La Gaceta núms. 541-542 del FCE - Fondo de Cultura Económica

Por un lado, el fracaso del proyecto Mundial Ma- gazine, una revista de literatura publicada en París entre 1911 y 1914,
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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

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E DI TOR I A L

Yo persigo una forma… RUBÉN DARÍO —————————

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La vida en prosa FRANCISCO FUSTER

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Darío por Darío RUBÉN DARÍO

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Los hispanoamericanos Notas y anécdotas RUBÉN DARÍO

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El futuro ENRIQUE VILA-MATAS

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Enrique Vila-Matas: Laudatio CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ-MICHAEL

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Una mirada al libro electrónico: Las nuevas formas de producción de los libros ERNESTO PRIANI SAISÓ E ISABEL GALINA RUSSELL

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NOVEDADES TRASFONDO BERNARDO ESQUINCA

Rubén Darío: renovación y preservación del fuego

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onmemoramos el centenario de la muerte del escritor nicaragüense Rubén Darío (1867–1916), fundador indisputado del modernismo hispanoamericano, corriente que abrió puertas y ventanas a nuestra literatura para infundirle el aire de la libertad, ponerla de pie y echarla a andar por derecho propio. Es probable que el nombre de Rubén Darío sea sólo un eco lejano para las nuevas generaciones, pero sin su labor no habrían sido posibles las obras de Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Octavio Paz ni Gabriel García Márquez, entre tantos otros que han engrandecido nuestras letras. El primer signo de su originalidad es su capacidad de apropiarse y recrear la literatura de todos los tiempos, moderna, clásica y antigua, sometiéndola a su propio don del ritmo y a su experiencia de vida. “He impuesto al instrumento lírico mi voluntad del momento, siendo a mi vez órgano de los instantes, vario y variable, según la dirección que imprime el inexplicable Destino”, escribió. Al proceder así, abrió espacio a la autonomía creativa, sacudiendo violentamente los moldes heredados del romanticismo nacionalista, el casticismo español y el academicismo conservador. A partir de entonces, las literaturas de América Latina y España no volvieron a ser las mismas. “Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado y no cesará: quienes alguna vez lo combatimos comprendemos que hoy lo continuamos. Lo podemos llamar El Libertador”, declaró Jorge Luis Borges. “Rubén Darío fue un gran elefante sonoro que rompió todos los cristales de una época del idioma español para que entrara en su ámbito el aire del mundo. Y entró”, apuntó Pablo Neruda. “El lugar de Darío es central […] un punto de partida o llegada, un límite que hay que alcanzar o traspasar. Ser o no ser como él: de ambas maneras Darío está presente en el espíritu de los poetas contemporáneos. Es el fundador”, escribió Octavio Paz. El Fondo de Cultura Económica ha publicado a la fecha una decena de libros de Rubén Darío o sobre su vida y obra, así como un disco compacto con una selección de sus poemas leídos por Juan Gelman.W

José Carreño Carlón D I R E C TO R G E N E R A L D E L F C E

Roberto Garza

León Muñoz Santini

E D I TO R D E L A G AC E TA

ARTE Y DISEÑO

Ramón Cota Meza Andhony Arias Pelayo

Adriana Konzevik Teresa Ramírez Víctor H. Romero

R E DAC C I Ó N

C O R R E C C I Ó N D E E S T I LO

Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Socorro Venegas, Karla López y Octavio Díaz

Andrea García Flores F O R M AC I Ó N

C O N S E J O E D I TO R I A L

Ernesto Ramírez Morales V E R S I Ó N PA R A I N T E R N E T

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Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv IMPRESIÓN

La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716 —————————

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I L U S T R AC I Ó N D E P O R TA DA : L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I Y A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

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U N S I GLO P O ES SIN Í A DA R Í O

“Todo el romanticismo, aspiración al infinito, está en este verso; y todo el simbolismo, la belleza ideal, indefinible, que sólo puede ser sugerida. Más ritmo que cuerpo, esa forma es femenina. Es la naturaleza y es la mujer”. —Octavio Paz

Yo persigo una forma… RUBÉN DARÍO

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo, botón de pensamiento que busca ser la rosa; se anuncia con un beso que en mis labios se posa al abrazo imposible de la Venus de Milo. Adornan verdes palmas el blanco peristilo; los astros me han predicho la visión de la Diosa; y en mi alma reposa la luz, como reposa el ave de la luna sobre un lago tranquilo. Y no hallo sino la palabra que huye, la iniciación melódica que de la flauta fluye y la barca del sueño que en el espacio boga; y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente, el sollozo continuo del chorro de la fuente y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

Ha pasado un siglo desde la muerte de Rubén Darío, pero su presencia sigue viva en los mejores poetas y escritores que le sucedieron, aun cuando algunos renieguen de su obra o la ignoren. Tan profunda es su huella en el orbe de habla hispana. Su legado se resume en una sola expresión: libertad de creación para el artista. Este bien espiritual, que hoy damos por sentado, era desconocido en la literatura en español antes de la irrupción de nuestro homenajeado. Irrupción es la palabra porque cayó como rayo en cielo sereno. Presentamos a continuación una pesquisa del historiador Francisco Fuster sobre las circunstancias que llevaron a Darío a escribir su autobiografía, fragmentos de la misma y una divertida y aguda crónica suya titulada Los hispanoamericanos. Tres pasajes de libros editados por el grupo Fondo de Cultura Económica.

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Portada de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo. Leo G. Navarro

U N S I GLO S I N DA R Í O

El historiador Francisco Fuster reconstruye las circunstancias económicas, sentimentales y físicas en las que Rubén Darío dictó el texto La vida de Rubén Darío escrita por él mismo ( FCE, Madrid, 2015). Pese a las premuras de su publicación —observa Fuster—, el texto es una muestra más de la honda sensibilidad poética de Darío, quien deja que la narración sea dictada por los latidos de su corazón, según los momentos decisivos de su existencia. Somos lo que recordamos.

P R Ó LO GO

La vida en prosa FRANCISCO FUSTER

Como hombre, he vivido en lo cotidiano; como poeta, no he claudicado nunca, pues siempre he tendido a la eternidad. rubén darío, El canto errante (1907)

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l 14 de octubre de 1912 el semanario argentino Caras y Caretas anunciaba de forma discreta —apenas dos líneas en la parte inferior de la página 122— la aparición en su próximo número de las memorias de Rubén Darío (1867-1916), redactadas expresamente por el escritor nicaragüense para esta publicación porteña. Lo que no se decía en ese reclamo editorial es que era la delicada situación económica por la que atravesaba el autor de Azul… lo que le había forzado a aceptar el encargo y a improvisar, pro pane lucrando, un texto que, en otras circunstancias, quizá nunca se hubiese planteado escribir.

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Y es que, aunque jamás destacó por una especial habilidad para el manejo racional de su economía, sometida a los altibajos cíclicos e inevitables de quien vivía más de sus colaboraciones periodísticas y de los eventuales cargos diplomáticos que pudo ocupar que de sus poemas, lo que se dio por esos años fue la fatal coincidencia en el tiempo de dos coyunturas independientes que, sin embargo, coadyuvaron en similar proporción a desencadenar aquel estado de necesidad perentoria. Por un lado, el fracaso del proyecto Mundial Magazine, una revista de literatura publicada en París entre 1911 y 1914, y patrocinada por los banqueros uruguayos Alfredo y Armando Guido, cuya dirección había asumido Darío con el legítimo —pero inviable— propósito de captar al público hispanoamericano con un formato lujoso, de muy bella factura material, y una nómina de colaboradores realmente imponente. Pese a que, al principio, la idea pareció funcionar, la realidad es que la aventura terminó en desastre, tras una gira de promoción por el continente americano en la que los hermanos Guido trataron

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de explotar el nombre de un Rubén Darío que, víctima de una cirrosis galopante que le iba consumiendo, decidió acabar con aquel supuesto negocio que no llegó a ser tal. El otro factor desencadenante fue la pérdida de los ingresos procedentes de su cargo como embajador de Nicaragua en España, suprimido por el gobierno de su país cuando, a raíz de la llamada “Revolución de la Costa Atlántica” y la posterior intervención de los Estados Unidos, asumió la presidencia del gobierno el coronel José Dolores Estrada. Si a todo esto añadimos los gastos derivados de la manutención del hijo que tenía con Francisca Sánchez y la pensión que debía pasar a su todavía esposa legal, Rosario Murillo, el resultado de la ecuación no podía ser otro que la obligación de aceptar cualquier ofrecimiento que contribuyera a aliviar esa precariedad de medios. Y la mejor ocasión para ello se le presentó cuando el director de Caras y Caretas, Fernando Álvarez, le propuso que escribiera su autobiografía para ir publicándola por partes, dividida en breves capítulos de fácil y amena lectura. Con el objetivo de

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U N S I GLO S I N DA R Í O

LA VIDA EN PROSA

llevar a buen puerto la empresa, y “para no dejar la ejecución de la obra a merced de su inconstante voluntad, le envía un amanuense, para que se la dicte. Sin hacer ningún bosquejo, sin ninguna retrospección detenida y puntualizada de los infinitos incidentes de su dramática existencia, dicta”.1 La vida de Rubén Darío escrita por él mismo se publicó en diez entregas sucesivas que cubren desde el número 729, aparecido el sábado 21 de septiembre de 1912, hasta el 739, correspondiente al 30 de noviembre de ese mismo año. Tres años después la barcelonesa Casa Editorial Maucci imprimió la primera edición de la obra en formato de libro, reproduciendo el texto aparecido en la revista (Darío no se molestó siquiera en subsanar los errores en las fechas por él  mismo advertidos), con el único añadido de un capítulo final, “Posdata, en España”, incorporado desde ese momento a la versión definitiva, que, pocos años después y con el título más sintético de Autobiografía, ingresó en el canon dariano como parte del volumen XV (1920) de sus Obras completas, publicadas en Madrid por la Editorial Mundo Latino. Desde el punto de vista formal, lo primero que llama la atención de esta autobiografía es su presentación en sesenta y seis capítulos de contenido y extensión desigual, que, si bien es cierto que intentan seguir un hilo temporal más o menos lógico, carecen en absoluto del orden y la precisión deseables en un texto memorialístico, por mínimas que sean sus pretensiones. Las razones de este desdén del autor por el rigor narrativo pueden ser múltiples, pero todas apuntan a una misma. A mi juicio, Darío se tomó el compromiso de escribir sobre su vida como lo que era: un trámite con fines puramente crematísticos que había que cumplir con decoro, pero sin invertir más tiempo del justo y necesario para cubrir el expediente. Y, experto como era en este tipo de lides (no hay que olvidar que a estas alturas ya había publicado centenares y centenares de crónicas escritas ex profeso y previo encargo para multitud de periódicos y revistas), acometió la empresa con el propósito de salir del paso con un relato resumido de los hechos. Una narración tentativa y atropellada que, por lo que él mismo expresa en varios capítulos, tiene toda la pinta de ser un esbozo: una primera versión pendiente de ser corregida y aumentada en unas memorias más extensas, que, como es sabido, jamás llegó a escribir. Aunque el pasaje de las memorias de Benvenuto Cellini que emplea como exergo nos podría inducir a pensar que estamos ante los recuerdos de un hombre que ha pasado la barrera de los cuarenta años y se dispone a recapitular los hechos más destacados de su vida, ya en las primeras líneas del texto Darío recurre a la captatio benevolentiae y nos advierte sobre sus intenciones, al reconocer que las suyas no son unas memorias al uso, sino unos “apuntamientos que más tarde han de desenvolverse mayor y más detalladamente”. Este carácter circunstancial del relato, resumido en esa palabra —“apuntamientos”— que define perfectamente la naturaleza de su autobiografía, queda confirmado cuando, al inicio del capítulo XVII, el autor insiste en que es plenamente consciente de la inexactitud de muchos de los datos que ofrece; algo que él justifica apelando a la dificultad de rememorar los hechos sin ningún tipo de soporte documental y con la sola ayuda de una memoria frágil: “Al llegar a este punto de mis recuerdos, advierto que bien puedo equivocarme, de cuando en cuando, en asuntos de fecha, y anteponer, o posponer, la prosecución de sucesos. No importa. Quizás ponga algo que aconteció después en momentos que no le corresponden y viceversa. Es fácil, puesto que no cuento con más guía que el esfuerzo de mi memoria”. En este desfile ininterrumpido de nombres y lugares en el que se convierte por momentos el texto, no resulta nada difícil perder la noción del tiempo, pues, como ha señalado con acierto Antonio Piedra, no deja de ser curioso que en una autobiografía “salpicada de hechos, personajes y datos históricos —no olvidemos la condición pública de Rubén como embajador y periodista— apenas existen fechas: unas siete en concreto”.2 No obstante, lo que podría ser un aparente defecto del texto, imperdonable para el lector más exigente con el respeto a las coordenadas espacio-temporales, acaba dotándolo —a mi modo de 1 Edelberto Torres, La dramática vida de Rubén Darío, Barcelona/México Grijalbo, 1966, p. 461 [cuarta edición ampliada y corregida]. 2 Antonio Piedra, “Introducción”, en: Rubén Darío, Autobiografía/ Oro de Mallorca, Madrid, Mondadori, 1990, p. XV.

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ver, al menos— de ese plus de originalidad que le confiere un estilo propio. Porque dicho “fracaso de la fecha”, como lo llama Piedra, obedecería según este autor a la elección deliberada de un Darío que antepone “el valor del tiempo poético” a la disciplina del orden cronológico estricto. En la misma línea, y al decir de Eduardo Muslip, es esta forma heterodoxa de redactar la autobiografía lo que, paradójicamente, confiere uno de sus mayores atractivos a un texto que parece dictado desde el corazón y sin apenas mediación de ningún tipo: “como relata sólo en función de la emotividad asociada con los recuerdos mismos, en cada anécdota recordada podemos percibir el compromiso de Darío con lo que nos cuenta”.3 El único filtro que pone el escritor es el de su prudencia y discreción a la hora de tratar asuntos —en los que no entra— que podrían afectar a terceras personas y, en segundo lugar, el propio pudor de un Darío que opta por pasar de puntillas sobre ciertos episodios de su biografía personal (la escasa relación que tuvo con sus padres biológicos) o sentimental que son omitidos, quizá para no alimentar con nuevos detalles la morbosidad del lector más interesado en los vicios privados del poeta que en sus virtudes públicas. Con respecto al tema de las relaciones amorosas, resulta muy llamativo el hecho de que en el relato no aparezca el nombre propio de ninguna de las mujeres de Rubén Darío: ni el de sus dos esposas “legales”, la costarricense Rafaela Contreras y la nicaragüense Rosario Murillo; ni el de la española Francisca Sánchez del Pozo, con quien no contrajo matrimonio, pero con la que sí convivió en distintas temporadas e incluso llegó a tener descendencia. Las tres se con-

Los textos autobiográficos de Darío invitan a percibir como tales a los textos estrictamente literarios. Al anclar los referentes de su poesía en su propia vida, el resto de su producción parece volverse autobiográfica.

vierten aquí en figuras borrosas, soslayadas por un narrador que, por unos motivos o por otros, prefiere no entrar en pormenores. Así sucede, por ejemplo, en  el capítulo XXX, cuando, llegado el momento de abordar su matrimonio civil con Rosario Murillo, contraído el 8 de marzo de 1893 en circunstancias cuanto menos peculiares (por lo visto, Darío fue víctima de una encerrona maquinada por su futuro cuñado Andrés, quien preparó una cita y le emborrachó para “facilitar” el enlace), nuestro autor se impone un silencio caballeroso y se limita a reseñar lo que recuerda como un error fatal cuyas consecuencias tuvo que sufrir durante toda su vida: Llegué a Managua y me instalé en un hotel de la ciudad. Me rodearon viejos amigos; se me ofreció que se me pagaría pronto mis sueldos, mas es el caso que tuve que esperar bastantes días, tantos, que en ellos ocurrió el caso más novelesco y fatal de mi vida, pero al cual no puedo referirme en estas memorias por muy poderosos motivos. Es una página dolorosa de violencia y engaño, que ha impedido la formación de un hogar por más de veinte años; pero vive aún quien como yo ha sufrido las consecuencias de un familiar paso irreflexivo, y no quiero aumentar con la menor referencia una larga pena. El diplomático y escritor mejicano Federico Gamboa, tan conocido en Buenos Aires, 3 Eduardo Muslip, “La autobiografía dariana: un análisis de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo”, en: Crítica Hispánica, vol. XXVII, núm. 2, 2005, p. 37.

