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[PDF]Diapositiva 1ecaths1.s3.amazonaws.com/.../155728842.JESÚS%20EN%20JERUSALEN.pdfEn cachéEn las fiestas de peregrinaci
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PRIMER SIGNO: LA ENTRADA A JERUSALÉN (11, 1-11 // Mt 21,1-11; Lc 19,2940; cfr. Jn 12,12-19)

1Cuando

se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, envió a dos discípulos 2diciéndoles: —Vayan al pueblo de enfrente y, al entrar, encontrarán un burrito atado, que aún nadie ha montado. Desátenlo y tráiganlo. 3Y si alguien les pregunta por qué hacen eso, le dirán que le hace falta al Señor y que se lo devolverá muy pronto. 4Fueron y encontraron el burrito atado junto a una puerta, por fuera, en la calle. Lo soltaron. 5Algunos de los allí presentes les dijeron: —¿Por qué sueltan el burrito? 6Contestaron como les había encargado Jesús, y les permitieron llevarlo. 7Llevaron el burrito a Jesús, le echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. 8Muchos alfombraban el camino con sus mantos, otros con ramos cortados en el campo. 9Los que iban delante y detrás gritaban:

¡Hosana! Bendito el que viene en nombre del Señor. 10Bendito

el reino de nuestro padre David que llega.

¡Hosana en las alturas! 11Entró

en Jerusalén y se dirigió al templo. Después de inspeccionarlo todo, como era tarde, volvió con los Doce a Betania.

Los que llegaban del norte a Jerusalén se alojaban en los pueblos cercanos a la ciudad, que no daba abasto para todos los peregrinos. En las fiestas de peregrinación era obligación alojar en Jerusalén, por lo que las autoridades extendieron el “territorio jurídico” de Jerusalén a los pueblos de Betfagé y Betania.

Tres veces al año todos los varones mayores de 12 años debían peregrinar a Jerusalén: para la fiesta de la Pascua (Pésaj), para la fiesta de las semanas (Shavot- Pentecostés) y para la fiesta de las tiendas (Sukkot). Pascua recordaba la liberación de Egipto; Shavot, la alianza del Sinaí y la entrega de la Ley y Sukkot, la peregrinación en el desierto. En estas fiestas, la gente acudía de todas partes y el bullicio y negocios de Jerusalén, y particularmente del Templo, subían considerablemente.

Jesús hace ir a dos discípulos hasta un pueblo cercano a buscar un burro y les da un “signo y seña” para que los dueños reconozcan a los discípulos y se lo entreguen. Es una medida de seguridad previamente acordada, porque Jesús tiene planificado realizar varias cosas en la Ciudad y debe evitar ser arrestado, por lo menos, antes de terminar lo que tiene planificado.

Jesús monta en el burro y entra en la Ciudad, rodeado de los gritos de Hosanna (¡Sálvanos!) del gentío que lo sigue y que va adelante. Además cortan ramas y las ponen en el suelo, como una alfombra, junto con los mantos.

La comitiva, , proclama la llegada del Mesías a Jerusalén y con ello, la llegada del reino “de nuestro padre David”. El relato de la preparación es muy detallado, a diferencia de la entrada, que es muy breve: “Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observarlo todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania”.

Muchos de estos elementos recuerdan más a la fiesta de las tiendas que a la pascua: La procesión con ramas hasta el Templo, los gritos de Hossana y la cita del mismo Jesús en Mc. 12,10ss, recordando el salmo 118, que se utilizaba en dicha celebración. Esto puede tener dos sentidos: a) Históricamente, la entrada en Jerusalén sucedió en dicha fiesta y no en la Pascua, por lo que sería un episodio distinto de la última estadía en Jerusalén.

b) Jesús quiere recordar el sentido de desinstalación y peregrinaje de la fiesta de las tiendas, más que el nacionalismo de la pascua. El pueblo debe desinstalarse de su mentalidad y del esquema que ha vivido y retomar el ideal de la Alianza, cuando era peregrino y vivía en tiendas en el desierto. Sólo volviendo a este ideal, igualitario y fraterno, es posible verdaderamente la liberación que el pueblo celebra en la pascua. En todo caso, todos los evangelistas señalan la entrada con ramos antes de la Pascua, por lo que es más probable la segunda explicación.

Jesús ha permitido esta manifestación popular con la intención de provocar una reacción en la Ciudad Santa, la aceptación del “Mesías de los Galileos” o su rechazo, pero se encuentra con una total indiferencia. Él intencionadamente ha aparecido como el Mesías, no en caballo y armado para luchar contra los romanos, sino en un sencillo burro y como un peregrino más.

