La Gaceta núms. 547-548 del FCE - Fondo de Cultura Económica

Las bibliotecas públicas son algo más que acervos de libros y salas de lectura; son lugares de ...... el ajedrez, del bl
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Bibliotecas hoy

Además 

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BIBLIOTECA MEXICANA: 50 TÍTULOS

AQUILES O EL GUERRILLERO Y EL ASESINO

Fotografía: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

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Laude M I N E RVA M A R G A R I TA V I L L A R R E A L

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Biblioteca Mexicana: 50 títulos ENRIQUE FLORESCANO

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Celebración de Biblioteca Mexicana PABLO BOULLOSA

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El desconocido taller de edición de un historiador insólito G E N E Y B E LT R Á N F É L I X

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Aquiles, nuestra tragedia JULIO ORTEGA

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Reinventar la biblioteca ALBERTO MANGUEL

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Biblioteca Vasconcelos, territorio de las infinitas posibilidades Entrevista a Daniel Goldin

E DI TOR I A L

Bibliotecas, comunidad, democracia

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na de las consecuencias menos advertidas de la crisis de las finanzas públicas en gran parte del mundo es el recorte presupuestal de las bibliotecas públicas y la desaparición de muchas de ellas. Esto es cierto incluso en países como el Reino Unido y los Estados Unidos, cuyos sistemas bibliotecarios fueron considerados los mejores y más abiertos del mundo durante siglos. Un argumento aducido para esta política es el avance de la revolución tecnológica digital, que, al poner al alcance de los usuarios grandes volúmenes de información, estaría volviendo redundante la biblioteca tradicional. El hecho es que ésta, lejos de rezagarse ante la tecnología digital, la adopta para mejorar su propia eficiencia y la pone al servicio del usuario de manera libre y gratuita. Las bibliotecas públicas son algo más que acervos de libros y salas de lectura; son lugares de confort, tranquilidad y socialización que invitan a la cordialidad y al diálogo en un ambiente de valores propios de la vida civilizada. Por lo mismo, son oasis para el cultivo del espíritu y la esperanza en un mundo confuso y convulso por rivalidades políticas, económicas, sociales y de otro tipo, donde privan las relaciones abstractas y de competencia entre los individuos. Como institución al servicio de los libros, la lectura y la difusión de la cultura, esta casa editorial no puede menos que apoyar la multiplicación y el mejoramiento constante de nuestras bibliotecas públicas, en particular la biblioteca comunitaria bien surtida, actualizada y conectada al mundo digital, con los servicios básicos de atención al usuario que hagan de su estancia una experiencia decente y placentera. Aspiramos a una biblioteca pública que sea en sí misma el modelo de vida reflexiva y de relaciones sociales civilizadas del México del siglo xxi, una institución que sea considerada por los usuarios como centro de la comunidad, una alternativa poderosa a la rutinaria estolidez enajenante de los campeones del rating. Una biblioteca pública así concebida sería quizá el mayor activo de una democracia fundada en la diseminación, apropiación, recreación y uso del conocimiento universal. El antecedente de esta aspiración es la escuela rural del México posrevolucionario, que llegó a ser centro efectivo de la comunidad en las décadas de 1920 y 1930. La ciudadanía de una democracia vigorosa es una ciudadanía informada, alerta, propositiva e intelectualmente orientada.W

AGUSTÍN GENDRON

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NOVEDADES Nuevos procesos editoriales ERNESTO PRIANI SAISÓ E ISABEL GALINA RUSSELL

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TRASFONDO RICARDO POHLENZ

José Carreño Carlón D I R E C TO R G E N E R A L D E L F C E

Roberto Garza

León Muñoz Santini

E D I TO R D E L A G AC E TA

ARTE Y DISEÑO

Ramón Cota Meza

Teresa Ramírez Víctor H. Romero

R E DAC C I Ó N

C O R R E C C I Ó N D E E S T I LO

Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Socorro Venegas, Rafael Mercado, Karla López y Octavio Díaz C O N S E J O E D I TO R I A L

Andrea García Flores F O R M AC I Ó N

Ernesto Ramírez Morales V E R S I Ó N PA R A I N T E R N E T

Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com/editorial/laGaceta/ [email protected] www.facebook.com/LaGacetadelFCE

IMPRESIÓN

La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal. Publicación periódica: pp090206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716. —————————

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I L U S T R AC I Ó N D E P O R TA DA : © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I Y A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

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BIBLIOTECAS P O ES Í A HOY

La voz parece emplear la palabra latina “laude” en sus dos sentidos, alabanza y lápida, para nombrar su sentimiento contradictorio de plenitud y desconsuelo: plenitud en su comunión con el Ser supremo, y desconsuelo por la realidad terrena de una vida destruida que se mete en sus venas y que ni siquiera Dios puede redimir.

Laude M I N E RVA M A R G A R I TA V I L L A R R E A L

Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016

Mientras me como esta manzana Dios viene a bendecirme parpadeante de sol desciende al vuelo de la paloma con su piel su pelo alborotado y un joven que conduce a la puerta del programa de los doce pasos El muchacho es adicto De cada diez uno no recae: La impotencia de sus labios por mi sangre fluye

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Fotografía: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

DOSSIER

Bibliotecas hoy Presentamos en este número dos textos sobre bibliotecas, las que ahora enfrentan los embates del recorte presupuestal y la competencia de la revolución digital en muchas partes del mundo. Ante esta situación, el FCE ratifica su compromiso con estos recintos de cultura y vida civilizada: “Las bibliotecas son la meca de la autoayuda, las más abiertas de las universidades abiertas […] donde no hay exámenes de admisión ni diplomas y a las que pueden ingresar libremente personas de todas las edades”, como dijo el bibliotecario e historiador Daniel J. Boorstin. Incluimos tres textos breves sobre la colección Biblioteca Mexicana, esfuerzo editorial coordinado por el historiador Enrique Florescano para poner al alcance del lector común el conocimiento acumulado en diversas ramas del saber en México. Esta colección ha completado 50 títulos. Julio Ortega nos entrega su texto de presentación de la novela póstuma de Carlos Fuentes Aquiles o El guerrillero y el asesino, publicada por esta casa editorial. Presentamos un poema de Minerva Margarita Villarreal, la última entrega de un ensayo sobre el libro electrónico, una variada colección de reseñas de novedades y un ameno relato de Ricardo Pohlenz en la sección Trasfondo.

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Fotografía: © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I

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Biblioteca Mexicana: 50 títulos Enrique Florescano, editor responsable de la colección Biblioteca Mexicana, expone los propósitos y circunstancias que condujeron a la creación de esta ambiciosa empresa editorial. ENRIQUE FLORESCANO

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abriel Zaid dice, recordando las palabras del filósofo José Gaos, que toda biblioteca personal es siempre un proyecto de lectura. La colección Biblioteca Mexicana nació hace más de 15 años como un proyecto de lectura que ofreciera una ventana hacia los conocimientos alcanzados a lo largo del siglo xx y lo que va del xxi en distintas ramas de las ciencias, las humanidades, las artes y la tecnología, con el objetivo de poner esta información al alcance del amplio público lector. En el transcurso de estos años, la colección se ha convertido en un espacio para el análisis y la discusión de los temas más importantes en la actualidad. Se trata de un esfuerzo singular por integrar un compendio de la creatividad y el pensamiento mexicanos, que sirva de instrumento para la formación de las nuevas generaciones. La Biblioteca reúne y sintetiza el conocimiento que nos identifica e incluye estudios que, haciendo a un lado el estilo de los especialistas, dan a conocer al público general la renovación experimentada en múltiples disciplinas. La constancia en el cumplimiento de estas metas se muestra en los 50 títulos formados por casi 600 ensayos de análisis de nuestra realidad, títulos que se han reimpreso una o más veces hasta superar los

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100000 ejemplares. En su elaboración han participado 470 autores de la más amplia gama de disciplinas, así como de las diferentes corrientes de pensamiento que han nutrido las ciencias sociales y las humanidades. En sus páginas conversan autores consagrados, que han renovado los campos de la investigación, con las nuevas generaciones de especialistas. Esta pluralidad de enfoques y miradas hace de la Biblioteca Mexicana un compendio equilibrado, rico y diverso. Entre otros colaboradores se encuentran Carlos Monsiváis, Charles A. Hale, Néstor García Canclini, Marta Lamas, Rita Eder, Pablo Latapí, Héctor Aguilar Camín, José Woldenberg, Jean Meyer, Xavier Velasco, Guillermo Fadanelli, Rosa Beltrán, José Joaquín Blanco, Mauricio Merino, Ana Clavel, Víctor M. Toledo, Erika Pani, Ruy Pérez Tamayo, Cristina Rivera Garza, Enrique Cabrero, Luis F. Aguilar, Alfredo Ávila, Ana García Bergua, Rodrigo Martínez Baracs, Erik Velásquez, Aurora Gómez Galvarriato, David Olguín, Pablo Escalante, Lucina Jiménez, Luis Medina Peña, Mario Bellatin, Graciela Márquez, Jenaro Villamil, Eduardo Antonio Parra, Jorge Volpi, Raúl Trejo Delarbre y José Ramón Cossío. La colección es resultado de un esfuerzo conjunto del Fondo de Cultura Económica, principal editorial de habla hispana, y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, hoy Secretaría de Cultura. A éstos se sumó la colaboración de instituciones académicas de diversas partes del país. El origen de la

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Biblioteca Mexicana se remonta al 26 de abril de 1995, cuando Rafael Tovar y de Teresa, entonces presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Enrique Florescano, Adolfo Martínez Palomo, José Sarukhán, Julia Carabias, Guillermo de la Peña, Adolfo Castañón y Carlos Bazdresch se reunieron con Miguel de la Madrid Hurtado, entonces director general del Fondo de Cultura Económica (fce), para considerar la importancia y urgencia de crear una colección que ninguna universidad o editorial se había propuesto hacer hasta ese momento: una serie que ordenara y difundiera los conocimientos acumulados en nuestro país al término del siglo xx. Enrique Florescano fue nombrado editor responsable de la colección. En 2015 se publicó el título número 50: Las redes sociodigitales en México. En este volumen especialistas de diversas áreas analizan las transformaciones que las nuevas tecnologías digitales y prácticas sociales relacionadas han introducido en la vida cotidiana de los mexicanos, cómo los usuarios pueden aprovecharlas como medios de participación ciudadana y los importantes temas de la privacidad, la intimidad y la naturaleza de la sociabilidad en ellas.W

Ciudad de México, mayo de 2016.

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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

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Palabras pronunciadas por el escritor y animador cultural Pablo Boullosa en la celebración de los 50 títulos de la colección Biblioteca Mexicana el 28 de enero de 2016 en la librería Octavio Paz del FCE en la Ciudad de México.

DISCURSO

Celebración de Biblioteca Mexicana PABLO BOULLOSA

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ace 101 años, cuando estaba en Madrid, Alfonso Reyes escribió Visión de Anáhuac, uno de sus textos más conocidos. En ese breve ensayo, Reyes emplea dos expresiones que me parece conveniente repetir en el aniversario y festejo de la colección Biblioteca Mexicana, dirigida por Enrique Florescano y publicada por el Fondo de Cultura Económica y la Secretaría de Cultura. Esas dos expresiones son “comunidad de esfuerzo” y “obra de acción común”. La colección Biblioteca Mexicana refleja y ayuda a divulgar, precisamente, la gran comunidad de esfuerzo de los mexicanos en las tareas importantes que llevamos a cabo. Una nación no es solamente un territorio físico poblado de personas, ni una entelequia mitológica, mucho menos una estadística demográfica o económica. Tampoco es tan sólo un matrimonio, bien o mal avenido, entre una población y un cuerpo legal y político. Me parece que una nación es, por encima de todas sus demás características y facetas, eso que dice Alfonso Reyes: una comunidad de esfuerzo y una obra de acción común. Cuando hablamos de los logros de los mexicanos, con frecuencia acuden a nuestra mente los nombres de grandes sabios y de grandes creadores. Preferimos no imaginarnos un México sin Lucas Alamán, sin Amado Nervo, sin López Velarde, sin José Vasconcelos, sin Diego Rivera, sin Octavio Paz, sin Juan Rulfo, sin Mario Molina. Pero esas grandes figuras son sólo el fruto más refinado de un esfuerzo que es también colectivo. La inteligencia siempre tiene un altísimo componente social; cuando nacieron nuestros grandes escritores, las potencias de la lengua española ya estaban allí, como esperándolos. Y cuando nacieron los grandes científicos de nuestro tiempo, algunos de ellos mexicanos, ya se habían descubierto la tabla periódica y la excitación de los electrones. Pero además de que la inteligencia individual sólo puede desarrollarse con las herramientas cognitivas que han sido creadas en común por innúmeras gene-