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tiene escrita desde hace muchos años esa página romántica y amarga, y la conserva inédita, porque yo no quise que la publicase en uno de sus libros de recuerdos. Es precisa, pues, aquí esta laguna en la narración de mi vida. Esta incapacidad de la obra de iluminar determinadas zonas oscuras de la vida interior del poeta es lo que ha llevado a parte de la crítica a rebajar la importancia del texto, no tanto desde la perspectiva de su calidad literaria o de su valor documental, sino en lo que atañe a la relativa novedad de su carga autobiográfica. En este sentido, Anna Caballé opina de esta autobiografía que redunda en lo que ya conocíamos de la vida del poeta porque, cuando se publicó en 1912, vino a “llover sobre mojado” y a confirmar que, en el caso de Darío, a cuya obra poética atribuye esta autora un mayor y más rico contenido autobiográfico, “la implicación autobiográfica no depende de la prosa, y mucho menos impide el verso”.4 Por su parte, y refiriéndose no ya a la validez del texto dariano, sino a la dificultad que entraña la tarea de sintetizar y aprehender la biografía de  su autor, Julio Ortega ha escrito que la vida de Rubén Darío es tan difícil de explicar que toda ella “está puntualmente desmentida por cada una de sus biografías”.5 Sea como fuere, lo que sí parece claro es que, en el confuso universo de una obra tan compleja e impregnada de autobiografismo como la del nicaragüense,6 La vida de Rubén Darío escrita por él mismo posee el innegable mérito de contribuir a la creación de eso que Philippe Lejeune ha llamado “espacio autobiográfico”, pues, como ha argumentado Muslip, “los textos autobiográficos de Darío invitan a percibir como tales a los literarios; esto es, vuelven autobiográfico el resto de su producción, al anclar los referentes de sus poesías a su propia vida”.7 En efecto, y como podrá comprobar el lector en varios capítulos del texto, el autor de Prosas profanas nos cuenta su vida y nos glosa —como hará después en Historia de mis libros8— su obra, tal vez porque, en su caso particular, la una no se entiende sin la otra. Por lo que se deduce de la biografía que le dedicó Blas Matamoro, la existencia de la persona nacida el 28 de enero de 1867 en Metapa como Félix Rubén García Sarmiento parece ser la de un individuo huérfano del cariño paterno que pasó la totalidad de su existencia buscando su propia identidad, en un intento “vano y productivo, de poner orden en tanto barullo”.9 La vida del personaje bautizado a sí mismo como Rubén Darío, en cambio, se identifica más con la de ese artista hipersensible gobernado por una “sed de ilusiones infinita” que marcó para bien y para mal su destino. La vida de Rubén Darío escrita por él mismo es esa llave maestra que nos permite comprender, si tal cosa es posible, cómo se las arreglaron —y les garantizo que no fue nada fácil— durante cuarenta y nueve años los dos Daríos: la persona y el personaje; el hombre que vivió siempre en  lo cotidiano y el poeta que nunca renunció a la eternidad.W

4 Anna Caballé, “Formas de la autobiografía en Rubén Darío”, en: Scriptura, núms. 6-7, 1991, p. 121. 5 Julio Ortega, Rubén Darío, Barcelona, Omega, 2003, p. 9. 6 E n su Historia de mis libros (1916), nuestro autor dice lo siguiente sobre el carácter autobiográfico de su obra: “Y el mérito principal de mi obra, si alguno tiene, es el de una gran sinceridad, el de haber puesto ‘mi  corazón al desnudo’, el de haber abierto de par en par las puertas y  ventanas de mi castillo interior para enseñar a mis hermanos el habitáculo de mis más íntimas ideas y de mis caros sueños”, vid. Rubén Darío, Historia de mis libros, Managua, Nueva Nicaragua, 1988, p. 102. 7 Eduardo Muslip, op. cit., p. 34. 8 Historia de mis libros es el título de una obra póstuma de Rubén Darío que reúne una serie de artículos publicados originalmente en el periódico La Nación de Buenos Aires los días 1, 6 y 18 de julio de 1913, en los que el autor analizaba el significado de tres de sus obras más conocidas: Azul… (1888), Prosas profanas y otros poemas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905). Apareció publicada por primera vez, con este título, como introducción a una antología poética de Darío editada en Madrid, en 1916, por M. García y G. Sáez Editores. 9 Blas Matamoro, Rubén Darío, Madrid, Espasa Calpe, 2003, p. 25.

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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

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Primeras lecturas, primeros amores, primeros versos, lealtades familiares, la fusión del sentimiento y el paisaje tropical, la vida novelesca, la desmesura adolescente, el recogimiento melancólico, la ambición literaria… en estos pasajes de La vida de Rubén Darío 5). escrita por él mismo ( FCE, Madrid, 2015).

MEMO R I AS

Darío por Darío RUBÉN DARÍO

IV En un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. Eran un Quijote, las obras de Moratín, Las mil y una noches, la Biblia, los Oficios de Cicerón, la Corina de Madame Stäel, un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica, de ya no recuerdo qué autor, La caverna de Strozzi.1 Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño.

V ¿A qué edad escribí los primeros versos? No lo recuerdo precisamente, pero ello fue harto temprano. Por la puerta de mi casa —en las Cuatro Esquinas— pasaban las procesiones de la Semana Santa, una Semana Santa famosa: “Semana Santa en León y Corpus en Guatemala”; —y las calles se adornaban con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flo1 El autor de esta novela gótica, publicada en 1798, es el escritor francés Jean-Joseph Regnault-Warin (1773-1844).

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res de corozo, matas de plátanos o bananos, disecadas aves de colores, papel de China picado con mucha labor; y sobre el suelo se dibujaban alfombras que se coloreaban expresamente, con aserrín de rojo brasil o cedro, o amarillo “mora”; con trigo reventado, con hojas, con flores, con desgranada flor de “coyol”. Del centro de uno de los arcos, en la esquina de mi casa, pendía una granada dorada. Cuando pasaba la procesión del Señor del Triunfo, el Domingo de Ramos, la granada se abría y caía una lluvia de versos. Yo era el autor de ellos. No he podido recordar ninguno... pero sí sé que eran versos, versos brotados instintivamente. Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fue en mi orgánico, natural, nacido. Acontecía que se usaba entonces —y creo que persiste— la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros, “epitafios”, en que los deudos lamentaban los fallecimientos, en verso por lo general. Los que sabían mi rítmico don, llegaban a encargarme pusiese su duelo en estrofas.

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A todo esto, el recuerdo de mi madre había desaparecido. Mi madre era aquella señora que me había acogido. Mi “padre” había muerto, el coronel Ramírez. A tal sazón llegó a vivir con nosotros y a criarse junto conmigo, una lejana prima, rubia, bastante bella, de quien he hablado en mi cuento “Palomas blancas y garzas morenas”.2 Ella fue quien despertara en mí los primeros deseos sensuales. Por cierto que, muchos años después, madre y posiblemente abuela, me hizo cargos: “¿Por qué has dado a entender que llegamos a cosas de amor, si eso no es verdad?”. —“¡Ay!, le contesté, ¡es cierto! Eso no es verdad, ¡y lo siento! ¿No hubiera sido mejor que fuera verdad y que ambos nos hubiéramos encontrado en el mejor de los despertamientos, en la más ardiente de las adolescencias y en las primaveras del más encendido de los trópicos?...” 2 Este relato forma parte de Azul… desde la primera edición de la obra, publicada el 30 de julio de 1888 por Imprenta y Litografía Excélsior de Valparaíso, con prólogo de Eduardo de la Barra.

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DA R Í O P O R DA R Í O

Mi familia se componía entonces de mi tía doña Rita Darío de Alvarado, a quien su hermano Manuel García, esto es Manuel Darío, único que tenía en tal ocasión dinero, había hecho donación de sus bienes ¡ah, malhaya! para que se casase con el cónsul de Costa Rica; mi tía Josefa, vivaz, parlera, muy amante de la crinolina, medio tocada, quien una vez —el día de la muerte de su madre— apareció calzada con zapatos rojos, y a las observaciones y reproches que se le hicieron, contestó que “Las perdices y las palomitas de Castilla...” ¡Cuando digo que era medio tocada! Mi tía Sara, casada con un norteamericano, muy hermosa, y cuya hija mayor ¡Oh Eros! un día, por sorpresa, en un aposento a donde yo entrara descuidado, me dio la ilusión de una Anadiómena... Y “mi tío Manuel”. Porque don Manuel Darío figuraba como mi tío. Y mi verdadero padre, para mí, y tal como se me había enseñado, era el otro, el que me había criado desde los primeros años, el que había muerto, el coronel Ramírez. No sé por qué, siempre tuve un desapego, una vaga inquietud separadora, con mi “tío Manuel”. La voz de la sangre... ¡qué plácida patraña romántica! La paternidad única es la costumbre del cariño y del cuidado. El que sufre, lucha y se desvela por un niño, aunque no lo haya engendrado, ése es su padre. Mi tía Rita era la adinerada de la familia. Mi padre, que, como he dicho, pasaba como mi tío, vivía en casa de su hermana, la cual era propietaria de haciendas de ganado y de ingenios de caña de azúcar. La vida de mi tía Rita me ha dejado un recuerdo verdaderamente singular e imborrable. Esta señora, que era muy religiosa, casada con don Pedro Alvarado, cónsul de Costa Rica, tenía, como los antiguos reyes, dos bufones, enanos, arrugados, feos, velazquescos, hombre y mujer. Él se llamaba el capitán Vilches, y la mujer era su madre; pero eran iguales completamente, en tamaño, en fealdad, y me inspiraban miedo e inquietud. Hacían retratos de cera, monicacos deformes, y el “capitán”, que decía ser también sacerdote, pronunciaba sermones que hacían reír, pero que yo oía con gran malestar, como si fuesen cosas de brujos. Los domingos se daban bailes de niños, y aunque mi primo Pedro, señor de la casa, era el más rico y un excelente pianista en tan corta edad, ya, con mi pobreza y todo, solía ganarme las mejores sonrisas de las muchachas, por el asunto de los versos. ¡Fidelina, Rafaela, Julia, Mercedes, Narcisa, María, Victoria, Gertrudis! recuerdos, recuerdos suaves. A veces los tíos disponían viajes al campo, a la hacienda. Íbamos en pesadas carretas, tiradas por bueyes, cubiertas con toldo de cuero crudo. En el viaje se cantaban canciones. Y en amontonamiento inocente, íbamos a bañarnos al río de la hacienda, que estaba a poca distancia, todos, muchachos y muchachas, cubiertos con toscos camisones. Otras veces eran los viajes a la orilla del mar, en la costa de Poneloya, en donde estaba la fabulosa peña del Tigre. Íbamos en  las mismas carretas de ruedas rechinantes, los hombres mayores a caballo; y al pasar un río, en pleno bosque, se hacía alto, se encendía fuego, se sacaban los pollos asados, los huevos duros, el aguardiente de caña y la bebida nacional, llamada “tiste”, hecha de cacao y maíz; y se batía en jícaras con molinillo de madera. Los hombres se alegraban, cantaban al son de la guitarra y disparaban los tiros al aire y daban los gritos usuales, estentóreos y alternativos, muy diferentes del chivateo araucano. Se llegaba al punto terminal y se vivía por algunos días bajo enramadas hechas con hojas, juncos y cañas verdes, para resguardarse del tórrido sol. Iban las mujeres por un lado, los hombres por el otro, a bañarse en el mar, y era corriente el encontrar de súbito, por un recodo, el espectáculo de cien Venus Anadiómenas en las ondas. Las familias se juntaban por las noches y se pasaba el tiempo bajo aquellos cielos profundos, llenos de estrellas prodigiosas, jugando juegos de prendas, corriendo tras los cangrejos, o persiguiendo a las grandes tortugas llamadas “paslamas”, cuyos huevos se sacan cavando en los nidos que dejan en la arena. Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba, solitario, con mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces, a mirar cosas, en el cielo, en el mar. Una vez vi una escena horrible, que me quedó grabada en la memoria. Cerca de una yunta de bueyes, a orillas de un pantano, dos carreteros que se peleaban, echaron mano al machete, pesado y filoso, arma que sirve para partir la caña de azúcar y comenzaron a esgrimirlo; y de pronto vi algo que saltó

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por el aire. Eran, juntos, el machete y la mano de uno de ellos. Por las tardes y las noches paseaban, a caballo o a pie vociferando, hombres borrachos. Los soldados, descalzos y vestidos de azul, se los llevaban presos. Cuando la luna iba menguando, retornaban las familias a la ciudad.

XI Vivía yo en casa del licenciado Modesto Barrios, y este licenciado gentil me llevaba a visitas y tertulias. Una noche oí cantar a una niña. Era una adolescente de ojos verdes, de cabello castaño, de tez levemente acanelada, con esa suave palidez que tienen las mujeres de Oriente y de los trópicos. Un cuerpo flexible y delicadamente voluptuoso, que traía al andar ilusiones de canéfora. Era alegre, risueña, llena de frescura y deliciosamente parlera, y cantaba con una voz encantadora. Me enamoré desde luego; fue “el rayo” como dicen los franceses. Nos amamos. Jamás escribiera tantos versos de amor como entonces. Versos unos que no recuerdo y otros que aparecieron en periódicos y que se encuentran en algunos de mis libros. Todo aquel que haya amado en su aurora sabe de esas íntimas delicias que no pueden decirse completamente con palabras, aunque sea Hugo el que las diga. Esas exquisitas cosas de los amores primeros que nos perfuman la vida, dulce, inefable y misteriosamente. Iba a comer algunas veces en la casa de esta niña, en compañía de escritores y hombres públicos. En la comida se hablaba de letras, de arte, de impresiones varias; pero, naturalmente, yo me pasaba las horas mirando los ojos de la exquisita muchacha, que era mi verdadera musa en esos días dichosos. Una fatal timidez, que todavía me dura, hizo que yo no fuese al comienzo completamente explícito con ella, en mis deseos, en mi modo de ser, en mis expresiones. Pasaban deliciosas escenas de una castidad casi legendaria, en que un roce de mano era la mayor de las conquistas. Pero para el que haya experimentado tales cosas, todo ello es hechicero, justo, precioso. Nos poníamos, por ejemplo, a mirar una estrella, por la tarde, una grande estrella de oro en unos crepúsculos azules o sonrosados, cerca del lago y nuestro silencio estaba lleno de maravillas y de inocencia. El beso llegó a su tiempo y luego llegaron a su tiempo los besos. ¡Cuán divino y criollo Cantar de los cantares! Allí comprendí por primera vez en su profundidad: Mel et lac sub lingua tua.3 Hay que saber lo que son aquellas tardes de las amorosas tierras cálidas. Están llenas como de una dulce angustia. Se diría a veces que no hay aire. Las flores y los árboles se estilizan en la inmovilidad. La pereza y  la sensualidad se unen en la vaguedad de los deseos. Suena el lejano arrullo de una paloma. Una mariposa azul va por el jardín. Los viejos duermen en la hamaca. Entonces, en la hora tibia, dos manos se juntan, dos cabezas se van acercando, se hablan con voz queda, se compenetran mutuas voliciones; no se quiere pensar, no se quiere saber si se existe, y una voluptuosidad miliunanochesca perfuma de esencias tropicales el triunfo de la atracción y del instinto. Aconteció que un amigo mío estaba moribundo, y como es por allí costumbre, las familias amigas iban a velar al enfermo. Iba así la joven que yo amaba, y alguien me insinuó que ella había tenido amores con el doliente. No recuerdo haber sentido nunca celos tan purpúreos y trágicos, delante del hombre pálido que estaba yéndose de la vida y a quien mi amada daba a veces las medicinas. Juro que nunca, durante toda mi existencia, a no ser en instantes de violencia o provocada ira, he deseado mal o daño a nadie; pero en aquellos momentos se diría que casi ponía oídos deseosos, para escuchar si sonaba cerca de la cabecera el ruido de la hoz de la muerte. Esto lo he dicho concentradamente en unos cortos versos de mi hoy raro libro publicado en Chile, Abrojos.4 Amor sensual, amor de tierra caliente, amor de primera juventud, amor de poeta y de hiperestésico, de imaginativo. Pero es el caso que había en él una estupenda castidad de actos. Todo se iba en ver las garzas del lago, los pájaros de las islas, las nocturnas constelaciones, y en medias palabras y en profundas miradas y en deseos contenidos y en esa profusión de cosas iniciales que constituyen el silabario que todos sabéis deletrear. 3 Favus distillans labia tua sponsa mel et lac sub lingua tua: “Tus labios destilan néctar, miel y leche bajo tu lengua” [Biblia Vulgata, Cantar de los cantares del rey Salomón, 4:11]. 4 Abrojos es un poemario cuya primera edición fue publicada por la Imprenta Cervantes de Santiago de Chile en 1887.

