) y terciarias (oro-plata-cobre), mientras que en sector meridional (Norte de Chile, NOA, Bolivia, Sur de Perú) predominaron las aleaciones de bronce estannífero y arsenical. Se empleaban complejas técnicas de colada, destacándose la modalidad de fundición por cera perdida. En el caso del Noroeste Argentino, la actividad metalúrgica fue desde inicios del establecimiento de las aldeas agroalfareras, una de las principales producciones materiales y simbólicas. La tecnología metalúrgica estuvo encauzada hacia la confección de bienes empleados en actividades no cotidianas, en muchos casos relacionadas con eventos religiosos que atraerían centenares de personas y con ajuares mortuorios. Por tal motivo, los metales eran materias primas óptimas para legitimar una ideología favorable a los grupos de poder. A diferencia del trabajo sobre otros materiales como la piedra, en la región andina los artefactos en metal no hacen su aparición como bienes pensados en facilitar actividades de subsistencia. Los bienes de metal decorados, por

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las características de su producción y las vinculaciones del material con el universo mítico panandino, resultaron particularmente adecuados para servir a la demarcación de status diferenciales (González, 2002). Los objetos de prestigio metálicos, actuando como símbolos religiosos, transmitían mensajes sobre el orden social y de este modo lograban la materialización (De Marrais et al., 1996) de la ideología como un mecanismo de cristalización de dicho orden. A través de la religión se naturalizaba la vida social, ya que los ritos simulan operar sobre la naturaleza y la sociedad, pero en realidad actúan sobre sus representaciones (García Canclini, 1986:190). Con el fin de lograr acercarse los diversos tipos de lógicas de los valores que un bien pueden poseer, Jean Baudrillard distinguía: a) lógica funcional del valor de uso; b) lógica económica del valor de cambio; c) lógica del cambio simbólico y d) lógica del valor/signo (Baudrillard, 1974:56). Las dos primeras clases de valor tienen que ver principalmente con la base material de la vida social, mientras que los dos últimos tipos se refieren a los procesos de significación cultural (García Canclini, 2004:34). En relación con estas lógicas, es posible considerar que la gran mayoría de los objetos metálicos ornamentales en las sociedades andinas, poseían un valor de uso otorgado en los contextos de festividades y de ostentación social y es posible considerar que, al menos la mayoría de éstos, carecían de valor monetario formal en un mercado. Pero asimismo, en el estudio de los metales andinos, es factible destacar otros dos tipos de valores, signo y símbolo (Baudrillard, 1974). El valor signo hace referencia al conjunto de connotaciones e implicaciones simbólicas, conectadas a un objeto. Los bienes decorados en metal poseían connotaciones de asociación a las deidades tutelares, al tiempo que, a diferencia de otros bienes, su elaboración requería de una compleja cadena productiva que involucraba operarios especializados y de la posibilidad de aprovisionamiento de los recursos primarios. Es decir, los objetos poseían un valor signo, relacionado con su proceso productivo complejo y de consumo segregacional. Asimismo, los objetos podían poseer un valor símbolo, vinculado al regalo de los mismos, situación que los tornaba intercambiables con ningún otro y generaba valor simbólico diferente del valor signo. En su manipulación en la vida social, interactuaban estos tipos de lógicas, y durante el despliegue de festividades se ponía en juego un sistema de dones y contradones entre los líderes y las deidades y entre éstos con el resto de la sociedad. En el imperio inca, parafernalia ritual y bienes de estatus, producidos en diversos puntos del territorio, eran transportados al Cuzco y luego redistribuidos entre los líderes locales. El objetivo era que el valor de los mismos aumentara por entrar en contacto con la divinidad del Inca y la capital imperial (Morris, 1986:64). Este accionar otorgaba a las piezas un valor signo, superior a aquél que era producido localmente pero redistribuido en el ámbito local. En caso de ser entregado a estos líderes durante ceremonias o el ser parte integral de rituales auspiciados por el incanato, se acreditaba a los objetos además un valor símbolo. Como regalo o don, poseía una carga simbólica diferente, que, a su vez generaba lazos permanentes de reciprocidad entre las partes. Para los ibéricos de los primeros siglos de la conquista, el metal constituía principalmente un valor de cambio, en especial los metales preciosos. Esto implicaba que funcionaban como mercancía y resultaban como moneda en sentido económico. Sin embargo constituían además un valor de uso, de símbolo y de signo, como por ejem-

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plo mediante la connotación de riqueza por medio de la elaboración de objetos de prestigio (joyas, adornos) y despliegue de regalos. En América, la conquista española estuvo ampliamente direccionada por la búsqueda de metales primero y más tarde la explotación metalífera. El anhelo de enriquecimiento y acceso al poder fueron asociados a los metales preciosos para la gran mayoría de los conquistadores así como para la monarquía española que autorizaba sus expediciones (Fisher, 2000), y en este sentido, los minerales poseían valor signo asociado a su proceso de búsqueda y adquisición. Como resultado de esta política económica, en la América española, se desplegaron dos tempranos centros de explotación de bienes metálicos argentíferos, de importancia por su alto rendimiento y capacidad de organización de la mano de obra: la zona de Potosí y la de Nueva España en México, hacia 1545 y 1560 respectivamente. El enorme caudal de plata que recibió el Viejo Mundo de América fue destinado principalmente a la acuñación de moneda, lo cual se tradujo en la fundición de inestimables cantidades de bienes americanos y explotación de menas metalíferas. De este modo, la vida económica mundial estuvo dominada por los envíos de metales a Europa: la cantidad de oro y plata trasportada en forma legal desde América superó el 77% de la suma de las exportaciones durante tres siglos (Rodríguez Molas, 1985:25). En este contexto, el oro y la plata no eran materiales sagrados sino bienes duraderos y escasos y que constituyeron la base del crecimiento económico europeo. En el área andina los españoles se asombraron no sólo por la riqueza en términos de metales preciosos sino de la maestría de los artesanos. Pronto algunos conquistadores llegaron a creer que El Dorado, finalmente había sido descubierto. Fue entonces, desde los primeros contactos con las poblaciones locales que la fiebre del oro y la plata se instaló en forma definitiva, también, en América del Sur. Al mismo tiempo, hubo poco interés por el cobre, pobremente explotado por los españoles para esta época y destinado sobre todo a satisfacer necesidades cotidianas dentro de América Hispana: «al presente labran algunas destas (sic) minas [de cobre] los españoles sacando dellas (sic) todo el cobre que se consume en Indias y alguno que se lleva a España. Todo el cobre deste (sic) reino del Perú es muy fino, señaladamente lo que se saca en […] lo del reino de Chile, de donde se trae a esta ciudad de Lima todo lo que se gasta en ella en fundir artillería, campanas y todos los demás usos en que sirve, así de instrumentos como de medicina» (Cobo 1964, I:151 en Morssink, 1993:78).

Mientras que la extracción del cobre fue una práctica metalúrgica de importancia y envergadura para el Estado inca, ya que la mayoría de su producción material era en bronce, la alusión española a ésta, y al estaño, es escasa. Éstos bienes, si bien poseían valor de uso (y de cambio), carecieron de importancia económica trasatlántica y de valor signo y símbolo. De este modo, los grupos andinos y los conquistadores ibéricos percibieron y aprovecharon de diversos modos las riquezas mineras que ofrecía la región, lo cual se tradujo en la explotación ibérica de mano de obra indígena barata y en la creación de nuevas creencias sobre las mismas. Entendemos que se fueron gestando en las fronteras con los territorios no conquistados estas creencias, que se fueron retroalimentando

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en un espacio liminalmente significativo en sentido simbólico y material. En el contexto económico político de la Gobernación del Tucumán, los valles Calchaquíes pudieron haber constituido un verdadero ámbito de frontera cognitiva y material.

Opiniones españolas sobre la propiedad de los metales preciosos Resultado de la concepción sobre los metales preciosos como valor de cambio, desde los inicios de la conquista americana los ibéricos buscaron legitimar su derecho de usufructo y propiedad. En líneas generales subyacía un intento de justificación de la apropiación de los recursos por los españoles, sin tener en cuenta los costos de explotación de la mano de obra indígena. Estas opiniones estuvieron, no obstante, condicionadas por el rol de cada actor dentro de la sociedad. A modo de ejemplo se citarán algunas de estas percepciones, las cuales fueron decisivas en las acciones de la Corona española y pueden ser generalizables al pensamiento ibérico dominante. El Licenciado Juan de Matienzo de Peralta, Oidor de la Real Audiencia de los Charcas, observa que: «… comparemos lo que los españoles reciben y lo que dan a los indios, para ver quién debe a quién: démosles doctrina, enseñámosles a vivir como hombres, y ellos nos dan plata, oro, o cosas que lo valen…».

Y más adelante agrega «pues, ¿qué otra cosa diremos que nos han dado los indios por cosas tan inestimables como les hemos dado, sino piedras y lodo? Mayormente, que como bárbaros no usaban la plata para con ella comprar las cosas necesarias, y si algo les aprovechaba, era para hacer de ella y del oro vasos para beber, y esto a los Incas solamente y algunos caciques a quien ellos daban para ello licencia […] todo esto se dice para probar que son muy debidos los tributos a los españoles» (Matienzo, 1967 [1567]:43 y 44).

López de Gomara alude que «... estos metales no se utilizan como moneda -que es el uso propio de ellos y la verdadera manera de aprovecharlos» (en Romano, 1978:131132). Desde la opinión de las autoridades virreinales como eclesiásticas y desde el grupo de conquistadores (así como también encomenderos y comerciantes) la propiedad de la riqueza es de España y sus hombres. Desde los más variados sectores se expone el verdadero sentido de la conquista: la sabiduría del eterno Señor ha colocado abundantes minas en América (Rodríguez Molas, 1985:67). En estas concepciones impera la noción de valor de cambio de los metales preciosos, y es precisamente la falta de este valor entre las sociedades andinas, entendidas como incivilizadas, lo que legitima la apropiación por la Corona Española. El padre de la Compañía de Jesús, José de Acosta agradecía la posibilidad de la evangelización de los naturales del Perú a los mercaderes y soldados que reconocían la

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tierra atraídos por su riqueza: «que haya mercaderes y soldados con el calor de la codicia y del mando, busquen y hallen nuevas gentes» (en Rodríguez Molas, 1985:67). Por otro lado, según los comentarios de Lozano, el rey Carlos V «por su religión verdaderamente española no reparaba en gastos para que se propagase su fe...» (Lozano, 1874, III: 24). El dominico Fray Reginaldo de Lizárraga admitía que «... nuestro Señor no puso el oro y la plata sino en tierras inhabitables; el oro por la mayor parte por el calor y la plata por el mucho frío, porque los hombres se contentasen con poco; mas la soberbia humana y codicia, lo inhabitable, como haya oro o plata, lo hace habitable» (Lizárraga, 1999 [1595-1607]: L. II, 365).

Desde esta perspectiva eclesiástica, la codicia era el motor de la conquista, pero detrás de estos comentarios no hay una crítica a las condiciones de trabajo indígena (cf. Lozano, 1970 Vol. I: 2). Sin embargo, la explotación de minerales precisos también constituía un valor de signo para lo Corona española y conquistadores americanos. Lizárraga comentaba hacia el último cuarto del siglo XVI que: «Este cerro es conocidísimo entre mil que hubiera; parece que la naturaleza se esmeró en criarle como cosa de donde tanta riqueza había de salir; es como el centro de todas las Indias, fin y paradero de los que a ellas venimos. Quien no ha visto a Potosí no ha visto las Indias. Es la riqueza del mundo, terror del Turco, freno de los enemigos de la fe y del nombre de los españoles, asombro de los herejes, silencio de las bárbaras naciones. Todos estos epítetos le convienen. Con la riqueza que ha salido de Potosí Italia, Francia, Flandes y Alemania son ricas, y hasta el Turco tiene en su Tesoro barras de Potosí, y teme al señor de este cerro, en cuyos reinos corre aquella moneda; los enemigos del magno Felipe y de los brazos españoles y de su cristiandad, en trayendo a la memoria que es señor de Potosí, no se atreven a moverse de sus casas» (Lizárraga, 1999 [1595-1607]: L. I:184, remarcado de la autora).

Contraparte de esta continua búsqueda de minerales, rápido enriquecimiento monetario y ascenso social, es la visión de las sociedades andinas. Guamán Poma de Ayala simbolizó la dicotomía valor de uso - valor de cambio de los metales en las cosmovisiones andinas y europeas a través de una conversación entre un indígena y un español donde el último comenta que los españoles se alimentan de oro y plata (Figura 2): «y preguntó al español qué es lo que comía; responde en la lengua de español y por señas que le apuntaba que comía oro y plata. Y así dio mucho oro en polvo y plata y vajillas de oro» (Guamán Poma de Ayala, ([1615] 1980: 343).

Esta representación además da cuenta de la interacción entre las creencias, las cuales fueron gestándose a partir de dos formas opuestas de ver la misma riqueza. Esta percepción no se trataría simplemente de una construcción intelectual de un mestizo descen-

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diente de la nobleza inca, sino también el reflejo de la existencia de un imagi-nario popular (Lorandi, 1997) dentro de la coyuntura del siglo XVII que éste recupera. Tampoco se ajustaba a un simple ejercicio de la memoria histórica, sino que subyace una reformulación espontánea frente a la nueva realidad: no aceptaba «este» mundo al revés; por el contrario, sus crónicas tenían un claro sentido de lucha y reivindicaciones, más allá de las naturales contradicciones derivadas de la doble pertenencia a la sociedad colonial e india de este escritor (Pizarro, 1997). Como sostiene esta autora, estas crónicas permiten abordar la producción de un discurso sobre el poder que refleja la cosmovisión local en tanto articulada en un contexto regional y mundial (Pizarro, 1997). Esta cuestión es de especial importancia si se tiene en cuenta la dificultad de recuperar las voces de los distintos grupos locales en lo que hace a la metalurgia y al intento de explotación de las minas por los europeos. Además disponemos de referencias, que si bien permeadas por el discurso español, aluden a dichos y expresiones de los indígenas locales en relación con la explotación europea de los minerales americanos. Figura 2. Encuentro entre españoles y los incas (tomado de http://www.kb.dk/permalink/2006/poma/info/es/frontpage.htm)

Mitos y realidades sobre la distribución natural de los metales A lo largo del proceso de conquista y colonización del NOA, podemos distinguir tres momentos que se sucedieron en el tiempo en donde es recurrente la referencia sobre la presencia en la región de metales preciosos. En las primeras crónicas vemos una fuerte mención sobre su explotación en tiempos incaicos y empleo de mitimaes en las tareas organizacionales. Es importante preguntarse si hubo impacto en estas descripciones de

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las pertenecientes a los yanacona (servidores directos del Inca o de otras autoridades imperiales) del altiplano que guiaron la primera entrada al NOA, a cargo de Diego de Almagro. En este sentido, «los cronistas iniciales crearon una nueva geografía a lo que podríamos agregar que ésta primero reproduce y se adapta a la invención del espacio previamente efectuado por los incas» (Lorandi et al., 1997:213). Por otro lado, a destacar es que el oro y la plata eran considerados de propiedad «natural» del Inca. Al respecto Herrera declaró que Diego de Rojas en el Tucumán halló «una buena acogida, como era natural, porque el español había heredado los derechos del Inca» (en LafoneQuevedo, 1888: 25, bastardilla de la autora), lo que indica especialmente derechos sobre el oro y la plata. Las expediciones tempranas de Juan Díaz de Solís y Sebastián Caboto provenientes del Océano Atlántico tuvieron influencias decisivas en estas dos primeras entradas al territorio argentino (ver adelante). Luego, con el mayor conocimiento de la región comienzan a desarrollarse nuevos objetivos de exploración, basados en las referencias de los grupos locales y de los españoles que avanzaban en el territorio. Las expectativas de encontrar minerales explotados por los incas no se abandonaron y se mantuvo la búsqueda de regiones que, como la de los Césares, no estaban basadas en el supuesto conocimiento de la zona sino que provenían de viejas creencias y dichos. Oro y plata fueron importantes además en determinadas circunstancias dentro del desarrollo social de la gobernación: momentos relacionados con aumento de conflictos dentro de una sociedad plural en continuo estado de alerta. De los tres períodos de violencia sucedidos por momentos de pacificación que se dieron en el área de los valles Calchaquíes (1560-63; 1630-43; 1559-65), debemos considerar especialmente los dos últimos, conocidos como «El gran alzamiento de 1630-1643» y «La última rebelión calchaquí», la cual trajo como consecuencia la desnaturalización de las poblaciones calchaquíes. En estos momentos resurgió la idea de ocultamiento indígena de información y posesiones metálicas. Si bien la explotación de minerales no condujo directamente los sucesos en la Gobernación de Tucumán, su búsqueda fue un importante impulsor de las empresas privadas y colectivas que guiaron a las primeras entradas hasta la colonización efectiva del NOA. Esto queda demostrado en la lectura de los documentos de la región, donde la información referida a metales preciosos es escasa pero continua, vaga y poco precisa, «y cuando aparece, sólo es para inducir a las autoridades de España a que se encomienden nuevas conquistas…» (Levillier, 1955:227). Esta cuestión conduce a plantearse el impacto que tuvieron los modos de ver una nueva realidad, es decir a preguntarse por el interjuego entre la distribución natural de la riqueza con la manera de interpretar esa distribución. ¿Los metales fueron parte de una situación concreta o simplemente un espejo de los anhelos de los europeos en América? En este contexto es de importancia reconocer que los mitos formaban parte del bagaje científico de la cristiandad europea (De la Riva, 1991), constituyendo un modo de explicar -y de enfrentarse cognitivamente- al mundo nuevo que observaban. A estas «fantasías» hay que sumarle la ambición material, lo que condujo a la difusión de los antiguos mitos europeos, y a la readaptación y asimilación a aquellos americanos. Guamán Poma de Ayala comenta, en referencia a la vuelta de los españoles al Viejo Mundo,

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«de cómo llegó este dicho Candia [español] con la riqueza a España con todo lo que llevó y publicó de la tierra y riquezas. Y dijo que la gente se vestía y calzaba de todo oro y plata y que pisaba el suelo de oro y plata y que en la cabeza y en las manos traía oro y plata» (Guamán Poma de Ayala, [1615] 1980:343).

Esta cita refleja el modo en que los españoles se acercaban a la realidad que intentaban explicar a sus pares y fundamentalmente a la Corona que otorgaba los títulos de las empresas de conquista. Por otro lado, a medida que los peninsulares entraban en relación con la nueva realidad, las viejas fábulas europeas eran sustituidas por nuevas debido al contacto con los pobladores locales como por la misma acción exploradora (De la Riva, 1991). De este modo, se conjugaban las creencias originadas en la Europa Medieval con la presencia fáctica de piezas en oro y plata en uso a la llegada española en toda región andina: el español llega entonces a considerar que el metal precioso está en todas partes, aunque en todas las ocasiones permanece oculto por los indígenas (BlancoFambona, 1919). Frente a este contacto cultural, los mitos en América durante la etapa de descubrimiento pueden ser divididos en tres tipos (De la Riva, 1991:331): leyendas europeas (tales como la leyenda de las Amazonas, la fuente de la Eterna Juventud y la Antilia); mitos americanos o mestizos (como Eldorado y Cibola), y finalmente fábulas generadas por los propios conquistadores (Ciudad de los Césares y la Sierra de la Plata). Tanto la leyenda de Eldorado, mito áureo por excelencia, la de los Césares y la Sierra de la Plata, máxima expresión de un mito argentífero tuvieron incidencia en las grandes expediciones a nuevos territorios, en donde permanecía el anhelo de que junto a su descubrimiento, se lograría fama y riqueza sin límites. Siguiendo a Ana María Lorandi para los recién llegados, lo maravilloso oculto tras lo desconocido seguía ejerciendo una atracción siempre renovada. «Tal vez una frase resuma ese sueño: de campesino a señor, esa fue la verdadera utopía de cada europeo que llegaba al Nuevo Mundo, para quienes no había fronteras claras entre la leyenda y la realidad» (Lorandi, 1997:61).

La conjunción de los «espejismos» europeos junto a las creencias y conocimientos de los indios pudieron haber tenido diversos orígenes. En gran parte es factible que las historias sobre la existencia de metales preciosos fueran exageradas por los indígenas que, viendo el ansia temprana de oro, las usaran como un modo de alejar a los españoles de su propia sociedad fomentando la búsqueda de tesoros ocultos alejados y de difícil acceso. Tampoco se debe dejar de contemplar la posibilidad de que estas creencias fueran reforzadas o fomentadas por aquellos españoles ya acomodados como una estrategia de eliminar competencias molestas de sus zonas de acción o que estas historias fueran ensalzadas por españoles que buscaban la capitulación de empresas apoyadas financieramente por la Corona. Es el caso de Pedro Bohórquez en los valles Calchaquíes (Gluzman, 2006). En otros casos, como El Dorado, el oro constituyó un mecanismo para el intercambio con los europeos. Sus primeras noticias son tras la fundación de San Francisco de Quito (mediados del siglo XVI) cuando los muyscas piden ayuda a los invasores españoles para enfrentarse a los chibchas. En esta ocasión

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se relató que en la tierra de los muyscas había grandes cantidades de oro y que dentro de las ceremonias había un «...hombre dorado y su séquito que entraba en unas balsas de juncos y en medio de la laguna1 arrojaban sus ofrendas con ridículas y vanas supersticiones. La gente ordinaria llegaba a las orillas y vueltas las espaldas hacía su ofrecimiento porque tenían por desacato el que mirara aquellas aguas persona que no fuese principal y calificada. También es tradición muy antigua que arrojaran en ella el oro y las esmeraldas» (Fray Alonso de Zamora, en Gandía, 1946:118).

Esta ceremonia constituía aquella relacionada a la designación del cacique muysca. En la historia de la conquista del NOA, los españoles se movieron llevando consigo dos grandes fantasías íntimamente relacionadas, expresadas en términos de la ciudad de los Césares y la Sierra de la Plata. Vemos así que en lo que hace al territorio argentino la búsqueda de metales preciosos no sólo estuvo impulsada por los conflictos políticos y económicos en los Andes Centrales sino que otras expediciones provenientes desde la costa del Océano Atlántico, estaban interesadas en el mismo tipo de descubrimiento. De este modo se hace necesario observar los acontecimientos en el NOA sobre la base de las regiones que previa o paralelamente comenzaron a reconocerse, en particular desde la cuenca del Río de la Plata, y cómo influyeron entre sí estos desplazamientos conquistadores. El mito sobre la sierra de la Plata se origina cuando Juan Díaz de Solís inició una exploración hacia el sur del Océano Atlántico (1515) con el objetivo de hallar un paso que comunicase los océanos Pacífico y Atlántico. En esta ocasión el contacto con indígenas de la cuenca del Río de la Plata llevó al conocimiento que más al norte existían tierras con oro y plata en donde había guerreros con plateadas armaduras. Pudo haberse tratado del NOA y sur de Bolivia o incluso de áreas andinas más septentrionales. Tras la muerte de Solís por los indios guaraníes, se generó una nueva expedición en búsqueda de las noticias sobre riquezas. Alejo García, portugués que actuaba como jefe de la expedición se habría encontrado con indios chané que le ofrecieron objetos en oro y plata (Gandía, 1955). Pero debió volver por el ataque de los indios. Si bien la campaña terminó en un fracaso, la curiosidad y ansia de metal generaron y dispersaron la leyenda de la «sierra de la Plata» y años más tarde Sebastián Caboto (1526) envió a Francisco César a seguir la ruta de la expedición de Solís, quien refuerza el mito. Francisco César salió con catorce hombres en 1529 desde el fuerte Sancti Spiritu para explorar los alrededores, y atravesado la actual provincia de Córdoba, habría llegado hasta San Luis. Si bien Francisco César no halló una tierra con riquezas, logró recaudar información sobre ésta y retornó con muestras de plata labrada. Por lo tanto también recolectó noticias de las creencias indígenas sobre la existencia de territorios ricos en metales preciosos. Aún cuando estas creencias hicieran alusión a las riquezas del Imperio Inca, incluso después del hallazgo de las riquezas de Cajamarca y Cuzco, o al cerro de Potosí, la leyenda de la «Ciudad de los Césares» se mantuvo en el imaginario de los conquistadores. En términos de Gandía (1933:9) la «ciudad errante» de los Césares fue «la última leyenda que murió en América y la primera que hechizó las infinitas soledades del sud». Observó que las creencias alrededor de ciudad de los Césares y la Sierra de la Plata fueron fusionándose hasta crear una única leyenda, «pero que en realidad reconocen

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orígenes muy diferentes […] haciendo vivir en una sola ciudad a los césares cristianos y a los césares indios» (Gandía, 1933:19). Por un lado, se destaca la creencia de que los descendientes de los incas se habrían refugiado ante la caída del imperio. Una noticia tuvo gran repercusión durante la ocupación hispana del NOA: «De estos Incas de César ha oído decir que eran los que estaban poblados en Londres, que cobraban en oro y plata los tributos y los mandaban al Inca del Cuzco, sacados de las minas de este Londres y que al tiempo que pasó el Adelantado Almagro al reino de Chile, estos Incas enviaban una parte del tributo a su señor el Inca en noventa andas...» (Montes, 1959:88-89).

Sin duda Ramírez de Velasco, más de 50 años después, iba en busca de estos dichos sobre riquezas mineras al fundar La Rioja y al ir hacia la ciudad mítica de los Césares. Por otro lado, la ciudad de los Césares se había formado tras naufragios de naves hundidas en el estrecho de Magallanes (Gandía, 1933). Pero a su vez «estos naufragios se llamaban césares porque se creía se habían refugiado en las comarcas visitadas por Francisco César (Gandía, 1933:42). Luego, éstos se habrían unido a los césares peruanos, fusionándose ambas creencias. Esta conjunción explica por qué la ciudad encantada de los césares fue buscada desde Patagonia a los Andes Meridionales.

Los valles Calchaquíes como frontera cognitiva y material ¿Cómo pudieron estas creencias incidir en los valles Calchaquíes? Los fracasos en el hallazgo de metales no alejaron de las esperanzas españolas –al menos durante los primeros años tras el descubrimiento de Potosí– en hallar nuevas tierras ricas en metal. Estas imágenes fueron impulsando a los conquistadores, quienes en virtud de su trabajo no recibían una retribución por la Corona española. Tras pocos años de haberse iniciado la conquista del territorio, y frente a la realidad de que el oro y la plata no habían colmado a todos los españoles que llegaban en forma continua, el ideal de la riqueza fácil no se extinguió sino que se redirigió a aquellas tierras aún no ocupadas, como Patagonia y ciertos sectores del NOA, como los valles Calchaquíes. Estas creencias permanecerán como «creencias de frontera» en el imaginario colectivo de aquellos españoles que poblaban en la proximidad de tal espacio simbólica como económicamente significativo. «No se trata del mineral de Potosí que estaba al alcance de la mano, que sólo necesitaba trabajo para ser extraído, sino de esa riqueza fabulosa, incalculable, envuelta en las brumas de la fantasía que sólo un héroe podía conseguir, siempre que fuera capaz de vencer todos los obstáculos que poblaban las epopeyas relatadas en las novelas de caballería. Algunos vieron a América como el país del sueño del señor medieval, dueño de hombres que trabajaran para él. Otros como el país donde se podía transponer los límites de lo cotidiano y de las fantasías solitarias para convertirlas en realidad» (Lorandi, 1997:62).

Estos mitos generaron mayor admiración en aquellos españoles aún no acomoda-

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dos que habiendo atravesado el mar vieron en ellos la posibilidad de ascenso social y de cubrir sus expectativas de fortuna. La ocupación del NOA y en líneas generales de avanzadas desde esta región hacia el sur estuvo fuertemente condicionada, por un lado, por la búsqueda de la «Sierra de la Plata», de la ciudad mítica de los Césares y por otro, por los conflictos jurisdiccionales y económicos entre los ibéricos en los Andes Centrales. A principios de 1535 el Adelantado Diego de Almagro obtiene la capitulación para conquistar 200 leguas al sur de los territorios ya reconocidos. El objetivo final hacia tierras inexploradas del sur era liberar Cuzco de los intereses de Almagro (Lorandi, 2002:52). Hemos visto que, Almagro se habría encontrado con una caravana de metales que se dirigía al Cuzco, y estas referencias y la noticia de mitimaes en el sur posiblemente hayan sido decisivas en las siguientes campañas al Tucumán y hayan contribuido a alimentar el imaginario sobre la presencia de minerales en gran cantidad. La segunda entrada al NOA (1543), a cargo de Diego de Rojas, fue en parte motivada por las noticias recopiladas sobre la explotación de minas de oro y plata por el Inca y sobre la existencia de la Sierra de la Plata, rica en metales preciosos. Larrouy comenta que sus expedicionarios «transforman en montañas de oro cualesquiera relumbrones que divisan» (Lizondo Borda, 1928). Una vez en el valle Calchaquí, el grupo se dividió y parte del mismo continuó más al sur llegando hasta Córdoba y las costas del río Paraná con el objetivo de encontrar las riquezas que habían sido comentadas previamente por las poblaciones nativas del Río de la Plata. Siete años después, Núñez de Prado realiza una nueva incursión (1549), que constituía otra de las conquistas autorizadas para calmar el descontento de algunos capitanes (Lizondo Borda, 1928) y para alejar a los españoles sin posesiones de las zonas ricas del Alto Perú. No obstante estos fracasos iniciales de hallar metal, los territorios desconocidos mantuvieron el anhelo de hallazgo de riquezas: durante el gobierno de Gonzalo de Abreu, una nueva expedición partió rumbo a la legendaria región de los Césares (1578), en búsqueda de tierras ricas en metales preciosos (Lizondo Borda, 1928), pero «…descubrió tierra poco poblada y miserable» (Sotelo de Narváez, 1885 [1583]:152). Más tarde, en 1591, el Gobernador Juan Ramírez de Velasco, fundó la ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja (1591), planificándose como punto de referencia para la explotación de los metales preciosos existentes en el cerro de Famatina, el «Potosí tucumano» (Boixadós, 1997:343). Unos pocos años atrás (1586) Juan Ramírez de Velasco también soñó encontrar la región de los Césares, sin fruto. Desde las primeras entradas al NOA, sus conflictos jurisdiccionales con Chile, la creación de la gobernación del Río de la Plata así como la ausencia de metales en los territorios efectivamente ocupados reorientaron la expansión territorial hacia riquezas poco precisas en ubicación pero reconocidas de valor económico. Durante las épocas de mayor conflicto, especialmente durante las últimas dos rebeliones calchaquíes (16301643 y 1659 y 1666) se hace alusión a las actividades de extracción de los minerales y fundición de los mismos para la obtención de metales. La máxima expresión de la búsqueda de metales se hizo presente durante la etapa de la última resistencia calchaquí, cuando los conflictos en una población multiétnica cobraron materialidad a través del imaginario del ocultamiento y presencia de metales en los valles Calchaquíes, referencias basales en la discusión de aceptar el ingreso de Pedro Bohórquez desde 1657. La falta de explotación posterior a las desnaturalizaciones calchaquíes responde a una

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política de explotación basada en otros recursos más redituables en el contexto de la gobernación del Tucumán de mediados del siglo XVII. Ahora bien, ¿por qué se mantuvo el discurso sobre la búsqueda de riqueza de metales en el valle hasta bien entrado el siglo XVII? Como espacio de frontera, la región de los valles Calchaquíes mantenía vigente esos mitos porque era una zona aún no explorada territorial y conceptualmente. Entonces, se observa una relación reciproca entre ficción y realidad: los hallazgos de metal sean en forma de piezas terminadas y en uso o mineral contribuyeron a crear, y mantener la creencia de riquezas metalíferas en la región. A esto hay que adicionar el contacto previo de los primeros conquistadores con otras realidades que influyó en la creación de expectativas proyectadas sobre la región del Tucumán aún no conquistada (Quarleri, 1997) como también aquellas realidades de descubrimiento de metales en otras regiones al iniciarse un período de exploración sistemática (como Potosí). De este modo, no se trataba simplemente si los conquistadores conocían o no la real distribución de las riquezas en el NOA con relación a otras regiones sino que sus propios intereses (sociales, económicos y políticos) estaban alterando la percepción de las riquezas. Asimismo, los indios temían el potencial hallazgo de riquezas mineras e inicio de las explotaciones minero-metalúrgicas en valle. Sea por observación directa en sus viajes de arrieros a los centros mineros próximos y Potosí, o incluso por los padecimientos individuales en esas minas, los grupos del valle pudieron haber logrado acercarse a la realidad minera. Por lo tanto, los grupos indígenas habrían optado por diversas estrategias de ocultamiento de mineral, llegando en ciertos casos incluso al asesinato de españoles afortunados en la búsqueda de minerales (como durante el período de la Gran Rebelión Calchaquí). Estas estrategias locales, asimismo, posiblemente dieran forma y acrecentaran el imaginario español sobre las riquezas y el ocultamiento que estuvo presente desde los tempranos descubrimientos de las tierras luego conquistadas. De este modo, es factible estar en presencia de dos imaginarios, el español y el americano, que fueron alimentándose mutuamente, especialmente si se piensa en el contexto de conflicto permanente y de amenaza de guerra entre españoles e indígenas. En este trabajo nos propusimos analizar cómo la leyenda constituyó parte integrante y flexible del imaginario europeo y cómo muchas de estas creencias confluyeron con las andinas, creando nuevos mitos y fantasías, la mayoría de las veces como mecanismos inconscientes de ordenar el mundo nuevo que estaban observando. Otras veces estas creencias eran fomentadas por lo cual constituían deseos concientes de ciertos españoles, que con el fin de generar nuevas expediciones, buscaban convencer a la Corona y a expedicionarios dispuestos a correr el riesgo de la fantasía. Estas creencias, no obstante iban surgiendo a lo largo de diferentes áreas de los Andes e involucraban tanto un componente de anhelo de enriquecimiento económico como también fama y reconocimiento social: en España se sabía que el peligro y el coraje podían ser altamente premiados (Lorandi, 1997). Considero que por tal motivo se habrían mantenido vigentes en el imaginario español las historias de grandes tesoros y yacimientos ocultos por los indígenas, no solo en la región (Torreblanca, 1999 [1696]) sino en otras áreas andinas (Lozano Machuca, 1885 [1581]: XXVI, Stern, 1986) como es el caso del Paitití, Enim, Manoa, El Dorado durante todo el proceso de conquista. Como representación significativa, el oro y la plata generaron fantasías de valentía y heroísmo, no sólo ansias de enriquecimiento: el proceso de conquista, no sólo se

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orientó hacia la obtención de éstos en sentido monetario, sino que también, el valor signo de los minerales preciosos estuvo presente, para demostrar virtudes socialmente apreciadas en Europa. De este modo, los metales constituyeron uno de los principales vehículos de expresión de los valores sociales en la Europa de los siglos de la conquista americana.

Notas 1

En el NOA existe la creencia sobre tesoros ocultos o «tapados». Uno de los lugares más frecuentes de ubicación son las lagunas: se repiten en las creencias actuales elementos de antigua data en el continente.

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Estudio de elementos metálicos del Fortín Achiras. Primera aproximación Adrián Ángel Pifferetti y Claudio Luis Martignoni Laboratorio de Estudio de Materiales y Tecnologías (Convenio UTN-UNR) Contacto: [email protected]

Introducción En el marco de los convenios de colaboración oportunamente firmados por la Facultad Regional Venado Tuerto de la Universidad Tecnológica Nacional con la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Río Cuarto por un lado y la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario por otro, se está efectuando en el Laboratorio de Estudio de Materiales y Tecnologías de la Escuela de Antropología de esta última Facultad, el proceso de limpieza y estudio de materiales metálicos provenientes de las excavaciones realizadas en el edificio de «La Comandancia» del Fortín Achiras y sus inmediaciones. Estos trabajos arqueológicos se realizaron como parte del proyecto Arqueología del Valle de El Pantanillo, dirigido por el Dr. Antonio Austral y la Lic. Ana María Rocchietti. El mencionado fuerte formo parte de una serie de precarias unidades militares que integraron la Línea de Frontera Sud del río Cuarto (fig. 1). Está en discusión si existió o no un fortín relacionado con la primitiva posta de Achiras entre 1814 y 1830. Lo que está confirmado es que en 1832 se fundo el fuerte en su emplazamiento actual, el que funciono hasta 1869, y fue reconstruido al menos tres veces, la última en 1863, luego del gran levantamiento del 7 de julio que destruyo viviendas, escuela, Iglesia y Fuerte. (Gutiérrez, 1996; Austral y Rocchietti, 1999). «Hacia 1840 estaba asegurado por una muralla de piedra y encerraba templo y escuela publica, acequias y población estable que se extendía por fuera de sus limites. Más luego hubo reparaciones, agregados y reconstrucciones cuya envergadura hay que establecer […] De acuerdo con Gutierrez y testimonios orales sus limites efectivos fueron la calle Alsina por el este, toda la edificación de la calle Cabrera (desde Alsina a Buenos Aires), quedando como área arqueológica posible la Plaza Roca, la Plazoleta del Mástil, el Instituto 24 de Septiembre (escuela media del pueblo), la Iglesia La Merced, la casa de la sucesión Sarandon, la sucesión E. Oribe, la sucesión J. Indavere» (Austral y Rocchietti, 1999).

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Figura 1. Achiras.

Subsisten el edificio conocido como La Comandancia, hoy día transformado en Museo, que es una estructura de tapia con dinteles, puertas y ventanas originales, que también conserva el pozo de aljibe original, y un muro de tierra en la orilla del arroyo los Coquitos. La Comandancia posee algunas estructuras realizadas en 1936, pero el núcleo central las salas Norte y Sur, mantiene en su mayor parte las características constructivas de la reconstrucción de 1863. «Las paredes tienen casi un metro de espesor, desprovistas de cimientos o «encadenado» de piedra» (Austral et al., 1999). Si bien se han encontrado materiales arqueológicos en diversos lugares que cubren una amplia zona como la plaza del Mástil, la Plaza Roca y la Comandancia, las muestras metálicas provienen en su totalidad de esta última construcción. Esta edificación actuó como Comandancia del Fuerte hasta el desmantelamiento del mismo en 1869, al trasladarse la frontera hacia el río Quinto (Austral et al., 2002). No conocemos exactamente el destino posterior dichas construcciones y como se fue operando su desmembramiento en distintos solares que hoy constituyen la plaza Roca, la Plaza del Mástil, la Comandancia, el solar Indavere y las calles intermedias. Pero sabemos que la Comandancia fue adquirida en 1928 para destinarla a casa habitación veraniega, sufriendo ampliaciones y modificaciones diversas (Austral et al., 1999).

Descripción del material y trabajo en realización Se trata de un conjunto de fragmentos ferrosos forjados o laminados, recubiertos de concreciones terrosas y productos de corrosión, provenientes de cinco sondeos en los patios y alrededores del edificio denominado «La Comandancia». Nuestro trabajo consiste en la limpieza mecánica y/o química de los mismos para poner de manifiesto características o detalles ocultos o enmascarados por el recubrimiento, que permita identificar la forma de la pieza, el proceso de fabricación y, dentro de lo posible, su ubicación cronológica dentro de las distintas funciones cumplidas por los edificios. Esto resulta fundamental en nuestro caso en que es necesario diferenciar el material correspondiente al uso cono fortín del de épocas posteriores en que la construcción se uso como casa habitación familiar.

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Estudio de elementos metálicos del Fortín Achiras. Primera aproximación

El material recibido proviene de cinco sitios distintos, identificados como: «Fortín Sector Cabrera 1», «Fortín Jardín del W», «La Comandancia Sondeo 8 Ampliación», «La Comandancia Sondeo 2 Ampliación» y «Fortín La Comandancia S 1,13 E, 3,60». Desconocemos el lugar exacto de estos hallazgos pero un plano publicado por Austral et. al. (1999, fig. 3) que reproducimos (fig. 2) nos muestra con puntos oscuros los lugares donde se excavó, y la ubicación relativa respecto a la construcción original, salas norte y sur, y los agregados del siglo XX. El primer sitio corresponde seguramente al jardín del este que da a la calle Cabrera al igual que el último porque las coordenadas geográficas dan dentro de él. El segundo queda claramente identificado, tanto más que en el jardín occidental tenemos un único punto. Los sondeos deben corresponder a alguno de los puntos en las galerías o en el pasillo entre las salas Norte y Sur. Se ha excavado mas en el jardín del este, seguramente porque en el oeste se ha tenido en cuenta que se realizó un relleno «con tierra para evitar el escurrimiento del agua de lluvia que viene del desnivel del terreno…para evitar la inundación del interior de la casa cuando hubiera lluvias fuertes» (Austral et. al., 2002).

Figura 2. La Comandancia (trazos gruesos) y construcciones agregadas en el siglo XX. Los puntos negros indican los sondeos (Austral et. al., 1999).

Descripción de los materiales Hemos enumerado a todo el material en forma correlativa, pero agrupándolo según el sitio de hallazgo. En el caso de lotes o series de fragmentos de las mismas características le hemos asignado un único número por pertenecer evidentemente a una misma pieza. En muchos casos el análisis de los materiales se hace sumamente dificultoso debido al grado de deterioro y destrucción que presentan, pero en la mayoría de esos casos puede identificarse que se trata de chapa fina obtenida por procedimientos industriales. (Fig. 3).

Figura 3. Muestra Nº 7.

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La enumeración del material en base a su lugar de origen es: a) Fortín Sector Cabrera 1 1) Del nivel superficie-0,12 m», nº inventario 2, proviene un fragmento trapezoidal de chapa fina de Fe (1mm de espesor aproximado) que presenta una ligera curvatura y cuyas dimensiones son: 50 mm de base mayor, 34 mm de base menor y 25 mm de altura. Presenta en una de sus caras un grueso recubrimiento de concreciones terrosas, con algunas manchas amarillentas. 2) Una serie de 13 pequeños fragmentos de chapa de Fe, con la misma identificación, podrían pertenecer al mismo objeto anterior. 3) Dos fragmentos de chapa fina de hierro 4) Clavo de hierro de sección y cabeza circulares. b) Fortín Jardín del W 5) Del nivel superficie-0,20, H 0,80 W 8,60 m, viene una pieza de hierro de forma lenticular con un vástago fragmentado. Se ha obtenido a máquina plegando y solapando chapas de 1mm de espesor, en tres capas superpuestas, la central plana actúa como nervio central y las dos exteriores se curvan hacia el centro formando un ancho máximo de 11,5 mm en la parte central. El perímetro plano, tiene un espesor de 2,5 mm por un ancho de 4-5 mm. El diámetro de la pieza es 32 mm y al ancho del vástago es 19 mm.

Figura 4. Muestra Nº 5.

6) El nivel 0,30-0,70. H 2,00 W 10,60 m, ha dado un resorte de torsión de alambre de hierro de 1,2 mm (1/20"?) similar al de un broche para colgar ropa 7) El mismo nivel varios fragmentos de chapa fina de hierro muy deteriorados, espesor (con oxido) 0,8 mm. c) La Comandancia Sondeo 8 Ampliación 8) Nivel 0,55-0,60. Un fragmento de hierro subtriangular muy meteorizado y cubierto de concreciones, de 39 x 37 x 44 mm parece forjado. Otro fragmento mucho más pequeño de forma triangular de 19 x 12 x 16 mm y 5 mm de espesor, se complementa con el anterior formando parte de una misma pieza.

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d) La Comandancia Sondeo 2 Ampliación 9) Nivel 0,30-0,35 m. Un clavo de hierro de sección y cabeza circular. Longitud 100 mm, diámetro 4mm, diámetro de la cabeza 8-10 mm. Recubierto de concreciones. Curvado en el centro. 10)Nivel 0,60-0,65 m. Fragmento de clavo de hierro de 33 mm de largo, muy meteorizado, de sección y cabeza indeterminada, aunque podría ser cuadrangular. 11)Mismo nivel. Pequeño clavo (tachuela) de sección cuadrangular de 3 x 4 mm, largo 20 mm, cabeza irregular subcuadrangular de 7 x 8 mm, «gota de sebo». 12)Nivel 0,75-0,80 m. Fragmentos de un fleje de chapa de hierro muy meteorizado, cinco entre grandes y medianos y gran cantidad de pequeños. El fragmento mayor parece presentar un remache. Ancho aprox. 28 mm, espesor 1mm. En la parte del remache el espesor parece ser mayor 2-3 mm. e) Fortín La Comandancia S 1,13 E 3,60 13)Fragmento de hierro muy deteriorado, forma y dimensiones indeterminadas. 14)Fragmentos de un fleje de chapa.

Otros materiales Si bien nuestra función era estudiar los materiales metálicos, recibimos otros dos objetos con identificación «Fortín, sector Cabrera 1, Acequia, nivel superficie-0,12 m, Nº inventario 2»; los que luego de la limpieza resultaron no serlo. El primero es una lasca longitudinal de hueso. Una de las superficies, evidentemente la exterior se presenta lisa, mientras que la otra se observa con un aspecto alveolar y correspondiente al interior. Largo 40 mm, ancho máximo 7 mm, espesor 3 mm. El otro es un fragmento subcuadrangular de vidrio de color azulado y cierta curvatura, muy posiblemente parte del cuello de una botella. La superficie exterior se presenta muy opacada por el desgaste, la interior es más lisa y traslucida. Alto 16 mm, ancho 21 mm, espesor 4,7 mm.

Figura 5. Fragmentos mayores de la Muestra Nº 12.

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Conclusiones Se ha considerado que desde el punto de vista constructivo se identifican dos eventos o momentos en este edificio «la reconstrucción del Fuerte en 1863 y los agregados de 1936» (Austral et. al., 1999). En consonancia con ello hemos considerado dos períodos de ocupación perfectamente diferenciados tanto por uso como por función. El primero corresponde al Fuerte y el segundo al de casa habitación a partir de 1936. El análisis preliminar de las características tipológicas y tecnológicas del material metálico, así como las del fragmento de vidrio, nos lleva a la conclusión de que prácticamente la totalidad de los materiales corresponde al segundo de los períodos indicados, de utilización del edificio como casa habitación de uso familiar. En general todo el conjunto parece corresponder a un período que va de la segunda o tercera década del siglo XX hasta mediados de dicho siglo. Si bien no puede descartarse totalmente, una mayor antigüedad para el fragmento de clavo forjado de sección cuadrangular, el estado que presenta no permite extraer muchas conclusiones. Además, existieron herreros que realizaban piezas por forjado a la fragua hasta bien entrada la década de 1950. En nuestra infancia alcanzamos a verlos, en una ciudad como Rosario, y en una localidad más pequeña y rural como Achiras su actividad debe haber sido mucho más importante. Descartamos entonces que alguno de los elementos estudiados corresponda al período en que funcionara allí la Comandancia del Fuerte.

