PDF (Capítulo 13)

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JUAN DE D I O S CARRASQUILLA: LEPRA, CIENCIA Y PODER EN COLOMBIA A FINALES DEL SIGLO XIX

Diana Obregón

Mi contribución a este seminario sobre pensamiento colombiano consiste en plantear algunos problemas de la ciencia en la Colombia de finales del siglo xix. En este trabajo, la ciencia no se concibe como pensamiento únicamente, ni como conjunto de ideas ni como producto fundamentalmente del cerebro, sino que será entendida, en una perspectiva sociológica, como actividad práctica o, en palabras de Bruno Latour, como "ciencia en acción"1. Según este punto de vista, no es dable hablar de ciencia en abstracto, ni de asimilación de paradigmas (esto es, qué tan correctamente los colombianos asimilaronxoy teoría científica, sea la mecánica clásica, el darwinismo o la teoría de la relatividad), sino más bien de producción científica, de actividades concretas y específicas de investigación. La historiografía tradicional asume que la ciencia como actividad racional, objetiva, sometida a reglas estrictas encarnadas en el llamado "método científico", aparta a sus practicantes de todo tipo de intereses banales, sociales, religiosos o políticos. La ciencia se define así como un ejercicio desinteresado, de carácter universal, comunal, público, y el científico se supone original, escéptico y humilde respecto de su saber, según la célebre tesis de Robert Merton acerca del ethos de la ciencia. Este concepto fue expuesto originalmente en un artículo de 1942 que llevaba el sugestivo título de Science and Technology in a Democratic Order y fue propuesto para defender la institución científica, como producto típico occidental, amenazada por los ataques del nazismo, que pretendía la existencia de una ciencia "aria" superior. Sin embargo, el énfasis del concepto mertoniano en el desinterés y en la neutralidad de los científicos en cuanto a cuestiones 1. Bruno Latour, Science in Action: How to Follow Scientists and Engineers through Society, Cambridge, Harvard University Press, 1987.

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políticas y religiosas establece la demarcación de la institución científica con respecto al resto del mundo social y permite a los científicos beneficiarse del hecho de percibirse y ser percibidos como individuos desinteresados que no persiguen beneficio alguno2. Así, la representación de la ciencia como universal y desinteresada constituye más bien una ideología de un grupo social específico (el de los científicos) y, antes que normas responsables de la producción de ciencia válida como pretendía Merton, el ethos constituye un repertorio que es utilizado selectivamente por los científicos para justificar sus cursos de acción cuando éstos son cuestionados3. Los analistas de la ciencia ya elaborada, la historiografía tradicional y buena parte de la filosofía de la ciencia conciben los elementos sociales como fuentes de error; lo social sólo aparece como obstáculo para el desarrollo genuino del conocimiento científico. Por el contrario, como ha sugerido Ludwik Fleck, un descubrimiento es un hecho social y nada es más social que el conocimiento; éste no se comprende sino como producto social, como resultado de la labor de colectivos de pensamiento que generan formas específicas (estilos) de ver el mundo 4 . En el mismo sentido, David Bloor ha expuesto la necesidad de proporcionar explicaciones simétricas que no diferencien entre ciencia y no ciencia, error y verdad, racionalidad e irracionalidad. De manera corriente se acepta que el error o el fraude en la ciencia se explican por la interferencia indebida de intereses espurios (sociales), mientras que la verdad científica no requeriría explicación social, puesto que ella se impondría por la propia fuerza de su racionalidad. Por el contrario, de acuerdo con Fleck y con Bloor, tanto el error como la verdad tienen su origen en lo social; tanto la ciencia como la no ciencia son socialmente construidas y el error forma parte legítima de la historia de la ciencia5.

2. Pierre Bourdieu, Cuestiones de sociología, Madrid, Istmo, 2000, pp. 11, 79-80. 3. Michael Mulkay, Sociology of Science. A Sociological Pilgrimage, Milton Keynes, Open University Press, 1991, pp. 62-78; Steve Woolgar, Ciencia: abriendo la caja negra, Barcelona, Anthropos, 1991, pp. 96-7. 4. Ludwik Fleck, La génesis y el desarrollo de un hecho científico. Madrid, Alianza, 1986, pp. 89,123 y 1455. David Bloor, Knowledge and Social Imagery, 2a ed., Chicago, The University of Chicago Press, 1991; Fleck, La génesis y el desarrollo de un hecho científico, pp. 77.