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Un día dije a mis amigos: —“Me caso”. La carcajada fue homérica. Tenía apenas catorce años cumplidos. Como mis buenos queredores viesen una resolución definitiva en mi voluntad, me juntaron unos cuantos pesos, me arreglaron un baúl y me condujeron al puerto de Corinto, donde estaba anclado un vapor que me llevó en seguida a la república de El Salvador.

X XIV En Madrid me hospedé en el hotel de Las Cuatro Naciones, situado en la calle del Arenal y hoy transformado. Como supiese mi calidad de hombre de letras, el mozo Manuel me propuso: —“Señorito, ¿quiere usted conocer el cuarto de don Marcelino? Él está ahora en Santander y yo se lo puedo mostrar”. Se trataba de don Marcelino Menéndez y Pelayo, y yo acepté gustosísimo. Era un cuarto como todos los cuartos de hotel, pero lleno de tal manera de libros y de papeles, que no se comprende cómo allí se podía caminar. Las sábanas estaban manchadas de tinta. Los libros eran de diferentes formatos. Los papeles de grandes pliegos estaban llenos de cosas sabias, de cosas sabias de don Marcelino. —“Cuando está don Marcelino no recibe a nadie”, me dijo Manuel. El caso es que la buena suerte quiso que cuando retornó de Santander el ilustre humanista yo entrara a su cuarto, por lo menos algunos minutos todas las mañanas. Y allí se inició nuestra larga y cordial amistad.

X X XII Yo soñaba con París desde niño, al punto de que cuando hacía mis oraciones rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad del Arte, de la Belleza y de la Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el reino del Ensueño. E iba yo a conocer París, a realizar la mayor ansia de mi vida. Y cuando en la estación de Saint Lazare pisé tierra parisiense creí hallar suelo sagrado. Me hospedé en un hotel español, que por cierto ya no existe. Se hallaba situado cerca de la Bolsa, y se llamaba pomposamente Grand Hotel de la Bourse et des Ambassadeurs... Yo deposité en la caja, desde mi llegada, unos cuantos largos y prometedores rollos de brillantes y áureas águilas americanas de a veinte dólares. Desde el día siguiente tenía carruaje a todas horas en la puerta, y comencé mi conquista de París... Apenas hablaba una que otra palabra de francés. Fui a buscar a Enrique Gómez Carrillo, que trabajaba entonces empleado en la casa del librero Garnier. Carrillo, muy contento de mi llegada, apenas pudo acompañarme; por sus ocupaciones; pero me presentó a un español que tenía el tipo de un gallardo mozo, al mismo tiempo que muy marcada semejanza de rostro con Alfonso Daudet. Llevaba en París la vida del país de Bohemia, y tenía por querida a una verdadera marquesa de España. Era escritor de gran talento y vivía siempre en su sueño. Como yo, usaba y abusaba de los alcoholes; y fue mi iniciador en las correrías nocturnas del Barrio Latino. Era mi pobre amigo, muerto no hace mucho tiempo, Alejandro Sawa. Algunas veces me acompañaba también Carrillo, y con uno y otro conocí a poetas y escritores de París, a quienes había amado desde lejos. Uno de mis grandes deseos era poder hablar con Verlaine. Cierta noche, en el café D’Harcourt, encontramos al Fauno, rodeado de equívocos acólitos. Estaba igual al simulacro en que ha perpetuado su  figura el arte maravilloso de Carriére. Se conocía que había bebido harto. Respondía de cuando en cuando a las preguntas que le hacían sus acompañantes, golpeando intermitentemente el mármol de la mesa. Nos acercamos con Sawa, me presentó: “Poeta americano, admirador, etc.”. Yo murmuré en mal francés toda la devoción que me fue posible, concluí con la palabra gloria... Quién sabe qué habría pasado esta tarde al desventurado maestro; el caso es que, volviéndose a mí, y sin cesar de golpear la mesa, me dijo en voz baja y pectoral: “¡La gloire!... ¡La gloire!... ¡M... M... encore!...” Creí prudente retirarme, y esperar verle de nuevo una ocasión más propicia. Esto no lo pude lograr nunca, porque las noches que volví a encontrarle, se hallaba más o menos en el mismo estado; y aquello, en verdad, era triste, doloroso, grotesco y trágico. Pobre “¡Pauvre Lelian! ¡Priez potir le pauvre Gaspard!...”W

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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

U N S I GLO S I N DA R Í O

La observación aguda, la gracia en el decir y el sentido de justicia de Rubén Darío están presentes en esta crónica sobre la vida de los hispanoamericanos en París, publicada en Viajes de un cosmopolita extremo ( FCE, Argentina, 2013). Con finura pero sin concesiones expone la frivolidad y el vacío de los visitantes de nuestras repúblicas y los estereotipos denigrantes de los parisinos sobre ellos, sin ignorar las excepciones nobles y virtuosas en el estudio, el trabajo y la fe.

C R Ó NI C A

Los hispanoamericanos Notas y anécdotas RUBÉN DARÍO

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arís, 27 de junio de 1900.

or los bulevares, en los teatros, en la Exposición sobre todo, se oye a cada paso hablar en castellano. Suenan todos los acentos, desde los marcados en el ceceo andaluz hasta las tonadas pintorescas de las Américas Latinas. Las repúblicas calientes hacen notar su presencia: “¡Adiós, general!”, “¡Adiós, doctor!” Los especiales bigotes en croc [retorcidos] y las forzadas elegancias indumentarias demuestran la invasión de un tipo que tiene su nombre especial y es harto sonoro en la jerga parisiense. Naturalmente hay de todo. La América Latina, para el ciudadano de París, tiene muy pocos señalados contornos en su precaria geografía bulevardera. Chile aún es visto por algunos “eruditos” a través de la admiración de Voltaire por Ercilla; el peruano más reciente es el Daudet en Tartaria; el “general boliviano” no dejará de aparecer en las tablas con los más inverosímiles uniformes; brésilien ya se sabe lo que significa; el ministro de Honduras fue explotado por Dumas, por Sardou, por los vaudevillistas: sabía tanto Victor Hugo que pudo hacer estos versos sobre uno de los personajes:

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… Il alla Depuis Ménilmontant jusqu’au Guatemala. [… Él fue Desde Ménilmontant hasta Guatemala.]

Caran D’Ache acaba de presentar una serie de tipos nacionales a propósito de sus monedas respectivas; y es de ver cómo se asemejan el sol peruano, el peso argentino, el oriental, el mejicano, etc., a los tipos levantinos, egipcios, griegos. Son los rasgos comunes al señalado rasta1 internacional. No se ve, pues, a  nuestros países sino por ese lado poco agradable. Etnográficamente, todo se confunde en la lejanía de vagas Venezuelas y poco probables Nicaraguas, a pesar de que la erudición de Hugo hiciese quedar para 1A fi nes del siglo xix se popularizó el término rastaquouère. Se lo usaba despectivamente en Francia y el resto de Europa para referirse a los hispanoamericanos que se habían enriquecido súbitamente con la explotación de algún producto (guano, trigo, cobre, ganado) y que salían a exhibir ostentosamente sus fortunas en las capitales europeas, especialmente en París. Las élites europeas lo usaban para marcar diferencias con los ricos empresarios y comerciantes latinoamericanos, a quienes consideraban advenedizos, arribistas, sin cultura, groseros, cultivadores del mal gusto y la falta de refi namiento. La amplia difusión del término indica de qué modo molestaba la aparición de nuevas clases y nuevas costumbres. En francés o español, Darío lo usa en varias de sus formas: rastacuero, rasta, rastacuerismo. [N. de la E.]

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la inmortalidad “Las razones del Momotombo”. Coan poeta en sus convernocidos son los dislates del gran b ttodo d con d ñ saciones con latinoamericanos y sobre doña Juana Manso, lo cual no obstó para que enviase una estupenda carta a los radicales de Colombia cuando la fabulosa constitución de Río Negro. Creo que solamente la eufonía hizo escribir a Verlaine este verso de uno de sus sonetos: Notre Dame de Santa Fe de Bogotá.

Tanto sabe Tolstói de Porfirio Díaz, a quien ha colocado creo que entre César y Alejandro, como Rodin de Sarmiento, a quien ha esculpido con su excepcional audacia. Ciertos políticos y personajes oficiales nuestros, retratados y biografiados por un Meulman cualquiera en su periodiquito de negocio, no saben que su fama rápida irá tan sólo de San Marino a Montenegro o al Paraguay. He dicho alguna vez que, hablando con un señor muy culto, averigüé que para él Bolívar era un sombrero y San Martín, un santo. Por otra parte, es una injusticia hasta cierto punto el achacar a los americanos de lengua española la mayor parte en lo que se ha llamado “rastacuerismo”. Innumerables valacos y griegos, muchísimoss italianos, españoles y gentes de Oriente han dado y dan notas sonoras en tal campo. Quienes nos han he--

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U N S I GLO S I N DA RÍ RÍO

LOS HISPANOAMERICANOS. NOTAS Y ANÉCDOTAS

cho más daño han sido los presidentes en exil; los varios sujetos de distintas repúblicas que después de ordeñar las respectivas vacas lecheras de sus Estados, han venido a París a tirar zurdamente sus milloncejos; y los varios aztecas, chorotegas, quinches y coyas que hacen el marqués y el príncipe, a la sombra misma del armorial de Dozier. Hay altas familias hispanoamericanas que figuran entre la más elevada aristocracia francesa, sobre todo cubanas y mexicanas. Estas últimas, de las ennoblecidas por el emperador de la barba de oro, cuyos jefes tuvieron acción en la obra del fracasado imperio. Hay fiestas de cubanos como los señores Terry, a las cuales concurre la más fina flor de la aristocracia francesa, de Rohan abajo. En este terreno puramente social hay nombres chilenos grandemente considerados, como los de Blest Gana y Subercaseaux y bastantes argentinos, que están señalados por el buen criterio de Buenos Aires. Aparte de todo esto, la vida esencialmente diplomática, que no tiene nada que ver con lo puramente mundano y de prestigio personal. El Perú ha tenido aquí graciosa representación, desde hace mucho tiempo, con sus encantadoras mujeres. En el segundo imperio tuvieron algunos nombres resonancia. Una de las esposas de Arsenio Houssaye era limeña. Por cierto que el general Echenique me ha referido un incidente respecto a tal matrimonio, en que el caballero francés no aparece como un perfecto modelo de galantería. La vida de los hispanoamericanos en París ha tenido sus cronistas y hasta sus novelistas. Si no recuerdo mal, hay un libro de un escritor de Centroamérica, el señor Guzmán, que trata de tal tópico, y otro del colombiano Ángel Cuervo, hermano del filólogo. Pero lo mejor que se ha escrito a este respecto es, sin duda alguna, la novela de Alberto del Solar, Rastaquouère. Es un libro de observación y de conciencia. El autor me ha manifestado más de una vez que sus tipos han sido copiados de la realidad, y que más de un episodio de su obra ha pasado ante su propia vista. Es la historia continua e inacabable de la familia americana que deja su terruño, sus costumbres, su rústica riqueza para venir a este mundo de deslumbramientos y de locuras brillantes, a perder el dinero del modo más lamentable, el honor algunas veces, la vida de cuando en cuando. Es la señorita explotada por nobles arruinados, sin rentas ni vergüenza; la vanidad bufa de quienes llegan con el propósito de formar parte del tout Paris; la tiranía de la moda, las redes del vicio risueño, y, como inevitable desenlace, la quiebra, el desplumamiento, el crac, la miseria. Ciertamente, de algunos años a esta parte ha cambiado mucho el tipo del rasta. Los periódicos, los folletines, los dibujos, los libros dedicados a caricaturar la especie se multiplicaron, y esto hizo apagar un tanto las detonaciones llamativas, las exhibiciones carandachescas. Llegan familias serias, ricas de veras, acostumbradas a una existencia noble y fastuosamente mundana, y ya en sus hoteles particulares, o en sus departamentos del Rily, del Elysée Palace Hotel y otros semejantes, saben llevar una vida de opulencia y de distinción, que no se confunde con la parada presuntuosa de los varios Talagantes, como el que retratara Del Solar. El concepto universal que se tiene de París está reconocido que es el de un formidable casino, el de un colosal establecimiento de diversiones y de placeres, la rôtisserie de las naciones y el harén del rey Todo-el-Mundo. El París que cree, que espera, que trabaja y estudia, que ora, ese de que acaba de hablar con tanta cordura y dignidad el señor d’Haussonville, no se toma en cuenta por la generalidad que viene aquí con el único objeto de divertirse. No hay duda de que corre por el ambiente bulevardero un soplo de lujuria perenne y que todo convida al amor y a la alegría; pero hay mundos aparte que son Eldorados para el artista, para el estudioso y para el piadoso. Sin embargo, la influencia del medio, del aire de oro perfumado, del aliento de las invisibles rosas de este peligroso paraíso, se nota a la continua. Jóvenes que en Buenos Aires son modelo de seriedad y de religiosidad, en cuanto llegan aquí se coronan de flores y se levantan a las dos de la tarde. Viejos graves, padres conscriptos, severos funcionarios se embarcan en la barca de Watteau en viaje a Citeres. ¿Quién se asombra de eso? ¿No son sabidas las incursiones periódicas del simpático rey Leopoldo por causa de las gracias tangibles de mademoiselle de Mérode, que Falguière consagrara en mármol? Así, las blancas manos están hechas a dejar sin una sola pluma todos los palomares internacionales,

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y más de un gallo criollo ha tenido que volver a América a rehacer su fortuna. La galantería costosa, las señoritas de chez Maxim’s, exigen presupuestos imperiales y reales. El joven chic, el joven bien, necesita diariamente, si quiere estar en buen pie, una buena compañía de billetes azules, que tomarán el vuelo a los compases de la Valse bleue… Para esto hay que competir y luchar con los lores ingleses, los príncipes rusos, los millonarios yanquis, y por muy fuertes que sean nuestras fortunas, a pesos papel, apenas se podrán percibir aquí en esas justas con accionistas de la Chartered y reyes de algodón auténticos maradjkaes y legítimos mandarines. Cuando el sport se mezcla en el asunto, la gravedad se multiplica. Para figurar entre los primeros sportsmen de París, echad números… Suele acontecer también, y es más frecuente de lo que se pudiera creer, que los incautos extranjeros, y particularmente los hispanoamericanos, son despellejados de otra suerte. Por tener de amigo íntimo un conde —“¡oh, mi querido conde!”— o un marqués —“¡oh, mi querido marqués!”— suelen caer en las trampas más absurdas. ¡Hay un noble de éstos, que circula entre la colonia de Hispanoamérica, y que no hace mucho tiempo estuvo preso por ofensas a la moral!… Su nombre con todas las letras apareció en

La vida intelectual es difícil y áspera. Nuestros jóvenes de letras que sueñan con París deben saber que la vorágine es inmensa. Se nos conoce apenas. La literatura nueva de América ha llamado algo la atención en algunos círculos, como el del Mercure de France, pero como nadie sabe castellano, salvo rarísimas excepciones, nos ignoran de la manera más absoluta. los diarios. Se le hicieron algunas reconvenciones y preguntas en los círculos que frecuenta, se dieron tales o cuales explicaciones, y continúa tan campante y fresco. Otro noble, de apellido algo italiano, acostumbra atraer a su elegantísimo departamento a caballeros criollos que juzga exprimibles, y acontece que les deja casi siempre sin jugo. Leed lo que dice un reciente periódico muy informado en esta clase de asuntos. “¿Conocéis el Silvio y Besco? Es un juego muy en boga en el Peloponeso, y que consiste en una minúscula ruleta, que el banquero tiene en la mano, y cuya aguja haciendo oficio de bola es movida por un resorte. ”En una avenida próxima a la Estrella el conde de X… reunía estos últimos días, en su lindo entresuelo, la crema de la colonia argentina, incluso el hijo de un ex presidente de esa república. ”Se jugó al Silvio y Besco. La partida fue interesante, las apuestas, soberbias, tanto que el hijo del ex presidente de la República Argentina perdía 300.000 francos. ”El joven hidalgo pagó su deuda de honor, pero como hombre de esprit, exigió del conde X… que le regalara la famosa ruleta, como recuerdo de tan memorable déveine [mala racha]: el bonito instrumento estaba cargado…” Como aquí todas las cosas suelen exagerarse y tomar caracteres novelescos, suprimamos que sea el héroe un hijo de ex presidente argentino, y reduzca-

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mos la cantidad de una suma no tan fuerte. El hecho debe ser conocido y meditado por los jóvenes bien que deseen venir a gastar su oro y gozar de los cuatro vientos de París. Nuestros jóvenes “alegres” que se divierten cotidianamente tienen sus puntos señalados. Allá en el bosque, los clásicos Armenonville, la Cascada, etc. Aquí, en el centro de París, y por la noche, el impagable Maxim’s, el Americano, el Café de París. Allí concurren todas esas damas del batallón de Citeres, bellas, adorables, la mayor parte estúpidas, con las manos hechas un escaparate de joyería, provocantes, soberbias, o macabras. Allí se charla, se cena atrozmente caro, se goza, se renueva la antigua vida pagana y la eterna figura goyesca de la hembra y el muñeco. Allí van insultantes de gracia mala y de riqueza enferma las varias cortesanas de apellido español, las varias yanquis, las muchas de nombres heráldicos en el armorial del placer parisiense, y que figuran en las crónicas del Gil Blas, y reinan en todas las fiestas de la capital en celo.

