Informe sociológico sobreja situación social de ESPAÑA

españolas. 15.3. Conclusiones para una política de vivienda. 16. EQUIPAMIENTO SOCIAL ..... Como todos los grandes concep
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Informe sociológico sobreja situación social de ESPAÑA

Amando de Miguél Jesús M. de Miguel

'

Amparo Almarcha Jaime Martín Moreno

Benjamín Oltra Juan Salcedo

a t pocos pa*ses en el mun­ do que cuentan con informes periódicos sobre su situación social, España es uno de ellos. La Fundación FOESSA se ha ade­ lantado a las más modernas co­ rrientes de la Sociología aplicada que exigen una “ contabilidad social” , un sistema de “ indicado­ res sociales en apoyo y comp'emento de las usuales estadísticas económicas de nuestro país,

H

Dada la pertinaz ausencia de datos sobre nuestra realidad so­ cial se impone un estudio- global y sistemático. Este ba sido el objetivo del Informe sociológi­ co 1970, cuya Síntesis ahora pre­ sentamos. Para ello se pojado al volumen inicial de todo el cúmulo de cifras, citas y notas metodológicas que intere­ saban mayormente a ios investi­ gadores. Creemos que vale la pena compendiar los resultados del estudio sociológico más am­ bicioso realizado hasta el mo­ mento sobre la estructura social de nuestro país. £* una obligación cívica de los Investigadores sociales no sólo investigar la realidad, sino oto conocer sus resultados al mayor número de personas. Han pasado 3 Ja historia los tiempos en que el conocimiento de los problemas sociales era materia reservara los profesionales de la Política o de las Ciencias Sociales. ¿Cuáles son los costes psicoló­ gicos y sociales del desarrollo? ¿Hay en España control de la natalidad? ¿Seguirán vaciándose los pue­ blos y congestionándose las ciu­ dades?

SINTESIS DEL INFORME SOCIOLOGICO SOBRE LA SITUACION SOCIAL DE ESPAÑA 1970

AMANDO DE MIGUEL JESUS M. DE MIGUEL AMPARO ALMARCHA JAIME MARTIN MORENO BENJAMIN OLTRA JUAN SALCEDO

Comuníquenos su nombre y dirección, citando este libro, y te informaremos periódicamente de todas nuestras no­ vedades. Euramérica, S. A. Apartado 36.204 Madrid

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS: ©, 1972 EURAMERICA, S. A. - Madrid-16 (España) Distribuidor exclusivo: “La Editorial Católica, S. A.”, Madrid-16 (España) Depósito legal M. 1.082.—1972 § Printed in Spain Impreso en España

FUNDACION FOESSA FOMENTO

DE

ESTUDIOS

SOCIALES

Y

DE

SOCIOLOGIA

APLICADA

SINTESIS DEL INFORME SOCIOLOGICO SOBRE LA SITUACION SOCIAL DE ESPAÑA

1970

INDICE

PROLOGO A LA PRESENTE EDICION 1.

PRESENTACION: Historia del Informe. 1.1.

2.

PLANTEAMIENTO TEORICO 2.1.

El cambio de la teoría sociológica.

2.2. 2.3.

La teoría del cambio sociaL Teoría sociológica del desarrollo y de los problemas sociales. España, un enigma sociológico.

2.4. 3.

Historia de los Informes Sociológicos de FOESSA.

POBLACION 3.0.

La importancia sociológica de *os es­ tudios de población. 3.1. La explosión de la población en el mundo. 3.2. La estructura demográfica española. 3.3. El peso de la población activa agraria. 3.4. Los sectores de la población activa.

4.

DESARROLLO ECONOMICO 4.1. El campo español y sus problemas. 4.2. El desarrollo regional. 4.3. El nivel de vida. 4.4. Las debilidades y contradicciones del sistema.

5.

SOCIOLOGIA DEL CATOLICISMO ESPAÑOL 5.1. 5.2. 5.3. 5.4. 5.5. 5.6.

6.

FAMILIA 6.1. 6.2.

7.

El catolicismo español como fonómeno social Religiosidad, ciase social y regiona­ lismo La práctica religiosa La cultura religiosa El clero español Religión y cambio social

Los conocimientos sociales de la na­ talidad El grupo familiar a examer

LA DESIGUALDAD 7.1. La desigualdad económica 7.2. La pirámide de ocupaciones 7.3. Movilidad geográfica y social 7.4. Desigualdad y conciencia de? c*ase

8.

LOS ELEMENTOS PSICOLOGICOS DE LA VIDA SOCIAL 8.1. 8.2. 8.3.

9.

Ideas sobre la felicidad La valoración del éxito material. El ritmo de la vida social

FORMAS DE MARGINADOS SOCIALES 9.1. Enfermedad 9.2. Violencia 9.3. Suicidio 9.4. Los costes sociales del progreso

10.

11.

EL TEMA DE LA POBREZA 10.1.

La pobreza en las sociedades mo­ dernas

10.2. 10.3.

La pobreza en España La lucha contra la pobreza

AUMENTACION 11.1. 11.2.

12.

13.

14.

15.

El nivel de nutrición La cultura alimentaria

SANIDAD 12.1. 12.2.

La mortalidad De qué se muere la gente

12.3. 12.4. 12.5.

La higiene del medio El equipamiento sanitario La organización de la asistencia sa­ nitaria

EDUCACION 13.1. 13.2. 13.3. 13.4.

Enseñanza primaria Bachillerato general La enseñanza superior Democratización de la enseñanza

13.5. 13.6.

Educación y empleo El problema de la científica

investigación

TRABAJO 14.1.

El trabajo de la mujer

14.2. 14.3.

El trabajo en una sociedad moderna El trabajo en una sociedad moderna

EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA 15.1.

Las necesidades de vivienda

15.2. 15.3.

16.

Condiciones y vida en las viviendas españolas Conclusiones para una política de vivienda

EQUIPAMIENTO SOCIAL 16.1. Las necesidades a nivel municipal 16.2. Los minipueblos 16.3. El equipamiento del barrio 16.4. Una cuestión urgente: la humaniza­ ción del medio

17.

LA CIUDAD 17.1. 17.2.

18.

Las comunicaciones urbanas La integración del hombre con los otros hombres en el espacia

FINAL: LOS INCIERTOS AÑOS 70

ANEXO: BIBLIOGRAFIA SOBRE LA SITUACION SOCIAL DE ESPAÑA

PROLOGO A LA PRESENTE EDICION

La Fundación FOESSA ha publicado hasta ahora dos Infor­ mes sociológicos sobre la situación social de España, uno en 1966 y otro — mucho más completo y voluminoso— en 1970. El primer volumen tuvo la fortuna de agotarse en muy pocos meses, un hecho sorprendente si partimos de la consideración de que se trata de estudios téc­ nicos, no fáciles de leer. Asimismo ha sido sorprendente el Interés dispensado al segundo volumen publicado en 1970. Esta inesperada acogida confirma, desde luego, el latente deseo que en nuestro país persiste por saber dónde esta­ mos y a dónde vamos, no sólo en términos de coyuntura económica sino de estructura social. Este súbito interés por las cuestiones sociológicas acaso deba interpretarse como un resultado del proceso general de secularización por el que estamos atravesando en España con pasos de am­ plitud histórica. Se confía quizá más en las ciencias so­ ciales de lo que éstas honestamente pueden proporcionar. Esta fe es el mal (y el bien) del siglo; no podemos ignorarla. La amplitud de propósitos, el entusiasmo por los datos que íbamos descubriendo, el rigor metodológico que no podíamos menos de aplicar, la hybris investigadora, todo ello resultó en que el Informe de 1970 rebosara todas las medidas de lo que normalmente se considera un “libro”. En realidad produjimos un “mamotreto”, útil, sí, a inves­ tigadores y curiosos de biblioteca, pero bastante inaccesi­ ble a lo que ahora se denomina “gran público”. Para empe­ zar, su precio de cerca de mil pesetas, aún siendo más que subvencionado, desbordaba el presupuesto normal del es­ pañol medio. Hasta cierto punto, ese elevado precio resul9 *0 índice

síntesis sociológica

taba contradictorio con el ánimo fundacional que había impulsado estos informes, a saber, “ayudar a tomar deci­ siones colectivas con mayor conocimiento de causa y con mayores probabilidades de éxito” (palabras del Comité de expertos que supervisó la realización del Informe). En el capítulo de agradecimientos del volumen original se dice lo siguiente: “Nuestra convicción más firme es que sólo con In­ vestigaciones sistemáticas como la que aquí presen­ tamos será posible un progreso pacífico de la vida pública española y un entendimiento razonable de los que en ella vayan a actuar. Nos dirigimos con ello no sólo a los políticos profesionales, sino a las per­ sonas preocupadas de todos los sectores — universi­ tario, obrero, clero, profesionales, empresarios, etc.— que de alguna manera se sienten insatisfechos con la situación social y para mejorarla desean cono­ cerla.” Desgraciadamente, insistimos, esos buenos propósitos se pueden haber dificultado por la intensa acumulación de citas, bibliografía y datos de toda especie que aparecen en el Informe. Su línea argumental no siempre aparece a los lectores tan nítida como era el propósito de los inves­ tigadores. Todas estas consideraciones nos presionaron para tomar la decisión de redactar la presente Síntesis, en la que se inten­ ta salvar esa no siempre clara línea argumental, de la forma más breve posible. La redacción la ha llevado a cabo un grupo de “supervivientes” del equipo investigador inicial, por lo que podemos asegurar que se trata de una versión rigurosamente auténtica. En lo posible, nos hemos adscrito al texto original, dejando a un lado tablas, notas y citas. Hemos pensado que el destinatario sea el público interesa­ do y no tanto el experto o el investigador. Estos últimos pueden recurrir al volumen inicial si desean un cierto rigor metodológico o si han de partir de los propios datos para poder establecer otras conclusiones. De otra forma, las afirmaciones que aquí se contienen les podrían sonar de­ masiado bruscas y precipitadas. 10

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prólogo a la presente edición

Si algún punto de partida de nuestro análisis merece hacerse explícito es que la particular situación de la es­ tructura social española y sus problemas no obedece a un único factor (sea el régimen político, el sistema capitalista o el carácter nacional). En consecuencia, hay que estudiar un abanico de con-causas. En otro orden de cosas, el coro­ lario es que los cambios apetecidos ni son imposibles ni tienen por qué ser revolucionarios. Pero dejemos a los lectores que extraigan ellos mismos sus consecuencias. Solicitamos además que esas conclusiones sean críticas, que nuestro trabajo no sea el punto de llegada sino uno de los posibles puntos de partida. Ojalá que nuestro es­ fuerzo sirva de algo en futuras investigaciones más con­ cretas y perspicaces, o a! menos que sea el catalizador de las reacciones que en la sociedad surjan para que esas investigaciones se consideren necesarias.

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1. presentación: Historia del Informe

Estas páginas se distinguen de otras muchas que tratan de los problemas españoles por su riguroso apego a la pretensión de entender la sociedad española de un modo empírico. Se trata, en una palabra, de una investigación científica, nada más y nada menos. La actitud que entiende que la investigación empírica nos da una imagen apropiada del mundo es acaso la ideología más notable de nuestro tiempo. He aquí su expresión en las curiosas palabras de un insospechado defensor de esta ideología: “Quien no ha investigado no tiene derecho a hablar.” “Aunque esta afirmación mía ha sido ridiculizada como ‘empirismo estrecho’, hasta la fecha no me arrepiento de haberla hecho; al contrario, sigo insis­ tiendo en que sin haber investigado, nadie puede pretender el derecho a hablar. Hay muchos que, ’apenas descienden de su carroza’, comienzan a a vociferar, a lanzar opiniones, criticando esto y cen­ surando aquello; pero, de hecho, todos ellos fracasan sin excepción, porque sus comentarios o críticas, que no están fundamentados en una investigación minuciosa, no son más que cháchara”.