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JUAN DE D I O S CARRASQUILLA: LEPRA, CIENCIA Y PODER EN COLOMBIA

He escogido el caso de una figura científica escasamente conocida en nuestro medio, el médico Juan de Dios Carrasquilla (1833-1908), cuyo trabajo investigativo abarcó campos como meteorología, agricultura, paleontología, geología y bacteriología. Con todo, no intento presentar una biografía científica del personaje en cuestión con el fin de oponerla en forma paradigmática a la de Miguel Antonio Caro, sino de mostrar la existencia de investigación científica en Colombia a finales del siglo xix, más allá de los debates filosóficos y políticos que enfrentaban a neotomistas, benthamistas, positivistas, románticos y radicales. Me centraré en el análisis de un solo aspecto de la obra de Carrasquilla, aquellos estudios que, basándose en la novísima ciencia de la serología, buscaban un tratamiento específico para una enfermedad que afectaba de manera significativa a la población y que enloquecía la imaginación no sólo de escritores, sacerdotes y políticos, sino también de los mismos médicos. Me refiero a la lepra, que preocupaba más allá de toda ponderación no solamente a los médicos sino a toda figura pública. Las investigaciones sobre la lepra contribuyeron a la formación de una tradición científica en Colombia, pero para entender el alcance y significado de los trabajos seroterapéuticos de Carraquilla es preciso examinar las circunstancias sociales y políticas en las cuales los médicos enfrentaron el problema de la lepra, su definición de la enfermedad como una tragedia nacional, las estrategias que diseñaron para comprender su modo de transmisión y de propagación entre la población y los métodos que propusieron para combatirla. El procedimiento inventado por Carrasquilla tuvo una amplia difusión internacional a través del Primer Congreso Internacional de la Lepra celebrado en Berlín, al cual asistió Carrasquilla, donde se discutió en forma amplia su seroterapia, que llegó a ser conocida y utilizada mundialmente. Lazaretos, religión y política La llamada elefancía —o lepra— era una condición común entre los colombianos en el siglo xix. Durante las décadas de 1860 y de 1870, algunos estados soberanos de la República Liberal establecieron legislación sobre la elefancía, creando los dos lazaretos de Agua de Dios y Contrata-

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ción . Estos lazaretos, junto con el de Caño de Loro, localizado en la isla de Tierrabomba y que databa del período colonial, eran aldeas de leprosos adonde los enfermos y sus familias llegaban voluntariamente, a menudo huyendo de persecuciones y de la estigmatización producida por las características desfigurantes de ciertos tipos de lepra. Los lazaretos eran también respuestas parciales a la pobreza en un período de intensa recesión económica 7 . En 1867 el Estado colombiano tomó "bajo su protección a los elefancíacos residentes en su territorio" y los entregó a la caridad como seres desgraciados, dignos de "especial conmiseración de las almas cristianas". Los lazaretos serían administrados por juntas de beneficencia y se sostendrían con algunos dineros provenientes del Estado, pero fundamentalmente de limosnas y donaciones de los particulares . En 1880, la Junta de Beneficencia encargada de Agua de Dios prohibió el juego, el licor, el concubinato y la salida del lazareto sin autorización. Aunque estas medidas no parecen haber sido realmente puestas en vigor, provocaron la protesta de los pacientes, para quienes tales decisiones violaban sus derechos constitucionales 9 . El principal objeto de los lazaretos no era médico, ni era la intención de la segregación evitar el contagio, de suerte que los pueblos vecinos desarrollaron amplias relaciones sociales y comerciales con los lazaretos. Entre 1879 Y 1880, los enfermos de Agua de Dios publicaron periódicos en los cuales se recomendaban las virtudes católicas de la humildad y la resignación, y se sugería la lectura y el cultivo del espíritu para superar la adversidad. Uno de los autores criticaba a quienes concebían la lepra como un castigo divino, resultado de la relajación de las costumbres morales, y a quienes aseguraban que los elefancíacos eran inmorales y falsos10.

6. Antonio Gutiérrez Pérez, Apuntamientos para la historia de Agua de Dios, Bogotá, 1925, pp. 11-12. 7. Miguel Samper, La miseria en Bogotá y otros escritos, Bogotá, 1867/1969, p. 10. 8. "Ley 12 sep. 1867", en Juan Bautista Montoya y Flórez, Contribución al estudio de la lepra en Colombia, Medellín, 1910, pp. 69-70. 9. León Ranjel, "La Nueva Junta de Beneficencia", La Voz del Proscrito, n" 2 {1880), en Gutiérrez, Apuntamientos, pp. 201-02. 10. José María Rosales, "Justicia", La Voz del Proscrito, n° 6 (1880), 252-3.

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Estos argumentos sugieren que las imágenes literarias medievales de furiosos y diabólicos leprosos eran corrientes en Colombia, de ahí la necesidad de contrarrestarlas". Los leprosos eran blanco de persecuciones, pero también se consideraban susceptibles de un cuidado moral especial. Agua de Dios y Contratación crecieron gracias a la filantropía y pronto fueron convertidos en municipios. Previamente estigmatizados y rechazados, leprosos de todo el país acudieron a los lazaretos y construyeron comunidades alrededor del estigma de la lepra. En muchos sentidos, estas aldeas protegían a los leprosos de ser molestados, aunque la vida en ellos estaba lejos de ser ideal. Varias epidemias de fiebre amarilla y de viruelas diezmaron la población entre 1880 y 1890. El primer médico del lazareto fue nombrado en 1879, y el primer hospital fue construido en 1887. Por lo general, los médicos de Agua de Dios tenían su residencia en el pueblo vecino de Tocaima, y visitaban el lazareto solamente dos veces al mes porque tenían miedo del contagio. La salud de la población estaba en manos de los mismos enfermos, como Luis Carlos Pradilla, quien practicaba la medicina homeopática 12 . Los enfermos eran muy activos en la expresión de sus puntos de vista. En 1878, Pradilla publicó un folleto solicitando el envío de un médico a Agua de Dios y la construcción de un acueducto para proporcionar agua al lazareto13. La Junta de Beneficencia creía que la lepra era transmitida a través de la herencia; por tanto, recomendó prohibir a los leprosos el matrimonio y establecer segregación en los lazaretos, con estricta separación de sexos para evitar la transmisión. Adriano Páez (1844-1890), enfermo de lepra, periodista liberal y ex cónsul de Colombia en Saint Nazaire (Francia), se opuso a estas medidas en nombre de sus derechos constitucionales. Afirmaba que los lazaretos colombianos sin médicos, enfermeras, medicinas ni farmacias descuidaban los más elementales principios científicos. Páez sugería establecer comisiones sanitarias para recoger información detallada acerca de la lepra y organizar un censo, y

