Los carapintadas de Caracas y la retirada de Cristina Dos ...

23 feb. 2014 - interno, para qué la ley marcial? El castigo tiene que ser hoy, ahora. ¿O no fue hoy la sublevación? Juan
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OPINIÓN | 25

| Domingo 23 De febrero De 2014

Los carapintadas de Caracas y la retirada de Cristina

Jorge Fernández Díaz —LA NACION—

E

l frondoso historiador contrafáctico Luis D’Elía nos ha sugerido revisar críticamente la cobardía de Perón. “Si hubiese fusilado a Menéndez en el 51, habríamos ahorrado mucha sangre del pueblo. Maduro debe fusilar a López, agente de la CIA.” Benjamín Andrés Menéndez fue el general que intentó derrocar al peronismo en el final de su primera presidencia; Leopoldo López es el dirigente opositor que el valiente estadista Nicolás Maduro encarceló esta misma semana. D’Elía actuó durante 48 horas como el vocero oficial del kirchnerismo, hasta que su jefa lo mandó callar, no por contradecir lo que ella piensa en la intimidad, sino simplemente por ser piantavotos. Pero durante esos dos días de jubileo el “historiador” redobló la apuesta: José de San Martín también habría fusilado a un compatriota que hubiera hecho tareas de inteligencia para una potencia extranjera. Con toda humildad le diría, querido Luis, que trasladar mecánicamente al siglo XXI actitudes y contextos sociales del siglo XIX nos llevaría a algunos equívocos peligrosos o directamente bizarros. Podríamos, por ejemplo, caer en la tentación de muchas dictaduras que reemplazaron el Código Penal en tiempos de paz por la justicia militar de los tiempos de guerra, basándose en esas mismas extrapolaciones insensatas. O colegir, ridículamente, que el padre de la patria propiciaba la pedofilia, puesto que se casó con una chica de 15 años. Se dará cuenta, licenciado, de que lo mejor es dejar tranquilos a los muertos, desechar sus costumbres de época y aprender de sus verdaderos legados culturales. Por otra parte, sería interesante precisar, ya que estamos hablando de historia, que nadie aportó pruebas todavía de que el señor López fuera un agente entrenado en Langley, ni tampoco de que se trate de un “fascista”, calificación que le colgó Maduro para justificar su prisión. Leopoldo López, para quien no lo conozca, es un activo dirigente de la Internacional Socialista, entidad socialdemócrata que emitió en estos días un duro comunicado contra el régimen bolivariano. Digamos que es como si el frondoso lenguaraz acusara de pronto a Hermes Binner de fascista y de espía encubierto, lo mandara detener y sugiriera que merece el paredón. Pero no demos ideas. D’Elía no está solo. Encarna las dialécticas y supersticiones del cristinismo, que cree ver en el régimen carapintada de Venezuela cierto perfume del peronismo cuaternario, pero que a la vez practica un candoroso evitismo destinado a cuestionar la mano fofa de Perón. En su cuenta de Twitter, el peleador callejero nos propone que escuchemos a Evita, en la voz de Esther Goris. Aquella película de Desanzo, con extraordinario guión de un Feinmann posperonista, es una de las obras preferidas de Cristina Kirchner. Y los “pibes para la liberación” la ven una y otra vez, porque es un buen atajo para no tener que leer tantos libros. Cuando uno toma la precaución de seguir los consejos informáticos del ex piquetero se encuentra con dos diálogos, que están pegados. El primero corresponde a la escena en la que un afligido y ya enfermo Enrique Santos Discépolo visita a una Eva agonizante y postrada. Discepolín acude para explicar que sus amigos lo han abandonado, pero también que ellos fueron borrados de los medios de comunicación. Eva Perón le responde: “Ésta es una guerra. Y una guerra no se gana con buenos modales. ¿Qué querés que les diga? Vengan, señores, usen las radios. A ver, digan las verdades de la oligarquía. No, carajo. Ustedes se callan. Por lo menos, mientras yo lo pueda impedir ustedes se callan, no hablan más. ¿Vos qué te pensás que van a hacer con nosotros si nos echan del gobierno? ¿Te creés que van a ser democráticos, educaditos, compresivos? No, viejo, no. Nos van a perseguir, nos van a prohi-