1.1. historia de los informes sociológicos de FOESSA En 1966, ia Fundación FOESSA lanzó a la calle un In­ forme singular por su planteamiento y objetivos. Se trataba deaplicar las ideas y herramientas metodológicas de la Sociología empírica al conocimiento de algunos aspectos 13 «o índice

síntesis sociológica

de la situación social de España, insuficientemente tratados en los informes económicos al uso, o en la literatura más general, sobre los problemas sociales de nuestro país, de­ masiado inclinada, como es sabido, al ensayo estético o a la elucubración magistral. Hay que reconocer que, con todos sus indudables aciertos (no es lugar para detenerse en ellos), este Informe de 1966 no podía dar cuenta cabal de todos los aspectos que pretendía estudiar, porque en aquel entonces estaba todavía por hacer la estructura, el ambiente profesional más indis­ pensable con el que se podía organizar un análisis verda­ deramente satisfactorio de la realidad social española. Desde un principio ia idea dei I Informe y de la Fundación patrocinadora fué la de realizar informes periódicos con cierta unidad de objetivos, pero que fueran mejorando poco a poco su alcance y la metodología empleada. En diciembre de 1968 FOESSA otorgaba ei primer premio de un nuevo concurso abierto unos meses antes, para seleccionar el proyecto de un II Informe sociológico que hiciera realidad ios propósitos antes mencionados. Este proyecto lo presentaba Amando de Miguel, y a él se le encargó también ia ejecución del mismo. El contrato de investigación se firmó ei 8 de abril de 1969. En el verano se terminó de codificar la mayor parte de las encuestas. En otoño circulaban ya los primeros borradores de algunos capítulos. En la primavera de 1970 se daba a conocer la versión multicopiada del texto y las tablas definitivas. Hay que decir que el presupuesto que recibió este II Informe, algo más de cuatro millones de pesetas, con ser bastante modesto para los objetivos que nos proponíamos, era una de las cantidades más notables que se han concedido en nuestro país a una investigación sociológica. Una exigencia obvia de este II Informe era la continuidad con el i. Se cumple por el papel directivo de Amando de Miguel en los dos estudios y porque en ambos han coincidido, en dis­ tintas funciones, varias de las personas integrantes de los equipos realizadores. Era la misma “escuela” la que en ambos funcionaba. 14 índice

1.

presentación : Historia d el Inform e

El requisito de publicidad fue tan esencial como en el I Informe, o, si cabe, aún mayor por las expectativas que ese I Informe creó en un cierto público de que se iban a continuar y mejorar los informes sociológicos sobre la si­ tuación social del país. No se traía de un Informe para ia Fundación y, por tanto, privado, confidencial. El objetivo principal es convertirlo en un Informe de la Fundación para que sea difundido, utilizado, y para que cale en las mentes rectoras del país o simplemente en las personas con interés o curiosidad por estos temas. El criterio de objetividad que caracterizó al I Informe se halla igualmente presente en éste. FOESSA ha subvencio­ nado y canalizado diversas ayudas y ha preparado el marco de lo que habían de ser sus objetivos; pero la reali­ zación del estudio ha sido ejecutada íntegramente por un equipo profesional independiente, cuyo buen juicio ha sido respetado, con meticuloso y ejemplar talante de libertad intelectual por los miembros todos de la Fundación. Estos han orientado el diseño del estudio, han dado sugerencias y han supervisado la realización de las diversas tareas, pero siempre sobre esa base de respeto a la libertad de los investigadores profesionales, requisito esencial en la in­ vestigación científica. Como se trata de una conducta modé­ lica, y desgraciadamente no siempre reconocida en nuestro país, deseamos hacerlo constar de manera muy explícita. La razón o, si se quiere, la pretensión de objetividad anula el color político que, con otros supuestos, se podría haber dado a este Informe. No es un “libro blanco” del Gobierno, ni tampoco un memorial de la oposición. Nuestra pretensión es que a todos sirva, desde el poder y desde fuera de él, para hacerse cargo con responsabilidad de algunos pro­ blemas — no estrictamente económicos o políticos— que tiene planteados la sociedad española. Es una presunción, que ha animado nuestro trabajo, el que ya hay suficiente madurez en la organización pública de este país como para aceptar un sensato planteamiento independiente de ciertos problemas. Este Informe es un análisis critico de ia sociedad en que surge, y se ofrece a la continuidad de las investigaciones 15 «o índice

síntesis sociológica

sociales como un estímulo que ha de generar insatisfacción y continuidad. Al igual que el termómetro nos indica los grados de tolerancia que admite nuestro cuerpo, en este trabajo hemos tratado de registrar la “temperatura crítica” a partir de la cual el cuerpo social puede entrar en estado febril o quizá en coma. Por eso la crítica no es un lujo, sino la única disposición que nos puede permitir un diag­ nóstico científico. Oscilando entre el pudor Intelectual y la censura, muchos tratadistas españoles de temas económico-sociales hacen todos los esfuerzos posibles por hablar de desarrollo o de urbanización, de diferencias regionales o de educación, sin referirse para nada al país que tienen delante y que cierta­ mente les preocupa todos los días. En este Informe se trata de corregir esta desviación, bajando quizá la mira intelectual, pero apuntando hacia el campo de algunos problemas reales que nos cercan y nos angus­ tian. El realismo creemos que es otra de las características de este trabajo. Ello implica huir del halago o la propa­ ganda, pero también de la crítica excesivamente literaria o retórica. Evitamos ambas posiciones, sacrificando la posible brillantez con que nos tientan, porque hemos antepuesto ei valor de la precisa y fría disección de la realidad. Acep­ tamos, por supuesto, que se trata de la “realidad” que se deja analizar por los sociólogos, es decir, “un trozo” de la completa situación social, y, en último caso, de “lo que nosotros creemos que es la realidad” o, mejor aún, de nuestra idea para medir de un modo más útil lo que creemos observar. Por muy relativista que parezca esta idea, no nos impide marchar hacia la realidad en compe­ tencia con otros enfoques igualmente discutibles. Sí el viaje ha valido la pena, el lector lo dirá. Se podrá decir también que podíamos habernos lanzado a otras singladuras, pero hay que vivir y ver la España de 1971 para darse cuenta de que otras muchas alternativas deseables no eran op­ ciones reales. Desgraciadamente, el sociólogo es el primer prisionero de los condicionarlos institucionales que analiza; en nuestro caso era difícil evadimos de esta ley. 16

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1.

presentación : H istoria d e l Inform e

Deseamos subrayar decididamente que, sea cual sea el juicio que merezca el uso que hemos hecho de unos re­ cursos, unas técnicas y unos conocimientos, en este In­ forme, es nuestra impresión que después de pasar por él podemos diagnosticar mucho mejor ciertos problemas so­ ciales que a un gran número de personas preocupan. Los datos que hemos recogido son, como es natural, una re­ ducción de la realidad; pero retamos a cualquiera a que compruebe si con ellos no se le ofrece una imagen mucho más compleja de la situación social española que lo que puede desplegar la imaginación, el sentido común o el simple discurso de un intelectual que medita sobre estos temas. Se verá incluso que muchas relaciones que hemos descubierto van en contra del discurrir común de los espa­ ñoles interesados por estas cuestiones. No es fácil la posición del sociólogo que investiga en la dirección que aquí apuntamos. No todos los políticos le agradecerán el esfuerzo por facilitar datos y realidades. Sus colegas no siempre comprenderán el talante del inves­ tigador: incisivo, crítico, apasionado por el dato. Algunos intelectuales opinarán que es mejor aproximarse a la reali­ dad de un modo discursivo, literario. Ciertos economistas comentarán que a ellos solos corresponde el análisis de los fenómenos aquí tratados, siguiendo con ello el criterio heredado de la parcelación académica de las disciplinas y que tan funestos resultados está produciendo. Los que se preocupan de los problemas sociales desde una pers­ pectiva ética nos acusarán de que damos un tratamiento “frío” a los datos. Ciertos ideólogos verán demasiada “asepsia” en la inter­ pretación que hacemos de determinadas situaciones y nos echarán en cara que no extraigamos conclusiones más revolucionarias. Otros ideólogos, por fin, nos criticarán lo contrario: que este análisis es demasiado “pesimista”, que no registramos el progreso realizado en estos años y que nuestra crítica es demasiado negativa. Probablemente, to­ dos tienen razón, porque nuestra intención no ha sido, naturalmente, satisfacer expectativas tan diversas e incluso contradictorias. 17 *0 índice

síntesis sociológica

La Sociología en el mundo se encuentra hoy polarizada por dos grandes grupos de temas: el análisis de las “socie­ dades industriales” o la interpretación de las “naciones nuevas”, las sociedades emergentes al clima de valores que hoy se internacionaliza en todas partes. Nuestro Informe puede ser una contribución de cierto valor al estudio de los países intermedios, las “sociedades semi-industriales”, en las que se aloja España, que desgraciadamente no son objeto de demasiada preocupación por parte de los soció­ logos. El caso de estos países, como el nuestro (y se podría añadir Portugal, Argentina, Turquía y otros muchos), que no son estrictamente “nuevos” porque no han conseguido ia independencia recientemente, pero que tampoco han lle­ gado a ser “modernos”, presentan a nuestro juicio un extraordinario interés. Este reto intelectual debe ser tenido en cuenta cuando se lean las páginas que siguen. En los anuarios, informes y estudios auspiciados por los organismos internacionales hemos encontrado una llamativa y contumaz ausencia de datos españoles. El caso español no parece interesar en el ámbito internacional o los orga­ nismos españoles no proporcionan suficientes datos. Tam­ bién es posible que los autores españoles no publiquen en otros idiomas o participen poco en reuniones científicas internacionales. Es nuestra impresión, sin embargo, que determinados aspectos del desarrollo y el cambio social que ha experimentado nuestro país en las pasadas décadas pueden ser de enorme utilidad para el estudio de los problemas que afectan al desarrollo en muchos países que aún no han accedido al estadio industrial. Esta dificultad hay que tenerla en cuenta. España no es un país “normal” para las investigaciones sociológicas o, si se quiere, no lo ha sido hasta ahora. Muchos problemas importantes, reales, sentidos, son inabordables con los ins­ trumentos del análisis sociológico. No toda la realidad es “datable”, aunque cabe siempre la posibilidad de acercarse a ella a través de indicadores extemos, indirectos, y con los medios suficientes. No hay que olvidar, además, que aunque asequible a las 18

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1.

presentación : Historia de! Info rm e

técnicas de investigación, la realidad se “resiste” a veces a que se empleen en su disección. Por encima de la curio­ sidad del sociólogo más audaz, late un ordenamiento po­ lítico-institucional muy efectivo que hay que respetar si se desea seguir adelante. No se trata de hacer sociología de café (lo que los in­ gleses llaman pop sociology) a base de grandes frases moralizadoras sobre la sociedad en su conjunto. Se intenta ir más allá, hacia un análisis más reflexivo, que permita a cada lector extraer sus propias conclusiones. Pero este deseo no debe confundirse con una elemental postura “sociográfica” o, si se quiere, “numérica”. Evidentemente se trata aquí de sociología empírica, pero lo empírico no equi­ vale a la simple yuxtaposición de cifras. Hay que cuantificar todo lo posible, pero sólo conviene medir lo que sea mensurable. Una cifra debe expresar un dato, esto es, una relación con sentido. A veces ese dato no es numérico: es la manifestación verbal de un hecho, una opinión influyente, una creencia ampliamente compartida y que condiciona las conductas, una conclusión de un estudio. Los datos tienen su propio lenguaje variado y musical. En aprendiéndolo, es sencillo y hermoso tejer con ellos una sinfonía. Si no fuera demasiado obvio avisaríamos al lector que en sus manos tiene un reportaje de la situación social espa­ ñola (puede haber otros, es cierto), en el que cifras y frases son otros tantos personajes de un argumento. Puede que los personajes no estén bien trazados, pero creemos que el argumento vale la pena. El reportaje que aquí presentamos es algo más que una descripción. No basta con saber “lo que pasa”, sino “por qué pasa", y, sobre todo, “qué puede pasar”. Hemos hecho un gran esfuerzo por presentar la realidad y los problemas tal y como aparecen en una visión objetiva y neutral. Naturalmente, con la reserva antes enunciada de que la limitación de medios y métodos produce una visión sólo parcialmente objetiva y los propios valores y pre­ 19 *0 índice

síntesis sociológica

juicios conducen a una visión nada más que parcialmente neutral. Esa parcialidad se puede compensar porque el argumento que aquí presentamos nó termina con ia expo­ sición que hace ei Informe. Nuestra esperanza es que otras personas .— los que toman decisiones o influyen en ellas— , al contacto con los datos que aquí hemos elaborado, pue­ dan conformar los cambios sociales necesarios para que lo que aquí se destaca como Insatisfactorio pueda ser co­ rregido. No vamos a ser tan ingenuos de confiar en que las decisiones que se tomen vayan a coincidir con nuestra propia opinión como investigadores; pero no somos tan orgullosos como para pensar que nuestras propias ideas son las mejores para conseguir el mayor bienestar general. Simplemente pensamos que el diagnóstico que aquí apa­ rece de algún modo puede contribuir a que sean adoptadas decisiones más racionales sobre los cambios que la so­ ciedad española demanda. En otras palabras, este estudio sobre la situación social no se hará plenamente rentable hasta tanto no se intro­ duzca como ingrediente en algún esquema de planificación social. Nuestros datos tienen vida propia, son opciones para la acción. En el I Informe no pasábamos apenas de una des­ cripción de ciertas relaciones entre variables. Aquí nos hemos decidido a dar ese paso ulterior de señalar alter­ nativas posibles y deseables desde ciertos supuestos y valores. Se trata, como es obvio, de valoraciones personales sujetas a rectificación y a reserva de otros posibles datos que puedan aportarse en el futuro y que seguramente los modificarán. En cualquier caso adoptan más la forma de pistas que de certezas, de sugerencias que de conclusiones terminantes. En nuestro trabajo de cada día al analizar los datos constatamos una y otra vez que lo que perseguimos no es la búsqueda de la verdad, sino la lucha contra el error. Nos contentamos con despejar velos (después de todo, ésa es la etimología de la palabra “verdad” en griego), denunciar errores de interpretación en que nosotros mis­ 20

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1.

presentación : H istoria del inform e

mos hemos caído en el pasado por no tener en cuenta el suficiente número de variables o por medirlas sin el sufi­ ciente cuidado. Antes de dar paso a las páginas sustantivas de nuestro trabajo quisiéramos señalar el pesimismo y el optimismo con que ambivalentemente hemos construido esta inves­ tigación. El pesimismo se nutre con la sensación de que siempre habrá problemas sociales: los problemas simple­ mente se sustituyen, no se eliminan. El optimismo nace de la consideración de que los problemas que han origi­ nado los humanos pueden ser resueltos de alguna manera por el hombre. La mejor manera de empezar a resolverlos es irlos conociendo.

21 índice

*o índice

2.

2.0.

planteamiento teórico

introducción

Antes de entrar en los resultados de este estudio parece aconsejable que demos cuenta de los supuestos intelec­ tuales que han codicionado nuestro trabajo. Esta es una investigación concreta, aplicada y no una suerte de ensayo o de declaración de principios doctrinales de ningún gé­ nero. Para algunos, este objetivo formal será extremada­ mente limitado, y para otros, exageradamente amplio, pero, en cualquier caso, debe ser juzgado como lo que sus autores y editores pretenden que sea. El compromiso de diagnosticar los problemas de una sociedad en concreto — la española de hoy, del modo más amplio y sintético posible— condiciona, por tanto, las Ideas, los conceptos, los métodos empleados. En las páginas que siguen veremos, primero, cómo un de­ terminado enfoque de la moderna teoría sociológica es el que modula la curiosidad que ha conducido a esta investigación. Se expondrá también, muy sucintamente, un repertorio inicial de ideas en torno a los conceptos de cambio social y desarrollo que son los que fundamentan la descripción de la situación social española. De este modo se podrá aclarar el enigma inicial del que partimos: ¿es posible el desarrollo y todas sus consecuencias en una sociedad como la española?

