Una metáfora de Kant

10 abr. 2011 - sino, en todo caso, de una epidemia. Po- cos días antes al Grupo Clarín le agarró lo mismo, el virus de l
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ENFOQUES

I

Domingo 10 de abril de 2011

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| Humor |

Robert Ariail / Herald-Journal, de Spartanburg, Carolina del Sur, EE.UU. La cadena alimenticia submarina, seriamente afectada por la contaminación nuclear Jeff Darcy / The Cleveland Plain-Dealer, de EE.UU. La doctrina de Obama explicada

Luojie / China Daily, de China Qué habría ocurrido con la ley de gravedad si Newton hubiera conocido Twitter...

La dos

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| Punto de vista |

| Sin palabras por Huadi |

| Fuera de foco |

Víctimas de los que se victimizan

Centuriones en el coliseo de Berlusconi

PABLO MENDELEVICH

FRANCISCO SEMINARIO

PARA LA NACION

LA NACION

Victimizar, explica el diccionario, se conjuga como cazar. En su forma reflexiva –victimizarse–, el presente es yo me victimizo, tú te victimizas, él se victimiza, nosotros nos victimizamos, y así. Por cierto, el imperativo (¡victimízate tú!) tiene poca salida. El modo más frecuentado es el acusativo en tercera persona: ellos se victimizan, seguido de descalificaciones, menoscabos y desprecios. La ministra de Seguridad, Nilda Garré, dijo el jueves pasado que en el conflicto suscitado por el retiro de la custodia de edificios porteños el problema es que Macri se victimiza. En opinión del gobierno nacional, el hecho de que se le hubiera ordenado de la noche a la mañana a la Policía Federal desertar de 183 objetivos porteños que estaban a su cargo no merece ni fruncir el ceño. Lo importante es que frente al hecho, Macri se declara en problemas y dice que no puede suplir el servicio extirpado: se victimiza, la juega de pobrecito. Que vaya y ponga a su pulgosa Policía Metropolitana, atrofiada por la vagancia, que él tiene dos mil hombres al reverendo..., advierten quienes tienen apenas unos hombres más, treinta y cinco mil, y los necesitan ahora, con urgencia, para cosas bien importantes. Pues bien, es hora de señalar que Macri no es víctima del gobierno nacional sino, en todo caso, de una epidemia. Pocos días antes al Grupo Clarín le agarró lo mismo, el virus de la gripe K. “Clarín pudo haber salido el día 27 –explicó a comienzos de la semana el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández–, pero optaron por victimizarse, ya que el papel de victimario no le viene funcionando”. Fernández no perdió tiempo en argumentar por qué estaba bien que el Estado amparase con la inacción a un minúsculo grupo de inorgánicos entregados al bloqueo (no de Cuba, se entiende, sino de Clarín), mucho menos teorizó sobre las dificultades del personal policial de llamar por teléfono a un fiscal y tener la suerte de encontrarlo. Fino estratega, el vocero presidencial honorario dijo que el diario bien pudo salir por otra puerta. Lo sorprendente fue que entre tanto sopapo, le reconoció al grupo enemigo un derecho. ¿Adivinan cuál? Palabra de Fernández: “Que no haya salido el diario fue una decisión empresarial, la decisión de quedarse con el derecho a victimizarse”. Vaya si esto es importante. Hay que reconocerles a los Kirchner la restitución de ese derecho. Según varios opositores, la propia Presidenta dio el ejemplo cuando la viudez la impulsó a la renovación plena de su vestuario personal. Dicen que estoqueó prendas de color negro para una temporada de luto de duración poco convencional. También los gatafloristas opositores (no confundir con gatopardismo, el gataflorismo es el que viene de la insatisfacción vitalicia padecida por la Gata Flora) desconfiaron cuando el Gobierno denunció en forma ampulosa interferencias de resonancia terrorista al helicóptero de Cristina Kirchner, quien a la sazón suele repetir en sus discursos, quizás basada en una medición garantizada por el Indec, que a lo largo de la historia a ningún presidente la insultaron tanto como a ella. Si vivimos en victimocracia será porque la compasión abunda. O porque la memoria escasea. Nadie recuerda que la acusación de victimizarse siempre estuvo entre las preferidas de los regímenes autoritarios para desacreditar las quejas de sus víctimas.