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Pobladores en la vanguardia de la frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján Flavio Ariel Ribero Laboratorio de Arqueología y Etnohistoria, Universidad Nacional de Río Cuarto Contacto: [email protected]

Sierra y llanura conviven en el sur cordobés, espacio en donde se situó históricamente la Frontera Sur de Córdoba, también conocida en estos lares como Frontera del río Cuarto. Sus límites dependieron de las autoridades y de los pobladores, puesto que variaron según las alternativas que tuvo el conflicto interétnico a lo largo de su existencia. El Estado colonial dispuso el emplazamiento de fuertes y fortines, en su mayoría sobre las márgenes del río Cuarto, estrategia defensiva continuada después de 1810. No obstante, la línea fronteriza se vio superada por pobladores que se asentaron más allá de la misma. En este trabajo presentamos nuestras indagaciones en torno a los motivos que impulsaron a estos hombres y mujeres a asentarse en los confines de dicha región. Específicamente, nos abocamos al caso del poblamiento de la Estancia de Chaján en el despertar del siglo XIX. Lo hacemos partiendo de tres ideas que consideramos básicas para el análisis y entendimiento de la cuestión, las cuales abordaremos a continuación. La primera de ellas es evitar caer en el sobredimensionamiento de la política fronteriza desplegada por Sobre Monte tras la creación de la Gobernación Intendencia de Córdoba del Tucumán. Su reorganización de la Frontera Sur de Córdoba incluyó el agrupamiento de pobladores en pueblos a los que solicitó del rey el rango de villas, la creación de nuevos fuertes y fortines y el repoblamiento de algunos existentes, conformando una línea defensiva que seguía el cauce del Cuarto. Por delante de ella, hacia el Sur, estaban el Fuerte de Santa Catalina y el fortín de San Fernando. Pero hacia el Oeste, en el piedemonte de la Sierra de Comechingones, existió una población rural desperdigada que, inclusive, avanzó más allá de la latitud en donde yacían estos mojones defensivos. Por lo tanto, consideramos que debe atenderse la política fronteriza de Sobre Monte sin por ello dejar de estudiar a la frontera como un espacio complejo, en la cual hubo iniciativas de la población civil que también tuvieron peso a la hora de determinar sus límites. Por otra parte, y según creemos, vinculado estrechamente con lo planteado anteriormente, pensamos en la necesidad de un estudio integrado de la Frontera Sur de

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Córdoba y de San Luis. La Sierra de Comechingones se ha constituido en un límite natural entre estas provincias aunque históricamente la trama de relaciones ha sido más compleja y tiene diversas etapas. La historiografía ha realizado sus estudios tratándolos como ámbitos inconexos, situación que debe superarse rescatando las interrelaciones espaciales de esta región. Finalmente, los parajes de la frontera ubicados más allá del río Cuarto han sido estudiados desde la disciplina histórica sólo cuando se trataban los conflictos ocurridos en su seno en diferentes épocas. En este sentido, los estudios históricos se limitaron a crónicas de la frontera, relatando los problemas ocasionados a los pobladores por los malones y luchas intestinas fundamentalmente. De esta manera, se dejó de lado el proceso que explica el poblamiento y su desenvolvimiento cotidiano, obviando además, su situación de avanzada en la frontera y sus consiguientes connotaciones interétnicas. Uno de los casos que más hemos estudiado hasta el momento es el poblamiento de Chaján. Actualmente, Chaján es el nombre de un pueblo ubicado a 80 km. al sudoeste de la ciudad de Río Cuarto; pero en el pasado su localización era otra, distando 20 kilómetros al Oeste de la actual, en proximidad de los cerros Negro y Blanco. Chaján y el cerro Negro son nombrados por la historiografía cordobesa y nacional al abordar el lugar donde se produjo el combate sostenido por las huestes del caudillo chileno José Carrera con las del Gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, en 1821. Esta crónica y otros indicios documentales, más los relatos orales de sus actuales habitantes, ubican en las cercanías de los cerros Blanco y Negro los restos de unas construcciones que se señalan como propias del primer poblado de Chaján, a las cuales hemos estudiado arqueológicamente (Rocchietti y Ribero, 2006).

Razones del poblamiento de Chaján Documentalmente, la primera noticia sobre este poblamiento la tenemos en 1808, momento en que se realizó el inventario, tasación y partición de bienes de la Estancia de Chaján. La misma estaba destinada a la cría de equinos, ovinos y vacunos, y existen indicios de que se hubiese practicado una agricultura complementaria. Temporalmente, la Estancia perduró, por lo menos, hasta 1821, pero sus orígenes no están claros. Sus tierras formaron parte del latifundio de los Cabrera, según los límites mencionados en la ampliación de la merced a favor de esta familia, concedida en 1681. El historiador Luis Giacardi afirma que desde la segunda mitad del siglo XVIII ya se conoce a Chaján como un paraje, es decir, una población rural semiconcentrada. Posteriormente, sabemos de la existencia de la Estancia en la primera década del siglo XIX. Lamentablemente, en el censo virreinal de 1778 en el Curato de Río Cuarto, no se aclaró con exactitud la ubicación de cada una de las unidades domésticas relevadas. Los datos de esta fuente documental señalan que estas tierras ya contaban con pobladores e, inclusive, permiten hipotetizar que la Estancia todavía no se había formado. La unidad doméstica de los Alfonso, apellido de los propietarios de la Estancia consignado en 1808, está presente en este censo, pero el hecho de contar con sólo tres miembros pone en duda de que pueda tratarse de una estancia. En la lista de los milicianos de Achiras de 1815, figuran tres personas de apellido distinto en calidad de residentes o nacidos en Chaján, lo cual induce a pensar pueda tratarse de

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pobladores del paraje preexistente o en condición de agregada en la Estancia. Algunas décadas después, la situación del este poblamiento es tildada de vecindario1 en documentos de la época. El análisis de la posición geográfica de Chaján, nos permite comprender que se trata del poblamiento más avanzado latitudinalmente en la Frontera Sur de Córdoba en la primera década del siglo XIX. Se encontraba ubicado al sur de la línea de fuertes y fortines de la frontera del río Cuarto, y aún más alejado de la Ruta Real o Camino de los Chilenos, que vinculaba Chile y Cuyo con Córdoba (desde fines del siglo XVI) y el Camino Real o Carrera de Las Postas, (también llamado Camino de Chile) que unía Buenos Aires con Chile, pasando por Mendoza (desde el primer tercio del siglo XVIII) (Gutiérrez, 2004:38-39). Mapa con la ubicación de villas, parajes, fuertes y fortines señalados en este trabajo

Analicemos ahora algunas de las razones que llevaron a estos pobladores a asentarse en estas tierras, las cuales pueden ser las siguientes: a) Dinámica del poblamiento cordobés y puntano en la latitud de Chaján b) Las rastrilladas de Chaján c) Influencia de la conflictividad interétnica

a) Dinámica del poblamiento cordobés y puntano en la latitud de Chaján Según la fuente censal de 1778, la mayor concentración poblacional en el Curato de Río Cuarto se hallaba en la subdivisión Río Cuarto Arriba (una de cuatro en total) con el 36 % de un total de 3720 personas (Carbonari y Cocilovo, 2004:43), en la cual Chaján era su límite sur, correspondiente a las últimas estribaciones de la Sierra de

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Comechingones. Esto indica que había una tendencia a asentarse en el piedemonte de la Sierra de Comechingones, posiblemente, para aprovechar los buenos pastos y aguadas allí existentes. Por otra parte, al analizar la ubicación geográfica de la Estancia de Chaján desde la vecina Provincia de San Luis se observa su cercanía al cerro El Morro, constituyendo ésta una región de temprano poblamiento por parte de euroamericanos. Un antecedente de ese poblamiento es informado por Catalina Teresa Michieli; en base a títulos y matrículas de encomienda localizados en el Archivo Nacional de Chile, la autora señala que en 1704 el Maestre de Campo Gerónimo de Quiroga, vecino de San Luis de Loyola, poseía indios encomendados en el paraje de El Morro (1995:190). Urbano Núñez (1980:73) afirma que Jerónimo de Quiroga obtuvo la encomienda del Morro con el cacique Juan Cuaiguacuendi en el año 1674; el mismo autor señala que en el año 1753 la Junta de Poblaciones de Chile nombró un comisionado, el oidor Gregorio Blanco de Laisequilla, al cual se le dieron instrucciones para establecer una nueva población en el paraje de Las Pulgas2. En otra parte de las instrucciones citadas por Núnez (1980:74-76), se afirma: «...Que en atención a que no debían fundarse nuevos pueblos en perjuicio de los antiguos, hiciese que los tres acordados en los parajes de Santo Cristo de Renca, las Tablas y las Pulgas, se formasen en su mayor parte con los hacendados de sus respectivos contornos que eran vecinos de la ciudad de San Luis y procediese de modo que quedasen en esta ciudad los suficientes de los que tenían estancias en su inmediación...».

Aunque finalmente no se fundó esta población, consideramos que el texto de las instrucciones da los suficientes indicios para pensar en la existencia de pobladores euroamericanos asentados en el espacio comprendido entre la ciudad de San Luis, el Morro y el cauce del Quinto. De acuerdo a esta fuente y las citadas anteriormente, podemos suponer que existió desde fines del siglo XVII en la Frontera Sud del territorio puntano, un poblamiento que avanzó siguiendo el cauce del Quinto, tal como sucedió con relación al Cuarto en buena parte del espacio fronterizo de Córdoba. Si esto es así, entonces el mismo estuvo localizado geográficamente a mayor latitud en el Sureste de San Luis y tuvo su correlato en territorio cordobés en la segunda mitad del siglo XVIII en otros parajes como Zelegua, El Pantanillo y por supuesto, en Chaján, siendo éste el más avanzado de la Frontera Sur de Córdoba. Desde esta nueva perspectiva, los pobladores que ocupaban las tierras de Chaján estaban situados a igual o menor latitud que los puntanos, perdiendo la condición de vanguardia que ostentaban en el confín fronterizo cordobés. Pero además, resulta importante recordar los cambios de jurisdicción que las tierras chajanenses sufrieron históricamente, para de este modo tener más elementos de juicio a la hora de comprender las razones de su poblamiento temprano en una zona tan avanzada de la Frontera Sur. Estas tierras estuvieron caracterizadas desde la llegada de los españoles por la impronta de ser zona limítrofe. Primero fueron el confín Este de la Capitanía General de Chile. Cuando la corriente colonizadora del Norte funda la ciudad de Córdoba, y más específicamente, con la ampliación de la Merced de los Cabrera en 1681, pasan a ser el límite austral de la Gobernación de Córdoba del

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Tucumán. Es decir que, durante este período, Chaján es un espacio limítrofe ambiguamente definido entre esta Gobernación del Virreinato del Perú y la Capitanía General de Chile. Tras la creación del Virreinato del Río de La Plata y la reorganización del territorio en gobernaciones intendencias y militares, Córdoba, La Rioja y Cuyo pasan a formar parte de una jurisdicción común: la Gobernación Intendencia de Córdoba del Tucumán. En la década pos-revolucionaria, cuando las provincias comenzaron a definir sus territorios, Chaján pasó a ser zona fronteriza entre San Luis y Córdoba, sin estar bien definido de que lado de la Frontera se encontraba, siendo ello el origen de una disputa de décadas entre las provincias. En conclusión, la situación geográfica del paraje y/o Estancia de Chaján se torna más comprensible cuando se estudia íntegramente el avance de pobladores euroamericanos en las dos jurisdicciones mencionadas. Si se analiza la misma focalizando únicamente la posición de Chaján con respecto a la línea militar en territorio cordobés, es inequívocamente un poblamiento avanzado, que nos plantea serias dificultades para comprender las razones que han llevado a sus pobladores a estas tierras tan expuestas a los peligros de la frontera. En cambio, al tener en cuenta el espacio determinado por los territorios poblados tempranamente en la jurisdicción de San Luis, latitudinalmente incluso más avanzados que Chaján, además de la comunicación existente a través de rastrilladas en aquellas zonas donde la Sierra se va perdiendo, el poblamiento de Chaján, sin perder su condición de vanguardia fronteriza, resulta entendible ya no como un caso aislado, sino en conjunción con un avance poblacional claramente reconocible siguiendo al Quinto, que la política ha separado y la historia ha aceptado y luego la ha trasladado a otros planos de la vida de los pobladores en aquellas épocas. b) Las rastrilladas de Chaján En trabajos anteriores referentes a Chaján en el período 1861 a 1876 (Ribero, 2004, 2007), aludimos a la ubicación geoestratégica de este paraje en posición avanzada en la Frontera Sur de Córdoba. Concluimos entonces, que el mismo estuvo ubicado en las últimas estribaciones de la Sierra de Comechingones y resultó un paso de entrada o salida a las jurisdicciones de las Provincias de Córdoba y San Luis utilizado frecuentemente en aquellas latitudes. Sostuvimos además, que las rastrilladas de Chaján, estaban vinculadas con los pasos sobre el Quinto, caminos que conducían tierra adentro, hacia las tolderías ranqueles en el actual territorio de La Pampa. De esta manera, explicamos porque su nombre aparecía frecuentemente en la documentación histórica asociada con los hechos producidos por la compleja conflictividad de la Frontera Sur de Córdoba en el período señalado. Además, existen ciertos indicios poco explorados por la historiografía, que hablan de la existencia de un camino alternativo a la Carrera de las Postas que pasaba próximo a la margen Norte del Quinto a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Nos interesa especialmente poder avanzar en su esclarecimiento, porque el poblamiento de Chaján adquiriría una nueva perspectiva de análisis, vinculada a la integración que el mismo le daría con otras regiones. Barba y Montes (2000:25) sostienen que las autoridades coloniales borbónicas, tanto de Chile como del Río de La Plata, impulsaron desde fines del siglo XVIII el redescubrimiento del «viejo camino apto para ser transitado todo el año por carretas, que unía antiguamente Buenos Aires con Chile». No sabemos si este «viejo camino» citado por Barba y Montes pasó alguna vez por las tierras de Chaján, pero en el mapa

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de las «principales rutas de la provincia de Córdoba, en los comienzos de la era independiente», publicado por Efraín Bischoff en su Historia de Córdoba (Cf.1968:108), existe un trazado de una latitud incluso superior a este lugar. Con relación a este camino pero a principios de 1850, Emilio Rojas de Villafañe lo menciona como una de las cuatro rutas principales que atravesaban la Provincia por entonces, situándola de la siguiente manera: «...la del camino del Sur, que viniendo de Buenos Aires, atravesaba de este a Oeste el actual Departamento Roque Sáenz peña y el Sur del Departamento Río Cuarto, no lejos de la margen Norte del Río Quinto y que conducía a Cuyo y Chile» (Rojas de Villafañe, 1976:166).

Esta era indudablemente más beneficiosa desde el punto de vista de las distancias menores a recorrer para ir desde Buenos Aires a Cuyo y Chile. Pensamos en varias razones posibles para que este camino se hubiese abandonado, tales como un avance latitudinal de la población que no tuvo correlato en el resto de la Frontera Sur y Sudeste de Córdoba, por lo cual, los trayectos a recorrer por los viajeros habrían sido demasiado extensos sin disponer de postas de reabastecimiento. Además, una mayor probabilidad de sufrir el ataque de bandoleros y malones al estar alejados de la protección, escasa por cierto, de los fuertes y fortines. c) Influencia de la conflictividad interétnica Tenemos determinado documentalmente la existencia de la Estancia de Chaján durante el lapso comprendido entre 1805 y 1821. Al confrontar esta duración con los períodos de menor y mayor conflictividad entre euroamericanos e indígenas en la Frontera Sur de Córdoba, surgen nuevas perspectivas para su esclarecimiento. Según Martha Bechis (2002:5), «...durante los casi 30 años que van desde 1785 a 1813 hubo paz en todo el cono sur lo que no descartó alguno que otro pequeño conflicto. En este último año, actos hostiles iniciados ya por los blancos, ya por los aborígenes rompieron aquella larga paz». Por lo tanto, esta explotación habría disfrutado de un período de baja conflictividad entre aborígenes y euroamericanos, cobrando mayor sentido. La primera referencia concreta que hemos hallado sobre la existencia de la Estancia de Chaján está en la cita que realiza Carlos Mayol Laferrere (1980:36) del itinerario realizado por el Capitán retirado D. José Santiago Cerro y Zamudio, en el año 1805; según el autor, éste expresó que transitando de la Estancia de Chaján a los Quebrachos, traspuso dos cerritos llamados Blanco y Negro. Además de nombrar a la Estancia, la descripción del recorrido seguido por este militar retirado y minero natural de Chile, ayuda a situarla geográficamente. Por otra parte, sabemos que la Estancia tuvo continuidad hasta por lo menos 1821. En oportunidad de realizarse el inventario (1808), se llevó a cabo también la tasación y partición de sus bienes en hijuelas destinadas a ser entregadas a los herederos, cuatro menores de edad, los cuales quedaron por su condición bajo las tutorías designadas por el Defensor de Menores y aprobadas por el Alcalde Ordinario de la Villa de la Concepción del Río Cuarto. En otro documento localizado en el AHMRC-FDC,

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con fecha 13 de noviembre de 1820, se realiza la entrega de una de las hijuelas, hasta ese momento bajo tutela, a uno de los herederos; consta en la actuación que se lleva a cabo en la Estancia de Chaján. Pocos meses después, el caudillo chileno José Miguel Carrera incursionó con sus huestes por la Frontera Sur de Córdoba y San Luis. William Yates, un oficial irlandés que sirvió bajo su mando escribió que encontrándose en la frontera de Córdoba hacia el 1° de Marzo de 1821, «...el grupo llegó a una «farm-house» del límite donde encontraron ganado en abundancia y una chacra con muchas hortalizas. Esto no pudo ser más oportuno porque nos hubiera resultado imposible continuar dos días más nuestra marcha, después de las privaciones y fatigas soportadas».

En una nota al pie de dicho relato, Yates comenta: «Difícil sería ubicar esa farmhouse, pero estaría por las inmediaciones de Chajá o Chaján»3. Tenemos incertidumbre sobre la suerte corrida por la Estancia en años posteriores al relato de William Yates. En la década del veinte hubo un marcado crecimiento de la conflictividad interétnica en la Frontera Sur. Durante el gobierno de Juan Bautista Bustos se firmó el «...Tratado de la Laguna del Guanaco (20 de diciembre, 1825), que pacificó precariamente a los terribles aucas y pampas...» (Bischoff, 1995:195). Efectivamente, fue una paz endeble. Barrionuevo Imposti (1986:60) sostiene que en 1829 se produjo una invasión de indios entre el fuerte de Las Pulgas y la Punilla, jurisdicción de la Provincia de San Luis; ante el temor a la misma, «...los hacendados de Sampacho, Chaján y Achiras se retiraron hacia el norte». Por lo tanto, si los años de tranquilidad ante la ausencia de malones en la Frontera Sur acabaron en 1813, como sostiene Martha Bechis, los pobladores de la Estancia estuvieron sometidos desde entonces a la incertidumbre del peligro constante, agravado por su situación en la vanguardia fronteriza.

Conclusión El poblamiento de la Estancia de Chaján en el confín de la Frontera Sur de Córdoba, debe ser analizado con una perspectiva política y geográfica amplia. Su posición, superando la línea militar y el camino frecuentado, revela que la lógica del poblamiento euroamericano en nuestra región escapó a las disposiciones del Estado colonial y más tarde del Estado criollo. La ocupación del territorio fronterizo, especialmente aquel apto en pastos y aguadas como es el caso del piedemonte serrano cordobés, estuvo en manos de hombres y mujeres que supieron aprovechar las distintas épocas convenientes para su asentamiento. Dicha lógica de poblamiento coincide con los estudios históricos que señalan lapsos de paz en la frontera, situación durante la cual el nivel de riesgos que tenía esta población se equiparaba a otros sectores de la misma en teoría más resguarda de un eventual malón o del bandolerismo.

Notas 1

Archivo Histórico Provincia de Córdoba. FG, t1, f212, 1859.

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2

El paraje Las Pulgas estaba situado en un paso que las fuentes de la época señalan como muy conocido sobre el río Quinto, del cual tomaba su nombre. En este lugar, el General Pedernera fundó en 1856 el Fuerte Constitucional; a su vera surgió un poblado a iniciativa del Gobernador de San Luis, Justo Daract, origen de la actual ciudad de Villa Mercedes.

3

Citado en Rocchietti et al., 1998.

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Pobladores en la vanguardia de la Frontera Sur de Córdoba: el caso de la Estancia de Chaján

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Rastrilladas y parajes del Mamüll Mapu Norberto Mollo y Carlos Della Mattia Contacto: [email protected]

Introducción Quienes transitan hoy por las pampas argentinas, por sus rutas y caminos, tienen ante sí una visión totalmente distinta a aquella que se presentaba a los ojos de los primeros pobladores de esta tierra. Por entonces la «pampa» era sinónimo de desierto, representado por la inmensa e inhóspita llanura cuyos únicos puntos de referencia lo constituían algunas especies arbóreas, médanos y lagunas. Elementos que servirían de orientación y apoyo para el traslado de un lugar a otro de las primeras poblaciones humanas que llegaron a habitar esta región. «La llanura imponderable, que por todas partes acorta distancia forma orizonte, y siempre se mira uno como punto en medio de un circulo...»1. Las posibilidades de desplazamiento de estos antiguos moradores eran bastante limitadas, ya que el único medio de movilidad era el caminar, y por consiguiente, tenían escasas posibilidades de dejar rastros o sendas en su andar, a no ser aquellas producto de las actividades en las cercanías de su hábitat. La llegada del español a América, y con él el noble caballo, habría de modificar sustancialmente las posibilidades de movimiento, permitiendo recorrer grandes distancias ahorrando tiempo y esfuerzo. Los incipientes caminos irían cambiando su fisonomía, ya que las huellas dejadas por caballos, vacas y otros animales, serían más notorias por su anchura y profundidad que las hechas por el tránsito de los aborígenes. Miles de cabezas de ganado surcaban el corazón de la pampa, dejando tras su paso innegables señales que marcaban en el suelo el derrotero seguido, el que sería transitado una y otra vez, con numerosos arreos: «la guella que hay desde Mamilmapú hasta el anterior alojamiento no la abriria entre el pasto tupido de coyron de que abundan estos Campos un continuo exercicio de carros y de aqui pueden inferirse, que parcialidad de animales no conducirán»2.

De tal forma se materializaban en el terreno las primeras marcas que darían ori-

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gen al concepto de rastrillada. El término encierra en un criterio amplio la denominación de aquellas originarias vías de comunicación, que guardando afinidad con los nombres de «sendas», «huellas», «caminos» o «carriles», fueron utilizados indistintamente. La lengua mapuche nos refiere al término y lo menciona como «repü o rupü». Cuando el conquistador español quiso adentrarse en el desierto de pasto puna como de tupidos caldenales, que distinguía la inmensidad de la llanura pampeana, iría descubriendo estos caminos que interconectaban lugares vitales para la supervivencia como lagunas y/o médanos, parajes conformados por una topografía del terreno singular que serviría de abrigo, descanso y de planificación al aborigen para incursionar sobre otras áreas. Las primeras expediciones militares provenientes de Chile y hacia el oriente, ingresaban al territorio del Neuquén, buscando descubrir y conquistar nuevas tierras. «Valdivia embió al Teniente General Francisco de Villagra, otro segundo Valdivia en el valor y grandeza de ánimo, a que con ochenta hombres passase la cordillera y vuscasse nuevas tierras donde poblar esperando hallar otro nuevo Chile en riquezas, de la otra banda de la cordillera nevada. Partió con título de Mariscal, por el camino de la Villa Rica, que arriba diximos, como era llano passó con gran facilidad, llevando a un lado y al otro aquellas inaccesibles montañas y cerranías y a pocos días se halló en las pampas y llanuras extendidas que van a Córdoba y Buenos Aires»3.

La expedición en busca de los Césares que llevara a cabo Gerónimo Luis de Cabrera (1620-1621), seguiría el curso desde su partida a orillas del río Cuarto por rastrilladas existentes y ya conocidas, al menos por los guías que conducían la caravana. En su rumbo eminentemente sur-suroeste transitarían la posteriormente conocida rastrillada de las Pulgas, y por otros sectores de la rastrillada de los chilenos conocidos como rastrillada del Carancho, de Lihuel Calel y de Choele-Choel, hasta alcanzar el río Negro. Una extensa red de rastrilladas, preexistentes algunas de ellas a la conquista española, surcaron el amplio territorio pampeano, conectando centros de vital importancia por ser fuentes de recursos naturales y de asiento de población aborigen. Entre éstos sobresalía el llamado Mamüll Mapu, región de predominancia arbórea que cobijó durante prácticamente un siglo la etnia ranquel. Grandes jefes como Carripilun, Yanquetruz, Painé, Pichun, Baigorrita, Platero, Mariano y Epumer Rosas, etc., habitaron estos montes. Allí convergían rastrilladas que provenían de las fronteras de San Luis, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. Las más notorias en la región pampeana eran las siguientes: de las Víboras, de Las Pulgas, del Cuero, del Sauce, de Las Tunas, del Carancho, de Lihuel Calel, el camino de la Derechura o de Las Nuevas Tunas, el camino del Salto, el camino a Luán Lauquén, el camino a Trenel, el camino a Salinas Grandes y el camino ó rastrillada de los chilenos. Estas grandes rutas de comunicación se ramificaban a lo largo de su recorrido en otras menores o secundarias, densificando de tal modo la red de caminos que vinculaban los parajes más salientes de entonces.

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Rastrilladas y parajes del Mamúl Mapu

Figura 1. Principales rastrilladas en la región pampeana.

Metodología de Trabajo Abarcando el área del Mamüll Mapu, que precisaremos más adelante, se construyó un marco de apoyatura constituido por un mosaico cartográfico elaborado con cartas I.G.M., escala 1:100.000, al cual se trasladó la información contenida en los planos de mensura levantados por los agrimensores y que dieran origen al parcelamiento oficial de los Territorios Nacionales. En ellos el profesional actuante registra, en su andar palmo a palmo sobre el terreno al delimitar cada lote, una vasta información, como lagunas, médanos, tipo de vegetación, caminos, vestigios de anteriores asentamientos humanos, etc. El aporte del baqueano que lo secunda en su tarea, le permite incluir además datos sobre el interior del lote, como accidentes y toponimia. A los efectos de la reconstrucción lote por lote, se consideró también la memoria descriptiva de la labor desarrollada. Esta documentación es merecedora de la mayor credibilidad, ya que muchos de los parajes relevados se corresponden con los registrados en la cartografía actual. La moderna fotografía satelital permite redescubrir muchos de los sitios y comprender su valor estratégico, dentro del contexto de situación de su tiempo histórico. La conjunción de estas tres variables de análisis: mensuras, cartografía IGM y fotografía satelital, nos permiten precisar con un aceptable grado de certeza el curso de las rastrilladas y la ubicación de parajes y topónimos.

El Mamüll Mapu El Mamüll Mapu es una amplia zona de la región pampeana enclavada dentro de

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la provincia fitogeográfica del Espinal, caracterizada por una densa vegetación de porte arbóreo, con predominancia de caldenes, algarrobos y chañares, con presencia de lagunas y grandes medanales, así como la existencia de agua dulce en las napas freáticas, aunque sin cursos superficiales de importancia. Este hábitat natural, lejos de ser un desierto, fue el ámbito propicio para la ocupación gradual de aborígenes. Primero merodearon estos montes los provenientes de latitudes patagónicas como los tehuelches septentrionales, como los que halló Cabrera en 1620; luego huilliches, pehuenches y finalmente los pehuenches ranquelinos quienes se asentaron en el lugar en las postrimerías del siglo XVIII, para desempeñar desde entonces y por espacio de una centuria, un protagonismo relevante que los llevaría a trascender más allá del Mamüll Mapu. Si bien los montes de caldenales y algarrobales eran muy extensos, la mayor densidad se da dentro de límites más o menos precisos, que son coincidentes con el área de ocupación ranquelina. Estos pueden delimitarse con buen criterio, desde el sur de San Luis y Córdoba, a partir de los montes del Cuero y al sur de la laguna La Verde, por el norte; los valles Daza y Quehué por el sur, la laguna Meucó por el oeste; y la llanura pampeana por el este. Si bien el Mamüll Mapu fue asiento de las tolderías ranqueles, como lugar de reunión para preparar grandes incursiones sobre las líneas de fronteras, de concentración de las haciendas y cautivos que reunían producto del malón y objeto de comercio entre ellos y con otras parcialidades, su zona de acción fue notablemente mayor, haciendo sentir su influencia hasta los caminos de postas y poblaciones del sur de San Luis, Córdoba, Santa Fe y los llanos bonaerenses. También llegaban hasta las orillas del río Chadileuvú, límite natural con los pehuenches. «Amigos, este rio que acabamos de pasar es el deslinde de tus tierras con los indios de Mamilmapu...»4 (Luis de la Cruz dirigiéndose a los caciques pehuenches que lo acompañaban, tras cruzar el río Chadileuvú) y hasta las propias Salinas Grandes.

Rastrilladas y Parajes del Mamüll Mapu Los caminos que surcaron el Mamüll Mapu son de muy antigua data, pudiendo mencionarse entre estos a la posteriormente llamada «Rastrillada de las Pulgas», cuyo curso siguiera la expedición de Gerónimo Luis de Cabrera en 1620/21 en busca de la ciudad de los Césares, la «Rastrillada de las Víboras», llamada así por pasar por el paraje del mismo nombre, y el «Camino de la Derechura o de las Dereceras», que desde Meuco se dirigía hacia Buenos Aires con rumbo ENE. Esta fue llamada también como «Camino de las Nuevas Tunas». Las dos últimas fueron recorridas por las expediciones de Benito de Acosta y Ventura Montoya en 1776 y la de Ventura Echeverría y Diego de las Casas en 1779, quienes nos dejaron una valiosa información. Además de estas tres grandes rastrilladas existían otras que las vinculaban entre si y a los parajes adyacentes a las mismas, configurando una destacada red caminera. Partiendo desde el rio Cuarto, con rumbo sudoeste, Gerónimo Luis de Cabrera atravesaría el río Quinto por el luego conocido Paso de los Césares, hasta arribar a la rastrillada de las Pulgas, donde toma el curso de la misma hacia el sur. Esta primigenia via de comunicación lo llevaba a transitar por el luego conocido Mamüll Mapu, pasando por la Laguna Malabrigo (inmediatamente al oeste del actual Paraje El Du-

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razno) y continuando su marcha unos 20 km al S.S.E., llegan a un lugar que nominarían Laguna del Juicio. Esta podría tratarse de la laguna posteriormente conocida como Trehuá Laufquen (Laguna del Perro), donde en sus cercanías encuentran la primera población aborigen, posiblemente tehuelches septentrionales y avanzada de otros que se hallaban sobre la sierra de Choique Mahuida, y que hablaban la lengua caguane, según refiere el propio Cabrera. Esta referencia documental nos ilustra sobre la casi inexistencia de población aborigen en nuestra área de estudio durante el siglo XVII. Esta situación no habría de variar mayormente hasta el siglo siguiente, cuando nuevas crónicas documentales nos permiten conocer los primeros sitios de asentamientos de poblaciones y parcialidades en tránsito, provenientes de la falda oriental de la Cordillera de los Andes, como huiliches, llanistas, pehuenches ranquilinos y otros. Esta región de la Pampa comienza a adquirir una fisonomía toponímica caracterizada por la nominación de parajes con voces mapuches o araucanas, tal era su lengua de origen. Las citadas entradas españolas de 1776 y 1779 nos hacen conocer la distribución y ocupación del territorio que nos compete. Entre otros sitios ubican tolderías en Trenel o Tenel (Lepian), Colu Lauquen (Rainao, Aygopillan, Llancan), Calchahue (Puñaleph), Nahuel Mapu, Marivil (Culucalquin) y a orillas del Chadileuvú (Llanquetur). La mayoría de estos parajes se hallaban sobre la Rastrillada de las Víboras, y tanto estos expedicionarios, como Justo Molina en 1805 y Luis de la Cruz en 1806, que pasaron por el lugar treinta años después, nada dicen sobre parajes como Poitahué y Leubucó, entre otros, de singular trascendencia pocos años después. Esto nos deja ver que dichos lugares todavía no habían sido ocupados, o que su población era incipiente. Destacan sin embargo a Meuco y Marivil (Cura Lauquen) donde, en este último, encuentran los toldos de Carripilun. Aproximadamente a partir de la segunda década del siglo XIX se produce una mayor ocupación del Mamüll Mapu, cobrando notoriedad algunos parajes mas hacia el norte, período que se extendería hasta la llamada «Conquista del Desierto» de 1879, donde los principales jefes ranqueles fueron diezmados por el arrollador accionar militar. En este último lapso de tiempo sobresalen los asientos de los grandes caciques ranquelinos en Poitahué (Yanquetruz, Pichun), Quenqué (Baigorrita), Guada (Painé), Leubucó (Mariano y Epumer Rosas), Montes de Carrilobo (Ramón Platero), entre otros. En el informe que Felipe de Haedo dirige al virrey Cevallos respecto a la entrada de 1776, hace una detallada descripción de los sucesos y lugares visitados. Entre estos hace alusión a Telén de esta manera: «...hasta el sitio llamado Telén, que dista ciento y cuatro leguas de las puntas del Sauce, que fue la primera tolderia que hallaron. Esta población estaba subordinada bajo las órdenes del cacique Sipian quien dio noticias que en aquellas inmediaciones se hallaban otros seis caciques y que así el como los otros, todos concurrían á hacer guerra y robos en las provincias de Cuyo, Tucuman y Buenos Aires [...] A las tres de la mañana del dia 23 de abril de dicho año sorprendió la marcha de Acosta a la tolderia de dicho Sipion con 300 hombres; le mataron seis indios y le aprisionaron treinta y tres, en los que se incluían algunos cautivos que el año antecedente de 775 habian llevado de la jurisdicción de dicha ciudad de Córdoba, y estos dieron bastante noticia de los establecimientos que tenían dichos indios [...] hizo llamar el comandante Acosta a dicho Sipion y otros de los seis caciques nombrados, que comparecieron y trataron de paces…»5.

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¿Sería este cacique Sipian o Sipion el mismo que llaman Lepian, al que ubican en el paraje Tenel? El informe de Diego de las Casas de las expediciones de 1776/79 cita: «Lepian, anciano, tiene 20 en 10 toldos, y vive en Tenel, que quiere decir recado hallado. Tienen dos aguadas cavadas y cercadas, y dista un día de camino de Calchague»6.

¿A que paraje arribó la expedición? ¿A Telén o a Tenel (Trenel)? De acuerdo a los referidos informes, las expediciones del 76 y 79 partieron de Punta del Sauce y Las Tunas respectivamente, siguiendo rumbo sudoeste. Si atendemos al curso replanteado de las rastrilladas en la cartografía IGM vemos que las mismas convergen entre si, en el paraje Tres Lagunas, cerca de Italó, para fusionarse y continuando hacia Tenel, sitio de acceso al Mamüll Mapu desde el noreste. De allí su conexión es inmediata con la rastrillada de las Víboras, con la de las Pulgas, y un poco mas al sur con la de las Nuevas Tunas. Telén, en cambio, se halla sobre el límite oeste del Mamüll Mapu, por lo que de haberlo atravesado, no hubiera sido esta la primer toldería, como lo expresa en forma explícita. La única posibilidad de que Telén fuese el primer paraje de contacto, es haber llegado por la rastrillada de las Pulgas, desde el norte, pero esto contradeciría el informe. A manera de conclusión podría existir un error al referirse al paraje, debido a la similitud de las voces Telén y Tenel en el informe de Haedo. Asimismo la laguna Telén se halla bastante distante de la rastrillada de las víboras, camino éste que descubierto por estas expediciones constituyó el campo de acción de las mismas, y que con rumbo general NE-SO atravesaba de lleno el Mamüll Mapu. No obstante todas estas consideraciones que hemos expuesto, queda evidenciada la antigüedad de ambos topónimos. Tenel o Trenel, extensa área medanosa que se localiza en la Sección VII, fracción C, lote 14, del departamento Rancul, a 13 km al S.O. de Caleufú. Analizamos ahora las principales rastrilladas que surcaban el Pais del Monte, y los parajes salientes que se hallaban a la vera de las mismas.

Rastrillada de las Víboras Procedente de Peningué (Laguna ubicada en proximidades de Estancia El Madroño, Sección II, Fracción A, Lote 15), se dirige hacia el SO ingresando en nuestra área de estudio a la altura de la laguna Loncoché, (ubicada en la Colonia Los Guanacos, Sección II, fracción A, lotes 22 y 23, del departamento Capital. Actualmente la ruta nacional Nº 35 atraviesa la misma en dirección norte-sur). En 1806 Luis de la Cruz estuvo en el lugar. Poco más adelante se llega a la laguna y montes de Malal, que De la Cruz llamaría Puitril Malal. Este paraje fue residencia de las tolderías de uno de los más afamados caciques que tuviera la pampa: Vicente Pincén. La laguna Malal (Corral) se halla en la Sección II, Fracción A, Lote 21, del departamento Capital, en la zona rural conocida como Colonia La Pastoril. Otro sitio destacado es Calchahue, uno de los primeros centros de población del Mamüll Mapu, cuya ubicación aproximada podría darse en un accidente natural llamativo constituido por lagunas, médanos y montes, en el deslinde de los lotes 4

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Figura 2: Imagen satelital de Loncoché.

(fracción C) y 24 (fracción B) de la sección VIII, en el departamento Toay. El topónimo actualmente se conserva como Establecimiento Calchagua, ubicado más al sur, en el lote 7, fracción C. El lugar que nos ocupa podría ser el mismo o, en todo caso, próximo al luego conocido como Pué-Chapicú-Lauquen. Hacia el oeste la rastrillada atraviesa un tupido monte, y antes de llegar al paraje de Las Víboras, merecen destacarse sobre su curso los sitios de Laguna Divisadero y Laguna de los Chañares, ambas en el lote 25, y Rinancó en el lote 24, fracción A, Sección VIII en el departamento Loventué. Uno de los sitios más trascendentes, no solo de esta rastrillada sino del Mamüll Mapu, es el paraje Las Víboras. Haciendo alusión a la presencia de ofidios que abundan en el área, distintas voces nominaban este paraje, como Chochá, Chochá Lauquen, Marivil, cuya interpretación etimológica aluden a estos reptiles. La laguna Curra Lauquen que menciona Luis de la Cruz como hábitat del cacique Carripilun es un cuerpo de agua que se halla comprendida dentro del área definida por dichos topónimos. Para obtener una mejor localización de Curra Lauquen (de Cura: piedra, Lauquen: laguna; «Laguna de la Piedra»), es procedente atender a la descripción que hace este expedicionario en relación a lo pedregoso del terreno.

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«Este lugar, como he dicho se llama Curra Lauquen, que quiere decir Laguna de Piedras por razon de que al Norte de este alojamiento se hace en Ybierno una Laguna sobre un plan pedregoso que es el unico de esta clase que hay en todos estos lugares en que no se encuentra una piedra»7.

Este paraje es mencionado asimismo por Angueñán y Molina como asiento del jefe ranquel Carripilún. Al respecto Angueñán dirigiéndose a De la Cruz dice: «Me contextó, que Carripilun vivia en el Lugar Marivil, dos dias y medio distante deaqui»8. En 1805, al pasar Justo Molina por el lugar, anotaba en su diario de viaje: «hasta que llegue a alojar al toldo del Cazique Caripilun, cuyo parage se llama Maribil, y andaria en este dia nueve leguas»9. En el marco de aporte de elementos para una mayor investigación sobre el lugar de residencia de Carripilún, vale agregar una cita documental contemporánea a las anteriores, que aporta una nueva toponimia al área en cuestión. «Luego Dijo qe. su prial biaje se dirigia despues de haserse amigo con este Comandte. benirte avisar como los Yndios Guiliches pasaron de sus tierras en esta luna de Marzo mas de Seiscientos Armados en Guerra, y que benian derecho pa. Tierras de Españoles y que le parece qe. estaban solos, y que haviendo llegado estos Yndios Guiliches hta el Juncal, dos dias de camino de los Porongos donde viven Carripilum, y esta nuevo Amigo Llamcaû, de alli sebolvieron asus tierras por las muchas Aguas; y que spire quedaron algunos Yndios Guiliches Potreando y que de estos son los rastros qe. han visto los Soldados del fuerte en los Campos de Capelen adentro»10.

El paraje Las Víboras (Chochá, Marivil, Curra Lauquen) se halla en el cuadrante N.O. del lote 4, fracción D, Sección VIII, departamento Loventué. Punto nodal de rastrilladas, conectaba con Loventuel y Leubucó donde empalmaba con la rastrillada de las Pulgas; hacia el S.O. por la continuación de la rastrillada homónima con Meucó; al este con Calchahue y Loncoché; hacia el N.E. con Tenel o Trenel y hacia el S. con los posteriores sitios de toldos de Antigueo y de Baigorrita. Antes de constituirse en un asentamiento permanente, Las Víboras era lugar de encuentros preparatorios del malón a darse sobre las fronteras de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. «…que estos sabian juntarse en Las Víboras para robar en Buenos Aires y Córdoba algunas ocasiones y que otros iban tambien a Las Víboras y Mamelmapu cuando sabian que los indios de estos parajes anadaban robando a los cristianos y los aguardaban para comprarles animales, efectos y cautivos…»11.

Una de las incursiones mas notorias por el trágico resultado fue el asalto a la tropa de carretas que a la altura del Saladillo en el sur de Córdoba, se produjo en 1777, liderada por el cacique Llanquitur y secundado entre otros por Carripilun, Quilán, Neuquén, etc. Hecho muy mentado entonces por la muerte, entre otros, del canónigo

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Pedro Ignacio Cañas. Surge de la relación de las expediciones del 76/79 que Llanquitur se encontraba sobre el río Chadileuvú y utilizaba esta rastrillada en sus permanentes malones a los caminos de postas. Al practicar la mensura del lote Nº 24, fracción A, sección VIII, el agrimensor Juan Ignacio Alsina en mayo de 1882, describe la laguna de Chocha: «La calidad del campo como la anterior. El terreno arenoso pero firme, pues ha sido ocupado por los Yndios. Entre otras aguadas, queda en él la parte norte de la laguna de «Chocha» (vívora). Esta laguna tiene 900 m de largo de Sur á Norte, y 200 m de ancho; el agua no es muy buena pero tiene vertientes de agua dulce á sús alrededores; por ella pasa un camino. Queda la laguna «Chocha» sobre el costado Sur del lote á los 2000 m al Este del esquinero Suroeste»12.

Desde Chochá el curso de la rastrillada de las Víboras se continúa hacia el sudoeste hasta los médanos y laguna de Poitahué, ubicados aproximadamente a 12 km al N.O. de Carro Quemado, en el lote 2, fracción D, sección VIII, en el departamento Loventué. La memoria del agrimensor Alsina de modo escueto dice «tiene varios jagüeles en el paraje que se indica como campamento de Poitahue». Queda definida una interesante área de estudio en el centro sur del lote, donde a través de la imagen satelital se visualizan dos imponentes lagunas, siendo posible aseverar que conforman el paraje Poitahué, ahora bien, sería necesario profundizar la investigación in situ para determinar mejor su localización. Vemos que la laguna de mayor tamaño se corresponde bastante bien con la localización que da el agrimensor Alsina en su croquis de 1882, acompañada además de una importante formación medanosa. Este agrimensor representa una sola laguna, y la carta IGM a escala 1:100.000 no registra con claridad ninguna de ellas. La importancia estratégica que tenía Poitahué, dentro de la red de caminos del Mamüll Mapu, estaba dada por ser el punto de enlace entre las rastrilladas de las Pulgas y la de las Víboras. Otro accidente topográfico tiene igual nombre, un poco mas adelante, siguiendo la rastrillada que nos ocupa, bajo la forma de Médano Poitahué (Extremo N.E. del lote 11 de igual fracción y sección). Figura 3. Imagen satelital del lote Nº 2 donde se halla Poitahué.

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«...según el baqueano que me acompañaba, lo que los indios llamaban Poitahue, no era una aguada como generalmente se cree, sino el médano que se observa en el ángulo Noreste de este lote» 13.

Un tanto más al suroeste se encuentra el paraje Guada, caracterizado asimismo por una laguna y una zona medanosa, de importantes dimensiones.

«Laguna salobre como de quinientos metros de diametro rodeada de montes. A su alrededor existen jagüeles de buena agua. Está sobre la divisoria de los lotes 9 y 10 á los seis mil doscientos metros á contar del Norte»14.

El mismo agrimensor, al efectuar la medición del costado este del lote 10 atravesaría la laguna escribiendo en su memoria: «6200 m. Entré a la laguna Guada. 6700 m. Salí de la laguna». La laguna y médano Guada se hallan a unos 15 km al oeste de Carro Quemado. Posiblemente este sitio sería el que Luis de la Cruz llamó, en su viaje de 1806, como Rimecó. Figura 4. Imagen satelital de Guada.

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Otro paraje destacado sobre la rastrillada de las Víboras, que se halla un poco mas al sur, es la laguna Metriquin o Mitriquin, ubicada en el lote 11 de la fracción D, sección VIII del departamento Loventué, unos 20 km al S.O. de Carro Quemado. Es un cuerpo de agua de grandes dimensiones, extendido en dirección N.E.-S.O., cuyas aguas salobres se corresponden con la salinidad de la zona. «Laguna salada de mil metros de largo por quinientos de ancho, situada en un gran bajo á cinco mil metros del costado Norte y tres mil del Este. A su alrededor se encuentran otras aguadas dulces. Hacia el Noreste de Metriquin, á unos quinientos metros se halla la Salina que se indica en el croquis, de setecientos metros de largo por cuatrocientos de ancho, de sal riquisima. Según el baqueano de este punto se proveian los Yndios Ranqueles de la sal que consumian»15.