Mas no solamente los hispanoamericanos tienen representación en los lugares de placer, en las casas de los modistos y los elegantes cotillones. Hay familias religiosas que oran, y ejemplos de piedad que turban. De ese modo ha hecho de su existencia un extraño poema la dulce e ilustre damita de Buenos Aires que no hace mucho tiempo, entre la gloria babilónica de la Feria que clama los triunfos y goces del siglo, entre los palacios de todas las naciones, los colores de todas las banderas y los cantos y danzas de todas las razas, fue una mañana fría, en un barco del Sena, a tocar a la puerta de un convento, u ofrecer a Dios sus cabellos y su belleza joven, y su vida. ¿No creéis ver en esto evocado uno de esos casos de la vieja vida cristiana, entre las victorias de Roma, que pueden hallarse en Evagrio del Ponto o en Fra Domenico Cavalca? Buen número de familias hispanoamericanas iba también el otro día, en una peregrinación internacional en que el estandarte de García Moreno fue saludado con harto entusiasmo por un bravo sacerdote. Y entre tanto, en su estudio ginecológico trabaja la doctora argentina; en el salón figura el pintor argentino; el médico argentino está allá, con el sabio de París, aprendiendo, orando con las manos, con el cerebro, con la cuchilla. Se va a la misa de la ciencia y al sermón del arte. Hallan su refugio los estudiosos y los estudiantes. Se cumple con el deber de la labor y del entusiasmo. Hay quienes buscan el diamante de verdad y de bien que hay en el fondo de la copa de rosas de París. Y después de la tarea, después de haber quedado bien consigo mismo, sabe mejor el beso de Suzette o de Suzzon. La vida intelectual es difícil y áspera. Nuestros jóvenes de letras que sueñan con París deben saber que la vorágine es inmensa. Se nos conoce apenas. La literatura nueva de América ha llamado algo la atención en algunos círculos, como el del Mercure de France, pero como nadie sabe castellano, salvo rarísimas excepciones, nos ignoran de la manera más absoluta. Los nombres hechos, las famas adquiridas se respetan, y las personalidades son acogidas con deferencia. Pero no se hace diferencia entre el poeta de Finlandia y el de la Argentina, el de Japón o el de Méjico. Fuera de estudiosos admirables, como Rémy de Gourmont, que observa la evolución de nuestra lengua y la producción mental nuestra, no se ocupa nadie en tales tópicos, como no sea Finot, en la Revue de Revues, ¡que encarga estudios como el de La novela en la América Central…! Verlaine hacía creer que conocía el español, y no sabía sino decir: “No hay mal que por bien no venga” y “A batallas de amor, campos de pluma”. Moréas, de quien se anunció una traducción de Calderón, no entiende nada: y lo único que sabe es lo que me dice cada vez que me saluda: “¡Don Diego Hurtado de Mendoza!” Y se queda tan fresco. Así, pues, sonreíd cada vez que leáis en El iris decadente o en La estrella tropical: “El eminente poeta hispanoamericano don Fulano de Tal, tan conocido no solamente en América y España, sino también en París…, etc.” Y ¿España? España no tiene mejor suerte que nosotros. Aquí, de España, ¡olé! Y se acabó.W

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Fotografía: © J AV I E R N A R VÁ E Z

PREMIO FIL DE LITERATURA EN LENGUAS ROMANCES

Vila-Matas nació con el rock and roll, cuyos primeros sonidos fueron un anticipo del porvenir, aunque entonces era demasiado pronto para saberlo. En este texto, leído al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances en noviembre de 2015, el autor de Historia abreviada de la literatura portátil se pregunta desenfadado por el futuro de la novela y esboza cómo ha ido renovándose el género, en parte gracias a su propia contribución.

DISCURSO

El futuro ENRIQUE VILA-MATAS

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PREMIO FIL DE LITERATURA EN LENGUAS ROMANCES

EL FU TU R O

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e venido a hablarles del futuro. Supongo que del futuro de la novela, aunque quizá sólo del futuro de este discurso. Voy a contarles cómo durante años imaginé que se presentaba el futuro. Sitúense en 1948, el año en que nací, en la tarde de agosto en la que un disco extraño y casi silencioso comenzó a sonar en las emisoras de música de Maryland, y pronto se fue extendiendo por la Costa Este, dejando una estela de perplejidad en sus casuales oyentes. ¿Qué era aquello? No se había oído nunca nada igual y, por tanto, aún no tenía nombre, pero era —ahora lo sabemos— la primera canción de rock and roll de la historia. Quienes la oían entraban de golpe en el futuro. La música de aquel disco parecía provenir del éter y flotar literalmente sobre las ondas del aire de Maryland. Aquello, señoras y señores, era el rock and roll llegando con la reposada lentitud de lo verdaderamente imprevisto. La canción se titulaba Demasiado pronto para saberlo, y era la primera grabación de The Orioles, cinco músicos de Baltimore. Sonaba rara, nada extraño si tenemos en cuenta que era el primer signo de que algo estaba cambiando. ¿Qué pudo pensar la primera persona que, oyendo radio Maryland aquella mañana, comprendió que empezaba una nueva era? “Es demasiado pronto”, decía la canción, “muy pronto para saberlo”, susurraba titubeante Sonny Til, el cantante. He venido a hablarles del futuro, que para mí durante años ha sido algo que llegaba como llegó el rock el año en que nací, con aquella reposada lentitud de lo verdaderamente imprevisto. He venido a hablarles del futuro. Y está claro que, como me autoimpongo el tema yo mismo, busco complicarme la vida. Nada que me sorprenda demasiado. Así he venido trabajando estos años, trabajando en libros difíciles que llevaba lo más lejos posible, hasta sus límites; libros que, al publicarlos, se convertían en callejones sin salida porque no se veía qué podía hacer ya después de ellos. Pero yo esto lo hacía de un modo consciente, porque era a ese punto al que yo quería llegar. Cada libro que escribía parecía llevarme a dejar de escribir. Lo publicaba y me instalaba en un estado de callejón sin salida, y los amigos volvían a hacerme la pregunta habitual: “Y después de esto, ¿qué vas a hacer?” Y yo pensaba que todo había terminado. Me costaba salir de ese callejón. Pero por suerte, siempre a última hora, me acordaba de que la inteligencia es el arte de saber encontrar un pequeño hueco por donde escapar de la situación que nos tiene atrapados. Y yo siempre tenía la suerte de acabar encontrando el hueco mínimo y me escapaba, y entraba en un nuevo libro. Los callejones sin salida han sido el motor central de mi obra. Por eso no me extraña que ahora quiera complicarme la vida y hablarles del futuro. Pero no pasa nada. De hecho, estoy acostumbrado a relacionarme con él, con el futuro. ¿O no estoy especializado en narrar previamente los viajes que realizo? Acostumbro a adelantarme a lo que pueda pasar y lo cuento en artículos de prensa. Después viajo al lugar y vivo allí lo escrito. Como tengo esa costumbre de narrar los viajes antes de hacerlos, he escrito previamente este discurso antes de salir de Barcelona rumbo a Guadalajara. Bueno, sé que es obvio que lo he escrito antes, pues de lo contrario no estaría leyéndolo ahora. La ventaja de esto es que conozco cómo acaba, lo que demuestra que, en contra de lo que se cree, el futuro no es a veces tan indescifrable. Si me impuse hablarles del futuro fue sobre todo porque este premio, antiguo premio Rulfo, distingue la obra de autores “con un aporte significativo a la literatura de nuestros días” y yo quería que se supiera que quizá me ajusto a esta premisa porque desde siempre he escrito en la necesidad de encontrar escrituras que nos interroguen desde la estricta contemporaneidad, en la necesidad de encontrar estructuras que no se limiten a reproducir modelos que ya estaban obsoletos hace cien años. Es tal mi costumbre de buscar nuevas escrituras que voy a decirles ahora no cómo escribo, sino cómo me gustaría escribir. Y recurro para ello a Robert Walser, aquel escritor suizo al que Christopher Domínguez Michael llamó en cierta ocasión “mi héroe moral”. Parece que Walser se vio realmente libera-

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do de sí mismo el día en que hizo un viaje nocturno en globo, desde Bitterfeld hasta una playa del Báltico. Un viaje sobre una Alemania dormida en la oscuridad. “Subieron a la barquilla, a la extraña casa, tres personas y soltaron las cuerdas de sujeción, y el globo voló lentamente hacia lo alto”, escribió Walser, el paseante por excelencia, un caminante que en realidad había nacido para ese recorrido silencioso por el aire, pues siempre, en todos sus trabajos en prosa, quiso alzarse sobre la pesada vida terrestre, desaparecer suavemente y sin ruido hacia un reino más libre. Me gustaría escribir alzándome sobre la pesada vida terrestre. Pero en caso de lograrlo, ¿coincidirían mis itinerarios con los trayectos nocturnos que sospecho que seguirá la novela en el futuro? A principios de este siglo, aún habría dicho que sí, que algunos recorridos coincidirían. Quizás entonces aún era optimista, porque me sentía aliado con estas líneas de Borges: “¿Qué soñará el indescifrable futuro? Soñará que Alonso Quijano puede ser don Quijote sin dejar su aldea y sus libros”. Pensaba que en las novelas por venir no sería necesario dejar la aldea y salir al campo abierto porque la acción se difuminaría en favor del pensamiento. Con una confianza ingenua en la evolución de la exigencia de los lectores del nuevo siglo, creía que en el indescifrable futuro la novela de formato decimonónico —que se había cobrado ya sus mejores piezas— iría cediendo su lugar a los ensayos narrativos, o a las narraciones ensayísticas, y quizás incluso cedería el paso a una prosa brumosa y compacta estilo Sebald (es decir, muy en el modo en que Nietzsche hacía de la vida, literatura), o estilo Sergio Pitol, el de El mago de Viena, con ese tipo de prosa compacta en la que el autor disolvía las fronteras entre los géneros, haciendo que desaparecieran los índices, y los textos consistieran en fragmentos unidos por una estructura de unidad perfecta; una prosa a cuerpo descubierto, la prosa del nuevo siglo. Pensaba que en ese siglo se cedería el paso a un tipo de novela ya felizmente instalada en la frontera; una novela en la que sin problemas se mezclarían lo autobiográfico con el ensayo, con el libro de viajes, con el diario, con la ficción pura, con la realidad traída al texto como tal. Pensaba que iríamos hacia una literatura acorde con el espíritu del tiempo, una literatura mixta, donde los límites se confundirían y la realidad podría bailar en la frontera con la ficción, y el ritmo borraría esa frontera. Le preguntaron a Roberto Bolaño en 2001 en una entrevista en Chile qué novelas serían las que veríamos en el futuro. Y Bolaño respondió literalmente que una novela que sólo se sostiene por el argumento —con un formato más o menos archiconocido, pero no archiconocido en este siglo, sino ya en el xix— es un tipo de novela que se acabó. “Se va a seguir haciendo y, además, va a seguir haciéndose durante muchísimo tiempo —dijo Bolaño—, pero esa novela ya está acabada, y no está acabada porque yo lo diga, está acabada desde hace muchísimos años. Después de La invención de Morel, no se puede escribir una novela así, en donde lo único que aguanta el libro es el argumento. En donde no hay estructura, no hay juego, no hay cruce de voces.” De cara a la narrativa que yo creía que estaba por venir, uno de mis puntos de orientación era el anartista Marcel Duchamp. Artista no, decía de sí mismo: anartista. En diferentes ocasiones, pensando en su legado, insinué que tal vez no sólo íbamos a dejar atrás por fin la anquilosada narrativa del pasado, sino que iríamos hacia una novela conceptual: un tipo de novela que recogería el intento de Marcel Duchamp de reconciliar arte y vida, obra y espectador. Tenía presente lo que decía Octavio Paz de esa reconciliación propuesta por Duchamp: “El arte fundido a la vida es arte socializado, no arte social ni socialista, y aún menos actividad dedicada a la producción de objetos hermosos o simplemente decorativos. Arte fundido a la vida quiere decir poema de Mallarmé o novela de Joyce: el arte más difícil. Un arte que obliga al espectador y al lector a convertirse en un artista y en un poeta”. Creía que se abriría paso ese arte difícil y que espectadores y lectores devendrían artistas y poetas. Y creía que surgirían libros donde la forma fuera el  contenido y el contenido fuera la forma. Libros de  los que alguien pudiera, por ejemplo, quejarse de que el material a veces no pareciera escrito en su lengua. Y a quien pudiéramos decirle: pero es que no está escrito después de todo, no está escrito para

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ser leído, o no sólo para ser leído; se ha creado para ser mirado y escuchado; mira, su escritura no es acerca de algo, es algo en sí mismo. Cuando el sentido es dormir, las palabras se van a dormir. Cuando el sentido es bailar, las palabras bailan. Los novelistas engendran obras discursivas porque se centran en hablar sobre las cosas, sobre un asunto, mientras que el arte auténtico no hace eso: el arte auténtico es la cosa y no algo sobre las cosas: no es arte sobre algo, es el arte en sí. Por eso me gustaban más Bouvard y Pecuchet y Finnegans Wake, las obras imperfectas que se abren paso en Flaubert y Joyce después de sus grandes obras, Madame Bovary y Ulises, respectivamente. Veía en esas obras desatadas e imperfectas caminos geniales hacia el futuro. Creía que todos devendríamos artistas y poetas, pero luego las cosas se torcieron y, entre sombras de Grey, ahora triunfa la corriente de aire, siempre tan limitada, de los novelistas con tendencia obtusa al “desfile cinematográfico de las cosas”, por no hablar de la corriente de los libros que nos jactamos groseramente de haber leído de un tirón, etcétera. A la caída de la capacidad de atención ha contribuido una industria editorial que está erradicando de la literatura todo aquello que nos quiere hacer creer que es demasiado pesado, o que va demasiado cargado de sentido, o que puede parecer intelectual. Y el panorama, desde el punto de vista literario —si es que ese punto de vista aún existe— es desolador. “¿Y por qué los escritores son, más que otra gente, presa fácil de las depresiones?”, pregunta alguien en un relato de Mario Levrero. Y alguien dice: “Se deprimen porque no pueden tolerar la idea de tener que vivir en un mundo estropeado por los imbéciles”. En un mundo en el que quienes leen son una pavorosa minoría, un escritor ya bastante hace con sobrevivir. Cada día son más inencontrables, pero quedan todavía algunos —podríamos llamarles “los escritores de antes”— que se salvan gracias a que aún saben arreglárselas para tratar de escribir lo que escribirían si escribiesen. Pero de estos cada vez hay menos. Son supervivientes de una especie en extinción; tipos complicados, gente de un coraje tan antiguo como el coraje mismo, gente zumbada; trastornada si ustedes quieren; gente esencialmente obsesiva, fascinantemente obsesiva. A un amigo escritor le preguntó una dama en un coloquio cuándo iba a dejar de escribir sobre tipos que parecen moverse por el Far West y aniquilan a escritores falsos. —Cuando me salga bien, dejaré de hacerlo —contestó. En arte cuenta mucho la insistencia desaforada, la presencia del maniático detrás de la obra. Los escritores supervivientes saben que el futuro ya no va a llegar a través de las ondas; no va a llegar, como en el año en que nací, con las alegres formas de una música distinta. Mi biografía va del nacimiento del rock and roll a los atentados de este noviembre en París. En un intenso texto de Xavier Person, que leí ayer en el avión que me trajo hasta aquí, he podido seguir los pasos de George Didi-Huberman en el momento de abrir la puerta de una habitación de hospital en París, y he entrado con él en el cuarto de Simon, un joven de 33 años gravemente herido en la columna vertebral por una bala de Kaláshnikov en el atentado de Charlie Hebdo. En ese cuarto, este superviviente, nos dice Didi-Huberman, “trabaja para vivir”. Su cuerpo lentamente se pone en movimiento y él está intentando levantarse, literalmente elevarse, para volver a ser. Desde ese cuarto de hospital francés he pensado en los emigrantes de la guerra de Siria que, después de haber arriesgado la vida, ponen pie en tierra en una isla del Mediterráneo, y luego lentamente se van alzando, se van elevando, también para sentir que vuelven a ser. Y al pensar en ellos he oído el eco de las voces de los supervivientes que nos hablan en el documento de Svetlana Alexievich sobre Chernóbil. El libro no trata tanto de la catástrofe general como del mundo después de esa catástrofe. El libro habla de cómo la gente se adapta a la nueva realidad. Esa realidad que ya ha sucedido, pero aún no se percibe del todo, pero está aquí ya, entre todos nosotros, susurra el coro trágico. Y ustedes ahora me van a perdonar, pero lo que dicen las voces de Chernóbil, el gran coro, es el futuro.W Enrique Vila-Matas es el ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2015.

