Mons. Álvaro del Portillo: Padre y Pastor

13 mar. 2014 - invitación del Dr. Ignacio Sala para participar en este acto. El tiempo ... Como afirmaba San Gregorio de
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Mons. Álvaro del Portillo: Padre y Pastor Aula de Teología de Bonaigua José Carlos Martín de la Hoz Barcelona, 13 de marzo de 2014 Es un motivo de gran alegría estar esta tarde en el Oratorio de Nuestra Señora de Bonaigua para participar en este ciclo de conferencias sobre el Venerable Siervo de Dios Álvaro de Portillo. Agradezco la amable invitación del Dr. Ignacio Sala para participar en este acto. El tiempo desde la fecha de la firma del Santo Padre Francisco del Decreto del milagro atribuido a la intercesión del Venerable Álvaro del Portillo, hasta la solemne ceremonia de beatificación, es verdaderamente un tiempo de meditación. Técnicamente se denomina La actualidad de la causa. La Iglesia propone beatos y santos al Pueblo de Dios como modelos e intercesores. La pregunta de hoy, por tanto, es qué le dice D. Álvaro del Portillo al hombre del siglo XXI. Antes de responder a esa pregunta, conviene afirmar que nos llega a la vicepostulación de la Causa muchos favores y gracias atribuidas a este Venerable Siervo de Dios. Y, sobre todo, un comentario unánime: la mirada de Monseñor Álvaro del Portillo contagia paz y deseos de tener tanta felicidad como él. La fidelidad de D. Álvaro a su vocación se muestra en su felicidad. D. Álvaro tenía paz y daba paz porque porque renovaba su fidelidad a Dios cada día. Como afirmaba San Gregorio de Nisa el problema de la santidad de los cristianos está en la inconstancia y, como solía afirmar, sólo hay un camino para superar ese obstáculo: la conversión permanente. Es decir, rejuvenecer una y otra vez la llamada de Dios. Asimismo, es un comentario unánime de los testimonios que se conservan en la Postulación de la Causa, que Mons. Del Portillo era siempre igual, sonriente y acogedor, seguramente, porque rejuvenecía su amor a Dios y a las almas cada día. Con su mente de ingeniero, respondía a las dificultades y contrariedades de la jornada, con una expresión que muchos de los presentes le hemos oído repetir: “a mayor dificultad, mayor gracia de Dios”. Por tanto, la línea de solución de los problemas estaba siempre en vivir con mayor fidelidad la vocación que había recibido. La convicción de que Dios cuenta siempre con nosotros, independientemente de nuestra respuesta e incluso a pesar de nuestros fallos y debilidades, le llevaba a dar gracias a Dios de continuo y a procurar 1

corresponder mejor en adelante. Así pues, aunque fallemos, Dios sigue contando y contará para siempre con nosotros. Ante la afirmación “busca a otro”, Dios siempre responderá: cuento contigo. Cuenta con nosotros para transmitir al mundo el rostro de Dios. La cara de bondad de D. Álvaro mostraba la dulzura y la comprensión de Dios. La paz de D. Álvaro era vehículo para la amistad, pues traspasaba del plano natural al plano sobrenatural. Sabía continuar la amistad por años. Tenía muchos amigos porque contagiaba la paz de Dios y porque sabía comprender. Por ejemplo, son muchos los compañeros de Promoción de la Escuela de Ingenieros que atestiguan ese trato hasta el final de la vida. Mons. Del Portillo no tenía aristas en el trato. Asimismo, como sacerdote, contagiaba paz en la dirección espiritual. Así lo narraba Rosario Orbegozo, una de las primeras vocaciones del Opus Dei: “A lo largo de esa conversación que mantuve con don Álvaro, me preguntó qué me pasaba y le contesté que nada especial, pero que aquella vida me ahogaba un poco; todos los días me parecía que hacíamos las mismas cosas y esa monotonía me resultaba costosa. Después de oírme, con mucha paz me dijo: "«Mira, si yo pensara como tú, estaría en una situación de ahogo similar, porque también hago las mismas cosas -o parecidas- todos los días. Pero las cosas no son así. Ayer ya pasó, no volverá a existir; mañana ¿será para nosotros?, sólo Dios lo sabe; entonces, ¿cuándo tenemos que ser fieles a la vocación, a la entrega?: ¡hoy! y fíjate que hoy es bien corto, apenas amanece el día cuando ya declina el sol. Si mañana Dios vuelve a concederte -a concedernos- el don de la vida, que eso es, también nos dará toda la gracia del cielo para mañana. Así un día y otro, comenzar y recomenzar». Y continuó diciendo: «Ojalá dentro de treinta años, si nos vemos por algún rincón del mundo, me puedas decir: don Álvaro, hoy he empezado»". Cuando me invitaron a venir esta tarde aquí, me sugerían centrar mis palabras en la faceta de D. Álvaro como Padre y Pastor. Por eso, inmediatamente, habremos de aludir en esta “actualidad de la causa”, a la que nos referíamos, que D. Álvaro se conmovía, se compadecía, porque las cosas de los demás le afectaban. Como Padre y Pastor del Opus Dei desde 1975 hasta 1994, supo volcar su paz sobre sus hijos y sobre innumerables personas. La fidelidad conlleva mantener la palabra dada. Con un apretón de manos, en la Cataluña medieval se cerraba un acuerdo: por la honradez de cristianos. La cadena de unión con Dios y con los demás se basa en la oración y la humildad, no es una cadena de hierro. Fue fiel a la misión encomendada como Padre y Pastor, porque fue fiel al amor, fiel para rezar y abandonarse, hasta su muerte. 2