Luis de la Cruz, en su paso por el lugar en 1806, la menciona como Metanquil. Figura 5. Imagen satelital de la laguna Mitriquin o Metriquin

Con rumbo general S.S.O. la rastrillada se continúa hasta arribar a la laguna de Meucó, hallándose en este largo trayecto los parajes de Chadilauquen, Ringanco, NahuelMapú, Butatequen, Rucal, Maribil o Manibil, Tolvan, y Gualicó o Guaibi. A excepción

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de Nahuel Mapú y Rucal, los demás sitios son los mencionados por De la Cruz en su diario de viaje de 1806. Nahuel Mapú ha sido un paraje notorio en el Mamüll Mapu, relevado por las expediciones españolas de 1776 y 1779, no es mencionado sin embargo por Luis de la Cruz en su paso por el lugar, lo que resulta llamativo. Nahuel Mapú ocuparía un lugar estratégico en la vida ranquel durante el siglo XIX, tal como lo evidencian las menciones que de él realiza Estanislao Zeballos, entre otros. En el territorio pampeano existieron muchos sitios que funcionaron como puntos nodales, y entre estos podemos mencionar a Meucó. Este lugar representaba la puerta de ingreso al Mamüll Mapu desde el oeste, a partir de aquí se continuaba la rastrillada de las Víboras hacia el río Chadileuvú; hacia el S.E. partía el camino de la Derechura o de las Nuevas Tunas, y varias rastrilladas mas como lo denota el croquis confeccionado por el agrimensor Otamendi, quien redacta en la memoria de mensura del lote 12, fracción A, sección XIV: «El terreno de este lote tiene pocos médanos de gran estension. En general es de médanos altos y poco estendidos. El suelo es guadaloso. La aguada llamada «Meucó» es la laguna mas grande de todas las que hay en esta seccion, tiene como 1500 m. de NordEste a Sud-Oeste por 1000 m. de Nord-Oeste á Sud-Este. En las inmediaciones de la laguna se encuentran pastos abundantes y buenos = pasto duro, gramilla, pasto de hoja, alfilerillo, paja y trebol. Desde esta laguna empiesa la travesia en el camino que conduce al Rio Salado por el «Paso de Meucó»…»16.

Refiriéndose al Camino de la Derechura, Angueñán señala: «... que era mejor que los otros que van por lo del difunto Quintrepi (el que va al Salto), y otro para las fronteras del Sauce (el que va a La Carlota), porque tienen menos aguas y leñas»17. Figura 6. Plano de mensura del lote 12 (Meucó), fracción A, sección XIV del agrimensor Otamendi. Dirección de Catastro de la Provincia de La Pampa.

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Camino de la Derechura o de las Dereceras o de las Nuevas Tunas Esta vía de comunicación vinculaba Meucó con Buenos Aires, capital del Virreinato, con rumbo general N.E. Los parajes que se sucedían a lo largo del camino y que le informara el indio Angueñán, sobrino del cacique Manquel, a Luis de la Cruz durante su estada en Meuco, eran los siguientes: «Que saliendo de aquí por donde venía la luna, que era al este, cuarta al norte, es el mas recto. Que primero se llegaba al lugar de Chaquilque, y despues á Chiyen, á Malcuaca, á Quilquil, á Cololanquen, á Tuay, á Aldirinanco, á Lelbun-Mapu; que ya ahí son las castas a Leubuco, á Catrilechi-mamil, á Trilís, á Moncolo, á Mallin-lauquen, á Pichiloo, á Cumaloo, á Chalac, á Gualanelú, á Butanguencul, á Leubu-Mapu, y á Loncoguaca; y de aquí ya está en tierra de españoles, y que con mis cargas, despacio en 10 ó 12 dias estaria en Buenos Aires»18.

Por vincular en forma más directa Meucó con Buenos Aires, que cualquier otro camino, Luis de la Cruz le llamó indistintamente «Camino de la Derechura», «Camino de las Dereceras» o «Derrotero de Angueñán». Al llegar al mismo los expedicionarios de 1776 y 1779 llamaron al mismo «Camino de las Nuevas Tunas». De los parajes enunciados, analizamos a los comprendidos en nuestra área de estudio, tales como Chaquilque, Chillen, Malal-Huaca, Quilquil, Colu Lauquen y Toay. Otro sitio sobre este camino que merece nuestra atención es Tricaucó. Tricaucó o Trecao-có: según A. Vúletin «Agua de los loros», Casamiquela «Aguada de los loros», laguna situada en el lote 11, fracción A, sección IX del departamento Utracán. Al medir los lotes 17 y 18 de la fracción A, sección XIV, los agrimensores Cagnoni, Carballo y Otamendi en 1883 hacen mención del «camino de «Meucó» a «Trecao-có». Este sitio no era mencionado por Angueñan por lo que su ocupación e importancia es más reciente. Chaquilque: El paraje Chaquilque se lo localiza en el lote 18, fracción A, sección IX, del departamento Utracán, a 4 Km al este-sudeste de la actual estancia Malal-Có. La ubicación del mismo se logra replanteando sobre el curso de la rastrillada que corre por el valle Daza, la distancia de 9 leguas indicada por Angueñan. Se observa que en dicho sitio hay un paraje llamado Sanquilqué o Sanquelqué, obtenido de la mensura de Braly. Según Casamiquela, Chaquilque es una voz mapuche que significa: «Donde hay Macahines». Sanquilqué o Sanquelqué, tal vez sea una deformación del topónimo original; según Vúletin: «Cañada del Carrizo», según Piana: «Aguada del Carrizo», según Erize: «Agua de Cortaderas» y según Casamiquela: «Donde hay carrizales». Probablemente se trate del mismo sitio que Olascoaga cita como Chagquihue: «Donde se despedaza o destroza». En la memoria de la mensura del lote mencionado realizada por el Agrimensor Claudio A. Braly, al referirse a su ubicación dentro del Valle Daza, dice: «Se sale de los médanos, se entra en el valle de Sanquilqué, en un bañado con mucha agua»19. En este paraje se encontraban los toldos de Payllatur en 1806, en momentos del paso de la expedición de Luis de la Cruz a poca distancia. Cuarenta años atrás, en 1776, ya existían los primeros asentamientos aborígenes en el lugar:

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«Pichuimanque, tiene 10 soldados en 6 toldos; vive, en Chaquilque, en distancia de medio día de camino de Conquaí; sus aguadas son 3 pozos cavados. Este lugar está sobre el camino de las Nuevas Tunas, descubierto a la izquierda y rumbo al sud […] Mariñanco tiene 10 indios en 6 toldos; vive en Chadí, a la vista de Chaquilque»20.

Chillen, Chillem o Chiyen: es un paraje compuesto por una laguna situada sobre la línea limítrofe entre los lotes 10 y 11, Fracción B, Sección IX, del departamento Toay. Su significado admite diferentes interpretaciones: según Casamiquela una variante es El Chülen y se refiere a una fruta o a una planta, según Vúletin su nombre hace alusión a la Gaviota Cocinera, llamada Chille por los aborígenes, con el agregado afirmativo de llén y, según Puch y Tello «ensillar y desensillar los caballos». Actualmente junto a la laguna mencionada se encuentra la Estancia El Chillén, dentro del importante valle de igual nombre. La crónica de mensura de los citados lotes 10 y 11 efectuada por el agrimensor Carlos A. Braly hace mención del lugar como «Chillem»: «Se llega á unos medanitos que están al pié de la cadena indicada. Pasto bueno. El cañadon se llama Chillem»21. Malalguaca o Malalhuaca o Malal Huaca: laguna cuyo nombre deriva de Malal: corral y Huaca: vaca; «corral de vacas». Dicha laguna se halla dentro del imponente valle de Malal Huaca, que alberga también a una estancia de idéntico nombre, lote 2, fracción B, Sección IX, departamento de Toay. El Agrimensor Braly, al efectuar la medición de los lotes 2 y 9 de la fracción citada, hace una interesante descripción del sitio. Midiendo el lado norte del lote 9 de oeste a este, sobre los 7.500 metros de marcha nos dice: «Cruza un camino al S.O. Se baja á un cortaderal á 250 m al N de la linea aguada de Malal Huaca. Agua abundante, y buenos pastos»22. Quilquil: laguna ubicada en el lote 3, fracción B, Sección IX, del departamento de Toay. Según el «Nuevo Diccionario Mapuche-Español» de Vúletin y otros, su nombre significa pájaro chucho. De acuerdo al relevamiento efectuado por el maestre de campo Diego de las Casas Quilquil quiere decir «Pájaro Chiquito». Según Casamiquela Kilkil nombra a una lechuza pequeña llamada Caburé. En este lugar habitaba en 1776/79 el cacique: «Painemanque, que quiere decir cóndor anciano, tiene 14 indios, inclusos cuatro hijos, en 7 toldos; vive en el paraje de Quilquil, que quiere decir pájaro chiquito, cuyas aguadas son 4 pozos cavados y cercados. Dista dos leguas del antecedente (Colu Lauquen), sito sobre el mismo camino, tras de un cerro pequeño»23. Como esta voz toponímica se ha perdido en los registros cartográficos actuales, la ubicación tentativa del sitio Quilquil, sobre el curso de la rastrillada, se logra de la siguiente manera: de la tabla de distancias que como «Derrotero de Angueñán» exhibe Luis de la Cruz, tomamos las que indica de Malal Huaca a Quilquil y de Quilquil a Colu Lauquen, siendo ambos extremos sitios de precisa localización. Esto nos permite establecer una correspondencia entre las leguas de Angueñán y los kilómetros. Luego medimos sobre la carta las distancias en Km de Quilquil a los dos extremos. La cita anterior es coincidente con la localización efectuada, al señalar la distancia de Colu Lauquen a Quilquil. Colulanquen, Cololanquen, Colo lauquen, Colu-Lauquen, Colu Lafquen o Colu Lauquen: laguna situada en el lote 4, fracción B, Sección IX, del departamento Toay, cuya acepción etimológica nos dice Colu: colorado, Lauquen: laguna; «Laguna Colorada». Inmediatamente al este de la misma se ubica hoy la Estancia La Colorada, cuyo nombre se corresponde con las características del paraje. El agrimensor Braly, al efectuar la medición del lado norte de dicho lote, sobre el mojón colocado a los 7.500

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m expresa: «Tierra baya arenosa. Pasto bueno y abundante. A 500 m al SSO queda la aguada de Colu-Lauquen. (Laguna colorada)»24. Sus primeros moradores, a fines del siglo XVIII y principios del XIX fueron los caciques Llancan, Rainao, Aygopillan, Cayupan y sus gentes. Figura 7. Plano de mensura del lote 4 (Colu Lauquen), fracción B, Sección IX del agrimensor Braly. Dirección de Catastro de la Provincia de La Pampa.

Figura 8: Imagen satelital de la laguna Colu Lauquen.

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Tuay o Toay: topónimo cuya etimología hace referencia de modo coincidente con la opinión de diversos autores al significado de «abra, abertura, rodeo, vuelta ó sendero sinuoso» a través de una tupida población de caldenes, por el que se accedía a la vertiente ó manantial de agua existente en el lugar. Si bien los médanos y montes de Toay son imponentes y abarcan una gran extensión, resulta complejo precisar con exactitud el lugar geográfico que dio origen al topónimo. A partir de Colu Lauquen dejamos planteadas dos posibilidades de continuación del Camino de las Nuevas Tunas: una hacia el N.E., rumbo a los médanos y montes próximos a la actual localidad de Toay (Lotes 19 y 20, fracción D, sección II); la otra variante se dirige al S.E. del lote 21, donde la mensura del agrimensor Joaquín Maqueda registra «Á los 2500 m de esta linea y como 1500 al Oeste hay unos jagüeles donde ha existido una tolderia»25. Este lugar podría tratarse del mismo que cita Vúletin, como la aguada o vertiente que diera origen al nombre de Toay.

Rastrillada de Las Pulgas La rastrillada de Las Pulgas debe su nombre a que nacía en el paraje de Las Pulgas (actual Villa Mercedes, provincia de San Luis), sobre la margen norte del río Quinto, y su recorrido mas relevante, en dirección eminentemente norte-sur, pasaba por los parajes de Pozo Escondido, Pozo de los Avestruces, Sayape, Los Pocitos, laguna del Guanaco, Bajos Hondos, Tala, laguna del Padre Marcos, La Hallada, Santiago Pozo o Santiago Pose, Los Barriles, El Macho Muerto, El Corralito, Las Acollaradas, Totoritas, La Seña (Desde esta laguna salía hacia el noreste un camino que la comunicaba con el Fuerte 3 de Febrero), Loncomatro, Chicalcó, Overamanca, Los Chañares, Agustinillo, Fortín Salitrero, Bagual, Ranquelcó, Médano Colorado (aquí empalmaba con la rastrillada del Cuero), La Verde, Trelactué, Pudum, Aillancó, Leuvucó (proximidades de Victorica, provincia de La Pampa), Liu-Carreta y Poitahué, donde empalmaba con la rastrillada de las Víboras. Desde Villa Mercedes hacia el norte se comunicaba con San José del Morro. Esta rastrillada fue relevada en su tránsito de regreso desde los toldos de Mariano Rosas (Leuvucó), por el coronel Lucio V. Mansilla en 1870; y medida por el General Arredondo en agosto de 1872, entre Villa Mercedes y Guada (al sur de Poitahué), resultando una distancia de 90,5 leguas26; transitada y medida asimismo por la 1ª Brigada de la 3ª División Expedicionaria al Desierto en abril de 1879. Asimismo fue recorrida por el padre Marco Donati en varias oportunidades, quien describe algunos parajes. Hoy una laguna recuerda su nombre. De los lugares enunciados, analizaremos el sitio de Leuvucó, comprendido en nuestra área de estudio Leuvucó: Este paraje se lo localiza entre los lotes 9 y 12 de la fracción A, sección VIII, del departamento Loventué, a 17 km al norte de Victorica. La otrora laguna de Leuvucó caracterizada hoy por un cauce seco en medio de un valle dominado por formaciones medanosas a ambos lados. Se observan caldenes, chañares, piquillines y otros árboles del espinal. Además abundante pasto puna, colas de zorros o cortaderas y en ámbitos más salitrosos pelo de chancho. El material fino del suelo es abundante observándose concresiones de tosca, con abundante cantidad de arcillas. Hacia el oeste de la laguna se observa un enorme salitral que define la fisonomía de un paisaje inhóspito y desolado.

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Figura 9. Imagen satelital del paraje Leubucó.

La que fuera laguna de Leuvucó, se halla inmediatamente al oeste de la ruta provincial Nº 105, la que hace una pronunciada curva para rodearla por el este en su dirección N-S. El camino vecinal «Cacique Mariano Rosas» la atraviesa en su sector sur. Observando la imagen satelital, podemos interpretar la correspondencia entre el significado de Leuvucó (agua que corre), con la geomorfología del lugar. «Leubucó: Este punto tan nombrado por haber sido allí la residencia de los Rosas, es una especie de cañadon ó laguna desplayada (estaba seca en la época qué la ví) de 2000 m. de largo, por 500 de ancho, que corre de N.O. á S.E. Tiene en sus alrededores algunos ojos de agua que se derraman en ella pero de poca importáncia. Está á a la orilla de un inmenso monte que se estiende al O. y al S.O.»27.

Figura 10. Plano de mensura del lote 9 (Leubucó), fracción A, sección VIII del agrimensor Juan Alsina. Dirección de Catastro de la Provincia de La Pampa.

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El siguiente paraje que se hallaba sobre la rastrillada de las Pulgas era Leubucó, punto neurálgico por ser un nodo de rastrilladas y por su relevancia geopolítica, como asiento de los toldos ranqueles del gran cacique Mariano Rosas. «La morada de Mariano Rosas consistía en unos cuantos toldos diseminados y en unos cuantos ranchos, construidos por la gente de Ayala, en un corral y varios palenques. Leubucó es una laguna sin interés –Quiere decir agua que corre, leuvu, corre, y co, agua-. Queda en un descampado a orilla de una ceja de monte, en una quebrada de médanos bajos. Los alrededores de aquel paraje son tristísimos. Es lo mas yermo y estéril de cuanto he visto; una soledad ideal. De Leubucó arrancan caminos, grandes rastrilladas por todas partes. Allí es la estación central. Salen caminos para las tolderías de Ramón que quedan en los montes de Carrilobo; para las tolderías de Baigorrita, situadas a la orilla de los montes de Quenque; para las tolderías de Calfucurá en Salinas Grandes; para la Cordillera, y para las tribus araucanas» 28.

Si bien existen muchos otros sitios de importancia fuera de estas grandes rastrilladas, sobresale el de Trehuá Lauquen (Laguna del Perro), centro nodal del cual irradiaban ocho caminos en distintas direcciones. El más importante de ellos era una prolongación de la rastrillada de las Pulgas, que a su vez conectaba Poitahué (sobre las Víboras) con Chaquilque (sobre la Derechura) y más al sur con Traru Lauquen (sobre los Chilenos). Trehuá Lauquen se encuentra en la Sección IX, fracción A, lote 4, del departamento Loventué, a 19 km al SSE del paraje El Durazno.

Conclusiones Nuestra área de estudio, el Mamüll Mapu, fue surcada por tres grandes rastrilladas principales: la de Las Pulgas, de Las Víboras y el Camino de la Derechura o de Las Nuevas Tunas. Además existía una vasta red de caminos menores, que vinculaban a estas entre si y con otros sitios de relevancia. Algunas de estas rastrilladas resultan ser preexistentes al arribo al lugar de los pehuenches ranquelinos. Así Gerónimo Luis de Cabrera en 1620, al transitar la rastrillada que luego se llamaría de Las Pulgas y otras que le continuaban hacia el sur, no encuentra población aborigen hasta la Laguna del Juicio (Trehua Lauquen), donde avista unos pocos moradores, presuntamente tehuelches septentrionales. La llegada de la parcialidad ranquel se opera en el último tercio del siglo XVIII, emplazando sus tolderías a la vera, o en las proximidades, de estas grandes vías de comunicación. Así lo registran las expediciones españolas en 1776 y 1779, y la de Justo Molina en 1805 y Luis de la Cruz en 1806. En un principio, los parajes que cobijaron a los recién llegados fueron: Trenel, Calchague, Marivil, Metrenquel, Nahuel Mapu, Meucó, Chaquilque, Quilquil y Colu Lauquen, entre otros. Mas adelante, en el transcurso del siglo XIX, se densificaría la ocupación de las tierras del Mamüll Mapu, cobrando importancia otros sitios, como Poitahué, Guada, y mas hacia el norte Leuvucó, que habría de erigirse en morada de los mas afamados caciques ranqueles.

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La reconstrucción de la red caminera en el área de estudio, nos permite destacar sitios erigidos como verdaderos centros nodales de rastrilladas, que facilitaron las comunicaciones entre las dispersas tolderías que conformaron el país ranquel. Entre ellos: Meucó, Poitahué, Chocha, Trehuá Lauquen, Caihué, Lomothué, Trenel, Conhello, Malal, Leuvucó, Lobocó, Ruca Lauquen, Aillancó, Pudum y La Verde. Figura 11: Mapa de rastrilladas y parajes del Mamüll Mapu

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Notas 1

Archivo Nacional Histórico de Chile (ANHCH). Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folio 149.

2

ANHCH. Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folios 154 y 154 v.

3

Diego de Rosales. Historia del Reyno de Chile. En: Alvarez, 1972:44.

4

De la Cruz, 1835:111.

5

Revista del Río de la Plata. «Descripción de la Colonia del Sacramento y puertos del Río de la Plata al norte y sud de Buenos Aires, seguida de un plan para la conquista y población del Cabo de Hornos y sus pampas, por Don Felipe de Haedo, Año de 1778». Tomo III. Buenos Aires, 1872. pp. 450.

6

Colección…, 1837:95.

7

ANHCH. Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folios 129 v y 130.

8

ANHCH. Diario de Viaje de Luis de la Cruz. Folio 110 v.

9

Archivo General de la Nación (AGN). Sala IX. División Colonia. Legajo 39-5-5, Expediente Nº 1. Diario de Viaje de Justo Molina.

10

Archivo Histórico de San Luis (AHSL). Carpeta Nº 10. Documento Nº 1557. 11 de abril de 1806

11

AGN. IX. 24. 1.1. Diario de la expedición de José Francisco Amigorena. Folios 115-131.

12

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción A. Lote 24.

13

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción D. Lote 11.

14

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción D. Lote 9.

15

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Juan Ignacio Alsina. Sección VIII. Fracción D. Lote 11.

16

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor P. Otamendi. Sección XIV. Fracción A. Lote 12.

17

De la Cruz, 1835:131.

18

De la Cruz, 1835:130.

19

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX, Fracción A, Lote 18. Agr. 1882.

20

Colección…, 1837:98.

21

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX, Fracción B, Lotes 10 y 11. 1882

22

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX, Fracción B, Lote 9. 1882.

23

Colección…, 1837:97.

24

Dirección General de Tierras, Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Claudio A. Braly. Sección IX. Fracción B. Lote 4. 1882

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25

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Joaquín V. Maqueda. Sección II. Fracción D. Lote 21. 1881

26

Memorias del Ministerio de Guerra y Marina. Año 1873. pp. 145

27

Dirección General de Tierras. Archivo de Mensuras de La Pampa. Dirección de Catastro Provincial. Mensura del agrimensor Juan I. Alsina. Sección VIII. Fracción A. Lote 9. 1882.

28

Mansilla, 1987:155-156.

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NOCETTI O. y L. Mir 2000 Relaciones de la Jornada a los Césares 1625. Ediciones Amerindia. Buenos Aires. TAPIA, A. RAMOS, M. y C. BALDASARRE 2006 Estudios de Arqueología Histórica. Investigaciones argentinas pluridisciplinarias. Museo Municipal de la Ciudad de Río Grande, Tierra del Fuego. Ediciones Bimce.

Fuentes documentales Archivo General de la Nación (A.G.N.), Sala IX, División Colonia, Legajo 24-1-1 Archivo General de la Nación (A.G.N.), Sala IX, División Colonia, Legajo 39-5-5 (Diario de viaje de Justo Molina) Archivo Histórico de San Luis, Carpeta Nº 10, Documento Nº 1557, 11/04/1806 Archivo Nacional Histórico de Chile (ANHCH), Diario de viaje de Luis de la Cruz. Dirección General de Tierras, Archivo de Mensuras de La Pampa, Dirección de Catastro Provincial. Mensuras de las Secciones siguientes: 1881. Sección VII; Agrimensor nacional: José Antonio Lagos 1882. Sección VIII; Agrimensor nacional: Juan Ignacio Alsina 1882. Sección IX; Agrimensor nacional: Claudio Andrés Braly 1885. Sección XIII; Agrimensores nacionales: Benjamín Domínguez, Cagnoni, Carballo y Otamendi. 1883. Sección XIV; Agrimensores nacionales: Cagnoni, Carballo y Otamendi. Cartas topográficas del Instituto Geográfico Militar (IGM), a escala 1:500.000, 1:250.000, 1:100.000 y 1:50.000. Imágenes satelitales obtenidas de la página web: http://maps.google.com Memorias del Ministerio de Guerra y Marina. Año 1873. Mosaicos cartográficos de rastrilladas y parajes elaborados por los autores (inéditos).

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Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870: su incorporación al Ejército Nacional Marcela Tamagnini; Graciana Pérez Zavala y Ernesto Olmedo Laboratorio de Arqueología y Etnohistoria-Universidad Nacional de Río Cuarto Contacto: [email protected]; [email protected]; [email protected]

«Los prisioneros [indígenas] han sido repartidos en el ejército como soldados en igualdad de condicion á estos»1

A partir de 1850 gran parte de los territorios fronterizos de la fértil llanura pampeana, comenzaron a insertarse en el proceso de explotación pecuaria y agrícola-ganadero. Sin embargo, en el sur de Córdoba y San Luis, la incorporación al capitalismo agrario pampeano fue tardía. Para comprender la singularidad de este espacio, es necesario que prestemos atención a los acontecimientos ocurridos a lo largo de la década de 1870, los cuales coinciden con el momento final de la frontera. En términos generales, podemos decir que en los años ‘70 la vida en la frontera estuvo signada por un acrecentamiento de las medidas militares y por la puesta en práctica de planes de avance sobre los indígenas. Un hito distintivo de esta porción fronteriza fue la creación por parte de los misioneros franciscanos de dos núcleos de reducciones indígenas sobre el río Quinto, específicamente en cercanías de los fuertes Sarmiento y Villa Mercedes (Provincias de Córdoba y San Luis). Desde nuestra perspectiva, estas reducciones deben ser analizadas en el marco de los proyectos militares de avance de la Frontera Sur por cuanto las acciones desarrolladas por los misioneros estuvieron condicionadas por las tácticas y estrategias castrenses. Los indígenas reducidos eran ranqueles, una de las etnias que, a lo largo del siglo XIX, más se ajustó a la condición de indios soberanos. En la década de 1870 sus principales caciques buscaron sostener su autonomía política y territorial respecto del Estado argentino a través de la vía diplomática. Sin embargo, en ese mismo período, diferentes grupos de capitanejos e indios lanza abandonaron las tolderías para instalarse en la frontera en calidad de indios reducidos. Estos ranqueles rápidamente fueron incorporados a las fuerzas militares que defendían esta frontera. Este último suceso dota también de especificidad a la frontera cordobesa-puntana

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por cuanto si bien existen algunos antecedentes de militarización de ranqueles previos a los de la década de 1870 (los hermanos Llanquelén y Calfulén en los años ‘302 y Coliqueo en los ‘603) el destino final de estos indígenas fue la frontera bonaerense, particularmente el fuerte Federación (también denominado Junín). Por ello, si comparamos la militarización de indígenas en la frontera cordobesa-puntana con la ocurrida en otras porciones de la larga línea militar, encontramos que la primera fue mucho más tardía y que su particularidad quedó determinada por la apuesta reduccional de los franciscanos. A su vez, la caracterización del proceso de militarización de los indígenas que se instalaron en las misiones franciscanas nos permitirá explicar de qué manera la yuxtaposición de la jerarquía militar nacional con la organización socio-política indígena habría favorecido la fragmentación y resquebrajamiento de las relaciones en el seno de las sociedades indígenas que venía propiciando el Gobierno Nacional. Uno de los aspectos que dotan de visibilidad a este proceso de militarización tiene que ver con la concesión de grados militares a los caciques, capitanejos e indios lanza reducidos. En algunas ocasiones, éstos habrían reproducido las diferencias de posición en las tolderías, pero, en otras habrían generado nuevos rangos tendientes a sobrevalorar el rol de algunos capitanejos e indios lanza. Para dar sustento a este conjunto de argumentos, apelamos a las cartas producidas por los ranqueles, los franciscanos y los militares que vivieron en dicho tramo de la frontera, localizadas en el Archivo Histórico «José Luis Padrós» (AHCSF). Recurrimos también a las Memorias de Guerra y Marina de las décadas de 1860 y 1870, que consignan, además del presupuesto destinado a cada frontera, la existencia de indios militarizados dentro de las fuerzas y a la Memoria del Departamento de Justicia, Culto é Instrucción Pública de 1877.

Las reducciones franciscanas de Las Totoritas, Villa Mercedes y Sarmiento Para poder explicar las razones que condujeron a la formación de las reducciones de ranqueles en la frontera del río Quinto es preciso que nsos remontemos a los inicios del Gobierno de la Confederación Argentina, momento en el que llegaron a Río Cuarto los doce primeros misioneros franciscanos italianos. Su objetivo era crear un «Colegio Apostólico de Propaganda Fide»4, destinado a la pacificación de los indígenas. Sin embargo, en los primeros tiempos su labor se redujo a prestar auxilio espiritual a las poblaciones cristianas de la frontera. Sólo recién con el avance militar sobre el río Quinto (1869) se produjo la «inauguración real de las Misiones Católicas entre los Indios de la Pampa», es decir, entre «las tribus sometidas al Cacique Mariano Rosas»5. El traslado de la frontera militar del río Cuarto al río Quinto fue uno de los acontecimientos que, en nuestra perspectiva, marcó el curso de la década final de la frontera. Éste provocó el arrinconamiento de los ranqueles, en especial de aquellos que transitaban por las tierras próximas a los nuevos fuertes. La documentación atestigua que a fines de la década de 1860 los campos que se extendían entre el río Quinto y el Cuero eran recorridos por los «indios de la orilla», es decir, capitanejos e «indios gauchos» (no sujetos a ningún cacique) que al tener sus tolderías en lugares estratégicos (por la presencia de agua y caminos) controlaban el paso de todos aquellos que entraban o salían de la tierra adentro. La mayor parte de estos «indios de la entrada» habrían

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pertenecido al cacique Ramón y habrían tenido sus toldos en los alrededores de la Laguna del Cuero. Por su parte, en Lebucó y Poitague residían los caciques principales (Mariano Rosas, Epumer, Baigorrita) y junto a ellos un importante número de capitanejos (Tamagnini y Pérez Zavala, 2007; 2008). Esta digresión sobre la territorialidad indígena adquiere todo su valor si tenemos en cuenta que la mayor parte de los grupos que se trasladaron «del todo a la cristiandád» entre 1872 y 1878 eran «indios de la orilla». Su instalación en la frontera habría estado determinada en gran parte por el control nacional de las aguadas y las tierras de pastoreo, las expediciones punitivas sobre sus toldos, las disidencias con los caciques principales, las epidemias de viruela y el «estado deplorable» (pobreza) en que se encontraban. Esquemáticamente podemos diferenciar dos formas de migración a las reducciones: una, forzada (cuando las fuerzas nacionales regresaban de los toldos con prisioneros) y, otra, voluntaria (cuando capitanejos e indios lanza aceptaban las reiteradas invitaciones de los franciscanos de movilizarse a la frontera). En los hechos, ambas formas de ingreso a las reducciones fueron complementarias. Así, por ejemplo, en mayo-junio de 1872 las familias prisioneras de la expedición del General Arredondo fueron destinadas al paraje de Las Totoritas, sito «unas dos leguas de distancia de Villa Merced» y cinco meses después treinta y tres lanceros del cacique Mariano Rosas se incorporaron a este núcleo reduccional con el fin de unirse a sus parientes. Cabe destacar que entre éstos se encontraban el capitanejo Martín Simón, Martín López (secretario de Mariano Rosas) y Francisco Mora (lenguaraz del cacique Ramón)6. Por su parte, a comienzos de mayo de 1874 se presentó a los jefes de frontera el capitanejo Bustos «con 6 indios y 7 chinas á vivir á Sarmiento». Pocos días después siguió los mismos pasos el capitanejo Juan Villareal, que llegó acompañado por su «familia» y por «todos» los indígenas que estaban bajo sus «ordenes» (64 individuos en total). Para esa fecha también había arribado a Sarmiento el indio Santos con 14 de sus seguidores. En septiembre de 1874 se redujeron Linconao Cabral y Morales, quienes escoltados por «30 á 40 personas», prometieron la llegada de nuevos contingentes7. En los años siguientes varios indígenas parientes de Mariano Rosas y residentes en las tierras colindantes al Cuero fueron tomados prisioneros. El cacique Ramón y sus «cuatrocientos indios» arribaron «voluntariamente» a Sarmiento Nuevo en octubre de 1877, luego de que las fuerzas nacionales les retuvieran sus ganados. Con el inicio de las «Campañas de ablandamiento», en los últimos meses de 1878 se redujeron varios indígenas de importancia, entre ellos Cayupán, cuñado del cacique Baigorrita8 (Pérez Zavala y Tamagnini 2007). El análisis del destino de los ranqueles que se trasladaron a la frontera nos permite establecer que mientras en las reducciones de Las Totoritas y Villa Mercedes habrían alojado los indígenas prisioneros, la de Sarmiento habría nacido y se habría consolidado con contingentes que llegaron en forma intencional. Esta última misión –que estaba ubicada 28 leguas al sudoeste del río Quinto y anexa al fortín homónimo-, tomó la forma de «pueblo civil» y estaba a cargo del padre Moisés Alvarez9. Por decreto, el Presidente Domingo F. Sarmiento le concedió a los indígenas allí instalados «1° un juez de Paz, 2° un Capellán, 3° un maestro de escuela, 4° un herrero, 5° un carpintero». Sin embargo, el Supervisor de Misiones que en marzo de 1878 visitó esta reducción, afirmaba que en ella vivían alrededor de seiscientos indígenas, «divididos en familias que habitan miserables chozas de paja». Además agregaba que «muy

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pocos» de estos indígenas se dedicaban a la labranza ya sea por su reciente reducción (se refiere a los indígenas de Ramón), por «su holgazanería natural» o porque, como los de Villa Mercedes, estaban ocupados «al servicio militar»10. A su vez, mencionaba que en la misión de Villa Mercedes vivían «cerca de trescientos indígenas entre grandes y chicos». Ella contaba con la asistencia del Padre Marcos Donati que regularmente iba hasta ese lugar para socorrer y supervisar a sus pobladores, aunque su rol se veía desdibujado por la intervención de las autoridades militares en los asuntos indígenas. Como esta reducción carecía de terreno propio, los ranqueles debieron ubicarse en un «área de diez y seis manzanas» sobre el camino que unía la estación de tren con el poblado de Villa Mercedes. Esta circunstancia les impedía desarrollar la agricultura, obtener suficiente leña y edificar viviendas11. Finalizadas las expediciones de «ablandamiento» (1878) y la «Campaña al Desierto» (1879), esas reducciones fueron disueltas, enviándose a «las familias indias á diversos puntos de la Provincia de San Luis, Buenos Aires, etc.». Mientras tanto la misión de Sarmiento llegó a tener «1020 Yndios» y la de Villa Mercedes unos «500» 12. Esta información sobre población indígena en la frontera se ve enriquecida por los datos aportados por la siguiente planilla en la cual se resume el número de habitantes de la Frontera Sur y Sur-Este de Córdoba en los inicios de 1879, con discriminaciones de sexo, edad y forma de participación en los ejércitos de línea.

Hombres comprendidos oficiales y tropa

Mujeres cristianas y chinas

Chicos y chinas, desde los mamones hasta la edad de 13 años

Total General

Plana Mayor de la F.

48

28

19

95

Batallón 10 de línea

302

135

37

474

Regimiento 4 de Caballería de Línea

251

106

75

432

Escuadrón de ranqueles

132

165

293

590

Compañía única Indios auxiliares

55

50

49

154

Piquete de Indios de Santa Catalina

47

44

46

137

Particulares

66

50

30

146

Total

901

578

549

2028

298

Notas

Capital de Comercio: 49.500 $ F

Cuerpos

Los ranqueles reducidos en la frontera del río Quinto durante la década de 1870: su incorporación al Ejército Nacional

Si bien las misiones habrían sido funcionales a los planes gubernamentales de consolidar la frontera militar mediante el control y la sumisión indígena, las cartas de los franciscanos dejan testimonio de distintos problemas que afectaban su desenvolvimiento, siendo los más notorios la falta de financiación gubernamental para el desarrollo agrícola, la carencia de terrenos propios y la militarización de los indígenas reducidos. Esta última cuestión no era menor por cuando ocasionaba dos tipos de conflictos. Por una parte, generaba disidencias entre los misioneros y los militares, en razón de que los primeros se oponían a la incorporación de los indígenas a las fuerzas de línea. Por otra parte, daba lugar a disputas entre los ranqueles reducidos y los que permanecían en la tierra adentro. Antes de examinar la última problemática, es necesario que recordemos que los fuertes Sarmiento y Villa Mercedes fueron el lugar de partida de la 3era División del Ejército Argentino que comandó el Coronel Eduardo Racedo. En 1879 esta división estaba compuesta por los regimientos Nº 3 y Nº 10 de Infantería y los regimientos 4° y 9º de Caballería de Línea. Además, dicha división tenía entre sus fuerzas a los indígenas reducidos, los cuales estaban distribuidos del siguiente modo: «Compañía de Indios auxiliares de Sarmiento Nuevo» (3 oficiales y 32 tropa); «Piquete de Indios Auxiliares de Santa Catalina» (1 oficial y 24 tropa); «Escuadrón Ranqueles» (7 oficiales y 90 tropa); «Indios amigos de Cayupan» (1 jefe, 2 oficiales, 50 tropa y 1 familia) e «indios amigos de Simón» (2 oficiales y 33 tropa). Asimismo, entre los indios auxiliares de Sarmiento, Villareal se desempeñaba como «Mayor», al tiempo que Linconao Cabral, tenía el cargo de «Capitán» y formaba parte de la división de Sarmiento Nuevo. Santiago Cayupán había recibido el grado militar de «Teniente Coronel» y el capitanejo Simón el de «Alferés» (Racedo, 1965:12; 40, 51). El detalle precedente nos permite advertir no sólo la participación de los indígenas reducidos en las distintas columnas que avanzaron sobre las tolderías de los ranqueles sino también problematizarnos sobre la yuxtaposición de los grados militares del ejército sobre las tradicionales diferencias entre indígenas. A continuación nos referiremos a algunos aspectos que tienen que ver con la militarización de esta sociedad para explicar, luego, de qué manera los indígenas de Las Totoritas, Villa Mercedes y Sarmiento se convirtieron en parte de las fuerzas nacionales.

La militarización de la sociedad indígena A la hora de analizar el proceso por el cual los ranqueles reducidos terminaron admitiendo los grados militares que les otorgó el Gobierno Nacional es necesario que consideremos, someramente, algunos aspectos ligados a la organización militar de las fuerzas indígenas. Mansilla (1993), Zeballos (2001) y la historiografía que los continuó dieron cuenta del carácter guerrero de los indígenas pampeanos que hostigaban con sus malones el sistema defensivo nacional. Entre las cualidades que, según Walther (1964), ponían en ventaja a los indígenas frente a los cristianos se pueden mencionar la quema de los campos, el uso del caballo14 y la lanza como también el exacto conocimiento y manejo en el terreno, las marchas nocturnas15, la rápida disgregación y recomposición del malón en el terreno ante la arremetida cristiana. Así, Prudencio Arnold expresa: «El indio, en el combate, es de empuje terrible; choca con violencia incalculable. De ahí

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que se considere su caballería sin igual en el mundo; ni tampoco hay caballería que ocasione más bajas al enemigo. Me fundo en la superioridad del caballo que monta y en la hábil destreza de la lanza que maneja, que es de una largura extraordinaria, casi el doble de la nuestra, que es de o debe ser de tres varas por la táctica. Además el indio usa espuelas, prenda que nunca le falta aunque sea de madera y obligándolo a avanzar hasta hacer chocar la cabeza con los del enemigo» (Arnold, 1973:86).

Una nota especial provenía del tipo de armas que utilizaban los indígenas: lanzas, chuzas, boleadoras, bolas, arcos y flechas (Walther, 1964). Según el cautivo Santiago Avendaño, las primeras eran empleadas no sólo con destreza, sino que se destinaban exclusivamente al enfrentamiento con los cristianos, quedando prohibido su uso en el seno de la toldería (Hux, 2000). La documentación consultada no ofrece indicios sobre el uso de armas de fuego en estos tiempos. La fuerza indígena del espacio pampeano se presentaba, entonces, como una fuerza de choque –más que como cuerpo defensivo– capaz de ejecutar entradas fugaces y contundentes luego de una labor premeditada de inteligencia a través del espionaje de los indios bomberos y de observantes que pasaban desapercibidos en el terreno. En términos generales, la producción historiográfica sobre la frontera coincide en señalar la importancia que habría tenido la guerra con los cristianos para la sociedad indígena. Mandrini (1984) define al malón como una empresa económica colectiva que sostenía toda la estructura social indígena. A veces, los malones se conformaban con partidas relativamente pequeñas, pero en otras ocasiones éstos contaban con centenares de lanceros de distintas tribus. En el caso de los últimos se requería de una intensa planificación según la cual el cacique que decidía su realización debía enviar invitaciones a sus parientes y aliados y, según la conveniencia, a caciques enemigos, a participar de un parlamento en el que ajustarían los detalles operacionales. En la junta solía designarse al responsable de la conducción del malón –por lo general quien había tenido la iniciativa–, la fecha y el lugar de su realización. También era importante definir el número de caballos que cada participante aportaría porque de la calidad de éstos, de su velocidad y resistencia habría dependido el botín de cada indígena y el éxito de la invasión. Las mujeres y los niños colaboraban cuidando la caballada de reserva y arreando los animales (Mandrini y Ortelli, 1993:57-59). En la misma dirección, Martha Bechis (1998) señala que aquello que a simple vista aparecía como un «desorden de las fuerzas» –»ejército volante»– en realidad da cuenta de una organización para el ataque, para la entrada y retirada al momento de introducirse en poblados y fuertes. Esta coordinación era posible porque los malones habrían sido acordados y planificados en las juntas y parlamentos en los que los indígenas, en tanto colectivo, decidían una estrategia de acción común. Para la autora, los malones no encontraban fundamento en una estructura jerárquica sino en la voluntad de los conas, los capitanes y los capitanejos de reclutarse y acatar a quien era reconocido como líder del mismo. Desde su perspectiva, ello era posible porque en estas sociedades no habría existido almacenaje colectivo. Si bien las alianzas de paz y los malones otorgaban poder a los caciques dado que de ellos dependía su distribución, dicha diferenciación no se habría sostenido en el tiempo porque cada lancero habría estado facultado para permanecer con el cacique que más bienes distribuía. Estos procesos de fusión y fisión habrían sido posibles porque cada indígena era

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«guerrero-pastor-comerciante-cabeza de su familia extensa», condición desde la cual, y por propia iniciativa, se unía a un capitanejo y a través de éste a un cacique principal. De esta manera, la unión entre caciques, capitanejos y lanzas se asentaba, además del parentesco, en los agasajos y el compromiso de los primeros de no quebrantar los negocios domésticos de los segundos. En base a estos elementos, la investigadora manifiesta que la autoridad de los líderes dependía de sus habilidades y destrezas para sostener la confianza de sus seguidores (Bechis, 1999 a y b). Respecto a la reunión de efectivos en la sociedad indígena, encontramos que a diferencia de lo acaecido en la sociedad cristiana, el reclutamiento de mocetones no habría sido compulsivo y las posibilidades que los caciques principales, caciques secundarios, caciquillos y capitanejos tenían para obligar a los lanceros a seguirlos habrían sido limitadas. Las referencias documentales no permiten identificar la existencia de castigos y condenas que los intimaran a sumarse a los malones. A los efectos de comprender la militarización de los ranqueles en el ámbito del ejército nacional es menester que atendamos previamente algunos aspectos del reclutamiento entre los cristianos.

El reclutamiento de efectivos en la frontera Para poder explicar el modo en que se produjo el reclutamiento de efectivos en los fuertes y fortines de la frontera con los indígenas es preciso que previamente puntualicemos algunos datos. En 1869 –mediante el adelantamiento ordenado por la Ley Nº 215 del Congreso Nacional, sancionada en 1867– se organizó un primer movimiento de la línea militar cordobesa hasta el río Quinto basado en la división en cuatro secciones, dependientes cada una de ellas de una guarnición principal: Tres de Febrero, Sarmiento, Necochea y General Arredondo. En consonancia con este avance sobre el río Quinto, en la Provincia de San Luis se instaló el fuerte de Villa Mercedes. De esta manera, el fuerte Tres de Febrero quedó flanqueado hacia el Oeste por el fortín Pringles (Provincia de San Luis) y, hacia el Este por los fortines Lechuzo, Centinela, Meladas, Nacional y Paunero (los dos últimos en la avanzada del río Quinto). A retaguardia de la Línea, es decir en el espacio comprendido entre los ríos Cuarto y Quinto, quedaron las postas militares del Durazno y Santo Tomás. Un poco después, en 1871, se erigieron también en esa franja los fortines de El Portezuelo y Espinillo del Bagual y se reinstalaron tropas en los viejos fuertes de Santa Catalina, Los Jagüeles y San Fernando. La guarnición Sarmiento fue sede de la comandancia y de la prefectura de misiones entre 1874-1880. Hacia el oeste de dicho fuerte se emplazó el fortín 12 de Línea. A unas seis leguas al norte de Sarmiento se encontraba, desde 1865, la Posta Militar de Chemecó; en sentido opuesto a este último punto y en dirección sureste se hallaba el fuerte Necochea. Hacia el oeste del mismo se instaló el fortín 7 de Línea. Al este, en cambio, se erigieron los fortines Achirero y Árbol. Finalmente, se emplazaba el fuerte General Arredondo. Al Oeste del mismo se situó -sobre el límite Este de la provincia de Córdoba-, el fortín 2 de Caballería. Respecto de este último punto, pero más al Norte entre las líneas del Cuarto y del Quinto, Mansilla instaló el fortín o posta militar Monte de los Puntanos (Mayol Laferrére, 1978:5-27). El segundo movimiento de la línea en la provincia de Córdoba se vincula con la ejecución del Proyecto del Ministro Adolfo Alsina en 1876. En dicha ocasión se

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conformaron dos secciones: la primera denominada Frontera Sur de Córdoba quedó compuesta por los asentamientos militares: Guerrero, Milton, Ortega y Orma; mientras la División Italó se conformó a partir de los fortines Centinela, Guardias Nacionales y Paunero. Estos fuertes y fortines estaban atendidos por un conjunto de efectivos reclutados según prácticas que eran comunes a la mayoría de los ejércitos y cuerpos armados del siglo XIX. El recluta podía pasar a formar parte de la fuerza de manera voluntaria, mediante el sistema del enganche, reenganche o, en su defecto, luego de haberse aplicado un procedimiento forzoso. En el caso de los ejércitos que guarnecieron la frontera cordobesa durante la segunda mitad del siglo XIX los reclutamientos habrían sido tanto voluntarios como compulsivos. Para proceder a su efectivización, los gobiernos apelaron a dos mecanismos amparados en reglamentos o leyes. Uno fue el servicio militar obligatorio que comprendía a todos los varones mayores que pasaron a formar parte de las Guardias Nacionales, existentes a partir de un decreto del Presidente Urquiza de 1854. El otro mecanismo provino de la sanción de «reglamentos de campaña» que buscaban, según su letra, combatir la ociosidad mediante la persecución y el alistamiento de ladrones, malhechores, vagos, mal entretenidos, matreros y cuatreros. La exigencia del pasaporte para poder circular (atravesar o ingresar) de una provincia a otra o bien el cumplimiento de penas por delitos menores en la frontera también servían para reclutar fuerzas. A los reclutamientos se agregaban las constantes movilizaciones de efectivos ya congregados en algún punto en pos de lograr el control militar de distintas regiones (guerra del Paraguay, sublevaciones de las montoneras provinciales, etc). En el sur de Córdoba, los pobladores de la campaña fueron desplazados varias veces hacia los puntos de choque con los indígenas. Los ranqueles emplazados en las misiones de los franciscanos no quedaron al margen de estos reclutamientos de efectivos ni de las movilizaciones de las tropas.

