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hermoso texto en el que desvela su autobiografía profesional(2). ...... This work considers the fact that the Spanish la
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Nuestras sociedades han desarrollado una ética del trabajo que ha acabado por teñir con sus principios la cultura moral de Occidente, sin distinción ideológica alguna, constituyendo una norma de vida basada en un principio fundamental: el trabajo nos incorpora a esta inmensa red de intercambios que es la sociedad moderna. El vínculo ciudadano, el vínculo de los derechos y las responsabilidades desarrollado entre todos los miembros de una comunidad moral, ha sido subsumido por el vínculo de las actividades productivas, por el trabajo para el mercado. Es por mediación del trabajo remunerado por lo que pertenecemos a la esfera pública, consiguiendo así una existencia y una identidad sociales. Es por eso que el trabajo es más que un medio para ganarnos la vida en un sentido puramente económico: mediante el trabajo nos ganamos también la vida en un sentido social.

143 octubre-diciembre 2006

Empleo e inclusión

Pero el empleo está experimentando importantes transformaciones cualitativas en las últimas dos décadas. Han aparecido y se han desarrollado formas de trabajo distintas del empleo clásico a tiempo completo y para toda la vida que han desdibujado la relación, en otros tiempos autoevidente, entre actividad laboral y ciudadanía, entre empleo e inclusión social.

Monografía Las nuevas relaciones entre empleo e inclusión: flexibilización del trabajo y precarización vital.

Empleo e inclusión

Imanol Zubero

¿Trabajar evita la pobreza? Bajos salarios en el mercado laboral español. Albert Recio Andreu

Trabajo, trabajadores pobres e inserción social. Joseba Zalakain

Rentas mínimas y políticas de activación. Begoña Pérez Eransus

La inclusión por el trabajo: un análisis del discurso de los trabajadores de la inserción. Ignacio Martínez Morales y Mariángeles Molpeceres Pastor

Trabajo y condiciones de vida: una mirada no androcéntrica. Cristina Carrasco y Maribel Mayordomo

Tribuna Abierta Un estudio cualitativo de la minoría gitana. La vigencia de los componentes de la estructura social. Jesús Moreno y Marcelo Sánchez-Oro

Consenso social sobre migración. Una realidad en construcción.

ISBN 978-84-8440-374-6

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788484 403746

ISSN 0417-8106

Iván Forero

Análisis crítico de la AOD bilateral España - América Latina en educación en el período 1999-2004. M.ª Luz Ortega, Ana Hernández y Mercedes Torres

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Últimos títulos publicados Euros

N.º 116

El trabajo, bien escaso

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N. 117-118 Las Empresas de Inserción a debate OS

N.º 119

Ciudades habitables y solidarias

N.º 120

Adolescentes y Jóvenes en dificultad social

N.º 121

El desafío de la migraciones

N.º 122

2001 Repensar el voluntariado

N.º 123

Europa: proyecto y realidad

N.º 124

Jóvenes del siglo XXI

N.º 125

Las otras caras de la globalización

N.º 126

Deuda externa y ciudadanía

N.º 127

Salud y calidad de vida

Director: Silverio Agea

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La calidad como imperativo en la Acción Social

Directora Técnica: Ana Abril Fernández

N.º 129

Trabajo en Red

Edición: Cáritas Española.

N.º 130

143 REVISTA DE ESTUDIOS SOCIALES Y DE SOCIOLOGÍA APLICADA octubre-diciembre, 2006

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Los procesos de inclusión y exclusión social de las personas con discapacidad .......................................................................................................................................................................................................................

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N.º 131

Violencia y sociedad

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N.º 132

Migración: Hacia un modelo de integración social

N.º 133

Desarrollo local. Desarrollo social

N.º 134

Construcción y Constitución europea

N.º 135

Intervenciones ante la exclusión social

N.º 136

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio

N.º 137

La Europa de los Gitanos

N.º 138

Vivienda y alojamiento

N.º 139

Ciudadanía

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N.º 140

Comunicación y sociedad civil

Suscripción a cuatro números: 27,70 euros. Precio de este número: 11,40 euros. Extranjero: Suscripción Europa: 40,00 euros. Número suelto Europa: 11,40 euros + gastos de envío. Suscripción América: 62 dólares Número suelto a América: 11,40 euros + gastos de envío.

N.º 141

La protección social de la dependencia en España

N.º 142

La cooperación al desarrollo y la construcción de la paz

N.º 143

Empleo e inclusión

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España:

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Próximos títulos N.º 144

La prostitución, una realidad compleja

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Empleo e inclusión Coordinación del número:

IMANOL ZUBERO

objetivos Documentación Social es una revista de ciencias sociales y de sociología aplicada, como indica su subtítulo. Desde su inicio en 1957 es una revista que aborda las cuestiones referidas al desarrollo social combinando el análisis y el diagnóstico riguroso con la formulación de propuestas para su aplicación. Este objetivo, que ha mantenido a lo largo de las tres etapas que ha visto en su historia, se concreta en tres ejes temáticos. Uno primero es el análisis de la estructura social y la desigualdad en el que se abordan las temáticas relacionadas con la pobreza y la exclusión, los procesos de desigualdad social y los colectivos desfavorecidos. El segundo, los agentes y los actores sociales, el tercer sector y su papel así como sus políticas y sus propuestas referidas a los ámbitos del desarrollo social, en especial a las estructuras sociales y a la desigualdad. Y el tercero las estructuras internacionales y sus efectos en el desarrollo y en la pobreza en el mundo, así como la cooperación internacional y el papel de los organismo multilaterales para el desarrollo. Documentación Social realiza un tratamiento monográfico de un tema que constituye la parte central de la revista. Cuenta además con la sección Tribuna Abierta en la que publica tres o cuatro artículos referidos a los ejes temáticos mencionados. Igualmente tiene una sección dedicada a Documentación y una sección de Recensiones.

143 Director: Directora Técnica:

Silverio Agea. Servicios Generales de Cáritas Española Ana Abril Fernández. Servicios Generales de Cáritas Española

Coordinador Ejecutivo:

Francisco Lorenzo. Fundación FOESSA

Consejo de redacción:

Jaime Atienza. Centros de Estudios para América Latina y Cooperación Internacional (CEALCI). Fundación Carolina José Antonio Alonso. Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI). Director Universidad Complutense de Madrid Pedro José Cabrera Cabrera. Dpto. de Sociología y Trabajo Social. Universidad Pontificia Comillas de Madrid Germán Jaraíz Arroyo. Universidad Pablo Olavides Miguel Laparra Navarro. Dpto. Trabajo Social. Universidad Pública de Navarra Manuela Mesa Peinado. Presidenta de la Asociación Española de Investigaciones para la Paz Teresa Montagut Antoli. Dpto. Teoría Sociológica. Universidad de Barcelona Víctor Renes. Servicios Generales de Cáritas Española Enrique del Río Martín. Director PROEMPLEO Sociedad Cooperativa Luis de Sebastián Carazo. ESADE Imanol Zubero. Dpto. de Sociología. Universidad del País Vasco José Manuel López Rodrigo. Fundación Pluralismo y Convivencia

Redacción de la Revista:

San Bernardo, 99 bis 28015 Madrid

Tel. 914 441 044 – Fax 915 934 882 E-mail: [email protected]

© Cáritas Española. Editores ISSN: 0417-8106

ISBN: 978-84-8440-374-6

Depósito Legal: M. 4.389-1971

Preimpresión e impresión: Gráficas Arias Montano, S. A. • 28935 Móstoles (Madrid)

Sumario



Presentación

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Monografía

1 Las nuevas relaciones entre empleo e inclusión: flexibilización del trabajo y precarización vital. Imanol Zubero

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2 ¿Trabajar evita la pobreza? Bajos salarios en el mercado laboral español. Albert Recio Andreu

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3 Trabajo, trabajadores pobres e inserción social. Joseba Zalakain

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4 Rentas mínimas y políticas de activación. Begoña Pérez Eransus

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5 La inclusión por el trabajo: un análisis del discurso de los trabajadores de la inserción. Ignacio Martínez Morales y Mariángeles Molpeceres Pastor

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6 Trabajo y condiciones de vida: una mirada no androcéntrica. Cristina Carrasco y Maribel Mayordomo

7 Bibliografía. Área de Comunicación y Relaciones Externas. Cáritas Española

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Sumario

Tribuna Abierta

1 Un estudio cualitativo de la minoría gitana. La vigencia de los componentes de la estructura social. Jesús Moreno y Marcelo Sánchez-Oro ...................................................................

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2 Consenso social sobre migración. Una realidad en construcción. Iván Forero

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3 Análisis crítico de la AOD bilateral España América Latina en educación en el período 1999-2004. María Luz Ortega, Ana Hernández y Mercedes Torres

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Documentación

1 El contenido político de los planes de acción nacionales: evaluación de EAPN ...............................................

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Reseñas bibliográficas

1 Desigualdad y bienestar en la distribución intraterretorial de la renta. 1973-2000. Luis Ayala, Antonio Jurado y Francisco Pedraja .................................................

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2 La Seguridad Alimentaria Mundial: primeras décadas del siglo xXI, el papel de la FAO y el BMA José Ignacio Trueba Jainaga

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3 Sociología de la infancia. Nuevas perspectivas. Lourdes Gaitán Muñoz

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El empleo es el principal mecanismo de inclusión en las sociedades capitalistas. La inmensa mayoría de los ciudadanos somos lo que trabajamos: de ahí que cuando nos presentamos en sociedad lo hagamos casi siempre poniendo por delante nuestra profesión o nuestra actividad laboral. Más aún, somos ciudadanos porque trabajamos. En la exposición de motivos de la Ley contra la Exclusión Social aprobada por el Parlamento Vasco en mayo de 1998 se podía leer: «En nuestra sociedad moderna el trabajo constituye el medio por excelencia de adquirir derechos y deberes respecto a la sociedad y de que ésta los adquiera respecto al individuo. Así entendido, el derecho al trabajo se convierte en condición sine qua non de la plena ciudadanía y adquiere todo su significado como derecho político». Cierto. De ahí el miedo que provoca la posibilidad de perder el empleo o, sencillamente, de no encontrarlo; miedo que incluso ahora, en estos tiempos de pleno empleo aritmético, sigue ocupando los primeros puestos en todos los barómetros mensuales del Centro de Investigaciones Sociológicas. Junto con el empleo no sólo se nos va la fuente socialmente normalizada para participar en la riqueza: cuando el desempleo entra por la puerta, la ciudadanía sale por la ventana. Nuestras sociedades han desarrollado una ética del trabajo que ha acabado por teñir con sus principios la cultura moral de Occidente, sin distinción ideológica alguna, constituyendo una norma de vida basada en un principio fundamental: el trabajo es la vía normalizada para participar en esta sociedad basada en el quid pro quo. A través de nuestro trabajo nos mostramos útiles a los demás, conquistando así nuestro derecho a recibir de otros aquello Documentación Social 143

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Presentación

Presentación

que necesitamos pero de lo que no podemos proveernos por nosotros mismos. El trabajo nos incorpora a esta inmensa red de intercambios que es la sociedad moderna. Eso sí: sólo el trabajo cuyo valor es reconocido por los demás (reconocimiento expresado en la forma trabajo de salario o jornal), es decir el empleo, tiene el valor moral consagrado por la ética del trabajo. El vínculo ciudadano, el vínculo de los derechos y las responsabilidades desarrollado entre todos los miembros de una comunidad moral, ha sido subsumido por el vínculo de las actividades productivas, por el trabajo para el mercado. Es por mediación del trabajo remunerado por lo que pertenecemos a la esfera pública, consiguiendo así una existencia y una identidad sociales. Es por eso que el trabajo es más que un medio para ganarnos la vida en un sentido puramente económico: mediante el trabajo nos ganamos también la vida en un sentido social, pues con su ejercicio estamos insertos en una red de relaciones e intercambios en la que se nos confieren derechos sobre otros a cambio de nuestros deberes hacia los mismos. Pero el empleo está experimentando importantes transformaciones cualitativas en las últimas dos décadas. «La sociedad del trabajo asalariado —advierte Beck— no se está quedando sin trabajo asalariado. Pero sí podemos decir que nos encontramos en las postrimerías de la sociedad del pleno empleo en el sentido clásico, que se escribió con letras de oro, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, en las Constituciones de la sociedad europea y de la OCDE como principio fundamental de la vida política». Así es. En los últimos veinte años han aparecido y se han desarrollado formas de trabajo distintas del empleo clásico a tiempo completo y para toda la vida. Las más importantes de estas nuevas formas de empleo son el trabajo por cuenta propia, el trabajo a tiempo parcial y en trabajo temporal. La OIT señala que todas ellas «suelen ofrecer un nivel inferior de seguridad social y de derechos laborales que los puestos de trabajo habituales», así como salarios más bajos. Asociada a estas nuevas formas de empleo, la ascensión de la vulnerabilidad (Castel) se convierte en característica definitoria de la nueva existencia social. La precarización del trabajo provoca la inestabilización de determinadas categorías sociales, como los jóvenes y las mujeres, pero también la desestabilización de los anteriormente estables. Unos y otros ven limitados o incluso se ven excluidos de los derechos de ciudadanía asociados al estatus de trabajador a tiempo completo. En estas condiciones, la categoría trabajo, como otras categorías esenciales asociadas al paradigma de la primera modernidad o modernidad sólida (familia, religión, nación, etc.) empieza a manifestarse como una categoría

