¿Somos capaces de cambiar por completo?

6 sept. 2014 - El biólogo, que hoy llena teatros para hablar sobre el cerebro, experimentó mutaciones bruscas en carne p
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SÁBADO

| Sábado 6 de Septiembre de 2014

Creatividad

¿Somos capaces de cambiar por completo? Qué factores entran en juego cuando intentamos modificar el trabajo, las conductas o, incluso, el estilo de vida Viene de tapa

Algo así como utilizar el software para hackear el hardware del cerebro. Se sabe que el cerebro racional concluye su formación básica a los 23 años, en promedio, y el cerebro emocional, a los 11. Pero la historia no termina ahí, en un tallado a piedra inamovible. “Los casos de cambio personal son cada vez más y más reveladores”, cuenta Bachrach, y cita el de una amiga suya, Carolina Arazo, una saxofonista peruana, entre las diez mejores del mundo, que hasta los 20 años no sabía absolutamente nada de música. “Hace muchos años que trabajo el tema de innovación y me fui dando cuenta de que si no cambiás no podés ser innovador, no podés pensar distinto, que los patrones de pensamiento que nos vamos construyendo para ser muy eficientes en algunos casos nos vuelven más ineficientes”, dice Bachrach, en una entrevista con la nacion en un bar de Colegiales. El biólogo, que hoy llena teatros para hablar sobre el cerebro, experimentó mutaciones bruscas en carne propia: dejó una oferta de investigación y docencia en Harvard para volver a la Argentina y dedicarse a la divulgación y a la asesoría. “Las herramientas de cambio tampoco son mágicas, porque el principal boicoteador del cambio es nuestro propio cerebro, un órga-

A nivel corporativo, un 54% de las iniciativas de cambio terminan en fracasos A veces modificar un detalle es suficiente para generar un efecto cascada no que busca homogeneidad, que va para el mismo lado para ahorrar energía. Que busca constancia, quedarse en la zona de confort para no correr riesgos”, agrega Bachrach. Cómo decía Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Quién dijo que es fácil Insomne como pocas veces había estado en su vida, Carolina Winograd se levantó aquella madrugada de agosto de 2009 temerosa de cómo iba a transcurrir la mañana en su oficina de un prestigioso estudio de abogados. No tenía un contrato difícil por cerrar ni se vencía un plazo legal: ese día iba a comunicarles a sus jefes su renuncia indeclinable para dedicarse a cantar tangos. “Tomar esa decisión me llevó seis meses de intensas conversaciones conmigo misma. Volvía a mi casa llorando, y entre angustia y cansancio me preguntaba qué era lo que me incomodaba tanto –recuerda hoy Winograd–. Me proyectaba en el tiempo y la imagen que me devolvía mi imaginación era desoladora; en ese momento no sabía cómo salir de esa especie de caracol de ensueño, pero era cada vez más claro que tenía que cerrar ese ventanal, como dice el tango «La última curda».” Nada es fácil. A nivel corporativo, un 54% de las iniciativas de “cambio” terminan en fracasos rotundos, que dejan en las compañías un sabor agrio de frustración, según una encuesta sobre management de cambio realizada en 2013 por el centro Strategy&Katzembach. Muchos ejecutivos, señala el mismo estudio, reportan una “fatiga al cambio” que, al final del día, desemboca no sólo en costos financieros, sino también en oportunidades perdidas y una estrepitosa caída de la moral. “Existe un concepto muy estudiado por los psicólogos que muestra cómo las creencias individuales, junto con modelos mentales colectivos en las organizaciones, crean una natural y potente inmunidad al cambio –explica Ricardo Gil, especialista en cambio de Axialent–. A menudo, el problema no tiene que

