Julio Hirsch Chávez Volver a casa

6 jun. 2014 - obras recientes de Chávez. Una presencia sutil que, según Eugen Herrigel en su libro Zen en el arte del ti
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18 | ADN CULTURA | Viernes 6 de junio de 2014 muestras

Doble homenaje Daniel Gigena | la nacion

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Chávez se identifica con la búsqueda mística de Rothko a través del arte

Julio Hirsch Chávez Volver a casa Artista multifacético, presenta dibujos y esculturas en Rubbers mientras interpreta a Mark Rothko en el teatro Celina Chatruc | la nacion

¿Q

ué ves?”, pregunta Julio Chávez al joven que entra en el taller. “¡¿Qué ves?!”, insiste, enérgico e impaciente, mientras señala una pintura. Así comienza Red, la obra de teatro en la que el actor interpreta a Mark Rothko. uno de los artistas más importantes del siglo XX. Ahora, parado en la galería Rubbers frente a las esculturas que realizó en los últimos dos años, es él quien debe responder. –Veo algo infantil, lúdico. Un gusto de ir armando un mundo. Esta obra está llena de accidentes, y yo respeto los accidentes. Intento sortearlos. Como dice Rothko: “Has sido pesado en la balanza y has sido hallado defectuoso”. Me conmueve profundamente, porque he empezado en la actividad artística para superar lo que entendía como defectuoso en mi persona y en mi familia. Pero es imposible escapar. Julio Hirsch Chávez reconoce en sus propias manos el gesto de su padre al lijar. Sus primeras esculturas, expuestas hace más de diez años, buscaron redimir a ese lustrador de muebles al que todo (o casi) le salía mal. Las que presentó esta semana se acercan más a un lenguaje propio, que integra por fin dos identidades –en las muestras anteriores usó sólo su apellido real, Hirsch– y el trabajo realizado a lo largo de tres décadas.

“No es casual que haya tomado su firma como título de la exposición: J.H.C.”, señala la curadora, Nora Dobarro. Y observa que el gesto, la energía de esos primeros dibujos con figuras humanas realizados en su taller de San Telmo, permanece en los objetos más recientes, absolutamente abstractos. “Hay algo de mi persona que está más centrado, más vulnerable, y la obra lo expresa –dice Chávez sobre estas esculturas de madera balsa que parecen de metal–. Son más como soy yo: aparentemente pesado, pero bastante livianito.” –¿Te identificás con Rothko, en el sentido de que le costaba exhibir su obra? –Tal vez no por los mismos motivos que a él... Yo no me siento un extranjero. En la obra hay una palabra: “desarraigado”. Cuando empecé a ensayar, el desarraigo lo entendí como una situación negativa, pero después comprendí que es una situación indispensable para el artista. Porque uno construye un lenguaje que lo haga sentir como en su casa. Y para eso hay que estar afuera; nadie quiere volver si no está afuera. De hecho, el hombre vuelve a mirar al cielo porque quiere reencontrarse. Para mí en el arte hay una situación de deseo, intento o ilusión de volver a un lugar del cual no se apartó. Creo que el trabajo es una suerte de pensamiento que se materializa, un signo, y que cada cual intenta

MARTIN FELIPE / AFV

que sea su casa. O la evocación de lo que uno entiende que es su casa. O, por lo menos, un espacio en el cual se comunique algo que tenga que ver con el alma y con lo habitable de la existencia. En ese sentido, Rothko ha vivido lo extranjero, lo apartado, de una manera mucho más profunda que yo. Me siento un poco relacionado en el intento de cierta religiosidad. El mismo espíritu que habita uno de los grandes legados de Rothko, la capilla no confesional fundada en Houston por Dominique y John de Menil, parece haber inspirado también las obras recientes de Chávez. Una presencia sutil que, según Eugen Herrigel en su libro Zen en el arte del tiro con arco, se manifiesta cuando “el hombre, el artista, la obra, todo es uno”. –Yo sé qué debo hacer, pero no sé cómo lograrlo. Tengo un hábito de trabajo. En un momento sucede, estoy gobernado por la obra. Digo: éste es un ser autónomo. Obedezco a un hacer y después a un signo que se produjo en ese hacer. Obedecer es para mí un acto voluntario e indispensable. El sometimiento es importante. A qué, es una elección de cada uno. Pero aun el que dice “yo no me someto” está sometido a ese pensamiento. Si hay algo que otorga libertad es entender a qué estás sometido. Y, después, elegir cambiar. –En el teatro estás sometido a un director, pero en las artes visuales estás sometido a algo más abstracto... –No tan abstracto. Llega un momento en que decís: no sé cómo se armó, pero acá hay un jefe. Creo que finalmente estás buscando algo que te gobierne. Porque entre otras cosas, volver a casa es volver a la madre, al padre, al orden, a lo cálido y también al límite. A la identidad, a la estructura. ¿Cuál? Cada alma sabrá. C Ficha. J.H.C., dibujos y esculturas de Julio Hirsch Chávez en Rubbers (Av. Alvear 1595), hasta el 28 de junio.

siete años de la muerte de Sarah Grilo, un conjunto de obras sofisticadas repara el hiato entre la artista y el público porteño. Grilo integró el grupo de Artistas Modernos con Tomás Maldonado, Claudio Girola, Lidy Prati y, entre otros, el español José Antonio Fernández-Muro. Este pintor se casó con Grilo en 1945. Jóvenes, talentosos y afortunados, viajaron por Europa y Estados Unidos, donde recibieron el influjo de las vanguardias. Grilo se dedicó a un tipo de abstracción geométrica que, flexibilizada por una paleta espesa, alcanzaba registros poéticos. Luego de una larga residencia en Nueva York en la década de 1960, su pintura cambió de manera definitiva. En las paredes de la ciudad encontró nueva materia gráfica en pintadas callejeras, carteles y grafitis. Con una mirada entrenada en el misterio, fue una de las primeras artistas del siglo XX en incorporar la escritura como un elemento central de su obra. No sólo palabras, sino también formatos: telegramas, planillas, esquelas y pasaportes. Una selección de estos trabajos de los años 70 integra Cartas a Sarah, en Jorge Mara-La Ruche. De un lado, los trabajos de Grilo, donde su firma se funde con palabras en español y en inglés, con signos indescifrables y pinceladas ocres. Del otro, obras de Carlos Arnaiz, Kirin, Fidel Sclavo y Eduardo Stupía que elaboran bitácoras visuales de una serie secreta. Obras de Fernández-Muro, fallecido hace pocas semanas, completan esta correspondencia entre el pasado y el presente, entre dos mundos que aún se comunican. Mientras Grilo recibió el influjo locuaz de las paredes, él lo obtuvo del suelo neoyorquino. Sus frotagges sobre baldosas y tapas de alcantarillas adquieren hoy una actualidad inusual. C

Ficha. Cartas a Sarah y Homenaje a Fernández-Muro, en Jorge Mara-La Ruche (Paraná 1133), hasta el 10 de junio.

Sin título, Fernández-Muro, 1990