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raciones, nuestro país, al igual que el mundo contemporáneo, es altamente colaborativo. Los académicos mexicanos pueden hacer investigación porque otros mexicanos están cultivando la tierra, otros más están generando riqueza en la industria y el comercio, otros más administrando los servicios del Estado, todos ellos pagando impuestos. A fin de cuentas, sin restarle mérito alguno a las mentes más fecundas de México, hemos de considerar siempre la comunidad de esfuerzo y la obra de acción común. Por supuesto, los alcances de esa obra mexicana de acción común son vastísimos y acaso inabarcables. Lo que puede hacer una colección de 50 títulos es apenas dar una noción general de dicho esfuerzo colectivo. Y en este sentido, esta colección es como un mapa que nos permite visualizar lo que hemos logrado juntos los mexicanos. Salvo aquellos mapas desmesurados que imaginó Borges y que tenían exactamente las mismas dimensiones que el territorio que representaban, la característica esencial de los mapas es la reducción. Si pensamos, por ejemplo, en la música en México en el siglo xx, es obvio que no toda la información respectiva cabe en un solo volumen. Pero resulta que Aurelio Tello emprendió su reducción y por eso contamos con el volumen correspondiente de la colección que hoy celebramos. Por otro lado, el mapa no agota su función en la reducción, sino en el momento en el que el usuario vuelve a darle, al menos mentalmente, su dilatada dimensión. De la misma manera, todos los títulos de esta colección invitan a pensar en ámbitos muy dilatados. Ya hemos acudido a otra metáfora cuando hemos dicho que la colección Biblioteca Mexicana es un “reflejo” de nuestra grandeza colectiva. Pero no existe reflejo si no existe también el espejo. Ahora, ¿cuánto cabe en un espejo? Todo lo que la luz nos permita poner en él. Desde lo invisiblemente pequeño hasta lo invisiblemente lejano (pues los microscopios y los telescopios funcionan con espejos), pasando por nuestra realidad cotidiana y, desde luego, por nuestro propio rostro. La colección Biblioteca Mexicana está hecha de espejos y ella misma es, al reflejarla, espejo de la nación. No es sólo una casualidad heptasilábica que Enri-que-Flo-res-cá-no sea el autor de Es-pe-jo-me-

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xi-cá-no, título que también forma parte de esta colección. Tampoco es casualidad que esta colección pueda verse como una extensión natural del trabajo de toda una vida, la vida fértil de Enrique Florescano, dedicada a dar cuenta de las historias de nuestro maíz y nuestra agricultura, nuestros mitos y nuestros símbolos, nuestra imaginación y nuestro patrimonio, nuestras maneras de representarnos a nosotros mismos y de interpretar nuestro pasado. Si los espejos nos devuelven imágenes, y colocados frente a frente las multiplican, desde hace muchos años Enrique Florescano ha estado fabricando y colocando los espejos de nuestra memoria, y animando a muchos otros a continuar luchando contra el desvanecimiento de las imágenes, es decir, contra el olvido. En Murano, una pequeña isla al norte de Venecia, se fabricaron, a partir del siglo xiv, los primeros espejos de vidrio transparente y fondo de azogue que tan nítidas imágenes nos ofrecen. Esos espejos alentaron la reflexión y la autocrítica, y sin ellos acaso Europa no habría dominado el mundo a partir del siglo xv. De acuerdo con López de Gómara, en su momento los indígenas prefirieron esos espejos al oro, algo perfectamente racional. La experiencia de mirarnos a nosotros mismos es inmensamente importante. “Ay de los que no han osado descubrirse a sí mismos”, dice también Alfonso Reyes, a quien Enrique Florescano llama “el más universal de nuestros escritores”. Quiero terminar con una frase interrogativa del mismo, universal Alfonso Reyes. En México en una nuez, texto leído por primera ocasión en Buenos Aires, Reyes se hace una pregunta que sin duda muchos lectores de los volúmenes de la colección Biblioteca Mexicana también se habrán hecho, y muchos otros habrán de hacerse en el futuro. La pregunta es la siguiente: “¿de suerte que todo esto teníamos en casa y no lo sabíamos?” Gracias por su atención.W

Palabras pronunciadas el 28 de enero de 2016 en la librería Octavio Paz, durante la celebración de los 50 títulos de la colección Biblioteca Mexicana, publicada por el FCE y la Secretaría de Cultura.

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El desconocido taller de edición de un historiador insólito Discípulo de Enrique Florescano en el taller de edición de Biblioteca Mexicana, Geney Beltrán Félix destaca los valores de rigor, pluralidad de enfoques, pertinencia y lectura accesible de esta colección. G E N E Y B E LT R Á N F É L I X

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stamos a mediados de la década de 1990. Tenemos a un historiador respetado por sus colegas y con presencia entre los lectores, con una obra consolidada que ha abierto caminos al conocimiento del pasado de México. Es un investigador curioso, acucioso y obsesivo, con un prurito exigente por el rigor documental y la solidez argumentativa, además de un sostenido interés por sacar sus exploraciones del cubículo universitario y llevarlas a la tribuna abierta con muy buena prosa, para enriquecer la conversación comunitaria sobre nuestros andares pretéritos. Para ese momento, el historiador no sólo ha escrito libros; también ha fundado una revista emblemática de la discusión literaria y política, ha participado en la formación, como maestro, de sucesivas generaciones de historiadores y ha estado al frente de instancias académicas e instituciones oficiales dedicadas a la preservación del patrimonio histórico. Con una trayectoria así, cualquiera podría sentirse satisfecho y dedicarse a recoger los laureles merecidos. No así Enrique Florescano. Para 1995, el autor de Memoria mexicana, quien ha sido fundador de la revista Nexos, profesor de El Colegio de México y la unam y director del inah, asume la coordinación de la colección Biblioteca Mexicana bajo los auspicios del Conaculta y el Fondo de Cultura Económica. Con la distancia que otorgan 50 títulos y 100000 ejemplares —ambas cifras alcanzadas a finales de 2015—, es factible definir esta colección como un proyecto sigiloso en su realización y paciente en sus tiempos, diverso en sus temas, plural en sus colaboradores y, lo más importante, efectivo en sus alcances. Para enmarcar la aportación de la Biblioteca Mexicana a la educación y la cultura actual, convendría tener en mente las circunstancias en las que se difunde —o se difunde mal— la investigación académica. Uno de los propósitos de la colección es la necesidad de establecer puentes entre el saber especializado y el lector común. La parcelación del conocimiento académico es una deriva inevitable, fomentada incluso por las instituciones dedicadas al apoyo de la investigación, como el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Sin embargo, este fenómeno no tendría por qué impedir el diálogo entre el erudito y el lector común. ¿Hay utilidad en que las exploraciones de las ciencias y las humanidades se mantengan en un entorno cerrado, en publicaciones inaccesibles y a menudo escritas en lenguaje críptico para el lego? La Biblioteca Mexicana ha convocado a especialistas e investigadores de numerosas universidades e institutos de México y el extranjero, así como a intelectuales y pensadores que desde la arena pública reflexionan sobre los temas nacionales, y les ha acercado un foro plural en que sus aportaciones se abren al camino amplio de la divulgación. Esto por un lado. Por el otro, detrás del concepto de la Biblioteca Mexicana se encuentra la noción, tan humilde cuanto necesaria, del compendio. Ya traten sobre música, teatro, literatura, ciencias exactas, economía, derecho o política, los volúmenes están regidos por la exigencia de lo sucinto y lo actualizado. Sin caer en la esquematización ni en la frivolidad, la Biblioteca Mexicana se planteó desde el inicio concertar los veloces, múltiples avances del conocimiento en áreas específicas y resumirlos en uno o dos libros. No es extraño por esto que compilaciones como Un siglo de educación en México, coordinado por Pablo Latapí Sarre, El patrimonio nacional de México, ideado y organizado por el propio Enrique Florescano, o Un siglo de teatro en México, bajo la coordinación de David Olguín, se hayan convertido ya en libros de referencia. Son volúmenes que, bajo el rubro que los editores llamamos long-sellers, cada cuatro o cinco años exigen una silenciosa pero impostergable reimpresión. Lo que he dicho sobre la Biblioteca Mexicana no es imparcial pero tampoco queda a deber en el renglón de lo ecuánime. No es imparcial porque trabajé en dos distintos periodos en el equipo de Proyectos Históricos encabezado por el doctor Florescano, dentro de la Dirección General de Publicaciones del hoy extinto Conaculta, y por lo tanto puedo decir que conozco la serie y sus diversas líneas desde adentro, con todo el prejuicio favorable que esto implica. Alegaría, con todo, que esta valoración es ecuánime debido a una razón: quienes han trabajado en algún momento bajo las indicaciones de Enrique Florescano saben, como lo aprendí yo, que los valores y coordenadas de su magisterio como gestor

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cultural y editor están gobernados por rasgos insobornables. Se trata de un magisterio fincado en algunos de los atributos que le conocemos a su obra de investigación histórica, llevados en esta deriva hacia la faceta creativa del trabajo editorial: el rigor, la precisión, la curiosidad y la defensa del lector. La Biblioteca Mexicana ha sido en estas dos décadas el secreto taller de edición de un historiador insólito. No sólo porque Florescano no redujo los temas de la serie a los de sus propias pesquisas historiográficas sino porque los abrió a especialistas de otros ámbitos de las ciencias sociales, las humanidades, las ciencias exactas y las artes. Siempre me sorprendió su vasta curiosidad. En ocasiones llegaba a la oficina con los ojos chispeantes, inquieto por poner en marcha un nuevo proyecto en torno a un tema que se le había cruzado en sus lecturas o había surgido en una conversación. Recuerdo su insistencia en desarrollar un proyecto sobre la situación de la juventud mexicana en la actualidad. O sobre la problemática del campesinado. O en torno al pensamiento conservador en la sociedad mexicana. Persistente como es, Florescano no se sentía tranquilo hasta no encontrar el perfil de los investigadores más adecuados para llevar a una realización óptima los libros en cuestión, hasta no recibir y revisar las primeras versiones de los textos y así hasta que los tomos no salieran de las prensas a las librerías, y a veces ni entonces. Así fue como los tres temas que acabo de mencionar se concretaron en los volúmenes Los jóvenes en México, El campesinado y su persistencia en la actualidad mexicana y Conservadurismo y derechas en la historia de México, coordinados, respectivamente, por tres brillantes investigadoras: Rossana Reguillo, Tanalís Padilla y Érika Pani. Otra de las directrices del taller de edición de Florescano es la generosa apertura a la interlocución entre diferentes generaciones. En la tradición de Daniel Cosío Villegas, Florescano ha dado a la serie un perfil riguroso y al mismo tiempo incluyente, que lo ha llevado a convocar a estudiosos de trayectoria consagrada en sus áreas respectivas con otros que en el momento de aceptar la encomienda de enriquecer los anaqueles de la Biblioteca Mexicana se encontraban en el ingreso a su primera madurez. Así, nombres de larga y respetada carrera intelectual como Néstor García Canclini, Héctor Aguilar Camín, Ruy Pérez Tamayo, Aurelio Tello, Marta Lamas, Guillermo de la Peña, Roberto Blancarte, Rita Eder, José Ramón Cossío o Mauricio Merino, conviven con pensadores e investigadores como Cristina Rivera Garza, José Antonio Aguilar Rivera, Rodrigo Martínez Baracs, Alfredo Ávila, David Olguín, Rogelio Guedea, Johannes Neurath o las ya mencionadas Reguillo, Padilla y Pani. No es frecuente, si somos sinceros, que se presente un fenómeno así. La vida intelectual mexicana ha sido presa a menudo de una tendencia comunal muy cerrada en la que los intereses de grupo pesan más que los requerimientos de calidad y pertinencia intelectual. Con un vistazo al listado de los 50 títulos que la integran, es fácil constatar que la Biblioteca Mexicana ha ido contra esa celosa costumbre. Pero si vamos más allá y leemos con detenimiento este o aquel título, es posible advertir cómo, al abrirse a una multitudinaria nómina de coordinadores y colaboradores, con experiencias, formaciones y acercamientos teóricos a veces contrapuestos, la Biblioteca Mexicana ha ofrecido una visión plural y crítica de nuestra historia, nuestra cultura y nuestra realidad. No encontraremos otro ejemplo así en el México reciente. Antes de poner fin a estas líneas, me interesa mencionar un atributo del Florescano editor que para nada es insignificante: la defensa del lector. Al darle forma a ese puente entre el cubículo universitario y la calle, entre el estudioso y el lector de a pie, el director de la Biblioteca Mexicana se ha exigido poner en equilibro el saber de uno y el deseo de conocimiento del otro. El erudito entrega en cuartillas el conocimiento actualizado, pero es labor del editor hacer llegar esas cuartillas de la manera más clara, orgánica y comprensible a los ojos y la inteligencia del lector. En este rubro, he de añadir que mi aprendizaje en el casi desconocido taller de edición del insólito doctor Florescano fue fundamental, y lo agradezco. La lección es esta: son muchos los recursos financieros públicos y energías humanas que se requieren para que un libro salga de la imprenta y llegue al lector; hagamos el mejor esfuerzo para que el producto sea un libro inteligente y estimulante, sí, pero también cuidado, cortés y transparente en su expresión para contribuir de la mejor manera a la tarea educativa que en este país, un siglo después de Vasconcelos, no ha terminado.W

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Aquiles, nuestra tragedia Reproducimos el texto leído por el destacado crítico y editor peruano Julio Ortega durante la presentación de Aquiles o El guerrillero y el asesino, novela póstuma de Carlos Fuentes coeditada por el Fondo de Cultura Económica y Alfaguara. P OR J U LI O ORTEG A

