Superar el 4 a 0 Quién gira alrededor de quién

7 jul. 2010 - mán debe haber actuado como una falange romana, o como una división Panzer. –O sea, los jugadores alemanes
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NOTAS

Miércoles 7 de julio de 2010

I

LIBROS EN AGENDA

¿QUE PASÓ EN EL MUNDIAL, NO ERAMOS LOS MEJORES?

Bioy, un degustador de la vida

Superar el 4 a 0

SILVIA HOPENHAYN

H

PARA LA NACION

AY un libro tan extraño como delicioso de un escritor argentino que se autodenominó vizconde, titulado De la elegancia mientras se duerme. Emilio Lascano Tegui (1887-1966), su autor, decía ser hijo de Rubén Darío, y fue amigo de Apollinaire y Picasso. Se trata de una novela episódica (o espasmódica) con pretensión de diario personal, que trascurre en la lujuriosa Francia del siglo XIX. A medida que avanza el deambular de su narrador, bucólico y transgresor, se va convirtiendo en la crónica de un asesino. Este compendio de veleidades juega con la risueña pretensión del título. Como si la elegancia fuera una forma de mitigar las pesadillas. Con su peculiar estetización de los actos malevos y sentimentales, Adolfo Bioy Casares es un escritor de la elegancia. Esto no quiere decir que su prosa sea formal y desabrida. Todo lo contrario. Se trata de la elegancia no tanto del refinamiento sino de la tentativa de ser feliz a través del desparpajo de la inteligencia. Su voz, tenue, parecía reír cada vez que hallaba un verbo afable o un adjetivo revoltoso. Y eso lo llevo a escribir su Diccionario del argentino exquisito, con más de 400 definiciones escogidas por el paladar de su pronunciación. El año de la muerte de Bioy Casares coincidió con la publicación del pequeño libro De las cosas maravillosas, que ahora vuelve a aparecer en Emecé. Las seis breves disquisiciones que lo integran confirman la forma de vivir plena de deseo propia de Bioy. En “Repercusiones del amor” reivindica con picardía a todos aquellos que rodean a los novios (padres, hermanos, amigos, etcétera) en tanto víctimas del amor que los excluye de pronto de la vida en común. Para colmo, “a causa del divorcio y los nuevos casamientos, la persona extraña cambia sucesivamente de cara”. Los asemeja a los actores de reparto, “al fin y al cabo los actores de reparto suelen ser mejores que los protagonistas.” “Las mujeres en mis libros y en mi vida” es un esbozo de un diario íntimo, con el tufillo de libro de quejas. Su intención queda explicitada: “Yo quería componer un librito de tono ameno, desilusionado y epigramático; pero, como dijo C.S. Lewis, nunca están lejos el humor, la rabia, la exasperación y algo parecido a la desesperanza.” En “Las cartas” y “Mi amistad con las letras italianas”, Bioy enumera y argumenta ciertas preferencias literarias, como la correspondencia de lord Byron, que siempre ponderó (tanto como las memorias de Casanovas o los escritos de Lampedusa), su íntima afinidad con Italo Svevo y su descubrimiento de un escritor italiano más reciente: Leonardo Sciascia. En el último capítulo, “El humor en la literatura y en la vida”, desafía su propia e inminente muerte a través de una anécdota de Buster Keaton, quien, al escuchar a alguien decir: “Tiene los pies fríos. Ya no vive. La gente muere con los pies fríos”, soltó unas últimas palabras en voz baja: “Juana de Arco, no.” Sin duda, para Bioy Casares, entre la dicha y el dolor por vivir siempre privaron las cosas maravillosas. Como dice en este libro ínfimo: no tanto para obtenerlas, sino como gozoso anhelo. © LA NACION

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MARIO BUNGE PARA LA NACION

¿E

MONTREAL SCUCHASTE la mala noticia? –¿Cuál de ellas? –Que Alemania nos ganó 4 a 0 en el campeonato mundial. –¿Campeonato de qué? –De fútbol. ¿De qué otra cosa iba a ser? ¿De matemática? ¿De benevolencia? –¿Cómo? ¿No éramos los mejores? ¿Qué pasó? –Que lo pusieron a Maradona de entrenador. –Pero ¿acaso Maradona no fue el mejor jugador de la historia? –¿Quién dijo? –Un experto: Fidel Castro. –¿Qué sabe Fidel de fútbol? Los cubanos se destacan en béisbol, no en fútbol. Por algo Cuba fue semicolonia gringa durante medio siglo. –No te vayas por las ramas. Explicame por qué culpás a Maradona del desastre. –Te repito: él tendría que haber entrenado mejor a nuestro equipo. –Pero ¿y si no sabía hacerlo? ¿Y si el culpable no fue Maradona sino el que lo nombró entrenador? ¿Desde cuándo el mejor entrenador es el mejor jugador? –Me parece evidente. –Evidente pero falso. Son dos oficios diferentes. El jugador patea, mientras que el entrenador enseña a patear, atajar, gambetear y pasar. Y enseña a hacerlo con elegancia y honestidad. –Pero para poder hacerlo tiene que saber meter goles. –Sí, pero eso no basta. Un equipo de fútbol es como una orquesta. En una orquesta, como en un equipo de fútbol, cada miembro tiene su especialidad, pero alguien tiene