2.1. el cambio de la teoría sociológica El marco teórico que ha condicionado nuestro trabajo tiene menos que ver con las grandes concepciones especulativas 23

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síntesis sociológica

que con un nuevo modo de enfocar la teoría, que consiste en acercarla a la observación sistemática de los hechos. El esquema conceptual teórico no sólo es el que genera y orienta la investigación empírica. El gran sociólogo norte­ americano Robert K. Merton ha subrayado de modo sagaz cómo el papel de la investigación no es el meramente pasivo de verificar las teorías o poner a prueba las hipó­ tesis. Los estudios empíricos desempeñan una función activa, generadora de hipótesis teóricas, iniciando, refor­ mando, reenfocando y clasificando nuevas teorías. En general, para que una investigación social pueda ser calificada de rigurosa y pueda fecundar adecuadamente una teoría, se requiere que contenga una cierta capacidad de predicción a través de un uso sistemático de las técnicas de medición. Las técnicas son un instrumento, el que hay, y se ‘ rata de perfeccionarlo a base de cometer errores y sufrir sus consecuencias. El criticarlas de antemano, sin ponerlas a prueba, supone casi siempre desconocer su manejo. La alternativa que propone Merton es enfocar ia teoría en torno a un “alcance medio”, cuyo objetivo central sea orientar la investigación empírica en casos concretos. Dentro de esta orientación teórica del “alcance medio” caben, por supuesto, muchos contenidos sustantivos. Noso­ tros vamos a aplicar aquí este modo de acercamos a la realidad social planteando el estudio de una situación social, la española, en un momento del tiempo, pero con una perspectiva comparada espacial (diferencias interna­ cionales e intranacionales) y temporal (series cronológicas y previsiones de tendencias). Para ello hemos tenido que partir de una teoría del cambio y una teoría, aún más específica, del desarrollo económico. Esta posibilidad de fecunda colaboración entre teoría y praxis surge cuando ia sociología investiga no sólo temas intelectuales, sino problemas sociales. No se trata de nin­ guna novedad revolucionaria. No hemos de olvidar la vieja 24 *0 índice

2.

p lanteam iento teórico

pretensión con que históricamente se despegó la Socio­ logía de otras disciplinas: entender lo que ocurre en una sociedad como conjunto cuando ésta se ve envuelta en las múltiples tensiones y conflictos que se desprenden de la revolución industrial. Esta es la razón por la que la Socio­ logía no tiene demasiado éxito en sociedades técnicamente muy avanzadas, integradas y escasamente conflictivas (Suiza o Nueva Zelanda) y aparece como una necesidad social en sociedades problemáticas (Alemania o Estados Unidos).

2.2.

la teoría del cambio social

Los que no han hecho ciencia dudarán de que los grandes cambios sociales puedan ser adecuadamente “explicados” cuando en la mayoría de los casos nos falta el requisito fundamental de la ciencia empírica: la posibilidad de expe­ rimentar. Evidentemente, esa posibilidad le es negada al análisis sociológico de las grandes magnitudes, primero por la dificultad de encontrar casos auténticamente com­ parables y segundo por la imposibilidad de manipular los elementos que comparamos. ¿Cómo, entonces, podemos atribuir el desarrollo económico a ciertas características anteriores, o cómo podemos asegurar que el desarrollo, en determinadas circunstancias, es capaz de producir, por ejemplo, una más equitativa distribución geográfica de la renta? Lo haremos con la misma osadía que el meteorólogo predice tormentas sin que los cielos le permitan (todavía) manipular los elementos atmosféricos. Acudiremos a obser­ vaciones repetidas, manejadas con los artefactos estadís­ ticos más a mano (cuasi-experimentales, podríamos decir) para, a través de series ordenadas, inferir resultados y tendencias. Nos equivocaremos muchas veces, pero acer­ taremos otras. Con todo, esta limitación metodológica no cuenta tanto como un inconveniente psicológico más profundo: las reac­ ciones negativas, y aún hostiles, que provoca todo !o que signifique alterar el estado actual de cosas. 25 *0 índice

síntesis sociológica

Esta resistencia general al cambio es ya un primer dato para el sociólogo y determina una estrategia a seguir cuando se desea influir en un determinado sentido: puesto que los deseos de cambio son tan frecuentes como las resistencias culturales y psicológicas al mismo, casi siem­ pre tendrán más éxito los cambios que se presentan como una mejora económica, y esta mejora deberá incluirse en cualquier programa de transformación total de una comu­ nidad para que sea ampliamente apoyada y se asegure su éxito. Como todos los grandes conceptos, el cambio social em­ pieza a significar distintas cosas una vez que nos intro­ ducimos en él para analizarlo y aplicarlo. Por ejemplo, de una manera empírica no hay tal cambio social, sino “cam­ bios sociales”, en plural, que se producen a distinta velocidad, en distinto momento o con distintas conse­ cuencias. Una primera distinción más inmediata es la de cambios cuantitativos y cambios cualitativos. La distinción es más metodológica que real y se apoya en el hecho fundamental de que los primeros son más fácilmente mensurables, cuentan con indicadores más sencillos y, por ello, dispo­ nemos de más datos pertinentes. Otra distinción fundamental, derivada de la teoría de Mer­ ton, es la de cambios estructurales frente a cambios indu­ cidos. También es más una distinción analítica que real, porque en todos los procesos encontramos siempre altera­ ciones más o menos espontáneas o autónomas junto a presiones particulares de determinados grupos o indivi­ duos, quienes favorecen o se proponen estimular los cambios en cuestión. La mayoría de los cambios estructurales suelen ser lentos, equilibrados, bastante predecibles y casi siempre irrever­ sibles. Lo que históricamente han sido los procesos de industrialización o secularización de las sociedades occi­ dentales podrían ser considerados cambios estructurales en su más amplio sentido. 26 *0 índice

2.

planteam iento teórico

Cuando en alguno de esos cambios podemos detectar a'gún centro de intereses que es consciente de querer e! cambio y de presionar por él, nos encontramos ya ante un cambio inducido. Es bastante frecuente el caso deun cambio inducido, que termina siendo estructural, y al revés. En el fondo de estas aparentes contradicciones entre los propósitos de los cambios inducidos y la realidad de los cambios espontáneos se encuentra otro concepto mertoniano: e! de condicionamientos estructuraies. Es difícil, por ejemplo, introducir el matrimonio civil y ei divorcio en un país de abrumadora mayoría de bautizados en la religión católica, los supermercados con autoservicio no se di­ funden mientras el servicio personal sea barato, etc. A veces los condicionamientos estructurales operan en otro sentido: precipitan cambios de estructura antes in­ cluso de que sean institucionalizados. Un ejemplo hipo­ tético podría ser la aceptación efe tacto de la huelga por obreros y patronos, cuando de ¡ure se mantiene su prohi­ bición, apoyada esta última en la creencia (no del todo comprobada) de que los patronos no la desean. Una consecuencia importante de todo lo que llevamos dicho es que en una sociedad tan interdependiente, como son hoy las de los países que han iniciado la revolución industrial, es casi imposible que se produzca un cambio en un sector determinado sin que ello tenga algún efecto en otros sectores. Este hecho suele ser fuente de tensiones, porque los dis­ tintos grupos sociales no desean los mismos cambios con idéntica intensidad: los obreros quieren que suban los salarios, pero no los precios; los padres mandan sus hijos al extranjero para que aprendan idiomas, pero no para que alteren sus ideas sobre la familia o las relaciones sexuales; el Gobierno desea un incremento del turismo extranjero, sin mencionar que ello implica casi necesaria­ mente el que los propios nacionales se estimulen a salir a otros países; la libertad de asociación para los estu­ diantes lleva implícito el planteamiento del mismo pro­ blema en otros grupos sociales; el aumento masivo en el 27 *0 índice

síntesis sociológica

número de catedráticos significa un descenso en el pres­ tigio y los ingresos de ios mismos, etc. En los cambios inducidos que conducen a la moderniza­ ción hay que distinguir los cambios otorgados de los conquistados. Una misma variación institucional, la libertad de huelga, por ejemplo, lleva a consecuencias muy distintas para el resto de los procesos de modernización si es “conquistada” por las presiones de los obreros frente a las defensas de los intereses de la clase media, o si es simplemente “otorgada” por una burocracia estatal de carácter modernizante. En este sentido es muy significativo el papel de las élites en los procesos de modernización que adoptan uno u otro sentido y, sobre todo, producen distinta legitimidad, según el tipo de minoría dirigente.

2.3. teoría sociológica del desarrollo y de los problemas sociales De todos los cambios sociales posibles el que más nos va a interesar es el que los economistas denominan “des­ arrollo económico” y que se define de un modo sintético como el incremento sustancial de la renta per cápita en unidades monetarias constantes durante un espacio de tiempo suficientemente largo. La confianza del sociólogo es que si se produce esa condición aparecerán ciertos procesos complementarios de urbanización, industrializa­ ción, secularización, etc., que son los que a él verdadera­ mente le interesan. Aunque en la definición indicada entran, sin duda, todos los elementos fundamentales, cabe ver el desarrollo eco­ nómico como un proceso más amplio, en el que, al actuar los llamados factores de la producción (fundamentalmente hoy “capital” y “recursos humanos”, ambos en su sentido más amplio), se genera un acrecentamiento sustancial de los bienes y servicios disponibles. El factor incremento demográfico se presenta entonces como variable esencial para destacar el mejoramiento por habitante. A su vez, 28

índice

2.

planteam iento teórico

este incremento global medio propende (en mayor o menor medida) a un acortamiento de las diferencias que separan a los distintos grupos en cuanto a su participación en la renta. Esa tendencia igualadora tiende a producir a la larga una mayor participación social de la población en general, que de alguna manera accede también a las decisiones del poder político. Ese proceso participatorio orienta, a su vez, la manipulación de los recursos y la utilización del capital de un modo más racional y “productivo”, lo cual desencadena un proceso ulterior de crecimiento de la renta. El problema central que aquí nos ocupa consiste en deter­ minar cómo se produce ese proceso general de feedback, qué obstáculos encuentra y cómo se explica, en una palabra, el que una determinada sociedad tradicional o pre-desarrollada (y no otras) logre transformarse en una sociedad industrial, desarrollada o moderna. El primer dato del que hay que asombrarse es que, en el mundo, el desarrollo es todavía lo excepcional. Existen pocos casos de “revolución industrial” como para que podamos extraer generalizaciones provechosas. Pero no se sabe qué es lo que asombra más al espíritu investigador: si lo inédito del fenómeno o el hecho, igual­ mente sorprendente, de que las gentes de nuestro tiempo se hayan acostumbrado tanto al desarrollo que lo que de él esperan es más de lo que razonablemente podrán se­ guramente conseguir. Por eso el desarrollo es también para nuestros coetáneos ilusión y desesperanza, compla­ cencia y tensión. Pocos fenómenos pueden desafiar mejor la curiosidad del sociólogo por las cosas de nuestro tiempo. Lo interesante es que el desarrollo así entendido no es entonces un proceso estrictamente económico, ni siquiera tecnológico, sino que es afectado por y afecta a otras muchas fuerzas sociales. 29 *0 índice

síntesis so ciológica

En la aplicación del concepto al caso español, los eco­ nomistas más competentes han Insistido también en estos factores extraeconómicos del desarrollo, que hacen de su estudio un asunto realmente complicado. Partiendo de un enfoque tan complejo, se podrá llegar a entender por qué en un país como España, que de algún modo inicia su revolución industrial hace muchas décadas, hasta hace muy pocos años ha tenido que incluirse en la categoría de los países llamados genéricamente “subdesarrollados”. Algunos factores del desarrollo han estado realmente presentes, pero otros han faltado. Siguiendo esta línea de razonamiento, nuestro estudio del desarrollo económico español se basará sobre todo en un análisis de los factores humanos y sociales que generan el desarrollo y en las condiciones de vida que son conse­ cuencia del mismo. Esta concepción más amplia del desarrollo, como proceso y como resultado, implica por de pronto extender las con­ sideraciones analíticas a algo más que el simple incre­ mento de la renta per capita. Exige también, y no sólo desde una perspectiva moral, sino desde una consideración eminentemente técnica, que esa renta se distribuya correetamente, es decir, que no se produzcan diferencias extre­ mas intolerables. Todavía más, dentro de un país, y a escala internacional, teniendo en cuenta todos los países, el desarrollo implica que no existan demasiadas diferencias en el espacio. Este es el punto más difícil de cumplir, técnica y políticamente, mientras siga habiendo Estados nacionales (la idea de Estado mundial, como es notorio, está aún muy lejana en la realización) y mientras la escasez de recursos (la ener­ gía que producimos todavía es cara) imponga técnicamente una cierta concentración espacial de la industria (aunque no tanto como en la época del carbón). El hecho más grave no es sólo que estas diferencias espaciales se con­ sideren hoy extremas e intolerables, sino que, por lo que parece, cada vez se hacen más grandes. 30 *0 índice

2.

planteam iento teórico

Casi por su misma definición sociológica, el proceso de desarrollo implica la aparición de una serie de problemas sociales en la medida en que, como hemos visto, el cambio en un sector ileva a la alteración (con velocidad variable) en otros sectores, y algunos de los cambios resultantes son siempre no esperados y muchas veces no deseados por alguna parte de la población. El cambio de funciones que experimenta la familia, la se­ cularización de algunas áreas de la vida, la pérdida de poder de algunas minorías, las nuevas formas de delin­ cuencia, las nuevas bolsas de pobreza y otros muchos fenómenos que trae el desarrollo son, sin duda, “proble­ mas” sociales que con diverso empeño y fortuna tratan de resolver los responsables de ia dirección de las socie­ dades en transición.

2.4.