ver con la falta de voluntad o con la inercia, sino que inconscientemente tenemos objetivos contrapuestos a los que nos proponemos a nivel consciente, y eso genera un sistema inmunológico emocional que nos impide alcanzar lo que de verdad queremos”, agrega. Otro error habitual, explica Bachrach, es el de ser demasiado ambicioso y querer cambiarlo todo. “A veces, modificar un detalle es suficiente para generar un efecto cascada. Bajarse dos estaciones antes del subte, caminar veinte cuadras por día, sentirse mejor, generarse un espacio en el que pueden surgir buenas ideas… son detalles que pueden cambiar vidas al final del día”, asegura el biólogo. Un proceso de introspección Si tienen que dar un único consejo a alguien que desee dar un giro radical en su vida, Talmasky, el ex abogado hoy emprendedor, y Winograd, la cantante de tangos, coinciden en su recomendación: encarar un profundo proceso de introspección para saber exactamente qué camino se quiere tomar, y tener una “honestidad brutal” con la respuesta. “Cuando algo hace ruido hay que escucharse, apagar el motor y encontrar el desperfecto”, grafica Winograd. Como toda tendencia jipeada, la promoción del cambio tiene sus lugares comunes y sus críticos. Ken Robinson, un educador, escritor y conferencista británico, es de los que piensan que el foco en el cambio personal es excesivo y generador de ansiedad, que conviene reconocer las fortalezas propias, potenciarlas y lograr tener las debilidades controladas para que no provoquen una dinámica de caos. Robinson es asesor de Inglaterra, de Singapur y de Hong Kong en temas de educación. El biólogo chileno Humberto Maturana, también especialista en cambio, es otro de los que llaman a anclarse en las fortalezas. “Obviamente no hay que obligar a nadie a cambiar, si uno está conforme con lo que es, ¿cuál es el problema?”, dice por su parte Bachrach. Para Sergio Maller, psicólogo y especialista en cambio organizacional, en el debate “hay de todo, desde la perspectiva que afirma que cada uno es lo que es y anda siempre con lo puesto, como dice Serrat, hasta los que aseguran que la posibilidad de reinventarse está a la vuelta de la esquina. Yo creo, en lo personal, que se trata de encontrar un punto de equilibrio con una mejor versión de uno mismo, trabajando desde las fortalezas y las calidades de las personas”. “Muchos no cambian por aversión al riesgo. Pero por cómo está cambiando el mundo hoy, es más riesgoso quedarse quieto”, dice ahora Gerry Garbulsky, otro que pasó por varios ciclos de metamorfosis personal. Hasta los 30 años, Garbulsky trabajó investigando como físico, en el MIT de los Estados Unidos, luego de haberse recibido en la UBA. Allí experimentó su primera mutación, y se dedicó durante 13 años a la consultoría estratégica de negocios. Y desde 2009 reparte su tiempo en otro esquema radicalmente nuevo: la organización de TEDxRíodelaPlata, el taller “El mundo de las ideas” y su columna en el programa Basta de todo, de Matías Martin, por radio Metro. ¿Última estación? El ex físico y ex consultor está seguro de que no. Como dice la tuitera estrella en temas de creatividad, María Popova, los seres humanos somos work in progress –trabajos en elaboración–, aunque solemos comportarnos y tomar decisiones como si no lo fuéramos. “Yo estoy convencido de que en algún lugar de mi mente y de mi corazón se están incubando otras cosas para hacer en el futuro –se sincera Gerry Garbulsky–, hay algo en mi naturaleza que me llama a cambiar todo el tiempo, a explorar nuevos mundos. Quizá siento que la vida es demasiado corta para vivirla una sola vez.”ß Producción de Lila Bendersky

Eleonora Jezzi Riglos cambió la educación física por el trabajo profesional con el vino

paula salischiker

Gerry Garbulsky y su metamorfosis personal: de investigador en el MIT a organizador de charlas TEDxRíodelaPlata

Dos posturas relevantes La posición de los best sellers al respecto

Más naturalidad y menos temores opinión Andrea Linardi PARA LA NACION

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En cambio Estanislao Bachrach sudamericana El biólogo que supo ser best seller con Ágilmente asegura ahora, en este nuevo libro, que somos capaces de incidir en los patrones cerebrales para modificar nuestra propia vida, en múltiples niveles. Una forma de dejar atrás hábitos que no nos gustan

ivimos pidiendo, pero simultáneamente temiendo, un cambio. Despotricamos contra nuestra realidad, pero a la hora de poner manos a la obra, sentimos que salir del terreno conocido es altamente incómodo. ¿A qué cambio nos referimos entonces cuando hablamos de un cambio que nos atemoriza? Porque pareciera que la modificación de algo propio siempre es indeseada, y por añadidura, de consecuencias imprevisibles... Afortunadamente hay otras miradas. El biólogo chileno Humberto Maturana, por ejemplo, nos enseña que vivimos en un presente continuo cambiante, en un mundo al que modificamos y que a su vez nos modifica a nosotros segundo a segundo. Y esto ha venido ocurriéndonos desde que nacimos. Maturana nos ha-

lejos y postula cambios en los sistemas educativos que promuevan la curiosidad y las inquietudes, y no el seguir un programa preestablecido. Y el consultor Marcus Buckingham, que investigó durante sus años en Gallup cuáles eran los factores diferenciales de los equipos más efectivos, llegó a la conclusión de que había una única característica común: en todos esos casos la gente contestaba que los habían puesto a hacer la tarea que mejor hacían. Es decir que damos lo mejor cuando algo nos inspira y nos apasiona: cambiar hasta lograr descubrirlo es nuestra tarea más desafiante. En definitiva, los aportes de Maturana, Robinson y Buckingham parten de la persona como centro. Si esta tendencia se consolida, tal vez todos comencemos a vivir este presente continuo cambiante con más naturalidad y menos temores.ß La autora es especialista en gestión de personas