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zombi, según la provocadora reflexión de Beck: «Categorías vivas-muertas que rondan por nuestras cabezas y pueblan nuestra visión de realidades que no dejan de desaparecer». En efecto, las relaciones, anteriormente claras y autoevidentes, entre empleo e inserción, han perdido su solidez, como tantas otras cosas en esta época de licuefacción. Es a partir de esta pérdida que nos proponemos reflexionar sobre el empleo. En el primero de los artículos Imanol Zubero analiza las consecuencias que las transformaciones experimentadas por el empleo tienen sobre la vida personal y social. En el marco de una recomposición del poder de clase, el proyecto igualitario sobre el que se han construido los distintos regímenes de capitalismo del bienestar y su promesa de movilidad social ascendente para la inmensa mayoría de las y los ciudadanos ha entrado en crisis. Esta crisis ha provocado una radical dislocación en las antaño claras relaciones entre empleo e inclusión/exclusión social, de manera que el empleo deja de ser en muchos casos garantía de inserción social. En estas condiciones, la ruptura del pacto social de posguerra y con él de las instituciones básicas de solidaridad social amenaza con introducir crecientes tensiones en las sociedades europeas. Esa dislocación es particularmente evidente en el caso de los denominados working poors. Albert Recio dedica su artículo a analizar el hecho que el mercado laboral español pueda estar generando un problema de trabajadores pobres, exponiendo las evidencias estadísticas que pueden sustentar este hecho y exponiendo algunas razones institucionales que están reforzando esta preocupante situación. Joseba Zalakain dedica su artículo a analizar algunas de las herramientas aplicadas en los países de nuestro entorno para hacer de la inserción laboral una opción atractiva frente a la inactividad, abogando por el refuerzo de los sistemas de estímulos al empleo establecidos en el marco de las rentas mínimas de inserción y, sobre todo, por la aplicación de sistemas fiscales de bonificación al empleo basados en mecanismos de imposición negativa. En esta línea, Begoña Pérez Eransus analiza críticamente las políticas de activación implementadas en los últimos años con el fin de favorecer el acceso al mercado laboral de los colectivos que han quedado al margen, defendiendo la necesidad de separar la lógica de la garantía de ingresos de la lógica de la activación, herramientas clave en la lucha contra la exclusión que, sin embargo, deben ser concebidas desde la lógica del doble derecho y no desde la lógica de la contrapartida. Siendo la de la «inclusión por el trabajo» una de las nociones clave de las políticas sociales actuales, es evidente que tras ella existen planteamientos

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muy heterogéneos, que a su vez responden a formas diferentes de comprender la integración social. Ignacio Martínez Morales y Mariángeles Molpeceres se aproximan a esas diferentes perspectivas y a las implicaciones que tienen de cara a la intervención social a partir del análisis del discurso que al respecto sostienen distintos profesionales de la inserción socio-laboral. Por último, Cristina Carrasco y Maribel Mayordomo abordan un análisis del trabajo centrado en las condiciones de vida de las personas, lo que exige nombrar y dar valor al trabajo no remunerado desarrollado tradicionalmente por las mujeres y que la ideología patriarcal ha desvalorizado, recuperar los espacios privados y domésticos de relación social y analizar la relación entre los distintos trabajos y las condiciones de vida como un espacio común de bienestar. La TRIBUNA ABIERTA nos ofrece un artículo de Jesús Moreno Ramos y Marcelo Sánchez-Oro a partir de un estudio realizado sobre los elementos del sistema social gitano, desde una perspectiva cualitativa, en el que se observa la vigencia de algunos elementos propios de la estructura social de la comunidad gitana en el discurso explícito de «informantes-claves» y grupos de discusión. Un artículo de Iván Forero en el que se detalla cómo la inmigración está generando transformaciones en la realidad social y en la vida cotidiana de los españoles que hoy plantean desafíos inexcusables como la integración y la convivencia en una sociedad multicultural, necesitada de afrontar, como lo han hecho otras sociedades en Europa, la construcción de un modelo propio de integración: el Consenso Social sobre Migración (CSM), un espacio de construcción de ciudadanía que desde la sociedad civil aporte al conjunto de la sociedad propuestas que efectivamente permitan esa convivencia integradora intercultural. Por último, M.ª Luz Ortega Carpio, Ana Hernández Román y Mercedes Torres Jiménez analizan en su artículo qué ha hecho la cooperación bilateral española en materia de educación durante los últimos años (desde 1999 a 2004), haciendo especial hincapié en la cooperación con América Latina, y cómo debería orientar su estrategia de cooperación en dicha materia para mejorar la calidad y eficacia de la ayuda. La sección DOCUMENTACIÓN complementa este número aportando un documento que constituye el primer capítulo de la tesis «Los informes nacionales 2006-08 sobre estrategias para la protección social y la inclusión social. ¿Cuál es su impacto en las personas en situación de pobreza?», elaborado por la EAPN (Red Europea de Lucha contra la Pobreza) en diciembre del 2006.

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Monografía

1 Las nuevas relaciones entre empleo e inclusión: flexibilización del trabajo y precarización vital. Imanol Zubero

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2 ¿Trabajar evita la pobreza? Bajos salarios en el mercado laboral español. Albert Recio Andreu

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3 Trabajo, trabajadores pobres e inserción social. Joseba Zalakain..................................................................................................................................

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4 Rentas mínimas y políticas de activación. Begoña Pérez Eransus

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5 La inclusión por el trabajo: un análisis del discurso de los trabajadores de la inserción. Ignacio Martínez Morales y Mariángeles Molpeceres Pastor

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6 Trabajo y condiciones de vida: una mirada no androcéntrica. Cristina Carrasco y Maribel Mayordomo

7 Bibliografía. Área de Comunicación y Relaciones Externas. Cáritas Española

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1 Las nuevas relaciones entre empleo e inclusión: flexibilización del trabajo y precarización vital Imanol Zubero Profesor de Sociología. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

Sumario 1. Los tiempos están cambiando. 2. Un tiempo de biografías rotas. 3. El trabajo ya no es lo que era. 4. ¿Una vuelta a las condiciones sociales del Antiguo Régimen? 5. La secesión de los triunfadores. 6. La crisis de la cohesión social.

RESUMEN A lo largo de la década de los Noventa se ha producido una transformación radical de la norma social de empleo característica de nuestras sociedades, que ha pasado de la estabilidad a la precariedad. En el marco de una recomposición del poder de clase, el proyecto igualitario sobre el que se han construido los distintos regímenes de capitalismo del bienestar y su promesa de movilidad social ascendente para la inmensa mayoría de las y los ciudadanos ha entrado en crisis. Esta crisis ha provocado una radical dislocación en las antaño claras relaciones entre empleo e inclusión/exclusión social, de manera que el empleo deja de ser en muchos casos garantía de inserción social. En estas condiciones, la ruptura del pacto social de posguerra y con él de las instituciones básicas de solidaridad social amenaza con introducir crecientes tensiones en las sociedades europeas.

ABSTRACT When unemployment leads to poverty, we know how to describe the problem: typically, we say that «the economy is not growing fast enough»; and we know what the traditional liberal solution is: «full employment». But when we have full or almost-full employment and there is work for anyone who wants it and can access it, the problem is compounded and becomes set Documentación Social 143

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1 Monografía 12

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in the tangled-web of expectations which form the «social contract». [...] No-one ever told me you could work hard —harder indeed than you ever imagined— and nevertheless become increasingly deep in poverty and debt.

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Las nuevas relaciones entre empleo e inclusión: flexibilización del trabajo y precarización vital

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Cuando el desempleo provoca pobreza, sabemos cómo enunciar el problema —lo típico es decir que «la economía no está creciendo a ritmo suficiente»—, y sabemos cuál es la solución liberal tradicional: «pleno empleo». Pero cuando tenemos pleno empleo o casi pleno empleo y hay trabajo disponible para cualquiera que lo busque y pueda acceder a él, el problema se agrava y se reduce dentro de la maraña de expectativas que constituyen el «contrato social». [...] Nadie me dijo nunca que podías trabajar duro —incluso más duramente de lo que jamás hubieras imaginado— y encontrarte cada vez más hundido en la pobreza y el endeudamiento(1).

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LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO

Clifford Geertz es un destacado antropólogo norteamericano autor de un hermoso texto en el que desvela su autobiografía profesional(2). Su lectura nos ilustra a la perfección sobre los profundos cambios que han experimentado en los últimos años las sociedades occidentales, cambios que complican sobremanera la tarea de la inserción laboral y, por ende, el objetivo de la integración social. Su relato autobiográfico empieza así: «He aprendido al menos una cosa en el proceso de improvisar una carrera académica: todo depende del momento exacto. Entré en el mundo académico en la que había de ser la mejor época de todo el curso de su historia para ingresar en él: al menos en EE. UU. Cuando en 1946 salí de la Marina de EE. UU., una vez nos habíamos librado por muy poco de tener que invadir Japón gracias a la Bomba, en América se había puesto en marcha el boom de la educación superior y yo he surcado las olas, cresta tras cresta, hasta el día de hoy, cuando, al igual que yo, finalmente parecen decrecer». El caso es que con 20 años, tras participar en la guerra, Geertz recibió, como millones de compatriotas, la G. I. Bill, una prestación que pretendía recompensar a las tropas a su regreso de la guerra con el financiamiento de sus estudios. El impacto de esta prestación supuso la afluencia de dos millones y medio de veteranos a la universidad entre 1945 y 1950, trans(1) EHRENREICH, Bárbara. Por cuatro duros: Cómo (no) apañárselas en Estados Unidos. Barcelona: RBA, 2003. (2) GEERTZ, Clifford. Reflexiones antropológicas sobre temas filosóficos. Barcelona: Paidós, 2002. Nacido en San Francisco en 1926, Geertz falleció el 30 de octubre de 2006 en Filadelfia.

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Monografía

formando radicalmente el escenario universitario, primero, y el conjunto de la sociedad, después(3). Porque, aunque hoy nos parezca increíble, hubo un tiempo en que los Estados Unidos de América fueron muy distintos de los que hoy conocemos. En enero de 1941 el presidente Franklin Delano Roosevelt pronunció un famoso discurso conocido como el «Discurso de las Cuatro Libertades», en el que decía así: No hay nada misterioso respecto de los cimientos de una democracia saludable y fuerte. Las cosas básicas esperadas por nuestro pueblo de sus sistemas político y económico son simples. Ellas son: • • • • • •

La igualdad de oportunidad para los jóvenes y los demás. Un empleo para los que pueden trabajar. La seguridad (social) para los que la precisan. El fin del privilegio especial para unos pocos. La preservación de las libertades civiles para todos. La participación en los frutos del progreso científico, en un estándar de vida constantemente creciente y ampliamente compartido.

Éstas son las cosas sencillas y básicas que nunca deberían perderse de vista en el tumulto y complejidad increíble de nuestro mundo moderno. La fuerza interior y duradera de nuestros sistemas económico y político depende del grado en que cumplen con estas expectativas.

Este era el país al que Geertz regresó tras combatir en la guerra. Un país en el que el programa humanista —y aún más, el espíritu— de intervencionismo estatal impulsado por Roosevelt, el conocido como New Deal, había sobrevivido a su creador, fallecido en 1945. Así pues, primera y fundamental ola, claramente providencial: de no haber sido por la G. I. Bill, Geertz —quien creció en un ambiente rural durante la Gran Depresión— no hubiera llegado nunca a la universidad. Al no haberlo previsto (no se lo esperaba) cuenta que se pasó un verano vagabundeando por San Francisco, «reajustándose» a la vida civil a costa del gobierno. Su primera decisión fue la de ser escritor —como Steinbeck o London— y para ello envió una solicitud de admisión para el Antioch College, una pequeña facultad de humanidades situada en una pequeña localidad de Ohio, experimental, inconformista y contracultural. «Eran otros tiempos», escribe Geertz. «No tengo cla(3) Las referencias a esta medida son innumerables en la literatura norteamericana, reflejo del profundo impacto que la misma tuvo sobre la estructura social de los Estados Unidos. La más reciente de estas referencias la podemos encontrar en la última y excelente novela de Cormac McCarthy, titulada No es país para viejos y editada por Mondadori (Barcelona 2006).

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Las nuevas relaciones entre empleo e inclusión: flexibilización del trabajo y precarización vital

1 Monografía

ro si por entonces sabía que estas solicitudes a veces se rechazan y yo no tenía un plan alternativo. Si me hubieran rechazado, probablemente me hubiera ido a trabajar a la compañía telefónica, hubiera intentado escribir por las noches, me habría olvidado de todo el asunto y todos nos hubiéramos ahorrado la situación en la que ahora estamos». Pero fue admitido: segunda ola. Geertz accedió al mundo universitario sin tener nada claro. «Como quería ser escritor, pensé absurdamente, claro está, que debía especializarme en inglés. Pero incluso esto me pareció constreñidor, de modo que viré a la filosofía, para cuyas exigencias cualquier clase a la que iba —musicología o política fiscal— podía virtualmente servirme. El resultado de todas estas búsquedas, pruebas y divagaciones (conseguí ingeniármelas para casarme en medio de todo aquello) fue que cuando llegué a graduarme, no tenía más idea de lo que hacer para ingresar en el mundo de la que había tenido cuando entré allí. Aún me estaba “reajustando”». Sólo pensemos en lo que diríamos hoy de un joven que pase por la universidad con esta actitud. Pensemos también lo que pensaríamos de una universidad que fomentase este tipo de formación, tan alejada de las exigencias de «la práctica» y del mercado laboral. Tras su graduación se orientó hacia la antropología por consejo de un profesor. Coincidió que se acababa de instituir un programa experimental de becas e investigación para recién graduados. Uno de sus profesores, responsable de la concesión de las becas en Antioch, dio el visto bueno a su petición. Una beca dotada «con un estipendio inusualmente generoso para la época, de hecho, para cualquier época», suficiente para mantenerle a él y a su esposa durante dos años. Sin muchos planes —«Y una vez más, me subí a la ola»— se unió a un grupo que iba a hacer trabajo de campo en Java. «De la misma manera insospechada y casual en la que nos hicimos antropólogos, y casi con la misma inocencia, nos hicimos especialistas en Indonesia». En fin: vuelve a Estados Unidos, se doctora, continúa investigando en distintos centros universitarios, realiza trabajo de campo en Asia y África configurando, según sus palabras, «una carrera errática, mercurial, variada, libre, instructiva y nada mal pagada». Y aquí es cuando se plantea una pregunta fundamental: «¿Es accesible hoy día una vida y una carrera como ésa? ¿En la era de los adjuntos? ¿Cuando los estudiantes graduados se refieren a sí mismos como los “predesocupados˝?». Su respuesta no puede ser más clarificadora: Todo lo que sé es que hasta hace un par de años, de manera alegre y un tanto fatua, solía decirles a los estudiantes y a los colegas más jóvenes que me preguntaban cómo abrirse camino en una ocupación tan rara como la nuestra que se mantuvieran sin ataduras, que asumieran riesgos, que se resistieran al camino trillado, que evitaran hacer carrera, que hicieran su propio camino y que, si Documentación Social 143

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procedían así, si se mantenían fieles a ese estilo, además de alertas, optimistas y leales a la verdad, según mi experiencia, podrían hacer lo que quisieran, lo que desearan, gozarían de una vida valiosa y, sin duda, próspera. Ya no doy esos consejos.

