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En un artículo anterior he considerado el tema del perdón. Concretamente he señalado el hecho de que nuestro Dios es perdonador. Esto implica que tanto sus hijos también lo debemos ser. Asimismo señalé las conductas alternativas nocivas tales como guardar rencor o planear una venganza. Pero aún así debemos notar que muchas veces nos es difícil perdonar y esto puede obedecer a distintas razones. Consideremos de un buen esposo o esposa que es engañado por su cónyuge o el comerciante que es estafado por su socio ¿es posible perdonar semejantes ofensas y perjuicios? Indudablemente no, pero una cosa es segura; el perdón sigue siendo la mejor alternativa. ¿HAY ALGÚN PECADO QUE DIOS NO PUEDA PERDONAR? Es necesario reafirmar las enseñanzas claras de las Escrituras respecto a la capacidad de Dios para perdonar al pecador. Recordemos lo dicho por el profeta Nehemías: “Pero tú eres Dios perdonador, clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia” (Neh. 9:17). Pero cuando llegamos al Nuevo Testamento encontramos que hay un pecado que Dios no está dispuesto a perdonar. Él mismo consta en la siguiente declaración: “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. 32A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” Mateo 12:31-32 – comparar con Marcos 3:28-29 y Lucas 12:10 La conclusión es obvia. Si hay algún pecado que Dios no perdona entonces yo también puedo asumir la misma actitud en caso de ciertas faltas graves. Pero no debemos llegar a conclusiones apresuradas. Debemos examinar estos pasajes con sumo cuidado recordando algunos consejos que el Dr, Martyn Lloyd-Jones brindó para chequear nuestra interpretación de las Escrituras: a) “... si nuestra interpretación hace que la enseñanza parezca ridícula o conduzca a una situación ridícula, es sin duda falsa. Y hay quienes son reos de esto”. b) “Si nuestra interpretación hace que la enseñanza resulte imposible también es errónea. Nada de los que nuestro Señor enseñó es imposible” [1]. ¿Dios puede perdonar a quien haya cometido el pecado imperdonable? Debemos admitir que estos versículos ofrecen dificultades concretas. J.C. Ryle señala que es mucho más sencillo decir lo que no es que explicar lo que es. Concretamente digamos que la blasfemia consiste en atribuir a Satanás la obra del Espíritu Santo. ¿Cuándo y cómo se puede cometer este grave delito? Al consultar a diversos autores podemos notar las siguientes posturas: a)

C. Ryrie señala que el pasaje se encuentra en un contexto de circunstancias que no pueden repetirse en el día de hoy. Es decir, la blasfemia contra el Espíritu Santo, consistió en señalar que el Señor manifestaba el poder del demonio. Podían negar que él fuese el Mesías pero no reconocer el poder del Espíritu Santo era mucho más grave dado el notorio milagro del cual sus interlocutores eran testigos. Ryrie concluye diciendo: “Para cometer este pecado particular se requería la presencia personal y visible de Jesús en la tierra; por lo tanto, cometerlo hoy sería imposible”[2]. No obstante, asegura el autor, tal pecado era imperdonable en tanto que las personas no se arrepientan dado que el Señor mismo les exhortó a “ponerse de su lado” (Mt. 12:30).

b)

Otros autores, sin negar las particularidades históricas del relato, afirman que en realidad el pecado imperdonable es la incredulidad. S. Prod´hom señala que en tanto el Señor estuviera en la tierra, a cualquiera