11. Acerca de la imagen de la lepra en la literatura medieval, véase: Saúl Nathaniel Brody, The Disease ofthe Soul: Leprosy in Medieval Literature, Ithaca, 1974. 12. Gutiérrez, Apuntamientos, pp. 14-24,126. 13. Montoya y Flórez, Contribución, pp. 86-7.

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proponía construir colonias agrícolas provistas de hospitales en cada uno de los estados donde la enfermedad era prevalente14. El modelo eran los sanatorios para la tuberculosis. Sin embargo el gobierno liberal radical se encontró en medio de un serio dilema: o bien protegía los derechos individuales de los leprosos, de acuerdo con la Constitución de 1863, o bien defendía a la sociedad de los peligros de la lepra. Por esta razón, en el período liberal radical no se impuso el aislamiento obligatorio. Éste solamente se impuso después de que los médicos abrazaron la teoría contagionista acerca de la lepra a finales de la década de 1880, en un contexto social de opresión política bajo los gobiernos de la Regeneración. Hacia 1880 ya era claro que la revolución liberal había fracasado; los conservadores tomaron el poder en 1886. La nueva Constitución de 1886 centralizó el gobierno, denominó departamentos a los antiguos estados soberanos y dio considerable autoridad a la Iglesia católica en cuestiones sociales y educativas. Para eliminar toda traza de educación liberal, el gobierno invitó a varias comunidades católicas europeas, entre ellas a la orden salesiana de Turín, Italia, que casualmente llegaron a los lazaretos en 1891. En 1892, cuatro Hermanas de la Caridad llegaron a Agua de Dios para trabajar en el hospital y para enseñar en las escuelas para niños15. Desde entonces, los salesianos y las hermanas se encargaron de celebrar con gran pompa los rituales religiosos. En las ceremonias de la Semana Santa, el padre Miguel Unia lavaba y besaba los pies deformes y llagados de los leprosos, en una clara alegoría medieval1 . Es muy posible también que Unia conociera la historia de Damián, el legendario misionero católico belga muerto en 1889, y quisiese seguir su piadoso ejemplo17. Pero a diferencia de los misioneros religiosos europeos que trabajaban en colonias de Asia y de África, cuyo principal propósito era evangelizar a los

14. Véanse las cartas de Páez, en Gutiérrez, Apuntamientos, pp. 161-165. 15. Gutiérrez, Apuntamientos, pp. 14-24. 16. Sobre el amor medieval a los leprosos, véase: Carole Rawdiffe, "Learning To Love the Leper: Aspects of Institutional Charity in Anglo Norman England", Anglo Norman Studies, n° 22, 2001. 17. Sobre Damián, véase: Pennie Mobló, "Blessed Damien of Molokai: The Critical Analysis of Contemporary Myth", Ethnohistory, n" 44 (1997), pp. 691-726.

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leprosos, en Colombia no había necesidad . Una población predominantemente católica facilitaba la labor de los padres salesianos en los lazaretos. El padre Unia asumía su labor como una cruzada moral a tono con el ambiente conservador del período: estaba decidido a eliminar las bebidas alcohólicas, las festividades y otras costumbres populares de los residentes de Agua de Dios19. Algunos leprosos parecían agradecer la ayuda proveniente de los misioneros. Las monjas actuaban como enfermeras y en ocasiones se veían obligadas a amputar miembros ulcerados y anestesiados de los pacientes con tijeras de modistería 20 . Con todo, los salesianos usurparon la vocería de los enfermos y fueron activos difusores de una imagen patética del leproso como alguien necesitado de caridad cristiana. Cuanto más dramáticas las circunstancias de los leprosos, limosnas más cuantiosas se recogían, mayor la santidad y el heroísmo de los religiosos y mayor su legitimidad social. Los salesianos también jugaron un importante papel político en los lazaretos. Agua de Dios y Contratación estaban situados en dos de los bastiones de la facción radical del Partido Liberal en Colombia: los departamentos de Cundinamarca y Santander. La tradición de crítica y de defensa de sus derechos constitucionales por parte de los leprosos debía alarmar a los gobiernos de la Regeneración. El régimen conservador y los salesianos silenciaron a los leprosos, quienes se convirtieron en un peligro para el nuevo orden social y político. Los enfermos, entre tanto, confiaban en la ciencia y hacían llamados a los médicos, quienes habían estado notablemente ausentes de los lazaretos.

