La ligereza y el síntoma

6 ene. 2012 - Carolina Blanco, hi- ja menor de un matrimonio mixto judío- católico, forma parte de la tripulación de una
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Con una historia que transcurre durante un vuelo transatlántico, Barajas logra sortear los clichés de un género foráneo adaptado al ámbito local

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BARAJAS Por Alejandra Zina Plaza&Janés 260 páginas $ 65

o bueno de importar un formato como la chick lit (literatura de entretenimiento destinada al público femenino, con una joven protagonista autosuficiente económicamente, quizás exitosa, pero vulnerable en amores) es que permite ser canibalizado sin los prejuicios que puede suscitar una obra o género nacional, como le ocurrió a la literatura gauchesca, que debió esperar décadas a Leónidas Lamborghini. En la Argentina, esta literatura tiene un destino incierto: sin llegar a imponer ningún éxito de ventas, ha copiado la fórmula de Sex and the City con mayor o menor originalidad, humor “desenfadado” (para un piso bastante bajo de lo que se entiende por tal) y tramas adaptadas al contexto nacional, que les concede a las heroínas menos lujos y placeres que a sus glamorosas pares del primer mundo. Sin embargo, en los años recientes, una generación de escritoras jóvenes alentadas por editoras cansadas de duplicar un producto por otro lado bastante anodino le dio un giro a la producción de novelas para chicas. Y aquí comienza la operación caníbal, que suele incluir jibarizaciones: las novelas locales son más breves que los novelones yanquis, y por ende, los elencos que acompañan a las protagonistas también se achican. Barajas, de Alejandra Zina (Buenos Aires, 1973), se puede leer como un caso emblemático de apropiación de un género extranjero. Carolina Blanco, hija menor de un matrimonio mixto judíocatólico, forma parte de la tripulación de

Libros reeditados Clásico ilustrado Primer relato de la literatura argentina, El Matadero de Esteban Echeverría sigue siendo todavía uno de los textos más violentos y perturbadores de la historia nacional. Esta nueva edición suma las ilustraciones de Marcia Schvartz y Fernando Bedoya. Las grafías de los artistas le hacen justicia al original: borroneadas, manchadas, la cercanía con el collage y la superposición parecen el equivalente visual de la violencia del cuento. El Matadero Por Esteban Echeverría Edhasa, 84 páginas

Un diario de alto voltaje Fue amiga de Henry Miller y de Lawrence Durrell y, gracias a la franqueza sexual de sus diarios, una de las escritoras más escandalosas del siglo último. Hoy, Anaïs Nin (1903-1977) es reivindicada como exploradora del alma femenina y sus libros, gracias a su detallismo, son una novela-río de la vida real. Este segundo volumen va del año 1934 a 1939, transcurre en gran medida en Nueva York y tiene entre sus temas (Nin se trató con Otto Rank) el psicoanálisis. Diario II Por Anaïs Nin RDA, 464 páginas

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17 Viernes 6 de enero de 2012

La ligereza y el síntoma

una aerolínea española. Porteña como el tango, se las sabe casi todas, lo que no impide que sus relaciones de pareja no prosperen y tenga que padecer a una insufrible jefa a la que ella y sus compañeros llaman Nelly Olson. Con su amiga Cecilia forman un dúo cómico que afronta los inconvenientes con ironía y algo de charme. La novela narra un viaje decisivo en el historial de vuelo de Caro, viaje que desde el comienzo se presenta como excepcional, por medio de percances y una galería de personajes singulares: una maestra jubilada amante de la mano dura, una adolescente melancólica, un nene pesado, una monja comilona, un comisario de a bordo gay, un hombre negro providencial, una viuda desconsolada que bebe de más. Completan este repertorio otros personajes del pasado de Carolina, que por medio de flashbacks posibilitan la comprensión y un acercamiento sentimental (“Cada vez que me rompían el corazón agarraba una mochila y me rajaba. El lugar era lo de menos, lo importante era irme, despegarme del teléfono y de la bandeja de entrada de hotmail”), y algún condimento erótico que no debe faltar en estos productos. A los treinta y pico, con más amantes que amores, deberá forzar un cambio de rumbo que no resultará como lo imaginaba, sino provisto de una magia pedestre. Si bien Barajas procede por acumulación –de circunstancias risueñas, de personajes (algunos meramente nominales), de diálogos ingeniosos, de contrapuntos temporales y espaciales–, es efectiva y encuentra en una escena su leitmotiv. La azafata persigue a Panchito, el nene que juega a ser El Hombe Araña por el pasillo del avión, sin darle alcance. Se acuclilla, se arrastra, se ensucia, y debe pergeñar una patraña para atraparlo. Ésa parece la ilustración del procedimiento de Zina para procesar la chick lit: puesta en escorzo, rebajada a su condición de agente de la literatura comercial, rebaja a la vez su objeto y lo salva de una serie interminable de clichés para devolver una novela ligera, entretenida y sintomática. Daniel Gigena