Ya no da esos consejos, confiesa. ¿Por qué? Porque los tiempos han cambiado. Porque nuestras sociedades han cambiado. Porque hoy en día, probablemente, Geertz no hubiese podido ni tan siquiera a optar a coger todas esas olas.

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UN TIEMPO DE BIOGRAFÍAS ROTAS

Una mujer de 38 años, médico, trabaja desde hace nueve años como anestesista interina en un gran hospital público de Madrid. Como tantas otras mujeres, ha retrasado su maternidad a la espera de consolidar su puesto de trabajo porque, como ella misma señala, «estando de interina siempre tienes miedo a perder el trabajo por quedarte embarazada». Harta de esperar, finalmente decide tener su primer hijo. Queda embarazada y el ginecólogo la informa de que la fecha prevista para el parto es el 26 de octubre. Pero hete aquí que la fecha probable para salir de cuentas viene a coincidir con la fecha propuesta por el Ministerio de Sanidad para convocar la primera Oferta de Empleo Público en casi quince años, cuya primera prueba ha de celebrarse el domingo 27 de octubre. Podemos imaginarnos perfectamente la angustia de esa mujer perpleja e indefensa al ver cómo sus dos ilusiones, la maternidad y la consolidación de su empleo, entran en conflicto. El decreto de oferta pública especial de empleo no contempla la posibilidad de habilitar nuevas convocatorias en otras fechas. ¿Qué hacer? ¿Arriesgarse a no poder hacer el examen por coincidir este con alguna de las fases del parto, perdiendo así tal vez toda posibilidad de acceder a un empleo estable? La solución: adelantar artificialmente el parto una quincena de días recurriendo a una cesárea(4). ¿Se trata de una simple anécdota? ¿Es tan sólo un caso extremo? Creo que no. Es un ejemplo palmario de esa permanente y tantas veces frustrante búsqueda de soluciones biográficas a problemas estructurales (Bauman) a la que cada vez más nos empuja la fase actual del capitalismo, particularmente —aunque no sólo— en todo lo que tiene que ver con el mercado de trabajo. Tradicionalmente la actividad laboral ha servido para contribuir a dar coherencia a nuestras biografías. La historia de trabajo de la mayoría de las personas era, hasta no hace mucho tiempo lineal: aunque se cambiara de activi(4) Esta historia fue noticia en El País, 21/10/2002.

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dad, incluso aunque se cambiara de empresa, los logros eran siempre acumulativos. De hecho, todos los cambios se explicaban, precisamente, por lo realizado hasta ese momento. Con el paso del tiempo se iba ganando en experiencia y era esta experiencia ganada la que servía para construir una escala ascendente por la que el trabajador avanzaba a lo largo de su vida laboral. Por eso entrevistar a un trabajador mayor de 60 años e invitarle a contarnos su historia nos permite construir un relato coherente de su trayectoria profesional, a la manera de las grandes narraciones clásicas: con un comienzo, un desarrollo y un final claramente entrelazados. Hoy esto es algo que empieza a resultar imposible. Para la mayoría de los trabajadores actuales su historia laboral se asemeja más a un pequeño relato posmoderno, construido con pinceladas aparentemente inconexas: una sucesión de empleos nula o escasamente relacionados entre sí, de manera que no es fácil valorar si el cambio de empleo supone una mejora o no más allá de lo inmediato, ya que no es posible establecer un proyecto a largo plazo. Esto es algo especialmente evidente en el caso de los jóvenes. El relato de su recorrido por el mercado de trabajo dibuja una biografía laboral fragmentada, un relato espasmódico, en el que llama sobremanera la atención la cantidad y variedad de actividades desarrolladas, así como la nula conexión entre ellas(5). Son minoría aquellos que pueden relatar una trayectoria laboral dotada de una mínima coherencia. La biografía laboral de casi todos presenta la misma dislocación. Son pocos los empleos en los que exista un sistema normalizado de progresión mediante la acumulación de experiencia y de méritos profesionales, lo que permite hacer inversiones de futuro postergando la gratificación por el trabajo realizado en cada momento. En la mayoría de los empleos la fragmentación, la discontinuidad y la incertidumbre son las que dominan. Y con ellas irrumpe en la vida del trabajador la más profunda y persistente incomodidad, perturbando gravemente su actividad y, lo que es peor, su vida misma. Se genera así en muchas ocasiones una situación de pobreza encubierta, que no aflora exclusivamente porque muchas personas se ven obligadas a mantenerse en una posición de inserción limitada: hay personas, muchas, que si en el momento actual no son consideradas pobres es, sencillamente, porque están postergando decisiones tan fundamentales como la de independizarse de sus hogares familiares, emparejarse o tener hijos; si tomaran alguna de estas decisiones, caerían inevitablemente por debajo del umbral de la pobreza. (5) ALONSO DE ARMIÑO, Ibán; GÓMEZ, Itxaso; MORENO, Gorka, y ZUBERO, Imanol. «Precariedad laboral, precariedad vital». Inguruak, 2002, n.º 32. Ver también: SÁNCHEZ MORENO, Esteban. Jóvenes: la nueva precariedad laboral. Madrid: Confederación Sindical de Comisiones Obreras, 2004.

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EL TRABAJO YA NO ES LO QUE ERA

Si algún acuerdo existe hoy en la comunidad de investigadores que se dedican a tomar el pulso a la realidad del mundo del trabajo, este se concreta en una tesis que podemos formular así: Durante las décadas Ochenta y Noventa se han producido cambios fundamentales en la gestión empresarial de los recursos humanos, cambios que han tenido como consecuencia la modificación y, en algunos casos, la ruptura, de la norma social de empleo que históricamente ha servido como elemento básico de integración social: un empleo estable y regulado, continuo y prolongado a lo largo de toda la vida activa hasta configurar una carrera profesional. El mercado de trabajo es una institución social. Trabajar no es, sin más, producir, o vender la fuerza de trabajo; es hacerlo en un marco de normas sociales que definen lo que es empleo y lo que no es, lo que es y no es un buen empleo, lo que es ser un buen trabajador, etc., y en un marco de regulaciones legales que organiza en la práctica la actividad laboral. De ahí el acierto de Carlos Prieto cuando señala: «La noción de empleo que habitualmente se utiliza es muy pobre y en modo alguno expresa toda la riqueza social y política de su contenido, que, pensamos, sólo se puede expresar si lo entendemos como norma social»(6). Esta norma de empleo ha sido siempre objeto de lucha y de conflicto, variando a lo largo de los años(7). Es esta norma social la que ha cambiado profundamente en las últimas dos décadas. Como señalara Andrés Bilbao: «El mercado de trabajo no es algo dado exteriormente, sino que depende de una norma políticamente establecida. En la década de los sesenta la norma apuntaba hacia la estabilidad. En la década de los noventa, la tendencia es hacia la precarización»(8). Esta transformación, convertida en objeto fundamental de la reflexión sociológica sobre el trabajo, ha recibido denominaciones diversas por parte de distintos autores: informacionalización del trabajo (Castells), metamorfosis del trabajo (Gorz), metamorfosis de la cuestión social (Castel), trabajo perdido (Castillo), empleo débil (Alonso), nuevo orden laboral (Gee, Hull y Lankshear), etc.(9) Todas (6) PRIETO, Carlos (ed.). La crisis del empleo en Europa. Valencia: Germania, 1999, vol. 1, p. 10. Ver también, del mismo autor: «La degradación del empleo o la norma social del empleo flexibilizado». Sistema, julio, 2002, n.º 168-169. (7) Puede encontrarse una excelente y completa síntesis de todo este proceso de construcción, extensión y normalización de la idea moderna de trabajo, y de su radical transformación en las últimas dos décadas en: BEDER, Sharon. Selling the Work Ethic: From Puritan Pulpit to Corporate PR. London and New Yok: Zed Books, 2000. (8) BILBAO, Andrés. El empleo precario. Madrid: Los libros de la catarata, 1999, p. 36. (9) CASTELLS, Manuel. La informacionalización del trabajo. El socialismo del futuro, 1992, n.º 6; GORZ, André. Metamorfosis del trabajo. Madrid: Sistema, 1995; CASTEL, Robert. La metamorfosis de la cuestión social. Bacelona: Paidós, 1997; CASTILLO, Juan José. A la búsqueda del trabajo perdido. Madrid: Tecnos, 1998; ALONSO, Luis Enrique. Trabajo y posmodernidad: el empleo débil. Madrid: Fundamentos, 2000; GEE, James Paul, HULL, Glynda y LANKSHEAR, Colin. El nuevo orden laboral. Girona: Pomares, 2002.

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ellas apuntan a un hecho de enorme relevancia teórica y práctica: las transformaciones que está experimentando el mundo del trabajo son estructurales y afectan al núcleo mismo de las condiciones de producción y de reproducción de las sociedades modernas, hasta el punto de que definen no sólo un nuevo horizonte para el empleo, sino para todas las instituciones sociales centrales: familia, escuela, gobierno, etc. Cabe, por supuesto, una mirada que, sin desconocer todos estos problemas, aspira a repensar el trabajo en las nuevas condiciones económicas, tecnológicas y sociales, buscan unir de nuevo lo que hoy está desunido: el desarrollo de una actividad laboral que permita llevar una vida autónoma. Por aquí van entre otras, propuestas como la de la flexibilidad sostenible (Carnoy y Castells, para la OCDE), el sistema de trabajo multiestratificado (Giarini y Liedtke, para el Club de Roma), el nuevo estatuto profesional (Supiot, para la Unión Europea), el trabajo cívico (Beck, para la Comisión Alemana para el Futuro de los Gobiernos Regionales de Baviera y Sajonia), el trabajo decente (OIT), etc.(10) Por el momento, sin embargo, esta transformación en la norma social de empleo (de la estabilidad a la precariedad) está mostrando su faz más preocupante. Se habla, así, de la sudafricanización (Gorz) o de la brasiñelización de occidente (Beck); también de la surización del Norte (Gallino): lo precario, lo discontinuo, lo informal, características todas ellas del llamado tercer mundo, están irrumpiendo en el mundo occidental. Se habla incluso de la corrosión del carácter (Sennett), consecuencia cultural y moral de esta nueva fase del capitalismo y de sus efectos sobre el trabajo(11). Hoy lo normal es estar precarizado(12). Lo es, al menos, para las nuevas generaciones de trabajadoras y de trabajadores —mujeres, jóvenes e inmigrantes, principalmente— incorporadas al mercado de trabajo desde los años Noventa. En este contexto institucional, bajo el dominio de esta nueva norma social de empleo, es el funcionamiento normal del mercado de trabajo el que genera hoy las mayores indecencias. Como señala Juan José Castillo, «los riesgos laborales tienen, en muchas ocasiones, su origen en la reorganización del trabajo, y están más ampliamente fundados y anclados, como estructura de sometimiento y disciplinamiento externo a lo que antes era los «centros de trabajo», en la (10) CARNOY, Martin, and CASTELLS, Manuel. Sustainable Flexibility. A Prospective Study on Work, Familiy and Society in the Information Age. París: OECD, 1997; GIARINI, Orio, y LIEDTKE, Patrick M. El dilema del empleo. El futuro del trabajo. Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1998; SUPIOT, Alain (coord.). Trabajo y empleo. Transformaciones del trabajo y futuro del Derecho del Trabajo en Europa. Valencia: Tirant Lo Blanch, 1999; BECK, op. cit.; MEMORIA DEL DIRECTOR GENERAL. Trabajo decente, OIT, Ginebra, 1999 (www.ilo.org/public/spanish/10ilc/ilc87/reports.htm). (11) GORZ, op. cit.; BECK, Ulrich. Un nuevo mundo feliz. Barcelona: Paidós, 2000; GALLINO, Luciano. La informalización del trabajo en los países desarrollados. Sociología del Trabajo, 2002, n.º 45; SENNETT, Richard. La corrosión del carácter. Barcelona: Anagrama, 2000. (12) Una viñeta de El Roto refleja mejor que mil palabras esta situación. Un individuo dice: «Hoy me han ofrecido trabajar más horas por menos sueldo. He aceptado de inmediato, antes de que lo empeoren» (El País, 23/11/2004).