Cuando uno se acerca al Coliseo de Roma, al paso le salen unos centuriones algo excedidos de peso, un poco descangayados y sobre todo bastante ridículos. Con sus brazos fofos, sus cascos y espadas de utilería y su aire aburrido, parecen chicos crecidos que se olvidaron el disfraz puesto mucho después del final de una fiesta de cumpleaños. Pero en realidad son pedigüeños profesionales, un poco chantunes, a todas luces más hábiles para el verso –que redundará en una foto con algún turista y una propina– que para las conquistas del imperio. Así son los centuriones de hoy, un eco distante y más bien grotesco de los mucho más dignos soldados de antaño, una caricatura quizá apropiada en una Italia dominada hoy por la desmesura de un primer ministro que, también él, Silvio el Mediático, él, Silvio el Impune, conduce un circo escandaloso y decadente, remedo de otras bacanales no menos indignas. Berlusconi pertenece a un mundo de exceso. Al pan y circo. El hombre más rico de Italia y también el más poderoso parece a veces –como los centuriones del Coliseo– ser la reencarnación farsesca de algún dignatario de la antigua Roma. Se mueve con la soltura de un emperador, pero luce incómodo en el corset de la república. No cuesta demasiado imaginarlo con toga y laureles, rodeado de las muchachas más bellas del imperio, saludando al pueblo de Roma mientras en la arena un león hambriento se engulle a algún desgraciado. Maneja desde hace años el coliseo de la televisión italiana. Controla todos sus resortes y lo hace de manera magistral. Es el emperador cuyo pulgar marca el curso del espectáculo cotidiano, el de la ficción televisiva y el de la política, que desde hace ya unos cuantos años es una extensión de su persona. En el escandaloso circo de Berlusconi, un circo que abre sonrisas mucho más allá de las fronteras de Italia, él es la principal atracción, la estrella de un show cuyo elenco completa un grupo muy variado de chicas jóvenes –algunas demasiado jóvenes– que lleva meses haciendo malabares y contorsiones legales bajo el cartel publicitario del Rubygate. Ahora anuncian en Italia la (polémica, según parece) privatización del Coliseo, y suena lógico que, en un país donde quien gobierna suele confundir lo público con lo privado, el máximo símbolo del patrimonio histórico nacional pase a manos privadas. Una firma de calzados, propiedad del empresario Diego Della Valle, amigo del premier, se hará cargo de las obras de restauración del anfiteatro romano y tendrá los derechos para utilizar su imagen comercialmente. Pero lo que no se aclaró en el contrato de privatización es qué suerte correrán los centuriones. ¿Seguirán allí persiguiendo turistas japoneses, alemanes o norteamericanos, haciendo de la conquista de la propina la farsa cotidiana de las conquistas de otros tiempos? ¿Seguirán siendo los únicos responsables de dar vida a la caricatura grotesca de sus antepasados del imperio, depositarios impensados de un legado de gloria y decadencia? Desde hace algún tiempo los modernos centuriones del Coliseo tienen un serio competidor.

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| Prisma |

Una metáfora de Kant ENRIQUE VALIENTE NOAILLES PARA LA NACION

Una de las más sugestivas y bellas frases de la obra de Kant se encuentra en la Introducción a la Crítica de la razón pura, y dice así: “La ligera paloma, que siente la resistencia del aire que surca al volar libremente, podría imaginarse que volaría mucho mejor aún en un espacio vacío”. Kant utiliza la metáfora para refutar a Platón, pero en sí misma tiene alcances que uno puede extender a los más diversos órdenes: políticos, vitales, metafísicos. Por ejemplo, en el terreno político podríamos decir que cuando un presidente democrático sueña con gobernar el país suprimiendo lo que le hace resistencia, cae en la ilusión de la paloma kantiana. Tanto cuando pretende carecer de oposición como cuando sueña con silenciar a la prensa, o como cuando el Poder Ejecutivo cree que avanzará más rápido y mejor omitiendo la acción de los otros dos poderes. No se da cuenta, salvo que pretenda descaradamente convertirse en un poder autoritario, de que esa resistencia misma

es la que le da vuelo a la democracia, y que de otra manera el sistema entero puede estrellarse, no levantar vuelo hacia ningún destino, o simplemente, volar en el vacío institucional. En el campo vital se sueña también, muchas veces, con suprimir la resistencia de las cosas a nuestro avance. Sin embargo, lo que sugiere la metáfora kantiana es que gracias a la resistencia de las cosas –y no a pesar de ella– es que se avanza. Una situación libre de riesgo nos colocaría en la posición parecida a la de los animales en cautiverio, que no se alimentan porque no están estimulados a cazar, o que no se reproducen por razones similares. Es la resistencia del aire la que permite a la paloma explorar nuevos horizontes, que de otra manera le estarían vedados. Pero estamos acostumbrados a ver la resistencia del mundo como algo que debe ser suprimido. Llevando esta lectura un poco más, todavía, al extremo, dice Stravinsky: “Mi libertad será tanto más grande y profunda cuanto más estrictamente limite mi campo de acción y me rodee de obstáculos.” En este caso, la

paloma busca intencionalmente el roce con el aire, porque no desea sólo liberar fuerzas ya existentes, sino suscitar fuerzas nuevas. En el campo ya metafísico, también el hombre se siente, como la paloma, tentado, en tanto especie, de suprimir aspectos de la existencia, sin los cuales piensa que “volaría” mejor. En general apenas le tenemos tolerancia a la dualidad de las cosas por argumentos banales: “Si no conociéramos la noche no distinguiríamos el día, si no conociéramos el mal, no distinguiríamos el bien, etc.” Pero no consideramos, más allá de este contraste pictórico, que las dualidades sean capaces de propulsarse entre sí, o que tengan algún tipo de alianza profunda, como a veces uno adivina que existe entre la vida y la muerte. En todo caso, ésta parece una de las riquezas de esta metáfora de Kant: la súbita visión que nos permite concebir como aliadas aquellas cosas que siempre hemos pensado como enemigas. @evnoailles

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