Ray Loriga

16 ene. 2014 - se de un lado al otro como un desertor o un fugiti vo. Cruzando desde .... sonido preciso a su vida para
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ALFAGUARA HISPANICA Trifero.indd 5

Ray Loriga Trífero

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Primera parte

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Silencio

No diré su nombre. Cuando la lluvia dejó por fin de golpear la superficie del lago, llegaron la nieve y el hielo y lue­ go, como cada año, la primavera. Al animarse el bos­ que y los jardines de la vieja mansión Happensauer, Saúl Trífero, contrario al ritmo de todas las cosas, se encogía. Jamás diré su nombre. Insiste. Levantando entre su determinación y sus verdaderos impulsos un muro coronado con alambre de espino, como los que alzan entre sí países en guerra. Para luego, cubierto ya por la oscuridad de la noche, arrastrar­ se de un lado al otro como un desertor o un fugiti­ vo. Cruzando desde este lado la renuncia; hasta el otro, su nombre. Saúl Trífero se da cuenta entonces de que está de pie, sin motivo, y vuelve a sentarse. Se asus­ ta: ¡A lo mejor hasta he alzado la voz! ¡Qué tonte­ ría!, vea usted que ni siquiera llevo una foto de ella en la cartera. (Saca unos billetes doblados y la cuen­ ta de su último almuerzo.) Enseguida él mismo se pregunta: ¿Y eso qué demonios prueba? ¿No son siempre los culpables los primeros en mostrar las manos limpias? Si hubiera sido capaz de vivir mi vida con mayor dignidad, se lamenta Trífero. De labios de reyes y emperadores

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se ha escuchado el mismo lamento. (Ahora se seca la frente con un pañuelo.) ¡Las bromas del destino! Cuanto más cree alejarse de su nombre, más crece la sombra de su esposa, que amenaza ya su pro­ pia sombra. Cuanto más lejos está del lago, más cla­ ra le parece el agua y más oscuro el fondo. ¿No cre­ cen de igual manera los secretos cuanta más tierra los cubre? Y hubiera sido tan fácil, al recordar sus gruesos tobillos, sus manos fuertes, sus absurdos postres, ah, la repostería, qué ciencia más difícil, al volver a verla, en suma, en esas otras fotografías que se recuperan al cerrar los ojos y se pierden al abrir­ los, hubiera sido tan sencillo —sentado, en pie, en voz baja o a voz en grito— haber dicho, sólo una vez y para siempre, las cinco letras que aún le sepa­ raban, apenas cinco pasos del recuerdo de su espo­ sa. Habría confesado sus pecados, uno a uno, y ha­ bría calculado con diabólica exactitud el montante de sus deudas, sin reparos. Cuántas cosas habría di­ cho Saúl por no decir Lotte. Por lo demás, no será ésta la primera vez, ni la última, que empieza a contarse la historia de un hombre desde el final. Ni debiera sorprender a na­ die que saltemos de aquí allá, ni de allá de vuelta hasta aquí, guiados no sólo por el capricho, que también, sino por la necesidad de hacer justicia al color del retrato, tan importante o más que el pro­ pio contorno. Se puede reconstruir una vida enfren­ tando la luz de los salones a la penumbra de las buhardillas, las tazas de té a los tragos de vodka, los besos a las traiciones. Enfrentando estos momentos

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sin importancia a aquellos acontecimientos devas­ tadores a los que, engañados por el ruido, otorga­ mos un peso exagerado. Al fin y al cabo, la brisa y los huracanes quedan marcados de manera idénti­ ca en la serie casi infinita de círculos concéntricos que dan cuenta del paso del tiempo en el tronco de un árbol talado.

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Al norte de la Ruta Romántica

Más círculos. Los que van describiendo las vías del ferrocarril a lo ancho de Alemania. De Ber­ lín a Leipzig, de Leipzig a Múnich, de Múnich, pa­ sando por Núremberg, a Frankfurt y de allí a Co­ lonia. ¿Y, ahora mismo, dónde? Ahora mismo en Aschaffenburg, una pequeña población que vio tiem­ pos mejores pero que apenas los recuerda, obligada a vivir de rodillas frente a Frankfurt, a la que sirve de oportuno desahogo o, como dice la guía, de ciudad dormitorio. También habría que aclarar, siempre se­ gún la guía, que no se trata técnicamente del norte de la Ruta Romántica, Romantische Strasse, sino de la Strasse der Residenz, otra de las grandes rutas tu­ rísticas que cruzan Alemania. La guía, por cierto, no la lleva Trífero, a él no podrían importarle menos el nombre de las ciudades o los ríos por los que pasa, sino Agedor Grenen, el emprendedor abogado que recorre tras él los mismos caminos. ¿De dónde vie­ ne el bueno de Agedor? Pues es difícil de decir. Viene de Oslo, de la oficina central de Angsbard, Jorgen y Dretzel, la más prestigiosa firma de aboga­ dos de toda Noruega, pero la pista de Trífero le ha llevado ya de Nueva York a Berlín y de allí a Mú­ nich y ahora hasta Aschaffenburg. En realidad, Agedor llegó a Berlín esperando encontrar a un hombre muerto, pero un amable jardinero filipino