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a novela póstuma de Carlos Fuentes, Aquiles o El guerrillero y el asesino (Alfaguara y Fondo de Cultura Económica), que me ha tocado editar, nos propone una pregunta inquietante sobre el lugar de la tragedia en la cultura política hispánica y contemporánea. Hoy que vemos a tantos líderes trágicamente devorados por las fuerzas que desatan y no controlan, este Aquiles de Fuentes, basado en la perturbadora historia del guerrillero colombiano Carlos Pizarro, asesinado por un joven sicario cuando había depuesto las armas para ser candidato a la presidencia de su país, aparece como un necesario aguafiestas. Una tragedia es contemporánea porque nos dice que el sujeto (personaje o lector) es vulnerable y que la vulnerabilidad es una condición mutua. No se trata sólo de la naturaleza mortal del yo sino de la fragilidad misma del otro. Hoy que entendemos la ética no como la estima de nuestros actos sino como el lugar del otro en ti, demandamos de nuestros aspirantes al liderazgo la tolerancia por el rival como prueba de su propia integridad. La política no debería volvernos a la jungla. El guerrillero de esta novela de Carlos Fuentes es el guerrero, alguien que cree que las armas son la única vía de dar al otro un lugar en el nosotros. Su muerte sería la prueba de su riesgo extremo pero, justamente cuando renuncia a las armas y organiza su candidatura, es liquidado. Las fuerzas en disputa traman su muerte desde la oscuridad del sistema. La novela devuelve su identidad imaginaria al héroe asesinado, recuperándolo en el lenguaje donde cobra vida bajo la luz de asombro de nuestra lectura. Todas las víctimas de una guerra civil, declarada o no, desde los milicianos republicanos hasta los normalistas mexicanos, si son todos por fin exhumados, serán devueltas al lenguaje, donde recuperarán su nombre y lugar. Para que las heridas históricas, que a veces son la matriz de nuestro feroz lenguaje político, finalmente cierren, se requiere que las víctimas adquieran nombre, memoria y piedad. La novela de Carlos Fuentes es trágica porque el héroe obtiene su identidad desde la muerte. Esa radical versión de su vida lo define trágicamente. Por eso esta novela fue para su autor tan laboriosa, compleja y fragmentaria, como quizá no podía ser de otro modo, siendo una metáfora poética del desmembramiento político. Fuentes, sin embargo, no se detiene en la victimización y tampoco se propone descubrir a los criminales. Más bien se propone representar el patetismo de la tragedia y nos hace testigos de la misma para convocar nuestra piedad. Y se imagina sentado cerca de Pizarro en el vuelo donde el sicario lo mata. Algunos lectores me han preguntado si Fuentes iba efectivamente ahí. Yo creo que ese pasaje de la novela es verdadero aunque no sea real. Ésta es, por ello, una novela política que a nombre de la polis nos pide darle un lugar al tú del guerrero, recuperado por nuestra lectura. No para ser justificado sino para devolverlo a la política como el arte de dominar la selva, la irracionalidad dominante donde la paz no acaba de ser firmada porque uno de los negocios de la guerra, ese oficio sin futuro y sin lengua posible, es impedirla. Se trata, nos dice Fuentes, de recuperar a los Carlos Pizarro de este mundo mediante la pregunta por su vida, no por la respuesta de su muerte.W

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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S .

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En casi todo el mundo las bibliotecas están bajo asedio, a veces porque no se entiende su función, a veces porque la miopía administrativa las hace padecer recortes presupuestarios, pero quizá la principal amenaza estriba en que ellas mismas no han sabido explicar y defender su principal razón de ser. He aquí una sensata apología de esta milenaria institución a cargo de uno de los mayores estudiosos de la cultura del libro. A RTÍ C U LO

Reinventar la biblioteca ALBERTO MANGUEL

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egún narra Platón en el Timeo, cuando el estadista Solón, uno de los hombres más sabios de Grecia, visitó Egipto, un viejo sacerdote le dijo que los griegos no eran más que niños, pues carecían de verdaderas tradiciones antiguas y de conocimientos “encanecidos por el tiempo”. En Egipto, continuaba el sacerdote con orgullo, “desde antiguo registramos y conservamos en nuestros templos todo aquello que llega a nuestros oídos acerca de lo que pasa entre vosotros, aquí o en cualquier otro lugar, si sucedió algo bello, importante o con otra peculiaridad”. Esta aspiración colosal se consolidó bajo la dinastía ptolemaica. En el siglo iii a.C., más de 50 años después de que Platón escribiera sus diálogos, los reyes ordenaron que se reuniera todo libro que hubiera en el mundo conocido y se colocara en la gran biblioteca que habían fundado en Alejandría. A excepción de su renombre, no se sabe casi nada de ésta: ni su ubicación —quizá era una sección del museo—, ni el uso que se le daba, ni siquiera cómo llegó a su fin. Aun así, la Biblioteca de Alejandría, uno de los fantasmas más célebres de la historia, se convirtió en el arquetipo de todas las bibliotecas. Las bibliotecas pueden tener formas y tamaños incontables. Pueden ser como la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos o tan austeras como la del campo de concentración de niños en AuschwitzBirkenau, donde las niñas mayores se encargaban de los ocho volúmenes que debían esconderse cada noche para evitar que los guardias nazis los confiscaran. Se pueden construir bibliotecas con libros encontrados en la basura, como el Yiddish Book Center en Amherst, Massachusetts —construido por el joven de 24 años Aaron Lansky a partir de volúmenes desechados por las generaciones más jóvenes, las cuales ya no hablaban la lengua de sus mayores—, o se pueden catalogar en la mente de sus lectores exiliados, con la esperanza de resurrección, como es el caso de las bibliotecas saqueadas por los soldados israelíes en los territorios ocupados de Palestina. La naturaleza de las bibliotecas es adaptarse al cambio de las circunstancias y a las amenazas, y todas las bibliotecas viven en el peligro constante de ser destruidas por guerras, plagas, incendios, agua o idioteces burocráticas. Sin embargo, el principal peligro que afrontan ahora no surge de amenazas de este tipo, sino de cambios mal planeados que pueden convertirse en la causa de que pierdan su papel triple: el de guardianas de la memoria de nuestra sociedad, el de proveedoras de relatos de nuestra experiencia —así como de herramientas para navegarlos— y el de símbolos de nuestra identidad. Desde los tiempos de Alejandría, las bibliotecas han cumplido una función simbólica. Para los reyes ptolemaicos, la biblioteca era un emblema de su poder. Con el tiempo, se volvió símbolo general de una socie-

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dad entera, un espacio luminoso donde los lectores podían aprender el arte de la atención, el cual, según Hannah Arendt, es una definición de la cultura. No obstante, desde mediados del siglo xx las bibliotecas ya no parecen tener este significado simbólico, sino que se tienen por simples almacenes de una tecnología supuestamente caduca y no se consideran dignas de ser financiadas ni preservadas adecuadamente. El número de bibliotecas ha ido en descenso en la mayor parte del mundo anglosajón —pero no de manera significativa en la mayoría de los países latinoamericanos—. En el Reino Unido se han cerrado aproximadamente 350 bibliotecas en la última década. En Canadá, el ex alcalde Robert Ford amenazó con cerrar las bibliotecas públicas de Toronto que se salvaron in extremis gracias a una campaña dirigida por Margaret Atwood. En los Estados Unidos, aunque la cantidad de bibliotecas desaparecidas no es notablemente grande, las bibliotecas públicas han visto mermadas sus reservas y han sufrido recortes de presupuesto, de personal y de horarios de servicio. Aun así, las bibliotecas son resilientes. En su intento por sobrevivir en una época en la cual la actividad intelectual ha perdido prácticamente todo su prestigio, se han convertido en grandes centros sociales. Hoy en día, la mayoría de ellas se usan más como refugios contra climas severos y para encontrar trabajos en línea que para pedir libros prestados, y es admirable que los bibliotecarios se presten a ofrecer estos servicios realmente necesarios que normalmente no corresponden con la descripción de su puesto. Se podría esbozar una nueva definición del papel de los bibliotecarios al diversificar el territorio bajo su mandato, pero tal restructuración también debe garantizar que su función principal, la de guiar a los lectores hacia los libros, no se olvide. Las bibliotecas siempre han sido más que un lugar donde los lectores van a leer. Sin duda, los bibliotecarios de Alejandría coleccionaban otras cosas además de libros, tales como mapas, obras de arte o instrumentos, y es probable que los lectores no sólo acudieran a consultar libros, sino también a lecturas públicas, a conversar entre ellos, a enseñar y a aprender. Pero incluso así, la biblioteca permaneció principalmente como un lugar en el que se almacenaba todo tipo de libros para ser consultados y para preservar las antiguas tradiciones y “conocimientos encanecidos por el tiempo”. Otras instituciones, tales como hospitales, asociaciones filantrópicas o gremios, desempeñaban las tareas complementarias necesarias en una sociedad civilizada. Los bibliotecarios contemporáneos se ven obligados a asumir una variedad de funciones que su sociedad no cumple por avaricia o desdén, y el uso de sus escasos recursos para cumplir con esas obligaciones sociales esenciales disminuye los fondos con los que cuentan para adquirir libros nuevos y otros materiales. Pero una biblioteca no es un refugio para personas sin hogar (en la biblioteca St. Agnes de Nueva York fui testigo de cómo un bibliotecario le explicaba a una usuaria por qué no podía dormir en el suelo), no

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es guardería ni parque de diversiones (la Seneca East Public Library en Attica, Ohio, ofrece pijamadas), tampoco proveedor principal de apoyo social y atención médica (servicios que, sin embargo, los bibliotecarios estadunidenses ofrecen habitualmente). Todas estas actividades son benéficas y apropiadas, además de que podrían devolver a las bibliotecas su papel central en la sociedad, pero debemos estar preparados para invertir más recursos en el sistema, y no al revés, para hacer que su reinvención sea posible. Los bibliotecarios no están entrenados para ejercer funciones de trabajadores sociales, cuidadores, niñeros o médicos. Todas estas labores adicionales dificultan, si es que no imposibilitan, que los bibliotecarios trabajen como bibliotecarios, es decir, que revisen que las colecciones permanezcan coherentes, hagan pasar los catálogos de las editoriales por un tamiz, ayuden a los lectores a leer y lean ellos mismos. Las nuevas funciones que se les han impuesto son las obligaciones que toda sociedad civilizada tiene con sus ciudadanos y que no deberían asignárseles de forma irresponsable. Si cambiamos el papel de las bibliotecas y los bibliotecarios sin preservar la centralidad del libro, nos arriesgamos a perder algo imposible de recuperar. La primera medida que se toma en todas las crisis económicas es el recorte a los presupuestos de cultura. Pero el desmantelamiento de nuestras bibliotecas y la transformación de su naturaleza no es sólo un asunto económico. En algún momento de nuestra época, comenzamos a olvidar el significado de la memoria, individual y colectiva, así como la importancia de los símbolos comunes que nos ayudan a entender nuestra sociedad. Para que las bibliotecas, además de depositarias de la memoria de la sociedad y símbolos de su identidad, puedan ser el núcleo de centros sociales ampliados, los cambios deben efectuarse de manera consciente desde una institución intelectualmente sólida que reconozca su papel ejemplar y que nos enseñe lo que los libros pueden hacer: mostrarnos nuestras responsabilidades recíprocas, impulsarnos a cuestionar nuestros valores y debilitar nuestros prejuicios, darnos el valor y el ingenio para continuar viviendo juntos, así como proveernos de palabras que nos permitan imaginar tiempos mejores. El historiador griego Diodoro Sículo relata que la entrada a una de las antiguas bibliotecas que vio en Egipto tenía inscritas las palabras “Clínica del alma”.W Este artículo apareció en The New York Times el 23 de octubre de 2015. © 2015, The New York Times. Lo reproducimos aquí con autorización de los editores. Traducción de Bárbara Pérez Curiel. Alberto Manguel, escritor, traductor y editor canadiense nacido en Argentina, es autor de El viajero, la torre y la larva. El lector como metáfora. Actualmente dirige la Biblioteca Nacional de Argentina.

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Fotografía: © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I

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ENTR EV I STA

Conversación con Daniel Goldin

Biblioteca Vasconcelos, territorio de las infinitas posibilidades AGUSTÍN GENDRON

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a Biblioteca Vasconcelos es el cuarto recinto cultural más visitado del país, sólo después de Teotihuacan, Chichén Itzá y el Museo Nacional de Antropología. En 2015 recibió cerca de dos millones de visitantes y hoy es la biblioteca con más seguidores en Facebook en el mundo. Quien acude a ella constata, además de su monumental arquitectura, que es un lugar lleno de vida, alejado de los estereotipos asociados a un recinto bibliotecario tradicional: un grupo de jóvenes ensaya una obra de Aristófanes en la plaza frontal del edificio; hay músicos tocando en los jardines, bailarines ensayando coreografías frente a los am-

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plios ventanales que los reflejan y, por supuesto, lectores, desde un bebé que apenas camina y me tiende un libro para que se lo lea en voz alta (“Lo hacen con todos los adultos que entran en la bebeteca”, me informa la sonriente y joven encargada), hasta un grupo de ancianos que han llegado juntos y consultan una pila de publicaciones periódicas. Se constata, en fin, que algo ocurre allí: miles de historias se desarrollan y entrelazan en un silencio que apenas esconde la bullente actividad del sitio. Para intentar una mirada un poco más profunda a este fascinante ámbito, cuyos usuarios consideran parte importante de sus vidas, conversamos con Daniel Goldin, director de la biblioteca, escritor y ex editor del Fondo de Cultura Económica.

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¿Cuál es la misión y qué caracteriza a la Biblioteca Vasconcelos? Nosotros solemos decir que la misión de la BV es desarrollar proyectos bibliotecarios (educativos, informativos, culturales) que contribuyan a la igualación de oportunidades de la población, a la mejora de la calidad de vida de sus usuarios y a la innovación de los servicios bibliotecarios del país. Si algo singulariza a la Vasconcelos frente a otras bibliotecas es su diversidad, de públicos, de acervos y de servicios, y su voluntad de experimentar y compartir los conocimientos que contiene. Atendemos a centenares de miles de usuarios presenciales y nos comunicamos con muchos otros a través de nuestros espacios virtuales. Un porcentaje importante son jóvenes de entre 17 y 30 años, pero también hay bebés,

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Fotografía: ©A N N A VO N B R Ö M S S E N .