–No, claro que no. Los pibes del barrio, que jugábamos en un baldío donde armábamos un arco con un par de latas, éramos deportistas auténticos. No éramos gladiadores ni mercenarios. Jugábamos por amor al gran arte futbolístico. Dicho sea de paso, yo jugaba de arquero, y practicaba con mi profesor de alemán y con mi mamá. –¿Nunca fuiste hincha de un club? –No. Yo llevaba un distintivo de Boca Juniors, pero nunca fui a la cancha de Boca. Había que ser hincha de algún club, como había que fumar a escondidas: porque lo hacían los demás. –En definitiva, jugabas a la pelota pero no le rendías culto. –Ni yo ni mis amigos. Nuestro fútbol era puro y de primera mano. –¿Tampoco escuchaban los partidos por radio ni leían las páginas deportivas de los diarios? –Tampoco. Nos parecía tonto mirar jugar a otros cuando podíamos jugar nosotros. Tanto como ir a ver cómo comen otros cuando hay qué comer en casa. –Comprendo, aunque no comparto tu idea acerca de la hinchada. Dejémonos de filosofías y vayamos al grano. ¿Qué hay que hacer, según vos, para levantar la humillación del 4 a 0? –Lo primero es entender que no es una humillación nacional, sino una pérdida que sufrió la industria nacional del deporte profesional por ofrecer un artículo defectuoso. —¿Algo más? —Sí. También hay que entender que ser hincha de fútbol no es un oficio calificado, tal como el de tornero o maestro. Hay que

Lo primero es entender que no es una humillación nacional, sino una pérdida que sufrió la industria del deporte profesional

El fútbol profesional no es productivo ni educativo. No contribuye a formar buenos padres, trabajadores ni ciudadanos

que coordinar las tareas individuales para que no resulte una cacofonía. –Y la coordinación ¿no puede ser espontánea, como dicen los neoliberales del mercado? –¡Qué va! ¿Todavía no aprendiste la lección de la crisis económica actual? –¿Qué lección? –Que toda organización necesita reglas y un organizador que las haga cumplir. Imaginate una familia sin patrona, un negocio sin gerente, una escuela sin director, un partido político sin dirigentes o un pueblo sin Estado. –Y ¿por qué no está facultado Maradona para dirigir un equipo de fútbol? –Porque Maradona nunca tuvo reputación de disciplinado ni tiene experiencia como organizador. Es una prima donna. ¿Te imaginás a la eximia pianista Martha Argerich dirigiendo una orquesta? –¿Por qué no? –Porque, como toda gran música, es individualista. Además, es muy temperamental. Al tocar se conmueve y conmueve a quienes la escuchan. –Entonces no puede ser disciplinada. –Tal vez no sea obediente, pero es muy disciplinada. Cuando la orquesta calla, Argerich suele apartarse un poco de la partitura. Pero lo hace con maestría incomparable y sin violar la reglas. –O sea, en esos momentos se juega sola, igual que Pelé y Maradona. –Si fuera obediente no sería tan grande. –Pero es disciplinada e inspira disciplina. Espera que sus compañeros la sigan, cosa que hacen con todo gusto porque saben que ella sabe lo que hace. La admiran.