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le informó de que el difunto doctor Trífero había salido, apenas una semana antes de su llegada, rumbo a Leipzig. Mientras Agedor repasa la dichosa guía y se promete, si hay tiempo, visitar la iglesia de los santos Pedro y Alejandro, Saúl Trífero decide hacer noche en un modesto hotel que suma tan sólo seis habitacio­ nes sobre un alegre café animado por un nutrido gru­ po de ancianitas locales y sus correspondientes tartas. —¿Más té? —pregunta una robusta camare­ ra que a Saúl le recuerda con dolor a su propia ro­ busta esposa. —No, gracias —responde Saúl, haciendo lo posible por mirar hacia otro lado cuando la adora­ ble joven le pone los muslos a la altura de la boca y a la distancia de un mordisco. —¿Va usted muy lejos? —pregunta entonces la muchacha. —Voy a Colonia —responde Saúl. —Colonia —añade la camarera—, qué bo­ nito. Y después se va y Saúl se queda más tranqui­ lo, pero al poco ella vuelve y se planta de nuevo frente a su mesa. —¿Doctor Trífero? —Ése soy yo —responde Saúl con aire mun­ dano. Con esa expresión que viene a decir, estoy aquí, en efecto, pero he estado antes en otros mu­ chos sitios.

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—Tiene usted una llamada. —¿Una llamada? —pregunta Saúl alarma­ do. Quién demonios puede saber dónde paro. Si prácticamente he muerto para el mundo. —¿No es su habitación la número seis? Saúl saca del bolsillo la pesada llave y com­ prueba desolado que, en efecto, la habitación nú­ mero seis es la suya. —Bien. En ese caso, la llamada es para usted. Trífero se acerca a la barra, donde la dueña del hotel le entrega el teléfono con una sonrisa. —¿Doctor Weisman? —pregunta Agedor Grenen al otro lado de la línea. —No, se equivoca usted, soy el doctor Trí­ fero. —Oh, lo siento, debo de haberme confun­ dido. —Desde luego que sí —responde Saúl—. No le quepa duda. Un error sin importancia y, sin embargo, al colgar el teléfono, Saúl siente que los fantasmas han dado con él. Por eso apenas se sorprende cuando a la ma­ ñana siguiente vuelve a encontrarlos en el andén, esperando el mismo tren que él habrá de tomar. Y si es bien cierto que hace falta un gran hombre para tumbar a un hombre grande, no lo es menos que el más débil se basta y sobra para aca­ bar con el más débil de entre nosotros, y así la lu­ cha de un hombre contra sí mismo está siempre equilibrada. Saúl Trífero sabe que el tamaño de su miedo es idéntico al tamaño de sus fuerzas, y sabe tam­

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bién que no hay más fantasmas que los que habitan la propia conciencia, y que un naufragio no es sino la derrota de un solo hombre frente a la marea de sí mismo, y que la arena de la playa donde van a dar nuestros huesos es la arena de nuestro propio desti­ no y, así las cosas, Saúl no ve la manera de librarse de lo que se le viene encima. Y éste es el final, aproximadamente, y aho­ ra, aproximadamente, el principio.

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Índice

Primera parte Silencio Al norte de la Ruta Romántica

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Segunda parte Bésame Vidas de Saúl Días felices con Lotte El corazón en Jutlandia El demonio de la tarde Pregúntale al gato

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Tercera parte La vida bajo el lago Los mejores amigos de Jerusalem Poco común La elegancia de Agedor Huellas de gusano Recuerdos de Albita Victoria Dos veces Trífero Más allá del deber Los caballos del zar Trífero, una introducción Coney Island Invierno

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Cuarta parte Majakowski Ring Sangre en la piscina Un asunto sin importancia Black & Decker

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Quinta parte Baviera

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ZA ZA, EMPERADOR DE IBIZA Ray Loriga

«Loriga añade anhelo romántico e inteligencia original a una figura cada vez más ubicua, el héroe neurótico, esa alma difuminada en un país de las maravillas transnacional lleno de ingeniería neuroquímica y negras intrigas.» Sam Lipsyte, The New York Times Esta es la historia de Za Za, futuro emperador de Ibiza. Y es la historia de un gigantesco embrollo. Porque ZAZA es el nombre del mayor yate de recreo jamás visto antes, y por si eso fuera poco, también es el nombre de la droga perfecta, la más potente, inocua, alucinante, y limpia droga jamás creada o encontrada, esa que provoca felicidad sin límite sin exigir peaje a cambio, ni al alma ni al cuerpo. Zacarías Zaragoza Zamora, alias Za Za, disfruta en Ibiza de un retiro tranquilo y sin sobresaltos, convencido de que sus tiempos de dealer habían acabado hace años. Pero el pasado ha regresado con sonido preciso a su vida para convertirle en emperador de la isla. ¿Despropósito? Hay quien lo llama destino.

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