BIBLIOTECAS HOY

Daniel Goldin, director de la Biblioteca José Vasconcelos de la Ciudad de México, describe la actividad cotidiana de este recinto, su diversidad de usuarios y actividades, el significado moderno de una biblioteca de este tipo, su concepción arquitectónica y el parentesco entre el bibliotecario y el editor. ancianos, niños. Muchos son estudiantes o lo han sido, pero también hay población que jamás ha ingresado a la escuela. En este sentido no sólo buscamos conservar y difundir conocimiento e información, sino reconocer saberes. Como es pública y no patrimonial, todos sus acervos son accesibles y la mayor parte pueden ser tomados en préstamo. Físicamente, la Vasconcelos es un espacio muy peculiar. De entrada representa la convivencia entre natura y cultura: tiene 26 mil metros cuadrados de jardines; hay en ella mucha luz; es un recinto cuya estructura pende del techo, como los racimos de la vid, está situada en una zona a la que llegan personas de toda el área metropolitana de la Ciudad de México: únicamente el 15% de los usuarios reside en la delegación Cuauhtémoc; otro 15% proviene de la delegación Gustavo A. Madero, otro 30% de los municipios conurbados del Estado de México. Los demás vienen de diferentes lugares de la zona metropolitana. El reto de la Biblioteca Vasconcelos es concebir la inclusión como algo diferente a la homogeneización; ante todo, valorar lo diverso y reconocer el derecho de cada persona a ser quien quiera ser y a ser distinta de los demás. ¿Qué ocurre cuando un editor pasa a dirigir una biblioteca? ¿Existe una relación o correspondencia entre los dos ámbitos? Hay muchas formas de ser editor y de ser director de una biblioteca. En mi caso no veo una ruptura, sino una relación de continuidad entre los principios que me guiaron como editor y los que me guían como bibliotecario. Entré a dirigir la Biblioteca Vasconcelos impulsado por el anhelo de ver qué pasa del otro lado de la página. Pero al lector siempre lo había tenido presente. Cuando trabajaba como editor —tanto en las colecciones para niños como en las dirigidas a lectores adultos— imaginaba la página del libro como un dispositivo de producción de pensamiento y emociones, y procuraba lograr un equilibrio entre el negro y el blanco de esa página: entre el espacio que se ofrece al lector para habitar la página y el contenido que se le brinda. Ahora, cuando miro la Biblioteca Vasconcelos como espacio arquitectónico e institucional, pienso en ese mismo equilibrio: en el balance entre lo que ofertas y lo que propicias. Asimismo, en el respeto radical a la hospitalidad que significa conseguir que el visitante pueda hacer lo que quiera en este espacio sin saturarlo. Como lector, me siento atosigado cuando me enfrento a un libro que no respeta este principio; que no me da un espacio de descanso para recrearme. Lo mismo me pasa cuando entro a algún edificio. Por tanto, cuando me toca editar un libro o dirigir una institución, procuro que eso no les pase a otros. La biblioteca acoge a muchos lectores, pero también a otras personas que buscan en ella un refugio. En esto nos parecemos a otras bibliotecas en el mundo que son recintos para personas en situación de calle, que acuden a ella a descansar o a protegerse, incluso a dormir. Desde luego, no se trata de convertir la biblioteca en un dormitorio. Pero si las personas no pueden tener un espacio para descansar, ¿cómo pueden pensar, estudiar, recrearse? Para mí hay continuidad entre la concepción del libro-refugio y la biblioteca-refugio. Y si un libro representa un refugio, ¿una biblioteca representa un refugio de refugios? Como editor imaginaba a mis lectores inmersos en esas situaciones de sofocamiento que tan a menudo hemos padecido en la infancia. Y podía sentir que abrir el libro sería como abrir una ventana. Alcanzaba a sentir el aire fresco y la llegada de otras presencias, silenciosas y secretas pero extraordinariamente poderosas. Actualmente, me fascina ver cómo la metáfora del libro como refugio hospitalario se corporiza espon-

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táneamente en situaciones de lectura que ocurren a diario en esta biblioteca. Ha mencionado la hospitalidad pero no solemos asociar esta idea a una biblioteca… ¿podría abundar sobre lo que significa esto para usted? En mi concepción, la hospitalidad es paradójica: supone por un lado que uno tiene el deber primordial de recibir al extranjero (ese ser esencialmente diferente de uno), respetando su radical diferencia. Pero por el otro, la hospitalidad te muestra que tú no eres dueño de ese espacio que habitas. En este sentido, la hospitalidad es la piedra angular de una ética de la esperanza, que parte del reconocimiento de cualquiera de ser diferente de los demás y de sí mismo. Pero también de una política que busca poner al descubierto y potenciar el valor de la diversidad y la diversidad como un valor. Es, desde luego, una estética: la realización del arte está en ese tiempo por venir que, sin embargo, ejerce su poder en el presente. ¿Acudir a una biblioteca significa una experiencia singular e irrepetible en otros ámbitos? Acudir físicamente a una biblioteca como esta constituye una experiencia singular que apenas comenzamos a entender. Te menciono algunas interrogantes elementales: ¿cuándo se inicia y cuándo culmina la experiencia bibliotecaria, en el momento en que sales de casa y te enfilas a la biblioteca o cuando cruzas su puerta? ¿Cuándo tomas prestado un libro o cuando lo devuelves? Quizá no hay una sola respuesta. Cada caso es una experiencia particular. Pero creo que en todos ellos la experiencia bibliotecaria es mucho más compleja que el hecho de acudir a tomar prestado unos libros, utilizar una computadora o asistir a una actividad programada. Siempre hay algo que desborda. Aún no tenemos la capacidad de comprender (vaya, ni siquiera de nombrar) con claridad lo que nos acontece cuando acudimos a un recinto que, esencialmente, se caracteriza por ofrecer gratuitamente algo más de lo que buscamos. Pero me resulta claro que para poder hacerlo debemos considerar el espacio y el cuerpo, dos cuestiones que la cultura digital ha obviado. Cultura digital significa la desaparición del hic et nunc, del aquí y el ahora, pues hoy todo es ahora y la presencia real se ha convertido en fantasmagórica. O, como dice Paul Virilio, “¡Ya no existe el aquí, todo es ahora!” La experiencia bibliotecaria busca restituir el cuerpo y el espacio al ámbito de la producción y difusión del pensamiento, y del reconocimiento y la producción de saberes. Podemos registrar el sentido vital que tienen los acontecimientos que suceden en la biblioteca. Las complejas maneras en que cada usuario se va transformando al asistir a la biblioteca. Justo porque van cambiando, los usuarios al cabo de un tiempo pueden acceder a otras posibilidades que la biblioteca siempre les había ofrecido. Pongo un ejemplo: una mujer que llegó para aprender inglés porque su hija había emigrado a Inglaterra. Luego, por casualidad asistió a un curso de lectura en voz alta. Pero al leer en voz alta descubrió —por caminos quizá no tan misteriosos— que ella también podía escribir y comenzó a redactar. Lo relevante es que sólo entonces se permitió conversar con otros usuarios que siempre habían estado ahí… Leer en voz alta fue para ella una forma de escribir con tinta transparente frases inimaginables en el diario más recóndito. Un cuaderno secreto que no se atrevía siquiera a reconocer que existía. Y ese acto le permitió conversar con personas que antes no había registrado.

mos a vislumbrar, pero nos fuerza a establecer comparaciones. Históricamente, la cultura escrita se ha asociado a la voluntad de permanecer, en oposición a la palabra oral, que se desvanece. Ahora vemos una nueva identificación de la cultura escrita con aquello que es fugaz y con una capacidad de almacenar información prácticamente ilimitada. ¿Cómo podemos construir pensamiento, cómo podemos sustentar procesos civilizatorios, cómo podemos informarnos o crear ciudadanía en un mundo donde todo se registra y el registro es una forma del olvido? No tengo respuesta a estas y muchas otras preguntas pero me parece que la biblioteca es un buen lugar para hacérselas. Asistir a la biblioteca es implícitamente una rebelión contra la cultura digital que descorporiza. Cada visita a la biblioteca es una rebelión contra los otros espacios. Los espacios angostos y clausurados de la casa en primer término. La biblioteca es un reducto de libertad para los jóvenes que se sienten agobiados, pero también para las mujeres que encuentran en ella un espacio para dejar de ser mujeres de la casa. Lo es para los hombres retirados que en su casa no hacen nada y aquí pueden elegir entre una cantidad de opciones, desde pintar con acuarelas hasta tocar el piano. O para los que lisa y llanamente no tienen otro espacio para descansar, dormir, no ser molestados. Para todos ellos la visita a la biblioteca es una forma de reinstalarse en su cuerpo, de habitar su circunstancia, para ser menos extranjeros ahí donde se mueven. Pero la biblioteca es también un espacio público en muchos sentidos: un recinto físico que acoge a todos, un ágora que propicia diálogos, un espacio donde se discute lo que nos concierne. Hay que usarla para eso: para experimentar (tener experiencias y producir experimentos), para discutir y difundir. ¿Qué emoción o qué imágenes llegan a usted al entrar al espacio físico de la biblioteca? El edificio de la Biblioteca me provoca efectos paradójicos, un efecto futurista e industrial al tiempo que puede verse como un jardín bucólico, tanto por la presencia vegetal como por sus ensamblajes metálicos: semeja ruinas industriales al tiempo que naturaleza desbordada. Una visión futurista imaginada en el pasado. De la misma manera es colosal pero no aplasta, ofrece resquicios, recovecos. Es un edificio asombroso. Finalmente, ¿por qué una biblioteca es un espacio tan especial, tan necesario y tan simbólico? Las bibliotecas son los recintos donde se acumula y resguarda el conocimiento. Templos del espíritu que no fenece como el cuerpo. Son, pues, espacios de veneración del devenir humano. Si todo lo humano puede entrar en un libro, en las bibliotecas se preserva el trabajo —las fatigas, los esfuerzos, los gozos— de los humanos por habitar este planeta que nos es siempre un lugar extraño. Y todo ello se presenta como susceptible de reactivarse y cobrar nueva vida. El bibliotecario, como el editor, tiene la función de preservar el trabajo de los creadores, al tiempo que lo pone a conversar con otros. Mostrar o inventar relaciones. Expandir los mundos posibles. Estar en una biblioteca es provocar lo inesperado. Es una manera de entrar en un territorio donde se unen las posibilidades de ser uno mismo y de ser otro; de desconocerse y de reconocerse. Aquí, lo inactual se convierte en actual, al menos por unos instantes.W

Con el advenimiento de la era digital pasamos de la falsa profecía del fin de los libros en papel a la falsa utopía del acceso universal al conocimiento. ¿Qué retos plantea este nuevo paradigma al ámbito bibliotecario? El impacto de la era digital en nuestra forma de vivir, pensar y organizarnos es algo que apenas empeza-

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Fotografía: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

sea la empatía del autor con los escritores que analiza, señaladamente Franz Kafka y Walter Benjamin. Starobinski sostiene que la parálisis contemplativa de los escritores absortos en reflexiones sombrías puede evolucionar hacia dos aspectos complementarios de la “experiencia melancólica”: el vagabundeo sin fin y el confinamiento que interrumpe todo compromiso activo con el mundo exterior. Ambos aspectos, sin embargo, pueden trascender la mera depresión para convertirse en expresión de la “alegría de estar triste”.

A veces se retraen, hibernan como algunas bestias, esperan el momento oportuno para reaparecer: el pensamiento mide su tiempo. La idea que parecía muerta en un cierto tiempo renace en otro…” La presente edición está anotada, identifica las fuentes que el autor usó o transformó en cada pasaje y enmienda más de 250 erratas.

TERRA NOSTRA

obr as reunidas vi nuevo mundo narr ativo, editor responsable: julio ortega, con la colabor ación de ana gonzález tornero. 2016; 829 pp.

CARLOS FUENTES

Con satisfacción, el Fondo de Cultura Económica publica la edición definitiva de la novela Terra nostra de Carlos Fuentes, correspondiente al VI volumen de sus obras reunidas, 40 años después de la primera edición por Joaquín Mortiz. De acuerdo con el destacado crítico Julio Ortega, “No estamos acostumbrados a las demandas de una novela enciclopédica […] que nos exige trabajos de lectura para los que no hemos sido educados. Por eso, postula una tribu de lectores utópicos, capaces de creer que una novela puede ser un mapa de un mundo por hacerse […] Esta es una novela que no hace mucho aprendimos a leer. Cuando apareció […] los lectores no estábamos preparados para subir a esa pirámide.” En ese entonces, Terra nostra fue calificada como “nueva novela histórica”. Julio Ortega nos dice que es algo más que eso: “Lo que busca Terra nostra es forjar un nuevo lector. Y esa poética funciona mejor en este siglo de lecturas menos genealógicas y más trasatlánticas. Es una novela que no termina de leerse porque empieza a ser leída cada vez mejor […] es un curso universitario completo. Todos los mexicanos deberían leerla y obtener un título de licenciatura en mexicanidad moderna, crítica y celebratoria”. Como lo dice un personaje de la novela misma: “Las ideas, sabes, nunca se realizan por completo.

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colección historia 1ª ed. en español, 2016; 360 pp.

temática criminal, las novelas de espionaje y la miríada de teorías conspirativas que nutren la red global constituyen una nueva forma de plantear y problematizar la realidad, y exploran las contradicciones inherentes a ella. Las vicisitudes del conflicto entre ambas realidades constituyen el núcleo de este original y certero libro. A través de una amena y documentada exploración de la obra de los grandes maestros de las novelas de espías y detectives — entre ellos G. K. Chesterton, Arthur Conan Doyle, John Le Carré y Graham Greene— Boltanski demuestra de manera contundente que estos productos de la imaginación literaria nos revelan algo fundamental acerca de la naturaleza de las sociedades modernas, y por lo tanto, del Estado moderno. colección sociología 1ª ed. en español, 2016; 360 pp.