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reorganización empresarial, en la fragmentación, la división del trabajo, intranacional e internacional»(13). Siguiendo con aplicación los dictados de instituciones como la OCDE(14), en los últimos quince años hemos asistido al desmontaje sistemático de todo aquello (regulaciones, consensos e instituciones) que fundamentó los estados de bienestar en Europa, organizados en torno a dos grandes instituciones: a) un mercado de trabajo construido en torno a la norma social del empleo estable, y b) unas políticas sociales caracterizadas por la construcción de «redes» o «mallas de seguridad» (safety nets): un conjunto de medidas de asistencia social cuyo objetivo era garantizar un nivel mínimo de vida a aquellas personas en situación de exclusión(15). En la práctica, estas redes de protección social se constituían en «últimas redes», en el sentido de que estaban pensadas para entrar en acción cuando todo lo demás fallaba; «todo lo demás» que, en la práctica, se identificaba fundamentalmente con el empleo. Porque era el empleo el que realmente explicaba y garantizaba la inclusión, delineando un espacio social concebido como yuxtaposición de dos variables discretas, integración y exclusión (pobreza) claramente diferenciadas, separadas por una frontera clara, que en muy raras ocasiones se confundían. Hoy la situación es muy distinta. Los regímenes de bienestar característicos de la realidad social europea, en cualquiera de sus versiones, no están siendo sustituidos por una sociedad de trabajo fundada sobre la recuperación de las condiciones de pleno empleo, sino por un régimen de flexplotación basado en la flexibilización precarizadora de un empleo reducido, cada vez más, a la con(13) CASTILLO, Juan José. Contra los estragos de la subcontratación: trabajo decente. Sociología del Trabajo, Primavera, 2005, n.º 54, p. 10. Castillo es responsable de una investigación que bajo la denominación general de «El trabajo invisible en España» busca sacar a la luz la realidad de un trabajo (de unos «trabajos») oscurecidos por discursos ideológicos que nos hablan, ya sea del fin del trabajo, ya de la Europa del pleno empleo. Para conocer más sobre esta investigación: CASTILLO, Juan José; LÓPEZ CALLE, Pablo, y LAHERA, Arturo. El trabajo invisible en España: una evaluación y valoración del trabajo realmente existente, de su condición, problemas y esperanzas (Proyecto TRABIN). En: LACALLE, Daniel (ed.). Sobre democracia económica. Madrid: El Viejo Topo-Fundación de Investigaciones Marxistas, 2002. Dos de los casos analizados nos permiten tener una perfecta visión empírica de esas transformaciones sufridas por el trabajo en dos sectores bien distintos: la industria del automóvil y el sector turístico. Ver: CASTILLO, Juan José, y LÓPEZ, Pablo. Los obreros del Polo. Madrid: Editorial Complutense, 2003; CASTELLANOS, Mari Luz, y PEDREÑO, Andrés. Los nuevos braceros del ocio. Madrid: Miño y Dávila, 2006. (14) Ver, en particular, el documento de 1994 Estudio de la OCDE sobre el empleo. Hechos, análisis, estrategias (www.pdf.lacaixa.comunicacions.com/ee/esp/ee01_inx_esp.pdf) en el que, tras caracterizar el paro como un problema de mala adaptación a un contexto económico que exige competir en un escenario de cambio permanente (ejemplo de naturalización de los procesos sociales), señala con meridiana claridad lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. Lo que no hay que hacer: ni repartir el trabajo por ley, ni adoptar medidas proteccionistas. Lo que hay que hacer: aumentar la flexibilidad del tiempo de trabajo; aumentar la flexibilidad de los costes salariales y de la mano de obra; revisar las disposiciones relativas a la seguridad en el empleo, que frenan su expansión en el sector privado; poner más el acento en las políticas activas de mercado de trabajo; mejorar las cualificaciones y las competencias de la mano de obra; revisar los sistemas de indemnización del paro y de prestaciones anejas... (15) MORENO, Luis (ed.). Pobreza y exclusión: la «malla de seguridad» en España. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2001. MORENO, Luis. Ciudadanos precarios. La «última red» de protección social. Barcelona: Ariel, 2000.

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dición de mercancía(16). El objetivo del pleno empleo, instituido por el Consejo Europeo extraordinario que reunió en marzo de 2000 en Lisboa a los dirigentes de todos los estados de la Unión(17), avanza de la mano de un combate feroz contra el empleo pleno, es decir, un empleo con derechos(18). Durante las décadas Ochenta y Noventa se han producido cambios fundamentales en la gestión empresarial de los recursos humanos, cambios que han tenido como consecuencia la modificación y, en algunos casos, la ruptura, de la norma social de empleo que históricamente ha servido como elemento básico de integración social: un empleo estable y regulado, continuo y prolongado a lo largo de toda la vida activa hasta configurar una carrera profesional. En España el paro no deja de caer (hasta el 8% en octubre de 2006), cierto; pero al tiempo, la tasa de temporalidad es la mayor de los últimos once años, alcanzando al 34,59% de los asalariados. Paralelamente a la extensión de los sistemas de producción just in time, la producción por encargo y sin caros almacenes de existencias, crece el contingente de just in time workers, trabajadores que, como nuevos jornaleros, sólo acuden a las empresas por los limitados períodos de tiempo en que sean necesarios para responder a las exigencias de la producción al menor coste: unos meses, unas semanas, unos días, unas horas incluso. En este sentido, el diario El País publicó hace unos meses la siguiente declaración del por entonces presidente de SEAT: Seat propone un contrato temporal vinculado a la vida de los modelos. El presidente de Seat, Andreas Schleef, calificó ayer de «restrictiva la normativa laboral española y propuso la introducción de un nuevo contrato laboral temporal para el sector de la automoción cuya duración se vincule a la vida útil de los modelos, que oscila entre los cinco y los seis años» (El País, 22/4/2006).

Siguiendo esta misma lógica, ¿cuánto deberían durar los contratos en el sector de la comida rápida? Lo que duran en realidad, bastante menos de cinco años. ¿El tiempo que transcurre desde que una hamburguesa es solicitada por un cliente hasta que esta es consumida? La ideología del low cost, que se presenta como penúltima invención de un capitalismo en permanente estado de reinvención y que en estas últimas semanas ha estado en primera plana informativa por el fiasco de Air Madrid, no tiene su origen, como acostumbra a (16) GRAY, Anne. Unsocial Europe: Social Protection or Flexploitation? London: Pluto Press, 2004. Ver también: BOURDIEU, Pierre. Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal. Barcelona: Anagrama, 1999, donde el maestro francés ya usa el término «flexplotación». (17) La Comisión Europea presentó en la cumbre de Lisboa una propuesta a los estados miembros titulada Las políticas comunitarias al servicio del empleo en la que se planteaba su confianza en lograr el pleno empleo (es decir, unas tasas de paro en torno al 4%) para el año 2010, siempre que el crecimiento medio de las economías europeas durante la próxima década fuese del 3%. (18) ZUBERO, Imanol. El derecho a vivir con dignidad: del pleno ampleo al empleo pleno. Madrid: HOAC, 2000.

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decirse, en las compañías aéreas o en los malls de Wal-Mart(19), sino en la gestión del trabajo humano. Por eso hoy salir del paro no significa necesariamente salir del espacio de la precarización vital. Más bien al contrario. El empleo empieza a formar parte de una zona gris, de un territorio de vulnerabilidad laboral y vital, de manera que se sale del desempleo con relativa facilidad, pero sólo para volver a la misma situación de vulnerabilidad al cabo de un tiempo tras pasar por alguno o algunos de los empleos precarios y sin recorrido (dead-end jobs) que, de manera creciente, caracterizan la nueva norma social de empleo.

INTEGRACIÓN

EXCLUSIÓN VULNERABILIDAD

Esta realidad negativa se expresa de muchas formas, pero se encarna especialmente en una realidad alarmante, desconocida en nuestro entorno laboral hasta hace bien poco: la aparición de los llamados working poors, pobres con trabajo: personas ocupadas, sí, pero en unas condiciones que no les permite superar el umbral de la exclusión, característicos del modelo laboral estadounidense y hasta hace relativamente poco inconcebibles en Europa, donde estar ocupado y ser pobre era una contradicción. Pero, si bien puede ser uno de esos hechos sociales típicamente americanos, el de los working poors no es, de ninguna manera, exclusivo de ese país. Según un informe de Eurostat un 7% de la población empleada en la EU-25, alrededor de 14 millones de trabajadores (11 millones en la EU-15), vivían en 2001 en un hogar cuya renta equivalente se situaba por debajo del umbral de pobreza. Teniendo en cuenta a la totalidad de los miembros del hogar viviendo con esos trabajadores pobres, 20 millones de personas se encontraban afectadas por la in-work poverty en la Europa de los 15, el 6% de toda la población y el 36% de la población en riesgo de pobreza(20). (19) Ver en El País del 7/12/2006, p. 30, los artículos: VERDÚ, Vicente. «Ideología del “low cost”»; PANTALEONI, Ana. «Todo tiene ya su “bajo coste”». (20) EUROSTAT. In-Work Poverty: epp.eurostat.cec.eu.int/cache/ITY_OFFPUB/KS-NK-05-005-EN.PDF. Ver también: EUROPEAN INDUSTRIAL RELATIONS OBSERVATORY. Low-wage workers and the «working poor»: www.eirofound.ie/2002/08/study/TN0208101S.html; EUROPEAN FOUNDATION FOR THE IMPROVEMENT OF LIVING AND WORKNG CONDITIONS. Working poor in the European Union, Office for Official Publications of the European Communities: www.eurofound.eu.int.

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Este fenómeno indica que la otrora clara frontera entre trabajo y exclusión se ha convertido en una frontera porosa: hoy es posible trabajar y, al tiempo, encontrarse en situación de exclusión leve o moderada. Lo precario, lo discontinuo, lo informal, características todas ellas del llamado tercer mundo, están irrumpiendo en el mundo occidental. En el marco de una creciente economía política de la inseguridad, «la inseguridad endémica será el rasgo distintivo que caracterice en el futuro el modo de vida de la mayoría de los humanos» (Beck). no sólo en los países en desarrollo, donde la inmensa mayoría de la población ha vivido y vive en una situación crónica de inseguridad, también en los países desarrollados muchas personas viven preocupadas e inseguras de sus derechos en el trabajo y en la sociedad, sintiéndose expuestas a una evolución económica y social que parece haber escapado a su control y que Carnoy y Castells han caracterizado así en su informe para la OCDE sobre el futuro del trabajo, la familia y la sociedad en la Era de la Información: «Lo que emerge de nuestro análisis es la visión de una economía extraordinariamente dinámica, flexible y productiva, junto con una sociedad inestable y frágil, y una creciente inseguridad individual». El carácter falaz de estas políticas de la inseguridad queda evidenciado por el hecho de que, si bien en los últimos quince años las tasas de paro se han reducido significativamente, la tasa de pobreza se mantiene o, incluso, se ha incrementado: si en 1984 un ya clásico estudio promovido por Cáritas Española descubría la infamante realidad de ocho millones de pobres, en el año 2000 un nuevo estudio revelaba la consistencia de la pobreza en la sociedad española: más de dos millones de familias, unos ocho millones y medio de personas, vivían bajo el umbral de la pobreza(21). La última Encuesta de Condiciones de Vida elaborada por el INE y correspondiente al año 2005 insiste en el dato: uno de cada cinco españoles puede ser considerado pobre, demostrando que el porcentaje de pobres relativos apenas ha variado en los últimos veinte años, a pesar de la mejora indudable de los indicadores económicos de España (El País, 11/12/2006, p. 37). Y uno de cada cuatro niños, según el informe de Cáritas Familia, infancia y privación social (El Correo, 29/11/2006, p. 82). La crisis de la sociedad salarial ha convertido en realidad cotidiana aquella que Hannah Arendt considerara la peor de las situaciones que cabría imaginar: la perspectiva de una sociedad de trabajo sin trabajo. Los trabajadores sin trabajo, o con trabajo precario, se convierten así en ciudadanos sin ciudadanía, o en ciudadanos precarios. (21) EDIS (Equipo de Investigación Sociológica) et al. Las condiciones de vida de la población pobre desde una perspectiva territorial. Pobreza y territorio. Madrid: Foessa, 2000. Los datos de esta investigación, ejemplo como siempre de rigor científico, han sido «oficializados» por el Consejo Económico y Social, que basó en ellos su informe La pobreza y la exclusión social en España: propuestas de actuación en el marco del plan nacional para la inclusión social. Madrid: CES, 2001.

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¿UNA VUELTA A LAS CONDICIONES SOCIALES DEL ANTIGUO RÉGIMEN?

Si pensamos en cuáles son las variables que mejor pueden explicar las probabilidades de que hoy alguien disfrute de una exitosa inserción laboral, junto a muchas variables intervinientes (que influyen, pero no modifican la relación de causalidad), encontraremos dos variables independientes fundamentales: a) el año de nacimiento; y b) la inclusión en un entramado de redes familiares y sociales potente.

Variables independientes

Variable dependiente

Año de nacimiento Redes familiares/sociales

Inserción laboral

Variables intervinientes Sexo, edad, formación

¿Por qué dar importancia al año de nacimiento? Recordemos lo comentado a partir del texto de Geertz. O atendamos a lo que señalaba en un interesante reportaje sobre los denominados mileuristas Luis Garrido, catedrático de Sociología de la UNED: Cuando yo, que nací en 1956, estudiaba, sólo el 10% de los jóvenes, la inmensa mayoría chicos, conseguía una licenciatura universitaria. Esta claro que ese 10% copó los puestos de élite de esta generación, la del 68, que arrasó. Y que mis coetáneos vimos que estudiando en la Universidad se llegaba lejos y se lo transmitió a sus hijos. A partir de los ochenta, el porcentaje de estudiantes universitarios se multiplicó, sobrepasando el 30% y sumando a las mujeres, que se incorporaron de forma masiva. Se produjo un vuelco educativo tremendo, incomparable a cualquier otro país europeo. Y no ha habido puestos buenos para todos. Por mucho que queramos, no hay. Y se ha creado número indeterminado de jóvenes frustrados, con una larga trayectoria estudiantil, que no ha rendido, que no ha ganado lo suficiente... (22)

(22) JIMÉNEZ, A. «La generación de los mil euros». El País, suplemento Domingo, 23/10/2005, pp. 1-3. Ver también: FREIRE, Espido. Mileuristas. Barcelona: Ariel, 2006. ¿Síntoma de la evolución-involución del mercado de trabajo? Tras el éxito mediático de los mileuristas, ahora ya se habla de los “quinientoseuristas”: RODRÍGUEZ, Víctor. «La revuelta de los quinientoseuristas». El Mundo, suplemento Crónica, 3/12/2006, pp. 4-5.