18. Sobre el trabajo misionero con los leprosos en Mali, Sumatra e India, véase: Eric Silla, People are not the Same: Leprosy and Identity in Twentieth-Century Mali, Portsmouth, 1998; Rita Smith Kipp, "The Evangelical Uses of Leprosy", Social Science and Medicine, n° 39 (1994), 165-78; Sanjiv Kakar, "Leprosy in British India, 1860-1940: Colonial Politics and Missionary Medicine", Medical History, n° 40 (1996), 215-230. 19. Gutiérrez, Apuntamientos, pp. 18-32. 20. María Cecilia Gaitán Cruz, "El 'lazareto' de Agua de Dios: Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación, 1892-1911", en Javier Guerrero Barón (ed.), Medicina y salud en la historia de Colombia, Tunja, 1997, pp. 137-138.

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Lepra, estadísticas y contagio A mediados del siglo xix la lepra dejó de ser una colección de condiciones dermatológicas varias para convertirse en una entidad nosológica hereditaria a través de la obra de los médicos noruegos Daniel C. Danielssen y Cari W. Boeck; y en la década de 1870 la lepra hizo la transición de enfermedad hereditaria a enfermedad específica producida por un microorganismo21. El bacilo de Hansen fue reconocido como su agente etiológico, tomado del nombre de su descubridor, Gerhard A. Hansen (1841-1912), también médico noruego. Sin embargo, la afirmación de Hansen de que su bacilo era la causa de la lepra era cuestionada porque el microorganismo no se encontraba fácilmente en las lesiones o en la sangre, era difícil de teñir, era imposible de cultivar y no se conocía su modo de transmisión22. La especificidad microbiana de la lepra no era clara y las suposiciones acerca de su carácter infectivo derivaban de datos epidemiológicos antes que de evidencia bacteriológica23. En la década de 1890, después del contagio de lepra y muerte del misionero católico Damián en Hawai, muchos empezaron a temer que la enfermedad podía expandirse a Europa y Norteamérica24. En Hawai la lepra estaba prácticamente confinada a los nativos y, por tanto, se empezó a definir como una enfermedad tropical. El gobierno alemán, alarmado al encontrar lepra entre la población del este de Prusia, empezó a segregar leprosos en Klaipeda (Lituania) en 1893 y organizó el Primer Congreso Internacional sobre la Lepra en Berlín en 1897. El congreso concluyó que la enfermedad era infecciosa, peligrosa y virtualmente incurable, y

21. Daniel C. Danielssen y Cari W. Boeck, Traite de la Spedalsked ou Eléphantiasis des Grecs, París, 1848. 22. Gerhard Armauer Hansen, "Causes oí Lenrosy", International Journal ofLeprosy, n° 23,1874/1955, pp. 307-9. 23. Para una discusión más detallada, véase: Diana Obregón, Batallas contra la lepra: Estado, medicina y ciencia en Colombia, Bogotá, El Áncora/Banco de la República, 2001.

24. Zachary Gussow, Leprosy, Racism, and Public Health: Social Policy in Chronic Disease Control, Boulder, 1989, pp. 106-7.

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recomendó notificación obligatoria y aislamiento de pacientes para controlar su expansión2'. Los médicos colombianos pronto se familiarizaron con las nuevas teorías acerca de la etiología de la lepra. Con la organización de los estudios médicos, la lepra se convirtió en objeto de debate académico y de tesis de grado2 . La comunidad médica fue el vehículo institucional para la asimilación de teorías médicas y la bacteriología adquirió gran prestigio en Colombia. Juan de Dios Carrasquilla, quien se distinguió como defensor del darwinismo en Colombia en una época de fuerte dominación cultural e ideológica de la Iglesia católica, fue, como buen darwinista, un innovador de las técnicas agrícolas en Colombia. Su conocimiento teórico y su experiencia práctica en el cruce de semillas y de ganados le permitieron oponerse a quienes sostenían que la lepra era una enfermedad hereditaria. Carrasquilla afirmaba que las enfermedades de los padres nunca se transferían a los hijos, excepto por contagio y, con el fin de oponerse a los partidarios de la herencia, adhería a un punto de vista estrechamente microbiano, según el cual la suciedad, el aire viciado, el hambre, la pobreza, la miseria o las influencias climáticas jamás producían enfermedades. La verdadera causa de la lepra era el bacilo de Hansen27. Los partidarios de la herencia negaban el contagio aduciendo los casos de numerosas personas que trabajaban con leprosos y que no contraían la enfermedad2 . Carrasquilla explicaba esta paradoja usando el modelo del terreno y la semilla. Elementos como dieta, defensas individuales y condiciones medio ambientales predisponían a contraer o no la enfermedad29. Más allá del debate sobre su transmisión, a finales del siglo xix había consenso entre los médicos acerca de que la lepra era un

25. Donald H. Currie, "Resolutions Adopted by the Berlin Conference of 1897", Public Health Reports, n°24,1909, p. 1.361. 26. Samuel Duran, "Elefantiasis de los griegos, tesis para el doctorado en medicina y cirugía, presentada a la Universidad de los Estados Unidos de Colombia por Samuel Duran", Anales de la Universidad, n° 8,1874, pp. 455-501. 27. Juan de Dios Carrasquilla, "Disertación sobre la etiología y el contagio de la lepra", Revista Médica, n° 13,1889, pp. 441-484. 28. Marcelino S. Vargas, La elefantiasis de los griegos, Bogotá, 1881. 29. Carrasquilla, "Disertación sobre la etiología", pp. 441-484.

