ÁNIMO POSITIVO Mike y Diane Constantine Usado con permiso La carrera Es el día de Atletismo de Pista y Campo en la Escuela Internacional. Los chicos de la preparatoria se alinean para la carrera de 1600 metros. Ante el fuerte, “¡baam!” de la pistola de inicio, los corredores se disparan de la línea de arranque; cada muchacho esforzándose para obtener los máximos resultados de su cuerpo. Mil seiscientos metros después, uno ganará, uno será el más veloz, el mejor. Cuatro más habrán perdido, aunque ellos pudieron haber entrenado y competido de igual manera. Los dos favoritos en esta carrera eran un muchacho australiano y un singapurense. Ambos corrieron bien, y la carrera estuvo reñida. Pero con un acelere final, el australiano venció al singapurense, ganando por una nariz. ¡Vítores! ¡Júbilo! Y desilusión. Los encuentras todos en la línea de meta. La madre del muchacho del segundo lugar regañó y reprendió a su hijo públicamente porque no ganó. La escena nos entristeció. Como si el perder no hubiera sido suficiente, él también tenía que soportar el menosprecio de su madre. ¿Por qué lo trató tan duramente? Tal vez ella pensó que ayudaba a su hijo a convertirse en una mejor persona o a motivarlo para superarse. Después de todo, ¿no saben todos que (como algunos asiáticos nos lo han dicho) “Si dices lo bueno, sucederá lo malo?” Tampoco olvidemos el kiasu. Tal vez no estés familiarizado con lo que es kiasu. Es la palabra china para describir la actitud de ganar-a-toda-costa, que se infiltró en Singapur y rápidamente se extendió por otros países asiáticos. Kiasu significa, tú debes ser el primero. Es algo como el lema que usó una vez un orador motivacional: “Si no eres el perro guía en el equipo del trineo, el panorama siempre será el mismo.” Ambas ideas transmiten la misma postura ante la vida de ganar-a-toda-costa. Otro muchacho corrió en otra carrera ese día, un muchacho quien no tenía esperanza de ganar. Él entró a la carrera solo para obtener puntos de participación para su equipo. Corrió con todo su corazón, pero aún así terminó en último lugar. ¡Último lugar! ¿Alguna vez alguien quiere ser el último? Me encontré con el muchacho en la línea de meta. Lo alabé y lo animé. Le dije lo orgulloso que me había hecho sentir. Verán, ese muchacho era mi hijo. Él ganó su propia contienda ese día, la lucha de su voluntad. Algunos ganadores jamás escucharán los vítores de las multitudes, pero seguramente tendrán padres que les aplauden sus esfuerzos. Estos dos jóvenes aprendieron diferentes lecciones ese día. El primer muchacho aprendió que debe ganar o será un fracaso. El segundo aprendió que aún si terminas siendo el último, tú puedes triunfar. ¿Cuál es la mejor lección? El recital Un joven estudiante de piano se prepara para su recital. Sus pequeños dedos se estiran al máximo y una vívida imaginación vierte su inspiración en la música. Finalmente llega la noche del recital. Camina confiadamente hacia el piano, se sienta. . ¡Y comienza a tocar la pieza equivocada! Llorando avergonzado, sale corriendo del escenario, deseando poder evaporarse (Como dicen en Viaje a las Estrellas, “¡Transpórtame Scotti!”) La vida puede ser difícil para un chico de ocho años, especialmente cuando todo su mundo lo ve fallar.
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Pero, ¡esperen! El poder de la compasión rompe la tradición. Más tarde en el programa, el maestro de música le pide que toque de nuevo. Inusual, pero muy acertado, el estudiante regresa al piano y toca una pieza que él había compuesto. El salón irrumpe con un animoso aplauso. Las lágrimas brotan de los ojos de los padres, todo lo que necesitaba su hijo era una segunda oportunidad para salvar el día. Él la tuvo, gracias a un maestro que rompió la tradición y también rompió el poder de la desilusión. Muy semejante a Jesús, quien siempre les dio a sus discípulos una segunda oportunidad para triunfar. El haber estado con Jesús debe haber sido una de las experiencias más alentadoras. Sus discípulos aprendieron de sus fracasos, y se volvieron más fuertes debido a las lecciones que el Maestro les enseñó. El ánimo libera el corazón de tus hijos. Muchos padres han tenido éxito en obtener los máximos logros de sus hijos, pero jamás han logrado entrar a sus almas. Eso es porque la disciplina puede ganar el respeto de un hijo, pero el ánimo gana su cariño. De acuerdo al verso “También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, y que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos.” (I Tesalonicenses 5:14), es el corazón apocado el que necesita ser animado. En el griego esa es una palabra descriptiva. Significa una persona con un alma pequeña. ¿Te ha sucedido que hay veces cuando la confianza de tu hijo parece marchitarse como una flor seca? El ánimo rejuvenece. Cuando animamos a nuestros hijos, les ayudamos a afirmarse interiormente. Todos nosotros pasamos por situaciones en las que nos sentimos abrumados, y para los niños, esas situaciones pueden suceder con frecuencia. Qué tremendo beneficio les brindamos cuando aprovechamos cada oportunidad para animarlos. El poder de la gentileza Un hombre por quien tengo gran