España, un enigma sociológico

España se encuentra en una situación intermedia por lo c?ue se refiere a su nivel de desarrollo a escala mundial, y avanza a un ritmo francamente estimable por la pen­ diente del crecimiento económico. La hipótesis inicial de nuestro trabajo es que los pro­ blemas y desfases que aquejan a la situación española provienen no tanto de su inmovilidad como de su dina­ mismo económico. Es el contraste de este dinamismo, con la resistencia a una serie de transformaciones sociales y políticas, lo que de verdad resulta problemático. El avance de la economía española en los últimos años debe reputarse como muy significativo de acuerdo con la escala internacional y considerándolo de una manera con­ junta. La extraordinaria expansión económica de los últimos años en España, cuando se ve en una perspectiva histórica más amplia, se interpreta fácilmente como un fenómeno com­ pensatorio de una situación deficiente, que “arrastraba”, 31 *0 índice

síntesis sociológica

por decirlo así, el escaso Incremento de la renta durante varios decenios. Visto de esta manera, el decidido impulso de nuestra eco­ nomía que tiene lugar en los últimos veinte años, más o menos, tendría que continuar otro par de lustros más para constituir un hecho generacional de magnitud suficiente para ser definido cabalmente como desarrollo económico. En rigor, por tanto, cuando hablamos de desarrollo en Es­ paña (y en otros países) y hacemos referencia a un período de tiempo más corto, hay que entender que expresamos una tendencia más que un hecho. Es el período 1960-70 la auténtica “ década para el des­ arrollo” en nuesto país, si bien las tasas anuales se han ido deteriorando conforme avanzan los años; interesa re­ gistrar el hecho de una tendencia a un fuerte incremento en el producto por habitante, tendencia que, por la estruc­ tura político-económica española, se ha traducido inme­ diatamente en una elevación muy sustancial (el tiempo nos dirá si no ha sido incluso “excesiva”, teniendo en cuenta las necesidades de capitalización) de los niveles de con­ sumo básico y familiar. Creemos que este crecimiento abre un margen para la esperanza en la resolución de los problemas^ que en momento es posible diagnosticar en la situación española. Afortunadamente, se trata ya de organizar, planificar, ad­ ministrar una serie de medios existentes. Ha pasado quizá el tiempo en que era necesario recortar las aspiraciones de reformas por falta de medios. Estos son escasos, na­ turalmente, pero el problema primordial ya no es producir más, sino producir de un modo más organizado y distribuir mejor. El margen para la esperanza que acabamos de abrir no ofrece demasiadas seguridades. La economía puede que avance, pero no podemos olvidar que somos un pueblo europeo y que a nosotros han llegádo tarde ia mayoría de las corrientes de renovación espiritual que se han ges­ tado más allá de los Pirineos. Incluso es conocido el im­ pulso “casticista” que aboga en todos los tiempos por 32 índice

2.

planteam iento teórico

ia resistencia a esas corrientes. “Somos el gran rabo por desollar que le queda a Europa”, vino a resumir con gracia Antonio Machado. Las polémicas sobre el ser y las posibilidades de los españoles como pueblo no han ter­ minado. España sigue siendo en cierto modo arcana y problemática para sus propios habitantes y para los obser­ vadores de fuera. Efectivamente, no es casualidad que el título de muchos significativos libros sobre España responda a esa actitud de inquietante perplejidad a la que conduce la reflexión sobre nuestro país: desde España, un enigma histórico, de Sánchez Albornoz, hasta España como problema, de Laín Entralgo, pasando por El laberinto español, de Gerald Brenan. Luis Araquistáin nos hablará de esa “nación fantas­ magórica y trágica”, que resume tanto la “España inver­ tebrada”, de Ortega, como las “dos Españas”, de Ma­ chado. Hay toda una voluminosa y brillante literatura sobre el llamado problema de España que no vamos a resumir aquí, pues ello debordaría nuestros propósitos. Con riesgo de simplificar demasiado, diríamos que sus contribuciones suelen manifestar alguno de estos rasgos: 1. Se plantean ante todo la “metafísica”, la “esencia”, el “ser” de España; es decir, manejan una perspectiva filosófica, apoyada usualmente en ejemplos históricos. 2. Hay un intento de fundamentar las “causas” en una especie de psicología colectiva orientada en razones étnicas y sin demasiadas precisiones regionales o tem­ porales. Madariaga, Sánchez Albornoz o Américo Cas­ tro, entre otros muchos, gustan, en sus planteamientos históricos, de acudir a este hontanar atractivo y mis­ terioso del “temperamento del español”. 3. Cuando esta literatura busca ejemplos de problemas concretos suele referirse fundamentalmente a la “po­ lémica de la ciencia” (que hizo famosa Menéndez y Pelayo), y dentro de ella suelen fijarse los tratadistas en las Humanidades o en las Ciencias Biológicas — es 33 2 «O índice

síntesis sociológica

decir, en las menos “ciencias” en su sentido estricto— o referirse a un vago problema de “europeización”. No se trata sólo de un desarrollo a trompicones, sino a falta siempre de espíritu creador; contamos pronto con univer­ sidad, pero con escasa ciencia; con industrias, pero sin productos neta y peculiarmente españoles; con ciudades, pero con poca vida urbana. En la base de todo encontramos una contradicción pro­ funda entre ciertos elementos modernizantes o igualitarios, por un lado, y el contraste, por el otro, del tono autoritario en la política, el localismo general de la vida, la tardía secularización y la permanencia de algunos valores preindustriales. Esa contradicción se resume acaso en la fuerte desvincu­ lación entre los procesos económicos y políticos que cabe registrar en la historia reciente española: la economía pa­ rece desarrollarse “como por casualidad” y los políticos sólo casualmente se preocupan por la economía. En rigor, no es que en España la modernización sea escasa, sino que lo que de cierto ha ocurrido es que el desarrollo político ha sido prematuro. Ahora nos damos cuenta de que los partidos políticos, el sufragio universal, la huelga o las elecciones regulares se Introdujeron demasiado pron­ to en una España abrumadoramente rural y que por eso fracasaron. Entre el enigma del pasado y la esperanza del presente creemos que este estudio de la situación social de nuestro país será más realista que el de las obras que lo pre­ cedieron.

34 «o índice

3. población

3.0.

la importancia sociológica de ios estudios de población

Si se nos permite citar una frase repetida con mil matices, diríamos que el estudio de la población es un asunto de­ masiado importante como para dejárselo en exclusiva a los demógrafos. Ciertamente, no faltan en nuestro país análisis demográficos muy concienzudos sobre la estruc­ tura de la población española, pero nuestro enfoque pre­ tende una cosa bien distinta, a saber, el estudio sociológico de la población con vistas a un entendimiento global de la estructura y los problemas sociales. Este enfoque resulta, sin duda, más amplio (y si se quiere también menos preciso) que el que usualmente se nos presenta en los estudios demográficos. Desde la pers­ pectiva sociológica, nos interesa ver primero la población como causa muy fundamental, que da lugar a un conjunto de instituciones o al menos condiciona su forma de fun­ cionar: una población joven necesita más escuelas; una estructura donde predomine la inmigración se enfrenta con un peculiar problema de servicios públicos, etc. En segundo lugar, la estructura y dinámica de la población es también consecuencia inmediata de todo ei entramado de estructura social desde el momento en que la nata­ lidad, mortalidad, nupcialidad o movilidad geográfica son hechos que se interpretan en un conjunto determinado de normas culturales y usos sociales. En tercer lugar, la población nos interesa a los sociólogos por cuanto a través de ella se nos revela al destinatario, 35 *0 índice

síntesis sociológica

el sujeto pasivo o receptor de muchos fenómenos sociales que a veces parecen perderse en su pura formulación abs­ tracta: la renta per capita, el nivel de consumo por habi­ tante, etc. En último lugar, el enfoque sociológico se distingue por añadir al tratamiento cuantitativo de los demógrafos una serie de consideraciones cualitativas más amplias, que hacen del fenómeno de población un hecho social más complejo. Nos referimos expresamente al tema de la ac­ tividad concreta de la población, o dicho de una manera más abstracta, a la cuestión de los recursos humanos.

3.1.

la explosión de la población en el mundo

Uno de los hechos más nuevos y sorprendentes en la historia entera de la Humanidad es el impresionante creci­ miento de la población en el último siglo y más todavía en las últimas décadas. El “éxito biológico” de la especie humana no puede haber sido más completo: ha realizado el mandato bíblico de poblar toda la tierra, adaptándose a todos los climas y formas de vida. Ha vencido a todas las especies enemigas, y la única que le queda por vencer es la especie humana misma, la cual ha logrado ya los medios para poder aniquilar la vida entera en el planeta si así lo desea. Pero de momento, es un canto a la vida y a la vitalidad humana el que hay que hacer. La población mundial permaneció prácticamente estable durante mile­ nios, y sorprendentemente, en los dos últimos siglos, ia curva del número de habitantes que pueblan la tierra se encabrita vertiginosamente hasta extremos realmente preo­ cupantes. Hasta el año 1600, la inicial pareja humana no logró más que convertirse en 500 millones de seres. En la actualidad, el planeta cuenta con unos 3.500 millones de habitantes. En este sentido vale la pena considerar la calificación de “explosiva” que dan los demógrafos a una tasa anual de crecimiento del 2 por 100, que es un límite superado por 36 *0 índice

3.

población

la mayoría de los países del “tercer mundo” y es la tasa que como media afecta a la población mundial de estos últimos años. Suponiendo que esta misma tasa continuara indefinidamente, la población mundial se doblaría cada treinta años, es decir, alcanzaría los 6.700 millones de habitantes en el año 2000, y los 48.000 en el año 2100. En sólo seiscientos años (no es mucho, comparado con el millón de años, más o menos, que lleva el hombre sobre la Tierra) se alcanzaría en todo el mundo la increíble den­ sidad de un habitante por metro cuadrado. Desde la perspectiva del desarrollo, lo más grave no es que el crecimiento demográfico global supere todas las previsiones y expectativas, sino que se distribuya con ex­ traordinaria desigualdad por los distintos continentes y países. El problema entonces no es ya “producir” alimen­ tos, sino poder “venderlos”. Este hecho es lo que con­ vierte al problema demográfico en un problema “social”, el problema social de nuestro tiempo, sin duda alguna. Dentro de las regiones desarrolladas, Europa occidental y Japón se encuentran prácticamente saturadas y, en cambio, América septentrional, Australia y Europa oriental se encuentran todavía relativamente “vacías” a escala mundial. Todavía será más excepcional la situación de estas últimas en las próximas décadas. En el caso de las regiones subdesarrolladas distinguimos claramente la zona asiática, absolutamente saturada, y la zona sudamericana y, en parte, la africana, con densidades todavía muy ralas. Desde esta perspectiva cobra un es­ pecial tinte dramático el caso del rápido crecimiento demográfico de Asia del Sur, donde (a diferencia de ciertas zonas africanas o americanas) ya no hay tierras vírgenes donde asentar a los nuevos habitantes. En términos relativos se comprueba, por ejemplo, cómo el aumento de la población en Asia del Este va a llegar a extremos realmente insostenibles: nada menos que se prevé para esa región, en 1985, una densidad de 338 habi­ tantes por kilómetro cuadrado, más alta que la de los 37 *0 índice

DENStOAO Oe POBLACION EN EL MUNOO.AftO I96S

índice

3.

población

países europeos más poblados hoy en día. En cambio, el crecimiento demográfico de las islas del Pacífico o de Africa Central y Meridional no resulta tan espectacular, dado el vacío de población que existe en esas regiones. En resumen, la evolución pasada y prevista de la población en las distintas regiones del mundo indica que la distri­ bución de los asentamientos humanos no es del todo racional. Hay que prever, por ello, la posibilidad de que en las próximas décadas se produzcan fuertes trasvases de población de región a región. Para ello es necesario, ante todo, que se abaraten los transportes (dadas las grandes masas de población que necesitan moverse) y cambie radicalmente la política restrictiva a la inmigración de algunos países. Uno de los efectos de un crecimiento incontrolado de la población sobre el desarrollo de un país debe ser el que altera sustancialmente las magnitudes previstas en los esquemas de planificación. Se puede demostrar con datos recientes que los planes de desarrollo de los países atrasados han fracasado estrepitosamente en sus predic­ ciones, aunque las tasas de crecimiento del producto por habitante que se habían previsto eran más bien modestas. Pero en la realidad las tasas conseguidas no tienen que ver nada con ¡as previstas. Parece como si el plan de desarrollo fuera un documento absolutamente independiente de la realidad. Una de las explicaciones que se ofrecen para tan extraño fenómeno es que, al calcular las tasas previstas, los planificadores suelen olvidar, cuando no des­ preciar (o incluso maliciosamente ocultar), el componente demográfico del crecimiento anual del producto global, con lo cual parecen cumplir con el standard que figura como obligado para situarse en la órbita del desarrollo. Pero no se dan cuenta de que un incremento de un 5 por 100 global significa un 4 por 100 per capita cuando la población crece un 1 por 100 anual (caso de los países europeos), pero equivale a un 1,9 por 100 per capita cuando la población crece a razón de un 3 por 100 anual (caso de algunos países hispanoamericanos). Aunque parezca increíble, el desconocer u ocultar este simple hecho arit39 *0 índice

síntesis sociológica

mético puede ser una causa importante de los evidentes fracasos de los planes de desarrollo en los países atra­ sados. El problema para la mayoría de esas regiones pobres es que se encuentran en este momento en una fase crítica, la de la llamada “transición demográfica”. En un estadio primitivo, la alta natalidad resultaba compensada con una igualmente alta mortalidad; esta es la situación de “equi­ librio” en que han vivido la mayor parte de las sociedades humanas. El equilibrio se rompe cuando, por una mejora del nivel de vida, de la técnica o de la medicina, la mor­ talidad disminuye y las pautas de natalidad tardan en ajustarse a las nuevas condiciones para mantener un nuevo equilibrio demográfico. Esa situación intermedia, de des­ equilibrio entre las tendencias de la natalidad y la mor­ talidad, puede durar más o menos, ser más o menos in­ tensa. En nuestra época es particularmente decisiva por la radical revolución sanitaria de nuestro tiempo y la resis­ tencia ideológica a adaptar en consecuencia las nuevas pautas de fecundidad que tendrían que imponerse por razones de equilibrio biológico. Ha afectado muy en es­ pecial a los países pobres donde esas dos tendencias son más acusadas y en donde el número absoluto de habi­ tantes que se ha acumulado es muy considerable. En ellos la “transición demográfica” es por eso “explosión demo­ gráfica”. Y, curiosamente, no tanto por aumento de la natalidad como por disminución de la mortalidad. En ellos está ocurriendo lo que efectivamente sucedió en Europa en el siglo XIX, sólo que (he aquí lo decisivo) en mucho menos tiempo y sin la válvula de escape de la emigración intercontinental. He aquí el nudo de la cuestión: la limitación de ia natalidad con los medios que hoy se sugieren es la última y más costosa imposición del hombre sobre la naturaleza. Por la misma razón que se combatió, en su día, a los descu­ brimientos de la Astronomía, la Medicina o la Física en defensa de un hipotético orden natural-tradicional, de la misma manera se combate hoy la aplicación de las téc­ nicas de limitación de los nacimientos basándose en una 40 *0 índice

