Reminiscencia póstuma El ser humano es un mundo

“El hecho de que la hechicera de esa noche fuera todavía virgen no era tanto la señal del
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Reminiscencia póstuma Por: Valeria Arroyo Estas memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos porque así precisamente es la vida. La intermitencia del sueño nos permite sostener los días de trabajo. Muchos de mis recuerdos se han desdibujado al evocarlos, han devenido en polvo como un cristal irremediablemente herido. -Confieso que he vivido, Pablo Neruda

El ser humano es un mundo de contradicciones, nos embotamos tratando de hablar de temas inacabables, articulamos palabras que recién hemos adquirido de algún libro o película, sonreímos al momento para llorar después. El escritor Marcel Proust decía “A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas", y aunque duela aceptarlo, es así o quizá, como lo mencioné hace un momento, somos esa paradoja incomprensible que busca salvaguardarse de lo vivido en el pasado, o bien, en el ilusorio futuro que nos dibujamos. El tiempo, en esa palabra se define una vida entera, se acaban los prejuicios, desaparecen los niveles y mora un mar de dudas. ¿Cómo podemos definir tal concepto, si no es más que algo intangible, abstracto y efímero? Sentimos el golpe de su presencia cada que pasa un día más; se manifiesta en las motas de polvo acumuladas en lo que era “nuevo”, en los retratos desdibujados, en los amores frustrados que claudicaron por cobardía, en los rostros que antes eran amados y hoy sólo son simples y burdos extraños. Ahí está, silencioso y letal, como el tic tac insufrible del reloj, ¡Ordinario objeto para semejante carga que indica! Todo cuanto vivimos, lo poseemos en extraños objetos o álbumes de fotos, se tiene que tener en algo físico para poder clasificarlo como recuerdo de algo real. El ser humano necesita de manera, casi enfermiza, testigos de los momentos que vive. No vale la pura experiencia, el platicarlo después de un tiempo se torna incierto pues, todo, va modificándose de acuerdo a la engañosa y nunca confiable, memoria. Como diría Olga Nolla en El Manuscrito de Miramar1 se necesita apalabrar la experiencia. No es suficiente un espíritu romántico, que guarda media vida en el baúl de los recuerdos almacenado en el hipocampo. Los vestigios que vamos formando a la larga, se convertirán en proyecciones de lo que fuimos, somos y quizá de lo que seremos. Buscamos colocarnos en algún lugar del universo, que la 1

Nolla, Olga. (1998). El Manuscrito de Miramar. Puerto Rico: Alfaguara.

gente nos recuerde con sólo ver algo que nos perteneció. Trascender; en eso se nos va la vida, más que almacenar enseres para nosotros, lo hacemos para los demás. Nadie en éste mundo logrará conocernos en su totalidad y complejidad, por ello, dejamos inconscientemente pistas que les ayuden descifrar quiénes fuimos y porque nos convertimos en la persona que conocieron. A veces tratamos de comprendernos a través de los ojos de los demás. La búsqueda de la existencia es un reto de magnitud inconmensurable; ningún hombre, ni siquiera el más sabio, ha logrado desentrañar el misterio al que inocentemente llamamos “vida”. Si lo ponemos desde una perspectiva caótica y a la vez realista, veríamos que todo carece de significado o al menos los episodios que transcurren son despojados de valor, si no existe un objeto material o una fotografía que los haya registrado. ¿Qué va ser de nosotros cuando ya no seamos más una persona? ¿Somos los que dirigen el juego o el juego nos está comandando? Sin memorias nos tornamos sombras de sujetos que jamás existieron. Las huellas que pudieron haberse marcado se diluirían con facilidad; la edificación del mundo que imaginamos se volvería endeble y desechable. Entramos al juicio que nos somete el simple hecho de estar vivo: entre el superar tiempos añejos y avanzar con la mente inmaculada. Sin embargo, es la caja de recuerdos la que enlaza al presente con el pasado y esta a su vez con el futuro, no podemos deshacernos de aquello que nos formó. Kawabata manifiesta la relevancia de los recuerdos en una persona; en su libro La casa de las bellas durmientes2 habla de la vejez y el retorno tempestivo y voraz de los momentos vividos en la juventud. El detonante que hace explotar la bomba de escenas pasadas en la vida del personaje principal, llamado Eguchi, es la mujer, en realidad las mujeres. Su encuentro con ellas, la interacción que mantiene estando acostado a su lado, absorbiendo, tal vez sin querer, la frescura y lozanía de lo nuevo. Deja de lado el aroma rancio y agrío de la vejez, se sumerge al mundo que ha dejado atrás, a los instantes desperdigados en el limbo de la mente; al umbral al que entró, consciente que no iba a tener salida después. “El hecho de que la hechicera de esa noche fuera todavía virgen no era tanto la señal del respeto de los ancianos hacia sus promesas sino la triste señal de su decadencia. La pureza de la muchacha era como la fealdad de los ancianos.” Esta cita es importante para esclarecer el significado de lo que acabo de mencionar. Las personas mayores son como los registros de la humanidad, tienen en cada pliegue de piel, marcado un acontecimiento, en la mirada la melancolía que ningún párvulo o joven logran concebir aún, sus rostros son lienzos pintados con tinta de añoranza y matices de perdón. La voz que sale de sus cuerpos marchitos, ya no es la misma sonoridad que antaño retumbaba por los pasillos de la inexperiencia, ahora son variadas armonías en desuso, ecos que dejaron de 2