Como Padre estuvo atento a las necesidades de cada uno de sus hijos. Así lo expresaba la Sierva de Dios, Encarnita Ortega con un pequeño recuerdo: “El día 7 de enero de 1991, cuando había en Villa Tevere gran movimiento, ya que el día anterior había sido su Ordenación Episcopal, dos Numerarias celebraban su santo. El Padre dijo que las localizasen y que le llamaran para poder felicitarlas. Al estar con él, espontáneamente les salió decir: Padre, ¿cómo es posible que se acuerde de nosotras, con la gente que tiene que atender y con las cosas que lleva entre manos...? «Como no me voy a acordar de vosotras, si sois mis hijas, respondió el Padre, dando al cariño el primer lugar»”. Añadamos otro recuerdo de Mons. Tomás Gutiérrez, Vicario Regional del Opus Dei en España desde 1984 al 2002: “La víspera de salir de Solavieya, Asturias, donde me encontraba con el Siervo de Dios, me llamó a última hora de la tarde a su despacho, y me entregó una carta para ese hijo suyo japonés, con la indicación de que nada más llegar a Torreciudad, se la entregara a Tosihiro, añadiendo que procurase atenderle con especial delicadeza y tener algunos detalles de cariño. Efectivamente, realicé ese encargo con prontitud, y comprobé cómo el interesado quedaba profundamente conmovido. Al día siguiente, Tosihiro me entregó una copia de la carta del Siervo de Dios, de la que conservo algunos párrafos: “Recibí tu carta desde Torreciudad, y hoy te escribo para que te lleve la carta D. Tomás. Con la carta, voy yo, para decirte que el día 20, el día más grande de tu vida, no estarás sólo, porque conmigo se traslada toda la Obra, para estar bien apiñada junto a ti: junto a todos los ordenandos, pero de un modo muy especial, muy unida conmigo a ti, precisamente porque ningún miembro de tu familia de sangre puede hacer el largo viaje desde tu país para acompañarte ese día. Estoy seguro de que tus padres, cuando puedan asistir a tu Misa en tu patria, estarán felicísimos y santamente orgullosos de tener un hijo sacerdote (…). Te dejo ya, pero no te dejo: te encomiendo siempre. Con todo cariño te abraza, te pide tu bendición sacerdotal, y te bendice tu Padre. Álvaro. P.D. Muchísimas gracias por las estampas –recordatorios: son muy bonitas. Las tengo en el breviario”. La etapa de Mons. Del Portillo al frente del Opus Dei fue un tiempo de especial fecundidad apostólica: era la etapa de la continuidad como él mismo afirmó en su primera carta pastoral a los fieles del Opus Dei del mundo entero en septiembre de 1975 y la vivió desde el amor paternal. Si en la etapa fundacional de la Obra D. Álvaro fue como un hermano mayor que ayudaba a todos y que era la fortaleza que sostenía a San Josemaría, como su báculo, después de la muerte del Fundador, fue un Padre entrañable para todos, pero sin rebajar nunca la exigencia; como Obispo y

