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¿PODRÁ EL CREYENTE PERDER LA SALVACIÓN? Escrito por Eduardo F. Sywulka

Hace algunos días unos hermanos me hicieron la siguiente pregunta: Hermano, ¿podrá el creyente perder su salvación? No me sorprende esta pregunta. Por una parte algunos textos bíblicos a primera vista parecen indicar que la salvación se puede perder. Por otra parte sin duda, todos conocemos algunas personas que se dicen creyentes, pero que después cayeron en pecado o se van otra vez al mundo, como decimos. ¿Qué pasa en estos casos? Hay dos posibilidades: Primera. Puede ser que estas personas nunca creyeron de corazón; nunca han nacido de nuevo. Como dice 1 Juan 2:19, "Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros". Sin duda, de este tipo son los falsos maestros a que se refieren Judas y 2 Pedro 2, o las cinco vírgenes insensatas de que habló nuestro Señor Jesucristo en la parábola de las diez vírgenes, en Mateo capítulo 25. Otro pasaje que a primera vista parece apoyar la idea de que el creyente puede perder la salvación, es el capítulo 6 de Hebreos. Pero, al estudiar el contexto, se ve que se refiere específicamente a judíos que habían hecho profesión de fe, pero que después dispusieron que les era mejor regresar al antiguo sistema de sacrificios y ritos que impone la ley de Moisés. Podemos notar que el apóstol sigue su advertencia diciendo: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así” (v. 9). Segunda. La otra posibilidad es que sí creyeron de corazón, pero que no han crecido en su vida espiritual. Han sido redimidos y justificados por la fe, pero poco han experimentado de la obra progresiva del Espíritu Santo en la vida del creyente, para su crecimiento y conformación a la imagen de Cristo. Aun los que tenemos más años de ser creyentes, también vamos en el mismo camino de crecimiento en la vida espiritual. Así es que en todo el Nuevo Testamento se nota que, mientras estamos en este cuerpo mortal, hay una lucha constante contra el mundo, la carne y el diablo. Por lo que nos amonestan las Escrituras a luchar contra todo esto, y a que nos entreguemos totalmente a Dios.

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Ahora bien, en cuanto a la seguridad de la salvación, hay varias ilustraciones que nos animan y consuelan. 1.

La palabra de Dios nos asegura que nuestros nombres están escritos en los cielos en un libro que se llama “El libro de la vida” (Lucas 10:20, Hebreos 12:23, Filipenses 4:3) y “El libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27). ¿Quién escribió nuestro nombre allí? Dios lo escribió. ¿Y cuándo lo escribió? Sin duda, en el mismo momento en que nos escogió, esto es, “antes de la fundación del mundo”, Efesios 1:4. Ahora pregunto, si Dios escribió nuestro nombre en el libro de la vida, ¿será posible que lo borre ahora? De hacerlo así, significaría que se había equivocado desde un principio. Pero Dios nunca se equivoca, y si él escribió nuestro nombre en el libro de la vida, fue para que permaneciera allí por toda la eternidad. Sí hermano, el llamamiento de Dios es eterno. No fue un pensamiento del momento o uno que haya tenido por casualidad. Todo lo relacionado con nuestra salvación fue bien pensado y planeado. Dios dice en Jeremías 31.3: “Con amor eterno te he amado”.

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Otra enseñanza bíblica muy preciosa es que somos templo de Dios en el que él nos va colocando como piedras vivas, cada piedra bien colocada, exactamente en el lugar que le corresponde. Si viéramos que un albañil coloca ladrillos en una pared, y luego los quita, diríamos que es un loco o que no conoce su oficio. Dios no es así. Él va colocando estas piedras en el templo para que cada una permanezca en su lugar, sólido, inmovible (Efesios 2:20-22; 1 Pedro 2:5).

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Otra verdad que nos da esperanza es que hemos sido sellados por Dios (Efesios 1:13 y 4:30; 2 Corintios 1:21-22). Un sello sirve para autenticar la procedencia y validez de un documento. Establece su autenticidad y sirve de garantía. Así es que si hemos sido sellados por el Espíritu Santo, esto establece que nuestra salvación es auténtica y que somos propiedad de Dios. No tan fácilmente dejará Dios que se pierdan los que él mismo ha sellado.

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Otra verdad importante es que como creyentes en Cristo somos miembros de su cuerpo (1 Corintios 6:15; Efesios 5:30; Romanos 12:45). Así que estamos tan íntimamente relacionados con Cristo, como los pámpanos a la vid, como Jesucristo lo enseñó en Juan 15. Y esto nos

