Una clase de yoga sobre el gélido mar de la Patagonia argentina

14 jun. 2014 - mar de la. Patagonia argentina. EXPERIENCIAs. Delfina Krüsemann. Una cronista se anima a subirse a la tab
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SÁBADO | 11

| Sábado 14 de junio de 2014

EXPERIENCIAs Delfina Krüsemann

Una clase de yoga sobre el gélido mar de la Patagonia argentina Una cronista se anima a subirse a la tabla de surf para experimentar esta innovadora variable de asanas acuáticas

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PUERTo MADRYN

a tarde es ideal: casi no corre el viento y el mar está en calma. A diferencia de los días anteriores de tormenta y revuelo, hoy las olas, tranquilas, acarician la orilla con su cadencia espumosa. Podría quedarme horas mirándolas... “¿Estás lista?” La pregunta de Verónica, la instructora, me

trae de vuelta a mi inusual realidad: yo, vestida con un traje de neoprene, sosteniendo una tabla y un remo, los pies descalzos sobre la arena gélida de una playa céntrica en Puerto Madryn. Jamás en mi vida hice surf, apenas sé nadar y, honestamente, esto del neoprene ajustando mi cuerpo no me sienta nada bien. Todo sea por probar una clase de

stand up yoga (también conocida como yoga SUP), la flamante versión surfer de la disciplina oriental y milenaria que ya es furor en las costas este y oeste de los Estados Unidos y Canadá: de Miami a Vancouver, cada vez hay más fanáticos, y ellos también han copado las playas del Caribe, el sudeste asiático y Australia. En la Argentina, increíblemente, la práctica se volvió tendencia en esta ciudad fría y árida en el fin del mundo, muy distinta a la isla de Hawaii en donde se originó. Aventurarse a las asanas acuáticas en este rincón de nuestro país en donde una ráfaga puede dar vuelta a un camión entero no deja de ser una osadía. Claro que, para poder intentar incluso una sencilla postura de la cobra, hay que esperar a que la marea se tranquilice. Ésa es la primera lección del stand up yoga: sólo se practica cuando las fuerzas de la naturaleza lo permiten; desde el primer momento, el practicante debe aceptar con mansedumbre las condiciones climáticas que el destino impone, y siempre adentrarse en las aguas con humildad porque, sobre todo en la Patagonia, el panorama meteorológico puede cambiar en cuestión de segundos. Hoy tenemos suerte, o eso pienso hasta que mis pies tocan el agua.

Cualquier ilusión de que el mar, con su quietud de atardecer, nos acogería con calidez es nada más que eso: una ilusión. Pero enseguida el cuerpo entra en calor, porque, de pie sobre las tablas, Verónica nos enseña a remar de adelante hacia atrás, por la derecha y por la izquierda, para dominar la dirección y la velocidad de nuestro trayecto. Llegar a la boya naranja fluorescente que se encuentra a unos 200 metros de la orilla lleva más tiempo del que pensábamos. A medio camino, un pingüino nada por al lado, imperturbable ante nuestro torpe espectáculo. Lo miro extasiada, sintiéndome afortunada de poder observarlo en su hábitat natural, pero entonces... ¡splash! La distracción me hace perder el equilibrio y caigo al agua con el sonido de la vergüenza. “Y en época de ballenas, las tenemos nadando atrás de nosotros”, me advierte, divertida, Verónica. Vuelvo a subirme, concentrada en mi objetivo. Unos diez minutos después, con las tablas atadas a la boya y el remo a un costado, empieza la clase propiamente dicha. Primero sentados en posición de loto, movemos la cabeza, relajamos el cuello, rotamos las muñecas, estiramos los brazos y los omóplatos. Cuando ya entramos en calor, nos animamos

Datos útiles El stand up yoga se originó en Hawaii y llegó a la Patagonia. La instructora Verónica Naves da sus clases en el Napra Club de Puerto Madryn. Para más información: 0280 4455633 a las primeras torsiones, siempre sentados. Hasta acá, ninguna diferencia fundamental con respecto a la típica práctica en tierra firme. Para mi tranquilidad, la tabla resulta ser más estable de lo que parece. o eso creo hasta que realizamos el saludo al sol. El yoga SUP exige mucho más que una mat, pero su recompensa es igual de proporcional. Es que la tabla no miente: temblequea si pongo más peso en un pie que en el otro, si mi eje se va de su centro. Y, como me lo demostró el incidente del pingüino, es necesario que tenga un foco total en mi punto de equilibrio, sin incurrir en la más mínima distracción, para mantenerme fuera del agua. Cuando se llega a dominar esos aspectos, la experiencia se vuelve única.

Saludamos al sol. Empezamos con las manos en posición de rezo, después nos inclinamos hacia atrás curvando la espalda, y de ahí estiramos hacia abajo, para pasar a las posturas de la tabla y del niño. Luego a la cobra, a la esfinge, a la carpa: con la cabeza invertida, el cielo se convierte en mi punto de apoyo, y el mar, en mi horizonte infinito. Y ahora voy nuevamente arriba, en posición de Tadasana, para elevar las manos al cielo. De repente, una corriente me recorre la cabeza, el tronco y las extremidades, y no estoy temblando: si Verónica me dijera que puedo caminar sobre el agua, le creería. No se cuándo ni cómo, pero el stand up yoga acaba de hacerme sentir que soy poderosa, y que el paisaje sublime del afuera se replica en mi mente, en mi interior, como si el universo entero cupiera en mi cuerpo. Repetimos la serie de asanas varias veces, hasta que ya el sol comienza a despedirse en una explosión de tintes rosas y violetas. Es uno de esos atardeceres patagónicos que podrían convertirse en una postal best seller en aeropuertos y locales de suvenires para extranjeros, pero no: este despliegue es sólo para nosotros, y lo disfrutamos desde una vista privilegiada, desde este manto de plata que nos mece suavemente. Llega el momento de la meditación. No hay necesidad de ningún canto de mantras, porque justo ahora una bandada de gaviotas vuela sobre nuestras cabezas y nos regala la melodía perfecta. Tampoco entrecierro los párpados, porque el baile de la marea y las nubes a la deriva es un elixir para la vista. Y así, con el repiqueteo del agua sobre la tabla, mi respiración se acopla al ritmo y soy pura paz en el océano. La vuelta a la orilla me recuerda los sinsabores del cuerpo terrenal. Es otoño (¡ya casi invierno!) en Puerto Madryn, llega la noche y el frío empieza a colarse por el traje de neoprene. Recién ahora recuerdo las cinco reglas de la meditación que aprendí en la India: “Estar confortable e idealmente en soledad, en un lugar seguro y cerrado del mundo exterior, con un buen clima que no sea ni muy caluroso ni muy frío ni muy ruidoso”. Repaso la checklist en mi mente y enseguida me doy cuenta de que el yoga SUP las quiebra todas. Sin embargo, yo podría jurar que hoy entré al nirvana flotando.ß