LA TINTA DE LA MELANCOLÍA JEA N STA ROBINSKI

El título de este libro proviene de un poema escrito en el siglo xv por Carlos de Orléans y hace referencia al origen etimológico griego de la palabra melancolía, que significa “bilis negra”. El connotado médico y filósofo suizo Jean Starobinski se une a una destacada lista de autores que han abordado el tema pero, a diferencia de muchos de ellos, su ágil y elegante prosa es un despliegue de verdadera erudición que despoja al tema de las reducciones simplistas de que ha sido objeto. El autor enlaza de manera muy atractiva el mito del Judío Errante con la obra de escritores del siglo xx, y de esta manera define la auténtica creatividad como una combinación de melancolía —sentimiento asociado desde tiempos inmemoriales a la inspiración—, vivacidad e ingenio. Tal vez el rasgo más notable de este libro

ENIGMAS Y COMPLOTS LUC B OLTA N S K I

La figura de la conspiración se ha convertido en nuestros días en punto esencial de todas las sospechas concernientes al ejercicio del poder. Las preguntas que aparecen una y otra vez son: ¿dónde se encuentran los verdaderos mecanismos del poder? ¿Quiénes los ejercen realmente, las autoridades nacionales presumiblemente responsables u otras entidades que actúan desde las sombras? Estas interrogantes han servido de andamiaje a construcciones políticas que postulan la existencia de una realidad doble: la oficial, casi siempre superficial, y la oculta, siempre más profunda y amenazante. Las obras de ficción con

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TEMAS DE LA LIRA Y EL BONGÓ ALEJO CARPENTIER

Cuando Daniel Cosío Villegas le solicitó a Alejo Carpentier una historia de la música cubana hace setenta años, quizás no sospechaba que alcanzaría a colmar una de las grandes aspiraciones de cualquier editor: la publicación de un clásico, pues La música en Cuba, editada en 1946 por el Fondo de Cultura Económica, permanece como uno de los títulos fundamentales en la

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NOV EDA D ES

historia de la musicología. La notable sensibilidad literaria y musical de Carpentier se nutrió en un hogar donde la práctica de la música excelsa era cotidiana: su padre fue alumno de Pablo Casals; su madre, aficionada al piano; su abuela, discípula de César Franck. A Carpentier, amigo y compañero de faena de Darius Milhaud, Edgard Varèse y Heitor Villa-Lobos, director de estudios fonográficos en París y realizador de importantes programas radiales, nunca le fue ajena la poderosa presencia de la música cubana, ni dejaban de inquietarlo sus misterios. El presente volumen es una selección de 78 textos: crónicas, cartas, artículos y ensayos publicados en revistas, periódicos y antologías, que prueban la vocación de servicio por la música que animó durante más de cincuenta años la obra de este gran escritor. colección popular 1ª ed., 2016; 656 pp.

BIOCOMBUSTIBLES

Sus implicaciones energéticas, ambientales y sociales JOAQU Í N P É R E Z PA R I E N T E

La convergencia en el tiempo de la previsible escasez de petróleo y el cambio climático son las causas principales del desarrollo de combustibles alternativos para el transporte. Una de las opciones es la utilización de carburantes obtenidos de la biomasa, los denominados biocombustibles, con el objetivo de sustituir de manera progresiva los obtenidos de fuentes fósiles. En la práctica, esos biocombustibles son el etanol —sustituto de la gasolina— obtenido de cultivos como el maíz o la caña de azúcar, y el denominado biodísel, obtenido a partir de aceites vegetales de cultivos como la soya, la colza o la palma aceitera. Los biocombustibles ya son parte de la vida cotidiana de muchos países, al ser utilizados en automóviles y otros medios de transporte como sustitutos parciales o totales de los derivados del petróleo. El autor analiza los argumentos más extendidos a favor de entos, su uso, así como los cuestionamientos, en como el hecho de que requieren ductos ingentes cantidades de productos imento, y vegetales que también son alimento, compiten por lo tanto con su disponibilidad en un mundo en ell que enas una buena parte de la población apenas consigue alimentarse o pasa hambre. ¿Cuál es la viabilidad de los biocombustibles como alternativa energética aceptable? Este ensayo ofrece un conjunto de argumentos y evidencias para encontrar respuesta a esta pregunta.

PUNKZILLA

ROSA Y LA BANDA DE LOS SOLITARIOS

A DA M R A PP

ADOLFO SERR A

Punkzilla es un adolescente de catorce años que acaba de desertar de la academia militar Buckner a donde sus padres lo enviaron por cometer algunos delitos menores y probar drogas. Después de su huida, y gracias a aventones de extraños en carretera, llega a vivir a Portland, hasta que un día recibe una carta de su hermano Peter en la que le cuenta que está muriendo y le pide que lo visite. La trama nos narra la misión que tiene Punkzilla de recorrer Estados Unidos, desde Oregon hasta Memphis, para encontrarse con su hermano enfermo de cáncer. La historia se desarrolla entre moteles de mala muerte, estaciones de autobuses y largos paseos en carretera. Es una novela epistolar, construida con las cartas que Punkzilla le escribe a su hermano, a su familia y a sus amigos a lo largo del viaje. Durante la travesía, el protagonista intentará encontrar su identidad al mismo tiempo que conocerá a peculiares personajes, enfrentará situaciones peligrosas y tendrá encuentros desafortunados que estarán presentes hasta llegar a su destino, pero que en ningún momento le robarán las esperanzas de ver a su hermano antes de que suceda lo inevitable. La obra fue reconocida por la American Library Association con el premio Michael Printz, otorgado a novelas juveniles. a tr avés del espejo 1ª. ed. en español, 2016; 160 pp.

EL BOSQUE DENTRO DE MÍ

COLAS GUTMAN VÍCTOR GA RCÍA BERNA L

Rosa es una niña inteligente y emotiva que habla de una forma muy peculiar y graciosa. Debido a esto, sufre bullying de sus compañeros, lo que la obliga a mudarse de escuela y ciudad frecuentemente. En el nuevo colegio, Rosa arruina su presentación frente al grupo pero no le da mucha importancia a esto, pues piensa que pronto se cambiará de ciudad y escuela nuevamente. A la hora del recreo se refugia en el muro de los solitarios, donde conoce a Momo, quien la invita a jugar con Steve y Elena. Juntos, se convertirán en la banda de Los Solitarios. Steve le advierte que no se acerque a la reja que divide a la primaria de la secundaria, pues del otro lado hay estudiantes que atrapan a los pequeños para golpearlos; pero Rosa no tiene miedo, ella adora poner en su lugar a los buscapleitos, así que un día se acerca a la reja prohibida… En este nuevo libro, Colas Gutman —quien publicó con el fce ¿Para qué sirve un niño?— juega con el lenguaje de la pequeña protagonista, cambia las palabras y nombra a los objetos de acuerdo con su lógica. Sus diálogos resultan enigmáticos y divertidos, nada convencionales en contraste con los de los otros niños. Al principio, Rosa piensa que esto la aleja de los demás, pero gracias a la fuerza de su rirá que, por el carácter descubrirá er diferente la hace contrario, ser especial y única y no habrá razón pa para estarr sola nunca más. a la orilla del viento 1ª. ed. en español, 2016; 80 pp.

Con este álbum, el ilustrador Adolfo Serra ganó la XIX edición del Concurso de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento. El también autor de Caperucita Roja, publicada en 2013 por el fce, construye de nuevo una historia narrada sólo por imágenes, en la que un niño descubre en el reflejo del agua algo más que su propio rostro. Animado por su imaginación, el personaje emprende un viaje a través del bosque, el cual se va poblando de sus sueños pero también de sus miedos. En su recorrido lo acompañará un enigmático personaje, quien le muestra el camino para avanzar en la espesura y lo acompaña a la ciudad, donde nuevas preguntas lo sorprenden hasta que el niño decide volver sobre sus pasos. Con la intención de crear un libro abierto que fomente la imaginación de los niños —y de cualquier lector—, Serra construye en este álbum silente un escenario que se muestra al lector de manera inquietante, invitándolo a develar la historia y a reflejar en ella sus propias emociones y sentimientos para, finalmente, construir un relato único que le pertenezca sólo a él. Con una paleta reducida de colores —donde predominan los tonos grises y azules— y una provocadora portada, el autor crea un mundo fantástico donde ningún detalle está puesto al azar. “Hay que arriesgar para que avancen los libros”, opina Serra, y esta obra es justo eso: una apuesta arriesgada que necesita la mirada del lector para completarse. El bosque dentro de mí significa adentrarse en uno mismo, y emprender el recorrido implica descubrir nuestros miedos y ssueños, es decir, conocernos a no nosotros mismos al tiempo que cons construimos nuestra identidad. los especiales espec de a la orilla del viento 1ª. ed. en el fce, fc 2016; 64 pp.

la ciencia par a todos 1ª. ed., 2016; 256 pp.

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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

BIBLIOTECAS HOY

A RTÍ C U LO

NUEVOS PROCESOS EDITORIALES Esta sexta y última entrega sobre el desarrollo del libro electrónico concluye con una serie de preguntas sobre el futuro del proceso editorial, la producción y lectura de libros, su distribución y modificación, la formación y función de las comunidades de lectores, la transformación del libro en obra abierta y otras cuestiones que se desprenden de los cambios que la industria ya está experimentando. Toda una revolución cultural. E R N E ST O P R I A N I S A I S Ó E ISABEL GALINA RUSSELL

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Ilustración:: ©

BIBLIOTECAS HOY

EL CORRECTOR, EL REVISOR DE ESTILO, EL FORMADOR Y OTROS INVOLUCRADOS

El perfil de una plaza de diseñador de productos digitales de la empresa Andrews McMeel Publishing, de Kansas City, es el siguiente: El diseñador de Producción Digital diseñará y ejecutará formatos de contenido digital (incluyendo el desarrollo de interfaces de usuario) para la publicación de libros ilustrados. El ocupante será el responsable de la originalidad y la creatividad necesarias para el éxito de los productos, incluyendo ebooks, apps, juegos y demás. La persona será también responsable de garantizar que todos los proyectos electrónicos utilicen la línea de producción más efectiva y la tecnología más actualizada. Responsabilidades: Diseño y creación de libros digitales y de otros paquetes de contenido digital (apps, juegos, descargables, etcétera). • Identificar los profesionales independientes apropiados para el diseño y la creación de libros y contenido digital. • Tener perfecta comprensión de los ebooks actuales y de las tecnologías digitales, con habilidad para aplicarlas a libros ilustrados. • Trabajar con directores artísticos, editores y diseñadores para establecer y crear layouts y características de los productos digitales para lograr su mejor calidad en las plataformas y los equipos existentes. • Trabajar con el director artístico y el gerente de operaciones para establecer la línea de producción digital. • Supervisar todos los proyectos electrónicos de la división de libros y asesorar a la vicepresidencia y al productor ejecutivo de oportunidades de desarrollo digital. •

Habilidades: Fuertes antecedentes digitales y al menos tres años de experiencia diseñando y produciendo websites, ebooks y otros productos digitales para contenido ilustrado. • Importantes habilidades técnicas y de diseño, incluyendo diseño de páginas con software Mac OS (QuarkXPress y Adobe Creative Suite), diseño de páginas web con software (Dreamweaver) y generación de productos complejos técnicamente. • Experiencia en los actuales estándares de ebook (xml, html, css, ePub 3) y en los formatos especiales ofrecidos por varios ambientes de lectura (por ejemplo, iBooks Author, Kindle Panel View, Nook Comics, etc.) y habilidad para producir contenido de alta calidad para esas plataformas. •

No es difícil darse cuenta de que este perfil es nuevo en el mundo editorial. Es un perfil propio con habilidades técnicas específicas que provienen de un campo de conocimiento y trabajo distinto al de la edición tradicional. Pero lo importante no son tanto las diferencias como el hecho de que la inclusión de un perfil de este tipo en un equipo de producción editorial suele resultar disruptiva porque domina herramientas que el resto del equipo no conoce a profundidad o quizás ignora, y porque puede proponer soluciones que chocan con la tradición editorial en papel. Aspectos tan simples como el hecho de que en los distintos formatos digitales el tamaño de letra es decisión del lector y, por lo tanto, el diseño y el cuidado editorial deben tomar esta variable en consideración, pueden provocar confrontaciones innecesarias con quienes están habituados a editar en papel, donde el diseño incluye el tamaño de la letra. A fin de cuentas, el grado de control sobre la imagen del texto en la pantalla no es tan grande en el mundo digital como lo es en