bir, nos van a torturar, nos van a fusilar. Ni el nombre nos van a dejar, arlequín. Andá y morite en paz que no te equivocaste. Las cosas son así, viejo. Algunos lo pueden tolerar y otros no”. Discépolo, más apenado aún, trata de oponerse: “Pero las cosas no deberían ser así, señora”. Y Evita estalla: “Pero dejate de joder. No me vengas con mariconadas de poeta”. A continuación, Luis D’Elía nos regala el fragmento en el que Eva lo reta a Perón: “A ver, decime, ¿para qué declaraste el estado de guerra interno, para qué la ley marcial? El castigo tiene que ser hoy, ahora. ¿O no fue hoy la sublevación? Juan, amenazar con fusilar en el futuro no sirve para nada. Si hay ley marcial que sea hoy, ahora. Y que el primero en caer sea Menéndez”. Este mismo canto a la censura y al fusilamiento, que viene envuelto en un solapado reproche a la inteligencia de Perón, lo entonaron durante décadas los setentistas, que pasaron de ser denunciantes de La Fusiladora a ser propiciadores del ajusticiamiento político. Ellos y sus tiernas crías posmodernas se permiten en la actualidad ser cómplices de un régimen militarizado como el venezolano, que tiene la estética de Rico y Seineldín, que cobija parapoliciales y que se dedica a la represión de estudiantes, mientras hunde a su sociedad en la escasez y el miedo: es el país con más inflación y tiene la tasa de homicidios más alta del planeta. Triste parábola de estos progres reaccionarios: tomar partido por el statu quo blindado en contra de la simple rebeldía de la calle. Si Perón le hubiera hecho caso a aquella Evita ficticia, probablemente la Argentina habría caído en una guerra civil a la española, con millones de muertos y una cicatriz social insalvable. Perón practicó mucha violencia verbal, pero tuvo el buen tino de no desatar entonces el infierno que le pedían sus fanáticos, y que luego consumó la “juventud maravillosa” incluso contra la voluntad de su tercer gobierno. El peronismo que maduró con la democracia siente vergüenza por todas estas patologías, y mira con desprecio a los lúmpenes que vienen a contar lo nuevo con trucos muy viejos. Cristina fue cholula de Chávez y depende económicamente de

Mientras cumple una agenda neoliberal hacia afuera, la Presidenta da señales populistas hacia adentro: alienta a D’Elía y envía luego a un ministro a desautorizarlo Maduro, y siempre consideró a Perón un viejo exponente del país conservador y a la Eva inventada por su generación como una revolucionaria. En estos prejuicios se enreda, y con ellos juega a tejer la malla de contención de su núcleo duro, fundamental para defender la trinchera mientras retrocede. La ideología que impera hoy en Cristina, por encima incluso de todo este tentador revisionismo berreta, es la retirada. Que contempla arreglar con Washington, el Fondo y el Club de París para recibir dinero fresco con el que llegar aunque sea boqueando a 2015, y al mismo tiempo, retener un 25 por ciento del electorado que le permita negociar una salida y mantener un bloque de legisladores fieles que la proteja cuando deba abandonar el sillón de Rivadavia. Es por eso que mientras cumple una agenda neoliberal hacia afuera, sigue dando señales populistas hacia adentro. Alienta a D’Elía y envía luego a un ministro peronista a desautorizarlo. Apoya la hilarante tesis de que existe un golpe dirigido por estudiantes desarmados en Venezuela y respalda a un gobierno que disfraza su propia incompetencia señalando fantasmas mussolinianos. Y cuando las milicias del chavismo matan de un balazo a una reina de la belleza, llama desde Florencio Varela a una ambigua concordia. No resulta nada sencillo pedir divisas al mundo y ser socio de los marginales mientras se recula sigilosamente en pantuflas. Perón, que había estudiado estrategia militar, se lo podría haber explicado mejor: “Es más difícil armar una retirada organizada que efectuar un ataque exitoso”.ß

clases por Nik

Dos miradas en Washington sobre la Presidenta

Joaquín Morales Solá —LA NACION—

Viene de tapa Sin embargo, el asunto merece una

las palabras

Se buscan teloneros Graciela Guadalupe “Hay que preparar militancia y mística para apoyar a Cristina el 1° de marzo en el Congreso.” (De funcionarios nacionales para mostrar fortalecido al Gobierno.)