que hablare en su contra le sería perdonado. De hecho él perdonó a quienes le crucificaron. Más tarde, sería el Espíritu Santo quien a través de la predicación, daría testimonio a favor de Jesús crucificado. Cuando los discípulos anunciaban su nombre en las sinagogas y ante las autoridades era el Espíritu Santo quien hablaba por ellos según el Señor lo había prometido. De modo que la oposición que encontrarían no sería contra ellos ni sus argumentos sino contra el mismo Espíritu Santo. Juan Calvino definió entonces esta blasfemia diciendo: “pecan contra el Espíritu Santo los que de tal manera son tocados por el Espíritu Santo que no pueden pretender ignorancia, y sin embargo, se resisten con deliberada malicia, solamente por resistirse”[3]. Mervin Breneman, explicando este tema dice: “La blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado imperdonable (Mt. 12:31,32; Lc. 12:10). Para cometerlo, uno debe rechazar conscientemente y persistentemente el testimonio del Espíritu en cuanto a la divinidad y el poder salvífico del Señor Jesús. Ya que sólo el Espíritu Santo puede convencer y convertir al hombre, el rechazo continuo y definitivo de su acción lo aparta completamente de toda posibilidad de salvación”[4]. De ser así este no sería el único texto en el cual se habla del tema. En Hebreos 10:26-27 leemos: “si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, 27sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”. En tanto la persona permanezca en la incredulidad, tal pecado no se le perdona ya que el Señor dijo: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn.3:18). Si la persona se arrepiente, el condenado es absuelto y justificado. Ningún pecado es imperdonable en tanto la persona esté viva y tenga la oportunidad de arrepentirse. Tal como apunta Ryrie, el apóstol Pablo fue un hombre blasfemo que fue perdonado según se desprende de su propia declaración: “habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad” (1 Ti. 1:13). Un autor explica esto diciendo: “Cuánto más brillante sea la luz, tanto mayor será la culpabilidad de los que la rechazan. El hombre que rehúsa arrepentirse y creer será tanto más culpable cuanto más profundo sea el conocimiento que posee del evangelio”[5]. Es posible señalar que una postura complementa a la otra. Es cierto que las circunstancias históricas en que el Señor pronunció la sentencia en cuestión fueron únicas e irrepetibles. Resulta verosímil señalar que hoy sería imposible cometer tal falta. Asimismo también es cierto que la incredulidad es el pecado imperdonable ya que si un incrédulo muere en tal estado será condenado por ello. ¿Dios puede perdonar a un suicida? La postura católico romana al respecto es bien conocida y afirma que ningún suicida se ha de salvar. No obstante, al considerar este tema, debemos tener en claro que el hecho de que un inconverso se suicide es algo lamentable y cotidiano pero su condenación no se debe a la forma en que perdió la vida sino a su condición de pecador. Ahora cuando un creyente padece una profunda angustia o trastorno mental y como consecuencia de ello se quita la vida ¿perdió su salvación por ello? La respuesta es no. Nuestra salvación no depende de lo que podamos hacer sea positivo o negativo sino se sustenta en la gracia inmensa de nuestro Dios. A fin de que quede claro, permítame explicarlo. Supongamos que un creyente peca y muere en forma inmediata. ¿Habrá perdido la salvación? No, dirá ud. Muy bien, eso es lo que acontece con un suicida. ¿Dios me perdona aunque no me bautice? El apóstol Pedro dijo: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch.2:38). Basados en este texto y en el ministerio de Juan el bautista, ciertos predicadores modernos están enseñando que el bautismo es una condición indispensable para recibir el perdón de los pecados y el bautismo del Espíritu Santo. Consecuentemente, quien haya sido bautizado sin tener esto en claro entonces no ha recibido el perdón de sus pecados. Al tratar este tema debemos hacer algunas observaciones: a)

No se trata de un planteo nuevo. B. H. Carroll, en su comentario acerca del libro de los Hechos, señala que la teoría de la regeneración bautismal ha dividido al mundo cristiano desde el segundo siglo. Esta ha sido la

postura adoptada por la iglesia católico romana cuyo catecismo afirma: “El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Ro. 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Ro. 6, 4)”[6]. Asimismo esta es también la postura de ciertas ramas del pentecostalismo actual. Entonces encontramos en relación al tema dos posturas a mencionar: •

Aquella que afirma que el plan de salvación ha sido y siempre lo será por la sola gracia. El requisito único es entonces el arrepentimiento. La salvación se basa enteramente en la obra de Cristo en la cruz y antecede a cualquier ordenanza externa. Como afirma Carroll, “la sangre antes del lavatorio”.



Aquella que afirma que la salvación se obtiene mediante la gracia de Dios y las ordenanzas. Explicando este punto de vista un autor declara: “Fuera de la Iglesia y sus ordenanzas no se supone encontrar salvación; la gracia se comunica por y a través de la ministración de la iglesia, de otra manera no”[7].

b)

Ambos puntos de vista son excluyentes entre sí. Una norma lógica indica que A no puede ser B al mismo tiempo. Recordemos que “si una proposición es verdadera, su negación será falsa”.