El cerebro, asunto de primer orden el escenario Ernesto Martelli LA NACION

D El ElEmEnto Ken Robinson conecta Este experto en desarrollo del potencial humano sostiene que aspirar a un cambio absoluto es muy ambicioso y aconseja apoyarnos en nuestras propias fortalezas. El desafío, entonces, es tratar de encontrarlas, con ayuda de instituciones como colegios o empresas

bla entonces del cambio poniendo el foco en qué queremos conservar, en lugar de las cosas que queremos modificar. Pero el punto es reconocer que el zapato nos aprieta, en el ámbito que sea: pocas ganas de ir al trabajo, buscar excusas para no volver a casa, posponer por décima vez una tarea... Ante esto, nos quedan dos opciones: la parálisis que el temor nos provoca, o el deseo y las ganas de comenzar a andar caminos nuevos y desconocidos. Puedo compartir que lo desconocido es incómodo, pero no por eso es menos desafiante y sorprendente. El tema es animarnos y comenzar: nunca vamos a llegar a lo que deseamos sin valentía y audacia. Si lo pensásemos así, el cambio luciría menos amenazante para todos. El escritor británico Ken Robinson, por su parte, enfatiza en una de sus observaciones más lúcidas la importancia de descubrir lo que nos apasiona y el impacto que esto tiene en nuestro hacer. Lo lleva más

urante mucho tiempo y aún hoy, cierta sensiblería popular eligió contraponer hombre y máquina. Acaso como un modo de aislar el comportamiento humano de su costado mecánico. Corazón vs. cerebro, en la batalla de los órganos, era el duelo que representaba esa mirada. Recientemente, y el éxito de Estanislao Bachrach con su libro Ágilmente en la listas de best sellers lo deja en evidencia, los secretos del funcionamiento del cerebro, la comprensión del sistema límbico y el córtex en las emociones y las decisiones cotidianas no sólo debilitan aquella simplificación, sino que convierten al tema en un asunto de primer orden para las personas, las empresas, la sociabilidad. Los enigmas de ese órgano se vuelven mayúsculos en tiempos en

los que nuestra vida está atravesada por gran cantidad de dispositivos: ¿cuál es el sistema operativo que rige nuestros comportamientos?, ¿cómo almacenamos y procesamos la información?, ¿qué puede decirnos esa máquina sobre los más profundos sentimientos humanos? En esa línea invisible que conecta la economía freak (el libro de Levitt y Dubner que cumple una década) y la matemática cool (representada en la Argentina por el profesor Adrián Paenza), emerge también la neurociencia sensible. Allí, Bachrach termina de definir un escenario donde las ciencias y su divulgación se vuelven porosas, no ya en sus límites, sino en su relación con el interés general. Injustamente, parece sugerir esta disciplina en ascenso, asociamos al cerebro con la inteligencia y la razón, y aún no nos acostumbramos a verlo de otra manera. Un reciente estudio de Harvard proponía que, a la hora de hacer testeos sobre capacidades personales, no nos dediquemos a mirar

solamente el famoso coeficiente intelectual, sino que agreguemos índices de coeficiente emocional y coeficiente de curiosidad. La fantasía de la inteligencia artificial parece ser entonces el reverso ominoso del asunto. Como siempre, el cine de Hollywood se ocupa de llevar el tema más lejos y de modo potente: la película Ella, de Spike Jonze, transita en la relación sentimental profunda entre, justamente, un hombre y un sistema operativo. En El omnívoro, un libro sobre antropología y nutrición, su autor, Claude Fischler, rescataba un dato interesante: el seso es, en un análisis de todas las civilizaciones, el elemento que menos culturas consideran comestible. Y suena lógico: la primera reacción humana ante lo que genera temor y desconcierto es el profundo rechazo. Parece que ha llegado el tiempo de reconciliarnos con nuestro órgano vital, ese que le ordena al corazón, literalmente, cuándo y cómo debe funcionar.ß