L

a apertura de sesiones ordinarias del Congreso es claramente eso: la habilitación de un nuevo año legislativo. Es el día en que el jefe del Estado vuelve a poner en marcha el debate ordinario de la maquinaria parlamentaria. O debería ser eso, pues ese acto viene siendo permutado entre nosotros por un singular show en cabeza de una presidenta verborrágica (habló tres horas y 17 minutos en 2012 y casi tres horas cuarenta el año pasado), que se vanagloria tanto como se victimiza frente a una claque partidaria arrebatada, revanchista y claramente organizada. En su primera pieza oratoria de extensión inusitada ante los legisladores hace dos años, Cristina fustigó las quejas salariales docentes (un tira y afloja que hoy recrudece frente a la devaluación y la altísima inflación), y dijo sentirse Napoleón por la reforma que propuso del Código Civil (de la que el oficialismo ya licuó toda responsabilidad estatal), al tiempo que lanzó un “me pregunto si vale la pena seguir” (la Constitución y las últimas elecciones le ratificaron que tiene que irse en 2015). La

platea, en tanto, le arrojaba globos con la frase “Clarín miente” (hace pocos días el Gobierno le aceptó por unanimidad a ese grupo empresario que se divida en seis empresas) y le tiraba billetes de 100 pesos con la cara de Boudou (ya no se sabe cuál de los dos tiene menos valor). En 2013, Cristina justificó el acuerdo con Irán por el ataque a la AMIA (ahora Timerman admite el desinterés de Irán por el convenio), anunció un paquete de leyes de “justicia legítima”, entre ellas, la elección popular de los miembros de la Magistratura (la Corte la declaró inconstitucional), pidió tranquilidad porque no habría reforma de la Constitución (no cuenta con los votos) y exigió transparentar las declaraciones juradas de los funcionarios (en un primer impulso luego corregido, la Presidencia se negó hace días a dar a conocer los sueldos de Cristina y de los ministros). La distancia entre aquellos anuncios y la realidad, y la situación por la que atraviesa el Gobierno explican la desesperada arenga kirchnerista en el Congreso para montar otra fiesta militante el 1° de marzo, convocatoria que ciertamente invita a releer al peronista histórico Julio Bárbaro cuando dice: “La obediencia suele ser rentada y supera ampliamente los límites de las creencias. De este modo, el relato es un mundo de beneficiarios que tienen castrada la capacidad de disidencia”.ß

lectura particular por los protagonistas de la historia y por el conflicto que la envuelve. Cristina Kirchner opinó que esos dos legisladores no merecían la reacción formal del Poder Ejecutivo argentino. Menéndez y Rubio habían cuestionado seriamente al designado embajador norteamericano en Buenos Aires, Noah Mamet, porque éste desplegó ante la Comisión de Acuerdos del Senado un discurso tibio y componedor con el gobierno de Cristina Kirchner. Los senadores aprovecharon la oportunidad, además,paradescribirsindisimulos sus posiciones francamente opositoras al gobierno de los Kirchner.Ellosexpresaron,dealgún modo, la opinión mayoritaria en el Congreso norteamericano. Sorprende, sin embargo, que también el gobierno de Barack Obama tomó distancia de Menéndez y Rubio. Considera que éstos manejan datos viejos de la relación de Washington con la Argentina y que no registraron los cambios recientes del gobierno local. Como dicen en Washington, Cristina Kirchner está cumpliendo, tarde y con desgano, todas las promesas que le hizo a Obama en la última entrevista que tuvo con él en la ciudad francesa de Cannes, hace dos años. Es fácilmente perceptible lo que sucede entre aquellos senadores norteamericanos y la administración federal. Es el choque entre una visión política sobre América latina (los dos senadores son descendientes de cubanos exiliados) y una mirada pragmática de las cosas. Obama le había pedido a Cristina que saldara la deuda de dos empresas norteamericanas que le ganaron juicios al gobierno argentino en los tribunales internacionales del Ciadi. Eran unos 500 millones de dólares. Cristina ya pagó esa deuda. También le habló del Club de París y del Fondo Monetario Internacional. Las negociaciones con el Club de París pueden llevar todavía varios meses más, pero algunos gobiernos, entre ellos el de Washington, aseguran que la reciente propuesta argentina manifestó, sobre todo, la voluntad de acordar. Otros gobiernos, cuyos Estados son también acreedores de la Argentina, son menos condescendientes con la oferta argentina. El sinceramiento del Indec, tal vez parcial, podría contribuir a normalizar la relación con el FMI, ofendido desde hace mucho tiempo por las mentiras de la oficina de estadísticas argentina. El Fondo, donde Washington tiene una importante influencia, no puede tolerar el precedente de que un país miembro lo engañe con los datos de su economía. Ni siquiera pasó inadvertido en el Departamento de Estado el paquete de medidas económicas ortodoxas para frenar la devaluación del peso. Pero el dato político más importante fue, sin duda, la versión cada vez más segura de que Cristina Kirchner se habría arrepentido del acuerdo con el gobierno teocrático de Irán para poner en manos de sus autores la investigación de una masacre, la de la AMIA. Washington espera la confirmación de esa novedad, que la presidenta argentina va dando en pequeñas dosis. La próxima visita del vicecanciller de Israel, Zeev Elkin, y la probable reunión que mantendría con el canciller Héctor Timerman cambian muchas cosas. Israel es el país más crítico del acuerdo argentino con Irán, y Timerman es el orfebre de ese pacto con los iraníes desde las inconfesables sombras del principio. Washington tiene, junto con otros países europeos, su propia ronda de negociaciones con Irán. Pero todos ellos lo hacen para evitar un peligro nuclear, futuro y eventual, no para borrar las culpas de un brutal crimen que ya sucedió. Hay otra coincidencia crucial entre Washington y Buenos Aires, y se refiere a la facultad de los jueces para tirar abajo la reestructuración de deudas soberanas. Dos instancias de la justicia norteamericana desconocieron ya los términos de dos acuerdos del gobierno argenti-