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problema serio y que solamente el aislamiento obligatorio prevendría su expansión. Los médicos encontraron inspiración en la Edad Media europea para demostrar la eficacia de los procedimientos de segregación30. El gobierno inició una serie de acciones encaminadas a controlar la propagación de la lepra, que se percibía como una seria amenaza para el proyecto civilizador de la élite. En 1890 la Junta Central de Higiene distribuyó una encuesta con el fin de determinar el número de infectados, pero solamente el 13 por ciento de los municipios respondió el cuestionario. Este censo arrojó un total de 1.724 casos de lepra para una población total de 4 millones. A partir de ese momento, médicos como Abraham Aparicio, Nicanor Insignares y Carlos Michelsen Uribe escribieron alarmantes artículos acerca de la terrible expansión del contagio en Colombia y acerca de la necesidad de imponer el aislamiento. Estos médicos no solamente aumentaron el número de enfermos llevándolo hasta las cifras de 20.000 y 30.000, sin el apoyo de un nuevo censo, sino que exageraron la peligrosidad de la enfermedad describiéndola como altamente contagiosa31. Esta estrategia se explica por la disputa que mantenían los médicos con las comunidades religiosas que manejaban los lazaretos adonde acudían los enfermos de lepra y sus familias en busca de refugio y de consuelo por el rechazo social que su condición inspiraba. Los médicos, ansiosos por arrebatar el manejo de la lepra a la filantropía y a las juntas de beneficencia, usaron la teoría microbiana, según la cual la lepra era contagiosa y producida por el bacilo de Hansen. Su afán consistía en convencer al Gobierno de que el aislamiento era el único método que detendría la propagación de la enfermedad en la población. A raíz de la presión médica, la Junta Central de Higiene aprobó en 1893 la fundación de un lazareto nacional en una isla desierta. El sacerdote italiano Evasio Rabagliati, de la comunidad salesiana que manejaba los lazaretos, comenzó a realizar colectas de fondos con el apoyo del gobierno conservador para la construcción de ese gran lazareto nacional32. Su celo apostó-

30. Carlos Michelsen, "La lepra", Revista Médica, n° 21,1898, pp. 1-29. 31. Abraham Aparicio, "Propagación de la lepra elefancíaca en Colombia", Revista Médica, n° 14,1890, pp. 161-165. 32. Montoya y Flórez, Contribución al estudio de la lepra en Colombia, p. 113,

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lico y su sentido de la caridad cristiana lo condujeron a exagerar aún más los datos sobre la lepra con el fin de conmover los corazones de los posibles donantes. Rabagliati también visitó al científico que identificó el agente causal de la lepra, Gerhard A. Hansen, en Noruega, para invitarlo al país a asesorar al Gobierno en su lucha contra la enfermedad33. Hansen aceptó la invitación, pero nunca visitó el país, en parte por falta de fondos oficiales, pero también porque la Academia Nacional de Medicina se opuso a la medida, en defensa de su autoridad cultural, que se veía lesionada por la presencia de un científico extranjero cuyos puntos de vista en cuanto a contagio y aislamiento ya habían sido ampliamente difundidos por las publicaciones médicas locales 34 . A finales del siglo xix las metáforas que comparaban la lepra con la guerra civil en Colombia eran comunes. Ante la propuesta de segregar a todos los leprosos en una isla, el médico Nicanor Insignares afirmaba que esa idea era peligrosa porque el movimiento de leprosos a través del país causaría una perturbación social comparable a una guerra civil35. Insignares temía que los liberales la usaran como pretexto para rebelarse contra el Gobierno. A los habitantes de los lazaretos se los acusaba de estar implicados en la guerra civil de 1895, en la que los liberales se rebelaron infructuosamente contra el Gobierno. En un informe sobre Agua de Dios, se decía que durante la guerra civil de 1895 el gobierno había suspendido el envío de raciones a los lazaretos, lo cual había forzado a los pobres leprosos a abandonarlos y salir en busca de limosnas para sobrevivir3 . De esta manera se explicaba la propagación del contagio. Estas afirmaciones que aparecían en la prensa médica y no médica reforzaban la imagen de los leprosos como gente peligrosa, portadores de contagio político o leproso.

33. Evasio Rabagliati, Una visita a los lazaretos de Noruega, Bogotá, 1898. 34. "Informe del Secretario Bienal leído en la sesión solemne del 19 de julio de 1899", Revista Médica, n" 21,1899, 362-373, en la p. 367. 35. Michelsen, "La lepra", p. 9. 36. Montoya y Flórez, Contribución al estudio de la lepra en Colombia, p. 149.