El reclutamiento de ranqueles en la frontera Ya en tiempos de la colonia las fuerzas defensivas estaban compuestas por «indios milicianos» que servían en los batallones del Cuerpo de Castas (pardos y morenos). Durante la primera década revolucionaria, y en el marco de una preocupación por superar la relación monarca-súbdito y con la intención de integrar a los indígenas dentro de la nación americana como hermanos y compatriotas, el Primer Triunvirato (1812) resolvió separarlos de este cuerpo, pero para incorporarlos a los Regimientos II y III de Infantería (Hernández, 1992). A su vez, y según señala Ratto (2003), una de las obligaciones del denominado «Negocio Pacífico» que se instauró a partir del gobierno de Las Heras, era el servicio miliciano de los «indios amigos», práctica ésta que perduró hasta su derrota definitiva. De hecho, a lo largo del siglo XIX, muchos lanceros indígenas participaron como combatientes en las expediciones hacia tierra adentro. Así, por ejemplo, la Memoria Anual del Ministerio de Guerra y Marina del año 1863 consigna que el total de «indios amigos en servicio» en la Frontera Sur era de 387 individuos16. Por su parte, en 1878, cuando se inició la Conquista del Desierto, el servicio de frontera estaba atendido por 7.500 individuos de tropa y 800 indios auxiliares «que voluntariamente se han sometido, aceptando esa condición»17. Si lo cotejamos con la cifra anterior, obser-

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vamos que en 15 años el número se había duplicado y que, sobre el final de la guerra de fronteras, casi el 10% del total de las fuerzas eran indígenas. Los ranqueles que llegaron a las reducciones en la década de 1870 sabían que su traslado a la frontera podía traerles aparejado su incorporación a las fuerzas de línea. Por ello, una de las condiciones que impusieron era la de no ser convertidos en soldados18. Sin embargo, la correspondencia intercambiada entre los franciscanos que estaban a cargo de las misiones de Sarmiento y Villa Mercedes, permite ver cómo los indios lanzas terminaron siendo «soldados en servicio activo». La obligación de prestar «servicios militares» se extendía por lapsos de veinte días, seis meses o más. En esos casos eran trasladados a los destacamentos, en los que debían barrer las piezas de los oficiales, limpiar los potreros del Estado, además de ser humillados, castigados con látigos y, a veces, apresados. Los oficiales de los cuarteles impulsaban estas acciones, generalmente avalados por sus superiores. Algunos indígenas se resignaban a su «triste e incomprensible estado» como todo «Militar de Linea». Otros, en cambio, se sublevaban y, cuando las circunstancias lo admitían, desertaban19. Cabe aclarar aquí que empleamos los términos «sublevaciones» y «deserciones», en tanto formas de resistencias al orden, dado que estos indígenas ya se hallaban incorporados de alguna manera al Ejército Nacional. Según hemos señalado, una de las particularidades de la Frontera Sur de Córdoba durante los años ‘70 fue la reducción de los ranqueles en las misiones franciscanas del río Quinto y su inmediata incorporación al servicio de Guardias Nacionales. La primera acción que se registra en este sentido data de 1873, cuando los hombres de las Totoritas fueron trasladados al fuerte de Villa Mercedes. Este proceso de militarización de los indígenas reducidos se habría acelerado con la revolución encabezada por Mitre20 en septiembre de 1874, la cual contó con el auxilio de algunos jefes del ejército como el General Arredondo apostado en Villa Mercedes. En tal sentido, éste convocó a los indígenas de las Totoritas a marchar bajo sus órdenes, pero éstos habrían preferido «aguardar las ordenes del Gobierno». Por su parte, la represión de la rebelión fue confiada al General Roca quién convocó a algunos indígenas reducidos, como por ejemplo Linconao21. Una consecuencia de este proceso de reclutamiento fue que los indígenas reducidos comenzaron a ser «gobernados por gefes y oficiales de Línea», perdiendo los misioneros injerencia sobre ellos. Cuando se inauguró la misión de Sarmiento, el Directorio franciscano discutió esta cuestión, alegando que el Prefecto de Misiones debía tener incumbencia en los conflictos suscitados en las reducciones, fuertes y/o poblados cristianos. Con ello se oponían a la propuesta elaborada por el padre Marcos Donati, particularmente al «párrafo Nº 9 del reglamento» de misiones que establecía que los indígenas que delinquieran en poblados o fuertes debían ser «juzgados por las autoridades civiles ó militares de acuerdo con el Cacique». A criterio de la comisión evaluadora del proyecto, dicho punto era confuso ya que no quedaban deslindados los límites entre el proceder del cacique y el del jefe militar. Igualmente, estaban en desacuerdo con el Párrafo 10 según el cual las diferencias que se suscitaran «entre las reducciones ó entre las familias de una misma Reduccion» debían ser «arregladas por alguna persona, en la que los yndios tuviesen mas confianza» o bien por «el Gefe de la frontera» que «los reducirá á la paz, por medios pacíficos»22. Las objeciones que realizó el Directorio del Colegio Franciscano no modificaron

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demasiado la capacidad de acción de los sucesivos Prefectos de Misiones. En tal sentido, el padre Álvarez decía con desdén en 1880: «estos indios sometidos al Gobierno desde un principio se han entendido casi en todo con el Gefe de las Fronteras y sus subalternos a ellos reconocen por sus superiores a ellos obedecen, en cuyos actos se inspiran, en cuyas costumbres observan y en cuya vida militar toman parte de esto se cuidan, por lo demás el misionero les inspira poco interes»23.

En síntesis, los ranqueles de la frontera quedaron sujetos a los jefes militares, pero internamente dependían de los capitanejos o indios lanzas que habían conducido al contingente en el momento de su reducción. Estos líderes indígenas hacían de intermediarios entre el grupo y las autoridades militares. Los misioneros se situaban entre ambas figuras, variando su influencia según las condiciones de la reducción y sus vínculos con los jefes militares y los capitanejos. Así, el proceder de las chinas e indios lanzas sometidos quedó regulado por militares, misioneros y capitanejos, que no necesariamente coincidían en sus proyectos.

Los cargos militares: entre las diferencias en la toldería y los nuevos grados El proceso de militarización de los ranqueles reducidos se desarrolló al compás de la estrategia del Gobierno Nacional de conceder grados militares y sueldos (similares en muchos casos a los del ejército regular) a los caciques, capitanejos e indios lanza que encabezaban los contingentes que se trasladaban. Para analizar esta cuestión es necesario que prestemos atención a los grados militares del ejército regular. Según la Memoria de Guerra y Marina de 1864, los grados y funciones del Ejército Nacional estaban divididos en cuatro grupos: Generales; Jefes, Oficiales y Tropa. Dentro de los primeros se destacaba el Brigadier, el cual era secundado por el Coronel Mayor. En cuanto a los Jefes se distinguían –en orden descendente– los cargos de Coronel, Teniente Coronel y Sargento Mayor. Por su parte, los Oficiales se dividían en: Capitán; Ayudante Mayor 1°, Ayudante Mayor 2º, Teniente 1°, Teniente 2°, Subteniente, Alférez, Abanderados y Portas. Finalmente, la Tropa se constituía a partir del Sargento 1°, Sargento 2°, Cabo 1°, Cabo 2º, Cadete, Distinguidos, Bandas de guerra (Tambores, Cornetas, Timbaletas y Clarines), Bandas de música (Maestros y Músicos) y soldados24. Lógicamente, esta estructura se hacía extensiva a los indígenas que eran incorporados a las fuerzas defensivas cristianas. Para citar un ejemplo de la década del 1870, el piquete de indios auxiliares de Santa Catalina estaba compuesto por un Capitán, un Teniente 1°, un Teniente 2°, dos Alféreces, un Sargento 2° y 38 soldados25. Ahora bien, ¿qué pasó con las tradicionales diferencias entre aquellos indígenas que se trasladaron a los fuertes y misiones? El accionar de los jefes de frontera nos permite distinguir dos situaciones. En algunas ocasiones, éstos impulsaban la reducción de los principales caciques otorgándoles cargos militares que reproducían las jerarquías de las tolderías, pero, en otras circunstancias, propiciaban la migración de capitanejos e indios lanzas ofreciéndoles funciones que superaban a las que tenían en

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los toldos. En términos bélicos, y desde nuestra perspectiva, la militarización de los indígenas en Sarmiento y Villa Mercedes puede ser inscripta en la estrategia de «ganar posiciones» no tanto en el campo territorial sino en el político y social. Es decir, ambas políticas deben ser examinadas como complementarias. Todos los ofrecimientos militares habrían perseguido un mismo objetivo: el de propiciar el tránsito de ranqueles a la frontera para, una vez allí, controlarlos a través de la fragmentación y generación de contradicciones al interior de esa sociedad. En este punto de la argumentación resulta válido el análisis de Irianni (2005) en relación a las transformaciones en las sucesiones de los Catriel entre 1820 y 1870. El autor considera que la aceptación del cargo de general, no sólo por parte del cacique sino de quienes lo seguían, fue posible por la extensión hacia abajo de rangos similares de capitanejos y sargentos, que sostenían el poder del cacique con sus respectivas clientelas de lanceros e indios pobres. No obstante, la adquisición de cargos y status propios del mundo cristiano fue haciendo que la condición del líder se volviera difusa. A medida que se afianzaba uno de esos roles, se debilitaba inevitablemente el otro. Por otra parte, es preciso que tengamos en cuenta la coyuntura particular en la que se produjo el sometimiento: aquellos que se redujeron más tempranamente habrían obtenido algunos «beneficios» que los diferenciaron de los contingentes que lo hicieron con posterioridad. Derivado de lo anterior, podemos postular que la incorporación de los indígenas habría contribuido a modificar el status tradicional de capitanejos e indios lanzas, y, junto a ello, a generar diferencias en el proceso de distribución de raciones y sueldos. Desde esta mirada, sería posible visualizar en los indígenas reducidos la yuxtaposición de la jerarquía militar nacional con la organización sociopolítica indígena. La situación en que quedaron algunos de los indígenas de Ramón una vez en Sarmiento da cuenta de este proceso. En las tolderías, Linconao era «capitanejo y 2º jefe de Ramon», mientras que Villareal era su dependiente. Como este último se había reducido un poco antes que Linconao, éste no quería trasladarse a la frontera para quedar «bajo las órdenes de Villareal». Para salir del atolladero, el oficial que propiciaba su traslado le pidió al Gobierno que se le concediera a Linconao el «empleo de Capitan con el grado de mayor» y al indio Morales, su acompañante, el «empleo de Alferes»26. La llegada de Ramón a Sarmiento en 1877 también impactó en las posiciones de los indígenas que en las tolderías habían sido sus seguidores. El cacique fue designado Teniente Coronel, a la vez que el Gobierno concedió a sus capitanejos puestos de Oficiales y a uno de sus hijos lo designó específicamente como Alférez (Walther, 1980:420). De esta manera, Ramón volvió a tener autoridad sobre Linconao y Villareal, aunque en esta ocasión ella se fundaba en la decisión del Gobierno de reconocerlo como máxima jerarquía indígena en la frontera. Por su parte, aún cuando los capitanejos que se redujeron con Ramón fueron situados dentro de la oficialidad, en la escala de funciones de esa categoría quedaron ubicados por debajo de Linconao, Morales y Villareal. Así, los jefes nacionales procuraron distinguir a los indígenas que se habían reducido en los comienzos de la década. Para poder explicar por qué estas variaciones en los grados militares de los indígenas reducidos resultaban funcionales a la política nacional de sometimiento y control, es necesario que describamos las implicancias materiales de la militarización en la frontera.

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Cargos militares, sueldos, vestimenta, racionamiento Los ranqueles que se trasladaron a las tierras del río Quinto debieron modificar parte de sus prácticas económicas, en razón de que sus brazos quedaron sujetos a los proyectos del Gobierno Nacional. Éstos continuaron con sus «boleadas» y siguieron dedicándose a la labranza y a la ganadería, pero, acentuaron su dependencia respecto de los bienes cristianos. Las semillas, los bueyes y los instrumentos de labranza eran provistos por el Gobierno Nacional. A su vez, al igual que en el caso de los indígenas de tierra adentro, el racionamiento y los sueldos eran recursos importantes para su subsistencia. Sin embargo, es posible argumentar que ambas fuentes de sustento eran precarias y, en cierta medida, incompatibles entre sí. Los indígenas que eran convocados para prestar sus servicios en las armas debían ser compensados con ración, vestimenta y sueldo. Sin embargo, estos tres ofrecimientos no siempre llegaban en tiempo y forma. O bien, en ciertos casos, servían como un mecanismo a partir del cual los indígenas quedaban obligados a actuar como soldados. En la correspondencia de los misioneros aparecen varias referencias a esta situación. Por ejemplo, en setiembre de 1874 el padre Donati advertía que no era conveniente que el indio Nicolás recibiera el racionamiento –por entonces diariamente un Oficial recibía 4 ½ libras de carne y «otros vicios»– porque podía caer en la misma «red» en la que habían «quedado entrampados una cuadrilla de cautivos que comenzaron á racionarles con el titulo de Vaqueanos prestando servicios. A poco á poco, de vez en cuando, los mandaban á descubrir el campo, en seguida que estuviesen vestidos de paisanos reunidos en tal Fortin, la conclusion fue que ahora están gobernados por un Oficial como militares veteranos».

En base a este antecedente, el misionero sostenía que el indígena debía «pensarlo bien» y determinar si quería ser «la carne de la Patria»27. En cuanto a la vestimenta tenemos datos que informan que el Gobierno destinó a los ranqueles que estaban apostados en el piquete de Santa Catalina «38 kepies; 38 blusas de brin; 38 pantalones de brin; 38 Camisas de lienzo; 38 Calzoncillos de lienzo; 38 botas (pares) y; 38 capotes»28. La problemática de los sueldos de los indígenas no era diferente a la que afectaba a los efectivos militares nacionales. Las cartas de 1876 aluden a un conjunto de dificultades que se suscitaron con motivo de los sueldos de los indígenas de Villa Mercedes quienes habían dejado de recibir sus estipendios porque el Gobierno los consideraba relevados. A su vez, el lenguaraz Francisco Mora denunciaba que se le pagaba como Sargento siendo que su cargo era superior. Ante ello, el General Roca le pedía «paciencia» alegando que ese asunto dependía del Comisario Pagador y de la Contaduría y, además, le recordaba que debía valorar el hecho de que le habían pagado en «soles peruanos fuertes, de a seis reales» y no en «billetes de grandementi»29. Inconvenientes similares se desarrollaron en octubre de 1877 razón por la cual el franciscano Moisés Álvarez debió intervenir ante el Comisario Pagador para que se entregaran los sueldos que le correspondían a Ramón y sus indios. Al respecto el misionero decía que tal

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funcionario no tenía entre sus listas a los indígenas recientemente reducidos por lo que sólo había desembolsado «seis meses á los soldados de línea, cuatro á los de G. N. de baja y dos meses á los indios en actual servicio (los de Linconao)». Asimismo, Álvarez, destacaba que los indígenas de Linconao recibían el pago de dos meses, es decir, «12 patacones» cuando en realidad se les adeudaban «25 meses»30. A estas dificultades que surgían a partir del reparto de los sueldos y raciones, se sumaban aquellas ligadas a la pérdida de los «beneficios» que otorgaba el Gobierno a los indígenas que permanecían reducidos entre los franciscanos. Así, en 1876 Martín López alegaba que mientras él estaba en el Fuerte Viejo desempeñándose como lenguaraz, el Gobierno había entregado ovejas a «todos» los indígenas que estaban en las Totoritas «y solo» a él no lo habían «hecho parte» pese a que era «del mismo linaje»31. Sintetizando, la asignación de rangos militares entre los ranqueles reducidos también tenía implicancias económicas: los indígenas que recibían un sueldo, eran racionados. En ciertos casos, tales asignaciones fueron efectuadas de manera compulsiva, haciendo que los indígenas quedaran obligados a «devolver» lo recibido por su participación en el servicio de armas. Además, una vez que los indígenas quedaban vinculados a la fuerza militar, debían hacer frente a los retrasos en los pagos, a los equívocos en los grados militares y, en el peor de los casos, a las omisiones en los listados del Comisario Pagador. De este modo, la entrega de sueldos, vestimenta y raciones puede ser considerada como constitutiva del proceso de militarización de los ranqueles reducidos. Su suministro nos permite visualizar el malestar de y entre los indígenas.

Conclusión En este trabajo partimos de la premisa de que las reducciones de ranqueles que surgieron en la década de 1870 fueron resultado tanto de las políticas ofensivas, diplomáticas y colonizadoras del Gobierno Nacional como de los conflictos entre caciques, capitanejos e indios lanza. Particularmente, nos interesó analizar las condiciones de vida de los indígenas en la frontera del río Quinto a luz de su incorporación a las fuerzas militares nacionales. En tal sentido, nos preocupa remarcar que lo problemático de la militarización de los ranqueles reducidos no estaría dado tanto por la participación de éstos en actividades bélicas (ya que ello no sería diferente a lo acontecido en las tolderías) sino por las implicancias de las mismas. Esquemáticamente podemos deslindar los siguientes ejes de transformación y conflicto entre los ranqueles reducidos: 1) inserción dentro la jerarquía militar nacional. Ello implica, por una parte, aceptar como superiores a los jefes nacionales, y por otro, avalar la autoridad de indígenas que en las tolderías no necesariamente eran reconocidos como tales y/o con los que existían conflictos; 2) sujeción a las reglas del régimen militar nacional (sistema de reclutamiento y movilizaciones a distintos puntos de la frontera) como así también a las obligaciones y castigos del régimen castrense; 3) inserción en la economía nacional, al depender gran parte de su subsistencia de las asignaciones en sueldos, raciones y vestimentas del Estado nacional y 4) obligación de luchar contra los ranqueles que permanecieron en la tierra adentro hasta las expediciones militares de 1878-1879. Finalmente, cabe destacar que la sociedad indígena decimonónica se vio atravesada por un franco proceso de militarización que, de manera previa a la inserción a los

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ejércitos de los cristianos, estuvo sujeto un juego estratégico interétnico que operó en torno de alianzas y contraalianzas tendientes a la neutralización de los enemigos políticos tanto de uno como del otro lado de la frontera.

Notas 1

Ministerio de Guerra y Marina. Memoria del Departamento de Guerra y Marina, 1879. Imprenta del Porvenir. Buenos Aires, pág. V-VI.

2

Según el relato de Avendaño, a fines de 1830 los caciques hermanos Llanquelén y Calfulén con 200 indios habrían abandonado a Llanquetruz para instalarse en el fuerte Federación. Una vez allí, ambos habrían recibido investiduras militares: el primero de Teniente Coronel y el segundo de sargento mayor (Hux, 2004:63).

3

Martha Bechis (1994) afirma que Ignacio Coliqueo, proveniente de la zona de Boroa (Chile), se unió a los ranqueles en la década de 1840. Con el tiempo llegó a ser un cacique de prestigio, vinculándose inclusive con el Coronel Manuel Baigorria mediante el casamiento de una de sus hijas. En los años ‘50 Coliqueo colaboró con el antiguo refugiado unitario que adhería a la causa de Urquiza. Posteriormente se pasó con éste del lado de Mitre en 1861. En este marco, después de la batalla de Pavón, Coliqueo y sus seguidores fueron instalados, como indios amigos, en el fuerte Junín, Provincia de Buenos Aires. Desde aquella posición y bajo las órdenes de los jefes militares, participó de expediciones contra los ranqueles (1863) y enfrentó a Calfucurá en 1872.

4

Durante sus primeros 9 años, el Colegio se condujo según el espíritu de la Constitución Pontificia de Propaganda Fide, hasta que surgió la necesidad de darse su propia «Constitución municipal (local) para los Padres Misioneros de Propaganda Fide del Río Cuarto». Véase Zavarella, 1983:109.

5

AHCSF. Doc. N° 114. Año 1868, Rte: Fr. M. Donati al Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Nicolás Avellaneda. Convento de San Francisco, Buenos Aires, Noviembre de 1868. En: Tamagnini, 1995:136.

6

AHCSF. Año 1875. Doc. Nº 552. Rte: Martín Simón, Francisco Mora y Martín López a Pablo Pruneda. Villa Mercedes, 14/08/1875. En: Tamagnini, 1995:28.

7

AHCSF. Año 1874. Doc. N° 353; Rte: Julio A. Roca al Marcos Donati. Telegrama. San Luis, 11/05/1874; Doc. Nº 413. Rte: Juan Villareal a Marcos Donati. Sarmiento, 17/05/ 1874; Doc. Nº 415. Rte: Julio A. Roca a Marcos Donati. Telegrama. Río 4º, 20/05/1874; Doc. Nº 456. Rte: Manuel Díaz a Marcos Donati. Río Cuarto, 8/09/1874. Año 1875. Doc. Nº 493. Rte: Mariano Rosas a Marcos Donati. Lebucó, 15/01/1875; Doc. Nº 506. Rte: Mariano Rosas a Marcos Donati. Lebucó, 5/03/1875; Año 1876. Doc. Nº 618. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati, Sarmiento, 28/05/1876. En: Tamagnini, 1995:175; 22; 176; 183-184; 25; 208-209

8

AHCSF. Año 1877. Doc. Nº 713. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 8/ 01/1877; Doc. Nº 715. Rte: Epumer Rosas a Marcos Donati. Lebucó, 10/01/1877; Doc. Nº 738. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 4/06/1877; Doc. Nº 739. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 6/06/1877. En: Tamagnini, 1995:223; 37; 228. Véase también Memoria del Departamento de Justicia, Culto é Instrucción Pública correspondiente al año 1877, presentada al Honorable Congreso Nacional en 1878, Buenos Aires, Anexo B, Misiones, pp. 357-358.

9

AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En Tamagnini, 1995:296-304

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10

Memoria del Departamento de Justicia, Culto é Instrucción Pública correspondiente al año 1877, presentada al Honorable Congreso Nacional en 1878, Buenos Aires, Anexo B, Misiones, pp. 357-358.

11

Memoria del Ministerio de Justicia, Culto é Instrucción Pública, Buenos Aires, 1877, Anexo B, Culto, Misiones entre los indios, pp. 208-211.

12

AHCSF. II Época, Crónica de Quírico Porreca. Rte: Fr. Moisés Álvarez a Fray Joaquín Remedi. Salta, sin fecha (posiblemente 1880). pp. 225-228; Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En Tamagnini, 1995:296-304

13

Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, 1879, p. 404. Frontera Sur y Sur Este de Córdoba. «Planilla que expresa el numero de habitantes que tiene la expresada». La misma fue confeccionada en la Guarnición de Sarmiento Nuevo por Wenceslao Adan, el 1/01/1879.

14

El caballo fue un elemento fundamental en la vida de los indígenas y en sus empresas contra los cristianos. En un largo y paciente proceso de adiestramiento, el indígena lograba caballos fuertes y resistentes. Los indígenas se manejaban con dos tipos de caballos: los de andar y los de guerra (Yunque, 1969).

15

Uno de los recaudos en pleno malón era el de tapar los fogones porque develaban los movimientos. Mansilla (1993:332) expresaba que el humo traicionaba al hombre de la Pampa porque era un faro.

16

Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, 1863, p. 9

17

Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, Buenos Aires, Imprenta Moreno, 1878, p. IV y X. Según la Memoria de 1876, las Comandancias de Frontera en las que había indios contabilizados dentro de la tropa son: Frontera de Patagones (423 indios amigos sobre un total de 581 efectivos), Bahía Blanca (101 lanceros indígenas sobre un total de 295 efectivos); Frontera Costa Sud (Escuadrón de 52 indios amigos sobre un total de 900 efectivos), Frontera Sud de la Provincia (76 indios G. N. sobre un total de 1052 efectivos); Frontera del Oeste (344 indios de las tribus de Coliqueo, Manuel Grande y Tripaylaff sobre 1115 efectivos); Sud y Sud Este de Córdoba (Escuadrón de 97 indios amigos sobre un total de 797 efectivos); Sud de San Luis (Piquete de 74 indios amigos sobre un total de 767 efectivos). Ministerio de Guerra y Marina, Memoria Departamento de Guerra y Marina, 1876, p. 173-203

18

AHCSF. Doc. N° 1161a. Rte: Fray Moisés Álvarez al Ministro de Justicia de la República Argentina. Sin fecha (posiblemente de fines de 1877). En: Tamagnini, 1995:305-311.

19

AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880; Sin N° Doc. Rte: Fray Marcos Donati a Moisés Álvarez. Sin fecha pero posterior a 1874; Doc. N° 1161a. Rte: Fray Moisés Álvarez al Ministro de Justicia de la República Argentina. Sin fecha (posiblemente de fines de 1877); Año 1876. Doc. N° 597. Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 21/01/1876. Doc. N° 704. Rte: Marcos Donati a Moisés Álvarez. Villa Mercedes, 25/ 12/1876; Doc. N° 707 Rte: Moisés Álvarez a Marcos Donati. Sarmiento, 29/12/1876. Año 1877. Doc. N° 711. Rte: Marcos Donati a Moisés Álvarez. Villa Mercedes, 3/01/ 1877. Año 1879. Doc. N° 1071. Rte: Martín J. López a Marcos Donati. Buenos Aires, 10/1879. En: Tamagnini, 1995:296-304; 57; 106-107; 305-310; 71; 111; 72;52-53.

20

El detonante de esta rebelión fue la no aceptación por parte de los nacionalistas del resultado de las elecciones en las que Avellaneda fue electo presidente.

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21

AHCSF. Año 1875. Doc. Nº 552. Rte: Martín Simon, Francisco Mora y Martín López a Pablo Pruneda. Villa Mercedes, 14/08/1875. Año 1874. Doc. N° 475. Rte: Moisés Alvarez a Marcos Donati. Río Cuarto, 22/11/1874. En: Tamagnini, 1995:28, 96.

22

AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En: Tamagnini, 1995:296-304. Crónica de Quírico Porreca. II Época. Rte: Tomás María Gallo a Pío Bentivoglio. Río Cuarto, 26/ 07/1874: pp. 221-223.

23

AHCSF. Año 1880. Doc. N° 1160a. Relación de Moisés Álvarez al Venerable Discretorio sobre lo ocurrido en las misiones a cargo del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de San Francisco Solano de Río Cuarto. 8/06/1880. En: Tamagnini, 1995:296-304. Crónica de Quírico Porreca. II Época. Rte: Moisés Alvarez a Joaquín Remedi. Salta (posiblemente de 1880). pp. 227-227.

24

Memorias de Guerra y Marina, 1864. Imprenta del Porvenir. Buenos Aires. «Cuadro General Ejército, Guardia Nacional en servicio e Indios Amigos».

25

Ministerio de Guerra y Marina. Memoria del Departamento de Guerra y Marina, 1877, p. 514.

26

AHCSF. Año 1874. Doc. Nº 456. Rte: Manuel Díaz a Marcos Donati. Río Cuarto, 8/09/ 1874. En: Tamagnini, 1995:183-184.

27

AHCSF. Año 1875. Doc. N° 550a. Rte: Marcos Donati a Moisés Alvarez. Río Cuarto, 12/08/1875; Año 1874. Doc. N° 451. Rte: Marcos Donati a Moisés Alvarez. Villa Mercedes, 1/09/1874. En: Tamagnini, 1995:63-64; 58.

28

Ministerio de Guerra y Marina. Memoria del Departamento de Guerra y Marina, 1877, p. 514.

29

AHCSF. Año 1876. Doc. Nº 622. Rte: Martín J. López a Julio A. Roca. Villa Mercedes, 4/06/1876; Doc. Nº 670a. Rte: Julio A. Roca a Marcos Donati. Río Cuarto, 16/10/1876. En: Tamagnini, 1995:33; 115.

30

AHCSF. Año 1877. Doc. N° 788. Rte: Moisés Alvarez a Marcos Donati. Río Cuarto, 30/ 10/1877. En: Tamagnini, 1995:113-114.

31

AHCSF. Año 1876. Doc. Nº 622. Rte: Martín J. López a Julio A. Roca. Villa Mercedes, 4/06/1876. En: Tamagnini, 1995:33.

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Capítulo 4 Los derechos de los pueblos originarios

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Validez de los tratados firmados entre el Estado argentino y la Nación Mamülche, Pueblo Rankül, 1819 y 1878* Germán Carlos Canuhé Presidente Asociación ranquel Willi Kalkin Contacto: [email protected]

El documento que se adjunta, firmado en las cercanías de Telén, en la actual Provincia de La Pampa, corazón del Mamüll Mapü, en Noviembre de 1819, prueba varias cosas. 1) Sudamérica consideraba vital mantener buenas relaciones con la Nación Mamülche, gobernada ya por entonces por el Pueblo Rankül, para asegurar la Independencia declarada el 9 de Julio de 1816. 2) Los dominios de nuestra nación, hacia el oeste/suroeste de Buenos Aires, comenzaban en el río Salado, en la actual Provincia de Buenos Aires (por otros tratados, la frontera norte era el Río Cuarto, en Córdoba). 3) Los hermanos Nguluches o Araucanos, que habitaban la cordillera, en Chile, siguieron fieles a España. 4) Nuestra Nación firmó siempre como persona jurídica, no como persona física. 5) Fuímos la primera Nación Libre e Independiente, en reconocer y apoyar la Independencia Americana. 6) Que había amistad entre las Naciones del otro lado de la cordillera y la del Centro de la actual Argentina pero no predominio de una sobre otra. La Nación Mamüll, habitante desde tiempos inmemoriales del Centro de la actual Argentina (sur de Santa Fe, Córdoba, San Luis, Mendoza, hasta el Neuquén, y toda la Provincia de La Pampa, según mapa del Senador Nicasio Oroño presentando un proyecto de límites al Congreso en 1865) supo mantener su territorio libre de cualquier poder terrenal por 350 años, no permitiendo ingresar y menos atravesar su territorio sin su permiso. La comunicación Buenos Aires - Chile debía hacerse obligadamente por Santa Fe, Córdoba, Mendoza, y de ahí a Chile. Para salvar este problema, la capitanía de Chile encomendó a Justo Molina Vasconcellos para que fuera a nuestro territorio a dialogar con los Ranqueles, gobernantes por entonces de la Nación Mamüll, para que permitieran el paso entre ambos puntos. En su recorrido de ida, no pudo cumplir con su cometido por la crecida de los ríos que debía atravesar así que viajó a Buenos Aires por el camino convencional. Sí, lo pudo hacer en el viaje de regreso, conversando con Carripilün, sin concretar nada. El gobierno de Chile le encarga dicha tarea a don Luis de La Cruz, alcalde chileno de Concepción, que acepta la misión. De su Diario de Viaje, acompañado por Molina, extraemos

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una extraordinaria percepción de lo que vió y vivió, usos, costumbres, espiritualidad, creencias, esparcimiento, flora, fauna, calidad de los suelos, relación con otras naciones, fronteras entre ellas, accidentes geográficos, y muy especialmente la situación política imperante entonces. Los Huiliche (Tehuelche) al sur del Río Negro, los del norte al mando de Guerahueque, lindando con la Nación Mamüll. Al sur, gobernados por Cagnicolo, lindando al norte con Guerahueque y al sur con los Magallánicos. Los Pehuenche, gobernados por Puelman, que lo acompañó en su viaje, desde Mendoza al pacífico; y los Mamülche, a cuyo frente estaba el ranquel Carripilün, dominando los Meli Buta Mapü en el Centro (sur de Santa Fe - Córdoba - San Luis - Mendoza, hasta el Neuquen y la actual Pcia. de La Pampa, al Este, hasta el Atlántico). Esta situación es ratificada en 1819 por los flamantes Estados Unidos de Sudamérica, cuyo Director Supremo, Rondeau, encomienda a Feliciano Chiclana a cabalgar 1.000 kilómetros, hasta el corazón Ranquel, en las cercanías del actual Telén, con el fin de firmar un Tratado de Paz con la Nación Mamüll, única capaz de hacer peligrar la revolución si volcaba su apoyo a los españoles. Mientras San Martín preparaba el ejército libertador en Mendoza, y Güemes custodiaba la frontera norte, estaba latente la posibilidad de que los españoles, aliados con los indígenas de Chile (Nguluche) que permanecían realistas, atacaran por la retaguardia cruzando nuestro territorio, si se lo permitíamos, y recuperar el principal bastión revolucionario, Buenos Aires, abortando la recién declarada independencia. Chiclana expuso ese punto en el Parlamento Ranquel, consiguiendo la firme promesa de la Nación Mamülche de apoyar la revolución y no hacer caso a la proposición de «sus amigos, los indios chilenos», que ya habían enviado a sus embajadores y habían sido rechazadas sus pretensiones. Además, quedó escrito que la frontera con la Nación Mamüll comenzaba en el Río Salado, al autorizar pasar tres fuertes del lado occidental al oriental, los fuertes de Luján, Salto y Rojas. Y otros artículos que dejan bien claro que la Mamüll es una Nación independiente reconociendo a otra que recién declaraba su independencia. Lamentablemente, los patriotas de Mayo fueron traicionados y uno a uno fueron muertos, desaparecidos, exiliados. Los intereses de los estancieros hicieron que la misma traición se extendiera a la Nación Mamüll, inclusive llegando a traer como mercenarios a hermanos del otro lado de la cordillera al sólo fin de que nos combatieran, lo que originó que transcurrieran tiempos de guerra y paz, con varios Tratados intermedios hasta llegar al último, firmado el 24 de Julio de 1878, donde, a pesar de que la Frontera de hecho no era la misma de 1819, los tratos son entre Naciones independientes, no personas físicas sino siempre personas jurídicas, quedando explícito e implícito el concepto de territorio, además de asegurar que «habría para siempre paz y amistad» entre ambas Naciones. Este detalle no es menor, cualquier descendiente de la Nación Mamüll Pueblo Rankül puede reclamar la validez de dichos compromisos en base a lo firmado. Veamos porqué: Naciones Unidas, designó a una persona que trabajó 10 años para concluir que los Tratados firmados entre Naciones Indias y los Estados de América, son de total validez. En la reciente «Declaración de los Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas» aprobado por la Asamblea General de la Naciones Unidas el 13 de setiembre de 2007, en sus fundamentos y en sus artículos recomienda a los Estados Miembros cumplir con lo especificado en los Tratados firmados con Naciones Indias. Varios jurisconsultos se han expedido en el mismo sentido, como lo define el libro «Pacta Sun Servanda», en cuyo título está todo expresado: «Los Pactos son para Cumplirlos».

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Esta definición ha hecho que en nombre del Pueblo Ranquel, hoy reorganizado en el Centro de Argentina, con 30 Comunidades, su Jefe Principal, su Consejo de Jefes, y una entidad de 2º grado denominada: «Federación India en el Centro de Argentina, FICAR» hayamos solicitado al señor Presidente de La Nación Argentina una entrevista para dialogar sobre la validez de los Tratados firmados entre Nuestra Nación Mamüll Pueblo Rankül y sus antecesores en el cargo, y encontrar un punto de inflexión, dentro de las fronteras del país. No queremos recurrir a organismos internacionales que sabemos nos darán la razón. No los descartamos, pero creemos que con buena voluntad y diálogo, seguramente que vamos a encontrar el camino de la reconciliación, tan necesaria a un Pueblo, una Nación, que sufrió el peor Genocidio y Etnocidio de que se tenga memoria en este país y que aún no se ha reconocido e incluso muchos niegan. Hemos decidido no retornar con la lanza, la boleadora, la piedra arrojadiza, el caballo. A nosotros nos asiste el Derecho Consuetudinario. Sin embargo, vamos a utilizar un arma que nuestros abuelos ni soñaron y que nos provee el mismo blanco, que es «el derecho positivo». El Derecho que nos asiste como Nación Libre e Independiente, que aceptó la Soberanía Argentina sin renunciar a la posesión de su territorio. Perdimos batallas, no pudimos contra la tecnología del rémington de repetición, pero no capitulamos. Los jefes firmantes del último Tratado, el del 24 de Julio de 1878, uno, Epugner, luego de un largo parlamento con otro Jefe Ranquel, casualmente Carripilón, del lado del Ejército, decidió entregarse. El otro, Baigorrita, perseguido y alcanzado antes de llegar a la cordillera, malherido, se negó a ser traído prisionero tirándose una y otra vez del caballo que lo transportaba, decidiendo el jefe de la partida ultimarlo allí mismo. Ramón Cabral, el Platero, habitante de El Cuero, el más cercano a la llamada civilización, en 1877, antes de la gran ofensiva, acepta vivir en Sarmiento Nuevo, tal vez creyendo que la paz anunciada sería para siempre, como lo dice el Tratado, o estando al tanto del ataque que se preparaba, al igual que el general Las Heras en Cancha Rayada, prefirió salvaguardar a su gente del desastre. Gracias a esa valiente actitud, hoy sus descendientes podemos retornar. La traición de Roca y sus secuaces fue preparada en el mayor de los secretos. Mientras por un lado ordenaba firmar el Tratado de Paz, por el otro pedía autorización al Congreso para llevar la frontera hasta el Río Negro, aprobada a comienzos de Octubre del mismo año. Y preparaba sigilosamente el ejército de ocupación. No le importó el Artículo 65 inciso 15 de la entonces Constitución vigente que ordenaba «mantener el trato pacífico con los indios». Las primeras comisiones que envío nuestra Nación para el cumplimiento del Tratado, ambas fueron emboscadas en el Pozo del Cuadril. Una fue aniquilada, la otra hecha prisionera. Y comenzó la «Conquista...», así, sin declaración de guerra. Se apropiaron de nuestro territorio sin «nuestro consentimiento libre e informado», por lo tanto en forma ilegal. Las fuerzas de Ramón, que acompañaron al ejército de ocupación como caballerizos, finalizada la lucha no recibieron ni un metro de tierra. Deciden volver a La Pampa, radicándose en un campo que no tenía dueño, paraje La Blanca, en las cercanías de Luan Toro. Un comerciante de apellido Guiraldez venía regularmente con una carreta. Un día llegó, pero no sólo, con un papel, el juez y la policía. Todo el campo ahora era de él. No era tiempo de pelear. Hubo que salir. Y allá fuímos, al famoso «desierto», donde no vivían ni las lagartijas. Roca se frotó las manos. No aguantaría-

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mos allí, en poco tiempo abandonaríamos ese paraje y nos incorporaríamos a los nacientes pueblos dando por finalizado lo que para él era «el problema indio». Pero un indio con tierra no desaparece así nomás. Nuestros padres y abuelos hicieron un paraíso de un páramo. En poco tiempo tuvimos correo, telégrafo, escuela, policía, comercio. Los jóvenes salían de la Colonia a trabajar en lo que sabían. Y volvían a disfrutar con sus familias el fruto de su trabajo. Luego la tecnología los desocupó y comenzaron a hacinarse en pueblos y ciudades. En la década del 70, un poco antes, un gobernante de La Pampa intentó darnos el golpe de gracia, decreto mediante que decía que la tierra era para quien mejor podía trabajarla. Cualquiera menos un indio. Otra vez la historia se repite, aparece un aventurero, con un papel, el juez y la policía. A voltear ranchos y alambrar campos. Nuestra gente se rebeló. Un abogado blanco de Santa Rosa, Fernández Acevedo, se puso de nuestra parte. Tuvo que venir el Presidente de la República, General Lanusse, en 1972, a darnos los títulos de propiedad. Individual. Allí nos ganaron. Hoy, de 80.000 has. que teníamos nos quedan 40.000. Y otra vez los buitres sobrevuelan sobre nosotros. Pero ya no nos encuentran desprevenidos. Desde 1983, exactamente luego de 100 años de silencio, decidimos volver por nuestros fueros. Y aquí estamos. Organizados. Y decididos a dar batalla en todos los frentes. Estamos recuperando nuestro Idioma. Nuestra Educación. Nuestra Organización Social. Nuestra Cultura. Nuestros Deportes. Nuestra Espiritualidad. Y estamos elaborando proyectos de desarrollo. Queremos llegar a la autogestión. Luego, la libredeterminación. No queremos seguir siendo parias en nuestra propia tierra. Esperamos la respuesta de Presidencia. De ella dependen los pasos futuros. Vamos a utilizar todas las alternativas que nos ofrece la Justicia, diálogo mediante. Es mucho más de lo que nos impusieron los genocidas que impulsaron la llamada «Conquista del Desierto», que no fue Conquista ni era desierto. 20.000 muertos lo testifican. Miles de familias destrozadas. Niños alejados de sus padres. Mujeres entregadas como esclavas. Ancianos muertos. Hombres condenados a trabajos forzados por el sólo pecado de defender su familia, su territorio, su libertad, su forma de vida, su organización social. Opuesta a una «civilización» que 125 años después sólo muestra injusticia, descalabro social, diferencias de clases, hambre, desnutrición, enfermedades, pobreza, ataque letal al medio ambiente, afán descomedido de acumular riquezas materiales por parte de unos pocos con el esfuerzo y a costa de muchos. Y el vaciamiento de nuestro continente que continúa hoy como lo fue a partir de 1492, con otros métodos. A tanta injusticia alguien tendrá que dar respuesta. Así como de las 15.000 leguas que se apropiaron en forma ilegal. Por nuestra parte, nos sentimos capaces, como lo fueron nuestros antepasados por miles de años, de gobernarnos nosotros mismos. Pedimos, exigimos esa posibilidad. La Ley está de nuestra parte. La Ley que no es para los indios probres sino para todo indígena que quiera asumirse como tal. Demostraremos en pocos años que podemos integrarnos perfectamente a este mundo que insiste en no comprendernos. Sin perder nuestra identidad. Nuestros valores. Nuestra Organización Social. Y comenzaremos a aportar a una sociedad que cada vez se manifiesta más comprometida con nuestro pensamiento. Sólo esperamos la respuesta de las máximas autoridades que gobiernan hoy Argentina. Que no habrá de tardar. Amuchimai.

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Documentos PERIÓDICO MENSUAL DE HISTORIA Y LITERATURA DE AMÉRICA PUBLICADO por Andrés Lamas, Vicente Fidel López y Juan Alaría Gutiérrez. Tomo V Buenos Aires Imprenta y librería de Mayo, calle de Moreno 911 Plaza de Montserrat. 1873. «DOCUMENTOS INÉDITOS Referentes a una negociación de paz entre el Gobierno del Directorio y las tribus ranqueles de la provincia de Buenos Aires 1.819 Proclama del director don José Rondeau - Trascripción de una nota del Departamento de la guerra, firmada por Don Cornelio Saavedra - Diario del viaje al parlamento con los indios ranqueles - Acta del resultado del parlamento firmada por el comisionado. Estas son las piezas oficiales, inéditas, a excepción de una sola, relativas a la negociación de paz que se celebró en 1.819 con los caciques de la tribu ranquel, estacionada por entonces a doscientas leguas al S. O. de Buenos Aires. Se verá por estos documentos cuánta era la importancia que el gobierno del Directorio acordaba á las buenas relaciones con los indígenas, en momentos en que nos amenazaba una invasión española. El general Rondeau, no solo dirigió una proclama a los señores caciques, sino que nombró para entenderse con ellos a uno de los ciudadanos más notables por su patriotismo desde los primeros días de la revolución y que desde la época del gobierno peninsular había abogado por la conveniencia de mantener relaciones pacíficas y de comercio con las tribus del desierto. Los documentos que damos a luz se componen de la mencionada proclama, del diario de viaje del comisionado, y de un sucinto resumen de negociación firmado por el Comisionado y su adjunto don Santiago Lacasa. EL DIRECTOR SUPREMO DE LAS PROVINCIAS -UNIDAS EN SUD- AMÉRICA A LOS SEÑORES CACIQUES, Y A TODOS LOS HABITANTES AL SUD DE ESTE CONTINENTE. Compatriotas y amigos: Mis antecesores en el mando han deseado vivamente en todos los tiempos estrechar con vosotros las más amistosas relaciones. Componéis una bella porción del todo nacional, y los magistrados no podían ser indiferentes a vuestra suerte: pero las atenciones de la guerra, la necesidad de exterminar a nuestros comunes y antiguos tiranos, y las atenciones que estos objetos demandan al gobierno, han paralizado hasta ahora sus marchas, y se han puesto de por medio entre sus intenciones y la posibilidad de practicarlas. El ojo del Magistrado ha velado siempre sobre vosotros, y ahora os brindo de nuevo con la protección del gobierno, cuya dirección está a mi cargo: paz, unión, amistad, confianza mutua, relaciones íntimas, haceros felices, estos son los votos de mi corazón; estos son mis primeros cuidados con respecto a vosotros, y espero que por vuestra parte os prestareis con docilidad. Unámonos, amigos, estrechemos los lazos de nuestras comunicaciones y comercio, y aun de nuestras fuerzas: mirad el porvenir; ved que vais a tener parte en las glorias de vuestro suelo natal; ved que en unión con nosotros seréis inexpugnables, y que burlaremos juntos los esfuerzos de los tiranos que no cesan de amargarnos. El nombre solo de españoles debe aceros temblar pero nosotros os extendemos una mano protectora:

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vuestros paisanos, vuestros amigos solo quieren vuestro bien. El coronel don Feliciano Antonio Chiclana, uno de los gefe de este ejército y que merece mi confianza, es el comisionado para que os haga proposiciones ventajosas a mi nombre: no las despreciéis. Es el órgano del gobierno, y de todos los habitantes de las provincias que os aman como a hermanos y miembros de una misma familia. El día más lisonjero de mi vida será en el que vea cimentadas entre vosotros y estos pueblos la unión y la paz. Ni desmintáis nuestras esperanzas, ni frustreis nuestros deseos: así os lo recomienda vuestro mejor amigo. Buenos Aires, Octubre 11 de 1.819 José Rondeau Por el departamento de la guerra se me dice con fecha 25 de orden suprema lo siguiente: «El señor Ministro de Estado en 3l departamento de Gobierno con fecha de ayer me dice lo que sigue: «Con esta fecha ha comisionado el Director supremo, al coronel don Feliciano Antonio de Chiclana y al protector de los indios don Juan Francisco Ulluoa para que se trasladen al punto en que haya de verificarse la reunión de los caciques que han de concurrir a un parlamento general y negocien el consentimiento de ellos para entender indefinidamente la línea de nuestras fronteras. Lo aviso a U.S. para su inteligencia y que lo comunique al Gefe de E. M. en contestación a la nota que dirigió a U. S. en el 7 del presente que por decreto supremo de 17 del mismo pasó al Departamento de mi cargo. «Lo transcribo a U.S. para su inteligencia y fines consiguientes». Dios guarde a usted muchos años. Cornelio de Saavedra Señor Coronel don Feliciano Antonio de Chiclana. Diario del viage al parlamento con los indios Ranqueles que hizo desde Buenos Aires el coronel comisionado don Feliciano Chiclana y su segundo don Santiago Lacasa. Salimos de Buenos Aires el 23 de Octubre por la mañana asociados de seis soldados y un cabo, que escoltaban el tráfago de dos carretillas y un carrito. Este día solo pudimos llegar a la posta de la cañada de Morón, por las malas cabalgaduras, y por el camino muy pesado. En ella compuso un carpintero algunos defectos de las carretillas y se le pagaron 4 reales. La carne y leña para la gente costó 5 reales. 24. Marchamos hasta la Guardia de Lujan donde llegamos al ponerse el sol. Esta noche y en el camino se gastaron 7 reales en carne para la gente. A mi llegada inmediatamente me vi con el comandante y noticiado por este de que en el Salto no había novedad de enemigos, le pedí auxilio de cabalgadura, que ofreció dar al siguiente día por la mañana. 25. Nos mantuvimos en la Guardia de Luján por falta de caballos: se pasó oficio al comandante del fortín de Areco pidiendo auxilio de 25 caballos para introducir a las pampas: escribí dos cartas a don Juan Francisco Ulluoa encargándole la recolección del auxilio, y proponiendo la entrada por este punto de Luján; con la última fue don Silverio - Se gastaron 10 reales en lazo para las ruedas y 9 reales en mantenciòn de la gente; la mayor parte de este día fue lluvia.