3.

pob lación

hipotética defensa del orden natural, el derecho a la vida, etc. El sociólogo objetivo debe reconocer sin temor que, efectivamente, el control de la natalidad es “ anti­ natural” , como lo es en el fondo todo progreso científico que trata no de obedecer a la Naturaleza, sino de dominarla. El mundo que conocemos no podrá oponerse a esta ten­ dencia general, y la resistencia incondicional al control de natalidad (cuando se trata de los países subdesarrollados) es, por tanto, inconsecuente con el progreso hu­ mano. Lo cual, naturalmente, no empece para que la resis­ tencia sea la que vaya a dominar en muchos sectores, fundándose, además, en razones morales perfectamente sólidas, que, naturalmente, somos los primeros en respetar. Queda sin resolver, no obstante, el problema de la inso­ portable pobreza de la mayor parte de los habitantes del planeta. Más que un problema se trata de una amenaza. Hay que decir, además, que esta amenaza potencial de la capacidad destructiva de los millones de personas ham­ brientas de los pueblos del “tercer mundo” a nadie debe preocupar más que a esos mismos pueblos. Resulta falaz e ingenua la hipótesis de que el incremento demográfico incontenido de los pueblos pobres va a amenazar la situa­ ción establecida de las naciones ricas. Al contrario, con la excepción de algún caso especial, como la ocupación de Siberia por los chinos, la presión demográfica en los países pobres servirá, probablemente, para que los países ricos se aprovechen de un mercado de expansión y de una inagotable reserva de mano de obra barata. Más que una guerra mundial, lo que es más probable es un número incontrolado de guerras locales, no nucleares, pero sí devastadoras. Los ejemplos de los recientes conflictos de Vietnam y Camboya, Cachemira, frontera chino-india, Israel-países árabes, Biafra y Honduras-EI Salvador no son más que tímidos prólogos de un problema que debe preocupar a todos los líderes sociales del mundo. Cierta­ mente, el problema demográfico no es el único factor que importa, pero resulta significativo el que por él se des­ taquen con una enorme nitidez los países del “tercer mundo” . 41 *0 índice

síntesis sociológica

3.2.

la estructura demográfica española

En la evolución secular de la población española, ésta ha ido acoplando con una gran racionalidad las tasas de natalidad y mortalidad, de tal manera que el crecimiento vegetativo (el saldo natalidad-mortalidad) se mantiene prác­ ticamente constante (alrededor del 1 por 100 anual). En las primeras décadas del siglo la natalidad era alta para los “standards” europeos (alrededor del 30 por 1.000), pero la mortalidad era proporcionalmente más alta aún (alrededor del 20 por 1.000); nacían entonces muchos niños, pero cerca de una quinta parte fallecía el primer año. En 1967 nacen menos niños, pero de cada mil na­ cidos sólo fallecen veinticinco en el primer año. En con­ clusión, se ha conseguido un equilibrio demográfico casi perfecto (en el sentido del modelo europeo) que, si no es una causa inmediata del desarrollo, sí parece, en cambio, funcionar como una condición necesaria del mismo. A pesar de una tendencia de descenso secular de la mor­ talidad, el hecho es que las tasas de crecimiento vegetativo no sólo no han decrecido, sino que, incluso, presentan una tendencia ligeramente ascendente. Dicho de otro modo, la natalidad ha descendido, pero es porque se ha ido acoplando a undescenso previo de la mortalidad. Así, por ejemplo, parece de todo punto injustificada la alarma del historiador Vicens Vives cuando, fiándose de la evolución a corto plazo de las cifras de natalidad, aventura que “hoy día el potencial humano de nuestro país no tiene futuro garantizado”. Se apoya este autor en las estimaciones de Alcaide Inchausti y del I. N. E., que prevén para el año 2000 una población en España de 34,4 y 38,8 millones, respectivamente. Esta presunción es insostenible desde el momento en que en 1967 se han sobrepasado ya los 33 millones de habi­ tantes y en 1980 llegaremos, probablemente, a los 38 mi­ llones. El hecho más sobresaliente que se observa en la evo­ lución secular de las tasas brutas de natalidad es su descenso sistemático desde 1900 hasta la actualidad. 42 índice

EVOLUCION PASADA Y PREVISTA DE LA POBLACION ESPAÑOLA

MILLONES DE HABITANTES

índice

5

síntesis sociológica

A principios de siglo esa tasa se situaba en torno ai 35 por 1.000 (inferior ya a la de algunos países subdesarrollados hoy en día) y llega al 27-26 por 1.000 en los años inmediatamente anteriores a 1936. Una vez concluida la guerra civil se produce un descenso radical: la natalidad bruta se sitúa en tomo al 23-19, margen que se mantiene prácticamente hasta nuestros días, con las pequeñas osci­ laciones que en seguida haremos notar. De momento, lo que interesa subrayar es que la transformación más notable en la pauta de descenso secular de la natalidad la dio curiosamente el cambio de mentalidad motivado por la guerra civil. Desde 1941 España se sitúa, sin grandes alte­ raciones, en una pauta de natalidad de tipo europeo, si bien con unas tasas superiores todavía a la mayoría de los países de Europa. Sobre esta base, de lo que cabe asombrarse no es de que haya descendido la natalidad, sino por qué no ha descendido aún más. Dentro de Europa, la natalidad por edades en España se acerca mucho en conjunto a la italiana: es muy similar en las edades tempranas, y donde acusa una diferencia es en las edades tardías, donde destaca la alta fecundidad de nuestro país. La modernidad de Francia o Suecia estriba no tanto en una natalidad reducida como el hecho de que los hijos se tienen a una edad temprana. Este hecho facilita seguramente la incorporación posterior de la mujer a la vida activa una vez que los hijos han sido educados. Si atendemos ahora a la evolución cronológica de estos datos vemos que, en general, tanto en Suecia, Francia, Italia, o España, el paso del tiempo ha significado el que los hijos se tengan cada vez a edades más tempranas, especialmente en el grupo de los veinte a treinta años. En esta tendencia han debido influir dos factores: por un lado, el matrimonio más temprano, y por otro, el menor espaciamiento con que se tienen los hijos. En ambos casos se debe producir una mayor dosis de racionalidad. Pero, como antes hemos visto, lo significativo en la evo­ lución demográfica moderna no son tanto las cifras de 44 «O índice

3.

pob lación

natalidad como las de mortalidad. Se puede decir que estas últimas son las verdaderas guías de los cambios de estructura de una población. En último término, es la relación natalidad-mortalidad lo que importa. Todo parece indicar que durante milenios la curva de mortalidad por edades ha permanecido prácticamente in­ variable en la especie humana. Más o menos, la curva de ia mortalidad por edades para Suecia en 1780, la india rural en 1959 o Guinea en 1955 pueden considerarse como los límites óptimos a los que pudo llegar el progreso sanitario de ¡a Humanidad en el primer millón de años de su existencia. En el siglo XIX europeo, y en algunos otros países pos­ teriormente, se produjo una de las grandes revoluciones silenciosas de la historia mundial: el progresivo descenso de la probabilidad de fallecimiento en los primeros años de vida. Ei progreso se inicia en un país como Suecia. En la época en que se descubre y aplica la vacuna (finales del siglo XVIII) la mortalidad sueca se sitúa en el umbral de lo que habría de ser después progreso creciente. En todo el siglo XIX la evolución para un país como España debió ser muy escuálida. Todavía en 1930, la curva de mortalidad española no se alejaba demasiado de la de Suecia en 1780. Desde 1930 la evolución que experimenta España, al iqual que otros países europeos, es realmente impresionante. En 1930 fallecían todavía 144 niños de menos de un año de cada mil nacidos vivos y 26 niños de uno a cuatro años por cada mil niños de esa edad. En 1965, las tasas son 40,2 y 1,2 respectivamente. En 1965 la curva de mortalidad española es ya sensiblemente igual a la de Italia o Francia: algo más elevada que la de estas naciones en las edades jóvenes, pero un poco inferior a la de Francia desde la edad de dieciséis, y a la de Italia desde la edad de treinta y seis. Todavía cabe dar un pequeño avance por lo que respecta a un 45 *0 índice

síntesis sociológica

ulterior descenso de la mortalidad infantil. En este aspecto nos separa una cierta ventaja con respecto a otros países europeos económicamente más atrasados: Portugal, Yu­ goslavia y, sobre todo, Albania. Evidentemente, la noción de tiempo es la que interviene más directamente en la explicación del fenómeno demo­ gráfico, pero de día en día se reafirma la idea de que la variable espacio debe ser también tenida en cuenta. La población crece como respuesta a un medio, a un entorno físico que trata de dominar y, en último término, se traslada continuamente de uno a otro lugar. Este úl­ timo fenómeno es bastante agudo en España en los últimos años y, si se añade al hecho conocido de nuestra peculiar diversidad geográfica, conduce a la necesidad de estudiar Sa estructura demográfica de nuestro país desde la pers­ pectiva regional. La primera cuestión que hemos de suscitar es el tipo de distribución espacial de la población, en un momento del tiempo y en relación con lo que ocurre en los países vecinos. En primer lugar, hay que decir que la densidad general de población española es bastante ba¡a (60 habitantes por kilómetro cuadrado en 1960) si la ponemos en la perspectiva de Frangía (86, en 1962), Portugal (97, en 1960) y sobre todo Italia (168, en 1961). El " desierto” que se forma a lo largo del corredor que va desde los Pirineos centrales hasta el cabo de San Vicente no encuentra fácil paralelo en los países europeos, y se acentúa aún más su peculiaridad cuando notamos que en él se destaca, como un extraño oasis, la formidable concentración urbana de Madrid. Más adelante tendremos ocasión de referirnos a este hecho. La distribución de la población peninsular en el espacio es un tanto diferente a la de Francia o Italia. En España y Portugal aparece muy poblada la costa (incluyendo las provincias o distritos insulares) más el centro de Madrid. En Francia destaca la enorme concentración de la región 46 *0 índice

síntesis sociológica

Etapa o nivel de desarrollo Pre-lndustrial Sub-lndustrial Semi-lndustrial Industrial Post-lndustrial

Proporción de población activa agraria 50— 35 — 25 — 15 — 0 —

100 % 49 34 34 14

Japón, Italia y España presentan perfiles seculares muy semejantes y son tres países, en ese orden, en los que el desarrollo económico reciente debe considerarse como ex­ traordinario: en 1920 están todavía los tres en la etapa prelndustrial (con niveles muy semejantes), y en 1950, en la subdesarrollada; pero en 1966 España acaba de entrar en la semiindustrial y Japón e Italia ingresan en la indus­ trial. Hay que hacer constar que la crisis de los años treinta, seguida de la guerra civil y la d ificil postguerra, detiene el desarrollo español, que en 1930 se asemejaba al de Japón o Italia, para separarse después de ellos con una detención que no se recupera hasta la década de los años sesenta. Esta aceleración de los años cincuenta y sesenta debe interpretarse adecuadamente como una compensación his­ tórica del atraso anterior. La media docena de años que en términos de desarrollo general (medido por este indi­ cador de la población agraria, no se olvide) nos separan todavía de los niveles de Italia o Japón nos permitirán detectar con cierta precisión los hechos que pueden pro­ ducirse en el inmediato futuro de nuestro desarrollo. Las distintas fuentes discrepan sustancialmenie al intentar prever la evolución futura de la población activa agraria. Cada vez es más patente, por otra parte, que el error dis­ curre en la misma dirección: en la de infraestimar el ritmo de disminución de la población activa agraria. Los datos reales son siempre incompletos para evaluar el margen de ese error. Sospechamos que los resultados del censo de población de 1970 van a producir una fuerte sorpresa, al poder comprobar con ellos que el “éxodo rural” ha sido 50 *0 índice

3.

población

mucho más fuerte en estos años de lo que es usual su­ poner. A medida que transcurre el tiempo la discrepancia es cada vez mayor entre las diversas fuentes. Para 1975 nosotros prevemos que habrá sólo 2,7 millones de cam­ pesinos en España frente a los 3,9 millones que para ese mismo año calcula que habrá un importante documento de la O. C. D. E. (Demographic Trends). La discrepancia no puede ser mayor. Pero si difícil es proyectar el nivel de población activa agraria para el conjunto de! país, resulta aún más pelia­ gudo hacerlo para las diferentes regiones. Es fácil reconocer el hecho de la diversidad regional en un país como el nuestro, porque llama la atención a! sentido común del viajero menos curioso. Lo difícil, por supuesto, es medirlo y evaluarlo. El primer obstáculo, en este caso, es la definición misma de las regiones. Surge una ardua polémica en torno al empleo de la región “ na­ tural” frente a la “ histórica” . La primera evita, por supuesto, las irregularidades y falta de adaptación a la realidad de las fronteras “ artificiales” que de algún modo comportan ¡as divisiones administrativas realizadas “sobre el papel” . Ahora bien, no hay que olvidar que, como han señalado diversos autores, las fronteras históricas llegan a separar situaciones muy reales con el paso del tiempo. Llegan a cambiar hasta ei paisaje. Este es el caso simple de Francia, Italia o Portugal, en donde aparecen unas 20 regiones perfectamente definidas, Incluso con una cristalización legal. Para hacer más es­ trictamente comparables los datos españoles con los tres países se ha dividido también España en 20 regiones. Se parte inicialmente de 15 regiones históricas bastante nítidas (todas ellas compuestas de provincias, la unidad adminis­ trativa básica), desdoblando cuatro de ellas que pueden resultar más pobladas y /o más heterogéneas. Así se dis­ tingue en Galicia una región “ interior” de otra “ costera” ; en Castilla la Vieja, una zona constituida por Soria-SegoviaAvila que denominamos “ Sierra” y que se desgaja del resto 51