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Seroterapia: la promesa de la ciencia El terror al contagio se hacía mayor, puesto que la lepra era considerada una enfermedad incurable. La teoría microbiana y sobre todo la fabricación de sueros y productos inmunes en la última década del siglo xix proporcionaron a los médicos la oportunidad de afirmar la superioridad de su conocimiento en relación con tradiciones nativas. Carrasquilla decidió aplicar la nueva ciencia de la serología y fabricó, a partir de la sangre de pacientes de lepra inyectada en caballos, un suero inmune que a su vez inoculaba a los enfermos produciendo en ellos mejorías notables. Cuando en 1895 el médico Carlos Putnam inició ensayos de seroterapia en el lazareto de Agua de Dios, Carrasquilla protestó ante la Academia Nacional de Medicina porque consideró que se le estaban usurpando sus derechos de prioridad por el invento del método. Putnam tuvo que suspender sus experimentos y la Academia dictaminó que la prioridad de la invención de la seroterapia correspondía a Carrasquilla. Hasta entonces, debido a que la práctica médica estaba escasamente regulada, el éxito o el fracaso de los tratamientos empíricos ofrecidos por médicos o por curanderos era un asunto estrictamente privado. Con la profesionalización de la medicina las cuestiones relativas a la terapéutica pasaron a ser del dominio de un cuerpo profesional que poseía el poder de aprobar o de rechazar una determinada práctica. Las conferencias sobre seroterapia en la Policlínica de Bogotá y en la Academia de Medicina convirtieron a Carrasquilla en héroe nacional y el gobierno de Miguel Antonio Caro, por mucho que abominara las veleidades darwinistas de Carrasquilla, no tuvo otra opción que prestar su apoyo para la creación de un Instituto Seroterapéutico para proseguir estas investigaciones. La técnica de preparación del suero Carrasquilla fue difundida internacionalmente a través de publicaciones y el Congreso Internacional de la Lepra realizado en Berlín en 1897, al cual asistió Carrasquilla, mostró que el suero había sido utilizado en hospitales de América Latina, Europa y África. El entusiasmo con la prometedora terapia hizo que hasta Rabagliati suspendiera temporalmente sus correrías en busca de limosnas, con la esperanza de que los lazaretos fuesen inne-

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cesarlos37. Sin embargo, investigadores del Instituto Pasteur reunidos en Berlín rechazaron la especificidad del suero Carrasquilla. Una comisión nombrada por la Academia Nacional de Medicina dictaminó que el suero carecía de valor terapéutico, pero recomendó proseguir las investigaciones sin desmayo, comparando la seroterapia Carrasquilla con la fallida tuberculina de Koch para curar la tuberculosis. La comisión dio un fuerte apoyo al Instituto Carrasquilla y solicitó al Gobierno convertirlo en un verdadero centro de investigación en bacteriología, histología y serología adscrito a la Facultad de Medicina, dedicado no solamente a la lepra, sino a toda clase de investigaciones sobre enfermedades infecciosas3 . Sin embargo, el Gobierno colombiano retiró su apoyo y el instituto decayó sin que hubiese podido convertirse en un Instituto Pasteur como deseaba Carrasquilla. La enorme esperanza que se había generado acerca de la seroterapia se convirtió en "terrible desengaño" y las colectas de Rabagliati se reanudaron con más brío. Así, después de un breve período en que se consideró derrotada, la lepra volvió a ser "el monstruo de las mil cabezas", incurable y horrorosa39. En este punto, resulta válida la comparación con el Instituto Manguinhos del Brasil, que nació también como un pequeño laboratorio para producir sueros y vacunas, pero que gracias a la campaña contra la fiebre amarilla, dirigida con éxito por Oswaldo Cruz, logró convencer al gobierno brasileño de la importancia que la ciencia tenía para solucionar problemas de salud pública40. Hay varias diferencias con el caso del Instituto Carrasquilla. En primer lugar, las actividades de salud pública en Colombia a finales del siglo xix se limitaban al cumplimiento de acuerdos internacionales en los puertos para garantizar el flujo de mercancías colombianas a los mercados internacionales y algunas actividades de su-

37. José J. Ortega T., La obra salesiana en los lazaretos, tomo i, Bogotá, Escuelas Gráficas Salesianas, 1938, pp. 153,177. 38. "Informe del Secretario Bienal", 362-365. 39. Ortega T., La obra salesiana, p. 177. La expresión "monstruo de las mil cabezas" es de Insignares, en Michelsen, "La lepra", p. 8. 40. Nancy Stepan, Cénese e evolucáo da ciencia brasileña: Oswaldo Cruz e a política de investigacao científica e médica. Rio de Janeiro, 1976, pp. 67-100.