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26. Se recibió contestación de Ulluoa señalando por punto de reunión el Médano del Potroso, y diciendo que solo podía reunir de 25 a 30 caballos - Se pasó oficio al Alcalde de Navarro pidiendo 25 caballos de auxilio - Se gastaron 8 reales en manutención de la gente. 27. Este día nos mantuvimos en la Guardia esperando la recolección de caballos. De Navarro solo contestaron acusando recibo. Se escribió carta a Ulluoa pidiendo que enviase baqueano hasta Palantelen, por no haber aquí quien nos condujese hasta el Médano del Potroso - Se gastaron 18 reales en carne, sal, jabón y clavo. 28. Salimos de la Guardia e hicimos noche en la casa de don Silverio Melo, que dista 6 leguas, habiendo tenido un viage penoso por las cañadas crecidas. Nos acompañó el Alcalde de la hermandad don Casimiro Gómez, para facilitarnos caballos que solo tenían 55. Se gastaron 20 reales en comida. 29. Nos mantuvimos en casa de dicho Melo por la lluvia, y la gente se ocupó de hacer maneas, colleras y charqui para lo que se compró un cuero y una res. También contribuyó a la demora haberse enfermado de un cólico el lenguaraz Manuel. 30. Abonanzó el tiempo y vinimos a hacer noche en la chacra de Isidoro Molina, que es la última de este poblado, y dista siete leguas de la anterior. Desde aquí despachamos el chasque a Florencio Sosa a Palentelen en solicitud de Ulluoa. 31. Por la mañana de esta casa de Molina con dirección al Salado, llevando de baqueano a N. Villegas, e hicimos noche en la tapera de Chivilcoy, que dista 10 leguas, dando mucho trabajo a los 65 caballos con que entramos a la Pampa. Noviembre 1º. Levantamos de dicho punto en la mañana de este día, y pasamos el río Salado con mucha incomodidad por estar algo crecido. En este parage nos alcanzó el cacique Alleñaú, que iba de paso a sus tolderías, y solicitando le diésemos parte del regalo, que dijo tenia noticia llevábamos para los Ranqueles, y por no ser de esta nación ni de los caciques citados se le dio a él y a sus acompañantes solo un poco de yerba, tabaco, y azúcar con lo que se despidió y siguió su marcha: la noche de este día nos acompañamos en la cañada del Duraznillo que por ser de legua y media de ancho y muy pesada nos dio bastante trabajo. Es de notar que las márgenes del Salado a la banda del este, son terrenos muy amenos, y que ofrecen muy buena proporción para Guardias, hacienda de ganados etc. Este día anduvimos como 8 leguas. 2. Anduvimos 9 leguas e hicimos noche 2 leguas más al Oeste del célebre Médano, nombrando las Cortaderas, que los Indios llaman Huinca. Es de tener presente, que andando del río Salado dos leguas rumbo al Oeste, o Sudoeste, se encuentran los territorios más amenos y deliciosos que se puedan presentar, pues en ellos se forman unos cerrillos de arena muy pastosos y de regular altura, que de distancia en distancia componen como unos valles redondos, que contienen lagunas y cañadas abundantes de aguas, observándose esto mismo en distancia de muchas leguas, según noticia que me comunicaron los baqueanos. De estas preciosidades es una el citado Médano de Cortaderas, especialmente por una laguna que se forma de dos eminencias, y vulgarmente se dice ser insondable. Todos estos territorios son muy famosos para crianzas de ganados mayores y menores, son pastosos, sólidos y abundan de aguadas, y sin exageración se puede afirmar que exceden a los de la costa para dichos objetos.

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3. Salimos de dicho punto y habiendo caminado solo dos leguas nos acampamos en la laguna de los Patos, desde donde enviamos al baqueano con un soldado en solicitud de Ulluoa, que según cálculo de dicho baqueano debía encontrarse como a 6 leguas de distancia en el rumbo que viene de la Guardia del Salto. 4. Este día nos mantuvimos en dicha laguna esperando el baqueano. 5. En este día volvió el baqueano avisando que había encontrado a Ulluoa en el punto prefijado y marchaba para la toldería de Nicolás, desde donde enviaría quien nos guiase hasta ella, pues nuestro baqueano debía regresarse a su casa. A las once de este día vimos una partida de indios, armados de chuzas, que pasó como media legua distante de nuestro campamento, y como supiésemos que estos indios se habían alojado en aquellas inmediaciones, recelando que fuesen salteadores estuvimos con cuidado y nos pusimos sobre las armas toda la noche, sin haber ocurrido novedad. 6. Este día como a las once llegó el baqueano de la toldería de Nicolás, y a las tres de la tarde empezamos a marchar habiendo andado como 5 leguas hasta la noche. 7. Caminamos bien temprano, y aunque solo distábamos de la toldería como 12 leguas no llegamos a ella hasta las cinco de la tarde, por ser el camino pesado. Aquí encontramos a don Juan Francisco Ulluoa con una escolta de 14 hombres armados, y aunque traía considerable número de caballos solo ofreció darme 16 de 25 que dijo había sacado de auxilio del Salto. Al rato de nuestra llegada pidió el cacique yerba y tabaco, no contentándose con menos de arroba y media de aquella, y 10 varas de tabaco que se le dieron: y como se informase que no traía el aguardiente por haberlo dejado en la Guardia con ánimo de repartirlo a mi vuelta del parlamento, dijo: que este no se celebraría de ningún modo si no se llevaba el aguardiente: y aunque sobre esto tuvimos varias contestaciones no fue posible desistiese de su empeño, y últimamente fue preciso convenir con el cacique cuya opinión apoyaba Ulluoa. 8. En la mañana de este día después de una larga sesión con el cacique, los lenguaraces y Ulluoa en que se le dio la proclama del gobierno, y se hizo entender su contenido a muchos indios que estuvieron presente, pidió el cacique que se le hiciesen presente los puntos que se habían de tratar en el parlamento, lo que así se hizo discutiendo sobre cada uno de ellos. - En seguida envié tres hombres de mi comitiva en solicitud del aguardiente a la Guardia, sin que fuese posible que Ulluoa hubiese querido dar ningún hombre ni caballos aunque signifiqué lo atrasada que estaba mi cabalgadura. Aquí es de notar que Ulluoa el día anterior prometió dar cuatro hombres montados, pero luego se retractó, el cacique dio 4 hombres con sus correspondientes caballos de carga, y se negó a dar más a presto de que su caballada estaba flaca. Yo me sospecho que todo fue obra de Ulluoa por la displicencia que me mostró antes y después de mi asociación, ignorando el motivo que para ello tuviese. La tarde este día vino el lenguaraz Gutiérrez diciendo que Ulluoa se marchaba para el Salto la mañana siguiente. Creo que esto sería por la oposición que hice al cacique Nicolás a abrir los fardos y sacar ropa para un cacique primo suyo, que dijo había mandado a llamar para que recibiese el regalo. 9. Nos mantuvimos en la misma toldería y Ulluoa no se marchó. 10. Estuvimos en otra toldería y este día apareció el cacique Lorenzo Recuento en solicitud del regalo, diciendo que no iba al parlamento por vivir en la Cabeza del Buey, que es a mucha distancia de la toldería de Lienan, y se propuso esperar 5 días por si venia el aguardiente.

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11. En la misma toldería de Nicolás entregó Ulluoa 23 caballos. Los días 12, 13, y 14, continuamos esperando el aguardiente en el mismo lugar, habiendo comprado una vaca, a más de otra que dio el cacique el día de nuestra llegada, y dos ovejas para mantención de la gente. 15. Continuamos parados, y este día que se marchó el cacique Recuento, se le dio una casaca, dos camisas, un chaleco, un poncho de bayetón, una manta de paño, yerba, tabaco y pasas, todo esto sin perjuicio de que en los días intermedios se le había dado yerba. El dicho Recuento y Nicolás reconvinieron sobre que la ropa no era buena, y que les faltaba espada y bastón, con tanta indiscreción que solo con sufrir se les pudo contener. Lorenzo se convino en que Nicolás recibiese el aguardiente que le correspondía. En este día se marchó Ulluoa para el Salto diciendo nos alcanzaría en el camino. 16. Regresó don Silverio conduciendo 38 barriles de aguardiente y de ellos se dieron dos a Nicolás, que es la cuota que se había graduado a cada uno de los caciques, y a más se le dieron otros dos por las muchas instancias que hizo: y dos barriles más para que entregase a Recuento. 17. Este día nos mantuvimos parados a causa de la embriaguez del cacique y sus indios que no permitió nos habilitasen con carne para la marcha. 18. Continuó la parada haciendo charque para el viage. 19. Marchamos cerca de medio día acompañados del cacique Nicolás y algunos de sus indios, y anduvimos como 6 leguas. 20. Continuamos la marcha e hicimos noche en el Médano el Duraznillo, habiendo andado como 10 leguas asociado de 16 indios que se reunieron en nuestra compañia. 21. Caminamos como 10 leguas y a la tarde nos alojamos cerca de una laguna de agua dulce sin nombre conocido. Todo lo que anduvimos desde la salida del cacique Nicolás es terreno salitroso, muy escaso de agua dulce, y con varias lagunas de agua salada de tres y cuatro leguas de longitud al parecer. Estos campos abundan de trébol de olor y de salitres. 22. Anduvimos como 12 leguas y nos alojamos a orillas de un Médano de agua dulce y permanente, que tiene hermosa vista y posición. En este día nos salió al camino el cacique Pedro a quien se dio el correspondiente regalo de aguardiente, ropa, tabaco etc. 23. Caminamos hasta la toldería del cacique Curutipay, que dista como 4 leguas. Este cacique nos hizo un recibimiento al parecer muy honorífico, pues sus indios escaramuzaron a caballo armados de chuza habiéndonos salido a recibir como media legua de distancia. Llegado a los toldos después de noticiarles el motivo del parlamento y el contenido de la proclama del gobierno, con lo demás que se creyó conveniente a fin de asegurar la amistad y relaciones, exigió el cacique la parte que le pertenecía del regalo, y habiéndosele entregado, después de afear la ropa, instó que se había de dar parte de ella a seis indios más, y dos hijos suyos y tres barriles de aguardiente a más de dos que a él se le había dado. Teniendo también la impavidez de instar a que se le de el resto de un tercio de yerba que se había abierto, sin que bastasen para que desistiese de su propósito las muchas reflexiones que se le hicieron; hasta que por ultimo fue menester condescender con cuanto él quiso para no quebrantar la

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armonía que nos habíamos propuesto observar. En vista de la sin razón de este cacique se incomodó el cacique Nicolás que iba con nosotros. El tal Curutipay es hombre de las más perversas intenciones, como lo manifestó a nuestro lenguaraz Pilguelen, diciendo que si no hubiésemos ido a su toldería con la fuerza armada que había reunido nos habría quitado cuanto llevábamos. 24. Salimos de la toldería de Curutipay a las 10 de la mañana para esperar el auxilio de 12 caballos, que nos franqueó uno de sus hijos y caminamos como 7 leguas acompañándonos en un Médano conocido con el nombre de Cuchamelú, así llamado por un árbol de piquillín que tiene a sus orillas. 25. Marchamos de dicho punto y el cacique Nicolás hizo chasque a Lienan avisándole de nuestra marcha, y pidiendo que enviase al camino auxilio de cabalgaduras. Este día anduvimos de 12 a 14 leguas e hicimos noche en el Médano del Chañarito. 26. Partimos de dicho punto a las cinco de la mañana y nos alojamos en unos Médanos nombrados los Manantiales. Ese día recibimos contentación de Lienan y nos propuso si nos parecía enterrásemos las armas en señal de paz, a lo que se respondió que era inverificable por la distancia que aun nos faltaba para llegar a sus estados. Nuestra jornada fue de 14 leguas. 27. Salimos de este lugar a las cuatro de la mañana y llegamos a las 7 de ella a los toldos de Lienan habiendo caminado 8 leguas, en cuyo lugar celebramos el Parlamento. En veinte y siete días del mes de Noviembre de mil ochocientos diez y nueve años, habiendo llegado al paraje nombrado Mamuel Mapú, donde tiene su toldería el cacique Lienan, distante de la Capital de Buenos Aires, de ciento ochenta, a doscientas leguas rumbo al Oeste Sud Oeste, estando presentes los caciques de la Nación Ranquel nombrados, Carripilon, Lienan, Payllarín, Quinchun, Millaan, Flumiguan, Millaan, Nelguelche, Neyguan, Paillañan, Naupai, Quinten, Huilipan, Ilario, Pedro, Lorenzo Recuento y Nicolás Quintana; me personé en medio del círculo, que tenían formado, asociado del segundo don Santiago Lacasa, y de los lenguarases Florencio Gutiérrez, y Manuel Pilquelen; y habiéndome dicho, por medio de estos, que expusiese el objeto y fin con que me había conducido a aquél punto, les signifiqué, que era enviado por el Gobierno Supremo de estas Provincias al intento de hacer paz, amistad y unión perpetua, con la Nación Ranquelina; y en prueba de ello, les hice entender, por medio de los Intérpretes, el contenido de la Proclama que V. E. les dirijía ; y enterados de ella, el Cacique Carripilon, comisionado por aquel Congreso, para que hablase a nombre de todo él, dijo: que todos de un acuerdo, y de buen corazón estaban poseídos de los mismos sentimientos de paz, y unión; y que me encargaban lo hiciese así entender al Supremo Gobierno. En seguida les signifiqué, que en prueba de la amistad, y unión con Buenos Aires, no debían dar entrada en su país, a los Españoles Europeos, como a nuestros Capitales enemigos, que trataban de esclavizarnos; a lo que respondió Carripilon, que comprendían las miras de los Maturrangos, que sabían eran nuestros tiranos, a quienes jamás protegerían; y en este estado, tomando la palabra el cacique Payllarin, dijo; que ya les tenía significado anteriormente a sus compañeros, que si los Maturrangos volvían a mandar el país, habían de poner a los Indios en términos de comer pasto, y que así, debían siempre estar con el Gobierno de Buenos Aires, que era de Americanos, como ellos, en lo que todos convinieron, con demostraciones de gozo y alegría. Al mismo objeto de mantener la amistad, propuse; que no debían dar oído, a las persuaciones que les hicieran los indios Chilenos, sus amigos, sobre abrigar a los Europeos Españoles, que andaban entre ellos dispersos; y mucho menos permi-

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tirles, que pasasen por sus territorios a invadir las Fronteras. Aquí contestó el comisionado Carripilon, que ya habían repulsado las proposiciones que por chasques les habían hecho los Chilenos sobre el particular, y que estuviésemos seguros, de que no los admitirían en sus tierras, aunque el cacique Quinteleu los admitía, pero que ellos se encargaban de desengañarlos. Propuse en tercer lugar; que para que esta amistad fuese sólida, el Gobierno supremo se comprometía a dar providencias, para que algunos ladrones, o malhechores de los nuestros, no les robasen, ni perjudicasen en sus haciendas; y que esto mismo les exigía en nombre del Gobierno, pues teníamos repetidas experiencias, de robos que los Indios hacen en las Estancias de nuestra Frontera. Carripilon contestó; que los caciques jamás consentían en los robos, y que los ladrones eran indios sueltos, que a ocultas de ellos robaban en las Fronteras, y que así, consentían en que el Gobierno Supremo diese orden para que se les persiguiese hasta matarlos; a lo que repuse, que nuestro Gobierno nunca entraría en hacer justicia por sí solo, y que lo más acertado sería, que ellos los aprehendiesen, y remitiesen para castigarlos y escarmentarlos. Propuse lo 1ª que a consecuencia de la amistad, y unión que se acababa de pactar, en ningún tiempo, y por ningún motivo debía la Nación Ranquela auxiliar, ni proteger a los montoneros, que, como enemigos del orden, se habían substraído de la obediencia, y subordinación a nuestro Gobierno; y que por lo tanto no debían sostener aquellos rebeldes, y sí contribuir a que el Gobierno los castigase como merecían, en lo que convinieron los indios prometiendo no franquearle, gente, ni cabalgaduras, ni permitirles existir en sus tierras. Últimamente propuse, que para estrechar la amistad y unión, convendría sacar las guardias; a lo que respondieron, que de antemano ya habían convenido en que se pusiesen nuestras Fronteras, de la Banda Oriental del Salado. Repliqué, que no habiendo aguadas competentes al Oriente del Salado, jamás podría allí verificarse Población, y que era de necesidad que esta se hiciese al Oeste, a distancia de dos o cuatro leguas de las márgenes del Río Salado. Sobre este punto discutieron los caciques largo rato, y al fin convinieron en que se adelantasen las Guardias de Lujan, Salto y Rojas, al Oeste del Salado, con tal que en ellas solo se pusiese la Fortaleza, y algunas Pulperías para comerciar con los Indios, a quienes se les habría de auxiliar con cabalgaduras y carne. Con lo que se concluyó la sesión, quedando los caciques muy satisfechos, no menos que la gruesa suma de Indios que asistieron a aquel acto - Mamuel Mapü fecha ut supra Feliciano Antonio Chiclana - Santiago Lacasa» Tratado de paz con Epumer Rosas y Baigorrita «Tratado de paz. Acordado por el Exmo. Gobierno Nacional a las tribus indígenas que encabezan los caciques Epumer Rosas y Manuel Baigorria, concluído en 24 de julio de 1878. S.E. el Señor Ministro de la Guerra, General Dn. Julio A. Roca, bajo la inteligencia de que los expresados Caciques y tribus reconocen y acatan como miembros y habitantes de la república Argentina la Soberanía Nacional y Autoridad de su Gobierno, ha convenido en lo siguiente: Por cuanto ha sido concluido en esta Ciudad de Buenos Aires, un tratado entre el Teniente Coronel Dn.Manuel J. Olascoaga, comisionado al efecto por parte del Gobierno, y los Caciques Cayupan y Huenchugner (a) Chaucalito, como representante el primero del Cacique principal Manuel Baigorrita de Poitagüe y el segundo del Cacique

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de igual clase Epumer Rosas de Lebucó, cuyo tratado es a la letra como sigue: Artículo 1° Queda convenido que habrá por siempre paz y amistad entre los pueblos cristianos de la República Argentina y las tribus Ranquelinas que por este convenio prometen fiel obediencia al Gobierno y fidelidad a la Nación de que hacen parte y el Gobierno por su parte les concede protección fraternal. Artículo 2° El Gobierno nacional en consideración a lo arriba expresado y mientras los Caciques contratantes cumplan y hagan cumplir fielmente lo aquí estipulado asigna al Cacique Epumer Rosas (150 B) ciento cincuenta pesos bolivianos al mes; cien pesos bolivianos (100 B) también mensuales al Cacique Mariano hijos, Epumer chico. Asigna también mensualmente (7 B) siete bolivianos para un trompa, (15 B) quince pesos bolivianos a un escribiente y quince a un lenguaraz para cada uno. Asigna así mismo al Cacique Huenchugner (a) Chaucalito (50 B) cincuenta bolivianos y (15 B) quince bolivianos para su lenguaraz. Articulo 3° El Gobierno Nacional asigna mensualmente al Cacique Manuel Baigorrita (150 B) ciento cincuenta pesos bolivianos (7 B) siete pesos bolivianos para un trompa y quince para su lenguaraz. Artículo 4° El Gobierno Nacional asigna mensualmente al Cacique Cayupan (75 B) setenta y cinco pesos bolivianos y quince pesos bolivianos a su lenguaraz, asigna así mismo al Cacique Yanquetruz Guzmán (50 B) cincuenta pesos bolivianos y quince pesos bolivianos a su lenguaraz. Artículo 5° El Gobierno Nacional acuerda a los dos Caciques principales arriba mencionados, para repartir entre todos los Caciques, Capitanejos y tribus que comprenden este tratado (2.000) dos mil yeguas cada tres meses para su subsistencia. Artículo 6° El Gobierno Nacional dará también a los mismos Caciques para la misma aplicación y efecto del Artículo anterior, cada tres meses (750) setecientos cincuenta libras de yerba, (500) quinientas libras de azúcar blanca, (500) quinientas libras de tabaco negro en rama, (500) quinientos cuadernillos de papel, (2000) dos mil libras harina, (200) doscientas libras jabón y dos pipas aguardiente. Artículo 7° Es deber de los Caciques arriba mencionados y de todos los Capitanejos que los acompañan, entregar al Gobierno todos los cautivos, hombres, mujeres o niños que asista o lleguen a sus tierras o pagos, bien entendido que si el Gobierno tiene alguna vez conocimiento de que en alguna tribu de las que entran en el presente tratado se ha detenido por fuerza algún cristiano o se ha hecho algún mal o privado de su libertad, hará responsable del hecho al Cacique mas cercano o Capitanejo que lo hubiera consentido, privándoles del sueldo o ración que tuviesen por el tiempo que estime conveniente. Todo lo que se expresa en el presente artículo respecto de los cautivos que así mismo estipulado respecto de los malévolos o desertores cristianos que se asilen o guarezcan entre los indios. Tanto los cautivos como los cristianos malhechores deben ser entregados en el fuerte más inmediato al lugar donde se encuentren; siendo bastante motivo para considerara sospechoso y comprendido en esta estipulación, todo cristiano, de cualquier parte que venga, no teniendo pasaporte o licencia escrita de un Jefe de Frontera. Artículo 8° El Cacique Epumer Rosas, el Cacique Manuel Baigorrita, y los demás Caciques nombrados en este tratado darán toda protección y amparo a los sacerdotes

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misioneros que fueran a tierra adentro, con el objeto de propagar el cristianismo entre los indios o de sacar cautivos. El Gobierno castigará severamente a todo Cacique, Capitanejo o indio que no les tributase el debido respeto y hará responsable al Cacique que consienta a las personas de dichos sacerdotes. Artículo 9° Los Caciques mencionados se obligan a perseguir a los indios gauchos ladrones y a entregar los malévolos cristianos con los animales que llevan a tierra adentro, así como también entregar bajo la mas seria responsabilidad a todo negociante de ganado robado que cruce por sus campos y pueda ser capturado por algunos de los Caciques o Capitanejos, conviniendo el Gobierno en recompensar generosamente a los que entreguen en el fuerte más inmediato las personas y haciendas referidas. Así también castigará severamente y hará responsable con sus sueldos y racionamientos a los Caciques y Capitanejos o tribus que amparen o se nieguen a entregar a dichos negociantes o malévolos. Artículo 10° S.E: el señor Ministro de la Guerra deseando proteger y hacer respetar a los Caciques que respeten fielmente estos tratados y quieran conservar el orden entre sus tribus, ordenará a todos los Jefes de Frontera aprehendan y detengan todo indio fugitivo que llegue o se encuentre sin licencia o pasaporte de sus respectivos Caciques; y si trajeran animales u otros objetos robados, les sean quitados con cuenta y razón y devueltos al primer reclamo justificado de los referidos Caciques o propietarios; y que así mismo se haga con los cristianos que se hallen en el mismo caso. También ordenará que toda comisión o indios sueltos que vengan a los fuertes o poblaciones cristianas con cualquier negocio o diligencia, trayendo el competente permiso de su Cacique, sean protegidos y respetados en sus personas y bienes y recomendará que se les haga justicia en sus reclamos y quejas con arreglo a las leyes que amparan a todo ciudadano argentino. Artículo 11° Queda formalmente estipulado que si uno o algunos indios de los que entran en este tratado, diesen malón sobre cualquier punto de la Frontera o cometiesen robo o asesinato sobre los bienes o personas de algún transeúnte o estanciero, quedará por este solo hecho rota la paz con el Cacique y tribu a que pertenezcan dichos malhechores; y por lo tanto suspendidos los sueldos y racionamientos asignados al Cacique y tribu responsable, hasta que se haga efectiva la devolución de lo robado y el castigo de los criminales. En todo robo o asesinato que se cometa por indio sobre indios, las partes acusadas serán prendidas y aseguradas y resultando criminales serán castigados, con arreglo a las leyes del país, y en cuanto a los animales u objetos robados serán sacados del poder en que se encuentren para devolverlos a sus legítimos dueños. Artículo 12° A mas de las concesiones que el Gobierno Nacional hace por este tratado a los Caciques y tribus que él comprende, dispondrá que aquellos Caciques que más se distingan en la conservación del orden y la paz, y muestren dedicación a los trabajos de la labranza y agricultura, como también se presten a la instrucción y civilización de sus hijos, sean obsequiados con alguna gratificación proporcionada al mérito y se les proporcionen algunos efectos, herramientas y útiles que les sirvan para su adelanto y bienestar. Artículo 13° En caso de Guerra exterior o invasión de extranjero u ca-mapuches, todos los Caciques o tribus se comprometen a prestar decidido apoyo al Gobierno Argenti-

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no; bien entendido que serán muy severamente perseguidos y castigados como traidores a la Patria, los Caciques y tribus que en algún tiempo se sepa haber tenido relación o connivencias con el enemigo. Artículo 14° Este tratado durará permanentemente mientras ambas partes le presten cumplimiento y los Caciques y tribus que enteren cuatro años de haberle dado estricto cumplimiento en todas sus partes, se harán acreedores a un aumento proporcional de sueldos y raciones. Artículo 15° Este convenio será firmado en prueba de asentimiento, por los Caciques Cayupan y Huenchugner, como representantes el primero del cacique principal Manuel Baigorrita, y el segundo, del igual clase, Epumer Rosas. Lo suscribirá así mismo el Teniente Coronel Dn. Manuel José Olascoaga como comisionado al efecto, con la aprobación del Exmo. Gobierno. A ruego del cacique Cayupan, Patricio Uribe Secretario de Baigorrita A ruego del Cacique Huenchugner, Martín Lopez Secretario de Epumer Testigo Padre Marcos Donati Manuel Jose Olascoaga»

Nota *

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Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

Los ocupantes aborígenes en el paraje Traful - Cuyin Manzano (Parque Nacional Nahuel Huapi, Provincia de Neuquén). Pasado y Presente* Mario Jorge Silveira Centro de Arqueología Urbana (FADU-UBA) Contacto: [email protected]

El tema a desarrollar es parte de las investigaciones que en conjunto con la historiadora Jacqueline Guindon hemos realizado en la región de Traful-Cuyín Manzano. El total de ellas han quedado plasmada en un libro que esta en edición para salir en el 2008 y que se titula «Esculpidos en el tiempo. Prehistoria e Historia en Tarful- Cuyín Manzano». En él hacemos conocer los resultados de las investigaciones arqueológicas y la historia de sus pobladores a partir de 1881. En particular nos centramos en los pobladores indígenas de origen mapuche y en sus historias de vida. Agradezco a mi coautora que me haya permitido utilizar parte de las investigaciones realizadas para este trabajo, que como conferencia fue expuesto en las VII Jornadas de Investigaciones en Arqueología y Etnohistoria del Centro Oeste del país, realizadas en Río Cuarto entre el 23 y 25 de agosto del 2007, a cuyas autoridades agradezco por la invitación para exponer la conferencia. La región de la cuenca del lago Traful abarca unos 850 km² y las investigaciones arqueológicas comenzaron durante el siglo XX, aunque la mayor parte se realizaron a fines del mismo. Sabemos por esos trabajos que los primeros que poblaron esta región lo hicieron hace 10.000 años (Crivelli Montero et. al., 1993). Mucho tiempo después, ya en la era cristiana, desde lo que hoy es Chile pasaron la cordillera grupos mapuches, prueba de ello fue hallada en dos sitios que llamamos Alero Los Cipreses y Alerto Las Mellizas por la presencia de cerámica mapuche conocida como de tipo Pitrén (Silveira, 2001). En el segundo con un fechado poco antes de la llegada europea a América 590 ± 90 AP, en el primero ya en tiempos de conquista pues la cerámica se encuentra con elementos de contacto europeo (cuentas de vidrio y vacuno), pero anterior al dominio de esto territorios por el Gobierno Nacional. Antes de ese momento hubo algún conocimiento de los grupos indígenas en la actual provincia de Neuquén por viajes de religiosos, exploradores y viajeros. Sin

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embargo para la región que nos ocupa la información prácticamente era inexistente. En realidad empieza a ser conocida con la llegada militar de la denominada «Conquista del Desierto». Nos referiremos a ella pero no haremos la historia de la campaña, sólo los aspectos que tienen que ver con nuestra región. Una vez llegado al río Negro en 1879, el General Roca trató de consolidar la nueva frontera con la construcción de una línea de defensa. Había instalado el comando general en Choele Choel y se extendía por el alto valle hasta la confluencia con el Limay y el Neuquén, lugar donde se construyó el fortín 1° División, extendiéndose por el valle del río Neuquén hasta el fuerte 4ta División. Esta frontera quedó al mando del entonces Coronel Villegas. En las «Instrucciones a que debe sujetarse el Jefe de la 4ta División del ejército expedicionario», firmadas por el General Roca en los primeros días de marzo de 1879 y entregadas al Teniente Coronel Napoleón Uriburu, se le ordena: «Debe respetar y dar toda clase de garantías de la vida y propiedades a los habitantes o pobladores que encuentre en esos parajes y que acaten y se sometan a la Autoridad Nacional, a cuyo efecto debe mandarles previo aviso al emprender la Campaña. Se le recomienda esto el más estricto cumplimiento… Tratará de averiguar y saber..... el numero de indios que existan a su frente, del Neuquén al sur..... Al llegar al río Neuquén se dirigirá al cacique Purran y demás caciques importantes de la parte sud del río..... y con el objeto de arreglar un tratado de amistad les invitará..... para celebrar un Parlamento..... en Choele Choel o el Chinchinal, presidido por el ministro de la Guerra, a cuyo Parlamento se invitará a Sayhueque y otros.....» (Instrucciones del General Roca al General Uriburu en Olascoaga, 1980 [1880]:279).

Resumiendo, las instrucciones que Roca le da a Uriburu son: no cruzar el río Neuquén y buscar un convenio con Purran, Sayhueque y demás capitanejos. Sin embargo, Uriburu desacató las órdenes pues atravesó el límite señalado y se enfrentó con las tribus de Purran. Su accionar fue de todos modos aprobada con felicitaciones de Roca, lo que muestra cual era el verdadero interés: la lucha y un antagonismo irreconciliable, donde en lugar de pactar con Purran lo apresan con engaño y deslealtad. Las consecuencias políticas de esta operación, completada en solo tres meses (de abril a julio de 1879) se hicieron sentir de inmediato, Roca pasó a ser el hombre del momento, el «héroe del desierto» y en menos de un año ganó la presidencia. Aunque la mayoría de los indígenas, avisados del avance habían buscado refugio del otro lado de la cordillera o al sur de la provincia más allá de los lagos, la mayor parte del territorio de la actual provincia de Neuquén seguía estando en poder de las comunidades indígenas y prácticamente sin explorar. Su reconocimiento y ocupación será el objeto de las campañas de 1881 y 1882, llamadas respectivamente «Expedición al gran lago Nahuel Huapí en el año 1881» y «Campaña de los Andes al Sur» (Villegas, 1974; 1978). De los caciques principales nos interesa en este caso Sayhueque, que para ese momento extendía su autoridad sobre la zona de Traful - Cuyin Manzano. Ante el avance del ejército, éste solicitó en julio de 1878 al General Uriburu mantenerse en paz, y en consecuencia, Roca lo nombró gobernador de Las Manzanas por ser «el único cacique que he creído merezca ser considerado por su conducta siempre fiel y

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la buena comportación y su tribu que no ha figurado en malones» (Memorias de Guerra y Marina, 1879:427). No obstante, como con Purran, se ignoró todo lo pactado y Sayhueque fue perseguido y tuvo que huir hacia el sur (Silveira y Guindon, 2008). La Campaña al Gran Lago Nahuel Huapí es organizada y eligieron para llevarla adelante al Coronel Conrado Villegas, un militar de nacionalidad uruguaya al que apodaban «el Tigre». Los detalles y órdenes pertinentes fueron las siguientes: «Se prepararan los elementos necesarios para verificar una nueva expedición en la próxima primavera hasta el lago Nahuel Huapí tratando de recorrerlo en toda su extensión y dejar acantonamientos permanentes si ello se encontrase conveniente. Esta operación necesaria para que los salvajes que se aíslan al otro lado de la Cordillera, no intenten restablecer sus antiguos aduares, acabará de asegurar esa región fertilísima centro de las poblaciones que empiezan a estenderse desde el Océano y por las márgenes del Negro y el Chubut; y que está brindándose a una colonización importantísima. Es necesario que se verifique para sacar todo el provecho de las operaciones militares ejecutadas últimamente. Las fuerzas que ocupan y defienden esas fertilísimas comarcas á que se ha llamado la Suiza Argentina son bastantes á garantirla..... Esta nueva y rica parte de nuestro territorio que se abre á la ocupación y progresos de la civilización es ya uno de los resultados que vienen á indemnizar con usura los gastos y sacrificios de la feliz operación militar que condujo á la ocupación del Río Negro y de las que continúan ejecutándose como complemento de aquella» (Memoria de Guerra y Marina 1882, T1:7;9).

Uno de los escenarios naturales de la expedición al Nahuel Huapi, será precisamente la zona de Traful-Cuyín Manzano. Los episodios, relatados en los partes militares por los mismos protagonistas, constituyen un valioso documento para conocer las estrategias utilizadas para el avance y que observaron en la región. Veamos que dice Villegas en el parte de la expedición, que partió finalmente desde Patagones el 15 de junio de 1881: «Al Sr. Inspector y Comandante General de Armas de la Republica, General D. Joaquín Viejobueno. Habiendo recibido orden de S. E. El Sr. Ministro de la Guerra de llevar una expedición con la fuerza de mi mando contra los indios que habitaban el territorio comprendido entre los ríos Neuquen y Limay y la Cordillera de los Andes, propuse a S:E: Mi plan de campaña, que era el siguiente: En un mismo día, el 1° de Marzo, debían ponerse en movimiento las tres Brigadas de que se compone la División; la 1°, costeando la falda oriental de la Cordillera, recorrería y batiría en su tránsito todos aquellos lugares en que pudieran existir indios, y siguiendo su avance, debía estar el 30 del mismo en el lago de Nahuel –Huapi. La 2° pasando el Neuquén por la confluencia, remontaría el Limay por su banda Norte, y dividiéndose en dos columnas, remontaría la mayor de ellas por la ribera Norte del Pichi-Picum-Leufú, buscando las antiguas tolderías de Reuque-Curá, en cuyo territorio debía hacer una batida, y siguiendo su marcha al Sud buscaría nuevamente la reunión con la otra columna que seguiría siempre por el Norte del Limay rumbo al Oeste y en dirección al lago Nahuel-Huapi, batiendo en su avance á los indios del cacique Sayhueque, establecidos en el río Caleufú. La 1° y 2° se pondrían en comunicación por medio de partida desprendidas á sus flancos, y se prestarían mutuamente protección en caso necesario. La 3° pasaría por la Isla de ChoeleChoel al Sud del Rio Negro, y descendiéndolo por dicha margen 18 leguas, tomaría la

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travesía de Balcheta, siguiendo su marcha hasta llegar al lago, reconociendo y batiendo con sus partidas la mayor extensión de terreno que le fuera posible. El movimiento de esta Brigada por el Sud de los ríos Negro y Limay tenia por objeto reconocer estos territorios y forzando sus marchas tomar algunos pasos del último, a fin de que los indios del triangulo, que al ser atacados por la 1° y 2° y que buscarían muchos pasar al Sud del Limay, no pudieran efectuarlo; al mismo tiempo, esta Brigada debía pasar al Norte de este último y marchando sobre el Caleufú, contribuir a estrechar a los indios, los que entonces se verían envueltos entre tres fuegos. S. E. El Sr. Ministro aprobó el plan dejando a mi dirección su ejecución» (Memoria de Guerra y Marina, 1881 T2:507).

Entonces, el ejército avanzaría dividido en tres brigadas con el objetivo de «encerrar» a los indios en todas las direcciones: con la primera brigada le cerraban los pasos cordilleranos y con la tercera les impedían la huída hacia el sur del Limay. Este movimiento de pinzas estaba orientado a acorralarlos y «encerrarlos para facilitar su exterminio». La segunda brigada es la que entraría en contacto con la región de Traful-Cuyín Manzano. En este mismo parte, presentado por Villegas a Viejobueno dando cuenta de la expedición hace una ligera descripción de los terrenos recorridos, su topografía, flora, fauna, ríos, lagos y algunas otras observaciones, entre las que menciona la zona del Traful y dice: «Vengan pues allí los brazos que en el Viejo Mundo están desocupados, que encontrarán trabajo y recompensa. La tierra del valle es fértil como pocas, habiéndolo observado esto prácticamente. Existen allí treinta indios con sus familias pertenecientes a la tribu de Inacayal, siendo estos pacíficos y agricultores. He visto los productos que sacan de aquella tierra y ellos no pueden ser más hermosos. Allí se produce trigo (blanco y colorado), cebada, maíz, quinua, porotos, alverjas (blancas y colorada), zapallos, papas, batatas etc. etc., y esto, Sr. Inspector es producto que á esa tierra le sacan sus ignorantes pobladores, que se valen para romper sus seno de un tosco arado constituido de las maderas que le proporciona el lago; cuales no serán, pues, los productos que saque de esta virgen y feraz tierra el inteligente agricultor teniendo en su mano las herramientas y útiles modernos que en el día ofrecen el progreso de la industria» (Memoria de Guerra y Marina, 1881 T2:527).

De acuerdo a los diarios de marcha dejados por militares que actuaron en las diferentes brigadas, podemos reconstruir buena parte de los acontecimientos producidos durante el avance sobre la región. La segunda Brigada al mando de Winter, dejó asentado dando aviso de la llegada del ejercito. Al día siguiente, esta brigada en su diario de campaña el 7 de abril de 1881 menciona el encuentro con un chasque del cacique Inacayal en la confluencia del Traful con el Limay, que allí acampó y retomó su marcha a las 6,15 a.m., un dato importante ya que ubica a Inacatal en la región que estudiamos. En la memoria de los más viejos, hoy transmitida oralmente, se recuerda que hacia 1904 había tolderías hechas con cueros de potros y guanacos. Lucho Martínez de Cuyín Manzano, nos contó que en este paraje estaba el cacique Inacayal, y que las piedras circulares de los toldos se conservaron hasta la gran inundacion de la década de 1980. Esto era detrás de la casa del actual poblador señor Zumelzú, que es el que está al fondo del valle, exactamente detrás de tres álamos que aún se encuentran.

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Por otro lado, encontramos que en los detalles del itinerario de la Segunda Brigada de caballería de línea, el mismo 7 de abril de 1881llega en marcha a Tranan Manzano1 y deja asentado: «A las 10 ½ a. m. se encontraron dos indios que venían de chasques con comunicaciones del señor Comandante en Jefe de la división general Villegas para el señor jefe de esta brigada. Diez minutos después acampó la Brigada en Trafun2 (reunión de dos ríos), habiendo andado cinco leguas enviado por el Sr. General Villegas, con una nota para el Jefe de la vanguardia de la 3° las 2 y 40 p. M. Llegó el indio Pedro Álvarez de la tribu del cacique Inacayal» (Memoria de Guerra y Marina, 1881 T2:508).

Pero antes de continuar hagamos una referencia a la toponimia de la región, que como ya hemos observado tuvo grafías distintas. Ambos parajes comparten un rasgo característico de la región patagónica, y es que han sido espacios poblados antes que fundados formalmente con los nombres con que los conocemos hoy. En el campo lingüístico, encontramos que sus denominaciones tienen origen en voces mapuches que se fueron «castellanizando» a través de los años. Para el caso de Cuyin Manzano, el mapa de 1884 obtenido en la Dirección de Catastro de la provincia de Neuquén (expediente 12.4), revela que el nombre original de este paraje era «Cullan Manzana». Una década más tarde en 1896, en sus «Apuntes Preliminares» Moreno menciona un arroyo que cae en el río Traful llamado «Cuye Manzana», transformando la terminación llan en ye. Ya para las primeras décadas de 1900 Culla o Cuye se transforma en Cullin.3 La denominación Cuyin Manzano que aun perdura comienza a utilizarse a partir de la llegada de Parques Nacionales y obedecería al desconocimiento del idioma mapuche por parte de la institución e incluso por los agrimensores que hicieron las respectivas mensuras. Esta denominación, alude claramente a los manzanos plantados por indígenas con semillas provistas por los jesuitas, y luego diseminados por los caballos al comer las manzanas. De éstos pocos quedan en el paraje. En cuanto al significado de Cuyin, según los pobladores, significaría riqueza, concretamente plata.4 Consultado el diccionario de Arize (1960), no hallamos mención ni de Cullan, Cullín o Cuyin. El de Groeber (1926), una toponimia araucana, que usa la K en lugar de las «c», al contrario de Erize que no usa las «k», presenta como Kude o Kuye Manzano, y la traducción sería «Manzano Viejo». En el librito de Delfino (1968), aparece Cuyín Manzano, e interpreta que Cuyín proviene de Cullín, cuyün que significa arena. La interpretación sería entonces Arenal del Manzano. En trance de elegir optaríamos por la de Groeber. Para el caso de la etimología de la palabra Traful, también encontramos su origen en un vocablo mapuche. No obstante, no hay demasiada información en cuanto a sus significado. Por ejemplo en Arize no hay datos, aún buscando travul o traun, pero estas palabras, para Delfino (1968:290), significarían unión o junta. El geólogo Groeber (1926:172-173) lo deriva de la palabra Tra(ü)l, que en los diccionarios de Febres y Havestadt significa cosa plana o planicie, aludiendo a la planicie que creó el hielo en la última glaciación. Entonces se habría llamado Tra(ü)l al paraje, y posteriormente el lago y el río sin nombre lo habrían tomado por extensión.

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Otra interpretación que también menciona Groeber es la de Felix San Martín que, siguiendo a Febres, dice que Traful significa junta de ríos (aludiendo a la junta del Traful con el Limay) y que provendría de la palabra thaun (juntarse) y leuvu (el río). Groeber no se define con claridad por ninguna acepción, pero parece inclinarse por la primera, es decir planicie, aspecto que está muy relacionado con la caraterística mapuche de denominar puntos o parajes según aspectos geográficos relevantes. Observamos que hay más coincidencias, más allá de distintas grafías, a que el nombre está relacionado con la confluencia de los ríos Limay y Traful. Precisamente como Confluencia es conmocido actualmente este paraje. Por entonces, según los datos que aportan los partes y diarios del ejercito en campaña, la región de Traful- Cuyin-Manzano era arrancada del dominio indígena por las brigadas que avanzaban en dirección al lago Nahuel Huapi para juntarse allí el 25 de mayo según estaba previsto. En el resumen Villegas dice entre otras cosas: «Hemos recorrido territorios inmensos, hasta ahora cubiertos por el negro velo de la ignorancia que de ellos teníamos. Hemos desalojado a los salvajes de sus guaridas y estas que hasta entonces eran un misterio para nosotros, hoy día en cualquier momento por nuestras fuerzas» (Villegas, 1974:100-101).

Lo que vale la pena resaltar es que se vuelve a mencionar al cacique Incanayal, incluso asentado en esta región con cultivos y hacienda, que nos muestra a estos aborígenes con una mirada que los presenta como hombres asentados, como «agricultores y pacíficos», tal como el propio Villegas reconoció. Pero esta no fue la única campaña que pasó por Traful-Cuyín Manzano. El mismo Villegas ahora General, al año siguiente encabezó la llamada «Campaña de los Andes al Sur» que también atravesó esta región. La expedición se dividió en tres brigadas y tuvo lugar entre noviembre de 1882 y abril de 1883. Para la historia de nuestra región, la que revistió mayor protagonismo fue la tercera brigada que avanzó sobre Traful bajo las órdenes del coronel Nicolás Palacios. Las órdenes de Villegas para aquellas tropas habían sido recorrer los cursos de los ríos Negro y Limay hasta llegar a lago Nahuel Huapí, desde donde perseguiría a Sayhueque e Inacayal que se suponían al sur del Limay. Como se observa ya los caciques Inacayal y Sayhueque son definidos como enemigos y deben ser perseguidos y atrapados. El discurso había cambiado, claramente lo expone Villegas cuando dice: «Después de la campaña de 1881 al lago Nahuel Huapí, me convencí que había que variar el género de guerra. Ya no sería conveniente operar con columnas pesadas y sí colocar éstas en puntos estratégicos, y de allí por medio de fuertes o pequeñas partidas, inundar todo el territorio que se iba a batir, guerra que se debía llevar con toda actividad y rapidez, no suspendiéndola hasta concluir con los moradores de aquellos territorios, sometiéndolos a las leyes de la Nación, haciéndolos emigrar allende la cordillera o destruyéndolos» (Villegas, 1978).