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Fotografía: © G R U P O P L A N E TA

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ENSAYO

Enrique Vila-Matas: Laudatio CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ-MICHAEL

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ntre los orgullos que un crítico literario puede darse el lujo de disfrutar está el ver confirmada, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, una ya lejana apuesta entusiasta por un escritor del otro lado del Atlántico que cuando publicó Historia abreviada de la literatura portátil, en 1985, tenía 37 años contra mis 23 de aquel entonces, que cumplí, casualmente, en Barcelona, donde Enrique Vila-Matas nació en 1948. Me hospedaba no lejos de la mítica Travessera de Dalt donde él vivió tantos años. No podría ser Enrique mi padre, él, recalcitrante hijo sin hijos, a quien, sin embargo, he sorprendido, reciente e inesperadamente, llamando “mis hijas” a

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sus novelas. Hijas suyas a las que sólo faltan, tras este Premio fil de Literatura en Lenguas Romances, dos premios internacionales más para completar la página laudatoria de su biografía. Enrique tampoco podía ser, siendo sinceros, hermano mío: nos falta la familiaridad, esa atmósfera común, en su caso rancia y sepia, como la Barcelona de los tempranos años cincuenta bajo el dominio del Generalísimo y de la cual viene su pasión por los sombreros de ala ancha, visible en Impostura (1984), la novela en la que abandona su prehistoria, inaugurada con un magnífico arrebato de artista adolescente, “En un lugar solitario”, texto que hasta no ser convocado a esta sesión no había leído yo. Es una antikafkiana carta al padre en la que se anuncia la materia central de la más reciente de sus novelas, Kassel no invita a la lógica (2014): para sobrevivir, el espíritu de la vanguardia debe negarse a sí mismo,

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confundiéndose con la vida y llevando si acaso una existencia secreta, que no otra cosa fue lo que André Breton pidió a Octavio Paz en una caminata por Les Halles, poco antes de morir. Ese mismo Paz (ambos, él y Enrique, nacieron un 31 de marzo) festejó en Vila-Matas la reivindicación de Valery Larbaud, nota insólita, según el poeta, en la España democrática, colmada, como es propio de las sociedades tras las dictaduras, de realismo vengador en la literatura y de alegría comercial en la edición. Mucho tiempo después, un Maurice Nadeau, decano de  los críticos literarios del mundo, a sus ciento y pico de años, mandaba correos electrónicos donde se felicitaba de haber empezado su carrera descubriendo a Albert Camus y de terminarla leyendo a Vila-Matas. El escritor hoy premiado en Guadalajara se ha distinguido por no haber confundido nunca a la li-

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PREMIO FIL DE LITERATURA EN LENGUAS ROMANCES

Éste es el texto con el que Christopher Domínguez-Michael presentó a Enrique Vila-Matas, ganador del Premio FIL en Lenguas Romances, en la ceremonia de inauguración de la feria de Guadalajara en noviembre de 2015. Con una fina mezcla de cariño y rigor, el crítico mexicano esboza la estirpe artística del galardonado, comenta sus obras mayores e indica algunas claves de su amistad a la manera inglesa. teratura con la edición, como tantos de nuestros colegas. Su popularidad, en la perspectiva de los treinta años que llevo leyéndolo, es tan rara como la alcanzada por Borges después de haber compartido con Beckett el Premio Internacional Formentor en 1961: la de un “escritor para escritores” que deja de serlo al convertir a sus propios lectores en parte de su literatura. El genio, ya se sabe, se apodera de todo, con legitimidad y sin ella. Cuando pienso en Hijos sin hijos, en Bartleby y Compañía, en El mal de Montano, en París no se acaba nunca o en Doctor Pasavento, para citar sus libros mayores en mi opinión, se me ocurre que para muchos (yo mismo entre ellos) leer a Vila-Matas fue confirmar una filiación que si hoy es canónica no lo era del todo antes de él. Su Kafka equilibrista nada tiene que ver con el apesadumbrado ser que dibujaron en blanco y negro los marxistas y los psicoanalistas (aunque el suyo acaso sea un poco deleuziano), mientras que Vila-Matas mismo pareciera haber sido profetizado por Robert Walser en alguno de sus microgramas. Y  otro Maurice, Blanchot, gracias a él, dejó de ser aquel “pirómano en pantuflas” aborrecido no sin cierta razón por los adversarios del logocidio, para convertirse en un monstruo tierno. Vila-Matas, que quede claro, es un escritor para quienes, sean pocos o sean muchos, tienen tiempo para leer. Es decir, un escritor para leerlo no sólo a él, sino a la vasta literatura de la que su obra es una apología en el sentido primigenio del término. No sólo los ya citados (subrayo a Borges y a Beckett), sino a muchos otros: Josep Pla, Rimbaud, Carlos Díaz Dufoo hijo, Fernando Pessoa, Mario Bellatin, Herman Melville, Roberto Bolaño (su contemporáneo capital a quien reconoció sin atisbo alguno de envidia), Witold Gombrowicz, Julien Gracq, Sergio Pitol, Lichtenberg y Juan Villoro: quizá fue gracias a mí que conoció a los dos últimos aunque ignoro el orden de precedencia. Vila-Matas es de los pocos autores a los cuales es casi imposible reducir a las dicotomías habituales, hijas de la pereza aunque a veces irreductibles. No es apolíneo ni dionisiaco, ni clásico ni romántico. Lo suyo, sin duda, son las obras portátiles. Supongo que prefiere al Gogol de los cuentos de San Petersburgo frente a las multitudes dostoievskianas repudiadas por Borges; quizá nunca ha citado La guerra y la paz, aunque podría hacerlo en cualquier momento, y no es un publicista de la obra de Thomas Mann pero siempre habrá en él un detalle a descubrir que lo conmueva: la madre brasileña que consideraba esencial en su obra o su nuca rasurada sin mácula. La literatura de Vila-Matas es juego pero nunca ha sido propiamente experimental, salvo en sus primeros balbuceos. Vila-Matas no inventa reglas sino estudia casi teatralmente todas las posibilidades narrativas del escritor moderno como personaje, desde el escritor que no escribe hasta quien ostenta la paradoja de que el éxito es un fracaso, como dijo Scott Fitzgerald. La de Vila-Matas es la autobiografía de todo mundo, como la que Gertrude Stein dejó inconclusa por fuerza. Vila-Matas es melancólico sin ser pesimista; sus historias de amor a menudo son fantásticas, como lo es Paula de Parma, la dedicataria de todos sus libros. Le falta solemnidad para ser romántico y no lo  imagino como clásico pontificando en las sedes de Ferney o de Weimar; lo suyo son las estaciones de trenes, las maletas olvidadas, los aeropuertos, las conspiraciones, las habitaciones de hotel, los dobles y los espías, el macguffin. A don Luis Buñuel, por cierto, le hacía gracia que en el viejo cine mexicano se creyese que los así llamados patos eran nuestros macguffin. El suicidio lo tienta como un problema más propio de la novela policiaca que del drama existencial o de la comedia psicológica, si bien su emoción ante el abrazo de Nietzsche a un caballo en Turín deja ver un temperamento romántico defendiéndose de las lágrimas con ironía. Pienso también en su intención de abrazar a Rimbaud en el instante de un sollozo, como se lo propone en Ma-

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rienbad eléctrico de 2015, su breve y contundente poética a modo de relato. Hay un momento de su obra, a mediados de los años noventa, en que parecía que su dominio original, el cuento, le impedía transformarse en novelista y publicó entonces un par de libros dubitativos, propios de la confusión ante ese cruce de caminos. Sería impreciso también reclutarlo entre los híbridos, con perdón de los profesores. Sin duda, el pasado fin de siglo y los primeros años del xxi han difuminado un tanto las fronteras entre el ensayo y la ficción. Pero aun siendo la literatura la materia de su literatura, Vila-Matas no necesita darnos gato por liebre. Ensayista, confía en que sus buenos lectores saben bien cuándo está hablando de Rimbaud el hijo, como diría Pierre Michon, y cuándo está inventado un Rimbaud propio para hacerlo ingresar en su compañía, como lo hace en Marienbad eléctrico. Autorreferencial lo es y mucho: su obra es una autoficción, novedosa y vivaz como la segunda parte del Quijote. Conocí en persona a Vila-Matas en 1991. Un año después regresó a Coyoacán y fuimos juntos a la Plaza de Santa Catarina a escuchar un recital de Octavio Paz. Somos amigos a la manera supuestamente inglesa: amigos de aquí y de allá, aunque yo lo asocio, por comodidad topográfica, a una banca de parque cercana a mi domicilio en la Plaza de la Conchita, a espaldas de la casa donde vivía Sergio Pitol, el mexicano que lo tonsuró escritor en Varsovia en 1973. Otras veces nos hemos encontrado en Barcelona o en Guadalajara y a veces hasta no nos hemos encontrado, como ocurrió en Dublín, una más de las ciudades que él colecciona (Lisboa, Chicago, Bérgamo, Xalapa). Hemos pasado juntos algunas horas, primero bebiendo tragos espirituosos y luego refrescos o café; nuestra amistad es inglesa porque hablamos poco y nos queremos mucho. Mi opinión le fue interesante en un momento de quebranto; y su presencia fue capital para mí en una fecha precisa de mi vida, aunque él no lo sabe o, si lo sabe, se lo guarda. Atesoramos el silencio como otros la conversación. Nunca hemos hablado de política, acaso porque somos criptotrotskistas de obediencias distintas y hasta enemigas, como lo sospeché cuando visitamos juntos la casa de Lev Davidóvich Bronstein en la calle de Viena en Coyoacán. No hemos intercambiado favores; me ha bastado ejercer el gesto de admiración hacia él, que es la devoción principal del crítico aunque no sea la más reconocida. Y él es uno de los pocos escritores que, habiendo yo escrito sobre su obra, ha creído pertinente escribir sobre alguno de mis libros. Como los chinos, hemos visto crecer la hierba, pasar a un perro, caer alguna tarde, como aquella no muy distante, cuando le demostré que en ninguna otra parte del mundo atardece tan lentamente como en la Ciudad de México, tal como lo percibió Bolaño para sorpresa de los distraídos chilangos. Guadalupe Nettel, que estaba allí, no me dejará mentir. Yo soy hijo de un psiquiatra, que de niño lo acompañaba en sus rondines hospitalarios entre los entonces llamados neurasténicos y maniaco-depresivos. El manicomio es uno de los lugares, a la vez comunes y espectrales, donde habitan los personajes predilectos de Vila-Matas. Él mismo pasó por uno de esos hospitales, como lo cuenta en la instructiva introducción a En un lugar solitario. Narrativa breve, 1973-1984; yo pasé por otro, por dipsómano, aunque tampoco hemos hablado de ello. Vila-Matas, especulo, desconfía del doctor Johnson porque hablaba demasiado, sabiendo que su biógrafo Boswell ignoraba el arte de la taquigrafía. Hoy se premia en Guadalajara a Enrique VilaMatas, el prosista más creativo, lúdico y veloz que ha tenido la lengua española desde Ramón Gómez de la Serna, quien está, desde luego, entre sus dioses del hogar. ramón, con mayúsculas, volaba y se perdía en el cielo como el globo del cortometraje Le ballon rouge (1956), mirado tantas veces como se podía en aquellos tiempos rústicos de mi infancia. Sal-

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vo el globo rojo, todo estaba en blanco y negro en aquel París que no se acaba nunca, según Enrique, quien en cambio, como Robert Walser, camina sobre la nieve. Nunca va al cine, pero va. Nunca va al teatro, pero va, como lo prueba Aires de Dylan (2014). Busca bosques y descubre Atlántidas futuristas o instalaciones arqueológicas. Es un mago que va rindiendo visita a sus lectores, quienes a veces acabamos por ser sus personajes. No es extraño, dijo Pitol a Vila-Matas, que tu obra guste en América Latina pues es, como ésta, excéntrica y heterodoxa, con un pie fuera del canon y el otro hundido, por nacimiento, en la tradición moderna. Dada la actual situación política catalana, tomé la precaución de preguntar a Enrique cómo quería que lo nombrase aquí ante ustedes: peninsular, español o catalán. Me respondió, tal cual lo esperaba, que barcelonés. Tengo por costumbre imaginarme a Vila-Matas antes de conocerlo, espiándolo yo a él, durante mi primera visita a su ciudad, en 1981, cuando las Ramblas eran para caminar hasta un mar simulado, de utilería, y la catedral de Gaudí, “un lugar solitario”, como diría Enrique, todo ello antes de la catástrofe olímpica que borró al Barrio Chino y otras maravillas. Hoy quisiera ver en VilaMatas a un símbolo de la universalidad de Barcelona, a una garantía del cosmopolitismo hoy vacilante de aquella ciudad que es, como Enrique mismo, tan paradójicamente latina y americana. En aquellas ramblas, paraje entonces repleto de locos (y un loco es por definición lo contrario de un turista), poco después del Tejerazo, imagino a un Vila-Matas ya en calidad de observador de pájaros raros, escribiendo fragmentos mentales, reteniendo detalles insignificantes que le permiten transformar cosas en seres y viceversa, afilando el punto de precisión de su cayado de mago. Todo lo que VilaMatas toca es literatura. Yo ignoro aun, y por ello he de seguir leyéndolo, qué clase de rey será para la posteridad pero asumo que me hice escritor durante su soberanía, libre y trascendente, sobre la imaginación novelesca de toda una generación. En los días pasados una periodista atolondrada me preguntó si yo había “descubierto” a Vila-Matas en México. No, no hubo una escena en que, tras larga y peligrosa búsqueda, lo encontrara yo en el lago de Chapala e, injertado en Henry Morton Stanley, le preguntase: “Dr. Vila-Matas, I presume?” La verdad es acaso tan novelesca como el mundo de los exploradores del África Negra, fascinantes para Raymond Roussel y para Enrique mismo, pues él y yo entramos en contacto mediante el remotísimo medio del papel, la tinta, el sobre y el timbre. Eso fue antes de la caída del muro de Berlín. Mi carta de admiración iba adjunta, creo recordar, a mi primer artículo sobre él y la contestó de inmediato. Fue, junto con el ecuatoriano Leonardo Valencia, vecino suyo en Barcelona, mi último amigo por correspondencia a la antigua usanza y el primero con el que crucé correos electrónicos, aunque ambos posamos un rato de neófobos o misoneístas y fracasamos. Entrado el nuevo siglo la red parece que fue inventada para los shandys, la familia cuya protección Laurence Sterne encargó a Vila-Matas. Modernist en el sentido anglosajón pero a la francesa, como Paul Morand, Enrique Vila-Matas es paciente y espera horas, días, años, a que su presa caiga en la trampa, se ponga en el blanco o sea “encantada” por su magia. No hay cosa en nuestro tiempo que le deje de interesar y por ello, en Kassel no invita a la lógica, su novela más reciente, al observar el Arte Contemporáneo también se divierte con él pues su obra es de las pocas que mira al presente con animación y apetito y sin miedo, seguro de que el verdadero misterio sigue allí, en la fijeza de la letra impresa y de su lectura a través del libro.W Christopher Domínguez Michael es crítico literario, miembro del comité de literatura del Fondo de Cultura Económica. Su obra más reciente es Octavio Paz en su siglo.