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Nada de lo que en estos momentos se dice sobre las vías para acceder al empleo puede aplicarse a las carreras laborales de quienes hemos nacido antes de 1965 y hemos desarrollado toda nuestra vida laboral bajo la norma social del empleo estable. Por eso, como Geertz, deberíamos cuidarnos mucho de dar según qué consejos. ¿Y las redes? Refiriéndose al caso de los Estados Unidos, Paul Krugman denuncia la creciente consolidación en ese país de un fenómeno alarmante: «el regreso a la posición social heredada»(23). Frente al mito ampliamente extendido de la movilidad social norteamericana (eso de que un humilde portero puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos), resulta que ese país se caracteriza por tener una distribución de rentas más estática a lo largo de las generaciones y, por lo tanto, menos oportunidades para progresar, que ningún otro país desarrollado. Las fortunas conseguidas muchos años atrás («a partir de la explotación o el robo de terceros» apuntilla Krugman) siguen siendo fundamentales para explicar una estructura social enormemente desigual. A la vez que la vía fundamental para la movilidad social ascendente —un buen sistema educativo de acceso universal— ha ido deteriorándose, las posibilidades para la transmisión de privilegios no ha hecho más que reforzarse. ¿Cómo? Mediante la derogación del impuesto de sucesiones, por ejemplo. O mediante redes de influencia, enchufe y cooptación que acaban por configurar auténticas castas económicas, políticas y hasta culturales, en las que los hijos afortunados heredan la posición social de sus padres, más allá de toda prueba de capacidad o mérito. Como señala Krugman: Hace treinta años, el ejecutivo jefe de una gran compañía era un burócrata con un buen sueldo, pero no un rico auténtico. No podía legar a sus herederos ni su posición ni una gran fortuna. Los imperiales ejecutivos jefe de hoy, por el contrario, dejarán grandes herencias tras de sí y, además, a menudo también están en situación de conseguirles a sus hijos algún empleo lucrativo.

De ahí la fina ironía con la que Krugman resume su planteamiento: «Estados Unidos es, como todos sabemos, la tierra de las oportunidades. El éxito de una persona depende de su propia capacidad y de su empuje, no de lo que fue su padre. No tiene más que preguntárselo a los hermanos Bush». En definitiva, «las tendencias políticas, sociales y económicas otorgarán a lo hijos de los que hoy son ricos una inmensa ventaja sobre los que han elegido mal a sus padres». Class matters, «la clase importa», y mucho. Lo demuestra un excelente trabajo de investigación impulsado en 2005 por The New York Times(24). Como en los tiempos en los que la herencia constituía el hecho dominante en las vidas de las personas, las posiciones sociales vuelven a (23) KRUGMAN, Paul. El gran engaño. Barcelona: Crítica, 2004, pp. 203-205. (24) CORRESPONDENTS OF THE NEW YORK TIMES. Class Matters. New York: Henry Holt, 2005.

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ser posesiones(25). Las más preciadas posesiones. ¿Qué queda, en estas circunstancias, del discurso igualitario, central en nuestras sociedades democráticas? No es de extrañar que, ante este crony capitalism («capitalismo de amiguetes»), Krugman denuncie que «el mundo ha vuelto a las desigualdades de los años veinte en la distribución de la riqueza»(26), o que, más duramente, el ex vicepresidente Al Gore haya caracterizado la política económica de Bush como «una forma de saqueo» (El País, 8/8/2003). El reconocido académico e investigador David Harvey ha propuesto en una de sus últimas obras una interpretación del proceso que dio al traste con el compromiso de clase sobre el que se alzaron las distintas experiencias de capitalismo del bienestar desarrolladas no sólo en Europa, sino también en Japón e incluso en Estados Unidos, y cuyo paradigma fue el modelo escandinavo: el periodo que se inicia desde finales de los Setenta, que hemos denominado como neoliberalismo, ha sido fundamentalmente un proyecto destinado a restaurar el poder de la clase capitalista. La adopción militante de la doctrina monetarista, la decidida confrontación contra los sindicatos de clase impulsada por los gobiernos de Thatcher y Reagan, la invención del ajuste estructural, aplicado por primera vez a Méjico entre 1982-1984, el reciclado de los nuevos y flamantes petrodólares que desbordaban las arcas de los países del Golfo en los fondos de inversión norteamericanos, etc.; estas y otras medidas —cuya eficacia para revitalizar la economía fue muy limitada en los primeros años— sirvieron para convertir al mercado en vehículo para la consolidación de un nuevo poder de clase(27). Un poder de clase cada vez más fundado no tanto en las prácticas características de la clásica acumulación de capital, sino en nuevas formas de acumulación por desposesión basada en la aplicación inmisericorde de toda suerte de medidas de privatización y de liberalización que han desarrollado hasta el extremo la estrategia de privatizar beneficios y socializar pérdidas.

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LA SECESIÓN DE LOS TRIUNFADORES

Sin embargo, esta nueva realidad sociolaboral queda oculta —o al menos así se intenta— en el marco de una reorganización político-social conservadora que al(25) SENNETT, Richard. The Culture of the New Capitalism. New Haven & London: Yale University Press, 2006. Sobre las redes de contactos personales, ver algunos artículos recientes publicados en las páginas salmón de varios diarios: SARRIEGUI, Josep M. Profesionales en contacto. El País, 27/8/2006; VILASECA, Borja. «Quien tiene un amigo consigue un trabajo». El País, 24/9/2006; SEPÚLVEDA, Rosario. Profesionales y empresas exprimen sus redes de contactos. El Correo, 29/10/2006. (26) El País, 23/5/2003. Krugman presenta algunos datos contundentes: «En 1970 el máximo responsable de una empresa cobraba 40 veces el salario medio de un trabajador y en el año 2000 cobra mil veces más. En los últimos 20 años la renta de Estados Unidos creció el 30%, pero en las familias de clase media la renta sólo ha subido un 10%». (27) HARVEY, David. A Brief History of Neoliberalism. New York: Oxford University Press, 2005.

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gún autor califica de «revancha contra los avances culturales, políticos y sindicales de la izquierda en los años sesenta y setenta»(28). Se ha producido un triunfo cultural de la visión conservadora de la realidad cuya principal consecuencia ha sido una profunda relectura de nuestra historia reciente, que ha despreciado radicalmente la aportación de la solidaridad y la seguridad colectiva al éxito económico y social de occidente. «Es como si, en algún momento alrededor de 1980, los hijos de la gente que se abrió paso durante la Gran Depresión hasta llegar a los barrios residenciales, hubieran decidido demoler ese puente después de haberlo cruzado. Decidieron que, aunque la movilidad social había sido apropiada para la generación de sus padres, ya no se le consentiría a la próxima generación»(29). Resulta sorprendente la rapidez con la que olvidamos nuestra propia historia, nuestra biografía, nuestra filiación. ¡Con qué facilidad olvidamos que lo que hoy somos es consecuencia de una historia de solidaridad! Los que hemos triunfado en los años Sesenta, Setenta y Ochenta —los que tenemos formación, buenos empleos, seguridad social, etc.— somos el mejor ejemplo del valor de la solidaridad. Somos hijos e hijas del Estado de bienestar. Pero ahora que hemos triunfado nos sentimos amenazados por aquellas personas que tan sólo piden las mismas oportunidades que nosotros tuvimos y nos olvidamos de todo aquello que nos permitió llegar hasta donde hoy estamos: becas para estudiar, seguridad en el empleo, salarios dignos, protección social, etc. Nos aferramos a un falso discurso individualista, reconstruimos una falsa historia de méritos personales y exigimos a los demás que se ganen la vida por sus propios medios. ¡Qué pronto olvidamos que una vez fuimos frágiles y que si logramos salir adelante fue gracias a la solidaridad de los demás! Este es el problema: que se ha producido la «secesión de los triunfadores» (Reich) y que estos han logrado construir un «horizonte de expectativas» (Bourdieu), un discurso dominante que sirve para constituye una auténtica teodicea (o sociodicea) de los privilegiados dirigida a naturalizar su situación de privilegio en medio de un mundo cada vez más amenazado por la inseguridad y el riesgo. Este discurso se funda en la idea de responsabilidad internalizada, según las cual cada individuo es responsable de su propio bienestar y las políticas públicas deben orientarse fundamentalmente a «ayudar a quien se ayuda». Como denuncia irónicamente Krugman: «Por supuesto, ahora vivimos en los que George W. Bush llamó la «época de la responsabilidad individual»: si un niño elige tener unos padres que no pueden permitirse la atención sanitaria, ese niño habrá de enfrentarse a las consecuencias de su elección». Junto con los privilegiados por herencia regresan a nuestro tiempo los deserving poors, los pobres meritorios (y los que no lo son). (28) THERBORN, Goran. «El futuro del trabajo y las consecuencias de la ausencia de trabajo». El Socialismo del Futuro, 1993, n.º 7. (29) RORTY, Richard. Forjar nuestro país. Barcelona: Paidós, 1999.

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Se extiende así la idea del excluido como víctima, sí, pero víctima de sí mismo (de sus adicciones, de su amoralidad, de su estulticia) o de sus circunstancias (de su entorno familiar, de su fracaso escolar). La falta de trabajo y de dinero no es la causa, sino la consecuencia del modo de vida de esta nueva clase de marginados. Ya no son desempleados; son inempleables: carecen de las habilidades necesarias para satisfacer una demanda de nuevos empleos cada vez más cambiante como consecuencia del cambio tecnológico y la globalización. Quien no «encuentra» empleo (empleo hay, pero hace falta saber encontrarlo) habrá de autoevaluar permanentemente sus posibilidades, descubrir sus carencias y esforzarse por desarrollar sus habilidades. En todo caso, él mismo es el problema. Según esto, el problema no es tanto de empleo cuanto de empleabilidad. ¿Qué hay que entender por empleabilidad? Sencillamente, la adecuación más perfecta posible a las condiciones que en cada momento existen en el mercado de trabajo. Se está suponiendo que quien no encuentra empleo es porque no cumple con esas condiciones; el problema está en el desempleado (al que más bien habría que denominar, desde esta perspectiva, «inempleable»), no en el mercado de trabajo. Desde esta perspectiva, el modelo europeo de welfare se desliza hacia el workfare y la intervención pública es sometida a la más áspera de las críticas: «Las regulaciones son el caldo de cultivo de la irresponsabilidad: se trata de trabajar menos, de cobrar pensiones sin haber ahorrado, de subvencionar todo, es decir, de impedir que sepamos y sintamos lo que cuestan las cosas, y que seamos responsables de nuestro destino»(30). Se reivindica el mercado como la mejor «política social» y se reconduce la iniciativa ciudadana al terreno de la ayuda caritativa, al terreno de la virtud individual, pero se rechaza cualquier institucionalización pública de la solidaridad. Y es que, ¿cómo es posible ser pobre cuando se está creando tanto empleo? Y todo ello a pesar de que, como denuncia el que fuera Secretario de Trabajo con Clinton, Robert Reich, el balance del sistema de incentivación al trabajo mediante la reducción de las ayudas sociales en Estados Unidos sea que la mayoría de los welfare poor son ahora working poor(31). Una modificación de las condiciones de la pobreza, pero no de la pobreza misma. Vale más una imagen que mil palabras. El 20 de octubre de 2002, en su suplemento «Expansión & Empleo», el diario El Mundo publicaba a página completa el anuncio de la celebración en la Universidad Carlos III de Madrid del VII Foro Nacional del Primer Empleo (Forempleo), dirigido a universitarios y recién titulados. El anuncio no podía ser más explícito: «¿Vas a seguir pasando (30) RODRÍGUEZ BRAUN, Carlos. Estado contra mercado. Madrid: Taurus, 2000, p. 94. (31) REICH, Robert B. The Future os Success: Working an Living n the New Economy. New York: Vintage Books, 2002, p. 169.

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los lunes al sol? Será porque quieras, porque en Forempleo no es difícil encontrar trabajo». Así pues, incentivar la búsqueda de empleo. ¿De qué empleo? Del que en cada momento sea ofertado según las condiciones impuestas por las cambiantes necesidades del mercado.

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LA CRISIS DE LA COHESIÓN SOCIAL

«Les banlieus flambent, le CAC 40 grimpe... Tout est dit. Rarement une élite économique a été aussi déconnectée de la culture de son pays. Pour ces “aristocacs”, la seule chose qui compte, cést le monde». El prestigioso semanario Le Nouvel Observateur comenzaba así un amplio reportaje sobre «Los nuevos aristócratas del capitalismo», coincidiendo con el apogeo de las revueltas protagonizadas por los jóvenes de las periferias urbanas a finales de 2005. Mientras los coches ardían en los suburbios el CAC 40 —el índice de la Bolsa de París que agrupa a los 40 valores principales de ese mercado; similar al IBEX 35 español— no dejaba de subir. Todo está dicho, en efecto. Raramente una élite económica ha estado tan desconectada de la cultura de su país. Para estos «aristocacs» la única cosa que importa es el mundo. Robert Kaplan, prestigioso periodista norteamericano, analiza la proliferación en su país de comunidades fortificadas, comunidades rodeadas por un perímetro defensivo que aísle a su privilegiada población de los cada vez mayores riesgos para la vida en las grandes ciudades afectadas por la pobreza, la desigualdad, la inseguridad y la violencia. Se trata un modelo importado de Latinoamérica. También se están creando entidades administrativas independientes en el marco de extensas áreas metropolitanas en un proceso de suburbanización basado en la defensa de los intereses y el estilo de vida de los blancos ricos, que buscan aislarse de los problemas existentes en las zonas urbanas habitadas por una mayoría de población de origen negro: «Si uno no se constituye en municipio —explica uno de los habitantes de estas exclusivas áreas residenciales—, puede ser anexionado por una zona suburbana más pobre. De ahí que buena parte de las localidades que han accedido a un estatuto jurídico separado lo hayan hecho en defensa propia». Con la misma lógica defensiva, en la década de los Noventa la policía privada triplica a la pública (en California llega a cuadruplicarla) como consecuencia de la progresiva sustitución de los lugares públicos —centros urbanos, plazas, parques— por espacios privados abiertos al público pero sometidos a una fuerte vigilancia, como centros comerciales, comunidades cerradas, centros de ocio, etc. Concluye Kaplan: «Nos hemos desentendido de los temas relacionados con la vida pública y hemos disuelto el contrato social para protegernos de los antiguos centros urbanos»(32).

