La paradoja del efecto Farsantes. Equipos peleados ...

25 ene. 2014 - thony Hopkins y Shirley McLaine y Richard Gere y Debra Winger son otros famosos casos de parejas de actor
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SÁBADO | 3

| Sábado 25 de enero de 2014

creatividad Sebastián Campanario

La paradoja del efecto Farsantes. Equipos peleados, productos exitosos

A pesar de los roces internos del elenco, la tira es una de las más vistas de Canal 13

Cada vez hay más estudios que muestran que el conflicto y las diferencias pueden ser funcionales a los buenos resultados

Viene de tapa

“Es mucho más peligroso un equipo donde todos se ponen de acuerdo y no hay debate en la toma de decisiones que un grupo con alto nivel de conflictividad”, explica Sergio Meller, doctor en Psicología y especialista en cambio organizacional. Nada muy nuevo: ya el gurú del management Peter Drucker planteaba que “cuando de entrada estamos todos de acuerdo, mejor no tomar ninguna decisión”. En los últimos años, el mantra de la “empresa feliz” que dominó en los años 90, donde todos deben convivir en forma armoniosa y nadie se pelea, comenzó a ser atacado desde distintos frentes y disciplinas. “En mi experiencia, no hace falta llevarse bien para hacer un buen trabajo creativo. De hecho, bien usada, esa tensión puede sublimarse creativamente”, afirma Diego Kerner, director de Thebrandgym, una consultora de innovación. Farsantes comenzó a ser filmada en mayo de 2013 con un elenco compuesto por Chávez, Casero, Griselda Siciliani, Benjamín Vicuña y Facundo Arana (los dos últimos, se fueron de la tira). Cuenta la historia de un bufete de abogados y el guión de Carolina Aguirre y Mario Segade pivotea sobre los casos judiciales y los problemas afectivos de los personajes. Con cerca de 15 puntos de rating promedio, lideró la audiencia del canal junto a Solamente vos; obtuvo muy buenas críticas y ganó varios premios, entre ellos el Tato 20013 a “Mejor tira diaria”.

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El beso y la relación gay entre los personajes de Chávez y Vicuña marcaron un pico de popularidad del programa, cuyas internas estallaron y trascendieron a partir de junio del año pasado. “Los equipos de alto rendimiento, y más aquellos formados por personas con gran capacidad y talento, llevan en su interior la semilla de la confrontación de ideas –dice Meller–. No le tienen miedo a herir alguna susceptibilidad. Ellos saben que no se lo tienen que tomar personalmente, y el eje de la discusión sigue siendo lograr el resultado esperado. Al final del día, cada uno reconoce que lo que pasó en el campo de juego se queda ahí, y posiblemente los veamos compartir una cerveza a la salida del trabajo.” Desde disciplinas de frontera como la economía del comportamiento (que toma lecciones de psicología) o la economía de la felicidad, el endiosamiento de los “buenos jugadores de equipo” que sostienen un optimismo permanente también está bajo fuego. Daniel Kahneman, el Nobel 2002 y padre de la economía del comportamiento, postuló que una empresa llena de caras felices pierde en la competencia de mercado frente a una con empleados más agresivos. El “sesgo al optimismo”, descubierto por Adam Grant, un psicólogo de la escuela de negocios de Wharton, hace que se tomen riesgos. En Rework (Reinicia), uno de los libros de autosuperación ejecutiva de moda, los autores Jason Fried y

David Heinemeier Hansson llaman a animarse a “decir que no por default” en el trabajo, aunque ello genere roces y peleas. Pero es preferible afrontar un conflicto que acumular “sí” a propuestas mediocres. “La gente evita decir que no porque la confrontación los hace sentir incómodos. Pero el resultado es peor, uno termina trabajando en ideas en las que no cree”, sostienen. “Si hay personas que son parte de grupos en los cuales no se sienten coherentes consigo mismas, están diciendo que ‘sí’ al grupo y que ‘no’ a sí mismas–explica ahora Soledad Corbiere, especialista en coaching ontológico–. Esta actitud sostenida en el tiempo tiene enormes costos a nivel personal, y termina repercutiendo en el resultado”. Para Kerner, “no siempre se puede elegir con quién trabajar, pero sí cómo hacerlo. No hace falta ser amigos para funcionar bien como equipo . Lo que sí hay que hacer es clarificar roles y responsabilidades (quién decide, quién opina, quién es consultado, quién implementa). Definir lo que podemos denominar el reglamento interno”.