Kawabata, Yusari. (1978). La Casa de las Bellas Durmientes. Japón: Emecé ingua franca. P. 47

blasfemar para empezar a adorar. Adorar lo cromático de los paisajes, del cielo, de la tierra, de los humanos, y de cada partícula que conforma a la naturaleza. Es por ello que hablar de su decadencia o percibirla de manera inminente al encontrarse junto a una mujer joven, germina ansiedad y desasosiego. Es ineludible la comparación; ella, alguien sin experiencia en distintos sentidos, con una piel intacta, unas manos inquietas por abrir camino, pies desnudos y perfectos para recorrer senderos inexplorados, labios rozagantes y colmados de pigmento natural, la sorpresa acentuada en la cara y sobretodo el olor. El perfume de la inocencia, igual a la cálida primavera; estación que da paso a nuevas vidas e imprime color a lo que ya había envilecido. “Sabía que dormir con una muchacha semejante era un consuelo efímero, la búsqueda de la desaparecida felicidad de estar vivo”3 El asalto de las dudas viene de manera ininterrumpida. Guardémonos de exclamar con horror ante la visión de un anciano y una adolescente, es lo que pasa al final de una vida; la locura. Engancha, somete y atrapa a cualquier individuo que quiera construir una realidad alterna a la que está enjaulado. Las acciones que vamos ejerciendo son iguales a la fuerza del pensamiento que nos obliga a consolidarlas. Entrar a la edad de la supuesta decrepitud nos confina a la eterna disertación de cuánto de lo que hicimos es bueno o vil. Categorizamos las acciones desde el primer día que empezamos a formar recuerdos, hasta la nebulosa visión de lo que hoy nos acecha. La evocación es parte sustancial de la existencia, así como la continua deformación de los recuerdos. […] siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase “todo tiempo pasado fue mejor” no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que -felizmente- la gente las echa en el olvido.4 Con esta cita retornamos al inicio del ensayo. Las personas que asumen que el antes era más prolifero que el presente sólo están magnificando recuerdos pasados que ya se han filtrado y descompuesto por la mente. Ernesto Sabato, en su libro El túnel nos dice que la gente echa al olvido las cosas inútiles, es decir que somos convenientemente olvidadizos. Sólo los hechos que nos causaron alguna especie de placer son los que vinculamos a la rememoración de cosas que hicimos. El psicólogo William James5 dice que la información que se ha enterrado en alguna parte del cerebro sale a luz de manera inconsciente con el fin de recuperar un recuerdo específico, a esto lo definió como “priming”; el despertar de las asociaciones. Sin que nos percatemos las asociaciones suelen activarse.

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Kawabata, Yusari. (1978). La Casa de las Bellas Durmientes. Japón: Emecé ingua franca. P. 67 Sabato, Ernesto. (1948). El túnel. Argentina: Sudamericana. 5 Myers, David. (2006). Psicología. Ed. Médica Panamericana. 4

Es lo que pasa en el libro de La casa de las bellas durmientes, el personaje principal renumera uno a uno sus episodios más emblemáticos, y las personas que le cambiaron la vida o la manera de concebir algo. William James, también habla de la “memoria sin recuerdo” quiere decir que todo lo que hemos “olvidado” sigue almacenado dentro de nosotros, sólo basta un detonante para hacer estallar el recuerdo reprimido. La activación deriva de las asociaciones formadas a través de experiencias y palabras, tal como: los olores, sabores, imágenes y demás circunstancias significativas. El psicólogo cognitivo Gordon Bower decía “Una emoción es como una habitación de una biblioteca, en la cual guardamos los archivos de los recuerdos. Recuperamos estos archivos si volvemos a está habitación emocional”. De manera que al final resulta que la vida no es más que la película que forjamos a través de los años, sólo que no tenemos autorización de editarla definitivamente, los recuerdos son como los vestigios; pueden ser enterrados pero en algún momento cuando menos esperemos saldrán a la superficie, gracias a nuestro inconsciente papel de arqueólogos. La tristeza será la orilla del precipicio que nos arroje al vacío donde en ruinas cayeron las memorias; escombros de amargura, felicidad, odio e inapelablemente cadáveres de monstruos que fueron gobernantes de nosotros a lo largo de los años. Cómo diría Juan Pablo Castel, personaje principal del libro El túnel, Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza.6 Estamos despiertos y convencidos de la realidad que nos cobija, sólo toca dejarnos fluir por el torrente de escenas en construcción; la marea del viaje anterior llegará en el momento justo, puede ser un día cuando estemos contemplando un cuadro que nos evoqué la figura materna o estando a lado de una persona que por el llano hecho de respirar nos imprima vida y felicidad, o quizá nos inundemos del pasado cuando estemos redescubriéndonos a través de un escrito. Nunca se sabe cuándo el tiempo nos arrojará al túnel.

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Sabato, Ernesto. (1948). El túnel. Argentina: Sudamericana.