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Ilustración: tración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

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A RTÍ C U LO

UNA MIRADA AL LIBRO ELECTRÓNICO: LAS NUEVAS FORMAS DE PRODUCCIÓN DE LOS LIBROS Presentamos la cuarta entrega de un profuso trabajo de análisis sobre el libro electrónico; en esta ocasión, los autores reflexionan sobre los nuevos modelos de producción editorial. E R N E ST O P R I A N I S A I S Ó E ISABEL GALINA RUSSELL

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UNA MIRADA AL LIBRO ELECTRÓNICO: LAS NUEVAS FORMAS DE PRODUCCIÓN DE LOS LIBROS

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o llibros electrónicos no sólo presentan un reto a los esqueos mas tradicionales de protección de derechos, venta y distribución de libros, sino que también ofrecen la oportunidad de crear nuevos modelos de publicación y diseminación de los materiales que simplemente no son posibles en el mundo impreso. Hemos visto cómo se ha intentado adaptar el modelo tradicional a las nuevas tecnologías con cierto grado de éxito. Sin embargo, a la par han surgido nuevos esquemas que ofrecen interesantes opciones y que están revolucionando nuestros conceptos tradicionales de qué significa publicar y los papeles que juegan las editoriales, las bibliotecas y las librerías. Uno de los cambios fundamentales del libro impreso al libro electrónico es que no es necesario invertir en materiales físicos, tales como papel o tinta para su elaboración. Debido a que el libro se distribuye a través de la red, los costos de distribución son mínimos comparados con el transporte del objeto físico. De la misma forma no es necesario calcular el tiraje, ya que la elaboración de un libro o de miles cuesta exactamente lo mismo. Esto no significa que no existan costos asociados para la elaboración de libros electrónicos, pero son menos y distintos y ello ha permitido que nuevos actores se interesen en la producción y distribución de libros electrónicos. Uno de estos actores han sido las bibliotecas, que tradicionalmente se han dedicado al préstamo y resguardo de libros pero no a su producción. Como se comentó en la segunda entrega, uno de los primeros proyectos de libros electrónicos fue el Proyecto Gutenberg, que hasta la fecha continúa ofreciendo literatura universal de forma gratuita. Actualmente el sitio ofrece más de 40 000 títulos en una variedad de formatos abiertos y el acervo sigue incrementándose con la participación de voluntarios. Éstos son libros que fueron publicados como impresos previamente por editoriales pero las obras ya se encuentran en el dominio público y por lo tanto pueden ofrecerse sin infringir derechos de autor. Bibliotecas alrededor del mundo han tomado la iniciativa de digitalizar sus acervos y ofrecer como libros electrónicos aquellas obras que legalmente puede poner a disposición de sus usuarios. En particular, las bibliotecas han buscado materiales únicos generalmente resguardados en sus fondos reservados para, a través de la digitalización, ponerlos a disposición para que sean “descubiertos” y conocidos por un público más amplio. La filosofía detrás de la mayoría de estos proyectos es el derecho que tiene la sociedad al acceso a la información. La función de las bibliotecas, en particular la de las bibliotecas públicas, ha sido que cualquier individuo tenga acceso al conocimiento, independientemente de su situación económica. Así, este acceso no es una prerrogativa únicamente de los individuos que pueden comprar libros sino que a través de las bibliotecas cualquiera podría acceder al acervo del conocimiento humano resguardado en los libros. Una de las grandes dificultades ha sido encontrar el equilibrio entre el legítimo interés de las editoriales de crear un modelo de negocios y el interés social de que la población tenga acceso al conocimiento publicado independiente-

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mente de su poder adquisitivo. En el mundo impreso existe un mejor balance entre el sistema de bibliotecas públicas en conjunto y otras iniciativas, por ejemplo, la exención de impuestos para libros que buscan proteger ambos intereses. En el mundo de los libros electrónicos, todavía no sabemos cómo se logrará este balance. Por un lado pareciera ser que lo digital con su superior capacidad de reproducción ampliará el acceso. Sin embargo, por el otro las restricciones legales inherentes a la elaboración de copias y su aplicación en el mundo digital amenazan peligrosamente la capacidad de préstamo de las bibliotecas. Los gobiernos tienen un importante papel que jugar actuando como árbitro y como promotor de legislación que impulse este balance. Por ejemplo, en Noruega la Biblioteca Nacional está llevando a cabo la digitalización de toda la producción editorial de su país, tanto los materiales de dominio público como los recientes gracias a interés gubernamental. En países como Dinamarca, Francia, Australia y el Reino Unido se está trabajando para incluir los libros electrónicos dentro del marco del depósito legal obligatorio. Los materiales estarán disponibles bajo ciertas restricciones pero coloca a la biblioteca nuevamente en su papel de ofrecer el resguardo y el acceso a los materiales, tal como hace con los impresos. En otros países este trabajo se encuentra en diferentes grados de avance y esto seguirá siendo un tema de discusión durante los siguientes años conforme se vaya actualizando la legislación para tomar en cuenta estas nuevas posibilidades. Por ejemplo, la Hemeroteca Nacional de México ya ofrece gran parte de su acervo digitalizado dentro de sus instalaciones y los materiales que se encuentran en dominio público desde cualquier sitio. Actualmente las asociaciones de bibliotecas alrededor del mundo se encuentran analizando y discutiendo estos temas. Las universidades también han sido pioneras en esta búsqueda por nuevos modelos de publicación, distribución y comercialización que mejor aprovechan las nuevas tecnologías. Uno de los movimientos más importantes ha sido el de acceso abierto (Open Access en inglés) que surgió originalmente alrededor de la edición de revistas académicas científicas. Este modelo busca que los costos de la elaboración de las publicaciones no sean pagados por el lector final sino que propone nuevos esquemas de financiamiento en donde los costos se distribuyen entre otros actores. De esta forma, el conocimiento científico está disponible de forma gratuita, promoviendo así la construcción de una sociedad del conocimiento. Uno de los argumentos principales del acceso abierto es que gran parte del trabajo de investigación que se reporta después en un artículo o libro científico es financiado con recursos públicos y, por lo tanto, no es de interés para la sociedad que este material sólo esté disponible para personas que puedan pagarlo. Actualmente éste continúa siendo un importante debate conforme se van buscando nuevos esquemas para cubrir costos. La ideología del acceso abierto comparte lineamientos generales con otros movimientos que han surgido a partir de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías para generar y compartir información. Un paralelo interesante es el movimiento de código abierto que ha permitido que se desarrollen sistemas operativos como Linux a través del trabajo de voluntarios. Estas iniciativas han

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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S

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UNA MIRADA AL LIBRO ELECTRÓNICO: LAS NUEVAS FORMAS DE PRODUCCIÓN DE LOS LIBROS

logrado encontrar otros esquemas de financiamiento que permiten que el software esté disponible de forma gratuita y abierta. El fenómeno actual de la web 2.0 también es muestra de cómo estas plataformas pueden captar la enorme capacidad creativa de la población que busca crear y compartir una amplia gama de materiales sin tener por fuerza un fin primordialmente comercial. Estos materiales están disponibles de forma gratuita. Sin embargo, esto no significa que las plataformas que se encargan de publicar y distribuir estos materiales no sean rentables. Las entidades comerciales que funcionan para hospedar estos contenidos, tales como Blogger, Twitter, Facebook, Instagram y Flickr, por nombrar sólo algunas, han encontrado otras formas de comercialización que no se basan en la venta de contenidos. Google en particular ha sido muy claro en expresar que su principal misión es que toda la información del mundo esté disponible en línea de forma gratuita y, con esto en mente, ofrecen una serie de productos con los que buscan alcanzar este fin. Uno de los ejemplos más polémicos relacionados directamente con el tema de los textos que venimos publicando en La Gaceta ha sido su proyecto de Google Books. Este proyecto ha sido polémico por numerosas razones. Originalmente conocido como el Google Print Project, se anunció en 2004 en conjunto con varias bibliotecas de importancia, como las de la Universidad de Harvard, la de Michigan, la Bodleian de la Universidad de Oxford y la Biblioteca Pública de Nueva York. El proyecto consistía en digitalizar y poner en línea aproximadamente 15 millones de títulos de estas bibliotecas, tanto las obras de dominio público como otras con derechos vigentes. Inmediatamente esto generó una serie de demandas a Google por parte de editoriales y autores; la más significativa fue la de la Association of American Publishers (aap). En 2005 el proyecto cambió su nombre a Google Book Search para recalcar su naturaleza como servicio de búsqueda y no como uno de publicación. Se continuó agresivamente con la digitalización y la anexión de otras bibliotecas al proyecto aun cuando existían numerosas demandas. Éstas tardaron mucho tiempo en resolverse debido a que no existían realmente antecedentes legales para esta situación. La mayoría de las bibliotecas que participan en el proyecto son de Estados Unidos, aunque existen participantes de otras partes del mundo. Google ha elaborado diversos acuerdos con estas organizaciones y las negociaciones han tendido a ser secretas. Cada uno de los acuerdos varía, de acuerdo con las negociaciones particulares. En algunos casos, la versión digitalizada sólo se encuentra en el sitio de Google Books, mientras que en otros las bibliotecas han solicitado que se incorpore a sus sistemas una copia de esta digitalización. Originalmente, Google pretendía ofrecer acceso a todas las obras pero debido a cuestiones legales ha tenido que realizar importantes ajustes. Actualmente existen cuatro formas de consultar los libros en línea. La primera es el acceso al libro completo cuando éste se encuentra en el dominio público o si la editorial ha dado el permiso correspondiente. La segunda es una versión limitada, también con permiso de la editorial, en donde sólo pueden verse algunas páginas. Cuando no existen los permisos, se presenta un snippet, o sea que sólo se pueden ver algunas palabras alrededor del tema buscado. Por último, en algunos casos no se ofrece ninguno tipo de visualización. Sin embargo, el buscador

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de Google que utiliza el sistema de reconocimiento de caracteres sí busca en todos los libros, independientemente de si el usuario puede después ver la obra o no. Es decir, aunque un humano no necesariamente tiene acceso al contenido, el buscador de Google sí utiliza todo el contenido digitalizado para su indexación y búsquedas. Así, sistemas como el Google Ngram Viewer realizan búsquedas en el corpus o base de datos de libros digitalizados más grande del mundo que contiene actualmente más de cinco millones de libros, aunque el usuario no tenga directamente acceso a ellos. Con el tiempo, Google ha ido integrando Google Book Search con su proyecto de venta de libros electrónicos, Google Play, y con el perfil del usuario. Hoy en día es posible guardar los libros en una biblioteca personalizada. Cuando un libro no está disponible en su totalidad también existe la posibilidad de ir directamente a comprarlo, con la editorial directamente o con alguna librería en línea, si es que está disponible de ese modo. Google ha argumentado que su digitalización se realiza dentro del fair use, concepto legal que permite la utilización bajo ciertas circunstancias de obras sin la autorización de los titulares de los derechos patrimoniales. Sin embargo, existe una larga y complicada serie de demandas en diversos países, las cuales no han terminado de resolverse en su totalidad; además, la legislación se aplica de forma diferente en los diversos países. Por ejemplo, en Estados Unidos lo más reciente es que se considera que Google Books ha estado actuando de acuerdo con la ley y el concepto de fair use mientras que en Francia Google tuvo que pagar una multa por la digitalización de libros protegidos y removerlos de su base de datos. El futuro de este tipo de iniciativas todavía está sujeto a debate y los siguientes años serán interesantes para reconocer los límites a los derechos patrimoniales y qué se considera una copia en el mundo digital. Adicionalmente el proyecto ha recibido numerosas críticas por la falta de calidad y exactitud de la digitalización y de los metadatos asociados a las obras. El sistema utilizado por Google permite una digitalización masiva y de muy alta velocidad pero también incurre en muchos errores, y los usuarios han reportado páginas ilegibles, de cabeza o faltantes, así como información incorrecta de tipo metatextual, por ejemplo en el título, el autor o el isbn. Los libros se encuentran en pdf y no pueden ser guardados con facilidad ni exportados a otros sistemas de manejo de bibliotecas personales; solamente se puede utilizar el sistema proporcionado por Google. Por el otro lado, es indudablemente el acervo digital de libros más grande del mundo, con más de 30 millones de títulos en 2014. Google ha anunciado que su intención es digitalizar todos los títulos del mundo dentro de una década.1 Para los estudiosos de la palabra impresa esto ofrece un acervo de información sin precedentes, sobre todo para realizar estudios cuantitativos sobre un corpus masivo. Sin embargo, continúan abiertos importantes interrogantes referentes al manejo de derechos. El hecho de que se encuentre en manos de una compañía privada este enorme acervo de conoci1 Joab Jackson. “Google: 129 Million Different Books Have Been Published”, PC World, 6 de agosto de 2010. Consultado en: www.pcworld.com/article/202803/google_129_million_different_books_have_been_ published.html.

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Además del tema de la digitalización de los libros que forman parte del patrimonio cultural de cada nación, un asunto naciente es el tema del acceso a y la preservación de la importante producción de libros electrónicos que nacen de forma digital y que no necesariamente han sido o serán publicados de forma impresa. Muchísimas editoriales actualmente ofrecen la versión electrónica de los libros que producen de forma impresa; sin embargo, cada vez será más común que éstas editen el libro sólo de forma electrónica. miento también plantea dudas, pues, aunque lo ofrezca de forma gratuita por el momento, en cualquier momento puede cambiar las normas de uso y las restricciones al manejo del material. Esta preocupación sobre lo aconsejable de permitir que esto se quede en manos privadas ha llevado a gobiernos a impulsar programas de digitalización. Por ejemplo, el gobierno francés ha apoyado el proyecto de Gallica, a cargo de la Biblioteca Nacional de Francia, que incluye material principalmente en francés. Europeana es un proyecto de la Unión Europea que da acceso a los proyectos de digitalización llevados a cabo por instituciones culturales (bibliotecas, universidades, etcétera) de los países miembros. Ambos proyectos incluyen no sólo libros sino también grabaciones, mapas, fotografías y periódicos. Organizaciones sin fines de lucro como Internet Archive Project, Hathi Trust, Biblioteca Virtual Cervantes y otros ofrecen acceso a libros electrónicos sin derechos de autor o con permiso otorgado. Al igual que con los libros electrónicos comerciales, existen numerosos asuntos relacionados con formatos y compatibilidad entre sistemas que no han sido abordados ni resueltos del todo. Además del tema de la digitalización de los libros que forman parte del patrimonio cultural de cada nación, un asunto naciente es el tema del acceso a y la preservación de la importante producción de libros electrónicos que nacen de forma digital y que no necesariamente han sido o serán publicados de forma impresa. Muchísimas editoriales actualmente ofrecen la versión electrónica de los libros que producen de forma impresa; sin embargo, cada vez será más común que éstas editen el libro sólo de forma electrónica. Además, este tipo de publicación de libros es llevado a cabo no sólo por las editoriales tradicionales sino que existen nuevos actores en la cadena de producción editorial.