Según Pablo Heinig, especialista en trabajo en equipo, el “efecto Farsantes” se verifica más en industrias creativas y en el deporte –donde los egos grandes son, de alguna forma, funcionales al resultado– que en el mundo corporativo. “Si bien la emocionalidad de jugadores, actores y músicos puede ser negativa entre ellos, el encendido de las cámaras, el silbato, o el golpe de la batuta, pueden ‘llevarse puesto’ este factor o lograr que opere a favor del resultado final”, agrega Heinig. En el negocio publicitario, los ejemplos se acumulan. Dos de las

Según Daniel Kahneman, una empresa llena de caras felices pierde en la competencia de mercado frente a una con empleados más agresivos

duplas creativas más exitosas en la Argentina, la de Ramiro Agulla con Carlos Baccetti y la de Fernando Vega Olmos con Hernán Ponce generaron campañas recordadas al día de hoy por los argentinos, pero terminaron, en ambos casos, muy peleados entre sí. En el mundo del cine, los “clásicos” que llegaron a buen puerto con actores y directores que ni se podían ver son muchos. Audrey Herpburn y Humphrey Bogart, por ejemplo, no se hablaron fuera de cámara durante el rodaje de Sabrina, de Billy Wilder, quien tampoco soportaba a Bogart. En La Diligencia, el duro de John Wayne era humillado por el director John Ford, delante de todo el elenco. Julie Christie y Warren Beatty, Johny Depp y Angelina Jolie, Claire Danes y Leonardo Di Caprio, Anthony Hopkins y Shirley McLaine y Richard Gere y Debra Winger son otros famosos casos de parejas de actores que se llevaban a las patadas y hacían que los rodajes se volvieran interminables pero que, así y todo, generaron grandes películas. “Tinto Brass y Gore Vidal, director

eXPerieNcias

FLORIANóPOLIS, BRASIL

abía hecho bungee jumping, en Ecuador; había probado con el ala delta dos veces (con los expertos pilotos de Vuelo Máximo) y alcanzado los mil metros de altura junto con los pájaros. Siempre disfruté de los bautismos de vuelo libre, del preciso instante en que los pies se despegan del suelo y la respiración se acelera, de la casi mágica sensación de que, aunque sea por 20 minutos, uno también puede planear cerca del cielo. Por eso, del ranking de los deportes extremos o de turismo aventura, los que se practican en el aire siempre estuvieron por delante en mis preferencias. No hay otros que me hayan cautivado de igual modo. Probé con el buceo y la claustrofobia arruinó el intento. También con la escalada en hielo, pero la dificultad y el desgaste físico opacaron todo. Sin embargo, ese mismo aire que en cada ocasión anterior había avivado el fuego, se había vuelto ahora temerario. Un nuevo bautismo, esta vez de parapente, accionó en mi cabeza la posibilidad del peligro, la imprudencia de la acción, el riesgo al que me exponía. Florianópolis era el escenario, y el instructor de la escuela de parapente Ovni, en Praia Brava, tenía más de 50.000 horas de vuelo y unos 12.000 viajes biplaza con turistas a los que, como yo, les asalta la necesidad de acción entre tanta rutina de playa. Las condiciones eran seguras, el clima ideal y la experiencia de los pilotos en la sureña isla de Santa Catarina llevaba más de 18 años. Entonces, ¿qué había cambiado desde aquellas experiencias extremas, hace unos diez años, hasta ahora? Fácil. Había tenido dos hijos y sólo pensaba en ellos. Tenía miedo, miedo de madre, temor de que me sucediera algo que truncara la vida de Renata, de 6 años, y de Santiago, de 3. Lo mismo que me había inquietado hace tres meses al entrar al quirófano para una artroscopia compleja de rodilla, luego de una semana de esquí en Villa La Angostura. No había mayores riesgos en la cirugía, que requería de anestesia general, pero mi angustia se repetía. Intenté dejar los malos presagios de lado y convencerme de mi afición, de las ganas de volar. De confirmar esa sensación inigualable (para los que no sufrimos de vértigo) de observarlo todo desde arriba. Lejos, bien lejos del suelo. Sin máquinas ni motores. Y sí, volví a convencerme. Con Maxi Amena, el fotógrafo que me acompañaba en el viaje, ya estábamos arriba de la camioneta que

prensa artear

Soledad Vallejos

Libertad y adrenalina en un bautismo de vuelo libre sobre Florianópolis Nuestra cronista, madre de dos hijos, decide enfrentar sus miedos y se anima a imitar a los pájaros en un frágil parapente que sobrevuela toda la isla

MaxiMiliano aMena

nos llevaría hasta la cima del morro donde nos esperaba la rampa de parapente. El camino era sinuoso y resbaladizo. La aventura ya estaba en marcha y habíamos tomado la decisión, al igual que otros siete turistas argentinos que formaban parte del grupo esa tarde. Las novatas Chavela y Agustina Escalada, de 18 y 14 años, respectivamente, eran las más jóvenes del equipo, y el legado de la aventura les llegaba de parte de su papá, Javier, uno de los más entusiasmados por sobrevolar la playa. Fueron ellas las primeras en alistarse para la experiencia, incluso antes que su papá. Pero hasta la rampa del morro también las había acompañado Ivana, su