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papel. Lo central, sin embargo, es que el equipo que participa en la producción de ebooks debe estar familiarizado con las características del texto digital —especialmente con sus particularidades editoriales: a qué se le puede dar forma y a qué no, qué tan flexible es, cómo se pone o se quita un hipervínculo, cómo se establecen subrayados y negritas, etcétera— y con los lenguajes de programación de los ebooks. Por supuesto, el corrector de estilo no necesita ser experto en los lenguajes y en los programas digitales, pero en la medida en que entienda sus funciones, los tipos de procesos que permiten y cómo puede identificar errores de producción, su trabajo tendrá mejores resultados. El punto central es que la producción de contenido digital de ebooks y apps forma parte de un cambio cultural con el que deben familiarizarse todos los participantes del campo editorial digital, pues cada fase del trabajo y la calidad del resultado dependerán de su comprensión de lo que hacen. La producción de libros en nuestros días es resultado de 500 años de cultura editorial. Cada parte del proceso está claramente regulada por procedimientos que han sido probados durante años. Podríamos decir que quienes trabajan en el campo de la edición han entendido ya los códigos y las formas que gobiernan su campo y buscan, sobre todo, la perfección. Pero no pasa lo mismo con quienes comienzan a trabajar en el mundo de la edición digital, donde no hay reglas firmes. El cuidado del texto y la preocupación por el diseño adecuado para la lectura y el atractivo del libro no cambian; lo que cambia es cómo se alcanzan esas perfecciones. Pero no es sólo que las herramientas cambien, sino que la forma de los dispositivos se ha vuelto inestable, pues éstos cambian constantemente. La modificación constante de las funciones de los dispositivos implica en ocasiones cambios en la formación y la producción de los libros. Algunas evitarán que libros formados hace un par de años se desplieguen en la misma forma que los libros más actuales. El problema, de hecho, es que estas innovaciones no serán permanentes sino que la gran mayoría desaparecerá en tiempo muy breve, mientras otras vendrán a sustituirlas. Siendo el de los libros un campo más bien conservador, en el que se busca sobre todo el dominio del arte y la perfección, los libros digitales vienen a introducir algo que le es extraño: la innovación constante en la concepción y formación de los productos. MÁS ALLÁ DEL LIBRO ELECTRÓNICO

Prever el futuro es también darle forma. Una serie de artículos sobre el libro electrónico que no concluya con una especulación sobre el futuro del libro y la lectura, y las posibilidades abiertas por la digitalización del texto, sería incompleta. En este momento, en muchas partes del planeta hay personas imaginando los libros del futuro, la manera en que serán leídos, la forma de las bibliotecas, cómo intercambiaremos los libros, qué otras cosas podrán hacerse a partir de que los libros son electrónicos. En lo que sigue pondremos nuestro grano de arena a estas reflexiones. En todos lados es posible encontrar fantasías sobre lo que vendrá para el libro, sobre todo en internet. Comenzaremos tomando una de ellas como punto de partida. Queremos también responder algunas preguntas clave sobre el futuro del libro y hacer una reflexión final sobre la revolución que estamos viviendo. Las preguntas, creemos, son una guía eficaz para adentrarse en el tema porque son suscitadas por lo que está ocurriendo ahora y surgen de las preocupaciones y deseos de quienes leen o trabajan en crear las formas de lectura del futuro pero, por otro lado, señalan también las áreas donde pueden ocurrir los cambios que marcarán el porvenir. En este orden, vayamos primero a la imaginación. 2020: todos los libros serán interactivos y multiplataforma. Los libros futuros integrarán soundtracks, motivos musicales, gráficas 3d y video en streaming. Estarán enriquecidos con subrayados sociales, citas en línea y alertas sobre quiénes han

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comprado en tu localidad el mismo libro que tú mediante una app de geolocalización: cualquier cosa para que tú no tengas, de hecho, que leer… Los autores harán su propio marketing, los lectores serán los responsables de la distribución, la sabiduría de las masas cuidará la edición y la mano invisible del mercado llevará a cabo la escritura. 2030: todos los libros serán hechos por crowdsourcing y estarán en la nube. Los novelistas comenzarán diseñando sus personajes como muñecos de vinil; si éstos producen suficiente runrún, los fans empezarán a producir la novela colaborativamente en una wiki. Según vayas leyendo, cámaras térmicas medirán tus signos psicológicos, incluyendo el movimiento de ojos, la contracción de los músculos faciales y el ritmo cardiaco para determinar hacia dónde quieres que la historia avance —se espera que la historia se lea a sí misma, se explique y discretamente hile tus mensajes de texto en el diálogo—. Podrás conocer detalles finos de cómo los personajes son digitalmente representados, dispararles y (cuando sea imperativo) tener sexo virtual con ellos.1 El texto de Timothy McSweeney’s Internet Tendency ironiza, por supuesto, algunas de las creencias más populares de lo que podría ser el futuro del libro: algo así como una película o un audiolibro cada vez más cercano a la realidad virtual. Es común escuchar que el libro será enriquecido por otros elementos también digitales, como el video y la música, lo que de hecho ya ocurre en algunas apps de libros. Lo mismo puede decirse de la tendencia a desaparecer al escritor y sustituirlo por la popularidad o incluso por un no escritor, una muchedumbre o incluso un algoritmo, de modo que el libro responda a lo que tiene éxito entre los consumidores. ¿Será así? ¿La lectura como la conocemos está a punto de desaparecer para ser sustituida por objetos de video/audio/lectura? ¿Los libros dejarán de ser libros y llegarán a ser objetos complejos que tendrán otro nombre y con los que nos relacionaremos de otra forma? El Instituto para el Futuro del Libro, www.futureofthebook.org, organización vinculada con la Biblioteca Pública de Nueva York y ramas independientes en Inglaterra y Australia, ha propuesto algunas preguntas sobre el porvenir de los libros. Las retomamos aquí para confrontar esta visión irónica y organizar nuestro viaje más allá del libro electrónico. PRIMERA PREGUNTA: ¿CÓMO SE LEERÁ EN EL FUTURO?

Esta pregunta refleja la doble inquietud de querer entender lo que está pasando ahora, pensando también en cómo serán las cosas más adelante, no sólo en cuanto al acto de leer, sino a la forma misma de relacionarnos con la escritura como totalidad. En The Book Was There. Reading in Electronic Times, Andrew Piper reflexiona sobre este fenómeno y confronta la visión del futuro del libro con la inclusión de otros medios en él. Su pregunta no es por la tecnología y sus posibilidades, sino por el significado de la página en tiempos del ebook. Al respecto escribe: “Aquí es donde yo pienso que necesitamos cambiar los términos del debate. Lo que importa no es la habilidad para agregar vínculos o contenido visual o de audio. Esto me consterna porque parece ser un abandono, y no un enriquecimiento, de la lectura. En cambio, lo que debería estar en el centro es cómo nosotros podemos o no reconceptualizar la estructura formal de la lectura. Es por eso que reflexionar sobre la naturaleza de la página, en lugar de hacerlo sólo sobre la tecnología, es tan importante.”2 Sin páginas, ¿habrá libros en el futuro? O, pensando que se mantengan, ¿cuál será su futuro? ¿Cuáles serán sus márgenes, sus bordes? Estas preguntas, que se siguen de la reflexión a la que nos invita Piper, son clave para imaginar las posibilidades futuras de la lectura. ¿Se mantendrá ésta ceñida a la pantalla o pasará a otros espacios para generar otros ambientes de lectura? ¿Se producirán, como ya se trabaja en ello, hojas electrónicas y se simularán libros con ellas? Siendo la página del ebook la adecuación de un texto continuo a una pantalla, parte de su futuro estará atado a la evolución de las pantallas mismas, pero ¿cómo serán éstas después? La idea de página tendrá que ver también con el hardware: páginas que se adecuen mejor al ojo; que sean manejadas visualmente, respondiendo a los movimientos oculares; que tengan un brillo más afín a nuestros ojos, con otras funciones visuales, además de aumentar el tamaño de la letra… Ligado con esto aparecen las condiciones físicas de la lectura. Cosas como el peso del dispositivo de lectura, la postura al leer, los lugares donde leemos —son conocidas las desventajas de leer en dispositivos electrónicos bajo el sol y las ventajas de leer de noche bajo una lámpara—. ¿Seguiremos leyendo donde lo hacemos hoy? ¿Se extenderá la lectura a otros lugares y horarios? Pero está también el tema de fondo: cómo se escribirá para esas pantallas, esos lugares y esos horarios, y qué cosas de nuestro entorno personal y cultural cambiarán conforme cambie la lectura. Porque leer una novela del siglo xx en las condiciones materiales de los libros de esa época hacía de la lectura un proceso prolongado que requería concentración absoluta en espacios adecuados y cuyo resultado era un conocimiento casi íntimo de los personajes. Una lectura que, a juzgar por lo que dice Piper, ha desaparecido ya, se ha transformado en otra cosa. En su lugar “y como un estudio tras otro afirma, entre más tiempo estamos leyendo pantallas, menos tiempo destinamos a leer unidades individuales de textos. Echar una ojeada es lo normal y nuevo” (posición 394). Extraer de la lectura lo fundamental sin completarla, no recorrer todas las palabras del libro, avanzar al final, saltarse uno o dos capítulos, leer el tercero, regresar… Los hábitos de lectura ¿serán procesos de colecta con instrumentos construidos para ello? ¿Qué herramientas utilizaremos para tomar notas, mezclar lo leído, preservarlo? ¿Podemos considerar la lectura a distancia entre estos instrumentos? El concepto viene del campo de experimentación de las humanidades digitales y se utiliza para describir procesos de lectura de grandes volúmenes de información mediante herramientas de visualización como Ngram Viewer o Voyant Tools, entre otras. Un campo donde la página cede su lugar a los datos, pues los procesos de digitalización significan la transformación de las palabras en datos que se pueden estudiar y leer masivamente. 1 Timothy McSweeney’s, Internet Tendency, 24 de marzo de 2014. Consultado en www.mcsweeneys.net/articles/the-future-of-books. 2 Andrew Piper, The Book Was There. Reading in Electronic, The University of Chicago Press, 2012, posición 794 (edición electronica).

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En este momento, en muchas partes artes ndo del planeta hay personas imaginando los libros del futuro, la manera en quee s serán leídos, la forma de las bibliotecas, cómo intercambiaremos los libros, qué otras cosas podrán hacerse a partir de que los libros son electrónicos. En lo que sigue pondremos nuestro grano de arena a estas reflexiones. Compartir es otra palabra clave para el futuro de la lectura. Lo ha sido en el pasado, lo es en el presente. A pesar de las restricciones legales y técnicas para compartir libros electrónicos, un campo de experimentación e innovación es el de los servicios para compartir la lectura. Se da así una paradoja si se piensa en los pocos sistemas disponibles para compartir libros —salvo Amazon, que ofrece la posibilidad de regalar libros electrónicos y, en algunos casos, prestarlos—. De modo que, si la lectura no puede compartirse como se hace todavía con los libros en papel, el futuro de su socialización se está desarrollando en la formación de comunidades como Goodreads, Readmill, BookGlutton, aNobii, por mencionar algunas de las más populares. Compartir la lectura en un futuro ¿significará socializar subrayados, opiniones sobre los libros, alguna cita? ¿O qué significará socializar? ¿Cómo participarán estos dispositivos en la definición de la lectura? ¿Qué hábitos inducirán? Un último tema en esta búsqueda del futuro de la lectura: el beta reader, figura que aparece en la fan ficción, término que describe las obras literarias escritas por los lectores de obras muy populares, como Harry Potter, siguiendo el modelo del original. Puesto que se trata de una producción literaria al margen del mercado editorial y floreciente a partir de la publicación digital y de la formación de comunidades de lectores, el beta reader es una suerte de editor o de primer lector de manuscritos en una relación de producción comunitaria de libros. ¿Crecerá esta figura en el futuro y dará lugar a un nuevo lector, uno que corrija la obra que lee? ¿Se leerá para colaborar en el mismo acto en la construcción de una obra colectiva? SEGUNDA PREGUNTA: ¿CÓMO EVOLUCIONARÁ EL CONCEPTO DEL LIBRO?

Con lo que hemos dicho hasta ahora, hay más preguntas que respuestas al imaginar el futuro del libro. Pero, como sugiere Bret Sandusky, “comencemos con una hipótesis: los ebooks, como los conocemos hoy, son una paso artificial e intermedio en el desarrollo digital de la industria editorial. Como son hoy, desaparecerán.”3 Es fácil imaginar que todos los aspectos del libro electrónico hoy conocidos cambiaran significativamente en el futuro. Mejoras en el software y en los dispositivos de lectura, mejores herramientas de lectura, muchas de las cuales tienen hoy un desarrollo incipiente por conflictos de copyright, como el subrayado, la toma de notas o la posibilidad de utilizar un texto en otro texto. Pero podemos imaginar algo de esa transformación por lo que es posible ver hoy. Tomemos el caso de los diccionarios. De manera cada vez más común, los dispositivos electrónicos de lectura incluyen un diccionario. De modo que el diccionario, como lo conocemos hasta ahora, como libro independiente y distinto, converge ya con la novela o el ensayo, como parte de ellos. Esto ya ocurrió con las enciclopedias, que cedieron su lugar a Wikipedia y que, poco a poco, se convierten también en sistemas de referencia dentro de los libros digitales. No es remoto pensar que para algunos libros clásicos, como el Quijote, el libro electrónico incluya toda una estructura de instrumentos de lectura, como un diccionario de términos del español de Cervantes y pistas de las relaciones entre los personajes o incluso explicaciones de los pasajes, para quien se interese en otros aspectos de la lectura, en un sentido mucho más amplio y popular, que el de las ediciones académicas anotadas. Es posible concebir el enriquecimiento de los libros de una forma diferente a la inclusión de archivos de video o de sonido, por ejemplo con la incorporación de herramientas de lectura como las que se han mencionado y mediante su vinculación con otros textos que los complementen o los extiendan. Porque el reto está en imaginar el libro como algo más que el libro, pero sin pretender sustituir la lectura. De este modo, es factible pensar que el libro se volverá más complejo en varios sentidos y quizás en varias dimensiones. Pues podrá irse enriqueciendo con instrumentos que extiendan la lectura, pero también con el hecho de que la escritura electrónica no necesariamente implica un cierre, un final, sino que abre la posibilidad de continuarla. Podemos pensar el libro del futuro no necesariamente como una obra acabada y terminada en todas sus partes, sino abierta y en proceso, como las novelas por entregas de los periódicos del siglo xix, pero con posibilidades de continuación potencialmente infinitas. También habrá que considerar que la lectura de libros digitales está arrojando muchos datos sobre la forma en que leemos los libros: completos, fragmentados, brincándonos capítulos. Y, claro, la lectura es diferente dependiendo de si 3 Brett Sandusky, “User Experience, Reader Experience”, en Book: A Futurist’s Manifesto. Consultado en book.pressbooks.com/chapter/user-experience-reader-experience-brett-sandusky.