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El 12 de diciembre de 1882 una columna encabezada por Capitán Adolfo Drury con 45 militares entre los que había 6 indígenas del cuerpo auxiliar y 2 baqueanos indígenas del Cacique Curá Huinca recorren el valle del Traful. Previamente el 12 de diciembre se había llegado a la desembocadura del río Trasbun, así llamaron al Traful. Llegando en la recorrida el 25 de diciembre de 1882 hasta la margen este del Lago (Villegas, 1978:340). Lo que hay que resaltar es que en la recorrida del valle del río Traful en esta campaña no se halló al cacique Inacayal ni otros indígenas, sólo algunos yeguarizos, vacunos y ovinos. Tampoco hubo ninguna lucha con ellos como alguna tradición oral lo dice, sosteniendo que se hallaron evidencias de ello. El sitio de tal refriega estaría poco antes de entrar al lago por la margen sur, por el camino actual que va de Confluencia a villa Traful. El área fue recorrida minuciosamente sin hallar ninguna evidencia de la supuesta refriega, aspecto que por otra parte los partes militares destacan. En términos de jerga militar el área estaba batida y los indios habían huido, Villegas dice textualmente: «En el territorio comprendido entre los ríos Neuquén y Limay, cordillera d los Andes y Lago Nahuel Huapí, no ha quedado un solo indio, todos han sido arrojados al occidente de la cordillera de los Andes» (Villegas, 1978:22).

¿Hubo alguna respuesta coordinada al avance de las fuerzas militares? Hubo lo que podríamos llamar tácticas o actitudes, una de las actitudes tomadas por los pueblos indígenas del área ante el avance del ejército fue la dispersión, en la cual cada grupo parecía tomar rumbos distintos. Los que optaron por el cruce de la cordillera hacia Chile pusieron en evidencia relaciones de parentesco y redes de intercambio entre ambos lados de la cordillera, a través de las rutas, pasos y cajones cordilleranos que habían sido territorios de veranada, recolección o utilizados en los intercambios durante los tiempos históricos e incluso antes. Este sería el caso, entre otros, del cacique manzanero Juan Ñancuche, quien desde allí negoció con los jefes del ejército por medio de un hijo ya que él nunca regresó Este hijo consiguió tierras ya que por vía de Onelli, de quien fue baqueano, le fue concedida la reserva de Cushmen en la provincia de Chubut (Delrio, 1996). Los caciques manzaneros Sayhueque, Inacayal, Foyel y capitanejos, en cambio, buscaron refugio dirigiéndose hacia el sur, procurando alejarse de los militares tratando de impedir que les impusieran su superioridad. Paralelamente, el gobierno chileno desarrollaba una política de presión hacia los principales caciques de la Araucanía, para evitar la inmigración masiva de grupos del este cordillerano hacia Las Manzanas, controlando asimismo los pases desde la Argentina. De este lado, nuestras comunidades indígenas habían declarado que «prefieren morir peleando que vivir esclavos» (Memoria de Guerra y Marina, 1882 T1:197). En diciembre de 1883 «había tenido lugar un gran parlamento al que concurrieron Inacayal, Foyel, Chagallo, Salvutia, Rayel, Nahuel, Pichi- Curruhuinca, Cumilao, Huichaimilla, Huenchanecul, Huilcaleo y otros caciquillos en representación de su tribu y Sayhueque

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con todos sus capitanejos… Que en el parlamento se arribó a la conclusión de no entregarse ninguno a las fuerzas del Gobierno y de pelear hasta morir» (Walter, 1980:554).

Pero no hubo pelea, para octubre de 1884 los principales caciques estaban faltos de comida y perseguidos, sólo les quedaba la entrega incondicional o la huida a Chile tal como había hecho el cacique Ñancuche, pero ahora también esto era difícil. Sin embargo Sayhueque continuaba resistiendo simbólica y pasivamente, pero en vano pues tuvo que rendirse, hecho que ocurrió el 1 de enero de 1885 y ello marcó el final de la conquista de Neuquén. El 20 de febrero del mismo año Wintter escribe al General Joaquín Viejobueno, jefe del Estado Mayor del Ejército: «El cacique Sayhueque, cacique eminentemente prestigioso por su poder entre todas las tribus que tenían su asiento entre el río Collón- Curá … y el río Deseado… acaba de efectuar su presentación voluntaria, y con él también los caciques de orden inferior, Inacayal, Huenchenecul, Chiquichan, Qual, Salvutia, Prayel, Nahuel, Pichi- Curruhuinca, Cumilao y otros, incluso el obstinado y rebelde Foyel…» (Memoria de Guerra y Marina, 1882 T1:55-57).

De estos caciques el caso de Inacayal fue el más terrible. Fue llevado preso a la ciudad de la Plata y residía en el Museo de la Plata. Allí murió y de sus restos se conservó su cráneo que quedó en los depósitos del Museo como un objeto más. Por iniciativa del Dr. Gustavo Politis, arqueólogo de la Universidad de la Plata, finalmente fue trasladado a la provincia de Chubut donde fue enterrado en un acto de reivindicación en una ceremonia donde acudieron indígenas, luego de más de un siglo de su muerte. Finalizada la campaña de Los Andes en mayo de 1883, se estableció que del fortín Chacabuco, pasara de campamento a ser un acantonamiento permanente, y allí como dijimos se presentó el cacique Sayhueque con las tribus que dependían de él como jefe manzanero (entre las que se incluían las de Inacayal y Foyel). De allí fueron conducidos por las tropas hasta el fuerte Junín para presentar la rendición formal. El fortín Chacabuco tuvo vida corta y hay evidencias de donde estuvo, que es al costado derecho de la ruta 237 que va a Bariloche cuando se pasa la vista panorámica y se baja a la llanura glaciaria que viene de la margen este del lago Nahuel Huapí, este era un punto estratégico entre Traful y San Carlos de Bariloche. Ricardo Vallmitjana, vecino viejo de Bariloche y poseedor de una extensa documentación de toda la región, sostiene que la iconografía que hay del Fortín Chacabuco está totalmente idealizada y no se ajusta a la realidad de lo que era el Fortín, un campamento provisorio que tuvo vida efímera ya que no había razones para su existencia luego de la campaña. Sigamos cronológicamente con los hechos en la región de Tarful-Cuyín Manzano. Un dato invalorable lo suministra la mensura llevada a cabo por los agrimensores Carlos Encina y Edgardo Moreno en 1884, donde nuestra región aparece dividida en secciones, correspondiendo a Traful la sección XXXIX que sólo llega hasta la mitad del lago (al oeste no figuran datos) y a Cuyin Manzano (con grafía Cullan Manzano) y el lago llamado Del Traful. En la sección XXXVII de la agrimensura, en la margen este del lago, en la confluencia del arroyo Cuyín Manzano y el río Traful y en la margen del río Limay, unos 1.000 m hacia el norte de Confluencia hay representadas tolderías, siendo las más

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numerosas las que se encuentran en la margen del lago. Los indígenas aún estaban allí, reapareciendo y negando la aseveración del General Villegas. Deben haberse escondido para regresar luego del paso de los militares por el área. Hay lugares para ello, o bien hacia la margen oeste del lago o en cuevas. Hay una muy grande en lo alto de la entrada del paso Córdoba que puede albergar un centenar de persona. Lo conocí ya que fui conducido al sitio por un baqueano paisano de la región. Fue sondeada arqueológicamente pero no encontré señales de ocupación reciente, salvo talla de material lítico en superficie, así que lo más probable fue la retirada hacia el brazo norte del lago Traful (lugar que no fue explorado por el ejército) o hacia Chile. Estas son las primeras informaciones históricas del área. Antes de continuar con los hechos que dan cuenta de la ocupación del área bajo dominio del Gobierno Nacional nos referiremos al problema de las tierras luego de la ocupación militar.

La tierra La política del Estado consolidado en 1880 fue continuar con la de anteriores gobiernos: Esto es la transferencia de las tierras públicas a través de la donación, la venta o la recompensa por servicios prestados a la nación. Esto trajo como consecuencia la concentración de la tierra en pocas manos (Bandieri, 2006). La Conquista del Desierto determinó que las tierras ocupadas por los pueblos aborígenes pasaran a ser patrimonio fiscal. El ordenamiento jurídico de las tierras ganadas a los aborígenes fue la ley N º 1532 de 1884 con la creación de los Territorios Nacionales. Veamos los antecedentes de esta situación, ni la ley Nº 047 de 1878 llamada «Ley del Empréstito» que financió la campaña del Desierto», ni la Nª 1628 de «Premios Militares» de 1885 que premió con tierras a quienes la llevaron a cabo no fueron dominantes. En las áreas de frontera, como en la de la región que nos ocupa, la preocupación, al menos en el discurso oficial era fomentar la población y así asegurar la soberanía por la disputa que se mantenía con Chile. Por ello inicialmente se recurrió a la ya existente ley de colonización Nª 817 llamada «Ley Avellaneda» que en principio no implicaba la propiedad del recurso hasta tanto no se cumpliese con la obligación de poblar (Bandieri, 2006:3), se podían dar hasta 2 fracciones de 40.000 hectáreas. En los territorios Nacionales se establecía un mínimo de 250 familias en 4 años, debiendo donar o vender a cada una de ellas una superficie no menor de 50 hectáreas, aparte de construcciones y provisión de víveres. Por esta norma se entregaron más de 3.000.000 de hectáreas en Río Negro y Neuquén. De ellas el Estado cubrió un 8 %, el 92 % restante fue dado a particulares. Para fines del siglo XIX la mayoría de estas superficies era tierra no ocupada por esos presuntos colonizadores, en cambio si ocupadas de hecho por indios, chilenos y mestizos. En realidad no se cumplió la colonización y la ley de Poblamiento de 1891 Nº 2875, anuló las obligaciones de colonizar y se pudieron conseguir las tierras por donación o pagando precios muy bajos. Debían devolver un pequeño remanente e introducir capital en mejoras y hacienda. En realidad no se pobló y muchos vendieron las tierras con grandes ganancias y otros las pusieron en producción pero sin colonizar. La ley no se cumplió. También en 1882 se sancionó la ley Nº 1265 de «Remate Público», donde se podía comprar desde 2500 a 40.000 hectáreas a $ 0,20 la Hectárea y se remataba en Buenos Aires

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previo aviso en los diarios porteños. Esta ley también establecía poblar y además poner un pequeño capital para mejoras. Tampoco se cumplió. Casi 1.500.000 de hectáreas se vendieron de esta manera en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay (Bandieri, 2006:4). Una excepción la constituyó la «Ley del Hogar» la Nº 1601. Tomó como modelo la colonización del oeste de USA y se sancionó en 1884. El intento era fomentar la creación de colonias agrícolas pastoriles en los territorios nacionales, que podían ser otorgadas a pueblos indígenas. Tal el caso de la Colonia San Martín para Valentín Sauyhueque y su gente y la Colonia Cushmen en Chubtut para la tribu del cacique Nahuelquir (del linaje Ñancuche). Fueron muy pocas en número y fracasaron pues la ley no preveía de los instrumentos adecuados para garantizar los objetivos de ella. Además los lotes eran de 625 hectáreas cada uno, esto es inadecuado para la práctica ganadera extensiva, en particular en tierras de meseta, como era el caso de los lotes que se daban (Bandieri, 2006:4). Es decir, lo poco adjudicado fue en las peores tierras. Dada la situación caótica legislativa y la gran especulación con las tierras el gobierno nacional encaró una reforma de «Ley de Tierras» la que tuvo efecto con la Nº 4167, que derogaba las anteriores. Esta ley pretendía distinguir entre diversas clases de tierras y distintas adjudicaciones de venta y arrendamiento. Se creaban reservas para pueblos y colonias agrícolas y la venta se restringía a 2.500 hectáreas en los arrendamientos y ventas, desapareció la donación directa y una firma no podía tener más de 20.000 hectáreas. Si bien hubo más gente que pudo acceder a tierras, el hecho de las exigencias de una inversión inicial de capital, limitó las cosas pero en definitiva no impidió la adquisición de tierras por grandes terratenientes. Aparte de estas leyes generales hubo en los territorios nacionales de fines del siglo XIX a principios del XX, 51 leyes especiales y 7 decretos a fin de adjudicar tierras en general como donaciones, sin fomento real del poblamiento. En resumen, este panorama permite entrever que disponer de tenencia de tierras era casi imposible para los antiguos dueños de ellas, salvo casos aislados como los de Cushmen y la colonia San Martín. La ley de «Organización de los Territorios Nacionales» que rigió hasta 1955, estableció sus limites (que es el de la actual provincia) y determinó la forma por la cual, cada territorio pasaría a adquirir un régimen representativo y posteriormente la categoría jerárquica de provincia. Estableció nueve territorios nacionales o gobernaciones, a las que les fueron asignadas una división de poderes superficialmente similar al de las provincias. Sin embargo, los ciudadanos residentes en Territorios Nacionales, no participaban siquiera en elecciones para presidente de la Nación, solo podían elegir autoridades municipales en los pueblos donde se hubieran creado municipalidades electivas (pueblos que en toda la historia de Neuquén abarcaron solamente una pequeña parte de su población total). Cuál fue la población que se comenzó a ubicar en estas regiones. El primer dato lo suministra en 1895 el segundo censo nacional que incluyó por primera vez a los territorios patagónicos. Las libretas originales de los censistas, consultadas en el Archivo General de la Nación (A.G.N.), aportan valiosos datos sobre la distribución, el sexo y la nacionalidad de los primeros pobladores del Neuquén, pero lamentablemente se torna casi imposible deducir los nombres de las personas que ocupaban el área Traful- Cuyin Manzano, ya que el relevamiento se basó en un catastro dividido en secciones numera-

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das que no nos permiten individualizar cada poblado en particular, excepto en la cabecera departamental que en ese momento era Chos Malal (Silveira y Guindon, 2008). En 1902, una nueva ley confirmó los límites de las divisiones y subdivisiones internos de cada territorio e intentó esclarecer la ambigüedad con que se usaban los términos «departamento», «sección» y «distrito». Para el caso de Neuquén se establecía una nueva división departamental y de cinco departamentos numerados pasó a tener doce con nombres, en ese momento Traful y Cuyin Manzano pasaron a formar parte del departamento de Los Lagos, situación que aún se mantiene.

Los pioneros Para un primer momento, consideramos al período comprendido entre 1895, año de la rendición de Sayhueque y la llegada formal de Parques Nacionales en 1934. Además, si bien el recorte geográfico la se fijó preferentemente en el área TrafulCuyin Manzano, el recorte no excluyó las referencias a otros puntos geográficos, ya que siempre los pobladores estuvieron muy relacionados con regiones vecinas, como es el caso de Villa La Angostura y valle del Limay. Durante los primeros años, los lotes existentes podían ser de propiedad particular, arrendados al fisco o simplemente ocupados de hecho. Para el área de Traful- Cuyin Manzano, este último caso merece especial tratamiento, ya que la mayoría de nuestros pioneros llegaron a la región sin titulo alguno, situación que los hacia aparecer consignados como «intrusos» en aquella legislación existente, que no preveía una ocupación del suelo fuera de la condición de propietarios o arrendatarios. En este sentido se torna sumamente difícil, a partir de la información disponible en los archivos oficiales, contabilizar la cantidad de explotaciones en condiciones de ocupación efectiva y las superficies involucradas (Silveira y Guindon, 2008). Los datos oficiales de los primeros pobladores corresponden a un censo efectuado en 1914, a raíz de un decreto de 1906 que ordenaba realizar un censo general en los territorios nacionales. De él se desprenden las primeras cifras generales correspondientes al flamante departamento de Los Lagos, que nos sirven de referencia general para las poblaciones existentes en el momento, de nacionalidad argentina figuran 810 hombres y 709 mujeres, lo que suman un total de 1519 personas, en tanto que de nacionalidad extranjera figuran 1.011 hombres y 724 mujeres, que dan un total de 1.735 personas, seguramente la mayoría chilenos. El total de almas entre argentinos y extranjeros era de 3.254 para todo el departamento (AGN, Censo General de los Territorios Nacionales de 1914). Posteriormente hacia 1920 se realizó un nuevo censo general de los Territorios Nacionales, y allí aparece por primera vez detallada el área Traful con cifras oficiales: 181 pobladores rurales (AGN, Censo General de los Territorios Nacionales de 1920). Sobre la base de los primeros datos cabe destacar que la mayoría de nuestros pioneros eran de origen chileno. Además, aunque el nombre fuera castizo, por lo general este enmascaraba la ascendencia indígena. Atraídos por una tierra que les ofrecía un destino a la vez incierto y promisorio, creemos que aquellos paisanos que emigraron y se establecieron en el área, de alguna manera dieron continuidad a la historia de los mapuches que en el inicio de los tiempos históricos e incluso antes, atravesaron la cordillera y se mezclaron con los cazadores recolectores tehuelches.

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Incluso parece ser que algunos habían quedado. Aparte de lo hallado en la agrimensura que comentamos, la tradición oral que recogimos de los antiguos pobladores nos cuentan que «se hablaba de indios que habían quedado, eran buenos» y que «allí donde ellos dejaron sus cosas nada que haga el blanco perdura», una frase que establece continuidad y pertenencia. Esto sería otra prueba que Villegas no exterminó a los «salvajes» en su paso por Traful. Desde el punto de vista histórico, si bien es corto el tiempo que abarca este período, el panorama es de un cambio total. Donde antes se levantaban las tolderías y rucas manzaneras, tras el paso del ejército y los topógrafos la tierra comenzaba en los hechos a cambiar de dueños. Recordemos que en el País de Las Manzanas, una misma región pertenecía colectivamente a varios caciques, por tanto la fijación de nuevos límites políticos (tan artificiales y recientes como en el resto de la Patagonia) y la posterior transformación de los antiguos dueños de estas tierras en minorías étnicas, fueron los aspectos que caracterizaron a la nueva organización territorial post campaña. Un antecedente que de alguna manera reconocía la presencia de población en estas regiones tan lejanas, es cuando en 1899 el Poder Ejecutivo autorizó a la Gobernación del Neuquén a conceder el pago del derecho de «talaje» a quienes hicieran pastar sus ganados en los campos fiscales del territorio: el precio mensual del talaje se establecía en $ m/n 0,10 por cada cabeza de ganado menor. Sin embargo, esa norma era difícil de aplicar en un territorio tan extenso (Silveira y Guindon, 2008). Llegados a este punto digamos que, aun si se toman como elementos de referencia las indudablemente bajas cifras oficiales, se comprueba cuánto había de ilusión y de engaño en aquellos textos de las leyes de tierras de 1903 y de Fomento de los Territorios Nacionales de 1908, que hablaban de estimular la subdivisión de las superficies, el acceso de pobladores sin capital y la colonización por parte de pequeños y medianos propietarios. En la práctica, nada concreto se hacía para favorecer un proceso de colonización de este tipo (Silveira y Guindon, 2008). Recién con el gobierno de Yrigoyen se suspendió la adjudicación de tierras en propiedad y un decreto de 1925 autorizó a la Dirección General de Tierras y Colonias a otorgar «permisos precarios de ocupación» de lotes pastoriles en territorios nacionales, haciendo explicito que los que no arrendaran ni tuvieran estos permisos serían considerados «intrusos». Pero esta Dirección de Tierras y Colonias recién instalaría una oficina en Neuquén en la década de 1930. Pero este es un antecedente de gran importancia para los primeros pobladores (Silveira y Guindon, 2008). El cobro de derechos de pastaje fue la forma en que los pioneros de estas tierras se relacionaron legalmente con ella hasta la llegada de Parques Nacionales. El permiso precario de ocupación y pastaje otorgaba solo la tenencia de la tierra, ya que a pesar del acto de dominio que el poblador ejercía sobre la superficie que ocupaba, se encontraba ejerciendo una posesión en nombre de otro que no era más que el Estado Nacional. El asentamiento de los pioneros fue lento y modesto. Estuvo vinculado a una población muy humilde de jornaleros, esquiladores y peones, en su mayoría como ya dijimos, de origen chileno sumados a los indígenas que se habían quedado en la región. Descubrir sus nombres, sus vidas de familia y sus destinos finales, es una

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región compleja que llega a nuestros días a través de entrevistas que hemos realizado en el área con los descendientes directos de aquellos antiguos que «no llamaban a este lugar Villa Traful sino Laguna del Traful» (Silveira y Guindon, 2008). Cuentan hoy los nietos memoriosos que en 1908 llegaron María Inés Pafian, viuda de Livio, con sus tres hijos (Angelino, Juan y Antonia) y José Ángel Paicil, también viudo con sus tres hijos (tres mujeres y un varón que era Froilan Paicil). Ambos eran oriundos de Lago Ranco (Chile) trabajaban en un primer tiempo con Justo Jones en la margen norte del Nahuel Huapí, un beneficiado por la ley de Premios Militares que lo convirtió en propietario de una estancia y posteriormente llegaron a un arreglo con Newbery, para trabajar a medias como agricultores, comprometiéndose ambas partes a poner, uno el trigo y los otros los bueyes y la mano de obra. Por aquellos años, en La Primavera funcionaba el único molino de la zona. Antes de la partida, nos cuenta su nieta Dionila Calfueque Paicil, debieron tramitar un certificado de antecedentes que, firmado por el mismo Justo Jones en 1905, la pareja trajo consigo a estas tierras, donde luego formaron una gran familia criando juntos a los hijos Paicil y Livio (Silveira y Guindon, 2008). Tres años después, llegaron otros puesteros con sus familias para sembrar, a medias, en la estancia La Primavera: Francisco Gatica, Ignacio Cheuque y Velázquez. ¿Quienes eran los Newbery? Eran dos hermanos que habían llegado a la Argentina de los EEUU, eran dentistas e instalaron consultorio en Buenos Aires. Tuvieron como paciente al General Roca y también a oficiales de su entorno. Esta fue la llave para hacerse de tierras en la provincia de Neuquén, ya por compra a militares o por compras directas. Estas se extendieron del norte del lago Nahuel Huapí hasta Traful, siendo la estancia la Primavera con sus 10.000 hectáreas en la margen este del lago la primera tierra con título en la región de Taful. Dicen también, que mientras estuvo Newbery todo anduvo bien, pero cuando él se fue, y quedó al frente de la estancia su cuñado Santiago Taylor, los «medieros» comenzaron a verse cada vez más presionados por las exigencias de una mayor proporción de lo cosechado. El arreglo había dejado de tener el aspecto de una sociedad, y las condiciones iniciales se habían desdibujado, convirtiendo a los «medieros» o «tercianeros» en peones. Entonces los paisanos «se hicieron fuertes» y se negaron a irse cuando intentaron echarlos (Silveira y Guindon, 2008). En 1911 los Taylor intentaron desalojar a estas familias provocando un incendio que le quemó la población a los Gatica. En relación a este hecho, la incansable memoria de Dionila, no deja de señalar hoy cómo se resistió su abuela, María. Inés Pafian e intimó a los agresores a que la quemaran a ella dentro de su casa (Silveira y Guindon, 2008). Otra familia de origen mapuche fue la de Adolfo Calfueque, hijo de Margarita Ñancuche que llegó con su padre desde Chile en 1922 y se casó aquí con Florinda, única hija del matrimonio pionero Paicil- Pafian nacida en Traful. A cada familia asentada en el área Traful se le asignó una superficie delimitada naturalmente por los arroyos que las separaban entre si. Cuentan los nietos que antes, los arroyos no tenían los nombres con los que se conocen ahora, sino que cada uno llevaba el nombre de la población lindera. Así el arroyo La Tranquera por ejemplo se llamaba arroyo Paicil, porque constituía el límite de su población. Esta división se realizó alrededor de 1914, y estuvo a cargo del ingeniero y geógrafo Emilio Frey de la

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Dirección General de Tierras y Colonias (Silveira y Guindon, 2008). En 1922 llegó don Olivero con su familia desde Bariloche, enterado de que aquí había tierras disponibles para trabajar. Vino a caballo y pilcheros (caballo que transportaba enseres personales) a través de una senda que salía de Confluencia. En esa misma década los Novoa provenientes de Chile, se instalaron en la margen norte del Lago Traful. Más tarde, allí serán vecinos de los Fernández y los Cerda. En la zona de Paloma Araucana (margen sur del lago Traful), se pobló con Juana Cayun de González y en el arroyo Minero don Feliciano Lagos adquiere el puesto de Quintriqueo (que según nos cuenta Alfonso Lagos era descendiente de un cacique). Su hijo Polidoro Lagos, se instaló con su familia en el campo de la Medialuna, que había pertenecido inicialmente a los Taylor. Abel y Arzobindo Lagos en cambio, se instalaron en el área luego de haber prestado servicios como baqueanos en el avance del ejército, según datos aportados por sus descendientes. Cuentan hoy los más antiguos, que fue Polidoro quien trajo la primera trilladora a Traful (Silveira y Guindon, 2008). Esta familia mantiene un juicio por tenencias de tierras con Parques Nacionales y son los pobladores que tiene más ganado. Para la década de 1930, con pocos años de diferencia, varias familias llegaron a esta zona en busca de campos para trabajar como jornaleros. Desde el Nahuel Huapi vino a caballo don Francisco Gallegos y por Caleufú Rosendo Painepe, ambos con sus respectivas familias. Los campos fiscales de Cuyin Manzano, también se poblaron en las primeras décadas del siglo XIX con familias que se dedicaron a la cría de ganado y a la agricultura. Los pioneros fueron hombres y mujeres que, al igual que en el área Traful, hicieron trascender sus nombres hasta hoy: en 1914 el matrimonio Chamorro, de origen español, se radicó en Cuyin (él chileno oriundo de Chillan y ella de Junín de los Andes) luego se instalaron sus vecinos Riquelme, Damas, Chandía, Zumelzu, Quintriqueo, Asencio y Cornelio (Silveira y Guindon, 2008). Teresa Chamorro nos contó que su bisabuelo, era un inmigrante español que se instaló en Chillan y allí formó su familia. Carlos, uno de sus hijos, fue quien en 1909 se instaló en Cuyin Manzano, en las cercanías de un arroyo conocido localmente como «Arroyo Chamorro» donde hay dos manantiales y una arboleda muy antigua (que según nos dijeron data de aquel año). Aquí tuvo ocho hijos (5 mujeres y 3 varones) que más tarde entrelazarán sus vidas con los hijos trafulenses. La madre de Teresa, por ejemplo, es la hermana mayor de Nerio Chandía poblador ahora de la margen norte del lago Traful al casarse con doña Leonor Cerda (Silveira y Guindon, 2008). Según el poblador Sixto Martínez, también de Cuyín Manzano, los campos que él tiene en la actualidad fueron poblados en principio por un tal Catalan que no estuvo mucho tiempo. Luego hacia 1904 vino Domingo Blanco también de Chile, que regresó a ese país dejando un hijo con nombre Gabriel Asenjo, quien luego de vender el campo en 1918- 1920 a un tal Ernesto Besanzo, se fue a vivir a La Lipela, paraje sobre el río Limay. En 1923 el fugaz propietario lo vende a su vez a Toribio Martínez (padre del actual propietario Señor Sisto Martínez) que había llegado de Gualeguay, traído por el Señor Araon Anchorena para trabajar en la península de Huemul. La casa primitiva de los Martínez no se encuentra donde hoy la hallamos, cerca de la margen derecha del río Cuyín Manzano, sino ladera arriba siguiendo un viejo camino de carretas que iba al

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Valle Encantado y de allí a San Carlos de Bariloche. Este era el camino que los antiguos pobladores usaban para in a Bariloche en busca de artículos y provisiones, era un pesado y largo viaje en carreta de bueyes y que duraba varios días. A caballo con la guía del Sr. Martínez recorrimos esa vieja senda hasta el punto más alto antes de la bajada al valle Encantado. Todavía está transitable para una carreta o una moderna 4x4. En nuestro intento de conocer la mayoría de los nombres de aquellos que se aventuraron a penetrar estas tierras, encontramos también datos acerca de personas que estuvieron de paso o no residieron permanentemente en la zona. Este es el caso de un extranjero que venía a comprarles oro a los mineros de los lavaderos ubicados en la naciente del arroyo Minero, que luego perpetuaría con su nombre el recuerdo de aquellas actividades auríferas. La mención a Juan Crockett surgió reiteradas veces en entrevistas realizadas con antiguos pobladores de las cercanías del arroyo Minero, donde además fueron halladas bateas de madera utilizadas sin dudas para el lavado de oro. En las nacientes del arroyo Minero aún se conservan restos de las instalaciones para lavar el oro (Silveira y Guindon, 2008).

Segunda Etapa Esta etapa comienza con la llegada de la Administración de Parques Nacionales, ya que la región quedó incorporada al Parque Nacional Nahuel Huapí cuando en 1934 se crearon los Parques Nacionales. La primera etapa registra la presencia de asentamientos humanos que básicamente podemos reducir a los dueños de tierras con títulos y a «los pobladores», es decir los que no tenían títulos sobre ellas. El nuevo ordenamiento jurídico determinaba un área protegida para la naturaleza y una relación con los pobladores que no tuvieron un criterio uniforme, ya que criterios sociales y políticos determinaron normas cambiantes a lo largo del tiempo, salvo para los muy pocos que tenían títulos. Si bien las autoridades, admitieron inicialmente la presencia de los pobladores instalados con anterioridad, renovándole los permisos otorgados por la Dirección Nacional de Tierras y Colonias, restringieron sus actividades al establecer números máximos de cabezas de ganado y prohibir totalmente, tanto la tala de árboles como la caza de especies autóctonas. El permiso precario de ocupación y pastaje «precario» otorgado por Parques Nacionales tenía las siguientes características: a) era personal e intransferible, caducando automáticamente a la muerte del titular, b) como se otorgaba sobre las tierras del dominio publico del Estado no generaba derecho alguno sobre la tierra, pudiendo la Administración de Parques Nacionales cuando lo creyere conveniente disponer de la misma, previa notificación al interesado a quien se le concedía un plazo máximo de seis meses para el desalojo, sin derecho a indemnización, solo la posibilidad de retirar las mejoras de su propiedad, c) la revocabilidad también podía surgir del que poseía la tenencia de la tierra. En la práctica razones sociopolíticas dificultaron la aplicación del principio de caducidad de los permisos a la muerte del titular y la consiguiente recuperación por parte de la Administración de Parques Nacionales. Esas circunstancias, de hecho dieron lugar a que se individualizaran las medidas a adoptar circunscribiéndolas a cada situación en particular. Así en muchos casos se revalidaron los permisos a descendientes

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directos de los colonos originales, en otros se otorgaron nuevos permisos y en algunos se resolvió el desalojo. En Traful – Cuyin Manzano encontramos ejemplos de la aplicación de estas tres medidas sobre diferentes familias (Silveira y Guindon, 2008). Vale decir que las propiedades privadas preexistentes en el área fueron aceptadas por la Administración de Parques Nacionales, ya que al tener títulos de propiedad nunca fueron intimados a desalojar el parque (ejemplo de la estancia La Primavera en Traful y Siete Cóndores en Cuyin Manzano). La estrategia llevada a cabo por dicha Administración a través de los años, se centró en mantener una situación de precariedad de sus pobladores a fin de evitar una consolidación mayor de los asentamientos, buscando por esa misma vía el éxodo voluntario o simplemente esperando la caducidad jurídica de los permisos al fallecimiento de sus titulares (Silveira y Guindon, 2008). Un análisis histórico de las políticas institucionales nos permite observar que estos permisos precarios surgieron en el marco de dos posiciones antagónicas subyacentes en las diferentes administraciones, una que pretendía colonizar y otra más ortodoxa que pretendía mantener las áreas en estado de naturaleza y sin habitantes (Silveira y Guindon, 2008). En esta etapa llegó otra oleada de ocupación, pero ya no es indígena, aspecto que muestra cual fue realmente quienes estuvieron en estas tierras antes y a poco de la llegada militar y política del Estado nacional. Entre ellos citaremos para 1935 la llegada a esta región de un: yugoslavo llamado Elías Dimitrivich que llegó primero a Buenos Aires, luego a Chubut y finalmente a Traful, donde contrae nupcias con María Antonia Livio (nieta de Maria Inés Pafian). Elías era ferroviario y venia trabajando en las vías, hasta que el tren llegó a Bariloche (1934) donde conoció a su mujer. Hoy hay dos hijos de ese matrimonio que residen en Villa Traful. En 1937 llegaron los Greznarik por el paso Perez Rosales, instalándose inicialmente en la zona de Laguna Fria, para luego recalar en Villa Traful. Ese mismo año llegaron Irma Vuilleumi y Herman Marti, un matrimonio de origen suizo que compró tierras en Traful con la venta de lotes ofrecidos durante la gestión de Bustillo. Este también fue el caso de Gertrudis Reising y su marido, arribados a la villa en 1940. En 1944, llegó a la zona de Traful un grupo de obreros constructores, en su mayoría de origen italiano traídos por Primo Capraro, que venían trabajando desde el Correntoso y Angostura, se acercaron a estas tierras, uno de ellos, Pedro Longareti decidió quedarse. Aquí colaboró en la construcción de la casa para el guardaparques y Huinca – Lu que fue la primera residencia privada junto con La Primavera (Silveira y Guindon, 2008). En 1945 Leoncio Olatte llegó a la villa desde Villarino por el camino de Confluencia con su mamá y su hermano Bernabé, que trabajaba en la estancia La Primavera. En 1936 se crearon las villas veraniegas sobre la cadena de lagos que jalonan el límite patagónico: Llao – Llao, Catedral, Traful y Mascardi. En base a este antecedente, posteriormente por decreto N° 3407 con fecha 4 de diciembre de 1947, se establece el 30 de noviembre de 1936 como fecha oficial de fundación de la villa (Silveira y Guindon, 2008). Ese día se celebra la fiesta de los pobladores en Villa Traful. Conforme las instrucciones impartidas por la División Geodesia de la Dirección de

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Parques Nacionales, el 25 de enero de 1940 se procedió al inicio de la mensura y subdivisión del área, que dio por terminadas el agrimensor Aníbal Riccheri el 31 de octubre de 1944. Si bien ésta fue aprobada, cuatro años después, el 27 de septiembre de 1948, el Consejo de Mensura incorporó las modificaciones propuestas por el agrimensor Casto Julio Peña. Finalmente por decreto del Poder Ejecutivo del 16 de diciembre de 1948 N° 38428 se aprobó la subdivisión definitiva para la villa (Silveira y Guindon, 2008). Para fines de los años 30 se procedió entonces a la venta de tierras en Traful, pero con poco éxito ya que no reunían las ventajas de ubicación que si tenían las otras villas. La Villa no contaba aun con la instalación de agua corriente, luz eléctrica, muelle, juzgado de paz, estafeta postal, escuela o capilla. Como resultado diremos que no hubo arrebatos por estas tierras de Villa Traful. En el «Pliego de condiciones para el ofrecimiento publico de los lotes del pueblo de Traful, en el Parque Nacional Nahuel Huapi»,5 se especificaba el modo en que se llevarían a cabo las adjudicaciones (por licitación), las condiciones en que se ofrecían, las obligaciones que deberían cumplir los que resultaran beneficiados, los precios básicos del ofrecimiento y las restricciones para los lotes ubicados en ambas zonas (residencial y comercial). No era una oferta para pobladores humildes como eran la mayoría de los que estaban viviendo en la región (Silveira y Guindon, 2008). Esta intención de admitir en los Parques Nacionales el régimen de la propiedad privada (dentro de cierta medida y aun en tierra de dominio público) está expresada en el art. 22 que en su inciso I dispone: «Facúltese al Poder Ejecutivo a excluir de la declaración de dominio publico establecida en el art. 5°, las fracciones de tierra que a su juicio sean necesarias para la formación de centros de población o instalaciones de hoteles etc, en los Parques Nacionales de Nahuel Huapí e Iguazú, dentro de la superficie máxima de 5.000 hectáreas» (Silveira y Guindon, 2008).

Al realizar un balance de esta primera administración en relación a la tierra, observamos que con su política de fomento y poblamiento de estas regiones fronterizas, se autorizó a los pobladores preexistentes que tenían permisos otorgados por la entonces Dirección Nacional de Tierras y Colonias, a permanecer en el parque. Se le fijó a cada uno una superficie destinada a cultivos y un cupo de hacienda (generalmente el que declaraba poseer al momento de intervenir Parques Nacionales). Cada permisionario, debía declarar anualmente la cantidad de hacienda, solicitar autorización para introducir mejoras y pagar anualmente el canon de pastaje. Pese a la prohibición de explotar la madera, en Villa Traful se permitieron dos aserraderos, cuya madera estaría destinada a la construcción y a vialidad. Estuvieron ubicados, uno en el arroyo La Maquina y el otro en la entrada de la villa. Allí, no solamente se emplearon temporariamente buena parte de los pobladores del área, cortando maderas con trozadora y hachas o acarreándolas con bueyes, sino que además se convirtieron en lugares de encuentro y sociabilidad. Cuentan hoy los antiguos que, mientras funcionaron los aserraderos, los chicos iban a jugar al aserrín, los grandes se juntaban a guitarrear y las mujeres les preparaban la comida a los hombres que trabaja-

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ban allí. Pero esto sólo fue hasta la década del 50 ya que luego se cerraron y provocó que muchos pobladores perdieran fuentes de trabajo (Silveira y Guindon, 2008). Tanto en Traful como en Cuyin Manzano, el año 1944 es tristemente recordado por los antiguos pobladores de la zona, como el año de la gran nevada que aisló a ambos parajes, mató a sus animales y echó a perder las cosechas. Durante ese mismo año la reducción del presupuesto destinado a Parques Nacionales, a raíz del desorden financiero provocado por el terremoto de San Juan y su reconstrucción, se sumó a la renuncia presentada por Bustillo, en total desacuerdo con la gestión del General Farrel y las ideas que desarrollará posteriormente el general Perón (Silveira y Guindon, 2008). Durante el inicio del gobierno de Perón el organismo pasó a depender del Ministerio de Obras Publicas, como Dirección de Parques Nacionales y Turismo, y posteriormente como Administración General de Parques Nacionales y Turismo. Fue de tal importancia y envergadura la actividad que desarrolló en lo turístico, que llegó a habilitar su propia oficina de turismo en la ciudad de Nueva York en el año 1949. Sin embargo, la relación con el sector turismo finalizó en 1951, año en el cual volvió a depender del Ministerio de Agricultura, quedando la competencia de dicho sector en la órbita del Ministerio de Transporte. En lo que concierne a los pobladores, es necesario destacar que en este período se produjo una notable transformación en sus condiciones materiales de vida. Pasaron de ser «pilares de nuestra soberanía» como había pretendido Bustillo, a elementos incompatibles con el objetivo de conservación (Silveira y Guindon, 2008), por lo menos al inicio de esta nueva gestión, pues hubo consideraciones sociopolíticas que atenuaron este enfoque. El turismo social que se impulsó en esa época tuvo poca importancia en esta región, aunque Traful fue parte de los circuitos del turismo e incluso se habilitaron dos Hosterías y algún camping. Para los pobladores fue una fuente de trabajo aunque de poca envergadura. Luego de la caída del gobierno del General Perón un nuevo contexto sociopolítico enmarcó la gestión de Parques Nacionales. En cuanto a la actividad desarrollada por la institución, cabe destacar la vuelta a criterios aún mas estrictos de conservación del patrimonio natural, por lo que en todos los casos las áreas declaradas protegidas se calificaron como parques o sea como áreas intangibles donde se desecha su utilización turística. En 1968 se iniciaron los planes para la puesta en marcha de la primera escuela de guarda parques, aunque estos existían, pero el objetivo era consolidar un sistema de vigilancia y control de las áreas protegidas con personal capacitado y preparado especialmente para esos fines. En 1970 se introdujeron modificaciones a la ley de Parques Nacionales, tendientes a perfeccionar la calificación de las características de las áreas protegidas administradas por el Estado Nacional, diferenciando Parques y/o Reservas Nacionales y Monumentos Naturales (Ley 18.594), categorías que hoy subsisten en la actual ley. A raíz de esta ley se realizó una zonificación de los Parques Nacionales, que posteriormente aprobará la Ley Nacional N° 19.292 del año 1971 (Silveira y Guindon, 2008). En la década del 70 la villa vive cambios como la provisión de energía eléctrica, puesto sanitario, destacamento policial, casa para guarda parque y Comisión de Fomento.

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Estos son aspectos de crecimiento y que hace más llevadera la vida para los pobladores. Hacia 1980 se sanciona la ley N° 23.351 de Parques Nacionales, que introdujo en el manejo de las áreas protegidas los criterios que aplicó en todas las esferas del gobierno: la «doctrina de la seguridad nacional». «A los fines de la presente ley podrán declararse Parques Nacionales, Monumentos Naturales o Reservas Naturales las áreas del territorio de la Republica que por su extraordinarias bellezas o riquezas en flora o fauna autóctona o en razón de un interés científico deben ser conservadas… con ajuste a los requisitos de Seguridad Nacional. […] las mismas serán mantenidas sin otras alteraciones que las necesarias para asegurar su control y la atención del visitante tal como lo establece el articulo 4° de la Ley N° 18.594, alteraciones a las que el proyecto agrega, con carácter de excepcionales, aquellas que corresponden a medidas de Defensa Nacional, adoptadas para satisfacer necesidades de Seguridad Nacional» (Art 1° y fundamentos de la Ley N° 22.351).

Si nos interesamos de como fueron las relaciones con los ocupantes aborígenes con Parques Nacionales, que en realidad se extendía para todos los ocupantes de tierras que no tenían títulos de propiedad, se pueden resumir en palabras de una pobladora actual Hayde Quintupuray (nacida en Villa Trafu), que ahora reside en la cabecera norte del lago Correntoso, paraje muy cercano a Traful). En una entrevista realizada en el año 2001 dijo: «Era tan fácil instalarse, vió, no lo molestaban, por eso todo lo que se ve limpio lo hicieron los abuelos […] O sea que en ese tiempo ya estaba Parques Nacionales, ellos tuvieron que hacer una reunión todos los familiares para ver quien quedaba de los hermanos para seguir y así lo nombraron a mi papa, tuvieron que ir al juez, hacer un acta […]» (Historias de Vida, 2006:9).

Originalmente a Juan Antonio Quintupuray le dieron un permiso de ocupación y pastaje provisorio al 14 de noviembre de 1838. Posteriormente los Quintupuray consiguieron autorización en 1954 para operar con una Hostería, que al año 2007 aún funciona, destacándose como la única que en la región que pertenece a descendientes de mapuches. Juan Quintupuray era un mapuche chileno nacido en Osorno, aunque hay datos que en 1879 estaban en el Correntoso cuando llegó la avanzada del ejército a la zona. Es probable que migraran y luego volvieran hacia 1907. Sus padres eran Domingo Quintupuray y su madre María Treuque. Su hijo Isidoro es el padre de la informante Hayde. Se casó con una Gatica, cuyos padres eran Doña Isidora Gatica de Gatica y el padre Torres Gatica y ellos criaron a Hayde. Hay más en el relato: «mira, yo le digo la verdad, los que vivimos en Parques no vivimos tan dignamente, vivimos ajustados, cualquier cosa que querés hacer tenés que escribir nota, tenemos que esperar que vuelva. No es fácil vivir en Parques. Tenés que cuidarte de muchas cosas, cuidarte mucho, si te zafás un poquito ya te van anotando lo que hiciste, si está la tercera,

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te fuiste, es muy bravo, por suerte nosotros nunca tuvimos algo raro, siempre mi papa respeta mucho» (Historias de Vida 2006:19).

Mencionemos que hacia la década del ‘70 se produjeron violentos desalojos. Un caso emblemático es el de la familia Iturra, desalojada el 30 de abril de 1977 del paraje Paloma Araucana (que hoy sirve de camping libre a los turistas), en la margen sur del lago Traful. La gendarmería (asistida por las autoridades locales como la policía, juez de paz y guarda parques de Angostura) tenía ordenes de desalojar a aquellos portadores de certificados, en los que no coincidieran los apellidos registrados inicialmente por la Dirección Nacional de Tierras y Colonias, con los de los permisos otorgados por Parques Nacionales a sus descendientes directos. Ese fue el caso de don Francisco Iturra, hijo adoptivo de doña Juana Cayun de González, pobladora pionera de Paloma Araucana. En 1944 con la muerte de doña Juana su hijo, que ya había formado familia con Ermelinda Calfueque, siguió pagando los pastajes a Parques Nacionales. No obstante, el absurdo de trabajo, hicieron que Francisco no pudiera impedir el desalojo de las tierras que le pertenecíane la legalidad sumado a la falta de influencias que en general tienen los hombres d, solo por ser hijo de crianza (Silveira y Guindon, 2008). Si bien sólo los hijos legítimos heredaban el derecho de ocupación, hay casos de hijos legítimos que terminaron en desalojo. Don Juan Torres casado con Carmen Quintriqueo, llegaron a la región en l912 trabajado en la estancia La Primavera, de allí fueron al Correntoso siendo vecinos de los Quintupuray. Con fecha 20.08.1937 Parques Nacionales les dio el permiso de ocupación y pastaje precario. A la muerte de Juan, que gozaba de muy buen concepto (informes guarda parques), su hijo Guillermo fue considerado intruso en 1969 (dictadura de Onganía). Luego de muchas intimaciones se cumple el desalojo en el año 1982. Hoy sólo quedan los árboles frutales plantados por Torres. Otro caso es el de la familia de Juan Miranda que vivía en el Portezuelo (camino a Villa La Angostura saliendo de Villa Traful) desde 1930 y con permiso de Parques desde 1936. El era chileno, a su muerte a sus hijos argentinos, se les niega el permiso y son desalojados en 1980, 5 años luego del fallecimiento del padre. Hay más casos: «y asi fue en Cuyin Manzano. Yo me acuerdo de esos tiempos, yo tendría 16 años (1944) cuando estuvieron molestando a los viejitos con el desalojo, como en ese tiempo yo me dedicaba a la pluma me dirigí directamente a la Central (Bariloche), y plumeé a dos de esos, después se quedó todo tranquilo […] Y si los tránsfugas que eran los empleados, no tanto los de arriba, los guarda parques hacían la tramoya, cuando encontraban un poco de debilidad empezaban. Hacían mucho abuso, en la zona de Traful hasta han quemado algunas casas, iban con el juez y el comisario todo arreglado entre ellos […] En Villa Tradul un tal Dionilo Leiva lo sacaron así, le prendieron fuego a la casa. Después a otros que viven del otro lado del Traful, en la costa norte, a esos tres veces los despojaron, pero los muchachos armaron su casilla otra vez, los Fernández, en la tercera vez le quemaron la casa» (Historias de Vida, 2006:43-44).