no con los bonistas que estaban en default. El caso, espoleado por bonistas que no entraron en ninguno de los dos canjes de la deuda, está ahora en la Corte Suprema de Justicia norteamericana. El gobierno de Obama no entregará voluntariamente su opinión a la Corte, pero lo hará si ésta se lo pide. ¿Se lo pedirá? “Es posible, pero no sabemos si es probable”, dicen en Washington. La administración norteamericana mira el mundo, más que a la Argentina, para fijar su posición. ¿Qué país podría refinanciar su deuda en el futuro si un juez estuviera en condiciones de destruir un acuerdo soberano con los acreedores? ¿Está todo resuelto con Washington? No. Se trata sólo de la evaluación del giro cristinista de la última semana. Permanecen los desacuerdos políticos, como, por ejemplo, los que aluden al caso de Venezuela o al de la libertad de expresión en la Argentina. Obama ha expresado una posición muy crítica a la dura represión de Nicolás Maduro a las marchas opositoras, que dejó ya varios muertos. Aunque Cristina Kirchner ha sido la más moderada de los funcionarios argentinos en sus referencias a la crisis venezolana, es evidente que ella está segura de que hay un proyecto destituyente detrás de la sublevación popular en Venezuela. Venezuela está ante un típico caso de dictadura democrática, según la definición del dirigente socialista español Alfonso Guerra, que aludió así a los gobiernos latinoamericanos que tienen legitimidad de origen, pero que la pierden en el ejercicio de un poder desmesurado. ¿Por qué el Mercosur o la Unasur no intentan una mediación en Caracas para frenar la violencia en lugar de tantas adhesiones parciales a Maduro? Porque en el discurso, aun contenido, de Cristina Kirchner sobresale un concepto: la victoria da derechos, el que gana no tiene límites. Y porque ella se ve siempre en el espejo de un presidente acorralado. Pongamos las cosas en su lugar. La violencia verbal, y hasta gestual, en la Argentina no está entre opositores o sectores sociales. Está en la boca y en los actos de los adherentes al oficialismo. Desde Quebracho hasta Luis D’Elía, elíptica y suavemente reprendido por la Presidenta después de decir una

La violencia verbal, y hasta gestual, en la Argentina no está entre opositores o sectores sociales. Está en la boca y en los actos de los adherentes al oficialismo frase criminal. Está en las propias decisiones del Gobierno. ¿O no es violento que la AFIP continúe con su campaña de hostigamiento a los productores rurales, a quienes controlará sus movimientos en tiempo real? Es extraño, pero el Gobierno y la sociedad están esperando la cosecha de granos de este año para salvar la economía. ¿Por qué no hacer de ellos los oportunos aliados en lugar de los odiados enemigos? Es violento también que un grupo de diputados oficialistas (¿con el aval presidencial?) hayan presentado un proyecto para confiscar productos en los supermercados y almacenes. Así comenzó Maduro en Venezuela, siguió luego con la expropiación de esas empresas y terminó en la crisis actual. El gobierno norteamericano hace valoraciones políticas de decisiones concretas. Otra cosa son los inversores, los únicos que podrían darle otro ritmo a la decadente economía argentina. Nadie puede esperar que vengan, ni siquiera los inversores argentinos, cuando nuevas amenazas de confiscaciones se suman al cepo al dólar y a la prohibición de repatriar dividendos. Hasta los legisladores opositores prevén una inauguración muy violenta de las sesiones parlamentarias, el próximo sábado. El cristinismo está preparando, en efecto, una escenografía de violentos agravios a los opositores durante el discurso anual de la Presidenta ante el Congreso. Es la consecuencia de hacer algunas cosas en la buena senda, pero tarde, sin ganas, cerca del abismo, entre arrebatos contradictorios. Así es el kirchnerismo experimentando, por primera vez, el desastre de la adversidad.ß