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da seguridad en cuanto a nuestra salvación. Como dice el apóstol Pablo tantas veces, estamos “en Cristo”. Una razón por la cual algunos piensan que el creyente puede perder la salvación es porque no han comprendido que la salvación es “por gracia, no por obras” (Efesios 2:8-9). Si uno tuviera que ganar la salvación con sus buenas obras, como algunos creen, o si se pudiera comprar, entonces sí sería posible perderla. Pero según la Biblia, la salvación depende exclusivamente de los propósitos eternos de Dios, y de su gracia y misericordia. A la verdad nadie la merece. Pero estas razones no dejan lugar para creer que por algún pecado u otro la salvación se pierda. Pregunto: ¿cuántos de nuestros pecados perdonó Dios el día que creímos en Cristo como nuestro Salvador? ¿La mitad, la mayoría o todos? Sí, todos. Y, ¿cuántos pecados tendría el creyente que cometer para perder la salvación? ¿15? ¿50? ¿100? O, de todos los pecados que el hombre comete, ¿cuál sería el que le hace perder la salvación? ¿El robo? ¿La mentira? ¿La codicia? Hacer tales preguntas me parece una locura y tal vez una afrenta a Dios. El pecado es pecado, sea uno solo o sean cien. Según el apóstol Santiago, “cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). En eso caemos todos, pues no hay creyente que nunca vuelva a hacer algo que no es del agrado de Dios. Pero gracias a Dios hay una palabra de consuelo y ánimo en Salmos 130:3-4: “Jehová, si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado”. Luego tenemos las palabras inspiradas que el apóstol Juan escribió a los creyentes en su primera epístola 1:7-2.1. Allí dice: “Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.

¿Se refiere este pasaje sólo a los pecados pasados? Recordemos que Juan dirigió estas palabras a creyentes. ¿No será que incluye también los pecados de hoy y aun los que cometamos mañana? Por supuesto que sí. Cuando dice, “nos limpia de todo pecado”, incluye todos los pecados que el hombre puede cometer.

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Hermano, pregunto: ¿quién le escogió a usted aun antes de la fundación del mundo? ¿Quién escribió su nombre en el “Libro de la vida del Cordero”? ¿Quién le ha colocado a usted como piedra viva en el hermoso templo que Dios está construyendo? Y, ¿quién le ha sellado con el Espíritu Santo? ¿Quién? Sólo Dios, él es quien lo ha hecho todo. Y, ¿quién es el que intercede por usted ante el trono de la gracia? Es Jesucristo el santo Hijo de Dios, quien junto con el Espíritu Santo es uno con él (1 Juan 2:1, Romanos 8:34 y Hebreos 10:1923). ¡Qué consuelo más precioso! ¡Qué seguridad eterna! ¡A Dios sea la gloria! Ahora pensemos en el caso del rey David, quien en un descuido se enamoró de la mujer de Urías, uno de sus soldados más valientes, que se encontraba fuera de su casa luchando contra los amonitas. Esta historia se encuentra en 2 Samuel capítulos 11 y 12. Vemos aquí que David cayó en los pecados de (l) codicia, (2) adulterio, (3) robo, (4) engaño e intriga y (5) asesinato, quebrando así las últimas 5 prohibiciones del decálogo. Dios, en su gracia, mandó al profeta Natán a reprender a David, quien hasta este punto parece que no había sentido la gravedad de su pecado ante Dios, pero habiendo oído las palabras de Natán, su corazón fue tocado, sintió tristeza y gran pena, y dijo: “He pecado contra Jehová”. No culpó a otro, sino que reconoció que él era el culpable, y lo confesó; sinceramente pidió perdón a Dios como vemos en Salmos 51. Los primeros 2 versículos dicen: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado”. Lea todo el salmo y vea la seguridad que él tenía de ser perdonado, como también en 2 Samuel 12, vea cómo Dios lo perdona. En este relato hay varias cosas de las cuales debemos tomar nota. Primero, aunque el pecado de David fue grande, ni en el Salmo 51, ni en ninguna otra parte de la Biblia se habla de borrar el nombre de David del “Libro de la vida”, sino de borrar el pecado que había cometido (vv.1 y 9). Pero en segundo lugar, veamos que, aunque Dios le perdonó el pecado a David, éste tuvo que sufrir las consecuencias de lo malo que había hecho. La disciplina que Dios le impuso fue durísima: primero, el hijo de Betsabé murió; luego, una hija de David llamada Tamar, fue violada por Amnón, hijo de David, es decir, medio hermano de Tamar. Entonces Absalón, hermano de Tamar, mata a Amnón por venganza, y más tarde se rebela contra su padre, el rey David, por lo que hay una batalla en la que Absalón es muerto. ¡Qué triste historia y qué consecuencias más dolorosas!

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Dios, sin duda, dejó escrita esta historia tan triste en su Santo Libro para que de ella aprendiéramos los creyentes una lección muy importante. Es decir, que el pecado es una ofensa gravísima contra Dios y contra su santidad, y que aunque Dios en su misericordia lo perdona cuando se reconoce y se confiesa, las consecuencias siempre se tienen que sufrir. Pregunto: ¿qué le toca hacer al creyente que por descuido cae en algún pecado? Las mismas Escrituras nos dan la respuesta en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. También dice en Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Por último, no debemos permitir que este asunto sea motivo de disensión o discordia en nuestra iglesia. Recordemos que siempre ha habido diferencia de opinión sobre este tema, y sin duda siempre habrá. Lo mejor es seguir la admonición de Hebreos 10:23-25: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. Sigue una lista corta de pasajes que hablan de la seguridad del creyente: Juan 10:28 y 15:16; Efesios 1:1-14 y 2:1-10; Hebreos 6:18-20; Filipenses 1:6; y especialmente todo el capítulo 8 de Romanos que empieza con “ninguna condenación”, y termina con “ninguna separación”.

Usado con permiso.

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