LA AUTOPUBLICACIÓN Como se comentó al principio de la entrega anterior, siempre ha existido la posibilidad de que los individuos publiquen libros sin la necesidad de inversión por parte de una editorial. En algunos casos, el autor se encarga de la edición y el resto de los procesos los hace una imprenta; en otros, el autor le paga a una editorial para que lleve a cabo las tareas editoriales y de impresión. Debido a que los libros electrónicos no requieren de una inversión fuerte para su elaboración, en años recientes se ha dado una explosión en el fenómeno de self-publishing o autopublicación. Éste tiene sus orígenes en el hecho de que las tecnologías e internet permiten que cualquier persona pueda ofrecer cualquier información en la red y por lo tanto distribuir la propia producción editorial prácticamente sin restricciones. De hecho, antes de que comenzaran a distribuirse libros electrónicos, y desde los inicios de la propia red, cualquiera podía publicar sus ideas en una página electrónica, sin necesidad de recurrir a una editorial, una revista o un periódico. Claro, al principio, para poder publicar en internet era necesario contar con algún conocimiento de html y de ftp, así como del manejo de software para la elaboración de páginas, lo que era bastante complicado para un novato. Pero con el tiempo se fueron creando diversos sistemas que facilitaban la labor de publicación y con esto se generó la posibilidad de que neófitos con poco conocimiento de las tecnologías web pudieran publicar fácilmente. Es entonces cuando nace el concepto de página personal como el espacio virtual donde un usuario podía colocar la información que considerara de importancia según sus propios intereses y objetivos. Con la aparición de los sistemas de publicación de páginas personales de forma comercial, como Geocities, muy popular al final del milenio —llegó a ser el tercer sitio más popular de internet—, se generalizó la publicación personal lo mismo de textos académicos que personales. Muchas personas utilizaron estas páginas para compartir información acerca de sí mismos o sus compañías, de forma simple y sin intermediarios, y hoy en día existen plataformas más profesionales y complejas, que además han diversificado sus objetivos y formatos, para ser utilizadas tanto de manera individual y personal, como de forma corporativa. La llamada web 2.0, que se caracteriza por la interacción y colaboración de los usuarios que participan activamente en la creación de contenidos en lugar de ser simplemente consumidores pasivos de información, ha sido posible gracias a la creación de estas plataformas y a la aparición de servicios especializa-

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dos para compartir fotos, videos, música, textos, ligas, bibliotecas entre muchos otros tipos. Estos espacios han sido vitales para cambiar la forma en la que se produce y se distribuyen contenidos personales en la red. Hemos visto aparecer cualquier cantidad de blogs, muchos de ellos iniciados sólo como una forma de expresión del interés o el conocimiento personal, dedicados lo mismo a compartir recetas de cocina o consejos de jardinería que a ofrecer reseñas de libros, dar a conocer nueva música, o videos con instrucciones acerca de cómo reparar coches o hacer trabajos en casa, al igual que sitios dedicados a la publicación de poesía. La gama de opciones es muy amplia así como la calidad de los mismos; algunos de estos blogs han llegado a ser tan famosos que incluso posteriormente se publican como un libro impreso. Pero también el intercambio de recetas de cocina ha dado lugar a la creación de sitios enormes con miles de recetas que además incluyen herramientas adicionales como búsqueda por ingredientes o modos de cocción así como videos que muestran la realización de algunas de ellas, muchos iniciados al margen de cualquier empresa editorial. Uno de los ejemplos emblemáticos que aprovecha este fenómeno de la autopublicación a escala planetaria es la Wikipedia, creada por miles de usuarios y que es hoy quizás el referente de información más importante a nivel global. El modelo de la Wikipedia, que representa muy bien la idea de la web 2.0, se basa en la generación de contenidos por parte de los propios usuarios directamente, sin la necesidad de mediaciones, aprovechando tanto el conocimiento de los usuarios como la fuerza de la producción por parte de las masas. Términos como folksonomia, que se refiere a la creación colectiva de sistemas de clasificación de contenidos, en sistemas como Delicious o Flicker, y crowdsourcing, que define el trabajo colaborativo de una multitud en línea, con un objetivo determinado, como en Wikipedia, se han convertido en nuevas formas de concebir proyectos, en oposición a sistemas donde un grupo determina y dirige la cosas, y en donde predomina la figura del experto que se encarga de la producción y la supervisión de los contenidos. La web 2.0 habla de la democratización de la información y la caída de los que se encargan de la censura o la discriminación de los contenidos, lo que ha sido ampliamente discutido, porque irrumpe en el modelo tradicional de publicación, prescindiendo de figuras y agentes antes fundamentales en la producción del conocimiento. No es de sorprendernos entonces que surgieran rápidamente plataformas para la publicación de libros electrónicos directamente por parte de los autores. Uno de los primeros fue nuevamente Amazon, que ofrece su servicio Kindle Direct Publishing (kdp) desde 2007. Actualmente existen diversas opciones para la autopublicación de libros con una variedad de opciones para su distribución y comercialización. En su mayoría, estos servicios permiten al autor convertir su manuscrito, que puede estar en algún formato de procesador de textos como Word, al formato ePub; en algunos casos, como el de kdp, el libro se convierte al formato propietario de Amazon. El autor añade información metatextual, como el título o información sobre los derechos, y posteriormente le asigna un precio al libro. Algunos sistemas permiten que el precio sea cero; otros asignan un rango o imponen un límite. El sistema de publicación incorpora el libro a su catálogo de venta. Generalmente se espera que el autor se encargue de la promoción a través de diversos medios, sobre todo por redes sociales, aunque hay lectores que descubren el libro a través de la misma librería. De las ventas del libro la plataforma de publicación cobra un porcentaje y lo demás es entregado al usuario. Amazon promueve que en su plataforma el autor obtiene el 70% de las ventas del libro. Existen reportes un tanto ambiguos acerca de los beneficios para el autor de esta clase de contratos, pero en general parece ser que son más beneficiosos que los que suelen establecerse con editoriales tradicionales cuando no se trata de un autor conocido.2 Este fenómeno es particularmente interesante porque modifica los roles tradicionales dentro de la cadena de producción y distribución editorial. Si bien es cierto que las editoriales han jugado un papel importante en la selección de autores, el cuidado editorial y la promoción, también es una realidad que existen muchos autores rechazados que no logran dar a conocer su obra debido a que las editoriales tiene que ser muy selectivas en sus publicaciones. Incluso los que logran una primera publicación generalmente son bajo contratos leoninos —a veces las editoriales invierten poco en la promoción y su labor se limita casi a la formación—. La situación es similar a las disqueras, que al verse amenazadas por la industria digital argumentaron que esto perjudicaba a los artistas. Muchos adujeron que la competencia por lograr un contrato con una disquera era tan feroz que los artistas tenían que aceptar condiciones poco favorables, por lo que ven el medio digital como una oportunidad para que los creadores retomen el control. Para muchos, el fenómeno de la autopublicación significa un incremento en las oportunidades para generar nuevos contenidos, sobre todo para autores desconocidos que representan demasiado riesgo para las editoriales. También permite la publicación de libros sobre temáticas menos populares o vendibles pero que son de mucho interés para un público reducido. También ha dado lugar a un fenómeno de gran impacto que se conoce como fan fiction, que son las obras redactadas por lectores que continúan una saga determinada, por ejemplo la del Señor de los Anillos. Sin embargo, todavía hay resistencias y más de uno piensa que la autopublicación no es una publicación verdadera, probablemente porque no ha sido revisada por entes ajenos al autor, como ocurre con las editoriales. Todavía para muchos la única verdadera publicación es el libro impreso colocado en una librería. Sin embargo, con la tendencia de cambios que hemos estado descrito aquí, es claro que las cosas están cambiando y que la nueva generación de autores podrá tener una actitud muy diferente hacia la publicación electrónica de su obra.W

2 Bernard Starr, “The New Vanity Publishing: Traditional Publishing”, Huff Post Books, 3 de septiembre de 2014. Consultado en: www.huffi ngtonpost.com/bernard-starr/the-new-vanity-publishing_b_1821945.html.

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TIEMPO TR ANSCURRIDO Crónicas imaginarias JUA N VILLORO

Tiempo transcurrido nos transporta a los años en que los teléfonos públicos funcionaban con monedas de veinte centavos, cuando ir al cine Las Américas era un suceso que se quedaba grabado en la memoria, y tener acceso a los canales de televisión extranjera era un lujo reservado para unos cuantos. Nos traslada a la época de Avándaro, del Volkswagen y de la música psicodélica de Grateful Dead y Jefferson Airplane. Un libro donde música y literatura se confunden y se retroalimentan. La música alimenta la imaginación, y las palabras rescatan una parte del pasado. Ante todo, es un homenaje al rock. Razón por la cual, desde su aparición en 1980, los relatos de Tiempo transcurrido han sido leídos por diferentes generaciones de melómanos. En cada relato, el lector siente habitar el ambiente de la época: el rock, los movimientos políticos y sociales, el lsd, la moda y la contracultura, la rebelión juvenil… todo acoplado con naturalidad para crear un fresco vivo en que historia y ficción se confunden en la nostálgica recreación del pasado perdido. Por su capacidad de alusión, cada relato nos

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transporta a un año específico: el libro abre con el movimiento estudiantil del 68 y cierra justo antes del terremoto del 85. Los protagonistas pertenecen a clases sociales distintas y provienen de diferentes realidades, pero tienen en común el culto a la música. Ésta, más que un motivo o un recurso literario, es un personaje más, puesto que, igual que los protagonistas, también cambia con el transcurrir del tiempo y es capaz de dialogar con cada generación. Las crónicas parten de sucesos reales pero el autor no pretende hacer historia, sino tomar la memoria del pasado desvanecido y plasmarla más nítidamente en la palabra, como un curador del tiempo, con el fin de preservarla mejor. En este libro se hace literatura a partir de música, por lo que las historias narradas tienen como telón de fondo un puñado de canciones y letras emblemáticas, las que hicieron época junto con sus intérpretes. Esta edición incluye el disco compacto Mientras nos dure el veinte, con lecturas en vivo de Villoro y acompañamiento de música a cargo Diego Herrera, integrante del grupo de rock Caifanes. tezontle 4ª ed., fce, 2015; 178 pp. $220

FR ANCISCO ENTRE LOS LOBOS El secreto de una revolución MARCO POLITI

Desde la noche de su elección, el nuevo papa despertó una oleada de simpatía y admiración popular no sólo entre los miles de fieles que se congregaron afuera de la basílica de San Pedro. Pero junto con el coro de entusiastas que clamaban ¡Francesco… Francesco… Francesco!, surgen también los primeros gestos de descontento dentro de la jerarquía católica: Francisco rehúsa vestir la estola y la muceta roja tradicionales y prefiere la modesta túnica blanca; rechaza la cruz de oro y conserva la suya de hierro. Tampoco quiere el apelativo de Francisco I porque no desea ser confundido con un monarca. Para los sectores más conservadores de la Iglesia católica, estas transgresiones auguran la inquietante revolución institucional y moral que Francisco intenta llevar a cabo al interior de la Iglesia. Las reformas del papado involucran a toda la estructura clerical: al pontífice, a la curia, a los sínodos, a las conferencias episcopales, a los órganos consultivos de las diócesis, a los fieles y a las responsabilidades de las mujeres. Francisco busca una Iglesia que deje atrás el cómodo

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criterio de “siempre se ha hecho así”; que se aventure a hacer cosas nuevas, abandonando prácticas anquilosadas que han dejado de tener significación en el mundo contemporáneo. Igual que su predecesor, Benedicto XVI, Francisco sabe que la Iglesia ya no puede ser gobernada como una monarquía absoluta, con un poder ultracentralizado, más dedicado a censurar y dominar a los files que a guiarlos y acompañarlos. El problema del modelo de Iglesia a adoptar en el siglo xxi ha suscitado divisiones en la jerarquía eclesiástica. El ala conservadora es partidaria de la Iglesia imperial, tal como fue concebida desde hace siglos (a partir del Concilio de Trento en el siglo xvi), mientras que los adeptos del papa se inclinan hacia una Iglesia más comunitaria, tolerante y abierta, con un poder menos centralizado y con la vista en las periferias de la cristiandad. El dilema es claro: o la Iglesia se adapta a la humanidad, o continúa esperando –como hasta ahora ha hecho– a que ésta se adapte a ella. Reformar el estilo de vida de sus instituciones no será tarea fácil. De cara a la crisis que la Iglesia vivió entre el 2005 y 2007, que coincidió con el mandato de Benedicto XVI y que el actual pontífice ha heredado, se suma la tenaz oposición que las reformas de Francisco ha despertado entre quienes esperan que su pontificado termine pronto: ellos son sus enemigos y en ellos tendrá la más ardua prueba de su pontificado en los siguientes años. Entre anécdotas e historias, frases y declaraciones polémicas del papa, Marco Politi traza con estilo ameno y sencillo el retrato de un papa controversial que ha dividido opiniones y posturas, tanto dentro como fuera de las jerarquías eclesiásticas, pero que, no obstante lo gigantesco de su proyecto, prosigue con serenidad y paciencia un camino que determinará el rumbo del catolicismo. tezontle 1ª reim., fce-Argentina, 2016; 340 pp. $300

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NOV EDA D ES

la salud también crea disparidades. Los ricos tienen acceso a mejores y más modernos servicios, mientras los pobres son privados de ellos. En algunos lugares del globo aun mueren niños por enfermedades curables, falta de vacunas o desnutrición. El fin del libro es mostrar la relación entre la riqueza y la salud en el mundo contemporáneo, pero también ofrece una mirada retrospectiva para comprender por qué hemos llegado a la situación en que nos encontramos hoy. La tarea es urgente: ¿cómo hacer que los países que no logran el Gran Escape, y que son la mayoría, lo hagan? Angus Deaton propone respuestas a esta y otras interrogantes. EL GR AN ESCAPE Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad

economía 1ª reim., fce, 2015; 403 pp. $245

A NGUS DEATON

Que hoy vivamos mejor que hace tres siglos y que las condiciones de vida hayan mejorado notablemente, es evidente. Lo que no es tan evidente es que esta prosperidad esté ligada a la desigualdad. En torno a esta idea, El Gran Escape de Angus Deaton propone una explicación de cómo y por qué ocurrió este progreso y de qué modo las desigualdades son resultado de él. Angus Deaton llama “escapes” a los procesos históricos y económicos que causaron que unos cuantos países –en algunos casos desde hace 250 años– hayan superado las privaciones materiales y fisiológicas, entre ellas la cura de enfermedades. Frente a los países europeos que iniciaron su revolución industrial hace más de dos siglos se encuentran aquellos que hasta hace poco eran pobres, pero cuya economía ha sido impulsada por la globalización, hasta alcanzar un crecimiento mayor que el de los países desarrollados. Esos países son Taiwán, Corea del Sur, China y la India, principalmente. Para el Reino Unido y los Estados Unidos el resorte que los impulsó a la prosperidad fue la Revolución industrial; para los países de Asia el empuje ha sido la globalización. Sin embargo, también se da el caso de naciones conquistadas y despojadas por otras más fuertes en otras partes del mundo. Allí se impusieron instituciones políticas y sociales viciadas que originaron y han mantenido la desigualdad durante siglos. De Deaton aprendemos la siguiente lección: el progreso es resultado de muchas variables (expansión del conocimiento, solución de necesidades sociales, crisis políticas, guerras, nuevas tecnologías, etc.). La ausencia de condiciones propicias abre las brechas de desigualdad entre países. De ahí que sólo unos pocos hayan escapado de las privaciones vitales y otros se hayan quedado atrás. No obstante, Deaton desconfía de los triunfalismos. Afirma que incluso en los Estados Unidos las tasas de crecimiento de las últimas décadas han disminuido hasta ser menores que las de países pobres con rápido crecimiento. La consecuencia de ello es que los hijos no viven mejor que sus padres y que muchas personas vean reducidas sus posibilidades de prosperidad material. Para Angus Deaton, el bienestar no depende sólo del nivel de ingreso sino también de la salud. Pero el progreso en

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acompañantes aparecen solamente durante las largas noches de soledad y se desvanecen durante los días en los que la esperanza parece esfumarse. Las mariposas fungen como el símbolo del crecimiento y de la espera del pequeño. Para que una oruga pueda convertirse en mariposa, debe resguardarse y protegerse en su crisálida antes de salir convertida en lo que será por el resto de su vida. La técnica de Daniela Iride complementa esta entrañable historia con el uso del collage y algunas imágenes en acuarela pastel con las que comparte el mundo de posibilidades que pueblan la imaginación de los pequeños. El lector también reconocerá interesantes comparaciones en las respuestas de los padres; por ejemplo, si en marzo aparece una cabra montés, los padres responderán balando; si aparecen polluelos, los padres piarán; por supuesto, siempre con la misma respuesta... Estas comparaciones intentan ser el reflejo de cómo el pequeño observa cada detalle de su entorno y cómo también las evasivas de los adultos le parecen increíbles y repetitivas. Cuando la esperanza casi se ha perdido, cuando casi toda la hierba verde ha desaparecido, el pequeño tendrá una revelación y descubrirá que nunca estuvo solo y nunca lo estará. los especiales de a la orilla del viento 1ª ed., fce, 2016; 36 pp. $135

res alegres y vivaces para la emoción que da título a este libro: Feliz. Las emociones positivas aparecen desde la portada con el pez que salta de felicidad, hasta el cierre del libro con el pez que se jacta gozoso. Aparece la curiosidad, representada por un pez con los ojos bien abiertos; la audacia, con un pececito ávido de descubrir nuevos lugares, y hasta un pez que huye asustado. ¡Qué niño no ha sentido alguna de estas emociones! Desde la tristeza hasta la alegría, los protagonistas de este libro experimentan una variedad de emociones que pueden servir como ayuda a los padres y a los maestros a entrar en el imaginario de los niños para descubrir y explorar juntos los sentimientos que a veces no se pueden identificar. La autora adopta la perspectiva del pequeño lector para que éste sea capaz de encontrar e identificar lo que él aún no se sabe explicar. El resultado es fantástico. Feliz ha sido un éxito en los países en los que ha sido publicado, como Holanda y Alemania, por mencionar algunos. En este último fue nominado al Premio de Literatura Infantil de Alemania en 2013, con más de 120000 ejemplares vendidos. Ahora es traducido al español y puesto al alcance de América Latina y España por el Fondo de Cultura Económica. los especiales de a la orilla del viento 1ª ed. en español, fce, 2015; 48 pp. $130