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Prelado ejerció su ministerio pastoral al servicio de la Iglesia gobernando el Opus Dei. Es bonito considerar que fue él mismo quien en los años cuarenta, impulsó la filiación al Padre en el Opus Dei logrando hace crecer en todos, el deber filial de rezar, sacrificarse y obedecer fielmente las indicaciones del Padre. Además él mismo fue modelo para todos de filiación al Padre. Así narraba Juan Masiá que, a principios de 1950, “operaron a D. Álvaro de apendicitis. Bajo los efectos de la anestesia, deliraba un poco. Repitió varias veces que quería vivir mucho para ayudar cada día más y mejor al Padre en su trabajo por la Obra. Al Padre se le saltaron las lágrimas, y dijo que todos teníamos que aprender de D. Álvaro en llevar adelante el trabajo que el Señor ponía en nuestras manos”. D. Francisco Martí Gilabert señalaba que en una de las varias operaciones que sufrió D. Álvaro, no volvía a la normalidad, superando la anestesia. Resultaban inútiles las tentativas de los médicos. Nuestro Padre se acercó y le dijo: "¡Álvaro!", y éste: "cosa vuole" El Padre hacía broma, y decía: "este hijo mío obedece hasta en sueños". El 15 de septiembre de 1975 sucedió a san Josemaría al frente del Opus Dei. Sin miedo escénico, ni pensar que muchos iban a compararle con San Josemaría. Encarnita narraba que: “Nos contaba don Leopoldo Eijo y Garay, en aquel momento Obispo de Madrid, que cuando don Álvaro fue a comunicarle que se ordenaba, el Sr. Obispo le comentó: “«Álvaro, ¿te das cuenta de que vas a perder personalidad; ahora eres un ingeniero prestigioso y después vas a ser un cura más? ». Y que le conmovió la respuesta de don Álvaro: «Señor Obispo, la personalidad hace muchos años que se la he regalado a Jesucristo». Y esa realidad campeaba en todo su comportamiento: se acusaba en él que todo era para Dios. Y por Él, para servir a los demás”. Dirigió durante diecinueve años esta realidad de la Iglesia con gran dinamismo evangelizador, sentido de comunión eclesial y fidelidad al carisma fundacional. Dotado de una creatividad y visión de futuro, promovió numerosas instituciones al servicio de la Iglesia: entre ellas la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma, donde estudian sacerdotes, religiosos y laicos de todo el mundo. Como fruto de su amor y preocupación hacia los más pobres y necesitados, han nacido labores sociales en las zonas más pobres de algunos países del llamado Tercer Mundo. Una características del trabajo San Josemaría era la gran confianza que tenía en sus hijos; no le costaba nada delegar y éste es uno de los motivos de la gran expansión de la Obra por muchos países, con gente muy joven. Monseñor Álvaro del Portillo iba por delante y nos daba ejemplo de