Debemos tener presente la gran cantidad de textos que rotundamente nos dan a entender que la salvación depende única y exclusivamente de la gracia de Dios. Mencionaré tan sólo algunos: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9) o Juan 3:16. Es menester recordar lo que el apóstol Pablo declaró: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1 Co. 1:17). Si el bautismo fuera tan importante Pablo debería haber predicado y bautizado a los conversos. De ser necesario el ritual para la salvación el apóstol sería un hereje ya que proclamaría un mensaje incompleto y por ende falso. Un autor aclara muy bien el punto al decir: “Por lo tanto es necesario entender que el bautismo en agua subsiguiente a la fe debe de entenderse no como una obra hacia la salvación sino como una obra (la primera) “fruto” de la fe. Es decir, todo aquel que ha sido salvo por medio de la fe, da el paso al bautismo “exteriorizando” de esta forma lo que ha confesado creer”. El ladrón arrepentido nos brinda un excelente ejemplo. Él estaba junto al Señor crucificado, y en tal penosa situación tuvo la luz suficiente para reconocer su maldad y reconocer la inocencia del Señor. Ante semejante fe Jesucristo le dijo: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). Aquel hombre no tuvo tiempo de bautizarse, de asistir a la iglesia ni de hacer alguna buena obra. Su salvación fue tan sólo por el hecho de haber creído. No obstante, quienes bregan por la regeneración bautismal, señalan que aquel ladrón vivía bajo los preceptos del Antiguo Testamento. A esto respondemos diciendo que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la salvación dependió únicamente de la fe. Esto lo aclara muy bien el apóstol Pablo cuando dijo: “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia” (Gá. 3:6 comp. con Gn. 15:6). Esta explicación es muy oportuna para el tema que nos ocupa dado que en las iglesias de Galacia se estaba imponiendo un concepto en el cual se vinculaban la salvación y las obras meritorias. El apóstol enfáticamente quería desmentir tal enseñanza. Otro texto clave lo hallamos en Marcos 16:16 donde se nos dice: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Si el versículo culminara allí entonces deberíamos decir que el bautismo es condición indispensable para recibir la salvación pero seguidamente dice: “mas el que no creyere, será condenado”. No dice el que no creyó y no fue bautizado será condenado. La condenación es el resultado de no haber creído. Dios perdona aun cuando el individuo no haya sido bautizado. No pretendo con esto quitarle importancia a este acto. Por el contrario, el creyente fiel deseará obedecer al Señor en este mandato. Dios está dispuesto a perdonar al pecador. El apóstol Pedro, exhortando a sus oyentes, dijo: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio” (Hch. 3:19). Entonces si nos hemos arrepentido de nuestras rebeliones, basados en las Escrituras, no tenemos que temer dado que en Cristo hemos sido perdonados. Ahora bien, es necesario destacar que cuando dice “sean borrados vuestros pecados” se refiere tanto a los que cometimos antes de nuestra conversión como los que