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ministro de agua potable y de inspección de alimentos. En segundo lugar, a partir de 1900 se conocía el modo de transmisión de la fiebre amarilla, con lo cual Oswaldo Cruz pudo diseñar una campaña para eliminar el mosquito transmisor y sus larvas y de esta manera detener la propagación de la enfermedad y a su vez demostrar la importancia práctica del saber científico. Pero de la lepra no se conocía su modo de transmisión, y en un país poco acostumbrado a la utilización de fondos públicos para la ciencia, resultaba difícil argumentar que era necesario pasar por el laboratorio para ofrecer una respuesta al enigma de su transmisión. Por lo tanto, Carrasquilla tenía mucho terreno por recorrer antes de poder proponer una campaña sanitaria eficaz. Por ello, una vez su seroterapia se consideró fracasada, Carrasquilla se dedicó a buscar el vector de transmisión de la lepra, inspirado en los casos de la fiebre amarilla, la malaria y la peste. Al encontrar el bacilo de Hansen en el estómago de las pulgas, sugirió que la pulga era el vector de transmisión de la lepra, hipótesis que no llegó a probar. Pero lo importante de esta investigación es que permitió a Carrasquilla proponer para Colombia un movimiento higiénico que se centrara en la limpieza y en la eliminación de las pulgas y de otros insectos. Carrasquilla observaba que la expansión de la lepra estaba relacionada con circunstancias sociales como la pobreza y consideraba que las medidas de aislamiento obligatorio impuestas por el Gobierno eran políticas de exterminio de los leprosos, basadas en la falsa creencia de que la lepra era altamente contagiosa. Por el contrario, afirmaba Carrasquilla, ésta era una enfermedad ligeramente contagiosa de lenta evolución, y si la segregación tuviese bases científicas, la misma política habría de aplicarse a todas las enfermedades infecciosas41. En vez de segregar leprosos en colonias remotas, estimaba indispensable la creación de hospitales locales para leprosos, como en Noruega, donde se estudiara la enfermedad y se buscara la curación de los enfermos a través de higiene, dieta y ejercicio físico, al estilo de los sanatorios para tuber-

41. Juan de Dios Carrasquilla, "Memoria sobre la lepra griega en Colombia", Mittheilungen und Verhandlungen der internationalen wissenschaftlichen Lepra-Conferenz zu Berlin im October 189/, vol. 1, Berlin, 1897, pp. 122-124.

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culosos42. Nótese el cambio de posición de Carrasquilla. Cuando en 1889 debatía la idea de la herencia como modo de transmisión de la lepra, sus argumentos eran los de Robert Koch, esto es, la lepra era únicamente el producto de la intervención de un microorganismo y las condiciones ambientales o sociales resultaban irrelevantes. En los últimos años del siglo xix, cuando ya prácticamente no existían defensores de la herencia en la comunidad médica, Carrasquilla consideraba que las condiciones de pobreza y de falta de higiene eran fundamentales en la expansión de la enfermedad, en sus argumentos en contra de los médicos exageradamente contagionistas. Sin embargo, el punto de vista de Carrasquilla fue derrotado dentro de la comunidad médica, donde se impuso en cambio la posición de Juan Bautista Montoya y Flórez, médico graduado de la Facultad de Medicina de París, quien afirmó que los ejemplos extranjeros no eran relevantes para Colombia y se opuso al sistema de hospitales locales por ser demasiado costosos para el presupuesto oficial43. Influenciado por consideraciones racistas que veían a las poblaciones indígenas, negras y mestizas como indisciplinadas y salvajes, Montoya afirmaba que a los leprosos colombianos no podía aplicárseles una política suave de segregación como la practicada en Noruega 44 . El doctor Cenón Solano esgrimió un argumento racista diferente, afirmando que las razas "puras" como los ingleses o sajones desarrollaban formas leves de lepra que sanaban fácil y rápidamente, mientras que las razas mixtas, como los mestizos, mulatos o zambos, contraían ciertos tipos de lepra que eran más difíciles de curar45. Resulta significativo señalar que Solano, así como Carrasquilla, también hacía énfasis en el aspecto del terreno, por contraposición a la semi-

42. Juan de Dios Carrasquilla, "La lepra: etiología, historia y profilaxis. Memoria presentada al tercer Congreso Científico Latinoamericano que ha de reunirse en Rio de Janeiro en agosto de 1905", Revista Médica, n" 25,1905, pp. 289-302; idem, "La atenuación de la lepra", La voz de Job, n° 4,1904, citado de Revista de la Facultad de Medicina, n° 1,1933, PP- 823-826. 43. Montoya y Flórez, Contribución al estudio de la lepra en Colombia, pp. 356-357. 44. Ibid, pp. 336-33745. Cenón Solano, "Lepra: herencia y contagio", Repertorio de Medicina y Cirugía, n" 2,1911, p. 549.