Otro caso fue el de la familia Novoa de origen chileno, establecidos desde la década de 1920 en la margen norte del lago Traful. De ello fui testigo ya que conocí al matrimonio, muy mayores en el año 1982, que fueron informantes de sitios arqueo-

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lógicos al punto que una cueva que excavamos cercana a la casa la denominamos Cueva Novoa. Al regresar en el verano de 1983 me enteré de la muerte de la Sra. Novoa y que su marido estaba muy enfermo e internado en Bariloche. La casa estaba quemada con partencias de la misma entre los restos. Con los permisos de ocupación hay otro punto, ningún poblador podía tener más de un asentamiento permitido. Don Nerio Chandía poblador en la actualidad en la margen norte del lago Traful, con ancestros mapuches, fue alguien con quien tuve mucho contacto en mis investigaciones arqueológicas, en particular con las que se efectuaron en la margen norte del lago y llegué a tener un fuerte vínculo afectivo con él y su esposa Doña Leonor Cerda, que aún mantengo ya que en e1 2007 nos reunimos en su casa. La familia de Chandia era de Cuyín Manzano y sus padres tenían allí permiso como ocupantes. Nerio se casó y se fue a vivir a la margen norte en donde Leonor Cerda tenía casa y permiso de ocupación heredado de su madre. A la muerte de sus padres Chandía pidió la continuación de ocupación en Cuyín Manzano. De ello doy fe porque a pedido de Don Nerio entregué en la Administración de Parques Nacionales en Buenos Aires una nota donde se tramitaba el pedido y seguí el trámite de la misma. Cuando se resolvió la instancia administrativo en ella se notificaba que en el caso de Chandía él podía optar por una u otra de las ocupaciones, no se podían agregar. Resolvió seguir en la margen norte y perdió todo derecho sobre Cuyín Manzano. El recuerdo de todos estos hechos también forman parte de la memoria, tanto individual como colectiva de nuestra región, de lo que llamamos en su momento «el infortunio de ser poblador» (Silveira y Guindon, 2008). La primavera de 1983, trajo consigo un nuevo período democrático que, a nivel regional marcó el inicio de la organización comunal. Aquel pueblito de casas hechas de madera, rodeadas de huertas y jardines, contaba para la década de 1980, con 77 viviendas y 94 habitantes (51 varones y 43 mujeres).6 En la mayoría de los casos, se trataba de los hijos y nietos de pobladores originales que, junto con los hombres y mujeres venidos de otras tierras, continuaron haciendo la historia de la villa. También hubo cambios en el ordenamiento jurídico de los Parques Nacionales, el 31 de octubre de 1985, se promulgó la ley 23290 en la que se modificaron los límites geográficos del Parque Nacional Nahuel Huapí. Vale decir que se desafectó parte de la tierra de los límites de Parque Nacional y se transfirieron, a título gratuito, a la Provincia de Neuquén (ello con algunas mínimas condiciones como la de no enajenación). La ley 23.291 del mismo año especificó por su parte, la cesión a la provincia de las tierras ubicadas en el Parque Nacional Nahuel Huapí dentro de la cual se encuentra la población denominada Villa Traful (Silveira y Guindon, 2008). Durante la década de 1980 se insinuó con más fuerza una paulatina inserción de los pobladores a través de su transformación en prestadores de servicios turísticos: atención de campings, venta de productos regionales, etc. Al tiempo que, la artesanía local, como la fabricación pan, empanadas, tortas fritas y dulces, se convirtió en una fuente de ingresos adicional que, hasta hoy en día se brindan, a lo que se agrega la actividad ganadera (venta de carne vacuna, de corderos y chivos, lecha, cueros, etc.) y actualmente como guías de caza de ciervos colorados, ya que ahora se permite cazar estos ciervos exóticos que fueron introducidos en el área a comienzos de siglo XX y han proliferado mucho.

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Ya para 1991, la población total de la villa era de 169 habitantes, y para 2001 ascendía a 405 habitantes (211 hombres y 194 mujeres).7 En esta etapa, podemos distinguir claramente una paulatina complejización en la organización sociocultural del área, con tres niveles principales de articulación: familiar, comunitario e intercomunitario. Cuyín Manzano en cambio ha permanecido casi sin cambios, un ámbito rural, donde el centro lo constituye la escuela que sostiene la provincia de Neuquén y donde los niños están internados en el período escolar en su gran mayoría. Es en este paraje donde se halla la estancia Siete Cóndores que está ubicada entre parte de Cuyín Manzano hasta el río Traful y la ruta provincial N° 65 (la que va a Villa Traful). Los datos más antiguos aportados por los pobladores se remontan a la década de 1930, cuando era alquilada y posteriormente comprada por la familia Creide. Luego de la muerte de Simón la propiedad fue heredada por su descendencia que años mas tarde se la vendió a Reynal (por ese entonces dueño de Austral Líneas Aéreas y de un importante emprendimiento turístico llamado Sol Jet que incluía el Hotel Austral de Bariloche). El empresario se asoció con un banquero suizo – francés llamado Gerard Leroux, quien pagó 500.000 dólares y encantado con el lugar invirtió en las mejoras de la estancia. «El francés puso la plata pero los papeles estaban a nombre del argentino» cuentan los pobladores. Estos sucesos se dieron en la década del 70. Este francés no sólo estaba profundamente atraído por el paraje, sino que se ocupó de organizar eventos, reuniones y fiestas tradicionales. Pero éstas no eran sólo para invitados especiales o europeos, sino también para los paisanos y pobladores de la región, que concurrían a una fiesta anual atraídos por la entrega de premios de sus «búsquedas del tesoro» como del tradicional asado de corderos con empanadas regado con vino. Recuerdan que el único requisito para concurrir a esta fiesta era llevar vestimenta «gaucha». Recuerdan los pobladores «que si alguno no llevaba pañuelo al cuello, ahí mismo en la entrada tenia un cajón con pañuelos para que se pusiera quien le faltara». La destreza de los jinetes en competiciones como la doma o la tradicional «sortija» eran premiados con medallas, copas o fajas, labradas con cabezas de cóndores e inscripciones alusivas a la elección del «gaucho perfecto». Incluso hizo confeccionar pañuelos con motivos del arte rupestre del Alero Las Mellizas. Este ciclo de fiestas anuales que le habían dado una vida especial a Cuyín Manzano, culminó en la década del ‘80 cuando Reynal inicia un juicio contra Leroux, al que en el fondo había estafado. Amargado por lo sucesos se retira a Europa y nunca más regresó. Queda el recuerdo en los pobladores del francés que solía visitarlos en sus modestas casa y matear con ellos y que además se interesaba en las artesanías que solía comprarles. Hoy la estancia fue comprada por el Sr. Migues y sólo se dedica a actividades rurales. Resulta casi irónico que este francés tuviera estas vivencias tan genuinas por los pobladores, aspecto que sólo rescatamos del fallecido obispo de Neuquén Monseñor Nevares y también de Mauricio Lariviere, heredero del la estancia La Primavera.8 También cabe destacar la gran preocupación comunitaria que en Cuyin Manzano, llevó a Teresa Chamorro a acaudillar, de alguna manera, la iniciativa de las mujeres en la fabricación de dulces y tejidos a fines de la década del ‘80.

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Siguiendo con los hechos sucedidos, recordemos que el 10 de enero de 1994, se promulgó la ley 24302 que establecía qué porciones de tierras se desafectaban del Parque Nacional Nahuel Huapí, y sobre qué territorios Parques Nacionales mantendría el dominio. En cuanto a esto último, el art. 3 apartado d, especifica que se mantendrá dicho mando sobre los lotes 1 y parte de la actual Villa Traful. Más allá de lo expuesto sobre estos territorios, y en la confusa inteligencia de las normativas aludidas, el art. 4, establece cuáles de las tierras fiscales ubicadas dentro de la actual Villa Traful, pasarán a dominio provincial libre de todo compromiso. Siguiendo con el breve análisis de algunas de las normas existentes, nos encontramos con la ley 25323, promulgada en fecha 27 de diciembre de 2001. En la misma, se modificaron y quedaron sin efecto los límites territoriales del Parque Nahuel Huapí impuestos en la ley 23290, y se sustituyen por los nuevos que en ella se detallan. El traspaso significó sin dudas el fin de una etapa, no obstante, a nivel regional, la administración comunal continuará confiada a una comisión de fomento encabezada y compuesta por pobladores locales, que para fin del 2007 por haber llegado a 500 habitantes preveía una elección comunal, con intendente elegido por los habitantes de la Villa. Hay que agregar unas palabras sobre el accionar de la provincia de Neuquén sobre el Parque Nahuel Huapí. En primer lugar sostuvieron un pleito con la Nación por los límites del parque con la provincia, sosteniendo que buena parte de Cuyín Manzano pertenece a la provincia. Incluso visitaban a los ocupantes y éstos pagaron un doble pastaje, ya que lo hacían a Parques Nacionales y a la provincia con la esperanza que si esta ganaba el pleito se les prometía títulos sobres las tierras. Desconocemos cual es la situación del pleito que se encontraba a resolución en la Corte Suprema de Justicia. De todos modos la provincia mantiene una constante relación con los pobladores, no sólo en la villa sino también en ámbitos rurales. Nos enteramos que luego de nuestra visita en el verano del 2007, a los pobladores Chandía y Fernández de la margen norte se les instalaron paneles solares para que tuvieran electricidad. Por cierto que los pobladores tiene una visión mucho más favorable de la provincia que de Parques Nacionales. Si resumimos la historia de los ocupantes, la palabras de Hayde Quintupuray presenta la visión que el ocupante percibió y aún percibe de Parques Nacionales, que más allá de todos los hechos que hemos relatado y de los cambios institucionales que vivió Parques Nacionales mantiene una situación de tensión, aunque en los últimos años ha habido preocupación en Parques Nacionales para mejorar esa relación, pero que poco se ha reflejado en esta región. Terminamos esta conferencia recordando que en el verano del 2007, como ya se mencioné, estuve en Villa Traful, donde aún los pobladores aún sienten una relación que podemos calificar como de «desinteligencia», salvo alguna notable excepción que han manifestado, perciben al guarda parque y a la Institución por extensión, como un contrincante peligroso y que puede hacerles daño. Quizá un síntoma fue la charla que en la sala comunitaria brindé a los pobladores en marzo del 2007, con motivo del libro próximo a salir sobre la Prehistoria y la Historia del área. Concurrieron pobladores descendientes de aborígenes, pobladores, habitantes de la villa, guías locales y guarda parques provinciales. Los de Parques Nacionales no concurrieron, fue casualidad o un síntoma de lo que hemos recogido en cuanto a la vida de los pobladores de la Villa y alrededores rurales de cómo los guarda parques se relacionan con la gente.

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Notas *

Conferencia presentada durante las VII Jornadas de investigadores en Arqueología y Etnohistoria del centro-oeste del país (Nota de los Compiladores).

1

Nótese que la grafía no es Cuyín Manzano.

2

Nótese que la grafía no es Traful.

3

Así es como nos contó Cesar Chamorro que figuraba en las guías editadas en la década de 1930 cuando él trabajaba en el correo.

4

Comunicación personal con Teresa Chamorro.

5

Memoria General de la Administración de Parques Nacionales del año 1937, pp. 184.

6

INDEC. Censo Nacional de Población. Cifras definitivas para las localidades de menos de 1000 hab.

7

INDEC. Censo Nacional de población y vivienda 1991 y 2001. Cifras definitivas. Para el caso de Cuyin Manzano los datos aportados por este organismo ubica a su población en el rubro «población rural dispersa».

8

La estancia La primavera fue adquirida en 1936 por Felipe Lariviere. A su muerte se dividió en dos fracciones de unas 5.000 hectáreas cada una. La que se situaba en la margen derecha del río Traful, quedó en poder del Felipe Lariviere hijo, que luego la vendió al millonario norteamericano Ted Tur ner. La otra fracción, en la margen izquierda, pasó a poder del otro hijo, Mauricio Lariviere y tomó el nombre de «Arroyo Verde».

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Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales. Hacia una nueva configuración de identidad Romina Soledad Bada*y Laura Fernández** * Universidad Nacional de Río Cuarto - **Instituto de Estudios Superiores Universitarios y Superiores no Universitarios Fundación Cervantes Contacto: [email protected] - [email protected]

A la hora de dar explicaciones acabadas acerca de lo que resulta el fenómeno de los Movimientos Sociales y Nuevos Movimientos Sociales, nos encontramos en nuestro recorrido teórico con una problemática ya observada por algunos teóricos, dicha problemática se refiere al abordaje epistemológico de los movimientos sociales, que o bien caen en reduccionismos ya sean de carácter político o metodológico, o bien tienden a dejar cuestiones fuera del alcance teórico. De aquí que surge nuestro interés por aproximarnos a una temática que desde ya se presenta incontrovertible, de modo que resulta difícil de profundizar con claridad en ella. De manera tal es que nuestra intención es realizar un esbozo, a modo introductorio, de algunas consideraciones que en un futuro requerirán de un trabajo más exhaustivo; pues el nuestro, será un intento a modo de plataforma para futuras investigaciones. Nuestra posición parte de la propuesta de autores como Alberto Melucci y Alain Tourain en relación a dos ejes; por un lado la cuestión de cómo se construye la ‘acción colectiva’, en tanto que construcción social y por otro lado qué similitudes y diferencias giran en torno a los términos: «Movimientos Sociales» y «Nuevos Movimientos Sociales», desde las nuevas perspectivas del sujeto como constructor de identidad. Nuestro análisis tomará entonces como punto de partida las dos orientaciones tradicionales de los fenómenos colectivos, para visualizar el lugar que ocupa el ‘actor social’ como engranaje de lo que luego constituirá la ‘acción colectiva’. Tales orientaciones son: la psicología de masa y la sociología del comportamiento colectivo. La primera acentúa los factores de imitación, irracionalidad, contagio o sugestión, y la segunda, abarca la ‘acción colectiva’ en tanto respuesta reactiva a la crisis o desorden del sistema social. En tal sentido, coincidimos con la crítica de Alberto Melucci a estas orientaciones, entendiendo que las mismas tienden a analizar la ‘acción colectiva’ como ‘acción

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sin actor’, esto es, la suma sin conexión de acciones individuales, como así también al ‘actor sin acción’, lo que implica fundamentos objetivos del fenómeno observando la estructura social de manera que la acción se deduce del análisis de las condiciones sociales que los actores parecen tener en común. La cual, según Melucci no resuelve el planto Marciano de «cómo pasar de la clase en sí a la clase para sí, de las condiciones de clase a la acción de clase» (Melucci, 1990). Con lo cual podemos observar aquí que tales orientaciones comparten desde la perspectiva del autor, dos enunciados epistemológicos. El primero, aborda la ‘acción colectiva’ y el ‘actor social’ en tanto que, dato empírico unitario, adquiriendo de dicho fenómeno consistencia «ontológica», ya que la realidad colectiva se asume como unidad. Este primer enunciado incluye el segundo enunciado, ya que se vincula estrechamente con el proceso de cosificación del fenómeno ‘colectivo’, asumiendo la consistencia de dicho fenómeno en la implicancia de la ‘acción colectiva’ en términos de «algo dado», reduciendo de este modo la posibilidad de una mayor investigación. Es a partir de aquí donde se centra nuestro interés en el análisis; pues posiblemente sea este el punto de fragilidad a la hora del abordaje de dichos fenómenos, pues, al considerar las bases y los alcances de la percepción epistemológica tradicional, desde un perspectiva «ontológica», es decir en tanto que, dato empírico unitario, surgiría en una primera instancia la fragilidad de dichos enunciados al momento de aplicarlos a los fenómenos sociales. La debilidad de tales enunciados nos invita a profundizar en la revisión acerca de las estructuras cognoscitivas y los sistemas de relaciones necesarios para la acción. Entendemos, entonces, que lo que debe ser explicado en muchos de los análisis de la ‘acción colectiva’ es, la categoría de este ‘actor’ que tiende a ser unificado en tanto que objeto de análisis. Si los fenómenos sociales colectivos tienden a una perspectiva epistemológica unitaria, es decir, «ontológica», nos mueve a revisar en qué términos se aborda el concepto clave, concepto de ‘actor social’ y en qué categoría se enmarca la identidad de este actor que constituirá la acción colectiva, que lo inscribe en tal registro de análisis. Y tal vez, lo que resulta una obviedad, no lo sea a la hora de volver sobre algunos supuestos básicos de las Ciencias Sociales, en busca de esclarecer la dinámica actual de la realidad, esto es, revisar algunas categorías de análisis para aproximarnos, tal vez a la necesidad de establecer nuevas categorías epistemológicas, que conducirían a la crítica de la concepción de identidad, desde donde se construye la plataforma de la Modernidad. Para que exista la acción primero tiene que existir un actor, dicho actor, ¿desde dónde será abordado?; ¿cómo se presenta la identidad en el mismo?, para luego entenderlo en términos sociales: ¿cuáles son los procesos y relaciones a través de los cuales los individuos se implican en la acción colectiva? Comencemos por el principio; realicemos un breve recorrido por el concepto de Identidad. Ha sido común en gran parte de la tradición filosófica considerar que el fundamento del principio lógico de identidad se encuentra en el principio ontológico, o bien

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que ambos son aspectos de una misma concepción; aquella propuesta por Parménides hace 2.500 años, la cual indica que, siempre que se habla de lo real, se habla de lo idéntico, la idea de Identidad parece ser entonces, el resultado de una cierta tendencia de la razón, razón identificadora tan preciada en la historia de la filosofía. Con lo cual, la identidad sería aquella inevitable tendencia de la razón a reducir lo real a lo idéntico, sacrificar la multiplicidad a la identidad con vistas a una explicación. Siguiendo con nuestro recorrido Aristóteles, cuando trató la cuestión de definir la identidad, observa que dicha noción se da en varias formas: «una unidad de ser», unidad de una multiplicidad de seres o unidad de un solo ser tratado como múltiple (Aristóteles, Metafísica). En resumidas cuentas, no realizaremos aquí un tratado histórico-filosófico acerca del término sino solamente indicar que el racionalismo se ha inclinado a pensar que la noción ontológica o metafísica de identidad tiene una forma lógica, y que el principio lógico de identidad tiene alcance ontológico. Tal posición fue duramente atacada por Hume, esto se ve reflejado especialmente en la crítica que el filósofo realiza a los que pretenden que hay un «yo», que es sustancia, y es idéntico a sí mismo. Hume consideró que el problema de la identidad personal es insoluble, y se contentó con la relativa persistencia de semejanza, contigüidad y causalidad de las ideas. Avanzando en el tiempo la filosofía contemporánea ha examinado el problema de la identidad de diferentes modos. Heidegger en «Identidad y Diferencia», indica que la fórmula A=A se refiere a una igualdad, pero no dice que A sea como «lo mismo». A la igualdad, entonces no podemos representarla como mera unicidad. Tal vez este breve recorrido de fundamento a la posibilidad de captación de una identidad sustancial que nos constituye como sujetos epistemológicos posibles o no de análisis; de allí la imposibilidad de captar los procesos generados por los sujetos en relación al dinamismo permanente de los mismos. Creemos que esta manera de abordar la constitución de los sujetos desde una perspectiva ontológica heredada de la tradición no nos permite pensar los cuerpos, la sociedad, la historia y la verdad (categorías éstas fundamentales para el fenómeno que nos ocupa) en tanto que proceso, es decir, como un algo que está siendo construído y deconstruído en el ámbito de las relaciones sociales. Pues, desde esta perspectiva, los ‘actores sociales’ no son cosas, no son substratos, es decir, no son sustancias con una esencia pre-dada que se autodesarrolla, sino más bien, que el «ser» de los mismos se construye en relaciones «entre» hombres y cosas. En tal sentido, entendemos relaciones de «poderes», puesto que tampoco el poder es sustancia, ya que el mismo no es de carácter estático, sino que atraviesa el todo de las relaciones sociales. Desde esta concepción foucoltiana de la construcción del sujeto podemos sostener que los «actores sociales», así como la identidad de los mismos no tienen una esencia preexistente, sino que son constituidos en relación a las diferentes prácticas sociales que asumen.

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Por lo tanto sería interesante replantearnos y repensar a cerca del conocimiento mismo en términos de construcción social, es decir, que la verdad o la realidad misma sea parte de tal construcción de identidades que se actualizan y reactualizan en las prácticas de la vida cotidiana. Con lo cual los enunciados que instalan al actor social como unidad empírica unitaria no abarcaría en su totalidad la complejidad de las acciones colectivas, como así tampoco la realidad de los actores sociales, pues las prácticas sociales, parafraseando a Foucault, pueden llegar a engendrar dominios de saber que no sólo hacen que aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino que hacen nacer, además formas totalmente nuevas de sujetos y sujetos de conocimiento. En tal sentido, la «acción colectiva» resulta construida mediante representaciones en torno de lo que hay que ser, hacer y tener, para ser reconocido en la propia identidad, para ser reconocido ante la mirada del otro y por ende el «nosotros» del «ser». Lo que queremos mostrar con esto es que, no son las representaciones mentales en tanto que estáticas, las que generan las prácticas sociales colectivas, sino a la inversa, es decir, no es el pensamiento el que determina el gesto. De allí la importancia de cuestionar la posición del «actor social» desde una perspectiva identitaria. Es necesario entonces, tener en cuenta el proceso y el resultado de la acción colectiva, ya que el resultado de tal proceso puede de algún modo ser observado como unidad empírica, pero siempre desde una perspectiva dialéctica en relación actor social-realidad. Lo que nos conduce a tomar la ‘acción colectiva’ en tanto ‘unidad empírica, como un dato inicial, en el sentido de punto de partida y no como resultado, ya que los individuos que actúan colectivamente construyen y definen su acción en el campo de posibilidades y límites que perciben de manera cognitiva con el fin de poner en marcha relaciones que permitan una carga de sentido a ese «estar juntos». Así los actores «producen» la acción colectiva porque son capaces de definirse a sí mismos y definir sus relaciones con el ambiente, de este modo se construye una forma de estar en el mundo mediante la formación de un nosotros atravesado por un sistema de acción multipolar. Con lo cual dicha manera de estar en el mundo está en continuo funcionamiento en tanto que acción colectiva. Dicha construcción colectiva deberá entonces, ser abordada reconstructivamente mediante una pluralidad de dimensiones analíticas, pues no estamos hablando de una sumatoria de individuos, sino de sujetos que se construyen compartiendo un mismo tiempo y espacio, como así también comportamientos comunes dotados de un sentido de colectividad mediante la reconstrucción de prácticas que trascienden los reduccionismos políticos e ideológicos, sino más bien reconstruyendo una nueva forma de ser y hacer en el mundo. Teniendo en cuenta lo hasta aquí desarrollado, la problemática epistemológica a cerca del abordaje del «actor social» dentro de la «acción colectiva», pone en cuestión el tema de los «Nuevos Movimientos Sociales», en tanto que categoría diferente de lo que en su momento fueron los «Movimientos Sociales»; ya que el paradigma clásico en relación a dichos actores y la acción colectiva colocaba el acento en la dimensión estructural, es decir en base al predominio de la estructura sobre el actor, constituyendo de este modo el principio de donde emergería la acción colectiva.

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Tal paradigma parece no dar respuesta a la realidad actual, ya que presenciamos en nuestros tiempos profundas transformaciones, ya sean estructurales, como culturales que nos enfrentan a un modelo societal diferente que renueva permanentemente tanto a los actores sociales como a sus formas de acción colectivas. Esto nos conduce a pensar en una primera instancia que el término «Nuevo Movimiento Social», a fin de no caer en equívocos debería ser reemplazado de manera enunciativa, para brindar claridad sobre los nuevos fenómenos sociales colectivos, en procura de una redefinición que permita dar especificidad a los contenidos teóricoprácticos que abordan esta nueva problemática, permitiendo deslindar pertinentemente el paradigma clásico de lo que fueran los «Movimientos Sociales» de las nuevas maneras de ser de los «Nuevos Movimientos Sociales». Y en una segunda instancia, ir más allá del determinismo estructural de tipo universal, y superar la visión escencialista y abstracta, de cultura, política y sociedad. Como se puede evidenciar, un nuevo paradigma de análisis de las acciones colectivas aparece con el enfoque analítico de los nuevos movimientos sociales. Evidentemente el carácter novedoso de estos movimientos será definido en contraposición a los movimientos sociales tradicionales, tales como el movimiento obrero. La originalidad de estas acciones colectivas debe subrayarse en por lo menos tres aspectos: 1) En los actores sociales considerados la base social de los nuevos movimientos. 2) En el contexto social del cual surgen estos movimientos sociales, originado por las modificaciones que ha sufrido la sociedad moderna con respecto al Estado de Bienestar (contexto social en el que se desarrolló el movimiento obrero). 3) En los objetivos que persiguen estos movimientos que, de manera general, parecen ser orientados menos hacia la obtención de bienes materiales y más hacia metas culturales. Alain Touraine (1997), con respecto a esto sostiene que los nuevos movimientos sociales no apuntan directamente al sistema político, más bien intentan constituir una identidad que les permita actuar sobre sí mismos (producirse a sí mismos) y sobre la sociedad (producir la sociedad) (Touraine, 1997). Esto significa que la búsqueda de identidad, tan característica dichos movimientos, implica que la meta principal de éstos sea la de dotar de un sentido a las relaciones sociales que forman la sociedad, de ahí la importancia de las dimensiones simbólicas de los nuevos movimientos sociales. Por su parte, Alberto Melucci (1996) construye su análisis a partir de una crítica de las diversas teorías que se han elaborado acerca de las acciones colectivas. En su opinión ellas adolecen de la capacidad de explicar los fenómenos de la sociedad contemporánea, la cual es una sociedad compleja en la que los movimientos sociales desplazan sus objetivos de lo político hacia las necesidades de autorrealización de los actores en su vida cotidiana. Desde el punto de vista de este autor, lo que caracteriza a las sociedades complejas es

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la existencia de nuevas prácticas y tipos de acción en donde el manejo de información es central para su estructuración. El dominio en las sociedades complejas descansa en un constante flujo de información. La acción colectiva se ubica en el ámbito cultural y en un mundo regido por el dominio de la información, los movimientos sociales tienden a cumplir la función de signos que tornan visible la existencia de problemas en ciertas áreas de la sociedad y cuestionan los códigos simbólicos dominantes introduciendo nuevos significados sociales (Melucci, 1996). De ahí que los nuevos movimientos sociales puedan convertirse en significados alternativos a los códigos simbólicos dominantes. De todas maneras, hay que tener en cuenta que la originalidad de conceptos como el de nuevos movimientos sociales se localiza tanto en el hecho de que dan cuenta del nacimiento de nuevos fenómenos y sujetos sociales, como en el hecho de que plantean una crítica al marxismo reduccionista, que tiende a analizar los conflictos exclusivamente en relación con los intereses de clases e identidades de clases. Los teóricos dedicados a su estudio destacan la novedad de estos movimientos en contraste con los del socialismo clásico y los ubican en el campo de la sociedad civil más que en el de las relaciones de propiedad. La teoría de los nuevos movimientos sociales surge como una respuesta ante la incapacidad del marxismo tradicional para explicar la naturaleza de acciones colectivas tales como la del movimiento estudiantil del sesenta y ocho (Mayo Francés). De acuerdo con el marxismo la única acción política significativa es aquella que surge de la lógica de la base económica, es decir de las relaciones de producción capitalistas en donde se generan las contradicciones de clases antagónicas. Como consecuencia de la tesis anterior, se sostiene que las únicas identidades políticas significativas son aquéllas que se forman a partir de las relaciones de producción capitalistas, es decir, las identidades de clases surgidas entre proletarios y burgueses. Ante las limitaciones de esta premisa, los teóricos de los nuevos movimientos sociales responden con dos criterios analíticos. La acción colectiva puede surgir a partir de una lógica distinta a la de la estructura económica: por ejemplo la política, la cultural, la de las relaciones étnicas, la de las relaciones entre géneros o la de las relaciones con la naturaleza. En consecuencia, las fuentes de identidad colectiva se pueden formar sobre una base diferente a la de pertenencia de clase. De ahí la importancia que los teóricos de los nuevos movimientos sociales le atribuyen a aspectos tales como: (a) la acción simbólica en la esfera cultural con respecto a la acción instrumental en la esfera política; (b) a los procesos y estrategias dirigidas a promover la autonomía de los actores, en relación con las estrategias dirigidas a maximizar el poder del movimiento social; (c) a un cambio de valores que sustituyen la orientación de los actores desde los recursos materiales; (d) a las identidades colectivas observadas como el resultado de procesos de construcción, en lugar de considerar que los actores colectivos y sus intereses se determinan estructuralmente (Giménez, 1994). Lo importante de ambos sociólogos (Touraine y Melucci) es que para ellos los nuevos movimientos sociales deben ser analizados como generadores de nuevas identidades y estilos de vida. Con la categoría de nuevo movimiento social intentamos describir y analizar al conjunto de redes de interacción informales establecidas por una pluralidad de individuos, grupos y organizaciones, involucrados en torno a conflictos culturales o políticos, sobre la base de identidades colectivas compartidas (Diani, 1992).

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A las características señaladas podemos agregar otras que distinguen a los nuevos movimientos sociales de los movimientos tradicionales de la sociedad industrial. En principio, sus metas se encuentran orientadas a los temas de la calidad de vida y la defensa de estilos de vida particulares, más que a la redistribución económica de los recursos. De ahí que los valores que enarbolan los nuevos movimientos sociales se vinculen estrechamente con la defensa de identidades particulares. A diferencia de los movimientos industriales, los nuevos movimientos construyen estrategias de acción en las que prefieren actuar al margen de los canales políticos normales e institucionalizados, movilizando a la opinión pública (existen algunos movimientos sociales que se han institucionalizado integrándose al sistema de partidos, tal y como lo es el caso de los movimientos verdes en Europa). De manera frecuente se expresan en manifestaciones dramáticas en las que recurren a representaciones simbólicas. Como estructura organizativa, los nuevos movimientos sociales tienden a asumir una postura antiinstitucional y antiburocrática, evitando así los riesgos de jerarquización frecuentes en los movimientos sociales del capitalismo industrial. En vista de lo anterior, los nuevos movimientos sociales se caracterizan ante todo por ser movimientos identitarios, es decir, fundados en la construcción simbólica de identidades. Los estudiosos de los movimientos sociales han analizado particularmente aquellos movimientos orientados estratégicamente, es decir aquéllos que persiguen objetivos políticos tales como el incidir sobre el aparato político, y en los cuales la acción colectiva es vista de manera instrumental, como un medio para conseguir ciertos objetivos. En cambio, se han analizado poco los movimientos identitarios, que son aquéllos para los cuales la misma acción colectiva se convierte en la realización de una finalidad: mantener y expresar una identidad. De ahí que también se designen como acciones expresivas y dramáticas las formas de acción colectiva que asumen. Nuestro punto de vista radica en que el estudio de los nuevos movimientos sociales debe combinar el análisis de ambas dimensiones. En los procesos de acciones colectivas la identidad se convierte en una meta para lograr fuerza en el movimiento. La identidad como meta significa que la acción colectiva está orientada a desafiar identidades que han sido estigmatizadas, o bien a destruir identidades establecidas (y con ello los valores culturales que las sustentan). De esta manera la identidad se despliega adquiriendo una dimensión estratégica. Fredrik Barth (1978) ofrece un modelo que permite concebir a las identidades sociales como un fenómeno fluido y sujeto a una permanente negociación. Las identidades se encuentran y negocian en sus fronteras; de manera que la identidad de un grupo se construye a través de la constitución de la frontera del grupo en su interacción con otros grupos. Así pues, las fronteras son permeables y la identidad se configura a través de las transacciones que ocurren en las fronteras (Barth, 1978). Nuestro punto de vista es el del análisis de la identidad como un proceso de construcción de la concepción que tienen los actores sociales respecto al lugar que ocupan en un determinado campo social. Para la sociología, la identidad colectiva se configura en una pluralidad de individuos que se ven a sí mismos como similares o que tiene conductas similares. La identidad de grupo es el producto de una definición colectiva interna. Pero al mismo

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tiempo que se crea una identidad de grupo se crea un proceso de identificación de los que no pertenecen al grupo. La identidad colectiva es una autodefinición compartida de un grupo derivada de intereses, experiencias y solidaridad común. Los individuos se identifican como parte de un grupo cuando alguna característica que poseen en común con otros actores es definida como importante y sobresaliente; es decir, un grupo adquiere una identidad colectiva mediante esquemas cognitivos que definen sus metas, medios y el ambiente en el que se desarrolla el grupo. En este proceso de construcción de la identidad, los grupos establecen fronteras que demarcan territorios sociales entre los distintos grupos. Estas fronteras se crean poniendo en relieve las diferencias entre el mundo propio y el ajeno. Normalmente son los grupos sociales dominantes los que crean fronteras que los distinguen de los grupos dominados. No obstante, en respuesta, los grupos subalternos empiezan a construir sus propias fronteras, oponiéndose a las categorías con que la clase dominante los ha estigmatizado. La construcción de una identidad entre los grupos dominados conduce a la tendencia a distanciarse de los valores y estructuras de significado de la cultura dominante, afirmando valores y estructuras alternativas.

Reflexiones Finales Como consecuencia de lo desarrollado hasta aquí, podríamos decir que, si algo es claro, es el hecho de que se ha producido una transformación en los principios de la acción tanto individual como colectiva y es evidente un corrimiento de cuestiones que podían ser comprendidas a nivel político-ideológico en favor de nuevas conquistas de orden ético-cultural, es decir, la conquista de una «nueva manera de habitar este mundo», pues los temas que hoy se instalan para la reflexión de la acción colectiva se refieren a la vida cotidiana, a las relaciones interpersonales, logros personales y de grupo, es decir, temas propios del «mundo de la vida». De modo que, cualquier abordaje ontologisante, ya sea a nivel de la constitución del «actor social» en tanto individuo, tanto la «acción colectiva» como algo emergente de las estructuras clásicas, serán categorías insuficientes para abordar a este nuevo sujeto que se jerge sobre toda oposición o antagonismo -como sucedía con las clásicas luchas de clases- propendiendo a la cooperación, a la configuración de nuevos y diversos modos de subjetividad, orientados entre otras cosas, hacia demandas de inclusión y búsqueda de sentido. Con respecto al planteamiento de los teóricos de los nuevos movimientos sociales, está centrado en la crítica hacia la premisa marxista de la existencia de un sujeto histórico central quien es el que realiza la lucha anticapitalista. Esta concepción se basa en la existencia de una lógica de las relaciones sociales fundada en la estructura económica que dotaba de sentido las conductas de los actores sociales en los demás campos de actividad. En consecuencia, el actor social fundamental se ubicaba únicamente en la esfera de la producción. Los teóricos de los nuevos movimientos crean un paradigma que toma como punto de partida el hecho de que la sociedad capitalista contemporánea da lugar a la autonomía de los distintos campos de actividad social, en el sentido de que la lógica propia de un campo no actúa de manera directa y determinante sobre otro campo de actividad social. Cada campo social conserva una lógica autónoma. Esta característica da inicio a una creciente politización de lo social y a una multiplicación de los conflictos sociales, al igual que de los campos de

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actividad social autónomos (en la medida en que los conflictos no pueden reducirse a una causa única y se desarrollan en el interior de los campos en los que aparecen). Partiendo de esta premisa, en las sociedades capitalistas contemporáneas no existe un sujeto único sino una multiplicidad de sujetos colectivos. La pesquisa sobre los movimientos sociales contemporáneos tiene que hacer frente a la novedad que éstos presentan con respecto a otros tipos históricos de acción colectiva. De acuerdo con Melucci, la característica más sobresaliente es el cambio de su terreno de acción: del terreno más propiamente político al terreno cultural. Existe un tipo de movimiento social orientado a la acción política cuyas metas apuntan a modificar la sociedad, intentando lograr ciertas modificaciones en relación con el ejercicio del poder político a través de acciones instrumentales. Por otro lado, existe un tipo de movimiento social cuyas actividades se desarrollan en el terreno cultural y buscan cambiar la mentalidad y el comportamiento de los individuos. El sentido de la frase: los movimientos sociales contemporáneos tienen una orientación más cultural que política, nos indica que la orientación cultural de los movimientos sociales contemporáneos, por las características de las sociedades complejas, tiende a presentarse como un desafío político. Cuando hacemos referencia a las dimensiones culturales enfatizamos los procesos en los que los actores sociales construyen los significados mediante los cuales intervienen en las relaciones sociales. El término de identidad colectiva en el estudio de los movimientos sociales trata de interrogar sobre los aspectos procesuales mediante los cuales llega a constituirse un movimiento social y su permanencia en el tiempo. Así también, la reflexión sobre los movimientos sociales contemporáneos debe estar vinculada con el contexto social del que emergen, es decir, debe ir acompañada de un intento por establecer las características de las sociedades complejas de las cuales surgen, o bien, contestar el interrogante: ¿a qué problemas estructurales responden estos movimientos sociales contemporáneos?

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Sobre interculturalidad... Jesica Díaz y Juan M. Testa Universidad Nacional de Río Cuarto Contacto: [email protected][email protected]

La siguiente presentación pretende mostrar líneas argumentativas sobre cuestiones que atañen a la realidad de las Comunidades Mapuce de la región del Lago Lacar en la Provincia de Neuquén. Con respecto a nuestra instancia de trabajo de campo propiamente dicha, la misma se realizó en diferentes instancias exploratorias. El presente de dichas comunidades, exhibe una diferencia con respecto a lo observado en los anteriores momentos de estudio, realizados los años 2004 y 2005, en el último «Viaje de Estudios al Mundo Mapuce» observamos que la preocupación de nuestros interlocutores era cómo llevar a cabo lo pensado, cómo poner en práctica la interculturalidad más allá de los límites que la escuela presenta. Trataremos, entonces de descifrar los trasfondos que presenta la «Interculturalidad» en pos de desentramar el punto preciso donde convergen estructura (sobredeterminación) é Historia (acontecimiento), teoría y práctica (Rocchietti, 2000:105). Para lograr nuestro objetivo principal nos remitiremos a las notas de campo recabadas en dicha situación desarrollada en el mes de octubre del año 2006 en el Paraje Paila Menuco de la Provincia de Neuquén; relacionando esta información con aportes teóricos específicos en pos de dar respuestas a esta compleja situación.

Observaciones, escuchas y reflexiones teóricas sobre interculturalidad Desde hace dos décadas atrás se constata en Sudamérica, y específicamente en Argentina una ola creciente de colectivos sociales, impensados hasta el momento, que comienzan, paulatinamente a pugnar por sus derechos. Entre ellos los pueblos originarios, que desde el Simposio de Barbados intentan revertir situaciones estigmáticas que devinieron en la consolidación de una conciencia negativa y defensiva que pesó sobre ellos hasta comienzos de la década de los setenta. Lograr invertir la lógica, es decir, consolidar su principal arma de lucha basándose en las situaciones de coloniaje fue su principal tarea y en la actualidad su principal bandera de lucha reivindicatoria. En los últimos tres años, hemos observado en diferentes Comunidades Mapuce,

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como así también en la Ruca de la Confederación Neuquina -órgano político que nuclea o debería hacerlo- todos los reclamos del mencionado pueblo, una diferenciación en los objetivos propuestos en cada año; en la actualidad la lucha se plantea desde los conceptual/ legal, específicamente el debate se centra en la denominación que desde la sociedad envolvente se les otorga, en efecto la diferencia de significado legal que tiene «etnia» o «pueblo originario», pero encontramos una especial atención en la concepción de interculturalidad, basando sus argumentos en que dicho derecho se encuentra en el artículo 75 de la Constitución Nacional. Reclamo válido ya que «desde 1985 que se sanciona la Ley Nacional N° 23.302 de «Política Indígena y Apoyo a las Comunidades Aborígenes» se puso la atención en las problemáticas de tierra, salud, educación, entre otras, en 1994, la Reforma de la Constitución Nacional introdujo el Artículo 75 que, en el inciso 17, reconoce la preexistencia de los pueblos originarios, garantiza el respeto a su identidad y concedo como uno de los derechos primordiales la educación bilingüe e intercultural» (Ibáñez Caselli, 2003:71-72).

La reflexión sobre la «interculturalidad» excede lo meramente conceptual ya que encierra una multiplicidad de variables más allá de las culturales: políticas, territoriales, económicas, de soberanía, etc. En efecto la relación intercultural es más que suavizar la fricción «interétnica», un respeto entre diferentes culturas, un diálogo armonioso de quienes son parte de la cultura «verdadera» y aquellos pertenecientes a subculturas producto la primera. La complejidad que este debate encierra nos obliga a pensar en la posibilidad de llevar a cabo una práctica intercultural plena, en la cual, los portadores de la cultura entendida como verdadera estén en paridad de condiciones con aquellos a los cuales se atribuyen prácticas culturales de menor envergadura, es decir, la otredad se vuelva una nos-otredad, lo que sería igual a la no existencia de otro cultural en condiciones desfavorables, en conclusión, a revertir las condiciones clásicas de explotación propuestas por el capitalismo, una otredad en situaciones de abnegación de la cual obtener la mano de obra para el funcionamiento del sistema productivo. Habría que pensar entonces, parafraseando a Sartre (1965:10) «si vemos en ese hombre que viene hacia nosotros, un alemán, un chino, un judío o, primeramente, un hombre. Y al decidir lo que es él, se decide lo que es uno». La transformación de los Estados nacionales, llevada a cabo a mediados de la década de los noventa, engendra nuevas formas de gobernabilidad y legitimidad nacional como así también nuevas maneras de interrelación entre lo cultural y lo político. Los Estados no asumen la asimilación como lo hicieran en otros períodos de la historia, en efecto no intentan forjar una identidad nacional negando a sus minorías o discriminándolas. Ahora, se reconoce a la población indígena como algo constitutivo de la nación, aceptando la existencia de sus derechos colectivos; los Estados se reconocen como multiétnicos, pluriculturales y multilingües. Asegurando a estos pobladores originarios, una educación de característica bilingüe e intercultural (Sichra y López, 2003:19-20). En palabras de Gonzáles Cassanova (2006:411-412), la construcción de un estado multiétnico se vinculó a la construcción de un mundo hecho de muchos mundos que tendría como protagonistas a los pueblos, los trabajadores y los ciudadanos.

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Dicha aceptación se da en el marco no sólo de una transformación estatal, sino de una transformación internacional, con esto queremos decir, que la caída del modernismo como paradigma mundial arrastra consigo a la figura del Estado como monopolizador de la cultura de una nación, como uniformador cultural; lo que no quiere decir que dicho proceso haya cambiado las condiciones monopólicas de la cultura, sino que cambió las manos en las cuales se aloja la capacidad de homogeneizar; es ahora el mercado, que prescinde del Estado, quien marca los parámetros con los cuales decidir qué práctica cultural es más o menos verdadera que otra. De manera ilustrativa, cabe mencionar cómo el componente unificador del proceso mencionado se manifiesta con claridad en aspectos tan diversos como la forma de vestir, los criterios que definen lo que es musical y aceptable, la alimentación, la imposición paulatina de una lengua sobre las demás, el consumismo, etc. (Gottret, 2003:56-57). El mercado crea entonces, no sólo una subcultura basada en las tradicionales diferenciaciones en cuanto a credos, a cómo entender el mundo, a prácticas específicas, como se realizara en el viejo modelo estatal; sino que agrega una subcultura que se basa en la imposibilidad de consumir lo ofrecido, diremos entonces, que el mercado crea una «subcultura del consumo» basada, al igual que en el modelo anterior en la desposesión de los medios de producción, la falta de igualdad en la distribución del ingreso y el racismo. Es entonces, en el enmascaramiento producto de la aceptación en el plano del derecho de las comunidades preexistentes, dado en el marco de la Reforma Constitucional de 1994 donde se encuentra el centro de la problemática, ya que «aceptación y respeto» no es igual a práctica intercultural, ni mucho menos aún a reconfigurar el mapa de verdades que genera la cultura. Aceptación, no es tampoco, distribución de riquezas y socialización de los medios de producción. Es entonces solamente, la consolidación de falsas condiciones de igualdad para aquellos que la reclaman desde hace ya un tiempo. Retomando nuevamente a Sartre (1965:34) «Uno de los fundamentos del racismo es compensar la universalidad latente del liberalismo burgués: ya que todos los hombres tienen los mismos derechos, se hará del argelino un subhombre».

Diremos entonces que la situación no ha cambiado en nada, las voces de los desposeídos siguen haciéndose escuchar reclamando por lo que les corresponde, y la propuesta intercultural planteada por el Estado, no es más que una asimilación disimulada de los «pueblos originarios» al circuito económico, ya que «los colonizados en el interior de un Estado nación pertenecen a una «raza» distinta a la que domina en el gobierno nacional, que es considerada «inferior» o, a lo sumo, es convertida en un símbolo «liberador» que forma parte de la demagogia estatal; la mayoría de los colonizados pertenecen a una cultura distinta y habla una lengua distinta de la nacional. Si, como afirma Marx, «un país se enriquece a expensas de otro país» al igual que «una clase se enriquece a expensas de otra clase» en muchos estados- nación que provienen de la conquista de territorios llámense Imperios o repúblicas, a esas dos formas de enriquecimiento se añaden las del colonialismo interno» (Gonzáles Cassanova, 2006: 410).