respeto, contó la siguiente historia sobre su hija. Durante sus años de adolescencia, ella pasó por tiempos difíciles. De hecho, sus padres sintieron que estaban perdiendo el contacto con ella. Entonces su papá tuvo una idea. Un día, saliendo del trabajo y de camino a su casa, le compró un pequeño regalo, nada caro, sino algo que él sabía que a ella le gustaba. Esa noche fue a su recámara y se lo dio. Le dijo lo mucho que la amaba, y se sentó a su lado mientras ella le abría su corazón. Tranquilamente la escuchó, mientras ella le revelaba sus temores, sus preocupaciones, y sus dudas. Él no dijo mucho esa noche. Solamente tomó gentilmente su mano y oró por ella. Este es un hermoso cuadro del ánimo en acción. Él vio su necesidad. Se tomó el tiempo para escucharla, en vez de sermonearla. Le extendió su mano, la habló con suavidad, y oró. ¿Ayudó el hacer eso? ¡Por supuesto! Esa era la clave para llegar a su corazón, y fue lo que mantuvo abierta la comunicación entre ellos. Algunos padres ven cada problema como un problema de disciplina y están ciegos a la necesidad de ánimo de sus hijos. ¿Qué es lo que causa tal ceguera? El vivir egocéntricamente nos ciega ante las necesidades reales de nuestra familia. Una persona egocéntrica, raramente ve el dolor de otros. He conocido hombres y mujeres que tienen una gran visión para sus negocios o para la iglesia, y aún así no pueden ver las verdaderas necesidades de sus hijos. El resplandor de la prosperidad y de los logros, pueden cegar nuestros ojos ante las necesidades de nuestros hijos. Algunos padres les dan cosas a sus hijos, en vez de atención, substituyendo el amor
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verdadero con otro juguete. Eso no funciona. Siempre obtienes aquello por lo que pagaste. Substituye la atención con posesiones, y obtendrás un hijo que solo te ama (si puedes llamarlo amor) por lo que le das. Ama a tu hijo lo suficiente para involucrarte y obtendrás la entrada a su corazón de por vida. Amar significa involucrarse. Siempre lo ha sido y siempre lo será. ¿Estás involucrado en la vida de tu hijo? ¿Conoces sus temores, sus deseos y sus luchas? Falta de comprensión. Por varios años de la vida de nuestro hijo menor, lo disciplinábamos, cuando debíamos haberlo animado. Amamos a Mateo, sin embargo estábamos ciegos ante sus verdaderas necesidades, sus necesidades más profundas, y solo veíamos las expresiones superficiales de esas necesidades, en su comportamiento negativo. Una perceptiva consejera cristiana de la escuela de nuestro hijo, nos ayudó a comprender que su problema necesitaba un enfoque diferente. Ella nos ayudó a darnos cuenta de que nuestro hijo quería cooperar con nosotros. Pero estaba frustrado por dificultades que no podíamos ver. Sí, aún necesitamos disciplinarlo a veces. Pero cuando vimos sus verdaderas necesidades, estuvimos dispuestos a animarlo más y a disciplinarlo con más efectividad. Winston Churchill sabía cómo animar. Él le habló de esperanza al pueblo británico durante los largos días y noches del bombardeo alemán. Les recordó quienes eran, y lo que podían hacer, y les aseguró que la victoria sería suya. Todos los niños necesitan padres que pueden hacer esto por ellos, de una manera que puedan comprender a su edad, porque esos pequeños soldados, con frecuencia pelean grandes batallas. El ánimo es la marca de los líderes efectivos. A través del ánimo, levantan el espíritu de sus seguidores, guiándolos para llevar a cabo grandes proezas y ganar batallas imposibles. Al igual que el agua vertida en una planta sedienta, el ánimo hace que nuestros hijos florezcan. ¿Quién vierte esperanza fresca en tu hija cuando se equivoca en su recital? ¿Quién permanece junto a tu hijo, cuando falla el gol que hubiera hecho ganar el juego? Piensa en tu propia vida cuando eras niño. ¿No había más desilusionadores que animadores? Maestros, entrenadores, tutores, compañeros de juego; todos parecían estar demasiado ocupados para animarte. Para la mayoría de nosotros, poca gente, quizá solo uno o dos, sobresalieron. Ellos eran animadores, los que cambian vidas. ¿No te gustaría ser una de esas raras personas en la vida de tu hijo? Entre mis tesoros, tengo una tarjeta de uno de mis hijos. Él la escribió cuando tenía unos diez años. En ella me llama un gran papá y un gran animador. No siempre merezco esos títulos, pero qué alegría saber que mi hijo me ve de esa manera. Veremos la necesidad de ánimo de nuestros hijos si le pedimos a Jesús, el Gran Médico, que sane nuestra visión. Entonces comenzaremos a ver a nuestros hijos como él los ve. No es un pecado el ser ciego, pero es un pecado permanecer ciego cuando tenemos la vista a nuestra disposición. ¿Querrías decir esta oración? “Señor Jesús, solo tú puedes dar vista a los ciegos. Te pedimos que abras nuestros ojos ante nuestros hijos. Ayúdanos a verlos como tú los ves, y a amarlos como tú los amas. Muéstranos qué es lo que nos ciega. Si hemos cerrado nuestros ojos, negándonos a ver, perdónanos. Danos el valor para abrir nuestros ojos y vernos a nosotros mismos y a nuestros hijos, tal como somos realmente.”
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