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5

3.

población

de !a región por la atracción que recibe de Madrid; Bar­ celona, que se individualiza con respecto al “ Resto de Cata­ luña” , y Madrid con respecto a la región “ Central” (ambas, muy diferentes entre sí, componen la región histórica que se denomina Castilla la Nueva). A pesar de seguir las fronteras históricas de las regiones, las 20 aquí manejadas deben tomarse como definidas ope­ rativamente para propósitos de investigación y sin más consecuencias. Así debe entenderse, por ejemplo, el uso de la región “ Sierra” , denominación habitualmente poco empleada y que sumada a “ Castilla” nos daría “ Castilla la Vieja” (entidad que resultará seguramente más cómoda para nuestros lectores). Esta separación o la de Barcelona, Madrid, las dos Galicias o las dos Andalucías no indica de ningún modo que se pretenda borrar la entidad total de las regiones históricas, sino que se aconseja observarlas con esas particiones operativas, no reales y mucho menos políticas. Estos desdoblamientos permiten componer fácil­ mente las 15 regiones originales sin romper nunca los lí­ mites provinciales. Las 20 regiones permiten manejar la gran heterogeneidad que caracteriza a alguna de las grandes regiones históricas. Podemos distribuir así a las regiones, según los cinco niveles de desarrollo en los cuatro países considerados: NUMERO DE REGIONES EN CADA NIVEL N I V E L E S

l. II. III. IV. V.

Postindustrial ................ , Industrial ................ . .. Semiindustrial ............. .. Subindustrial ............... ... Preindustrial ............... ...

Francia

Italia

España

Portuga»

5 4 6 5 —

2 4 5 7 2

2 1 1 7 11

1 1 1 2 15

A medida que desciende el nivel de desarrollo encon­ tramos, como es lógico, más regiones en los niveles atrasados, pero también es cierto que los cuatro países contienen al menos una región en el nivel más desarro53 «O índice

3.

población'

Hado. Visto de otra manera, en Francia o Italia hay una menor distancia entre ia región más adelantada y la más atrasada que en España o Portugal. El nivel de con­ centración industrial-urbana de Barcelona, Madrid o Lisboa no es muy diferente al de Milán, Turín o París. Ahora bien, el atraso de las regiones agrarias interiores a ambos lados de la frontera hispano-portuguesa no en­ cuentra fácil paralelo en toda Europa. En la Península ibérica se producen cinco centros de desarrollo aisla­ dos y distintos entre si (Barcelona, País Vasco, Madrid, Oporto y Lisboa), rodeados de un gran desierto agrario. En Francia o Italia el mapa es muy distinto: las regiones más adelantadas se localizan más próximas entre sí y no se diferencian tanto de su entorno. En los cuatro países mencionados se puede establecer una especie de ley de localización de las regiones desarro­ lladas en la medida en que todas ellas se hallan más próximas que el resto al centro neurálgico de la econo­ mía continental europea, constituido por la cuenca det Rhin. A la inversa, las bolsas de atraso se sitúan en las regiones más alejadas de ese centro neurálgico. Si esta ley se siguiera cumpliendo en el futuro, hay que prever que el desarrollo irá avanzando por las regiones colindantes con París (singularmente Normandía y Borgoña), el centro de Italia y la costa del Tirreno, las regiones que unen el País Vasco y Barcelona con Madrid, y la costa portuguesa. No es ajeno a esta ley el que la red de autopistas proyectada en este momento en estos países siga un poco los ejes de desarrollo que indicamos, lo cual tenderá a reforzar sin duda las dife­ rencias que actualmente separan a las regiones. En la década 1950-60 se ha ampliado considerable­ mente la distancia que separaba a Italia de España, debido al fuerte desarrollo de la primera, que supera con creces el de la segunda. La población activa agraria pasa en España del 48 por 100 al 39 por 100 de 1950 a 1962. En Italia pasa del 42 por 100 al 29 por 100 de 1951 a 1961. Si el primer “salto” es bastante destacado en el 55

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síntesis sociológica

ámbito europeo y mundial, el segundo debe considerar­ se como notoriamente excepcional. Durante esta década tiene lugar en Italia el ascenso de Lombardía y Liguria al nivel post-industrial y el ingreso de Friuli-Venecia-Julia, Lacio, Piamonte y Toscana en la categoría de regiones plenamente industria­ les. Si bien el “salto” es mayor en las regiones más atrasadas, cuando consideramos la variación absoluta de los porcentajes de población activa agraria, en cuan­ to tenemos en cuenta un índice de decrecimiento re­ lativo de esa población, constatamos claramente que el desarrollo es cada vez mayor en las regiones más ade­ lantadas. Esta misma observación cabe hacerla en el caso espa­ ñol, donde también, en términos relativos, el desarro­ llo de las regiones industríales es cada vez mayor (pe­ ríodo 1950-62). En algunas de las más atrasadas, como Canarias, Galicia Costera, León y Sierra, el de­ crecimiento de la población activa agraria es prácti­ camente insignificante, en tanto que en otras, sobre todo Navarra, resto de Cataluña y País Valenciano (regiones próximas a los centros históricos de indus­ trialización), el “despegue” desde la situación de subdesarrollo es francamente estimable. En el período 1962-66 se refuerza en España el pro­ gresivo avance de las zonas ya industrializadas, co n el notable auge de Navarra y Baleares. En los próximos años 1967-71 las previsiones de la Comisaría del Plan de Desarrollo son que continuará la detención relativa del desarrollo en Galicia. Esta será la única gran zona que podrá ser considerada preindustrial en 1971. El éxito de Canarias y Asturias tampo­ co parece muy notable. Todo hace suponer que estas dos regiones, con las dos Galicias, León y Extremadura, van a ser en estos años decisivos la “España cenicien­ ta” de nuestro desarrollo económico. Hacia 1975, por tanto, la España industrial se situará 56

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3.

po b lació n

en el lado nordeste de una zona limitada por una línea convencional, que atravesará la Península desde Astu­ rias a Murcia. En la mitad suroccidental quedarán sólo dos focos de relativo avance: Andalucía occidental y Galicia costera; el resto lo constituirá una gran franja muy extensa, poco poblada y todavía pobre en rela­ ción con el nivel europeo. La situación de la distri­ bución especial será entonces más parecida a la de Francia o Italia en la actualidad. En los próximos años (hasta 1975) han de producirse necesariamente variaciones notables en este esquema. Podemos aventurar desde aquí las siguientes: 1. La disminución de la población activa agraria con­ tinuará produciéndose prácticamente en todas las regiones, en valores absolutos y relativos. 2. La disminución será especialmente acusada en las regiones que rodean a Madrid, en Canarias, País Valenciano y Andalucía. 3. A punto de saturarse la densidad demográfica de Barcelona, Madrid y País Vasco, se incrementará el volumen de la población activa total, especialmente en Castilla, Navarra, Aragón, resto de Cataluña y, en general, en las zonas costeras de las regiones ma­ rítimas. 4.

El área gallega, más León y Extremadura, constituirá, sin duda, la bolsa de mayor atraso y el nudo casi irresoluble del subdesarrollo español.

3.4.

los sectores de la población activa

La validez del indicador de proporción de población activa agraria que venimos manejando proviene de una ley más general, por la que se puede verificar que es la es­ tructura toda de la población activa la que se altera a me­ dida que avanza el proceso de desarrollo. Quizá sea el 57 *0 índice

■síntesis sociológica

descenso de la población que trabaja en la agricultura y pesca el fenómeno más inmediato y llamativo, pero no debe interpretarse la parte por el todo. Falta ahora por explicar internamente ese descenso a base de registrar el aumento que, lógicamente, cabe es­ perar en los otros dos sectores que hasta ahora no hemos considerado: la industria y los servicios. En general, se piensa que el proceso acontece en dos fases o momen­ tos: en la primera, se trasvasa gente de la agricultura a la industria, y en la segunda, el incremento de este ul­ timo sector se hace más menguado para crecer el de servicios. En líneas generales, como veremos en seguida, este proceso cabe documentarlo bastante bien para un cierto número de países, pero hay que decir también que no sin matizaciones importantes que muchas veces la literatura sobre este tema suele olvidar. El secreto de la famosa ley enunciada por Colin Clark de que, en circunstancias normales de evolución eco­ nómica, existe una transferencia de población activa de la agricultura a la industria y de ésta a los servicios, es bien sencillo. En términos económicos, puede enunciarse diciendo que en una sociedad que progresa, a medida que aumenta la renta, tiende a demandarse en mayor propor­ ción bienes o servicios que exigen trabajo industrial ela­ borado (máquinas) y, sobre todo, trabajo de servicios, y en menor proporción, alimentos y bienes poco elaborados (productos textiles, calzado, ciertas materias primas, etc.). Dicho en otros términos, los artículos de máxima elas­ ticidad demanda-renta son, cada vez más, servicios y, cada vez menos, productos agrarios. La evolución secular para todos los países del mundo es bien clara: desde 1900 desciende sistemáticamente la proporción de población activa agraria y este deseenso se reparte casi por igual entre el aumento de la pobla­ ción industrial y la de servicios. Pero lo más interesante no es eso, sino que el cambio es apenas perceptible para los países subdesarrollados y es muy rápido en los desarrollados. Este hecho diferencial es tan fuerte 58

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3.

pob lació n

que en 1900 las diferencias entre uno y otro tipo de países eran muy poco sensibles (un 59 por 100 y un 79 por 100, respectivamente, de población activa agraria), y a medida que transcurre el tiempo se van haciendo cada vez más amplias (en 1960 las proporciones de po­ blación activa agraria eran ya del orden del 30 por 100 y 75 por 100, respectivamente). Otro hecho importante es que en los países subdesarroHados el peso del sector servicios, aunque magro en términos absolutos, es siempre superior al industrial, lo cual no parece alentar mucho el cumplimiento de la famosa ley de Colin Clark. Esta ley parece estar hecha, en principio, nada más que para los países desarrollados, en donde si se ve que a principios de siglo la población industrial era superior a la de servicios, hasta que llegan a igualarse, y en las últimas décadas el sector terciario empieza a sobrepasar al secundario. Un tercer dato que conviene destacar es que la evo­ lución secular de la distribución por sectores de la población activa española sigue muy de cerca la pauta de los países desarrollados, sólo que con un cierto retra­ so: de veinte años a comienzos de siglo, un cierto adelanto en 1930, otro retraso de veinte años en los años 50, que se convierten en diez años en la década siguiente, con tendencia a menguar. En la perspectiva del conjunto de esos países, no se observa en España (como entidad global, sin distinguir de momento regiones) ningún desequilibrio estructural grave. A salvo de las inexactitudes que pueden registrarse en algunas fuentes, podemos sintetizar la evolución de ’a distribución de la población activa española de esta ma­ nera: 1.

La proporción de población agraria decrece a un fuerte ritmo en el período 1900-1930. España lleva­ ba el mismo camino en esa época por el que pa­ saron algunos países que hoy en día son industria­ les. Pero esa tendencia se detuvo en los años 30 y 40, en los que se invierte. En 1950 comienza 59 *0 índice

síntesis sociológica

otra etapa de fuerte descenso, que se hace más aguda todavía a partir de 1960 y que continuará con oscilaciones ocasionales hasta 1975. En ese año el peso de este sector será mínimo, ocupando sólo a una quinta parte de la fuerza de trabajo. 2.

La proporción de población industrial experimenta un crecimiento vertiginoso en el período 1900-1930 (pasa del 15 por 100 al 31 por 100), al compás de las opor­ tunidades que abrió una excelente coyuntura interna­ cional. La crisis de esa coyuntura, con los siguientes difíciles años de la guerra civil y la segunda guerra mundial, detuvieron esa expansión. En 1960 el peso relativo de la población industrial equivale otra vez al que tenía en 1930, y empieza una ulterior expan­ sión, que comenzará a contenerse en la década 1970­ 1980, de la mano, ahora, de una paralela expansión de los servicios.

3.

La proporción de población de servicios sigue un lento avance desde 1900 hasta 1960: pasa del 17 por 100 al 27 por 100. Desde entonces el crecimiento es mucho más rápido y pasará a ser el sector más numeroso (el 42 por 100) en 1975.