convencerse de que es un entretenimiento trivial e improductivo, que roba tiempo al trabajo, a la familia y al entrenamiento del cerebro. –Esto no lo vas a cambiar con sermones, porque analizar un partido es más fácil y placentero que analizar un contrato o un informe de empresa. El problema que enfrentamos hoy los argentinos es el que te dije antes: ¿cómo lavar el honor mancillado por la derrota 4 a 0? –Ya te contesté: no es una derrota del pueblo argentino sino de una industria nacional. Para evitar otras derrotas, lo prudente sería abandonarlo definitivamente. El fútbol profesional no es productivo ni educativo. No contribuye a formar buenos padres, trabajadores ni ciudadanos. –¿Y qué proponés para reemplazar la pasión nacional? –Reemplazarla por una que sea creadora, no contemplativa. –¿Por ejemplo? –Diseñar artefactos, escribir novelas, demostrar teoremas, enseñar a leer, organizar empresas útiles, hacer trabajos voluntarios, militar en partidos políticos honestos, plantar árboles, cultivar flores y construir canchas de deportes auténticos, o sea, no comerciales. –Pero eso es más difícil que mirar o discutir un partido. –Justamente. Es lo que necesita el país: elegir la puerta estrecha, no la ancha. La gloria no se alcanza pateando pelotas sino trabajando duro y bien. © LA NACION –¡Gol!

–Volvamos al director de equipo. No me negarás que el director de orquesta tiene que saber tocar al menos un instrumento. –Sin duda. Pero no es un ejecutante y menos aún una prima donna caprichosa. Es alguien que se esfuerza por que triunfe la orquesta como un todo. –O sea, según vos, Martha Argerich no podría dirigir una orquesta. –No he dicho eso, pero lo que a ella le gusta y hace maravillosamente bien es interpretar las partituras que ama. –La gran Martha sería algo así como la Maradona de la música. La mujer conmoción, como Maradona fue el hombre gol. Y ¿quién es su entrenador? –Cualquier músico que sepa coordinar una orquesta sinfónica y que la comprenda y respete. –¿Qué sabe un buen batuta que no sepa un buen pianista, violinista o flautista? –El director tiene que conocer a fondo la partitura íntegra, no sólo las partes que deben ejecutar los distintos especialistas. Es un generalista, lo mismo que un buen dirigente de gran empresa o un buen primer mandatario de una gran nación. Tiene que decidir cuándo empieza y cuándo termina un instrumento. Además, tiene que detectar cuándo un músico toca una nota falsa y sentir cuándo la orquesta no suena como un todo, en cuyo caso ordena parar, corregir y recomenzar. –Pero tu analogía entre el equipo de fútbol y la orquesta sinfónica es imperfecta, porque el entrenador no dirige el partido. –Tenés razón. El jugador de fútbol tiene mucha más autonomía que el miembro de

una orquesta. Pero por esto mismo tiene que ser tanto o más disciplinado. –Bueno, bueno, pero volvamos al 4 a 0, que me tiene insomne. ¿Qué tenían los alemanes y les faltó a los nuestros? –No puedo saberlo, porque no soy experto ni miré el partido, ni siquiera soy hincha. Pero, como cualquiera, tengo mi conjetura. Sospecho que los alemanes eran mucho más disciplinados que los nuestros. El equipo alemán debe haber actuado como una falange romana, o como una división Panzer. –O sea, los jugadores alemanes actuaron como soldados. –En efecto, ellos no toleran lo que a nosotros más nos gusta, que es el virtuosismo del gran artista de la pelota. Se proponen ganar, no maravillar. Son metegoles, no acróbatas. Para eso les pagan. –Pero eso no es deporte. –No. Pero tampoco es deporte lo que se hace en las canchas de River o de Boca. –¡Estás loco! ¿Qué es eso según vos? –Eso es espectáculo para divertir a la gilada y distraerla de los problemas importantes. Igual que los juegos de los gladiadores romanos, sólo que incruentos. Ya sabés la receta romana para mantener contentos a los pobres: pan y circo. –Pero nosotros somos más piolas que los romanos, porque los jugadores y entrenadores ganan millonadas. –En efecto, hoy el fútbol es un gran negocio además de una herramienta de control social. –¡Andá! No me digas que cuando eras pibe jugabas por guita o para evitar que tus vecinos se interesaran por la política.

El autor es físico y filósofo; su último libro es Filosofía política. Solidaridad, cooperación y democracia integral

Quién gira alrededor de quién LUCIANO GOMEZ ALVARIÑO

A

pesar de ubicarse en el exacto epicentro de la furia ambiental, social, política y mediática del mundo entero, pocos saben aún quién es Anthony Hayward. Este geólogo inglés, de 53 años, es el CEO de British Petroleum (BP), la empresa responsable de la catástrofe ambiental que azota al Golfo de México desde el 20 de abril pasado. Sesenta días después de la explosión de la plataforma petrolera Deepwater Horizon, y después de ser fotografiado en una regata de lujo, Hayward finalmente “delegó” la gestión de la crisis en Robert Dudley. Pero durante el tiempo que se mantuvo al frente de la empresa, lejos de brindar explicaciones coherentes o de aportar una verdadera solución, Hayward realizó una larga serie de declaraciones –irresponsables y vergonzosas– tendientes a minimizar el desastre. Entre todas ellas, una merece particular atención. Refiriéndose a la gran extensión del Golfo de México, este hombre sostuvo sin pudor: “La cantidad de petróleo y dispersantes que estamos vertiendo en él es pequeña en relación con el volumen total de agua”. Increíble, pero real. El cinismo del máximo ejecutivo de BP desnuda una penosa realidad, y es que al momento de considerar el impacto am-