LA ESPERA DA NIEL A IRIDE MURGIA

¿Qué niño no pidió alguna vez una mascota a sus papás? En esta historia de perseverancia y paciencia, el pequeño protagonista nos da un ejemplo de constancia y demuestra que, aunque cuando no se obtenga lo que se desea, siempre habrá un aprendizaje en toda batalla librada —incluso en aquellas libradas contra los padres—. La autora italiana Daniela Iride Murgia —ganadora del XVI Concurso de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento con su libro Max Ernst, el hombre pájaro— vuelve a sorprendernos con este álbum poético y artísticamente ilustrado. En él nos narra la historia de un pequeño hijo único que desea con todas sus fuerzas a un peludo compañero, una mascota junto a la que pueda reír, llorar, correr, jugar y llenar esas interminables horas de soledad: un perrito. Iride relata esta odisea que dura un año de súplicas y esperanza. A través de metáforas sencillas que el niño imagina a medida que los meses pasan, el lector accede al gran e insatisfecho deseo que además lo lleva a cuestionarse por qué no obtiene una respuesta: “como si hubiera pedido un hermano para pelear con él sobre el pasto crecido”. Ante la incertidumbre resulta difícil esperar, y para un niño el tiempo parece transcurrir más lento. En La espera, la imaginación del pequeño juega un rol protagonista y nunca lo abandona, pues sus acompañantes —ardillas, aves, jaguares, peces, luciérnagas y hasta una serpiente— son estampas poéticas que lo acompañan en su espera y lo ayudan a mitigar la zozobra de no saber si sus padres cumplirán su deseo. Estos

FELIZ M I E S VA N H O U T

¿Cuál es la mejor forma de mostrar la amplia gama de emociones del ser humano? La respuesta no es fácil y el reto es mucho mayor al enseñar a un pequeño que empieza a distinguir y reconocer lo que siente. En las etapas de aprendizaje, los niños suelen mostrar dificultad para expresarse, ya que no conocen las palabras adecuadas. La autora holandesa Mies Van Hout se propone superar esta dificultad apoyada con ilustraciones de peces que habitan en las profundidades del océano. Aquí podremos reconocer los estados de ánimo básicos que constituyen la conducta humana, algunos de ellos desarrollados en las primeras etapas de crecimiento y otros que serán descubiertos con el paso del tiempo. Con ayuda de colores, algo de papel negro y mucha creatividad para producir una atractiva tipografía a mano, esta autora pone al alcance de los más pequeños un mundo de emociones que, sin duda, ellos estarán dispuestos a explorar, tanto por la universalidad de su contenido como por el atractivo de las ilustraciones. Encontramos, por ejemplo, una letra que surge del pulso tembloroso de un pececito nervioso; una letra dura y desigual en dominante color rojo para el pez furioso; colores suaves y relajados para el pez enamorado; y colo-

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Con esta colaboración da inicio una nueva sección de La Gaceta: Trasfondo, un espacio libre para la ficción, la crónica, las memorias, las cartas, el relato desenfadado y la reflexión.

Los Durmientes BERNARDO ES QUINCA

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l inspector Morgan se abrochó los botones del abrigo y se encasquetó el sombrero mientras caminaba por la playa hasta la orilla del mar. Soplaba un viento frío, tenaz, que arrastraba basura sobre la arena. Lo primero que llamó su atención fue lo diminutas que se veían las personas al lado de aquella mole gris. Comenzaba a amanecer, pero había ya varios curiosos rondando el espacio demarcado con cinta amarilla. Las gaviotas también se hacían presentes, volando en círculos a la espera de llevarse algún pedazo del botín. Cuando Morgan llegó al lugar lo recibió una bocanada de hedor a carne putrefacta. Su trabajo lo enfrentaba cotidianamente al olor de cuerpos descompuestos pero nunca había tenido que soportar algo semejante. De hecho, no comprendía por qué se le había asignado el caso, y fue lo primero que le reclamó a Logan, el jefe de la Guardia Costera. –¿Para qué me quieres? —preguntó Morgan, mientras pasaba por debajo de la cinta—. Usa explosivos y verás que te deshaces del problema en segundos. Logan le tendió una mano; el inspector ignoró el gesto, en parte por el frío, en parte por mostrar su molestia.

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–En esta ocasión no aplicaremos el protocolo de sanidad —respondió el jefe de la Guardia Costera—. No hasta que aclaremos el caso de vandalismo. –¿Vandalismo? —preguntó Morgan, incrédulo—. ¿Me estás diciendo que alguien mató y arrastró a…? Logan se hizo a un lado y señaló el costado de la ballena con la mano. El inspector enmudeció. Sobre la piel agrietada del animal, alguien había hendido una serie de símbolos extraños.

Era un cachalote de gran tamaño. Su costado izquierdo presentaba incisiones realizadas con un objeto punzocortante. Morgan desvió la mirada de la piel, la dirigió a la boca abierta del animal y contempló su hilera de dientes afilados. El cuadro era anormal; el inspector se sentía ajeno, vulnerable. Como pez fuera del agua, reflexionó para sí con ironía. El asistente de Logan se acercó con un termo de café. Morgan agradeció el gesto. Tal vez la bebida le ayudaría a organizar sus pensamientos. –Sé que todo esto te ha de parecer absurdo —Logan rompió el silencio—.

¿Qué importancia puede tener una ballena muerta como para llamar a la policía? Te lo voy a explicar: si unos vándalos fueron capaces de marcar a este pobre animal como ganado, no los quiero merodeando por aquí. –Y yo tengo que encontrarlos… –Mi territorio es el mar. En tierra tú mandas. Morgan dio un sorbo al café, se dio tiempo de paladearlo y sentir su efecto estimulante. –Es una travesura —dijo—. Una broma de alguna pandilla de adolescentes. ¿Qué haré cuando los atrape? ¿Darles nalgadas? Logan se acercó al costado de la ballena y señaló las incisiones, como maestro frente al pizarrón. –Esto no tiene ninguna gracia —dijo indignado—. Es siniestro. Hay que atrapar a los responsables y darles una lección. Morgan no quería saber de ballenas. Y odiaba la playa. Miró sus zapatos mojados, cubiertos de arena. Quería largarse de ahí cuanto antes. –¿Y a quién interrogamos? ¿A las gaviotas? Logan iba a reñir al inspector pero se contuvo. La respuesta había llegado antes de lo previsto: su asistente traía consigo a Magallanes, el pescador más viejo de la zona. –Cuéntenos —dijo Logan, diri-

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giéndose a Magallanes—. ¿Vio algo? El anciano asintió. Su barba blanca contrastaba con su piel tostada. –Estaba poniendo las redes cuando el animal encalló —dijo con voz cansada—. Quedó a unos metros de mí. –¿Y quién le hizo esas marcas? —intervino Morgan con tono inquisitivo—. ¿Usted? El viejo le lanzó una mirada compasiva. A lo largo de su vida había visto —y oído— suficiente. Parecía estar de regreso de todo, como los restos de un naufragio. –No —respondió—. Nadie lo hizo. –¿Es una broma? —exclamó Morgan, impaciente. Logan puso una mano sobre el hombro de Magallanes. –Explíquese, por favor. El viejo pescador miró por encima de ellos, como si buscara algo mar adentro. –Yo la vi encallar —dijo con voz quebrada—. Cuando el mar la arrojó, ya estaba marcada.

Morgan no creyó el testimonio del viejo. Y aunque eso le implicara pasar más tiempo en la playa, mandó llamar a Gama, el perito forense. Una hora

ENERO-FEBRERO DE 2016

LOS D U R M I ENTES

después, Gama llegó. A esas alturas, el número de curiosos ya era considerable; también había reporteros y fotógrafos. A Morgan le gustaba darse importancia, así que los mantenía a raya sin responder sus preguntas. Mientras Gama revisaba las incisiones del animal, el asistente de Logan llegó con una segunda ronda de café. El sol ya había salido por completo y comenzaba a calentar la arena. –El hedor será insoportable pronto –dijo el inspector. El jefe de la Guardia Costera ignoró el comentario. Lo que le preocupaba era otra cosa. –Si no fueron pandilleros, como tú sospechas —comentó—, ¿entonces quién? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que ese animal haya sido marcado dentro del mar? –Eso está por verse —dijo Morgan—. A mí me parece que el pescador quiere inventarse un cuento para salir en las noticias… El inspector hizo un gesto hacia el otro lado de la cinta amarilla, donde Magallanes era entrevistado por la p prensa. –Lo conozco desde hace muchos aaños —dijo Logan—. Es un buen hombre. No creo que pretenda engañarnos. –A lo mejor tanto sol ya le frió el cerebro. No podemos fiarnos de él. Logan desvió la mirada del pescador y de los reporteros y la depositó sobre la ballena. –Esos símbolos no son casualidad. Conozco una persona a la que podemos acudir. Morgan terminó su café. Iba a tirar el vaso desechable en la arena; se acordó de que estaba rodeado de ojos vigilantes y se contuvo. –¿En quién estás pensado, marinero? ¿En un vidente? El jefe de la Guardia Costera sonrió. El inspector nunca había sido de su agrado, pero en ese momento sintió empatía. Debía estar perturbado por la escena, como un niño el primer día de clases. –Podríamos llamarle así —respondió—. Una vidente del pasado. Me gusta esa definición. Aunque sus colegas prefieren llamarla arqueóloga… Gama los interrumpió. Mientras se quitaba los guantes embarrados de materia viscosa, les comunicó sus conclusiones. –El tejido subcutáneo de la ballena contiene infiltración hemorrágica. Morgan sabía lo que eso significaba. –¿Estás seguro? –preguntó. –Completamente. –¿Qué quieres decir? –intervino Logan, impaciente. –Que la ballena estaba viva cuando la marcaron –respondió Gama. –O moribunda –acotó Morgan. –Entonces Magallanes tiene razón —dijo Logan, con un gesto de incredulidad—. La ballena fue marcada dentro del mar.

Cuando la arqueóloga llegó, Morgan se había resignado a pasar el día entero en la playa. Aunque no desayunó, el apetito se le había esfumado por la peste emanada de la ballena. Probablemente no volvería a comer pescado en su vida. Al regresar a casa, le pediría a su mujer que le preparara un bistec. Barbosa parecía intrigada por los símbolos marcados en la ballena. Les

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tomaba fotografías y luego hacía anotaciones en su libreta. El calor era insoportable; Morgan se quitó el abrigo y lo dobló sobre su brazo. –Estás boqueando –ironizó Logan. –Dile a tu asistente que traiga cerveza –pidió el inspector. –¿Esto es lo más raro con lo que te has topado en tu carrera? –He visto de todo, sólo me faltaba ver una ballena tasajeada. El jefe de la Guardia Costera bajó la voz, como si estuviera a punto de hacer una confidencia. –¿En verdad no crees que este animal pudo ser marcado mar adentro? Ya lo dijo el perito: quienquiera que haya sido el responsable, lo hizo cuando aún estaba viva… Morgan se pasó una mano por los labios resecos. Nunca había deseado tanto un trago. –Eso no significa que ocurrió en el agua. Pudo ser marcada mientras agonizaba en la playa. –También está el testimonio de Magallanes. ¿Por qué estás tan escéptico? El inspector se desabrochó el cuello de la camisa y sintió el alivio de la brisa marina en su pecho. –Debe haber una explicación racional —dijo—. ¿No se supone que los cachalotes pelean en las profundidades con calamares gigantes? –Esas marcas no son las huellas de una batalla –dijo la arqueóloga, que acababa de unírseles. En el rostro de Barbosa había una mezcla de emoción y desconcierto. Antes de continuar, se quitó los lentes. –Lo que la ballena tiene grabado en la piel son letras de un antiguo alfabeto.

Morgan contempló el bistec sobre su plato. Cortó un trozo, pero fue incapaz de llevárselo a la boca. En su lugar, dio un largo trago a la copa de vino que le sirvió su mujer. No podía dejar de darle vueltas al enigma de la ballena. Hacia la tarde, Barbosa se había marchado de la playa con su cámara y su libreta a investigar los símbolos, dejando más dudas que respuestas. El inspector se levantó de la mesa, descolgó el teléfono y marcó el número de la arqueóloga. –¿Algún avance? –preguntó en cuanto Barbosa descolgó. –Trabajo en ello. –Tiene que decirme algo o voy a enloquecer. –Venga a mi casa. Aquí platicaremos. El inspector hizo una pausa. –¿Tiene vino? –Cerveza. –Mejor. Llevo todo el día queriendo una y nadie me la ofrece. Morgan colgó. Salió de su casa sin despedirse de su esposa.

El estudio de Barbosa parecía una pequeña biblioteca, con las paredes cubiertas por volúmenes. Sobre su escritorio reposaban abiertos los libros que estaba consultando. También había varios papeles con anotaciones y fotocopias con imágenes de esculturas y vasijas antiguas.

La arqueóloga conversaba con el inspector sin quitar la vista de los papeles. –Se trata de una escritura cuneiforme. Fue el primer método de escritura, hecho a base de pictogramas. Morgan tenía una lata de cerveza en la mano. Aún no le había dado un trago, pero el simple hecho de sostenerla lo reconfortaba. –Hábleme en español, por favor. Barbosa despegó la vista de los libros. Sonrió, apenada. –Son dibujos que representan cosas. Al unirse conforman un lenguaje. –¿Me está diciendo que lo que la

ballena tiene grabado en la piel es una especie de mensaje? La arqueóloga se quitó los lentes y los dejó sobre el escritorio. –Eso parece. Morgan se decidió a darle un trago a su cerveza. El primero era el mejor. Los que venían después no podían compararse con aquella sensación. –¿Y qué dice el mensaje? –preguntó con voz trémula. Barbosa se acercó al inspector. Sus ojos brillaban con intensidad, como si fuera una niña que estuviera a punto de descubrir algo indebido. –No estoy segura. Este lenguaje es muy antiguo y son pocos los expertos que lo comprenden. Pero no se preocupe: envié un fax con las imágenes a un colega que puede ayudarnos. –¿Un fax? –dijo Morgan, incrédulo. La arqueóloga encogió los hombros. –Trabajo con cosas antiguas, ¿qué tiene de raro? El inspector dejó la lata sobre una mesa cercana. –Entonces, ¿seguimos en las mismas? –Falta descifrar el mensaje —respondió Barbosa—, pero lo que he averiguado resulta interesante. Esta escritura cuneiforme fue desarrollada en esta zona hace unos seis mil años por una cultura aborigen rica en leyendas… –Leyendas –repitió Morgan, escéptico. Barbosa cogió la cerveza del inspector y le dio un trago. –Una de ellas es la del Diluvio. Cuando las aguas lo cubrieron todo, las criaturas marinas gobernaron el mundo… Criaturas que los aborígenes adoraban como dioses. –¿Cachalotes? –No. Seres híbridos, como el Leviatán o el Kraken para otras culturas. Ellos los llamaban “Los Durmientes”. Morgan recuperó su cerveza. –¿Durmientes?

a

–Sí. Dormían en las profundidades a la espera del Fin del Mundo. Los cataclismos eran vitales y cíclicos para las culturas antiguas: de la destrucción renacía la vida. –Entonces —dijo Morgan, pensativo—, cada vez que había un Diluvio, “Los Durmientes” recuperaban su… trono, por así decirlo. –Exacto. –Aborígenes… siempre tan imaginativos. El inspector se terminó la cerveza y se despidió. Había sido un día largo; su cama lo reclamaba. –No deje de avisarme cuando llegue ese fax –dijo al abrir la puerta. Afuera, las primeras gotas de lluvia lo recibieron.

Tres días después, Morgan se encontraba frente al cachalote. No había parado de llover en todo ese tiempo; las calles inundadas hicieron de su traslado a la playa una odisea. Su mujer le advirtió del peligro de salir con aquel clima, pero no le importó. Quería resolver el problema cuanto antes. Había dado su consentimiento y ahora los trabajadores de la Guardia Costera colocaban explosivos. La ballena ya no era novedad: los curiosos y los reporteros se habían marchado. Sólo Barbosa seguía interesada pero el inspector no le comunicó su decisión. Horas antes, la arqueóloga le había mandado una copia del fax con el mensaje descifrado. Morgan lo traía entre sus manos, que mantenía unidas detrás de su cintura. El papel, arrugado por la lluvia, apenas podía leerse ya. Logan estaba a su lado. Ni a él ni a nadie había mostrado el mensaje. –¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó el jefe de la Guardia Costera—. Cuando se haga la detonación, toda posibilidad de investigación quedará clausurada. –Por supuesto. No podemos mantener este foco de infección. –Cuando tú digas, entonces. El inspector miró hacia el mar revuelto por la lluvia. Una lluvia intensa y constante. Olas grandes y oscuras azotaban la playa. Intentó distinguir el horizonte, pero sólo veía un impenetrable muro de agua. Hizo una señal con la cabeza y la ballena voló en pedazos. W

Bernardo Esquinca. Escritor. Su más reciente libro es la novela Carne de ataúd, publicada por Almadía.

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