El cambio verdaderamente significativo en España no ha sido tanto la disminución de la población agraria como el descenso de la población agraria por cuenta ajena. En 1950, una de cada cuatro personas activas en el sector primario era trabajador asalariado. En 1965 sólo una de cada diez se encuentra en esa situación. Esta radical transformación del sector primario en tan pocos años está produciendo un envejecimiento de la po­ blación que trabaja en el campo o en la pesca y una falta de brazos de jornaleros, antes abundantes en (os momentos de cosecha. Esta situación será, a su vez, un factor de aceleración de la pendiente de desruralización en los próximos años. Hemos visto antes cómo una determinada proporción de población activa en el sector primario suele determinar

60 «o índice

EVOLUCION OE LA POBLACION ACTIVA POR SECTORES (CIFRAS RELATIVAS 1900-1975)

61

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síntesis sociológica

con bastante exactitud la proporción en los otros sec­ tores, siempre que nos movamos dentro de una cierta órbita cultural. Este es el caso para los tres países que nos interesa comparar: Francia, Italia y España. Es decir, existen unos requisitos o condicionamientos estructurales que impiden una evolución caprichosa de la cantidad de personas que emplea cada sector. De tal manera, que idealmente podemos definir una cierta situación estruc­ tural, por el peso relativo de los tres sectores, que carac­ teriza a cada país en los distintos momentos del tiempo. Así, por ejemplo, podemos establecer tres etapas o mo­ mentos de desarrollo, con estas características: % ETAPA

A -----------------B -----------------c ------------ -

DE POBLACION ACTIVA EN

Agricul­tura 28-29 25 20

Indus­ tria 36-39 36-40 38-40

Servi­ cios 33-36 35-39 40-42

AÑO QUE PONDE

CORRES­ PARA

Francia

Italia

España

1950 1956 1962

1962 1965 1969

1967 1971 1975

En rigor, cuando empleamos la palabra “industrial” y sus compuestos para calificar los niveles o etapas de desarrollo lo hacemos utilizando más su sentido con­ vencional y genérico. Una acepción más precisa de los últimos estadios del desarrollo debería tener en cuen­ ta ese creciente papel de los servicios y también las transformaciones internas que van haciendo del sector industrial en una sociedad moderna una cosa muy dis­ tinta de lo que era en un principio. En este sentido, la madurez de la etapa postindustrial coincide con lo que se viene llamando “economía de servicios”, en 'a que predomina numéricamente el sector terciario, el más dinámico de los tres, y el sector industrial se ca­ racteriza por una fuerte burocratización. Aunque Es­ paña se halla todavía lejos de esa etapa, es evidente que camina hacia ella, y que muchas de sus caracterís­ ticas afectan, en cuanto modelos u objetivos, la si­ tuación presente. 62

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3.

pob lación

Será difícil que antes de 1985 la proporción de pobla­ ción activa en Servicios supere en España el 55 por 100, pero, por otra parte, esa fecha no es tan lejana si tenemos en cuenta lanecesidad de prever determi­ nadas magnitudes (como escuelas, viviendas, comuni­ caciones, etc.) que necesariamente comportan una pers­ pectiva a largo plazo. El aumento de la población de Servicios no debe inter­ pretarse de modo automático como un indicador de pro­ greso. Hace falta que se produzcan de una forma equili­ brada, reflejando un aumento real de la productividad y una evolución pausada de ia estructura económica. Cuando el sector terciario era una minoría y ni si­ quiera era a veces el más numeroso de los tres, bas­ taba la clasificación tripartita que puso en boga Colín Clark en su tiempo. Pero hoy en día se impone un estudio más detallado de este sector creciente y, por tanto, cada vez más diferenciado y complejo. Quizá sea aún prematuro ese estudio en la situación española, pero puede ser útil que adelantemos ya algunas ideas con las que poder enfrentarnos a una realidad que está por venir, pero que tardará menos en aparecer de ío que a veces se supone. Una distinción muy importante es la que se ha es­ tablecido entre servicios de consumo y servicios de producción. Los primeros son adquiridos directamen­ te por los consumidores (por ejemplo, peluquerías, restaurantes, hoteles, servicios de esparcimiento, ga­ solineras, servicio doméstrico, etc.) y los segundos son adquiridos por las empresas, la Administración Pública y diversas organizaciones sin ánimo de lucro (asociacio­ nes, centros asistenciales, organismos internacionales, etcétera). Ejemplos típicos de servicios de producción son los estudios de arquitectos y de diseño indus­ trial, empresas exportadoras, oficinas de información, empresas de proceso de datos, de investigación de mer­ cados, de publicidad, consultoras, almacenamiento y venta al por mayor, agencias de prensa, etc. 63

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síntesis sociológica

En la realidad, hay muchas actividades de tipo mixto cuyos clientes son tanto consumidores como unidades productoras: Bancos, compañías de seguros, empre­ sas de transporte, bufetes jurídicos, etc. Pero la distinción conceptual se mantiene para indi­ car que, a medida que progresa un país, tienden a in­ crementarse mucho más los “servicios de producción” (el “sector cuaternario” para algunos autores) por ta razón de que significan un aumento considerable de la productividad general de la industria. Las empre­ sas “cuaternarias” emplean una alta proporción de personal muy calificado, y su activo más importante es el “capital humano”. La mecanización de sus acti­ vidades (ordenadores, medios de comunicación, má­ quinas de duplicación de documentos, etc.) producen aumentos espectaculares en la actividad que desem­ peñan. Son potenciadas por (y a su vez fomentan) la localización urbana, en donde les es más asequible una oferta de trabajo muy heterogénea y la demanda de las grandes empresas productoras y organismos pú­ blicos. La actividad profesional o semiprofesional de muchas de estas actividades "cuaternarias” les lleva a buscar un contacto personal con el cliente o usuario. Por todas estas razones, son muy sensibles estas ac­ tividades a una estructura social que valore la edu­ cación y logre efectivamente una fuerza de trabajo c«>n un alto nivel educativo.

64

«o índice

4.

desarrollo económico

4.1. el campo español y sus problemas Desde Jovellanos a la II República, pasando por Joa­ quín Costa y el Instituto de Reformas Sociales, el pro­ blema agrario ha ocupado un lugar central en nuestros intelectuales y críticos sociales. Esa centralidad ha sido incluso exagerada, más o menos intencionalmente, por motivos ideológicos. Lo que es evidente, si el pro­ blema agrario ha sido siempre visible hasta la fecha, es que no se ha resuelto. Es una de esas graves cuestio­ nes pendientes que de un modo secular se plantean una y otra vez por los políticos de todos los bandos, en tono, ya demagógico, ya sincero, pero casi siempre retórico. Generalmente, cuando se habla de desarrollo económico se acostumbra a destacar los diferentes aspectos del desarrollo industrial o el grado en que una econonrva moderna se constituye en “economía de servicios”. Este enfoque es adecuado, pero siempre y cuando no se olvide que una condición fundamental, para que esos procesos se produzcan, es que sean acompañados de un correspondiente aumento de la productividad de la agricultura. Lo primero que hay que decir es que, a pesar de su escaso desarrollo, el campo español es extraordinaria­ mente heterogéneo. En ningún otro sector de la acti­ vidad humana es más fuerte el condicionamiento ecoló­ gico, precisamente porque lo peculiar de la actividad agraria es la explotación o puesta en valor de los re­ 65 3

«O índice

síntesis sociológica

cursos naturales. Consecuencia lógica en un país de medios naturales con tantos contrastes como España, es ?a regionalización” de los problemas de la agricultura. Las transformaciones en la agricultura son necesariamente lentas, no comportan un éxito automático ni son sólo eco­ nómicas y en ellas influyen decisivamente las motivaciones de los agricultores. Estos pueden oponerse con su actitud a las reformas más sabiamente diseñadas por los polí­ ticos. Aquí es donde interviene decisivamente el trata­ miento sociológico para explicarnos por qué surgen esas actitudes. Ciertamente las ideologías de los agricultores son a ve­ ces entorpecedoras para el desarrollo agrario, pero lo son aún más las ideologías sobre los agricultores. “Ese hombre feliz que es el agricultor” expresa acaso la ideología más vieja y todavía muy común de la agri­ cultura arcádica y bucólica. En cierto modo, la dificultad de analizar la estructura agraria española radica en que coinciden ejemplos de los varios tipos de agriculturas y de campesinos que pue­ den señalarse en zonas muy distintas del mundo. Para adaptar las zonas de subsistencia o de intercambio a las formas de la agricultura industrializada no basta sólo con imitar los de esta última ( “meter tractores”, organizar cooperativas “en el papel”, etc.), sino realizar una investigación propia para aprovechar de un modo óptimo los recursos y las potencialidades de las zonas en cuestión.

4/1/1.

mecanización agraria

La evolución hacia una agricultura “industrializada” com­ porta, como es lógico, la mecanización de muchas opera­ ciones: extraer el agua de los pozos, trabajar la tierra, recoger los frutos, transportar las cosechas, etc. La va­ riedad de operaciones mecanizables hace muy difícil medir 66 *0 índice

4.

desarrollo

económ ico

el ritmo completo de incorporación de maquinaria agrícola. Convencionalmente se suele tomar el tractor como un in­ dicador-tipo que resume muy bien la intensidad total de operaciones mecanizadas. La extensión masiva del tractor en la agricultura es­ pañola es un hecho bien reciente. La brusca orografía, la atomización de muchas explotaciones, la debilidad de las series de producción nacional de tractores, el exce­ so de mano de obra, han sido otras tantas circunstan­ cias que han retrasado considerablemente la necesaria mecanización de nuestros campos. Todavía en 1957 el parque nacional de tractores, apenas llegaba a las 30.000 unidades, existiendo 169 personas en el sector primario por cada tractor. Sólo cinco años más tarde la situación se ha transformado ya de modo radical: casi se ha tri­ plicado el parque total y ya no hay más que 52 per­ sonas activas agrarias por cada tractor. Esa relación es ya de 19 personas en 1967 y será sólo de 11 en 1971. El progreso no puede ser más patente. En resumen, sólo cuando la densidad de tractores se ve acompañada de una adecuada distribución del tamaño de las explotaciones, una infraestructura industrial que dé empleo al excedente de población agraria y una es­ tructura ganadera suficientemente desarrollada, se pue­ de decir que son un factor que contribuye positivamente al aumento de la productividad agraria. En este sentido creemos que no será muy difícil aven­ turar que el número de tractores se va a incrementar más que proporcionalmente durante los próximos años en cinco provincias, que en 1967 contaban sólo con un nivel medio de mecanización, pero que alcanzaban una productividad general agraria bastante alta: Lérida, Lo­ groño, Tarragona, Valladolid y Navarra. Cuenta a su favor, además, para una ulterior mecanización, terrenos bastan­ tes llanos y explotaciones no excesivamente parceladas. Los datos sobre la matriculación, terrenos bastantes llanos y explotaciones no excesivamente parceladas. Los datos 67 *0 índice

4.

desarrollo

económ ico

sobre la matriculación de tractores en los años venideros nos dirán si hemos acertado o no en nuestro pronóstico de una mecanización más rápida en esas provincias.

4 .1 .2 .

el fa c to r “ organización”

Las condiciones naturales más ventajosas, la inyección de capital más potente y la fuerza de trabajo más pre­ parada, no lograrían incrementar el producto agrario de un modo sostenido y suficiente si no contara también el factor organización. Con este nombre se designa al conjunto de técnicas, condiciones de todo tipo y elemen­ tos institucionales que posibilitan el uso más rentab’e y racional de los otros factores. Supone la existencia de explotaciones de un tamaño adecuado, empresarios in­ novadores con suficiente capacidad gestora, una Admi­ nistración Pública competente y honesta, canales de co­ mercialización bien establecidos, etc. Con la vaga ex­ presión tan de moda, de “reforma de estructuras” suele compendiarse muy bien el cambio necesario para que este factor incremente su capacidad de funcionamiento. Una dificultad grande es la propia definición de este factor, complejo, múltiple, resumen de características que no siempre es posible medir con suficiente preci­ sión. Cabe la solución de referirse en algunos indicado­ res más debatidos, más importantes y también más ase­ quibles a una valoración cuantitativa. Este razonamiento es el que nos ha llevado a concentrar nuestra atención en el tamaño de las explotaciones y la política de regadío, los dos grandes temas que han recibido más atención de los agraristas. A nivel mundial, y sobre la base de los escasos datos que se tienen, se puede concluir que no existe ninguna relación ciara entre ei nivel de desarrollo de un país y el que predominen o no en él las explotaciones grandes. El tamaño predominante de las explotaciones tiene que ver con razones históricas, culturales, técnicas o políticas, pero 69 *0 índice

síntesis sociológica

difícilmente se puede extraer de su configuración en una serie de países concretos, la consecuencia de una relación clara e inmediata con el progreso económico.