PARA LA NACION

biental de sus acciones, muchas empresas comparten el pensamiento de Hayward. La base de este razonamiento primitivo radica en el concepto que aún hoy se tiene del ambiente. Esto es: considerarlo en función de una mera relación satelital respecto de aquello que “rodea” a los seres humanos. Un razonamiento pregalileico, a partir del cual se piensa al mundo y sus relaciones desde un ángulo exclusivamen-

El ambiente no es el “entorno” del hombre, sino un conjunto complejo de condiciones y elementos que rigen la existencia te antropocéntrico. Un universo en el cual el hombre es el único centro y razón. Es cierto que la humanidad es capaz de satisfacer sus necesidades a través de un complejo sistema de relaciones de aprovechamiento, explotación y transformación del medio en el cual existe, y que ello constituye un innegable privilegio que no comparte con ninguna otra criatura. Pero, del mismo modo que beneficiarse del Sol por sobre los restantes planetas

del sistema no hace de la Tierra el centro del universo, tampoco debe considerarse al ser humano como centro de las relaciones ambientales. La misma iluminación y humildad que fueron necesarias para comprender que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, y no a la inversa, es necesaria para aceptar que el ambiente no es simplemente el “entorno” del hombre, sino un conjunto complejo de condiciones, circunstancias y elementos que, junto con sus diversas relaciones, rigen la existencia y el desarrollo de la vida en todos sus extremos. Sólo entonces el ser humano podrá aspirar seriamente a colaborar con las fuerzas de la naturaleza, en lugar de pretender conquistarlas. Una ambición que, tal y como lo demuestran los hechos, no es sólo irracional, sino también extremadamente peligrosa. Es lamentable, pero la marea negra que avanza irremediablemente sobre las costas de los EE.UU. es la mejor prueba que podemos esperar acerca de nuestra incapacidad para enfrentar las consecuencias de la soberbia y la negligencia que prevalecen en nuestra relación con el ambiente. Está claro que aún la nación más poderosa del planeta se encuentra

muy lejos de la eficacia que demuestra en las películas de Hollywood para enfrentar este tipo de desastres. Es cierto que las naciones tienen el derecho de procurarse su bienestar, promoviendo su desarrollo utilizando los bienes naturales que están a su disposición. Pero ese desarrollo debe instrumentarse de manera equilibrada y responsable, logrando una mayor eficacia biológica y nutriendo

Debemos plantear, en definitiva, la necesidad de una sociedad cuyos valores evolucionen al ritmo de su ciencia de un significado más profundo nuestra existencia. Sin embargo, éstos continuarán siendo objetivos quiméricos, en tanto y en cuanto los seres humanos no superemos la concepción pregalileica que gobierna nuestra relación con el ambiente. Debemos plantear, en definitiva, la necesidad de una sociedad cuyos valores evolucionen al ritmo de su ciencia. Una sociedad en la que pagar el precio de un mejor estilo de vida no signifique des-

entenderse de su costo real. Ambiental, social, económico y cultural. No podemos olvidar que los daños ambientales de hoy –ocasionados en gran parte por la codicia, agazapada detrás de la “maximización de beneficios”– involucran tanto a los hombres contemporáneos como a los que heredarán la Tierra en el futuro. Aunque pueda parecer utópico, resulta imprescindible asumir el desafío de asegurarles a las próximas generaciones un mundo mejor, en el cual logremos un desarrollo ambientalmente sustentable mediante la utilización racional de los recursos naturales. Porque si no nos imponemos metas elevadas, el poco o mucho camino que finalmente logremos recorrer habrá sido en vano. Pasos perdidos en la dirección equivocada. Pero las intenciones nobles no son suficientes. Es necesario que asumamos también una genuina voluntad de sacrificio para entender finalmente que si no cargamos nosotros con el costo que implica el cambio, mucho mayor será el sufrimiento y la renuncia que deberán afrontar nuestros hijos. © LA NACION

El autor es asesor en el Ministerio de Ambiente y espacio Público de la ciudad