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Refiriéndose a esta situación, Amitai Etzioni afirma que el conjunto de medidas de precarización del empleo (y que él resume con la expresión sociedad en reducción) «han desembocado en una sensación muy amplia y profundamente instalada de privación, inseguridad, angustia, pesimismo y rabia». Y concluye planteando una cuestión de enorme calado: «Cuánto puede una sociedad tolerar políticas públicas y empresariales que dan rienda suelta a los intereses económicos y que tratan de reforzar la competencia mundial, sin socavar con ello la legitimidad moral del orden social?»(33). No sabemos cuánto, pero sí sabemos qué ocurre cuando tales políticas se vuelven dominantes: «A la atrofia deliberada del estado social corresponde la hipertrofia distópica del Estado penal», denuncia Loïc Wacquant(34). Al Estado-providencia le sucede el Estado-penitencia. Años antes de las revueltas en las banlieus, estas barriadas ya tenían graves problemas. Tal vez porque no ardían coches a millares, sino sólo alguna adolescente, la situación pasó casi desapercibida. El 4 de octubre de 2002 una joven de dieciocho años, Sohane, fue quemada viva en un sótano de Cité Balzac, barrio de Vitry-sur-Seine. Fue un acto de barbarie que había venido precedido por otros igualmente terribles, tales como violaciones colectivas practicadas muchas veces como una forma de «castigo» de hermanos, vecinos o novios a «sus» mujeres por considerar que estas se desviaban en algún sentido de normas, costumbres o tradiciones que ellos consideraban inapelables. La protesta contra estos hechos fue la que dio lugar a la conformación del movimiento denominado Ni putas ni sumisas. Fadela Amara, una de las impulsoras de este movimiento, relaciona este profundo deterioro en la vida de las barriadas con la crisis laboral que azotó a Francia a partir de los Noventa(35). Esta crisis hizo estragos en los núcleos familiares, socavando la autoridad paterna, reforzando las dimensiones culturales de la identidad al tiempo que se debilitaban sus contenidos materiales. Amara caracteriza así a los hijos de todas estas transformaciones, los mismos que a finales de 2005, y de nuevo en octubre de 2006, van a incendiar las banlieus: «Su planteamiento de la vida es mucho más cínico, más realista quizás también que el nuestro. Han nacido en un contexto duro y difícil de desempleo masivo que ha dejado huellas en los núcleos familiares. Son en cierto modo una generación sacrificada que ha olvidado proyectarse hacia el futuro y tener un ideal de sociedad». Son el eslabón más débil de una juventud que ha perdido el tren que antaño permitía el viaje de la movilidad social ascendente.(36) Y sin la promesa de ese viaje, ¿qué nos queda? (32) KAPLAN, Robert D. Viaje al futuro del imperio. Barcelona: Ediciones B, 1999, pp. 24-25. (33) ETZIONI, Amitai. La nueva regla de oro. Comunidad y moralidad en una sociedad democrática. Barcelona: Paidós, 1999. (34) WACQUANT, Loïc. Las cárceles de la miseria. Madrid: Alianza, 2000. (35) AMARA, Fadela. Ni putas ni sumisas. Madrid: Cátedra, 2004. Ver también su entrevista en el semanario Yo dona, 17/12/2005. (36) El desclasamiento en la jerarquía profesional en Francia ha pasado del 3% en los años Ochenta a más del 7% en el 2000 (tempsreel.nouvelobs.com). Este desclasamiento afecta especialmente a los jóvenes (www.insee.fr/fr/ffc/docs_ffc/DONSOC06yi.PDF).

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¿Trabajar evita la pobreza? Bajos salarios en el mercado laboral español Albert Recio Andreu Profesor Titular Departament Economía Aplicada Universitat Autònoma de Barcelona

Sumario 1. Bajos salarios y pobreza. 2. Problemas de medición. 3. Bajos salarios según fuentes estadísticas. 4. Instituciones y bajos salarios.

RESUMEN En este artículo se plantea el hecho que el mercado laboral español pueda estar generando un problema de trabajadores pobres (working poor). Se analizan las evidencias estadísticas y se apuntan las razones institucionales que refuerzan esta situación.

ABSTRACT This work considers the fact that the Spanish labour market may be generating a problem of working poor. It analyses the statistical evidence and sets forth the institutional reasons for this situation.

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BAJOS SALARIOS Y POBREZA

Es un tópico de las políticas de lucha contra la pobreza que una de las vías principales pasa por la incorporación de las personas al mercado laboral. Al menos para las que están en edad para hacerlo, porque la evidencia indica que una parte importante de los pobres se encuentran entre los mayores de 65 años que perciben pensiones insuficientes. Esta política está, por ejemplo, asentada en el núcleo de las políticas laborales de la Unión Europea, donde los objetivos de «activación» (hacer que la gente busque empleo) y «ocupabilidad» (hacer que tenga condiciones y actitudes para conseguirlo) constituyen dos de sus ejes centrales. De la misma forma una gran parte de las políticas públicas y las organizaciones no gubernamentales que trabajan con las personas en situación de extrema pobreza y exclusión dedican grandes esfuerzos en conseguir su inserción laboral. Resulta patente que en una economía capitalista asentada el empleo asalariados constituye no sólo la principal fuente de ingresos de la mayoría de la población sino también un papel importante en lo que respecta a su situación social (relaciones, imagen, participación). El problema aparece cuando consideramos las características de la enorme pluralidad de actividades laborales y empleos que existen en nuestra sociedad. Las diferencias se pueden encontrar en númerosos ámbitos: salarios, tipo de jornada laboral, prestigio profesional, capacidad de realización, salud, etc. Y es aquí cuando surgen las preguntas que uno encuentra a faltar en muchas de las políticas de lucha contra la pobreza. En un mundo laboral bastante igualitario conseguir un empleo garantizaría un nivel de ingresos y de reconocimiento social parecido al del resto de la población, pero en un mundo marcado por enormes desigualdades laborales es posible que el acceso al trabajo simplemente consista en cambiar una forma de pobreza por otra. Un debate relevante, surgido en Estados Unidos donde las tasas de desempleo son notablemente altas y donde el nivel de pobreza es espectacular. El que un individuo esté en situación de pobreza no depende sólo de su nivel de ingresos, depende de otros factores asociados. En primer lugar de su situación familiar (ingresos de otros miembros de la unidad familiar, número de hijos dependientes, transferencias a terceras personas: por ejemplo, en el caso de personas separadas). En segundo lugar del nivel de prestaciones públicas a

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las que tenga acceso. Y en tercer lugar del nivel de precios de su «cesta de la compra» que puede ser variable según circunstancias personales. Esta última cuestión es muy relevante en el caso español porque las revisiones salariales anuales suelen tomar como indicativo el alza prevista de los precios, pero en el cálculo del I.P.C. no se incluye el coste de la compra de vivienda (en un país donde esta es la forma absolutamente mayoritaria de acceso), lo que tiene un fuerte impacto en el presupuesto de las personas necesitadas de acceder a la misma. Este no suele ser un grave problema para las personas jubiladas (aunque el «mobbing» inmobiliario indica que no es una cuestión trivial), pero en cambio es muy importante en el caso de gente joven o de mediana edad (de nuevo el tema de la ruptura matrimonial tiene un impacto económico muy grande). Pero aceptando todos estas consideraciones, resulta patente que una persona que obtiene bajos ingresos salariales está expuesta a la posibilidad de entrar en una situación de pobreza. En unos casos de forma cierta, como es el caso de aquellas personas solas (con o sin hijos a cargo) cuyos ingresos salariales están por debajo del nivel de pobreza. En otros dependiendo de su situación familiar: una persona casada cuyos salarios están por debajo del nivel de pobreza puede vivir desahogadamente si los ingresos de su pareja son superiores, pero si la pareja se rompe, la situación cambia. O una persona que convive con un familiar pensionista puede llegar a la misma situación en el caso de muerte del mismo. Esta es una de las situaciones que explica la mayor incidencia de la pobreza femenina, un fenómeno endémico, ya que debido a lo reducido de muchos salarios femeninos cualquier incidencia en el núcleo de convivencia se puede traducir en una entrada en situación de pobreza. Por ello la presencia de bajos salarios no se traduce automáticamente en pobreza, pero la proliferación de empleos de bajos salarios constituye una situación en la que existen bastantes posibilidades que la misma acabe por aparecer. Hay además que subrayar que los bajos salarios no sólo influyen directamente en la situación de pobreza de los asalariados en activo. Tienen también una influencia importante sobre la situación futura en situaciones de inactividad. En la medida que el núcleo de nuestro sistema de pensiones tiene una base contributiva (y es evidente que las prestaciones no contributivas están por debajo de los índices de pobreza), bajos salarios hoy se traducirá en bajas pensiones mañana. Y aunque el impacto sobre las pensiones depende tanto de la cuantía como del tiempo de cotización no parece aventurado indicar que existe una franja de población, la que percibe salarios bajos que además está más expuesta a padecer interrupciones en sus empleos, lo que acaba por traducirse en un bajo nivel de prestaciones futuras. El mercado laboral tiene, desde esta perspectiva, una responsabilidad mayor en la persistencia de la pobreza.

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PROBLEMAS DE MEDICIÓN

A la hora de discutir de pobreza y de salarios surgen diversas cuestiones metodólogicas relevantes. En primer lugar la de la propia determinación del nivel que determina lo que es bajo o insuficiente. Básicamente hay dos opciones: o considerarla una medida absoluta o considerarla relativa. En el primer caso se requiere determinar un determinado nivel de necesidades mercantiles, calcular su valor monetario y considerar pobreza aquel nivel de ingresos que no supera este umbral (o un salario bajo aquel que no permite adquirir una determinada cesta de bienes y servicios). En teoría llegaríamos a poder clasificar a toda la población mundial según su situación de pobreza o de bajos salarios. El problema con esta medida es doble: como determinar este nivel básico y en qué sentido es buena una comparación internacional. De hecho el coste de la vida depende en parte del contexto: un país con clima frío requiere mucho más gasto en «abrigo» (vestidos, calefacción u otros gastos de vivienda...) que uno tropical. Y en muchos casos vivir y trabajar tiene un coste derivado del lugar donde uno esta (por ejemplo cualquier individuo residente en un área metropolitana tiene un nivel de gastos de transporte diferente del que vive y trabaja en una pequeña población). Y, cuando consideramos la escala internacional, los precios no son idénticos en todas partes (por esto no se pueden comparar salarios directamente, debe introducirse una corrección con algún índice de paridad de poder adquisitivo). Todas estas complejidades abonan el uso de índices de pobreza o bajos salarios relativos, que determinan el umbral como un porcentaje del nivel medio o la mediana de ingresos. Habitualmente la mediana, lo que percibe el individuo medio, suele ser inferior a la media, por el hecho que en nuestras escandalosas sociedades desiguales un reducido grupo de individuos percibe una renta muy superior al resto. Se supone que alguien que recibe unos ingresos muy por debajo del ingreso medio está en una situación de desigualdad tan grande respecto al conjunto que su situación subjetiva le hará sentirse «pobre» o excluido. Posiblemente no se trate solo de una diferencia subjetiva, de sentido de discriminación, sino también objetiva, por cuanto un nivel de consumo normal en una determinada sociedad entraña un determinado nivel de gasto y si los salarios son inferiores a un determinado límite la persona tendrá dificultades para vivir normalmente en esta sociedad. Otra cosa a discutir es hasta que punto es racional un determinado nivel de gasto como el que tiene lugar en nuestra sociedad. Hay buenas razones (de justicia social, derivadas de los problemas de sostenibilidad ambiental) para pensar que deberíamos reducir nuestro ni-

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vel de consumo, pero una cosa es hacerlo colectivamente, afectando a toda la población y garantizando necesidades básicas a todo el mundo, y otra es condenar a una parte de la sociedad a vivir en condiciones claramente diferentes del resto. Por todo ello parece adecuado hablar de bajos salarios cuando estos se sitúan por debajo de un determinado porcentaje del salario medio (o mediano). Es evidente que el resultado variará en función del porcentaje elegido. Pero en la medida que seamos conscientes que se trata de un conocimiento relativo, podemos analizar grados de severidad del problema. La segunda cuestión pertinente es qué vamos a comparar. De hecho cuando hablamos de salarios nos estamos refiriendo a un elemento que depende del tiempo. Según cual sea el espacio temporal que tomemos encontraremos medidas diferentes de la desigualdad. La forma más clara de medir estas desigualdades es la del salario-hora. En la medida que la hora de trabajo es la unidad de medida unitaria para fijar salarios, la comparación de salarios-hora es una buena medida del precio que reciben diferentes personas en su actividad laboral mercantil. Es un buen indicador del nivel de desigualdades en el reconocimiento económico de determinada actividad laboral. Una medida alternativa puede ser comparar los ingresos por salarios-mes o salarios-año. Puede que exista una relación estrecha entre estas y el salariohora: si todo el mundo trabajara el mismo número de horas las proporciones entre salarios mensuales y salarios-hora serían las mismas. Pero en la práctica es posible que la jornada laboral sea muy diferente. Bien porque unas personas trabajan a tiempo completo y otras a tiempo parcial, o unas hagan horasextra y otras no, o simplemente el convenio colectivo de una empresa o sector establezca una jornada laboral mayor o menor que el de otra. En este caso es posible que alguien cobre menos simplemente porque trabaja menos horas que otro. Cuando mayor sea el plazo escogido mayores serán las diferencias, por cuanto habrá más elementos que afecten al tiempo total de trabajo, mayores períodos de vacaciones y, sobre todo, períodos de contratación mayor o menor. Por ejemplo: aunque un trabajador temporal de un hotel perciba un salario-hora mayor que el de un empleado estanble, a final de año sus ingresos habrán sido inferiores si su período de contratación ha sido sustancialmente reducido. Para muchos economistas la comparación más relevante es la primera, la del salario-hora. En mi opinión a la hora de discutir de pobreza me parece más relevante una comparación temporal más amplia. Las razones son diversas. En primer lugar porque parto del supuesto de perogrullo que las personas necesitan un flujo continuado de ingresos para subsistir y no saca de la pobreza ga-

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nar mayor salario-hora si este se percibe para un reducido espacio de tiempo. De hecho existen buenas razones para pensar que los empleos temporales deberían tener una prima salarial para compensar el mayor riesgo que entraña esta situación en materia de ingresos (esto es lo que aplica el mercado en otros campos, por ejemplo cuando requerimos un servicio de urgencia —el típico cerrajero— nos gravan un precio-extra por el servicio de corta duración). En segundo lugar porque gran parte de las jornadas reducidas que explican ingresos salariales mensuales o anuales inferiores, están fuera del campo de elección de las personas y obedecen a exigencias «del mercado». Por ejemplo el empleo a tiempo parcial (el que explica diferentes ingresos mensuales) es básicamente un empleo femenino involuntario (sólo una minoría de empleadas en esta situación responde que es una opción voluntaria, son en cambio superiores las que responden que se debe a la naturaleza del empleo o la ausencia de empleos a tiempo completo). Y los trabajadores eventuales de temporada a menudo lo aceptan porque no hay otra alternativa, como bien ilustra la situación laboral de muchos inmigrantes. Sin duda ambas medidas son interesantes. Pero cuando tratamos con trabajadores pobres debemos considerar tanto aquellos que reciben un bajo salario-hora como aquellos que por razones diversas tienen dificultades para tener un empleo estable a tiempo completo y al final acaban con un reducido nivel de ingresos con los que subsistir a lo largo de largos periodos de tiempo.