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el libro es una u novela, una colección de cuentos o ensayos o un estudio de cocina. ¿Có ¿Cómo afectará este conocimiento al pensar los libros del futuro? Por ejemp ejemplo, podrían ser formados por partes independientes que uno pudiera ir inte tegrando. Pensemos, sólo por fantasear, en que aparece un estudio actual con más de 15 capítulos sobre las últimas reformas políticas. ¿El lector podrá comprar sólo 5 o 10 capítulos y formar su propio libro? Luego agregarle otros seis capítulos que aparecen en una edición posterior, o incorporar capítulos de otro libro escrito de manera independiente, pero que el lector desee reunir. Frente al libro electrónico, ¿es el libro en papel una forma rígida y cerrada? ¿Es posible pensar que el libro se volverá un objeto más flexible en términos de su integridad como obra? ¿Podríamos imaginar nuestra biblioteca personal como una colección de obras que se comunican entre sí y generar las opciones para rastrear las conexiones entre los libros que leemos? ¿Libros que son entidades abiertas a otros libros para formar nuevos volúmenes? TERCERA PREGUNTA: ¿CÓMO ENCONTRARÁN LAS PERSONAS NUEVOS LIBROS EN EL FUTURO?

Un rasgo de internet, al que ha venido a abonar el libro electrónico, es la sensación de tener acceso a casi cualquier cosa. Ante esto, una pregunta estratégica es: ¿cómo encuentro un libro? De los millones de libros a la venta en Amazon, por ejemplo, ¿cómo encuentro uno que me interese? ¿Cómo descubro cuál me será más útil? ¿Cuál podrá gustarme? La pregunta refleja la incertidumbre de cualquiera que se aventura a encontrar un libro y, por lo tanto, busca anticipar cómo podríamos encontrarlos en el porvenir. Para algunos, los lectores no tendrán que buscar los libros: serán éstos quienes buscarán a los lectores de una manera agresiva, introduciéndose en sus bibliotecas e invitándolos a ser leídos, quizá desplegándose en su pantalla a partir de las búsquedas, tuits o cambios de estados en la plataforma del momento. La impresión de que las promociones de libros tomarán ventaja del acceso de los distribuidores a nuestros dispositivos no parece sorprendente. Pero aun cuando esto pudiera ocurrir, si no es que ya está ocurriendo, no resuelve el problema. ¿Cómo encontraremos los libros que nos interesan? Porque debemos recordar y reiterar que los libros no son sólo las obras de ficción y particularmente las novelas. Los libros son todos los libros: ya hemos hablado de los diccionarios y de las enciclopedias, pero debemos incluir los atlas y los libros de texto, por no hablar de las numerosas variedades de libros científicos, de actualidad, de negocios… En realidad, como muestran las cifras de Goodreads4, sitio para que lectores compartan sus opiniones sobre lo que leen, los 5 mil libros más populares en esa red social representan sólo el 56% de los títulos disponibles. La dificultad de encontrar los libros que necesitamos está en contar con herramientas para hacerlo en los ámbitos que nos interesan. Es aquí donde las apps de lectura que hemos mencionado podrían jugar un papel importante si en torno a ellas se forman verdaderas comunidades de lectores en todos los campos, no sólo en el literario. En el fondo, la lectura ha sido también siempre una experiencia social: prestamos los libros, hablamos del gusto o el desagrado con que los hemos leído, difundimos las ideas que consideramos valiosas, los enseñamos y los estudiamos. Y éstos han sido medios para inducir a otros, o para que nosotros mismos seamos inducidos a leer ciertos libros, en parte porque hay con ellos una relación personal, un interés compartido o una relación de autoridad. ¿Se trasladarán estas conversaciones a las apps? ¿Se mantendrán estos principios sociales de formación de afinidades? ¿Serán sustituidos por algoritmos que detecten nuestros intereses y preferencias? De acuerdo con Goodreads5, las formas de descubrir los libros en su comunidad son diversas, pero las principales son la búsqueda y la recomendación. Sin embargo, cabe notar que las búsquedas parten del conocimiento previo del libro o del autor, de modo que la mayoría de las formas de encontrar libros están fuera de la comunidad en línea, en las formas tradicionales de conocimiento y descubrimiento de lecturas. Es previsible que estos sistemas evolucionarán y se segmentarán para atender a diversas comunidades de maneras más efectivas que las actuales. Pero es factible pensar que su éxito no dependerá de qué tan bien hagan promoción de autores nuevos, sino de qué tan eficaces sean en responder a los intereses de las comunidades que atiendan. CUARTA PREGUNTA: ¿CÓMO SE ESCRIBIRÁN LOS LIBROS?

Esta pregunta puede parecer extraña, sobre todo si imaginamos que los libros son escritos por autores sentados frente a su computadora (antes la máquina de escribir y mucho antes la pluma y el papel). Este modelo de autoría, como hemos dicho, entra en conflicto con el texto digital de muchas maneras. Este conflicto justifica preguntar si continuaremos hablando de autores y de cómo éstos escriben. Comencemos por considerar que la forma en que se escriban los libros tendrá que ver con la forma de los libros futuros. Con qué elementos nuevos serán enriquecidos, pues de ello dependerá si un libro será obra de una o de varias personas, pues un libro enriquecido con otros elementos de lectura, como diccionarios, enciclopedias o con relaciones con otro tipo de escrituras, será un producto colectivo. No es este el único cambio concebible en el proceso de la escritura. Ya hablamos de la fan fiction y del beta reader. Esta literatura sigue un proceso de creación abierta a través de sistemas como FanFiction.net, donde los autores escriben sus novelas a partir de la opinión de sus lectores. Amazon ha desarrollado su propia comunidad de fan fiction llamada Kindle Worlds, que, si bien opera de manera diferente, busca sacar ventaja de la nueva tendencia. Es posible imaginar, pues, que en el futuro una parte de los libros tendrá forma de producción abierta y colectiva. Porque lo mismo está ocurriendo en la academia, donde, como ya anotamos, la publicación en línea de entradas en blogs, artículos o partes de libros genera discusiones que hacen cada vez más abierto el proceso de es4 O. Chandler, “Goodreads—How People Discover Books Online”, presentación en Tools of Change Conference, 15 de febrero de 2012. Disponible en www.slideshare.net/PatrickBR/ goodreads-how-people-discover-books. 5 Idem.

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critura. Imaginar que, al final, algunas obras sean elaboradas por un conjunto amplio de autores o completadas por sistemas automatizados, no es del todo impensable, en la medida en que su producción no estará restringida al estudio del autor, sino que se abrirá al ámbito más público de la distribución en línea. QUINTA PREGUNTA: ¿CÓMO SE EDITARÁN LOS LIBROS EN EL FUTURO?

Si somos capaces de imaginar que el proceso de escritura será colectivo y abierto, es natural pensar que su proceso de edición será de la misma forma. Las plataformas como las de fan fiction convierten la escritura, la edición y la publicación en un mismo acto. ¿Qué tan factible es que esta forma de edición y distribución se generalice? ¿Qué otras formas de edición sacarán ventaja de esta convergencia de todo el proceso de producción de libros en el plano de internet? Ya antes habíamos comentado cómo Amazon había puesto en línea su sistema de autopublicación kdp, y cómo ha crecido el mercado de la autopublicación en el mundo. ¿Será este el futuro: libros publicados por uno mismo y puestos a la venta directamente? Lo que en todo caso parece previsible es un cambio en la intermediación de los libros, en la forma de elegirlos, trabajarlos y ponerlos a la venta. Una compactación y una reinvención de esos procesos. SEXTA PREGUNTA: ¿CUÁL ES EL FUTURO DEL MERCADO EDITORIAL?

Es difícil imaginarlo cuando parece complicado describirlo hoy. Quizás el cambio más significativo hasta este momento, como señala Rüdiger Wischenbart, es la mundialización del mercado del libro. Es decir, el paso de un mercado que se desarrollaba sobre todo de manera local, a través de formas de comercialización que atendían las especificidades de comunidades locales, a la aparición de grandes distribuidores a nivel mundial, capaces de proveer libros en casi todo el planeta. En este momento, sin embargo, “los ebooks son sólo una parte de este nuevo ecosistema de escritura, publicación y lectura, donde hay casas editoriales y librerías, y en muchos mercados europeos representan sólo un pequeño porcentaje de las ganancias de la industria del libro nacional. La distribución de los libros se encuentra, de hecho, a la mitad de un complejo campo de batalla económico, político y cultural, donde gobiernos nacionales, la Comisión Europea y los actores digitales globales como Amazon, Apple y Google luchan por el poder y control de la economía digital de la siguiente década.”6 Es difícil prever quién ganará esa batalla, aunque el resultado será un mercado editorial probablemente muy distinto al que conocemos, pues habrá nuevos y grandes actores globales que podrían transformar nuestra relación con el libro —pensada hoy todavía como íntima y cercana a la librería de barrio—, conforme el mercado del libro digital siga creciendo. En las proyecciones de escenarios de Cerlalc para América Latina 7, serán los manuales los que en un periodo de tres décadas serán leídos y producidos de manera digital en su totalidad. Un escenario semejante se prevé para diccionarios y enciclopedias. No es el caso, sin embargo, de la literatura, donde Cerlalc prevé un desarrollo mucho más lento de la producción y la lectura digital de textos. De hecho, en comparación con el resto del mercado editorial, la literatura apenas alcanzará un equilibro entre la producción analógica y la digital al final de esta década en América Latina y no se prevé el momento en que se tornará completamente digital. ¿YA NO HAY VUELTA ATRÁS?

El crecimiento del mercado del libro electrónico hace parecer irreversible la disminución de la producción de libros en papel. Pese a que se especula cuándo éstos dejarán de producirse definitivamente y que algunos nieguen que eso vaya a ocurrir en un futuro cercano, lo cierto es que el libro electrónico está cambiando muy rápidamente el panorama editorial en el mundo. Esta reconfiguración es un cambio que, como hemos dado cuenta a lo largo de estas entregas, altera y modifica numerosos aspectos de la producción de libros. Pensamos, sin embargo, que se trata no sólo de una revolución en términos de formato, producción, mercado y protección de derechos, sino una revolución cultural que, a largo plazo, quizá contemplemos como equivalente a la producida por Gutenberg en el Renacimiento. Los alcances de esta nueva revolución apenas comienzan a sentirse, pero es innegable que, en este momento, cada uno de nosotros tiene un mayor acceso a libros en cualquier idioma que nunca antes en la historia. Además, la naturaleza digital del texto y la capacidad de los sistemas en que los leemos están posibilitando análisis a gran escala de los datos contenidos en los libros y, a la vez, generando un conocimiento más agudo de las maneras en que leemos. Estos dos factores modificarán en definitiva nuestra forma de estudiar los libros y la decisión de cómo los escribiremos en un futuro no muy lejano. No es posible adivinar hoy cómo serán las cosas, ya no en un horizonte de 50 o 100 años, sino en uno de cinco o 10. La velocidad con que está ocurriendo la sustitución del libro en papel es mayor a la imaginada, gracias entre otras cosas a la dinámica de innovación en casi todos los aspectos relativos a la lectura digital y al hecho de que, se quiera o no, el libro electrónico es mucho más accesible que el de papel en términos de precio y disponibilidad. Esto incluye comunidades que aún no acceden al libro electrónico como tal, pero que, por ejemplo, comparten libros escaneados en pdf y con ellos van conformando bibliotecas electrónicas y generando accesibilidad a un número muy alto de volúmenes, algunos de los cuales son inaccesibles por otros medios. Nuestra mayor responsabilidad es estar conscientes de la naturaleza del cambio para colaborar a que tome la forma más adecuada para los intereses de la humanidad, pues el libro, como sea que vaya a ser en el futuro, deberá seguir cumpliendo la función de transmitir y comunicar, más allá del espacio y del tiempo, las ideas, los pensamientos, las emociones y los conocimientos de la humanidad.W

6 Rüdiger Wischenbart et al., Global eBook: Current Conditions & Future Projections. Rüdiger Wischenbart Content and Consulting October 2013, p. 5. Consultado en www.global-ebook.com. 7 Richard Uribe, Escenario apuesta para el sector editorial 2020, Cerlalc. Consultado en www.cerlalc.org/ Prospectiva/Escenario_apuesta_2020.pdf (25 de julio de 2014).

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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

Homenaje sosegado a Bob Dylan, el cantante, p entemente desmañado el poeta y el hombre, escrito en tono aparentemente pero riguroso, contra el mundo superficial y olvidadizo de la sociedad del espectáculo.