4.1.3.

latifundio

“Latifundio” es una de esas extrañas palabras sobre !a cual casi todo el mundo guarda una impresión direc­ ta, pero a la hora de definirla surgen profundas dis­ crepancias y en el momento de aducir datos éstos faltan casi por completo. ¿Por qué esta confusión? La razón es que en el uso de esta palabra se mezclan distintos planos de abstracción y de razonamiento intelectual: a) la decisión sobre cómo identificar en la práctica un latifundio, cómo distinguirlo de otra explotación agrí­ cola que no lo es; b) el juicio moral o político de lo que debe hacerse con los latifundios (no importa cómo se definan), y c) qué razones justifican esa transformación. Según nuestra forma de entender y tratar las cosas, estos tres planos deben separarse. Veremos de hacerlo, aunque no es fácil. Es corriente aludir verbalmente a los males del latifun­ dio (deficiente aprovechamiento de los recursos, escasa productividad, dedicación a cultivos que exigen poco trabajo, coexistencia con una extrema división de cla­ ses, etc.), utilizando para ello una definición demasiado tosca, basada únicamente en la extensión. Con los datos en la mano no se puede concluir que la zona de gran propiedad corresponde en España a una situación de escaso rendimiento agrario. La conclusión es negativa y provisional porque se apoya en un indicador muy deficiente (la simple extensión de las explotaciones), pero, a falta de mejores datos, es interesante, ya que va en contra del común sentir de los escritos agraristas en nues­ tro país. Una dirección, ¡ntelectualmente muy fértil, que conviene dar al estudio de este problema, es la consideración

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4.

desarrollo

económ ico

sociológica o antropológica, que supera la estrictamente económica del latifundio. Este es, por ejemplo, el inte­ resante enfoque de Martínez Alier sobre los latifundios de la campiña cordobesa. La aportación más positiva de Martínez Alier es la cons­ tatación de que los latifundios cordobeses no están del todo “ mal explotados” desde una perspectiva económi­ ca o racional o, por lo menos, ésa no es la raiz de los males del latifundismo. Si se utilizase el trabajo ocioso, los latifundios cordobeses no aumentarían más que un 12 por 100 su producción, según este autor. Un re­ parto de los latifundios no aseguraría, a su juicio, una mejor utilización de las técnicas. Otra cosa es, y aquí entra la consideración sociológica, que los obreros agrí­ colas no crean que todo eso sea verdad y, por tanto, obran en consecuencia. El “ reparto” funciona como una latente reivindicación social o política, aunque el obser­ vador imparcial no pueda asegurar con él una mayor ren­ tabilidad. Quizá lo más grave del problema del latifundismo no es su diagnóstico de la falta de aprovechamiento de los re­ cursos y la extrema diferenciación social que ocasiona. Lo realmente preocupante es el olvido sistemático en las publicaciones oficiales de este problema y, en consecuen­ cia, la falta de eficacia de las medidas concretas para so­ lucionarlo. Concretamente, llama la atención que en el II Plan de Desarrollo, aunque define como “ prioritario” al sector agrario, no se promueva ninguna acción eficaz para enfrentarse con las inadecuaciones que pueda pro­ ducir la estructura latifundista. Ni siquiera se plantea ía necesidad de estudiar el problema. Evidentemente, hoy ya no se trata del “ reparto” de los latifundios, sino de su aprovechamiento más integral, co­ rrigiendo los vicios de la estructura de clases de tipo “ señorial” que producen. Se requiere una reforma más integral, en la medida en que el horizonte agrario por sí mismo ya no tiene sentido. Cómo hacerlo sin cambiar estructuras institucionales más a la base es, desde lue­ 71

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síntesis sociológica

go, asunto difícil. Como siempre, lo primero que habría que hacer es estudiar el problema, sin dejarse llevar por cómodos y, a veces, falsos apríorlsmos. En segundo tér­ mino habría que arbitrar soluciones para el diagnóstico técnico-económico y el social-político de la cuestión, °in que ambos se estorben. Lo que está claro es que la reforma de los latifundios no es más que un aspecto de la reforma agraria q je hoy en día comporta necesariamente un significado plu­ ral. Concretamente, la acción sobre la gran propiedad debe ser paralela y sincrónica a la que se realice sobre la pequeña propiedad.

4.1.4.

minifundio

En el contexto europeo, España se caracteriza por con­ tener una mayor superficie ocupada por explotaciones grandes y pequeñas. El resto de los países europeos hicie­ ron ya hace tiempo sus reformas agrarias, y la estructura social les es más propicia al mantenimiento de explota­ ciones de extensión media. Sin embargo, conviene adver­ tir que las explotaciones pequeñas representan una ex­ tensión superficial más importante en Francia y en Ita la que en España. Ahora bien, el problema del minifundio no nace sólo de la “disgregación” de las explotaciones, sino de su “parcelación”. Por el primer indicador no se puede de­ cir que el problema sea demasiado agudo en España, pero sí por el segundo. Lo característico de nuestro país en relación con otros europeos es la excesiva par­ celación de las explotaciones. En España se dan 14 parcelas por explotación, frente a seis para Portugal y cuatro para Italia. Si combinamos en España unas condiciones naturales no demasiado favorables, una cierta disgregación de las explotaciones y una excesiva parcelación, se compren­

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derá que en muchos casos sea absolutamente inviable el uso de maquinaria moderna y que se pierda una gran proporción del esfuerzo de los campesinos en el traslado de una a otra parcela. Pero lo más grave no es esta extrema atomización nuestra estructura agraria, sino que, como es bien bido, se fije sobre todo en determinadas regiones. localización espacial del problema agrava sin duda consecuencias sociales del mismo.

de sa­ La las

En concreto, se nos localiza mucho más el fenómeno en la mitad Norte de la Península, con la excepción del pirineo aragonés y catalán y Salamanca. El centro del problema es ahora Galicia, lo que explica quizá el retraso con que ia agricultura gallega se va incorporando a las condiciones de modernidad que a lo largo de estas páginas vamos viendo. En Galicia, más de la mitad de las explotaciones son me­ nores de 20 hectáreas y, al mismo tiempo, cuentan cada una con más de 10 parcelas. Es evidente la inviabilidad de esta estructura dadas las necesidades actuales de capitaliza­ ción. La España minifundista no se puede decir que sea una zona rica desde el punto de vista de los cultivos (con ex­ cepción de Sevilla, País Valenciano y Santa Cruz de Tentsrife), pero sí una zona relativamente próspera por los pro­ ductos forestales y ganaderos.

En términos reales y globales, por tanto, no se puede decir que el minifundio sea el estrangulamiento princi­ pal del sector agrario. Si las explotaciones están dividi­ das es porque, en general, son bastante rentables, dentro de la pobreza general del país. Otra cosa, claro está, es que el minifundismo signifique para el futuro, dede el punto de vista dinámico, un fuerte obstáculo a la mo­ dernización de las explotaciones. Surge así la necesidad y los esfuerzos encaminados a la concentración parce­ laria: la acción de reducir el número de parcelas por explotación. Como hemos señalado, las posibilidades son grandes en este sentido en España, singularmente e la zona Norte, y más aún en Galicia. 73

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El gran acierto de los trabajos de concentración parce­ laria ha sido el alto poder de transformación que se deriva de un esfuerzo relativamente poco costoso, es decir, su rentabilidad. El gran error de base ha sido, a nuestro juicio, su excesiva carga política, que ya des­ de el origen llevó a plantear la “batalla” de la con­ centración como una alternativa o cortina de humo a la antigua “reforma agraria”, como una reducción en la óp­ tica de los problemas del campo por temor a alterar las posiciones heredadas de los más poderosos. Se estima que existían en los años 50 unos ocho millo­ nes de hectáreas, distribuidas sobro todo en las regiones septentrionales, que necesitaban la labor de concentra­ ción parcelaria. Si tenemos en cuenta que desde 1953 hasta 1968, es dec.r, en media generación, se ha decretado la concentración on 5,1 millones de Ha. y se han terminado los trabajos en 2,2 millones de Ha., nos daremos cuenta de que, a pesar ael esfuerzo desplegado, queda todavía mucho por hacer. En los primeros años de actividad del servicio de Concen­ tración Parcelaria se concentran cada año entre 8.000 y 22.000 Ha. Este ritmo sube a 50.000 en 1958, pasa de las 100.000 en 1962, de las 200.000 en 1964 y de las 300.000 en años sucesivos. Es evidente el ritmo creciente de tra­ bajo, pero también lo es el que cada vez se acumula un número mayor de hectáreas que tienen solicitada la concen­ tración sin que hayan concluido los trabajos. Si se man­ tiene el ritmo medio de unas 200.000 hectáreas concen­ tradas cada año, todavía tardará en desaparecer el mi­ nifundio español unos treinta años más. Es posible que ese plazo se reduzca a la mitad si se mantiene el ritmo de los últimos años. ¿Puede esperar tanto la necesaria reforma? Creemos que no. ¿No habrá que plantear dentro de muy pocos años un concepto más estricto de mini­ fundio que atienda no sólo al número de parcelas, sino al número de explotaciones? Creemos que sí. Lo más significativo no es este retraso con que pro­ ceden los trabajos de concentración, sino el ritmo di­ 74 *n índice

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ferente a que se someten en unas u otras regiones. Este distinto ritmo no parece obedecer a una decisión racio­ nal de administrar recursos escasos, puesto que no son precisamente las provincias con mayor problema de minifundismo las que están recibiendo una mayor p re ­ ndad. Vale la pena que contemplemos con algún de­ talle este hecho. Concretamente, del millón de hectáreas en que han con­ cluido directamente los trabajos, más de la mitad per­ tenecen a las provincias de Valladolid, Cuenca, Paten­ cia y Burgos. Si tomamos las hectáreas afectadas, de los cinco millones del total, más de cuatro millones, esto es, el 80 por 100, corresponden a 11 provincias de la meseta cas­ tellana (Valladolid, Cuenca, Palencia, Burgos, Soria, Guadalajara, León, Segovia, Zamora, Salamanca y Avila, situadas por orden absoluto de magnitud). Es curiosa y extraña la insistencia por resolver el problema del minifundismo en las provincias castellanas. Ciertamente, algunas de ellas, aun­ que no todas, se destacan por un índice bastante elevado de minifundio, pero siempre menor que el de las provincias gallegas. En los últimos años, con muy buen acuerdo, se va am­ pliando la ¡dea de concentración parcelaria hasta incluir medidas de política agraria más comprensiva, las que ge­ néricamente se denominan ordenación rural (agrupaciones para la explotación en común, ayuda a las empresas, for­ mación profesional, etc.). Las comarcas de ordenación rural se suelen apoyar en aquéllas que ya han realizado la concentración de par­ celas, e inciden sobre la estructura de la empresa agraria. El ritmo de los trabajos parece ser bastante rápido. Empiezan éstos en 1964, y en ese mismo año se actuaba ya sobre 55 comarcas que comprendían 1.020 términos municipales, 3,4 millones de Ha. y 1.145.542 habitantes. Ahora bien, una vez más nos llama la atención que esa acción se concentre en determinadas provincias y no precisamente en las menos favorecidas por la atomiza­ ción de las explotaciones agrarias. Concretamente, ias 75 *0 índice

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hectáreas afectadas por tas agrupaciones para la expíotación en común se centran casi exclusivamente en al­ gunas provincias de nuevo castellanas: Palencia, Burgos, Segovia, Cuenca, Valladolid y Salamanca. Valdría la pena examinar en qué medida han pesado en esta decisión ciertas consideraciones no-económicas que se derivan de la ideología del “labrador de Castilla” como esencia de la nacionalidad.

4.1.5.

la producción y productividad agrarias

Combinando la estructura de población con los índices productivos, obtenemos nueve tipos de estructura agra­ ria con arreglo a la productividad agraria que consiguen: 1

Industrial de agricultura rica: Barcelona, Guipúzcoa, y Vizcaya. Es la situación ideal europea, sólo que importadora de productos agrícolas.

2.

Semi-industrial de agricultura rica: Algunas provincias limítrofes con la anterior (Gerona, Tarragona y Ala­ va), más Valladolid. De nuevo se trata de una zona de agricultura europea, esta vez exportadora a otras provincias.

3.

Agrícola de agricultura rica: Es la única zona agrí­ cola especializada que puede sostenerse en un alto nivel actual de productividad. Se halla contigua a las zonas anteriores. La forman tres provincias: Logroño, Navarra y Lérida.

4.

Industrial de agricultura modesta: El caso único, pero muy expresivo, es Madrid, una enorme aglomeración urbana en medio de una zona de secano bastante pobre (sobre todo si excluimos la vega de Aranjuez).

5.

Semi-industrial de agricultura modesta: Comprende zo­ nas muy regadas y aptas por sus condiciones natu­ rales, pero que cuentan con un exceso de mano de obra: Santander, Zaragoza, Baleares, Valencia, Alican-

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TIPOS DE PRODUCTIVIDAD AGRARIA EN LAS PRO VIN C IA S ESPAÑ O LA S

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te, Murcia, Sevilla y Las Palmas. Lógicamente, hay que esperar un aumento sensible del éxodo rural en estas provincias en los próximos años. Sospechamos incluso que en Valencia y Alicante, por alguna razón que desconocemos, se ha infraestlmado los datos de Producto Agrario o bien se ha sobreestimado el vo­ lumen de población agraria. Puede ser también que el autoconsumo agrario, que no se tiene en cuenta en la contabilidad nacional, sea especialmente alto en esas dos provincias. 6.

Agrícola de agricultura modesta: La forma casi to­ das las provincias interiores, excepto las de la parte occidental.

7.

Seml-lndustrial de agricultura pobre: Cuentan con nú­ cleos dispersos con una cierta industrialización, pero con un campo todavía muy poco productivo, en el que abunda en exceso la mano de obra. Es otro foco potencial de migración. Lo forman las provin­ cias andaluzas (excepto Sevilla y Almería), las de Galicia costera, Asturias y León.

8.

Agrícola de agricultura pobre: Está constituido por las provincias interiores vecinas de la frontera portuguesa (lo que en otro lugar denominaremos “Lusitania in­ terior”) más dos provincias adyacentes -—Lugo y Avi­ la— y Almería. Es la auténtica bolsa de pobreza agraria que en parte coincide — es curioso— con una zona bastante húmeda de grandes posibilidades de desarrollo ganadero.

Junto a la estructura regional cabe ver las variaciones de la estructura de la producción agraria para el conjunto nacional. Así, en la última década se observa un lento pero sostenido cambio de esta estructura hacia una ma­ yor producción de carne, huevos, frutas y hortalizas, esto es, hacia una economía de productos más selectos, ba­ sados fundamentalmente en el regadío. El 1968 esos cuatro productos representan el 54 por 100 del valor de la producción total agraria, cuando sólo sumaban el 34 por 100 diez años antes. La tendencia es clara a reafir­ 78 *0 índice

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mar ese nuevo tipo de agricultura y ya hemos visto las dificultades que en ese camino se presentan. Las razones que exigen y permiten ese cambio estruc­ tural son bien claras: por un lado presiona la demanda (no sólo el más alto nivel de vida de los españoles, sino el de los extranjeros que nos visitan) y, por otro, los ma­ yores rendimientos de los productos agrarios permiten la sustitución de los que contienen un menor poder alimen­ ticio. En resumen, los últimos años son testigos en nuestro país de una recuperación de la situación de estancamien­ to a que había estado sometida la agricultura durante las décadas anteriores. La tendencia a la reconversión ganadera ya no es discutible: se está produciendo a un ritmo superior al previsto. Tanto a nivel nacional como interprovincial es cada vez más clara la asociación de agricultura rica y ganadería. En último término el mejor camino para el desarrollo de la agricultura es el des­ arrollo de los otros sectores.

4.2.

el desarrollo regional

4 .2 .1 . las disparidades regionales de re n ta (