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cómo corresponder a esa confianza poniendo en juego todos los talentos y y toda la gracia recibida aunque cometiéramos errores. También como Pastor continuó el mismo estilo de San Josemarría: en la Obra todo se basa en la confianza y el Venerable Álvaro del Portillo daba mucha confianza. Siguió apoyándose en las personas de la Obra aunque fueran muy jóvenes y la expansión continuó por muchos nuevos países. Precisamente cuando por deseo de Juan Pablo II el Opus Dei comenzó la tarea apostólica en Escandionavia se planteó si se debía empezar como siempre: con unos pocos jóvenes, un cuadro de la Virgen y la bendición del Padre. Su conclusión fue “No tengo derecho a tener menos fe que nuestro Padre”. Como Pastor impulsó con magnanimidad la Obra, con grandeza. Son muchos los países donde comenzó la labor del Opus Dei. Era un pastor de profundo espíritu ecuménico, que desarrolló una tarea evangelizadora en todo el mundo, con cristianos y no cristianos. Prestó especial atención a los problemas de la mujer, y sus libros y ensayos, traducidos a varios idiomas, han supuesto una notable aportación a la misión del laicado y de los sacerdotes en el mundo actual. Así lo subrayaba el Sr. Cardenal Marcelo González Martín, Arzobispo de Toledo (España), en la homilía que pronunció en el funeral celebrado en la capital de su archidiócesis. El Sr. Arzobispo destacaba en Mons. Álvaro del Portillo “el rigor intelectual al servicio de la Obra y de la Iglesia, su profundidad intelectual, la densidad sobrenatural y una sonrisa casi continua: hablaba sonriendo”. Recordaba D. Severino Monzó: “Soy testigo, durante los años que estuve trabajando en el Consejo General, de que la acogida que Mons. Álvaro del Portillo prestaba a estas peticiones de la Jerarquía estaba llena de amor a Dios y a su Iglesia y de que le suponía notable sacrificio. Muchas veces me pregunté en qué momentos Don Álvaro sacaba adelante bastantes de esos trabajos, porque veía que durante días y días estaba siempre ocupado en otras cosas que le encomendaba el Beato Josemaría Escrivá y en la atención solícita y el correspondiente estudio y despacho del trabajo propio de su cargo de Secretario General del Opus Dei; pienso que, en muchos momentos, Mons. Álvaro del Portillo se exigiría una gran intensidad, que potenciase aún más su gran capacidad de trabajo, y pienso también que fueron sacrificadas horas de sueño en aras de cumplir puntualmente con sus deberes y compromisos; y todo, sin que a Don Álvaro se le notase después una merma de su amabilidad y de su serenidad habitual. (…). Me resulta fácil considerar cómo fue esto en aquellos momentos, porque sucedía igual a lo largo de mis años romanos -cuando estuve más cerca de Mons. Álvaro del Portillo-, en el entorno de la mitad de su vida terrena; y siguió siendo así después de ser elegido sucesor del 5

Beato Josemaría: solía decir que él era sólo la sombra de nuestro Padre, porque realmente la Obra la dirigía nuestro Fundador desde el Cielo. Don Álvaro seguía haciendo lo mismo que siempre, y por tanto hablaba de las enseñanzas sobre el querer de Dios que había escuchado a nuestro Fundador, hacía lo que haría él para llevar a cabo la tarea que Dios había encomendado al Beato Josemaría, y nos dirigía a todos hacia el ejemplo de la santidad de quien fue nuestro Padre y Fundador y hacia las enseñanzas escritas y orales que nos dejó. Estas fueron palabras de Don Álvaro a este propósito: “«Me interesa portarme, más que como sucesor, como un instrumento suyo, porque nuestro Fundador sigue gobernando la Obra desde el Cielo. No me importa haceros saber que éste ha sido mi propósito y mi oración desde que he sido elegido»”. Terminaremos con unas palabras tomadas de la homilía que pronunció Mons. Javier Echevarría el día veinticinco de marzo de mil novecientos noventa y cuatro, en el funeral que se celebró en la Basílica de San Eugenio de Roma, donde decía lo siguiente: “Siguiendo una tradicional costumbre romana, el Beato Josemaría hizo escribir algunas frases latinas en dinteles y muros de Villa Tevere, la sede central de la Prelatura. Sobre la puerta del cuarto donde trabajaba siempre Mons. Álvaro del Portillo, figuran unas palabras de la Sagrada Escritura: vir fidelis multum laudabitur (Prov. XXVIII, 20), el varón fiel será muy alabado. En esta frase se sintetiza la trayectoria terrena del Prelado del Opus Dei. Cuando se escriba su biografía, entre otros aspectos relevantes de su personalidad sobrenatural y humana, éste habrá de ocupar un lugar destacado: el primer sucesor del Beato Josemaría Escrivá en el gobierno del Opus Dei fue -ante todo y sobre todo- un cristiano leal, un hijo fidelísimo de la Iglesia y del Fundador, un Pastor completamente entregado a todas las almas y de modo particular a su pusillus grex, a la porción del pueblo de Dios que el Señor había confiado a sus cuidados pastorales, en estrecha comunión con el Romano Pontífice y con todos sus hermanos en el Episcopado. Lo hizo con olvido absoluto de sí, con entrega gustosa y alegre, con caridad pastoral siempre encendida y vigilante”.

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