El deporte extremo, la faceta oculta de Florianópolis La escuela de parapente Ovni está ubicada en el Mirante de Praia Brava. La experiencia cuesta 170 reales, y los argentinos suelen ser los turistas más aficionados a los vuelos

mamá, en la que reconocí el mismo miedo que se había apoderado de mí, aunque en situación inversa. “Hasta que no bajen no me voy a quedar tranquila”, me confesó. Mientras tanto, yo dejaba pasar a cada uno de los aspirantes del grupo. Maxi me animaba, hasta que finalmente llegó nuestro turno. Juan “Gaviota”. Así dijo llamarse mi instructor, al que segundos antes de sentarme en la silla del parapente le confié: “Tengo miedo”. Su respuesta fue tranquilizadora: “Yo también”. En cuestión de segundos, la vela del parapente se llenó de aire, adquirió su forma aerodinámica y

nos suspendió en el vacío. Estábamos volando. La geografía de Praia Brava, Lagoinha, Ponta das Canas, Cachoeira, Canasvieiras, Jureré y Praia dos Ingleses. Los condominios, el verde fulgurante de los morros, la arena, el mar y la espuma de las olas en la orilla. Todo a mis pies. “Yo no podría vivir sin hacer esto. Es una necesidad básica para mí, como levantarme, comer, bañarme. De la misma manera necesito volar”, me dijo mientras ganábamos altura. Le pregunté de dónde era oriundo, y señaló con el dedo hacia una de las playas de la isla, Cachoeira. “Desde aquí se ve mi casa, somos la sexta

y guionista de Calícula, se llevaban tan mal que el productor Bob Guccione los echó; y se sabe que Ojos bien cerrados terminó con el matrimonio entre Tom Cruise y Nicole Kidman”, aporta el crítico de cine y realizador Sebastián Tabany. Por otra parte, hay libros y hasta un documental que narran la “guerra” entre el actor Klaus Kinski y el director Werner Herzog durante la filmación de Aguirre, la ira de Dios. En el campo de la televisión, otra tira superexitosa que superó a “Farsantes” en conflictos y peleas entre sus protagonistas es la mexicana “El Chavo”, en la cual Roberto Gómez Bolaños (Chespirito) y varios de los protagonistas tuvieron diferencias que se terminaron dirimiendo en... los tribunales. En definitiva, la tendencia en cuestión puede llamarse “efecto Farsantes”, “efecto El Chavo” o “efecto Hermanos Macana”, por los dos cavernícolas de Los autos locos que corrían pegándose garrotazos mutuamente pero que, cada tanto, alguna carrera ganaban.ß [email protected]

generación de una familia nacida en Florianópolis, descendiente de los azores”, me contó. Ya estábamos a unos 300 metros de altura, y la isla comenzaba a verse como en los mapas. Yo era consciente de que mi paseo en tándem para principiantes era sólo un acto mínimo del potencial que encierra esta aeronave, hecha a base de telas y cuerdas, y sin ninguna estructura rígida más que la silla del piloto. Un parapente medio, según me explicaron, tiene una relación de planeo de 9 a 1, es decir que por cada metro de altura avanza nueve. Así, aprovechando las corrientes de aire, un parapente puede permanecer volando durante horas y si el piloto se lo propone (y domina la técnica, claro), recorrer grandes distancias. Quedarse en al aire sin aterrizar durante mucho tiempo, igual que los pájaros, que también se benefician de esas mismas corrientes ascendentes térmicas para ganar altura sin cansarse. Para Juan “Gaviota”, que dicho sea de paso nunca se tentó con las competencias deportivas, ésa es la máxima expresión del vuelo libre: el cross-country. Durante esos viajes solitarios –respondió Juan mientras seguíamos volando– suele llegar hasta los 3000 metros de altura y es capaz de sobrevolar por paisajes desconocidos durante horas, incluso superar cómodamente los 100 kilómetros. “Vamos, Soledad, abre los brazos, disfruta la libertad del viaje y deja las preguntas para después –bromeó–. No hay nada más lindo que admirar la naturaleza desde aquí arriba.” Acepté la sugerencia. Solté las manos que seguían aferradas a los cordines de la silla y levanté las piernas. Estaba en infracción, porque la recomendación era llevar calzado deportivo y como llegué hasta la cima del morro en crocs, no me quedó otra. Pero lo disfruté. Logré relajarme, sentir el viento en la cara. Del miedo inicial ya no quedaban rastros, ni la más pequeña brisa. Junto a nosotros volaba el parapente de Maxi, que no paraba de gatillar con su cámara de fotos. Le pidió a su instructor acercarse a nuestra vela porque quería un mejor ángulo. Y justo entonces, cuando se me ocurría pensar en el riesgo de que las telas se enredaran en el aire, los parapentes volvieron a alejarse. Estábamos por descender y ahora, la verdad es que ya no quería bajar. En apenas segundos, estábamos en tierra. Aplausos para el grupo y los instructores. “¡Estamos todos vivos!”, gritó Juan. Más vivos que nunca.ß