cometemos después de tal evento. No hay pecado tan grosero que Dios no pueda perdonar. Esto desde ya nos tranquiliza y mucho. Cuando nuestra conciencia nos acusa de alguna falta tenemos por recurso la confesión y el perdón. Así lo afirma el apóstol Juan quien señaló: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Tal actitud generosa nos obliga a perdonar a nuestro prójimo con la misma vocación y amplitud. Si considero por tanto la grandeza del perdón de Dios a mi favor entonces actuaré de la misma manera. ¿POR QUÉ NO PUEDO SENTIR EL PERDÓN DE DIOS? Si Dios puede perdonar mis pecados, ¿qué me impide disfrutar dicho perdón? ¿Será porque en realidad no me habrá perdonado? Un indicador que Dios ha puesto para señalar nuestro pecado son los sentimientos de culpa. Cuando le fueron perdonados sus pecados, Isaías dijo: “Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (Is. 6:6-7). El autor de la epístola a los Hebreos considera la culpa, su relación con el pecado, y la ineficacia de los sacrificios de la ley para apaciguar estos genuinos sentimientos cuando dijo: “De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado” (He.10:2). Los sacrificios eran insuficientes para limpiar el pecado y quitar los sentimientos de culpa. Juan, cuando presentó al Señor Jesucristo dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn.1:26). Si Cristo nos quita el pecado entonces ya no deberíamos sentir culpa por los delitos cometidos. Hace algún tiempo tuve la oportunidad de hablar con una mujer mayor, que cuando era joven, y antes de conocer al Señor, se había practicado un aborto. Pasaron los años, conoció al Salvador, se integró a una congregación pero aún tenía que batallar con sentimientos de culpa relacionados con el pecado referido. A pesar de la gravedad del hecho, la Biblia es clara en que Dios nos limpia de todo pecado. Su sentido de culpa era falso porque su pecado le había sido perdonado. Dios se lo perdonó pero ella no se lo podía perdonar. Satanás sacaba provecho de esta situación generando amargura en su corazón. Recordemos siempre aquel texto que nos dice: “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7). CONCLUSIÓN: Como decía al comienzo, perdonar no siempre es sencillo. Nuestro corazón es muy engañoso y falto de misericordia pero a su vez la palabra de Dios nos enseña claramente que el perdón es el mejor camino. El Señor nos ha brindado un ejemplo magnífico. No hay mal que pueda cometer el hombre que Dios no esté dispuesto a perdonar. El Señor, por intermedio del profeta Isaías, extendió una invitación al pueblo de Israel: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:18). Cuando nos resulte difícil perdonar entonces podemos recurrir al Señor y pedirle que él nos dé la capacidad de hacerlo. Su ejemplo nos ayudará a obrar en consecuencia. Un esclavo comprendió muy bien lo que el perdón significaba. Se trataba de un hombre muy responsable lo cual le valió el reconocimiento de su amo. Este último deseaba comprar veinte esclavos más y le solicitó que le acompañase. Estando en el mercado de esclavos, aquel hombre vio en el grupo a un anciano decrépito y dijo a su amo que debía adquirirlo. El traficante, al observar el interés por aquel viejo dijo que si le compraban veinte hombres se los regalaría. Entonces el trato fue cerrado. Muy pronto el amo notó que su fiel esclavo le dispensaba un trato muy especial a aquel anciano africano. Entonces le dijo: “¿Quién es este hombre? ¿Se trata de tu padre o algún pariente?” y su siervo le respondió: “No es mi padre ni mi pariente”. El amo le preguntó insistentemente: “Si no es tu pariente ¿Por qué lo cuidas tanto?”. Aquel esclavo le respondió: “Se trata de mi enemigo. El me capturó y me vendió al mercado de esclavos pero más tarde, leyendo mi Biblia, descubrí que debía perdonar a mis enemigos, y que cuando tuvieren hambre les dé de comer, y cuando tuvieren sed les dé de beber”. Aquel esclavo había entendido muy bien lo que significa perdonar. ¿Nosotros lo hemos aprendido también?

BIBLIOGRAFÍA El sermón del Monte, por Dr.Martyn Lloyd-Jones,, Editorial el Estandarte de la Verdad, 1977. Teología básica, Charles Ryrie, Editorial Unilit, Miami, 1993. Institución de la religión cristiana, Juan Calvino, Editorial Felire, 1986. Biblia con notas, Mervin Breneman, Editorial Carible, Miami, 1980. Los evangelios explicados, J.C. Ryle, Sociedad americana de Tratados, Tomo I, San Mateo. Los Actos, B.H. Carroll, Casa Bautista de Publicaciones, 1966. Dispensacionalismo hoy, Charles Ryrie, Portavoz Evangelico, 1974. www.vatican.va El plan de salvación, Benjamin B. Warfield, Editorial Confraternidad Calvinista Americana, México. Samuel Vila, Enciclopedia de anécdotas e ilustraciones, Editorial Clie, Barcelona, 1979

[1] Dr.Martyn Lloyd-Jones, El sermón del Monte, Tomo I, Edinburgh, Editorial el Estandarte de la Verdad, 1977, pág. 15. [2] Charles Ryrie, Teología básica, Editorial Unilit, Miami, 1993, pág. 403. [3] Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, Editorial Felire, 1986, Tomo I, Libro III, capitulo III, párrafo 22, pág. 468. [4] Mervin Breneman, Biblia con notas, Editorial Carible, Miami, 1980, pág. 1048. [5] J.C. Ryle, Los evangelios explicados, Sociedad americana de Tratados, Tomo I, San Mateo, pág.98-99. [6] www.vatican.va [7] Benjamin B. Warfield, El plan de salvación, Editorial Confraternidad Calvinista Americana, México, 1966, pag. 12.

Tomado de la revista “Momento de Decisión”, www.mdedecision.com.ar Usado con permiso ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.