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BAJOS SALARIOS SEGÚN FUENTES ESTADÍSTICAS

A la hora de estudiar los bajos salarios la fuente más completa es la Encuesta de Estructura Salarial. Está contiene información bastante detallada de salarios pero tiene también algunos problemas que limitan su alcance. En primer lugar la muestra no es universal, excluye a los empleados públicos, a los asalariados agrarios y a los empleados en empresas de menos de 10 trabajadores. Estos dos últimos grupos suelen encontrarse entre más bajos, y los del sector público parecen situarse en un nivel medio, por lo que es posible que la media que se obtiene este algo sobrevalorada. En todo caso hay que contar con el efecto conocido de un menor conocimiento de los ingresos reales de los sectores de salarios más altos por efecto de las dietas y otras formas de ingresos no salariales no siempre fáciles de evaluar. Esta también la limitación temporal, puesto que se trata de una encuesta que se realiza cada cuatro años y la información disponible proviene de la del 2002. En todo caso y vista que la estructura salarial sectorial tiene bastante estabilidad y que los aumentos salariales de los últimos años han sido muy moderados en términos reales, es

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posible esperar que la pintura que emerge del 2002 no sea muy diferente a la actual. Y lo que emerge de esta información es bastante elocuente. Al menos el 25% de los empleados españoles reciben ingresos mensuales que podríamos considerar de bajos salarios. El umbral que hemos elegido es el de ingresos inferiores al 70% del salario medio, el mismo que adopta el INE para definir el umbral de renta de pobreza. Cuadro 1.

SECTORES ACTIVIDAD DE BAJOS SALARIOS Salario medio sector inferior 70% salario medio

Ambos sexos Confección textil, piel y calzado, hostelería, servicios personales.

Solo salario femenino Alimentación, bebidas y tabaco, textil, madera, comercio al detalle, alquiler de maquinaria y otros bienes, otros servicios empresariales, saneamiento público.

Más del 50% del empleo del sector con salarios inferior a 70%

Hombres Piel y calzado, madera, mueble, construcción (72%), comercio al detalle (73%), alquiler maquinaria y otros bienes (71%).

Mujeres Alimentación, bebidas y tabaco, textil; confección*; piel y calzado*, madera; mueble y otras manufacturas; construcción; comercio al mayor, comercio al detall*, hostelería*, inmobiliarias, alquiler maquinaria y otros bienes, otras actividades empresariales, saneamiento público, actividades asociativas, actividades recreativas y deportivas; servicios personales* * El 75% en esta situación.

En el cuadro 1 se incluyen aquellos sectores en los que el salario medio del sector o el que perciben el 50% de sus empleados peor retribuido estaba por debajo del umbral escogido en 2002. Se trata por tanto de sectores en los que existe una elevada probabilidad de percibir un salario muy bajo. Como puede observarse ser hombre o mujer no es baladí, pues estas últimas perciben sistemáticamente un salario inferior. En parte puede explicarse por el peso que juega el empleo a tiempo parcial, pero también por que se trata de sectores en los que los salarios-hora son más bajos como han mostrado la mayoría de estudios sobre el tema. La pintura que emerge es bastante nítida y los sectores de bajos salarios son aquellos donde habitualmente van a parar las personas con mayores dificultades de inserción: hostelería, comercio, construcción (donde el salario medio del 50% peor pagado supera por muy poco el umbral del 70%), servicios a las empresas (limpiezas, vigilancia) y servicios a las personas.

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Cuadro 2.

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PERFILES PERSONALES Y PROFESIONALES CON MÁS DEL 50% DE SALARIOS POR DEBAJO DEL 70% DEL SALARIO MEDIO

Mujeres Salario medio femenino 66,5% salario medio.

Inmigrantes masculinos Latinoamericanos en construcción Africanos y asiáticos en servicios

Inmigrantes femeninos Resto de Europa, Latinoamérica, África y Asia en industria y servicios

Empleados a tiempo parcial 75% masculinos ganan menos 70% salario medio 100% femeninos ganan menos 70% salario medio

Empleo temporal 50% hombres con contrato temporal 75% mujeres con contrato temporal

Nivel educativo Hombre sin estudios Mujeres hasta nivel secundario inferior

Profesiones Técnicos educación infantil Empleados bibliotecas y correos Operadores máquinas de oficina Empleados agencias de viajes Cajeros, taquilleros Dependientes comercio Trabajadores cualificados servicios personales (sólo mujeres) Trabajadores industrias manufactureras no metálicas (sólo mujeres) Trabajadores no cualificados del comercio Empleados domésticos y de limpieza Peones agrícolas Peones construcción e industria FUENTE: INE. Encuesta Estructura Salarial 2002. Elaboración propia.

En el cuadro 2 hemos tratado de señalar el perfil de los bajos salarios, tomando como referencia aquellos espacios donde el salario medio de los peor pagados está por debajo del 70% del salario medio. De nuevo el género resulta un elemento crucial. Las mujeres perciben sistemáticamente salarios inferiores (y la media está por debajo del 70%). Ya se ha indicado el peso del empleo a tiempo parcial, pero no lo explica todo. Si nos atenemos a esta situación el salario medio del 90% de las mujeres con empleos a tiempo parcial está por debajo de este umbral, mientras que el porcentaje baja al 75 en el caso de los hombres. Los contratos temporales, los característicos de los trabajadores que se insertan en programas de salida de la pobreza, caen mayoritariamente en el campo de los bajos salarios. Y los inmigrantes (a excepción de los comunitarios y los norteamericanos), el sector social donde más está aumen-

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tando la pobreza, están mayoritariamente abocados a este tipo de situaciones. Hay un argumento convencional que explica estas desigualdades, las diferencias de productividad asociadas al nivel educativo. Pero cuando tomamos es consideración esta cuestión observamos, de nuevo, que la misma es mucho más determinante para mujeres que para hombres, puesto que sólo en el caso de los analfabetos los hombres parecen abocados de forma sistemática a un empleo más retribuido. Es una cuestión que conviene dejar abierta, en que media las estructuras salariales responden a una verdadera medición de la productividad o en que medida la nacionalidad, el género y el nivel de estudios son los elementos que determinan el grado de productividad (y el salario asociado) de una actividad. Lo que sí resulta evidente es que las mujeres, los inmigrantes extracomunitarios y las personas con menos niveles educativos están en gran parte dirigidas hacia empleos que por su ubicación en la estructura productiva, su estatus contractual, su jornada laboral dan lugar a percepciones salariales significativamente alejadas de un salario normal. Otra forma de medir el problema es la información que proviene de las declaraciones del IRPF. Es cierto que se trata de una información que puede tener errores importantes, a la luz del elevado nivel de evasión fiscal que existe en nuestro país (no es economía sumergida, todo el mundo sabe como se hace, basta con tratar de comprar o vender una vivienda para ver la impunidad fiscal que existe en determinados ámbitos), pero es también un indicador de cuál es la situación de los asalariados. Lo que indican estas fuentes es que de forma sistemática un 25% de los asalariados no alcanza unos ingresos salariales equivalentes al salario mínimo legal anual. Y resulta evidente que el salario mínimo español está claramente en niveles de salario de pobreza. Ello está sugiriendo que una parte de las personas sólo trabajan un período muy corto de tiempo y no logran estabilizar su situación laboral. Es evidente que tampoco en este caso las situaciones son comunes. Un estudiante, por ejemplo, puede desear un empleo veraniego con el que conseguir dinero para gastos-extras mientras vive a cuenta de su familia. Pero también puede indicar que existen sectores de empleo estacional que sólo ofrecen trabajo para temporadas cortas y en los que se emplean las personas con menos alternativas: inmigrantes, etc. El problema por ejemplo con las prácticas de inserción no es tanto la entrada, como la continuidad en el empleo. Una tercera fuente de información proviene de la Encuesta de Condiciones de Vida, el panel de hogares que se encuesta anualmente. Posiblemente sea una fuente menos fiable, por su tamaño más reducido y porque sólo se ofrecen resultados medios (es posible que el tamaño de la encuesta impida un uso más desagregado). Con todo, por lo que se refiere a bajos salarios los resultados son elocuentes y bastante acordes con los ya estudiados (Álvarez Aledo, 1996; Pérez Caminero e Hidalgo, 2000; Recio 2001; González Calvet et al., 2002). En

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primer lugar se constata el factor género como un elemento relevante, en dos direcciones. En términos absolutos los ingresos femeninos son inferiores. En términos de salario hora las diferencias se reducen, pero siguen siendo significativas. Con ello los menores ingresos femeninos son la combinación de salarios inferiores y jornadas más reducidas. Es asimismo significativo que en el caso de los hombres peor pagados su desventaja se reduce cuando se trata del salario mensual, lo que indica que mientras frente a problemas financieros los hombres tienden a prolongar su jornada laboral. No está claro si la reducida jornada femenina se debe a la necesidad de tiempo para la actividad doméstica (y en este caso resultaría evidente que la ausencia de un marco de medidas públicas de apoyo a la misma explicaría los bajos ingresos femeninos) o se trata simplemente de que los puestos de trabajo diseñados como empleos a tiempo parcial se ofrecen sistemáticamente a las mujeres. Por categorías profesionales una vez más los empleos no cualificados, los servicios y la agricultura constituyen los campos donde los ingresos son menores. Los extracomunitarios ocupan sistemáticamente empleos de bajos salarios. Cuadro 3.

BAJOS SALARIOS EN LA ENCUESTA DE CONDICIONES DE VIDA Porcentaje sobre el salario total medio Salario mensual

Salario hora

Hombres jóvenes 16-29 años Mujeres jóvenes 16-29 años

78,8 65,5

85,7 73,1

Hombres sin estudios Hombres estudios primarios Mujeres sin estudios Mujeres estudios primarios Mujeres estudios secundarios Trabajadores cualificados servicios Agricultura y pesca No cualificados Empresas 1-4 empleados Inmigrantes no comunitarios

92,4 90,8 54,1 55,5 69,8 74,5 77,0 65,3 70,8 71,1

85,7 83,5 64,9 64,4 77,9 76,6 76,1 70,0 75,6 70,1

Agricultura hombres Agricultura mujeres

79,2 57,1

73,1 65,2

FUENTE: INE. Encuesta Condiciones de Vida 2005. Elaboración propia.

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INSTITUCIONES Y BAJOS SALARIOS

Describir los perfiles de los bajos salarios no supone explicarlos. Para algunos economistas todo es muy simple: los salarios retribuyen la aportación pro-

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Albert Recio Andreu

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ductiva de cada cual, y por tanto los pobres están condenados a la pobreza a menos que mejoren su capacidad de laboral. Pero hay buenas razones para pensar que las cosas pueden estar ocurriendo de forma diferente. Que la estructura de reparto de la renta obedezca a una compleja determinación social que legitima un determinado nivel de desigualdades. Y que entre las instituciones que producen las mismas se encuentran, por ejemplo, las viejas estructuras patriarcales, que generan la división sexual de roles y que justifican como poco productivas las tareas habitualmente realizadas por mujeres, o las políticas migratorias que reducen el poder social de los inmigrantes extracomunitarios. Hay también que considerar el papel que tienen regulaciones específicas del mercado laboral, como la negociación colectiva o el salario mínimo. La primera mantiene una estructura (convenios de empresa, sector, provinciales…) en gran parte heredada del pasado y que nunca se ha replanteado un sistema de retribuciones más igualitario (al estilo nórdico). En parte por cuestiones de rutina y de evitar la aparición de problemas derivados del cambio de salarios relativos. En gran parte también por la presión de las políticas neoliberales, orientadas a individualizar los salarios y moderar su incremento. El temor a deslocalizaciones ha generado una visión conservadora sobre la estructura salarial. El resultado es la ausencia de una discusión colectiva sobre cuál debería ser una estructura salarial justa, en la que se consideraran los diversos aspectos de la vida laboral, no sólo la cualificación formal (por ejemplo, la penosidad, el horario, el reconocimiento de habilidades complejas etc.). Y el resultado es una estructura salarial de amplio abanico que genera una cola de empleos de baja retribución Por su parte, la más importante intervención pública en materia de bajos salarios es prácticamente inexistente. El salario mínimo español está a niveles claramente de salario de pobreza. Según mis propios cálculos en 1992 representaba el 31,2% del salario medio de la Encuesta de Estructura Salarial. Ello se explica porque el salario mínimo se ha utilizado sobre todo como un mecanismo de control del sistema de prestaciones no contributivas (otra de las grandes partidas que influye sobre la pobreza). Y también porque se ha evitado que un aumento sustancial de su cuantía se tradujera en una presión al alza de los salarios más bajos. Aunque en los últimos años ha habido una cierta recuperación de su nivel adquisitivo y el Gobierno tiene el compromiso de situarlo en 600 euros al final de su mandato, seguirá siendo un nivel insuficiente para evitar que en este país proliferen empleos con salarios de pobreza. (Recio, 2006). Esta revisión sucinta de la información existente sobre salarios no debería hacernos perder de vista otras cuestiones. En la actividad laboral el salario es

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importante, pero juegan otros muchos elementos. Por ejemplo, la duración y estructura de la jornada laboral influye en las oportunidades individuales de desarrollar una vida social plena. Las condiciones en las que se realiza la actividad laboral tienen un impacto directo sobre la salud (y esta sobre los salarios). La estabilidad y el reconocimiento determinan la posición social de la gente y su posibilidad de ordenar sus vidas. Hay bastantes indicios que los empleos malparados también ofrecen contrapartidas pobres en todos estos campos. Hay gente condenada a vivir una vida miserable por sus bajos ingresos, sus malas condiciones de trabajo y su mínimo reconocimiento social. Luchar contra la pobreza es no sólo mejorar los salarios, es conseguir un mundo laboral donde todo el mundo tenga garantizada una vida aceptable. Quizás el reconocimiento de que ello no ocurre ayuda también a pensar porque hay mucho fracaso en los procesos de inserción. O hay mucho que exigir a las políticas económicas y sociales que influyen sobre el empleo.

