Lunes otra vez…

Afuera, un chico de más de 20 años estaciona su bicicleta verde en la vereda. Le pone candado y mira hacia adentro con a
128KB Größe 0 Downloads 40 Ansichten
Registro civil de la Capital

Lunes otra vez… Por Anahi N. Rohani

“¡100!, ¡101!, ¡102!”. La señora se abre paso entre el aglomerado de gente sobre el mostrador de madera. “¿Trajo el documento, madre?”. Ella asiente con la cabeza y se lo muestra. Es una escena típica del 270 en Laprida Este, el Registro Civil de la Capital. Es toda una odisea lograr obtener una partida de nacimiento si uno vive en la capital sanjuanina. Desde las 6.30 de la mañana ya hay una fila interesante, y para los que osen llegar después de las 7, que es el horario de apertura del Registro, se arriesgan a pasar la mañana sentados en los bancos hasta que llegue su número. Pero no todo es desesperación. Los vendedores ambulantes se “solidarizan” y se ubican en la entrada para ofrecer tentadores vasitos térmicos con café y tortitas o pochoclo recién hecho. El paisaje empieza desde afuera. En la vereda están las bicicletas y motos estacionadas, el vendedor ambulante, los afiches a color de la visita del Padre Betancourt, la gente que pasa, el señor que fuma apoyado en el vidrio que sirve de pared y que le da al registro ese aspecto de pecera gigante. Es lunes y nada parece afirmar lo contrario. El sol tibio empieza a iluminar la ciudad; la gente con ojos hinchados, propio de la resaca del fin de semana, camina adormilada por las veredas de calle Laprida a un paso que quisiera ser más rápido de lo que es. Adentro del Registro, el clima es diferente. Las paredes grises dan un sensación de desanimo y advierten desde un principio que la espera no será divertida.; conjugan con los carteles (fotocopias en blanco y negro pegadas en las vigas) que les recuerdan a los solicitantes qué documentación traer y los ya familiares carteles a color con los 3 policías de frente, con cara de pocos amigos, instando al pueblo a luchar contra la inseguridad. En la mañana del lunes sólo tres de las seis computadoras están trabajando. Hay gente parada conversando, sentada en los bancos, mirando al amplio mostrador de madera atestado. La música de fondo es el resultado de la unión del llanto de un niño, el grito de “¡103!, ¡104!”, “¡Naveda!, ¡Ramos!, ¡Rodríguez!”, “¿trajo el documento, madre?” y las conversaciones animadas de las señoras intercambiando recetas de cocina. “Tomá, te regalo mi número” le dice una anciana a unas jóvenes que acaban de entrar. “¿Por qué numero van?” pregunta una, “por el 120”, “uh…tenemos el 171” y se sientan a esperar. Afuera, un chico de más de 20 años estaciona su bicicleta verde en la vereda. Le pone candado y mira hacia adentro con aprehensión, confirmando sus sospechas. Sí, ha llegado tarde (9 de la mañana) y tendrá que esperar unas largas 3 horas a ser atendido. Se decide a entrar y en menos de 5 minutos vuelve a salir, desencadena el vehículo, lo pone en la calle y se va. Volverá mañana, tal vez la suerte sea otra.