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En síntesis, la categoría de subhombre utilizado por Sartre en 1965 para dar cuenta de la situación de descolonización africana, es perfectamente extrapolable para dar explicación a la actualidad del reclamo del Pueblo Mapuce, debido a que la aceptación en el marco de la Ley Suprema no genera igualdad de condiciones de humanidad ya que la misma se presenta en primer lugar, como un derecho compensatorio y en segundo como creador de falsas condiciones de igualdad educativa en un contexto que no pretende disminuir la distancia de la «otredad». En lo que respecta específicamente al caso de la comunidad Paila Menuco la interculturalidad, o la materialización de la misma se produce en el plano educativo denominada por la legislación oficial como Educación Intercultural Bilingüe ó Educación Bilingüe Intercultural (EBI) que en dicho paraje se da en la Escuela de Puente Blanco. La práctica educacional bilingüe e intercultural, se realiza a partir de la relación entre los contenidos básicos comunes enviados desde la Provincia de Neuquén que los maestros, muchos de procedencia local, aggiornan en su práctica, para poder llevar a cabo el tipo de educación anhelada; ellos, cada mañana, enarbolan la bandera argentina conjuntamente con la enseña que representa a su «nacionalidad», realizan las esteras correspondientes a determinados acontecimientos de manera bilingüe, pero por sobre todo recuperan, desde lo lúdico parte de su identidad perdida hasta entonces, es decir recuperan los juegos que fueron tradicionales a su comunidad, uno de ellos, el «palin» que es un tipo de deporte de conjunto que consiste en hacer goles en una zona del equipo contrincante golpeando una pelotita con elementos similares a bastones (similitud con el hockey). Esta situación encierra grandes contradicciones, la primera: que los contenidos básicos comunes son pensados desde el marco de una cultura, la hegemónica, para ser aplicados en prácticas interculturales; segundo: que la práctica educativa es siempre una práctica de reproducción cultural de dos tipos, uno de ellos reproducción en este caso, de la cultura nacional argentina, respetando cronogramas oficiales enviados por el Estado provincial, el otro, es la reproducción de las condiciones de precariedad, ya que incorporar este tipo de educación a partir de instituciones públicas, no acaba más, por ser una reproducción de las malas condiciones de vida en la que se encuentran estas comunidades; es decir, la práctica de la Educación Intercultural Bilingüe, planificada por el INAI, que tenía como objetivo principal «enriquecer al alumno con el desarrollo de su lengua y el aprendizaje del castellano como vehículo de comunicación con la sociedad hegemónica. A la característica aditiva en lo lingüístico se suma el pluralismo cultural que se busca fortalecer». (…) «En tanto, estrategia pedagógica, la educación intercultural bilingüe es un recurso para construir una pedagogía diferente y significativa en sociedades pluriculturales y multilingües. Respecto a su enfoque metodológico, la educación intercultural bilingüe enfatiza la necesidad de repensar la relación conocimiento, lengua y cultura en el aula y en la comunidad para considerar los valores, saberes, conocimientos, lenguas y otras expresiones culturales como recursos: que no sólo respete la diversidad sino que asegure una igualdad de oportunidades para esos mundos postergados, ignorados y expoliados en nombre de la libertad de mercado, nada tiene que ver con el caso explicitado» (Sichra y López, 2003:22-23).

Sincretismo pictórico o aceptación intercultural En cuanto a qué entienden o que podemos vislumbrar de la concepción de los

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Mapuce -que habitan esta comunidad- sobre «interculturalidad», hallamos plasmado en una de las paredes de la institución educativa, un mural muy ilustrativo (imagen 1), en el cual convergen símbolos representativos de diferentes sistemas de creencias. En la parte superior se observa, la tierra, el sol y la luna; en el centro, como figura más destacada el símbolo del ying y yang, ubicado sobre un libro de color azul en el cual encontramos, en su página izquierda un cáliz derramando sangre sobre una fogata; en la parte inferior de la pintura hay dos manos entrelazadas sobre un río, y en perspectiva se plasma el horizonte con un sol naciente. En ambos márgenes, la pictografía presenta elementos de la cultura originaria aunque en el izquierdo, encontramos que los mismos, se ubican en cercanía de un ramo de laureles. Si desmembramos la pintura en pos de interpretar el mensaje, podemos encontrar relaciones entre el símbolo ying yang, cuya máxima de significado es, sintéticamente, «que todo lo bueno tiene algo malo y que todo lo malo tiene algo bueno» con el mito fundador del pueblo Mapuce en el cual dos serpientes -una buena y otra mala- que representan a su vez al agua y a la tierra terminan realizando algún acto que no sería propio a su naturaleza, es decir, la serpiente buena-agua, se derrama sobre la otra, representativa de la tierra, anegando a su par, mientras que la última, se pliega convirtiéndose en la Cordillera de los Andes salvaguardando a la población. En efecto, diremos que el agua, que en la cosmovisión Mapuce es un elemento vital en el cual los hombres y mujeres se reflejan, ya que la misma representa el fluir de la vida, tiene su aspecto negativo cuando produce efectos no deseados (inundaciones, ahogos, etc), mientras que la tierra, negativizada por la presencia de volcanes, es quien se convierte en redentora de la población. Prosiguiendo el acto interpretativo, las relaciones que podemos establecer entre la Biblia, el cáliz, la sangre y el fuego, se enmarcan en la expresión del sentimiento que estos sujetos tienen con respecto a la colonización y a la evangelización, que se representa pictográficamente con ambigüedad, ya que la Biblia se encuentra en un lugar central en cuya página derecha se vislumbran palabras de las cuales la que se contempla con mayor nitidez es «amén», mientras que en su página izquierda no encontramos texto sino la imagen del caliz y el fuego. La ambivalencia de la expresión se encuentra en el plano en el que se enfrentan pasado y presente, la «Conquista del Desierto» con la destrucción de su forma de vida originaria y el presente evangelizador, sitio en el cual muchos de los Mapuce encuentran asilo, consuelo, alivio y hasta salvación de algunos de sus problemas personales. Una vez desmembrado el centro, encontramos en los márgenes los elementos propios de su cosmovisión, dándole así conclusión a esta pintura. Vemos entonces el deseo de un futuro próspero y retomando la metáfora que inicio el análisis simbólico, todo lo que fue malo -conquista, evangelización, derramamiento de sangre, etc- en un nuevo amanecer debe concluir en un entrelazamiento de manos; saliendo así en un lugar de igualdad, respeto y reconocimiento, su cultura tradicional. Imagen 1

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Consideraciones finales La relación entre el Estado, los marcos legales y los pueblos originarios, forma parte de un debate político, porque la relación entre ellos, es una relación principalmente cambiante. Así, la interculturalidad queda expresada, en este presente, como el primer elemento utilizado por ambos en una lucha constante. En esta lucha compleja, el Estado juega un papel muy importante, ya que, al margen de haber sido desplazado por las burguesías en cuanto a su papel de homogeneizador cultural, aún representa los intereses de esta clase. Frente a esta situación, el reconocimiento de la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas en la Constitución Nacional, produjo una recuperación de la identidad étnica y una reivindicación de sus derechos al mismo tiempo que creó falsas condiciones de igualdad entre un nosotros y un «otro», todavía diferente, y no sólo eso, sino también desigual. En síntesis, pensar la posibilidad de poner en práctica la «interculturalidad» en el pleno sentido de la palabra, requiere más que acuñar el concepto, reflexionarlo y luchar por él, requiere un repensar de la forma de Estado y una lucha por la liberación más allá de legalidades.

Referencias Bibliográficas GONZÁLES CASANOVA, P. 2006 Colonialismo interno (una redefinición). En BORÓN, A. (comp.) 2006 La teoría marxista hoy: problemas y perspectivas. CLACSO. Buenos Aires, Argentina. IBÁÑEZ CASELLI, M. A. 2003 La educación intercultural bilingüe en Argentina: un desafío. En USCAMAYTA y CARVAJAL (edit.) Qinasay. Revista de Educación Intercultural Bilingüe. Año 1. Número 1. Cochabamba. GOTTRET, G. 2003 América Indígena versus globalización: el aporte de las culturas andinas. En USCAMAYTA y CARVAJAL (edit.) Qinasay. Revista de Educación Intercultural Bilingüe. Año 1. Número 1. Cochabamba, Bolivia. ROCHIETTI, A. 2000 La cultura como verdad: pobreza latinoamericana. Revista Herramienta, Nº 12. SARTRE, J.P. 1965 Colonialismo y neocolonialismo. Editorial Losada. Buenos Aires. SICHRA, I. y L. E. LÓPEZ. 2003 La educación en áreas indígenas de América Latina. En USCAMAYTA y CARVAJAL (edit.) Qinasay. Revista de Educación Intercultural Bilingüe. Año 1. Número 1. Cochabamba.

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Las demandas judiciales de los pueblos indígenas: «El caso Pulmari» Virginia Claudia Peña Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Buenos Aires Contacto: [email protected]

Introducción En este trabajo nos proponemos explorar a través de un caso paradigmático: «El caso Pulmarí» los conflictos que se presentan dentro de los organismos encargados de administrar justicia, ante las demandas judiciales de los Pueblos Indígenas, cuando éstos valiéndose de las últimas reformas constitucionales estatales comienzan a exigir que dichas reformas se tornen efectivas presentándose un conflicto de legalidades. Dentro de lo que constituye el caso «Pulmarí», se trata fundamentalmente de resolver la titularidad de un dominio de 110000 ha. Dónde según el criterio del pueblo indígena mapuche situado en el lugar, ese dominio le corresponde por derecho histórico y por derecho normativo. Las comunidades afectadas son seis: Catalán, Aigo, Currumil, Puel, Ñorquinco y Salazar. La Comisión Interestadual Pulmarí (de ahora en más CIP) fue conformada por decreto 1410187, ratificada por ley 23612, como la titular del dominio de esas 110000 ha., organismo constituido por el Estado Nacional y el Estado Provincial, «…como una entidad autárquica con capacidad de derecho público y privado, con un directorio integrado por cuatro representantes del Estado Nacional, uno por el Ministerio de Defensa, y uno por el Estado Mayor del Ejército, tres por el gobierno de la provincia de Neuquén, y uno por las comunidades indígenas mapuche, designado a propuesta de las comunidades» (Art.4)1

los que han integrado el patrimonio para su explotación con dos inmuebles, con el objeto de transformar la economìa regional con la incorporación productiva y el desarrollo social de las comunidades indígenas precedentemente citadas. Las tierras históricamente han sido usadas por las comunidades mapuche como

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campos de veranada e invernada de su ganado, mediante permisos solicitados al ejército argentino quién se hace cargo de la administración de los campos a partir de 1952 antes pertenecientes a un estanciero inglés. El 15 de mayo de 1995 miembros de las comunidades Aigo y Salazar, junto con representantes de la Confederación Mapuche Neuquina (de ahora en más COM) toman pacíficamente la sede de la CIP. El motivo detonante es la decisión oficial de otorgar convenios parciales y no comunitarios, -a firmar por separado- con cuatro de las comunidades, para entregarles campos de invernada que se venían reclamando. A esto se suma la toma de 4000 ha. en el potrero denominado Tierra Gaucha. El 25 de mayo concluye la toma pacífica de la CIP en Aluminé cuando el gobierno neuquino con la mediación del obispo Monseñor Radrezzani ante el gobernador neuquino Felipe Zapag, acuerdan con los mapuche que podrán usar para invernada de ganado menor las tierras ubicadas en los potreros de Chichería, Loleng y Piedra Gaucha. El acuerdo logrado con el gobierno provincial y la CIP no se realizó por escrito y vencido los plazos, las tierras no fueron entregadas a las comunidades. La CIP desconoce el acuerdo logrado, sigue entregando tierras a particulares, quiénes comienzan a alambrar sus terrenos. Comienza un proceso judicial dónde las familias mapuches son desalojadas con la figura de delito de usurpación de tierras en perjuicio de la CIP. Los indígenas son procesados. Un Juez intima a los indígenas a desalojar las tierras y llevarse todas sus pertenencias en un plazo perentorio y bajo apercibimiento de ser desalojados por la fuerza pública. Los indígenas apelan y pierden la apelación. Devueltas las actuaciones al juzgado federal de Zapala, el Sr. Defensor General de la Nación: Dr. Nicolás Becerra en el año 1996 asume la defensa del lonko Salazar y otros, conjuntamente con la Defensora Oficial en ese tribunal oral Federal interponiendo un Recurso de Casación dónde se expide a favor de los dirigentes dejando sentado un precedente fundamental a favor de los Derechos Indígenas. No obstante dicha presentación, la justicia falla en contra de los indígenas ratificando los cargos de usurpadores de tierras y hostigamiento. Los dirigentes de la Confederación Mapuche Neuquina recurren a diferentes organismos de derechos humanos solicitando adhesión y ayuda ante una respuesta del Estado Provincial considerada por ellos violatoria de su NOR FELEAL (Derecho Consuetudinario Mapuche) apoyado en el Derecho Humano Internacional y leyes y tratados internacionales que son ratificados por el Estado Nacional y contemplados en la última Reforma de la Constitución Nacional. Los organismos de Derechos Humanos, APDH de Neuquén los apoyan proveyéndoles asesoramiento y defensa jurídica. Por otro lado los mapuches recurren a la ayuda internacional; en el verano de 1997 un Comité de Observadores Internacionales recorre el lugar acompañados por el Sr. Pérez Esquivel y tras una intensa investigación dejan una serie de recomendaciones a la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación, pidiendo investigación y garantías de cumplimiento de los estatutos de la CIP. En la actualidad, el conflicto sigue vigente. Las familias mapuches siguen deman-

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dando sus derechos y el estado sigue otorgando concesiones de tierras a empresarios privados legitimando el despojo, criminalizando las protestas y desconociendo tratados internacionales ratificados por el Estado Argentino como el convenio 169 de la OIT, incorporado a nuestro derecho interno por ley 24.071.

Desarrollo En relación con los pueblos indígenas las políticas impulsadas por el Estado Nacional han sido claras a lo largo de la historia y se han visto plasmadas en su Derecho Constitucional. La Constitución de 1853 en el artículo 67 inciso 15 establecía en referencia a las atribuciones del Congreso: «Proveer a la seguridad de las fronteras; conservar el trato pacífico con los indios, y promover la conversión de ellos al catolicismo». De acuerdo con este artículo el criterio subyacente, tenía tres propósitos fundamentales: § El conservar un sistema tratadista que permitiera llevar una paz duradera con aquellos a los que se veía como un cuerpo distinto al proyecto nacional en curso. § El etnocidio, a través de la premisa de que los indios debían ser asimilados y reducidos por la Nación, a través de su conversión al catolicismo, principal forma de aculturación. § Por último se perseguía llevar seguridad a la frontera, línea móvil y compleja pero sin duda el límite entre el nosotros y el ellos. De acuerdo con éste criterio se lleva a cabo la Conquista del Desierto dando al tema de la seguridad de las fronteras (subyacente a ella está la lucha por la posesión de las tierras) una solución militar. Todo éste discurso asimilacionista siguiendo a Slavsky (1992) se mantuvo vigente hasta después de la última dictadura militar. A partir de l984, con el retorno de los gobiernos democráticos, entra en escena un nuevo discurso más pluralista; se sancionan diversas leyes nacionales y provinciales en relación con los Pueblos Originarios, proceso que desemboca en la Reforma Constitucional de 1994 dónde queda de manifiesto la decisión por parte del Estado Argentino de iniciar una nueva relación con los Pueblos Originarios basada en el respeto y el reconocimiento multicultural tal como lo manifiesta en el artículo 75 inciso 17: «Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural: reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que incondicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones».

De acuerdo con Laura Ramos:

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«Con la reforma de 1994 la República Argentina adhiere a la corriente reformista latinoamericana que incorpora a sus cartas fundamentales un nuevo modelo estatal; la democracia plural. En este sentido se autodefine como una nación pluriètnica y multicultural, reconociendo a los Pueblos Indígenas como interlocutores legítimos, a la vez que les garantiza relaciones interétnicas en paridad de condiciones».

En consecuencia, esta modificación de la Carta Constitucional implica el establecimiento de nuevas políticas por parte del Estado en relación con los Pueblos Originarios. Siguiendo la lectura de Laura Ramos el Estado-Nación tradicional identifica a su pueblo real, con aquél capaz de desarrollar una economía viable, una tecnología, una organización estatal y una fuerza militar y con ese fin sus administradores monopolizan y centralizan la regulación del orden social bajo su jurisdicción, a la vez que dicen representar a un pueblo culturalmente homogéneo, cuestión esta que queda garantizada con la construcción del ciudadano bajo la consigna suprema de la igualdad formal ante la ley y la doctrina de los derechos individuales en oposición a los derechos colectivos como opción única (Derecho positivo). Para los pueblos Originarios el plan es la integración, la negación o el exterminio. El modelo de Estado Plural requiere de una política que respete no sólo la convivencia de una pluralidad de pueblos y culturas bajo una misma jurisdicción estatal, sino que admita y promueva la descentralización relativa del poder público también. Tal descentralización implica, por un lado el resquebrajamiento del monopolio estatal de la violencia legítima (poder de castigar) y de la regulación de la totalidad de las relaciones sociales (poder disciplinador). Por otro lado, una redistribución del «poder decidir» sobre el destino del bien común. En consecuencia se requiere de una reforma del Estado que transite de un Estado homogeneizador, que monopoliza una visión unívoca de la realidad a un Estado Plural que considere todas las voces a la hora de tomar decisiones generales y que a la vez ceda parte del poder jurisdiccional central. El caso Pulmarí en relación al desarrollo precedente, adquiere suma relevancia por las circunstancias políticas y legales que se fueron desencadenando a lo largo del mismo, circunstancias que pusieron de manifiesto las tensiones que la última Reforma Constitucional despertó entre los funcionarios que tienen que llevar adelante las nuevas políticas que emanan de las nuevas legislaciones. Tensiones que desembocaron en un conflicto de legalidades entre la justicia federal que procesa a dirigentes mapuche bajo los cargos de usurpadores de tierras haciendo caso omiso de las últimas reformas legales y el Defensor General de la Nación quién asume él mismo la defensa del representante de la Confederación Mapuche Neuquina: el lonko Antonio Salazar y presenta un Recurso de Casación en relación al pronunciamiento del tribunal oral dejando sentado un precedente: «y el Derecho de los aborígenes es derecho positivo porque está en la Constitución Nacional» (Becerra, 1997). De acuerdo con Juan Carlos Radovich: «Evidentemente, la acción del Defensor Nacional constituyó un «leading case» dado que era la primera vez que se planteaba el reconocimiento de los derechos indígenas desde la reforma constitucional para un caso específico».

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Este suceso denota una quiebra entre las reformas judiciales que avalan la preexistencia cultural y étnica de los pueblos indígenas y su derecho a la autodeterminación y el accionar judicial ante situaciones reivindicativas concretas (poder disciplinador) por más que éstas se apoyan en leyes nacionales que a su vez ratifican leyes internacionales. En este caso es claro que los mapuche apelan a un derecho consuetudinario reconocido en la Carta Constitucional, (preexistencia étnica y cultural) que el Defensor reconoce y trata de instaurar la posibilidad de contemplar en la justicia penal el tema de la Diversidad Cultural y que ambos se enfrentan con un grupo de funcionarios tanto de la justicia federal como provincial que imbuidos de las ideas propias del Derecho Positivo (igualdad de las personas ante la ley) no incorporan en su administración de justicia las reformas constitucionales apelando a vericuetos legales (el artículo de la Constitución no está reglamentado) y de esta manera abortan la posibilidad de instaurar la posibilidad de la Diversidad Cultural en el Derecho. El propio Becerra, rescata la relevancia de su intervención en una Conferencia dónde adhiere al reclamo mapuche de que sean respetados sus derechos ancestrales y que rija la pluralidad en la administración de justicia: «En realidad, no sólo ha sido una preocupación personal, sino que se ha manifestado como un problema institucional que fue el eje principal de trabajo en la primera causa en la que tuve intervención directa como Defensor General de la Nación. Se trató de un recurso de Casación, en un proceso que se siguió en la provincia de Neuquén a miembros de una comunidad indígena por el delito de usurpación. Esta inquietud tuvo, incluso favorable acogida en dos anteproyectos de ley vinculados con la cuestión indígena y que fueron analizados en comisiones especiales en el ámbito del Ministerio De Justicia … Sin embargo, es a partir de esta década cuando aparece una nueva corriente, llamada «pluralista» cuya máxima es el respeto a la diversidad cultural. Esto significa, principalmente crear un modelo constitucional pluralista que legitime los sistemas indígenas, modificando el carácter etnocéntrico de derecho al otorgar reconocimiento a su derecho consuetudinario, siempre dentro del marco del respeto a los derechos y garantías fundamentales. De esta manera, no sólo se busca la descriminalización de ciertas prácticas culturales, sino también diluir el monopolio cultural como fuente de orientación jurídica…».

Con respecto a la medida tomada por los jueces al procesar a los dirigentes mapuches en los cargos de usurpadores de tierras hace mención a que es una decisión absolutamente valorativa y que el derecho en relación con la costumbre va variando con el transcurso del tiempo, por ello afirma que el Derecho Penal es un producto cultural. «La cuestión de la diversidad cultural, adquiere importancia institucional cuando se la analiza en relación al poder penal del Estado, un poder de inigualable magnitud que refleja la manifestación de la violencia legítima de mayor trascendencia. El derecho que lo regula está basado en las decisiones de política criminal asumidas y que son absolutamente permeables a las valoraciones. Se valora cuando se tipifican determinadas acciones como delitos, cuando se investiga y cuando se advierte que no toda conducta ilícita ingresa al sistema penal».

Como consecuencia sobreviene un conflicto de legalidades ya que el derecho positivo en el caso de la propiedad de las tierras, legisla para el sujeto individual garantizando sus derechos individuales y el derecho consuetudinario mapuche en lo referente al

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«territorio», plantea la propiedad comunitaria de las mismas e interpela al Estado Argentino a contemplar el derecho colectivo para efectivizar este Estado multicultural. Detrás de la diferencia se esconde otro conflicto, el tema de la soberanía del estado con respecto al territorio y la reivindicación de autonomía de las comunidades indígenas al interior de las mismas. Conflicto que apareció en la prensa neuquina del momento confundiendo a la opinión pública (Lizarraga, 1995). Dónde el contador de la CIP y querellante contra la COM los acusa de querer formar un estado aparte del Estado Argentino. Díaz Polanco lo explicita claramente al explicar que tras la reivindicación del derecho indígena, subyace la idea (para otros el fantasma) de la autonomía, el derecho a la libre determinación. En términos de Díaz Polanco «es el más poderoso reclamo de respeto a la diversidad en América Latina». Para este autor al mismo tiempo que surge la demanda de autonomía, en el plano político- ideológico se levanta un obstáculo formidable para la realización de este derecho. El afianzamiento en la región del pensamiento liberal no pluralista y su consecuencia: la negación de la autodeterminación como un atributo de los pueblos. El pensamiento liberal no pluralista no es el único adversario político al que se enfrenta el programa autonomista. Se enfrenta al mismo tiempo con las tendencias agrupadas en el relativismo absoluto responsable del surgimiento de esencialismos etnicistas. Tanto uno como el otro funcionan como dos caras de la misma moneda dónde ambos enfoques se refuerzan y cada uno de ellos da pié a las argumentaciones del otro. Le interesa subrayar que todo ello dificulta la reflexión racional en torno a la diversidad y la autonomía e induce posiciones reactivas que se refuerzan a partir de evaluaciones equivocadas. Del lado liberal se consolidan las tendencias que rechazan la pluralidad como fundamento del régimen democrático por construir y se regresa con más fuerza a los planteamientos integracionistas. El principal error consiste en identificar la propuesta de autonomía con una versión relativista que parte del supuesto moral de la superioridad ética de la civilización india. Del lado autonomista, se favorecen las inclinaciones a atrincherarse en los valores tradicionales adversos al diálogo intercultural, al tiempo que se erosiona la sustancia nacional de la propuesta de autonomía y, por consiguiente, se la reduce a una salida sólo para los indios que supuestamente puede lograrse sin transformaciones sustanciales del Estado Nación. De esta manera la propuesta de autonomía como puente, diálogo y búsqueda de acuerdo democrático queda debilitada. Para el autor el primer requisito para iniciar un proceso autonómico es la disposición al diálogo y la cooperación entre las culturas. En consecuencia el relativismo es un considerable adversario de la autonomía. A partir de la convicción de que no existen criterios de evaluación universales en materia moral o epistémica pasa a sostener que no es posible evaluar una cultura a partir de los valores o estándares de otro, sino que es impracticable construir normas transculturales que permitan la comprensión mutua y el establecimiento de puentes entre sistemas culturales diferentes. La tesis del relativismo no abona la pluralidad sino el atrincheramiento cultural. Y en este terreno espinoso no puede florecer la autonomía.

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Desde el punto de vista del otro adversario de la diversidad, «la teoría liberal» que prioriza los derechos individuales sobre los culturales es el llamado liberalismo igualitario de Rawls de los cuales se rescatan algunos elementos básicos: La libertad es un valor sustantivo, mientras que la igualdad es un valor adjetivo, la igualdad no es valiosa sino se predica de alguna situación o propiedad que es en sí mismo valiosa. Lo que en sí mismo es valioso son los valores individuales. Sólo los individuos son personas morales. Las personas colectivas no son personas morales. Se busca invalidar cualquier pretensión de asignarle valor ético a la comunidad con la intención de ponerla por encima del individuo. Lo anterior se refuerza con el tercer elemento del sistema: el individualismo ético. Los individuos valen más que los grupos a los que pertenecen. Los grupos no adquieren la calidad de persona moral por lo mismo las culturas no tienen ningún valor moral que permita absolutizarlas o idealizarlas. Los argumentos liberales en torno al imperativo de respetar los derechos fundamentales son atendibles, pero el punto es cómo hacerlos compatibles con los derechos colectivos, como ver a los derechos individuales y colectivos como complementarios y mutuamente dependientes. En el proceso histórico de su constitución, la condición humana deviene a un tiempo colectividad e individualidad. Con igual firmeza hay que sostener tanto los derechos culturales como los individuales explorando lo que hay en realidad de particular tanto en uno derechos como en otros. Para comprender los sucesos de Pulmarí desde el inicio hasta el presente los aportes de Giorgio Agamben (1998) resultan fundamentales en tanto clarifica que el término pueblo (única denominación aceptada para los pueblos indígenas por los tratados internacionales) siempre indica también a los pobres, los desheredados, los excluidos «un mismo término designa tanto al sujeto político constitutivo como a la clase que de hecho sino de derecho, está excluida de la política». Pueblo es un concepto polar que implica un doble movimiento y una compleja relación entre dos extremos. La constitución de la especie humana en un cuerpo político se realiza a través de una separación fundamental y en el concepto pueblo se pueden reconocer las parejas categoriales que definen la estructura política tradicional: «nuda vida» (pueblo) y «existencia política» (Pueblo). El pueblo lleva consigo la fractura biopolítica fundamental. Es lo que no puede ser incluido en el todo del que forma parte y lo que no puede ser incluido en el conjunto de lo que está incluido siempre. De aquí las contradicciones cada vez que es evocado y puesto en juego en la escena de la política. Es aquello que ya existe siempre y que, sin embargo, debe aún realizarse; es la fuente pura de toda identidad pero que debe redefinirse y purificarse permanentemente por medio de la exclusión, la lengua, la sangre o el territorio. O bien, en el polo opuesto, es lo que se falta por esencia a sí mismo y cuya realización coincide, por eso, con la propia abolición; es lo que para ser, debe proceder, por medio de su opuesto, a la negación de sí mismo. Para Agamben si el pueblo contiene en su interior la fractura biopolítica central, esto nos posibilita realizar de otra manera la lectura de algunos hechos políticos contemporáneos. La lucha entre los dos pueblos ha existido desde siempre, pero contemporáneamente se ha acelerado.

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En otra perspectiva para Agamben nuestro tiempo no consiste en el intento de colmar la escisión radical que divide al pueblo y de poner término de forma radical a la existencia de un pueblo de excluidos. En este intento si coinciden los países industrializados de producir un pueblo único, no divisible. Es la obsesión del desarrollo que coincide con el proyecto biopolítico de producir un pueblo sin fractura transformando en nuda vida a todas las poblaciones del Tercer Mundo dónde los pueblos originarios serían denominados por Claudia Briones (1998) «el cuarto mundo». Desde otras perspectivas, resulta más comprensible que pese a los intentos de las organizaciones mapuches de reivindicarse como colectivos políticos y legalizar sus demandas; -pasada ya una década- el conflicto Pulmarí sigue vigente, el pueblo mapuche atropellado y la mira codiciosa de los países industrializados puesta en ese territorio tratando de reducir a ese pueblo al estado de vida desnuda, con la complicidad de la justicia y de algunos de los funcionarios de turno, aplicando una legalidad que no contempla el derecho colectivo ni la diversidad cultural.

Conclusión Los tratados internacionales que avalan los derechos de los pueblos indígenas han sido incorporados a las reformas constitucionales de los países latinoamericanos. Paralelamente los Estados van adquiriendo un nuevo perfil en esta nueva coyuntura política mundial redefiniendo sus atribuciones y delegando funciones; etapa que también coincide con demandas indígenas y con mayor participación de sus líderes en foros y organismos internacionales que terminan haciendo presión en sus propios Estados Nacionales. Sin embargo, estos avances en los tratados internacionales y su incorporación a las cartas constitucionales parecieran ser la reaparición de nuevos espejitos de colores a intercambiar, puesto que sus derechos continúan siendo avasallados y las leyes se constituyen en nuevas ficciones que no avalan sus reclamos. El conflicto de legalidades queda planteado en la opción de aplicar un derecho individual o un derecho colectivo. ¿Se trata de una opción política? ¿Se trata de mayor comprensión de las personas que administran justicia, que no todos los sujetos son tan iguales ante la ley y que es necesario contemplar las diversidades culturales? Son muchas las preguntas las que nos hacemos y hasta ahora en los casos que se van planteando seguimos buscando las respuestas.

Nota 1

IMADR LATIN AMERICAN BASE REPORT OF ACTIVITIES 2001. http/www.imadr.org/regional /la.acta.reportSpanish2001html

Referencias Bibliográficas AGAMBEN, G. 1998 Homo Sacer. El Poder Soberano y la Nuda Vida. España. PRE-textos. BECERRA, N. 1997 Derecho Penal y diversidad cultural. La Cuestión Indígena. Ed. Ciudad Argentina. Buenos Aires.

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BECERRA, N. s/d «Diversidad Cultural y Derechos Humanos». Conferencia BRIONES, C. 1998 La alteridad del Cuarto Mundo. Una Deconstrucción Antropológica de la Diferencia. Ediciones del Sol. Buenos Aires. DÍAZ POLANCO, H. «Los Dilemas de la Diversidad» El presente texto es parte del libro en preparación: Elogio de la Diversidad. En alertanet en Derecho y Sociedad/Law & Society. [email protected] , http://geocities.com/alertanet/ LIZARRAGA, F. 1995 Desmienten cargos de separatismo. Diario Mañana del Sur Neuquén. 8 de diciembre. Pág. 14. RADOVICH, J. C. s/d «Identidad y Conflicto en territorio Mapuche: El Caso Pulmarí» M/S. RAMOS, L. s/d Reforma Constitucional: Una nueva relación entre el Estado Argentino y los Pueblos Originarios. Alertanet en Derecho y Sociedad/Law & Society. http://geocities.com/alertanet/ SLAVSKY, L. 1992 Los indígenas y la Sociedad Nacional. Apuntes sobre política indigenista en la Argentina. En RADOVICH, J. y A. BALAZOTE (comps.) La problemática indígena. Cedal. Buenos Aires.

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La educación intercultural bilingüe y su relación con un nuevo soporte documental: la web María Victoria Fernández Centro de Investigaciones Precolombinas Contacto: [email protected]

Introducción El tema que presentamos es una primera aproximación al nuevo patrón de producción y difusión de conocimientos de la sociedad actual como es «la web», a través de una problemática: la «Educación Intercultural Bilingüe» (EBI en adelante) en la región amazónica. Nuestro aporte al Seminario Magistral «Las Sociedades de los paisajes semiáridos y áridos del Centro-Oeste Argentino», VII Jornadas de Investigadores en Arqueología y Etnohistoria del Centro Oeste del País, consiste en reseñar algunos trabajos y documentos que se encuentran en internet en relación con la EBI, ya que, éstos hacen hincapié en la educación que deben desarrollar los pueblos originarios. De aquí planteamos la siguiente cuestión: ¿La EBI es una nueva forma de reconquistar un espacio en la Amazonía Peruana? Nosotros pensamos que las políticas relacionadas con la EBI son una forma de «re-colonización» de las comunidades indígenas, en pos de asimilar al otro cultural a la sociedad blanca. A continuación, en primer lugar, haremos una referencia a dos tipos de documentos, aquellos que buscamos en internet y los que encontramos en el archivo. En segundo lugar, abordaremos la cuestión con «fuentes extraídas de la web».

Los «repositorios» cambian El documento histórico es aquel puede proporcionarnos, tras su interpretación, algún conocimiento sobre el pasado humano. Abarca amplios vestigios orales y escritos, arqueológicos, plásticos. Por lo tanto, es una huella que el hombre ha dejado y que examinada convenientemente puede decirnos algo. El documento electrónico se ajusta a la definición de documento moderno

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«Son aquellos que comprenden el aspecto visual o el aspecto sonoro o bien estos dos aspectos integrados. Pero que además utilizan o (están trabajados) sobre material sensible y fotosensible, tienen un registro óptico electrónico o electromagnético» (www.derin.uninet.etu/cgibin/derin/vertrabajo)

David Molina Rabadán y Jesús Fernández García (www.cibersocidad.net), argumentan que, como consecuencia de la revolución de las comunicaciones, nuestra visión del mundo y las categorías con que lo analizamos, sufrirían una alteración por el avance tecnológico. El origen de internet se remonta a la década de 1970 en el ámbito de defensa estadounidense, se desarrolló y se afianza hacia 1980, y en la década de 1990 se adoptó su uso en forma masiva. La etapa de transición entre la era industrial y la postindustrial o era de la información fue algo tan discutido, que no nos estamos dando cuenta de que estamos pasando a la postinformación. La era industrial nos dejó el concepto de la producción en masa con economías basadas en una producción con métodos uniformes y repetitivos en cualquier espacio y tiempo dado. La era de las computadoras, nos mostró una misma economía pero con menor énfasis en el espacio y el tiempo. Nos permite movernos por diferentes archivos, como si estuviéramos trabajando con tres máquinas distintas en un mismo tiempo y espacio (Negroponte, 1996). En la web aparecen un amplio número de enlaces sobre el tema EBI. La dificultad que encontramos es que, a veces, ese material no es idóneo. Pero uno de los aspectos del trabajo del investigador es hacer su exploración atendiendo a un criterio de selección. La ventaja es el acceso al corpus documental y bibliográfico de manera rápida; y a bases de datos informatizadas. Esto es una herramienta conveniente y práctica, que no va en detrimento de los soportes tradicionales. Según Perrone (1998) al aparecer internet surgió un nuevo tipo de publicaciones científicas. La diferencia principal es que no proviene de un soporte papel sino de uno electrónico, que se transmite mediante cables telefónicos o de ondas satelitales. Por lo tanto estamos utilizando tiempos y espacios virtuales relativos y característicos de la postmodernidad. El manejo de internet parece reflotar una sensación de ir siempre para adelante. La tecnología es un mundo en movimiento y quien no se halle en el mismo lugar, retrocene (Adaszko, 1998; Piscitelli, 1988). La web es heterogénea y un gran hipertexto que no tiene fin, porque un «link» nos lleva a otro y así sucesivamente, por eso hay que ser cuidadosos cuando analizamos este tipo de documentación «Son tan tecnológicas las opciones tradicionales de formalizar el conocimiento y compartirlo, segmentarlo, atesorarlo o diseminarlo, (como el lápiz y el papel) como lo son las tecnologías sofisticadas de la computación y la Internet» (Piscitelli, 2005).

La evidencia que presentamos sobre la EBI proviene de una fuente no tradicional, y todas las páginas analizadas pertenecen a sitios de organizaciones que tienen con el

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tema y la problemática planteada sobre aquella, como a continuación se detalla.

Educación Bilingüe Intercultural en Amazonía Peruana El «Programa de Formación de Maestros Bilingües de la Amazonía Peruana» (FORMABIAP), inició sus actividades en 1988 como especialidad en Educación Primaria Intercultural Bilingüe del Instituto Superior Pedagógico Público «Loreto» (ISPPL), en el marco de un convenio firmado entre la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) y El Ministerio de Educación. El mismo fue aprobado mediante la Resolución Ministerial Nº 364-88-ED, ratificado con otra que lleva el Nº 389-2000-ED. En el futuro «[...] FORMABIAP se proyecta como una institución gestionada por las organizaciones indígenas amazónicas que brinda servicios orientados a la formación de recursos humanos capaces de liderar propuestas educativas innovadoras y de desarrollo sostenible, sustentadas en el reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos indígenas, enraizadas en su herencia cultural, recogiendo los aportes de otras culturas y promoviendo la valoración positiva de la diversidad» (www.aulaintercultural.org/article).

Antes de crearse la AIDESEP los pueblos indígenas tenían una organización tradicional propia acorde con sus condiciones de desarrollo. La centralización de dicha organización se inició con la orientación de grupos religiosos tanto católicos como evangélicos. El contexto político de la década de 1970 fue propicio para que las comunidades nativas se agruparan. Esto estaba en estrecha relación con los procesos sociales a los que apuntaba la globalización. Es así que, en 1979, se conformó la Coordinadora de Comunidades Nativas de la Selva Peruana, que en 1980 se pasó a llamar AIDESEP y es «[...] una organización nacional y estamos presididos por un Consejo Nacional que se asienta en 6 organismos descentralizados ubicados en el norte, centro y sur del país. Tiene 57 federaciones y organizaciones territoriales, que representan a las 1,350 comunidades donde viven 350,000 hombres y mujeres indígenas, agrupados en 16 familias lingüísticas» (www.aidesep.org.pe).

La DINEBI (Dirección Nacional de Educación Bilingüe) es un órgano de línea del Viceministerio de Gestión Pedagógica que diseña e implementa conjuntamente con las organizaciones indígenas y otras instituciones, modelos de Educación Bilingüe Intercultural (EBI en adelante). Entre sus objetivos el más importante es «Incorporar la interculturalidad en el sistema educativo peruano» (www.minedu.gob.pe/denebi). Entre las características principales de la EBI podemos mencionar: la incorporación a la práctica pedagógica de valores sociolinguüísticos culturales de los pueblos nativos; recuperación y valoración de la cultura y la identidad como base del desarrollo integral de la persona; la consolidación en el uso de las distintas lenguas autóctonas como canales de expresión, desarrollo cultural y autoafirmación; la vinculación de la cultura ancestral con otras culturas, logrando un proceso dinámico de interculturalidad;

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garantizar el aprendizaje de la lengua materna y del castellano como segunda lengua; la determinación de los docentes de dominar la lengua originaria como el español; la participación de todos los miembros de las comunidades nativas en la formulación y ejecución de programas de educación con el fin de formar equipos de trabajo capaces de llevar a cabo la gestión de aquellos; la preservación de las lenguas de los pueblos indígenas promoviendo su desarrollo y práctica; la incorporación de la historia de esos pueblos (www.lexnoba.absysnet.com/tema/tema53)

Las políticas lingüísticas Mientras no se asuma como una cuestión de Estado la política lingüística, sólo se reduce a una manera de tratar las lenguas minoritarias por el gobierno que detente el poder. A continuación haremos una breve descripción de las políticas que se llevaron a cabo en relación con el ámbito lingüístico.

El convenio con el Instituto Lingüístico de Verano (1950-1970) El Estado peruano con el afán de llevar a cabo una política de integración de la amazonía, encargó al Instituto Lingüístico de Verano (ILV) la «castellanización y cristianización» de la población. Hacia 1953, las escuelas bilingües comenzaron a funcionar y los maestros eran personas de la comunidad que tenían algún conocimiento del castellano. Éstos eran capacitados durante los tres meses de verano. Durante ese tiempo finalizaban sus estudios primarios y secundarios y se entrenaban en el uso del material producido por el ILV (www.members.tripod.compe/nilavigil/politicas-ling-am).

Gobierno revolucionario de las fuerzas armadas El gobierno militar del Gral. Juan Velazco Alvarado (1968-1975) tenía como objetivo la creación de un nuevo orden socioeconómico, debido a lo cual la educación formaba parte de las reformas, ya que, el mismo aspiraba a despertar conciencia crítica en los docentes. Por lo tanto, se creó la Ley General de Educación 19326 y la Política Nacional de Educación Bilingüe que proponía introducir en la enseñanza aspectos de la cultura indígena, a partir de sus formas tradicionales como organización social, conformación familiar, artesanías (www.lanic.utexas.edu) La puesta en marcha de esa política se puso de manifiesto en la «Mesa Redonda sobre el Monolingüismo Quecha y Aymara y la educación en el Perú» (1963). Entre los problemas que se enumeraron allí, podemos mencionar: el país es plurilingüe con alta proporción de hablantes de la lengua nativa que tienen algún conocimiento de la oficial o directamente la desconocen. No existe una lengua común que permita la comunicación homogénea territorialmente hablando. Existe confusión en los términos castellanización y alfabetización, se los incluye en un mismo proceso. La instrucción de los hablantes nativos exige textos y metodología específicos porque la enseñanza de la lengua materna no es equivalente a la de una segunda lengua. La educación oficial impone una sola lengua como si todos los educandos fueran hispano hablantes.

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La Ley 19326 incorporó la educación bilingüe al sistema educativo y reconoció lo lingüístico y lo cultural «[...] la educación bilingüe se dirigirá a evitar la imposición de un modelo exclusivo de cultura y a propiciar la revalorización dinámica de la pluralidad cultural en términos de igualdad» (www.members.tripod.compe/nilavigil/politicas-ling-am).

Programas desarrollados por las ONG (Organizaciones no gubernamentales) Entre los años 1970 y 1980, en Perú, hubo proyectos de Educación Bilingüe que proponían una formación orientada hacia el pluralismo cultural y la construcción de una sociedad que aceptara la diversidad cultural y lingüística. Existen programas que asesoraron y capacitaron docentes. Los elaborados por el CAAP y el PEBIAN produjeron materiales y alfabetos distintos a los del ILV y adaptaron el currículum oficial de primara. Vale aclarar que el PEBIAN también trabajó en el nivel secundario (www.members.tripod.compe/nilavigil/politicas-ling-am). Cada una de las políticas, para nosotros, es una «re-colonización» porque aspira a integrar al indio al Estado-Nación, a través del discurso del desarrollo y la interculturalidad como veremos en el acápite siguiente.

Desarrollo e interculturalidad El discurso del desarrollo es una forma de intervención social que operó desde mediados del siglo XX en Latinoamérica, y luego se lo relacionó con el crecimiento económico y con la formulación de políticas atinentes a un proyecto de expansión que, permitieran satisfacer las necesidades de la sociedad, las cuales, no son sólo económicas, si no también culturales, e incluyen una creciente intervención de nuevos campos de conocimiento, como por ejemplo, la antropología, que en los últimos años, contribuyó al análisis de proyectos de desarrollo en diversos campos (salud, educación, economía, sociedad, entre otros). Los mismos fueron aplicados por organismos internacionales, públicos, privados, organizaciones no gubernamentales. Este término cuya primera apreciación nos remite a problemáticas económicas, se encuentra relacionado con el de interculturalidad, que es el concepto con que los técnicos del Banco Mundial denominan la relación entre las sociedades nacionales y las etnias indígenas (Rocchietti et al., 2005). La política educativa de los distintos países de Latinoamérica y la del Perú, en particular, es digitada por el Banco Mundial. Enmarcada en esta idea, se ha hablado de educación para los pueblos indígenas y se ha diseñado una propuesta de EBI con las recomendaciones y asesoría técnica de la citada institución, donde se postula, que los niños nativos aprendan en su lengua los contenidos básicos generales estipulados para todos los niños no indígenas, queriendo unificar y estandarizar las lenguas menos dominantes a los fines de la enseñanza y además, homogeneizar las prácticas pedagógicas orientadas a alumnos cuyo dialecto materno no es el castellano. Su

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objetivo es lograr mejores aprendizajes y que éstos se desarrollen en todos los niños en un mismo nivel educativo. Por lo tanto, el uso de una lengua no es el interés primordial de las políticas educativas del Banco Mundial ni del Estado peruano (www.nilavigil.wordpress.com). No obstante, la interculturalidad no es un concepto privativo del ámbito de la educación «La interculturalidad es una dimensión que no se limita al campo de la educación, sino que se encuentra presente en las relaciones humanas en general como alternativa frente al autoritarismo, el dogmatismo y el etnocentrismo (Heise et al., 1994:5). Esta definición es más amplia y se encuentra en oposición a los intentos de homogeneización que se pretende implementar en el Perú, a través de «un modelo cultural unitario, urbano y castellanohablante» (Heise et al., 1994:5).

Nosotros pensamos que la EBI a través de la implementación de distintas políticas y programas, penetran solapadamente en el interior de las comunidades, tratando de asimilarlas al sistema hegemónico.

Conclusiones En este trabajo presentamos una primera aproximación al tema de la EBI. Todo lo referente a éste se basa en documentos bajados de Internet, que es una herramienta novedosa para los investigadores en ciencias sociales. Los extractos de los documentos presentados proceden de un soporte no tradicional, Internet. Nosotros nos proponemos trabajar con esa nueva tecnología y en consecuencia afirmamos que la era digital regulará varios espacios en el siglo XXI. Uno de esos lugares será el archivo. Pensamos que la era digital, regulará varios espacios en el siglo XXI. Uno de esos lugares, es el archivo, donde muchos investigadores trabajan actualmente.

Referencias bibliográficas ADASZKO, D. 1998 Redefinición de las esferas pública y privada a partir de la ampliación del uso de internet. En Cafassi, E. (ed.) Internet: políticas y comunicación. Biblos. Buenos Aires. HEISE, M.; TUBINO, F.; ARDITO, W. 1994 (2da. Edición) Interculturalidad un desafío. CAAAP. Lima. NEGROPONTE, N. 1996. Ser digital. Océano de México. México. PERRONE, I. 1998 Internet y las publicaciones científicas. En Cafassi, E. (ed.) Internet: políticas y comunicación. Biblos. Buenos Aires. PISCITELLI, A. 1988 La periferia como reserva cultural. Crisis 62. PISCITELLI, A. 2005 Tecnologías educativas. Una Letanía sin ton ni son. Publicaciones de Estudios Sociales 22 (sala.clacso.org.ar).

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ROCCHIETTI, A. M.; LODESERTO, A.; VILLA, M. 2005. Crítica de la Interculturalidad Proyecto Político y Recolonización Mapuce. Xº Jornadas Interescuelas. Departamento de Historia. Rosario. CD.

Páginas de Internet www.aulaintercultural.org/article www.aidesep.org.pe www.cibersociedad.net www.derin.uninet.etu/cgibin(derin/vertrabajo www.lanic.utexas.edu http://lexnova.absysnet.com/tema/tema53.html http://members.tripod.compe/nilavigil/politicas-ling-am.html www.minedu.gob.pe/dinebi http://nilavigil.wordpress.com

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