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BIBLIOGRAFÍA CITADA

ÁLVAREZ ALEDO, C. El impacto de la contratación temporal sobre el sistema productivo español. Consejo Económico y Social, Madrid 1996. GONZÁLEZ CALVET, J., et al. La desigualtat salarial a Catalunya (1995-2000). Mediterrània. Barcelona 2002. PÉREZ CAMARERO, Santiago, y HIDALGO, Álvaro. Los salarios en España. Argentaria/ Visor, Madrid 2000. RECIO, Albert. «Una nota sobre bajos salarios en España». Cuadernos de Relaciones Laborales 18, 2001. RECIO, Albert. The statutory minimum wage in Spain, en SHULTEN, Thorsten, BISPINCK, Reinhard, SCHÄFER, Claus (ed.). Minimum Wages, in Europe European Trade Union Institute for Research, Education and Safety (ETUI-REHS), Brussels, 2006.

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Trabajo, trabajadores pobres e inserción social Joseba Zalakain SIIS. Centro de Documentación y Estudios

Sumario 1. Los bajos salarios, un componente esencial de la precarización del empleo. 2. De la exclusión a la precariedad. 3. Devolver al empleo su capacidad de inserción social. 4. Conclusiones: límites y posibilidades.

RESUMEN Se analizan en este artículo las implicaciones que en el espacio social de la exclusión tiene la extensión del empleo de bajos salarios: emergencia de la figura del trabajador pobre, desincentivos al empleo de los trabajadores menos cualificados y distorsiones en el funcionamiento de las rentas mínimas de inserción, que acogen en su seno de forma creciente a colectivos precariamente insertados en el mercado de trabajo. Ante esa situación, y tras analizar algunas de las herramientas aplicadas en los países de nuestro entorno para hacer de la inserción laboral una opción atractiva frente a la inactividad, se aboga por el refuerzo de los sistemas de estímulos al empleo establecidos en el marco de las rentas mínimas de inserción y, sobre todo, por la aplicación de sistemas fiscales de bonificación al empleo basados en mecanismos de imposición negativa, tal y como se hace en diversos países de nuestro entorno. Estas prestaciones de complemento de rentas de trabajo permitirían especializar las rentas mínimas de inserción en los colectivos más expuestos al riesgo de exclusión social, elevando su cuantía, y, al tiempo, constituirían un paso adelante en la universalización de las rentas mínimas garantizadas. ABSTRACT This work analyses the implications of low-paid employment in the social sphere of exclusion: emergence of the figure of the working poor, lack of employment incentives for low skilled worDocumentación Social 143

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kers and distortions in the minimum insertion wage, which increasingly involve groups that are precariously inserted in the labour market. In view of this situation, and after analysing some of the tools applied in other countries to make labour-market insertion a more attractive option than inactivity, the work advocates strengthening employment stimulation systems within the framework of low insertion wages and, especially, application of tax credit systems to employment based on negative tax mechanisms, as in a number of neighbouring countries. These benefits that are complementary to wages would allow us to focus minimum insertion wages specifically on groups that are most exposed to social exclusion risk, increasing their amount and, at the same time, this would be an excellent step forward in universalising guaranteed minimum wages.

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Trabajo, trabajadores pobres e inserción social

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LOS BAJOS SALARIOS, UN COMPONENTE ESENCIAL DE LA PRECARIZACIÓN DEL EMPLEO

A principios del siglo XX, buena parte de las familias pobres lo eran porque sus miembros trabajan en empleos discontinuos o mal pagados (o ambas cosas a la vez)(1). Después, durante décadas la pobreza se centró en las familias formadas o encabezadas por no ocupados: personas mayores, paradas, discapacitadas... Desde hace algunos años, si bien el trabajo sigue constituyendo en nuestras sociedades la principal herramienta de protección frente a la pobreza, se ha producido un salto atrás en el tiempo, y la pobreza vuelve a aparecer entre quienes han accedido al mercado laboral: el fenómeno de los trabajadores(2) pobres pone en cuestión la capacidad integradora del empleo y llevó a la Comisión Europea, en sus directrices básicas para el empleo de 2003, a plantear la necesidad de que todos los países de la UE tomaran medidas para reducir su incidencia y para hacer del empleo una opción rentable frente a la inactividad. El Estado español ha asistido en los últimos años a un proceso acelerado de crecimiento del empleo en términos cuantitativos(3), acompañado de un marcado deterioro del mercado de trabajo en términos cualitativos. Los datos respecto a la precarización del empleo en España —aunque no sólo en España— son de sobra conocidos y no merece la pena detenerse en ellos: basta decir que el Estado español se encuentra a la cabeza de la UE en cuanto a la eventualidad de los contratos de trabajo y que son también muy elevadas en España las tasas de siniestralidad laboral. Temporalidad, siniestralidad y la elevada prevalencia de la economía sumergida —con la consiguiente merma de derechos sociales para los trabajadores/as y de ingresos para las administraciones públi(1) Hasta bien entrado el siglo XX, al menos, no puede hablarse en Europa del empleo asalariado como herramienta eficaz de protección frente a la pobreza. Un estudio sobre la evolución de la pobreza y de sus causas en el Reino Unido a lo largo del siglo XX señala que en tiempos de Joseph Rowntree, a principios del siglo pasado, la mitad de la población pobre vivía en el Reino Unido en hogares encabezados por personas ocupadas. Hoy el porcentaje es del 31% (GLENESTER, H., y otros. One hundred years of poverty and policy. York: Joseph Rowntree Foundation, 2004). (2) De acuerdo con las reglas gramaticales del castellano, y para hacer más cómoda la lectura del texto, se utiliza en este artículo el término de «trabajadores pobres» y el de «trabajadores de bajos salarios». Hay que tener en cuenta sin embargo que, en este caso, el uso del femenino sería tanto o más adecuado, en la medida en que la mayor parte de estos trabajadores son, de hecho, trabajadoras. (3) Entre 1996 y 2006, la tasa de actividad ha pasado en España del 51% al 58% y la tasa de paro del 22,8% al 8,1%. (Encuesta de Población Activa, INE 2006.)

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Joseba Zalakain

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cas— se han configurado como los tres vértices básicos de la precarización del empleo en nuestro país, en un marco determinado por la crisis de la sociedad salarial. Menor atención se ha prestado en cambio, sorprendentemente, a un cuarto aspecto —el de la escasa cuantía de la remuneración que percibe una parte significativa de la población ocupada— que incide de forma directa en ese proceso de precarización del empleo y, sobre todo, en la erosión de su capacidad como factor de integración social. Aunque se trata de fenómenos que no siempre van de la mano(4), la proliferación del empleo de bajos salarios ha resultado determinante en la extensión de una figura —la de los trabajadores pobres o working poors— que se creía circunscrita al mundo anglosajón(5). El relativo desinterés que la cuestión de los bajos salarios y de los trabajadores pobres ha despertado en nuestro país contrasta con la atención que se le ha prestado en países como el Reino Unido —cuya situación se asemeja probablemente más a la de los Estados Unidos— o en la misma Francia, un referente económico, político y geográfico mucho más cercano a nuestra realidad. En ese país, el fenómeno de los trabajadores pobres se ha convertido en un componente importante de la reflexión respecto a la arquitectura del sistema de protección social e, incorporado a la agenda política, está centrando en buena parte la pre-campaña de las elecciones presidenciales del año 2007 (ver por ejemplo, Le Monde 19-12-2006)(6). En cualquier caso, la cuestión de los trabajadores pobres no ha estado apenas presente en Europa en el debate público y político respecto a la pobreza, debido a que en el Viejo Continente se tiende a equiparar pobreza e inactividad laboral. Sin embargo, una parte importante de los pobres europeos trabajan, y la mayoría de ellos viven en hogares en los que al menos hay una persona ocupada.(7) (4) El concepto de trabajador pobre combina la dimensión individual en lo que se refiere al empleo con la dimensión familiar en lo que se refiere a la medición de la pobreza. Por lo tanto, un individuo con un salario inferior al nivel de pobreza puede ver cómo los ingresos de su hogar se complementan con el salario o las prestaciones económicas que reciben otros miembros del mismo hogar. En sentido contrario, una persona con un salario decente puede encontrarse en una situación de pobreza por la existencia en su hogar de miembros inactivos y/o por la insuficiencia de las prestaciones económicas. En el primer caso, el bajo salario se ve compensado por los ingresos familiares de los demás miembros del hogar y se evita la pobreza. En el segundo, mayoritario entre los trabajadores pobres, la situación de pobreza no se genera por un bajo salario, sino por la inactividad laboral de los demás miembros del hogar y por la escasez de las prestaciones económicas que recibe esa familia. De hecho, en Europa sólo un trabajador pobre de cada cinco es también un trabajador de bajo salario. (5) Preguntado por qué razón el problema de los trabajadores pobres ha recibido escasa atención política en Europa, Ramón Peña Casas, coautor de un estudio sobre los trabajadores pobres en Europa, explica que durante mucho tiempo en Europa se quiso creer que, al precio de niveles de paro más altos, se estaba favoreciendo un empleo más estable y de mejor calidad que en los Estados Unidos, donde el fenómeno de los McJobs es ya antiguo. «Habría que preguntarse también —añade— si no ha habido una cierta aversión psicológica a abordar una cuestión que pone en entredicho un presupuesto básico de nuestras políticas sociales, a saber, que el empleo ofrece una protección absoluta frente a la pobreza» (Hilero Eguneratuz, nº 54). (6) Ya en 2001, el Gobierno socialista de Lionel Jospin adoptó un amplió paquete de medidas para incrementar el poder adquisitivo de los trabajadores de bajos salarios y eliminar los desincentivos al empleo que provocaba el sistema de prestaciones asistenciales. (7) STRENGMANN,W. Working poor in Europe: a partial basic income for workers? En: Standing, G. Promoting income security as a right. Europe and North America. Londres: Anthem Press, 2004.

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Pese a la escasa atención que se ha prestado a esta cuestión, disponemos de datos suficientes para confirmar la importancia que la extensión de los bajos salarios ha adquirido en ese proceso de precarización del empleo y de erosión de su capacidad de inserción social: a) Según la Encuesta de Estructura Salarial del INE, con datos relativos a 2002, el 14,5% de los asalariados de las empresas de más de diez trabajadores percibían bajos salarios, es decir salarios brutos inferiores al 60% del salario mediano. El porcentaje desciende al 12,7% cuando se toma en cuenta el salario neto, lo que indica el efecto, no muy acusado, de reducción de la desigualdad del sistema de cotizaciones y deducciones fiscales. En términos de salario horario, el empleo de bajos salarios — definido como toda remuneración inferior al 60% de la remuneración horaria mediana— afecta al 13% de los trabajadores(8). b) Según la misma encuesta, el empleo de bajos salarios se concentra de forma desproporcionada entre las mujeres, entre los trabajadores a tiempo parcial —que perciben salarios horarios inferiores al resto de los trabajadores—, los jóvenes, las personas con contratos de duración determinada y las personas de baja cualificación. En general, además, no se observan signos evidentes de movilidad, y los trabajadores de bajos salarios tienden a serlo de forma más o menos permanente en el tiempo. c) En términos evolutivos, y de acuerdo al PHOGUE, Muñoz de Bustillo y Antón señalan que entre 1994 y 2004 el porcentaje de trabajadores de bajos salarios se ha mantenido relativamente estable en España, con valores situados entre el 12,5% y el 15,2%(9). En términos absolutos, y debido al crecimiento de la población ocupada, el número de trabajadores de bajos salarios se ha incrementado en ese tiempo en un 38%, pasando de 1,8 a 2,5 millones de trabajadores. Frente a ese relativo desinterés, en los últimos tiempos, y debido quizá a la propia magnitud del problema, la cuestión de los bajos salarios está empezando en nuestro país a ser objeto de atención y de análisis. En efecto, el establishment político, económico y mediático —así como la opinión pública, a la que se debe la creación del término de mileurista— empieza a ser consciente de la situación, como pone de manifiesto este fragmento de un artículo editorial del diario El País: «[Las rentas salariales] han perdido peso específico en la distribución nacional de la renta durante los últimos años, de la mano de la intensa (8) Sin duda, si la encuesta hubiera tenido en cuenta también a los trabajadores de empresas con menos de diez empleados, en las que se dan las mayores tasas de bajos salarios, los resultados hubieran apuntado un panorama sensiblemente diferente. (9) MUÑOZ DE BUSTILLO, R., y ANTÓN, J.I. Low wage work in Spain (1994-2004). Ponencia de Jornadas Increasing work and income among low-income households: drawing lessons from EU and US reforms. Madrid: Instituto de Estudios Fiscales, 2006.

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