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Ha. Pero mientras que Solano formulaba una doctrina claramente racista al invocar factores puramente hereditarios, raciales, Carrasquilla, con la metáfora del terreno y la semilla, apelaba a las condiciones nutricionales y sanitarias que determinaban si se producía o no la infección. Sin embargo, a pesar de los llamados de Carrasquilla a concentrarse en mejorar las condiciones de vida de la población para disminuir las posibilidades de que contrajera la lepra, el Gobierno persistió en una política basada solamente en la segregación de leprosos. De esta manera, los llamados de los médicos colombianos para construir una medicina nacional no tuvieron en cuenta los intereses de los pacientes mismos. En cuanto a la seroterapia de Carrasquilla, algunos investigadores posteriores consideraron que el juicio del congreso de Berlín había sido prematuro y demasiado severo. El médico P. A. Lara informó en 1912 que había utilizado la seroterapia con resultados positivos en el Brasil y que la investigación debería continuarse por la vía abierta por los primeros experimentos del investigador colombiano4 . Joaquín Grillo, médico colombiano, a la sazón en el Laboratorio de Serología del Instituto de Higiene del Reich en Berlín, afirmaba en 1933 que los trabajos de Carrasquilla bien podían considerarse anticipaciones de lo que Richet había llamado en 1902 anafilaxia, investigaciones que le valieron un premio Nobel en 191347. Aunque el suero Carrasquilla no estaba exento de errores, ellos se debían, según Grillo, al hecho de que su autor había carecido de una biblioteca adecuada. De otra parte, Grillo lamentaba el que Carrasquilla no hubiese logrado formar una escuela, pues sus discípulos podrían haber continuado investigaciones que iban bien encaminadas4 . Más allá de la significación que el suero Carrasquilla y la teoría de las pulgas hubiesen tenido para la comunidad científica internacional, e independientemente de si Carrasquilla anticipó o no la anafilaxia, las investigaciones sobre seroterapia muestran el nuevo papel que empezó a

46. P. A. Lara, "Naturaleza y tratamiento específico de la lepra", Revista Médica, n" 30,1912, pp. 57-85. 47. Joaquín Grillo, "Al margen de la seroterapia antileprosa y del cultivo del bacilo de Hansen", Revista de la Facultad de Medicina, 1933, vol. 2, n° 7, pp. 387-419, en pp. 395-398. 48. Ibid, pp. 398-400.

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jugar la profesión médica en Colombia. Al no existir animales receptivos al bacilo de Hansen, los leprosos dentro y fuera de los lazaretos se convirtieron en objeto de arriesgadas experimentaciones esporádicas, que en el largo plazo sólo produjeron temores y suspicacia. De otra parte, la promesa de una terapia específica despertó expectativas desmesuradas que hicieron pensar que la curación de la lepra se encontraba a la vuelta de la esquina. Al no ser llenadas tales expectativas, el desaliento cundió de nuevo para reforzar aún más la imagen de la lepra como una enfermedad incurable y misteriosa. Pero la élite colombiana fue incapaz de acercarse a las posibilidades que ofrecía la investigación científica de una manera menos mágica y más realista, que hubiese permitido al país iniciar la construcción de una capacidad permanente de estudio e investigación práctica sobre la lepra y sobre otras enfermedades infecciosas.

Al convertirse en grupo profesional, los médicos colombianos difundieron una retórica acerca de la urgencia de forjar una medicina nacional. Una medicina nacional debía tener en cuenta las características locales, geográficas y climáticas, pero también debía basarse en la ciencia europea. La medicina nacional debía ser parte de la medicina científica universal; por tanto, debía ignorar las ideas locales de enfermedad y las prácticas nativas de curación. Los médicos eran parte de la élite y su saber contribuía a apartarlos de las poblaciones indígena y mestiza. Los médicos colombianos experimentaban una tensión entre su empresa científica y la resistencia de la gente hacia la cual su acción estaba dirigida. No hay duda de que los médicos colombianos, como sus pares latinoamericanos, fueron científicos creativos que modificaron teorías científicas y adaptaron conceptos europeos a necesidades locales. Pero no hay que olvidar también que ellos redefinieron esas necesidades locales de acuerdo con su interés en construir su autoridad cultural. La idea de que la lepra era contagiosa y de que estaba expandiéndose rápidamente convirtió a la enfermedad en una seria amenaza para el proyecto civilizador de la élite. La lepra también cumplió otra función: fue un elemento en la lucha por el poder por parte de grupos médicos, políticos y religiosos.

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Algunos doctores rechazaron los saberes extranjeros sobre la lepra con el argumento de que el pueblo colombiano era demasiado incivilizado e irresponsable para aceptar una política suave de segregación en hospitales como la que se practicaba en Noruega. Los leprosos debían ser segregados en colonias lejos de las ciudades. La comunidad médica colombiana adoptó selectivamente los modelos europeos de ciencia y de salud pública, pero sus opciones no siempre se conformaban con los intereses de los pacientes. La lepra debía ser erradicada, pero como el modo de transmisión del bacilo de Hansen era desconocido, el Gobierno justificaba cualquier medio para controlar la expansión de la enfermedad. Usando la metáfora del terreno y la semilla, Carrasquilla indicaba la importancia de la higiene para detener la expansión de la enfermedad, no a través del aislamiento para evitar el contagio, sino mejorando las condiciones de vida de la población. La visión de Carrasquilla para controlar la lepra fue derrotada y su teoría de propagación de la lepra a través de las pulgas, que suponía un vasto programa sanitario, fue ignorada. Otras dolencias "tropicales" habían sido controladas atacando a los agentes de la enfermedad. Este método aplicado a la lepra se convirtió en ataque a los leprosos mismos, ya que éstos eran los únicos vectores de infección conocidos.

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