La espía menos pensada

18 abr. 2009 - y luego espía de la NKVD soviética (an- tecedente de la KGB), quien logró armar desde esa pequeña ciudad
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CRÍTICA DE LIBROS

LA MUÑECA RUSA POR ALICIA DUJOVNE ORTIZ ALFAGUARA 304 PÁGINAS $ 55

NARRATIVA ARGENTINA

La espía menos pensada En La muñeca rusa, Alicia Dujovne Ortiz novela, en un audaz registro que combina fidelidad documental con imaginación, la insólita historia de amor entre el escritor uruguayo Felisberto Hernández y la agente soviética que fue por breve tiempo su esposa POR SOLEDAD QUEREILHAC Para La Nacion

A

l igual que en muchos libros anteriores –novelas como Las perlas rojas (2005) y Mireya (1998) o biografías como El camarada Carlos (2007)–, esta nueva obra de la escritora argentina Alicia Dujovne Ortiz, La muñeca rusa, también se basa en una historia real y en las vidas de individuos que efectivamente existieron. En este caso, la historia fue hallada mientras la autora realizaba una exhaustiva investigación sobre la actividad política de su padre, Carlos Dujovne, miembro del Partido Comunista que, además de realizar tareas en Moscú, había sido enviado por la Internacional Sindical a Montevideo. Como no podía ser de otra manera, la insólita historia develada en Uruguay por el historiador Fernando Barreiro, en 1998, llegó a sus oídos: aquella que refiere el paso por Montevideo, entre 1948 y 1967, de la española África de las Heras, alias María Luisa en ese país, ex miliciana de las Brigadas Republicanas y luego espía de la NKVD soviética (antecedente de la KGB), quien logró armar desde esa pequeña ciudad del Plata una red de espionaje sudamericana y, sobre todo, un efectivo sistema de obtención de pasaportes uruguayos para los espías rusos. El dato curioso es que la coartada que permitió a esta espía ingresar a Montevideo y permanecer allí tanto tiempo fue su matrimonio con el brillante escritor –y notorio anticomunista– Felisberto Hernández, quien al parecer jamás se percató de haber estado casado con una heroína del estalinismo. Al menos eso es lo que sostienen los historiadores, pero esta novela, a contrapelo, juega a relativizarlo con algunas hipótesis que atraviesan el relato. La historia tiene como protagonistas a María Luisa y a un Felisberto Hernández transformado en personaje, quienes se conocen por primera vez en París, en el Pen Club, lugar donde Felisberto se reunía con otros escritores, entre ellos, su amigo y poeta Jules Supervielle. Tras el 14 | adn | Sábado 18 de abril de 2009

Alicia Dujovne Ortiz JORGE BOSCH

La autora se permite la invención de un solo personaje ficticio dentro de este compendio de hechos reales: se trata del agente soviético Oleg fulminante flechazo, producto tanto de la efectividad y belleza de la espía andaluza como de la facilidad para “picar” de un Felisberto mujeriego, la novela narra el casamiento en Montevideo y los pormenores de una vida en convivencia durante poco más de dos años. Luego del inevitable divorcio, la narración sigue a sus dos protagonistas hasta el final de sus vidas: a él hasta 1964, año en que muere de leucemia; a ella, tras su regreso a Moscú, hasta 1988, justo un año antes de la caída del muro que, por concesión de la suerte, no llegó a ver. Dujovne Ortiz teje su historia dando un orden narrativo a la información recopilada gracias a su ya ensayada avidez de archivo, pero, también, proyectando imaginariamente cómo fue la vida íntima de estas dos personas, aquello que los archivos no pueden informar. Los episodios fácticos se ven, así, revestidos de detalles,

de digresiones, y aparecen filtrados por un punto de vista que muestra a los personajes de cerca, aunque por momentos esta rara omnisciencia, apenas disimulada, los reduzca a cierta monocromía, producto acaso de una escritura que se mantiene siempre fiel a su mimado registro. Acorde con la apariencia de fábula de esta historia de espionaje e identidades ocultas, ocurrida en la ciudad menos pensada de América latina, la autora se permite la invención de un solo personaje ficticio dentro de este compendio de hechos reales, un personaje que no obstante su origen imaginario pareciera ejercer la función más real, más necesaria, de toda esta historia: se trata del agente soviético Oleg, de profesión semiólogo y también novelista, quien deja constancia en su diario de haber sido el artífice del encuentro en París, así como del digitado casamiento y de las tareas de espionaje en Montevideo. Oleg es el necesario titiritero, entre cínico y romántico, detrás de esta idea tan insólita como en un punto graciosa de casar a una agente soviética con un escritor anticomunista. De esta manera, Dujovne Ortiz introduce una vuelta de tuerca a esta “historia real” y la presenta previamente diseñada por un agente semiólo-

go-novelista, tan admirador de la obra de Hernández como de la belleza y valentía de África, de quien está enamorado. En Oleg se concentra tanto este desliz algo meloso del triángulo como la ingeniosa resolución novelesca –y esto último, en más de un sentido– del encuentro entre el uruguayo y la española. Finalmente, la obra literaria de Felisberto ingresa, también, como parte de la novela. Su relato “Las Hortensias” –dedicado a María Luisa– y el excepcional “La casa inundada” –ideado en los años compartidos con la espía– ofrecen fragmentos que se ensamblan con algunas zonas de la historia. Y es en este mismo ensamble donde la novela suelta a jugar sus hipótesis, sutiles pero aún así ineludibles, sobre la clave biográfica que velaría detrás del primer relato, especie de representación inconciente, densamente simbólica como los sueños, de aquello que el escritor veía pero no dilucidaba plenamente, esto es, la profesión de espía de su mujer. En “Las Hortensias”, la duplicación de las “Marías” en mujer y muñeca, además de ofrecer a la autora material para imaginar escenas de sexo fetichista entre Felisberto, su esposa y una muñeca vestida de española, es presentada como la forma en que el escritor manifestó su sospecha de una doble vida de su esposa. Es aquí cuando la lectura de La muñeca rusa es obligada a saltar del registro de la ficción narrativa hacia el de un análisis literario biografista, presionado para encajar dentro de una hipótesis previa. El lector cautivado por la literatura del uruguayo podría sentir, en ese momento, cómo en medio de la plácida lectura recibe el golpe de un balde agua fría. Afortunadamente el frío pasa pronto y retorna, sin problema, la placidez de una historia que se deja contar. En gran parte esto se debe al atractivo del personaje de África, porque en ella narración y objeto parecen alcanzar su sintonía máxima, un tono que, sobre la base de lo fáctico, se propuso rendir cuenta de una sensibilidad enigmática. © LA NACION