Güero sobre güero: 50 años después todavía Bob Dylan R I CA R D O P O H L E N Z

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ra el verano de 1966, un día cualquiera de julio, Bob Dylan iba en moto en carretera cerca de Woodstock, donde tenía su casa. El ruido de la máquina reverberaba bajo los arces, los pinos, los robles y las hayas. Los olmos se habían extinguido —como los dinosaurios— a principios de los sesenta. Los olmos son picados por un insecto. Vaya cosa esa, de que a los olmos los pique un insecto. Este insecto, conocido como barrenillo —en inglés se le llama, tal cual, escarabajo de la corteza— viene y pica al olmo, le mete un hongo en los vasos conductores de salvia y el olmo se muere, así de rápido. Pero seguramente Dylan no iba pensando en la ausencia de olmos ni en el hongo que los mató. No es que esté pensando “mira que a los olmos no les hacen bien el hongo” mientras corría a toda

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velocidad, convertido en una ráfaga estridente que atraviesa el verde de la floresta. Dylan es uno con la máquina y no. Mientras acelera sabe que otra máquina —inmensa— le viene a la zaga y busca darle alcance. Una máquina hecha de acontecimientos y responsabilidades, abusos y desmanes, que se ha articulado a su alrededor como una migala gigante que se extiende como un incendio forestal y que se alimenta de su hálito, como llama que se extingue a falta de gas. Si sólo le hubiera puesto otro título al libro, pero siempre tuvo facilidad para decir una cosa y la siguiente, fueran de un tamaño o de otro, podía hilarlas con una ligereza que no dejaba de ser compulsiva, una suavidad frenética que tenía algo de fatal. El libro no se llamaba así, se llamaba de otra manera. Mientras lo escribía, le

dijo a Paul J. Robbins de la L. A. Free Press que se llamaba Bob Dylan Off The Record. Le explicó que había escrito canciones que iban un poco más allá; lo describió como una sucesión prolongada de versos y “cosas así”. Le pregunta a Paul J. Robbins si sabe algo de los recortes literarios tipo William Burroughs, el otro le dice que sí. Le contesta entonces que de eso se trata, que al menos “eso significa”. Cuando Nora Ephron (¿o habrá sido Susan Edmiston?) le pregunta de qué trata el libro, le contesta sin más, “es un libro de palabras”. Cuando Bob Dylan escribe a máquina lo hace con todos sus dedos. No escribe con los dedos índices y el pulgar para dar espacios, un poco al tanteo, un poco a toda velocidad. Escribe con celeridad y parsimonia. Como si lo hubiera aprendido en la secundaria o en una escuela de

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comercio o porque se hubiera empecinado en hacerlo. Puedes verlo escribir a máquina en la película que hizo D. A. Pennebaker sobre su paso por Gran Bretaña, cuando todavía estaba escribiendo el libro. Así, por ejemplo, ponía en el papel “Passing the sugar to the iron man of the bottles who arrives with a grin and a heatlamp and heˇs pushing ‘who dunnit’ buttons this year and he is a love monger at first sight”, y seguía, con licencias líricas rimbaudianas aprendidas de Allen Ginsberg, Bill Burroughs y Jack Kerouac. El libro circuló por años de mano en mano, en fotocopias del original mecanografiado. Lo sobaron, lo leyeron con fruición, con la ilusión que viene del desencanto, como nuevo oráculo sin naipes ni monedas, con Aretha Franklin no como personaje sino como fantasma vivo, invocada

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GÜERO SOBRE GÜERO: 50 AÑOS DESPUÉS TODAVÍA BOB DYLAN

Bob Dylan ha sido siempre claro. Bob Dylan dice las cosas como son; las explica cuando puede, y cuando no, no las explica y ya. Corre sobre la carretera y sabe que, de algún modo, corre sobre un mapa donde todo tiene un nombre y un lugar, como las botellas en los anaqueles de la botica o la mercancía en el mostrador: una etiqueta que dice lo que eres, que dice cuánto cuestas. como venus negra que canta, que piensa, todo bajo la mesa, bajo la superficie, bajo las grandes aguas de los grandes lagos que yacen como ballenas inmensas en medio del continente. Un rastro que seguir hasta el momento en que Macmillan lo publicó en 1971 y se pierde (en la red circula un pdf con el original mecanografiado, pero son tantas cosas que pueden hacerse hoy, tantas cosas que pueden fingirse y darse por buenas). Yo me doy por bueno, se dice Dylan mientras corre montado en su corcel de acero. A veces no me reconozco, pero bueno, me doy por bueno. En su reseña para el New York Times Review of Books, Robert Christgau aceptaba que la literatura puede haber engendrado la mística dylanesca, pero fue la música la que la alimentó. Insiste que recordemos esos versos (tú sabes, cosas como “How many years can a mountain exist / Before it's washed to the sea?” o “… how many years can some people exist / Before they're allowed to be free?”) que se nos pegan de tan manidos porque los oímos una y otra vez, muchas veces sin escucharlos verdaderamente, “absorbiendo de todos modos el ritmo de la distorsión prosaica”. Christgau lamenta que las “joyas” que descubrió en Tarántula nunca llegarían a convertirse en un álbum. Abre su reseña diciendo que el libro no era un acontecimiento literario porque Dylan no era una figura literaria. Esto no ha sucedido todavía mientras Dylan se abre paso a través del trazo negro que tizna la floresta en

JULIO-AGOSTO DE 2016

su Triumph Tiger 500 con botas y chamarra de cuero, haciéndola de jinete en un wéstern que no se sabe posmoderno, emulando al último de sus avatares, James Dean. Cuando le preguntaban si se las daba de James Dean, no le daba la vuelta, decía que sí, que siempre le había gustado, que quería ser como él: la chamarra, los lentes, la actitud. Le confesó a Sam Shepard que la única razón por la que se había ido a Nueva York era porque James Dean había estado ahí. Sam Shepard tontea después con una teoría sobre las diferencias de ritmo entre hombres y mujeres. Le explica a Dylan que las mujeres se mueven de un lado a otro y que los hombres de arriba a abajo; Dylan le pregunta si como un caballito volador. Lo que da pie a una serie de lugares comunes metafísicos sobre las partes no siendo partes (uno es uno con la motocicleta, uno es uno con la carretera, uno es uno con el paisaje que se pierde, que se atraviesa, que queda por delante) y que todo es lo mismo, que igual sientes una cosa que la otra, que igual te vas para un lado que para el otro. Sam Shepard se desmarca, dice “bueno, es una teoría”, como si con esas palabras se encogiera de hombros. Bob Dylan sigue por ahí, de Dios y el Diablo pasa a la verdad y a la mentira; pone como ejemplo la última escena de James Dean en Gigante cuando, borracho y humillado, tropieza con la mesa, le dice que nunca le gustó esa escena, que siempre la sintió falsa, pero que no lograba desentrañar lo que le molestaba. Sam Shepard está de acuerdo, le dice que a él nunca le gustó tampoco. Bob Dylan le pregunta si sabe qué era lo que le parecía falso. La película no deja de tener ese hieratismo (por no decir impostura) surreal del technicolor hollywoodense, y por ahí se va Sam Shepard; le dice que si es el maquillaje o las canas falsas de James Dean. Bob Dylan se refiere a otra cosa que te salta, pero que no sabes por qué. George Perry lo revela en su biografía de James Dean. La película se pasó un año en postproducción. Algunas líneas de James Dean en esa escena estaban mal grabadas y no se oían bien. Cuando estaban editando la escena, James Dean ya estaba muerto, murió en un accidente, no de motocicleta (tenía una Triumph como la de Dylan, Dylan la tenía por James Dean), sino de coche. Iba a toda velocidad en su porsche por la carretera, siempre hay otro que se pasa al carril de alta, indolente, sin saber que está siendo azuzado por las parcas. Fue Nick Adams, amigo del actor (que tuvo un papel secundario en Rebelde sin causa) quien repitió esas líneas. Por eso suenan falsas, por eso no te acabas de creer la escena, no es James Dean el que habla, es sólo su fantasma, manipulado por la fe gringa que mueve montañas donde se dejen. Bob Dylan acelera y piensa que si se matara en ese momento sería con la misma moto que tiene Dylan, con la misma chamarra, con las mismas botas y los mismos lentes oscuros. No son, pero como si lo fueran, una calca del modelo original, de modelo rol, del rol a seguir, del rocanrol, después de la revisitación de la carretera 51, peregrino motorizado que rueda como canto de piedra, después de la güera sobre güera que queda (igual podía haber sido güero sobre güero, o mejor, huero sobre huero). ¿Qué no puede uno aburrirse de estar tocando la guitarrita y la armónica una y otra

vez? Como Walt Whitman celebra el cuerpo eléctrico, el cable como cordón umbilical entre la voz y el estruendo. ¿Es el sonido y la furia? Es más bien William Shakespeare citado por William Faulkner. Bob Dylan ha sido siempre claro. Bob Dylan dice las cosas como son; las explica cuando puede, y cuando no, no las explica y ya. Corre sobre la carretera y sabe que, de algún modo, corre sobre un mapa donde todo tiene un nombre y un lugar, como las botellas en los anaqueles de la botica o la mercancía en el mostrador: una etiqueta que dice lo que eres, que dice cuánto cuestas. Una y otra vez han tratado de encasillarme, como ficha en el tablero de juego, seré el sombrero de copa sólo de paso en la cárcel del Monopoly, un caballo que traza eles en el ajedrez, del blanco al negro, del negro al blanco, línea fuerte, línea débil, siempre cambiando, siempre en mutación, como en el I Ching. Un caballo que salta, que derrapa sobre el asfalto, mientras me pega el aire lleno de insectos que se estampan sobre mis lentes como pequeños pilotos kamikaze. No es que sea un poeta como François Villon o como Allen Ginsberg (el Allen Ginsberg de Kaddish, no el otro, el de Aullido) que me recitan un verso y el siguiente dentro de mi cabeza, como si estuvieran en un rincón, apercibidos de la línea que separa lo que está dentro de cuadro de lo que está fuera. Allen Ginsberg está dentro de cuadro, apenas, apoyado en un báculo, parece un monumento de sí mismo por la ilusión de pedestal que provoca una caja de madera dispuesta delante suyo; conversa con Bob Neuwirth, también con bastón, su mérito es ser un viejo amigo de Bob Dylan, quien con la greña al viento está en primer plano mostrando y tirando letreros con las palabras en las que se lee lo que va diciendo su voz en off mientras canta el blues de la nostalgia subterráneo (o del extrañamiento subterráneo): sótano, medicina, pavimento, gobierno, gabardina… En algún momento las palabras escritas no coinciden con las palabras dichas. Igual fue por un error al acomodarlas, era mejor dejarlo así que volverlo a filmar. Igual fue hecho a propósito, para que quedara en evidencia el gafe: el corto circuito en la percepción de una palabra que sustituye a la siguiente y, que, por lo mismo, acaba por ser la siguiente, significar lo que significa la siguiente. Igual nadie se daba cuenta. El ruido de la máquina lo acompaña como ángel de la guarda. Es el estruendo de lo nuevo, el paisaje que se continua, el pequeño gafe que te sale de la cabeza para que te preguntes si es un ave, si es un avión, si es supermán y en ese titubeo perderlo todo, no perderlo todo. Tendría que haber sido en un porsche, como James Dean, la chamarra de cuero y los lentes oscuros, y no. Se estampa, derrapa, traza en la inercia el vuelo de Ícaro al sol. Es el sol, es el sol, repetía Rimbaud, todo parece moverse en cámara lenta porque así nos han enseñado a percibir esos breves momentos capitales del melodrama de nuestra existencia. Y así acaba todo para volver a empezar. Se trata de una segunda oportunidad y no. Bob Dylan ya había sido Bob Dylan, le quedaba morirse o seguir, como continuación de sí mismo en la larga coda que todavía está por terminar. Si había podido dejar su nombre atrás, bien

a

podía dejar todo lo demás. Seguirla haciendo de Dylan y no, convertido en aparición, roto y despojado, siendo el otro de sí mismo. Tendido en el suelo, con el cuello roto, piensa, y sí, hace mucho calor. Después de eso, Bob Dylan se desafanó. Pasaron casi ocho años antes de que volviera a salir de gira. Años después saldría en una gira que no terminaría jamás. Empezó en 1988 y todavía sigue. Seguirá mientras dé vueltas la tierra, aunque decir eso es demasiada presunción. A los diez se había escapado para irse con un circo, vivía en medio de la nada, al norte de Minnesota. Se seguiría escapando, lo sigue haciendo una y otra vez. En 1997 casi se nos va. Salió rápido del hospital y no tardó en volver a las andadas. Los Traveling Wilburys recuerdan de algún modo esa vocación gringa por la manifestación de lo canónico, la suma en escena de dos o más estrellas que emulan la proyección histérica de lo que ahora les da las películas en las que juntan superhéroes. Se nos fue Roy Orbison, se nos fue con Elvis. Bruce Springsteen tuvo el descaro de decir que Bob Dylan había liberado la mente de la misma forma que Elvis había liberado el cuerpo. Bob Dylan se había liberado de sí mismo y, aun, se resignaba a ese otro que, como fantasma, había dejado atrás en una carretera de Nueva York. Hizo lo que quiso y siguió haciéndolo. Lo acusaron una y otra vez de vendido, y bueno él, frente a sí mismo ya había sido, podía venderse todo lo que quisiera: armó una tocada para Karol Wojtyla, hizo anuncios de lencería, coches y refresco de cola. En 2014 salió en un anuncio de Chrysler diciendo: “Así que deja que los alemanes elaboren tu cerveza, que los suizos hagan tu reloj, que los asiáticos ensamblen tu teléfono. Nosotros te armamos tu coche”. Detroit es un pueblo fantasma. A los porsches los ensamblan en otra parte. Una güera con lentes oscuros en el asiento del copiloto. Una güera de lentes oscuros al volante. Una güera que habla sobre lo güero mientras recorre la carretera, que como el tiempo, no puede recorrerse dos veces. Una güera que está a cuadro, con lentes oscuros, nada más para poner en evidencia su “güeritud”. No una güera güera, sino una güera pintada como Edie Sedgwick quien dice que vino a Nueva York a ver lo que pudiera ver —eso viene en un libro para niños, ¿no?— y encontrar la parte viviente.W

Ricardo Pohlenz es poeta, escritor y crítico y ha sido colaborador de diversas publicaciones dentro y fuera del país. Es autor de La vocación de submarino (Aldus, 2015), el libro de relatos Lounge (Magenta, 2010) y el poemario Cetacea (Acapulco, 2015).

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