Jesús es presentado como el Mesías-Rey esperado, un rey pobre y humilde, que no trae la guerra sino la paz, según la profecía de Zac 9,9s. La intención de devolver el burrito también lo muestra como un rey justo y bondadoso. La gente saluda a Jesús con las palabras del Sal 118,25s.

9Alégrate,

ciudad de Sión: grita de júbilo, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra. 10Destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; destruirá los arcos de guerra proclamará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. 11Por la sangre de tu alianza, libertaré a los presos del calabozo.

es el día en que actuó el Señor: ¡vamos a festejarlo y a celebrarlo! 25¡Sálvanos, Señor, por favor! ¡Por favor, danos éxito, Señor! 26–El que entra sea bendito en Nombre del Señor! Los bendecimos desde la casa del Señor. 27El Señor es Dios, él nos ilumina. –Inicien una procesión con ramos hasta los ángulos del altar. 28–Tú eres mi Dios, te doy gracias, Dios mío, yo te ensalzo. 29–Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor. 24Éste

Esto es una contradicción inaceptable, pero no provoca nada, sólo la indiferencia de la gente, atareada con los preparativos de la Pascua, fiesta de la liberación, pero incapaz de comprometerse por hacer realidad esa liberación que van a celebrar.

Jesús llega al Templo (más propiamente a los patios del Templo) y lo observa todo, preparando junto a la multitud que ha llegado con él el tercer signo que realizará al día siguiente.

La manifestación ha permitido paralizar a los enemigos de Jesús y permitirle entrar en la ciudad abiertamente, y retirarse de ella cuando ya es tarde, y sólo en compañía de los íntimos, los Doce.

Así Jesús inicia la primera provocación, la que tiene como respuesta la total indiferencia.

El no viene a pedir favores, sino a exigir una respuesta por parte de la ciudad, tanto de la gente como de las autoridades, a su propuesta del Reino, respuesta que decidirá el futuro de Jerusalén y de todo el pueblo, y el futuro del propio Jesús y sus discípulos.

SEGUNDO SIGNO:

LA HIGUERA SIN FRUTOS

(11, 12-14 // Mt 21,18s)

12Al

día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. 13Al ver de lejos una higuera frondosa, se acercó para ver si encontraba algo; pero no encontró más que hojas, pues no era el tiempo de los higos. 14Entonces le dijo: —Nunca jamás nadie coma frutos tuyos. Los discípulos lo estaban escuchando.

La respuesta de la Ciudad ha dejado triste a Jesús. La nula reacción refleja la cerrazón de los poderosos a su propuesta y la comodidad de un pueblo que sigue esperando a un “solucionador de problemas”, negándose a asumir su propio protagonismo para cambiar las cosas e instaurar el Reino de Dios, no el “reino de nuestro padre David”.

El cambio político e independencia nacional serán inútiles si primero no se retoma el ideal fundacional de Israel: Aceptar a Dios por rey y construir una sociedad igualitaria y fraterna, sólo así tendrán la libertad y autonomía reales para construir un mundo nuevo. Sin esto, la independencia sólo sería cambiar de un opresor extranjero a uno nacional.

Camino a Jerusalén desde Betania junto a sus discípulos, Jesús se acerca a una higuera, fuera de temporada, a buscar higos, encontrando sólo hojas y la maldice diciendo: “Que nadie más coma frutos de ti”.

La higuera es un árbol común en el territorio de Israel y presenta la particularidad de dar hojas junto con los primero higos. Una higuera con hojas debía tener frutos, aunque fuese fuera de tiempo, si no los tenía quería decir que ese año no los daría.

La acción de Jesús es un reflejo de lo sucedido el día anterior y de lo que ha venido a hacer a Jerusalén: buscar frutos.

El culto vacío y una fidelidad casi enfermiza a la letra de la Ley esconden detrás de una supuesta fidelidad, la total falta de consecuencia, la nula realidad de los frutos de justicia y fraternidad que esas hojas debían provocar.

Jesús ha venido a buscar esos frutos, aún fuera de tiempo, y no los ha encontrado, lo que indica que la higuera (el pueblo) será estéril a los intentos de provocar el Reino, por lo que se condenará a sí mismo a la sequedad y la destrucción.

Es ese peligro el que ha venido a señalar Jesús. Como Hijo de Dios ha venido a exigir los frutos que el Padre espera, en cada uno y en la totalidad del pueblo, y al no encontrarlos, sufre la desilusión y comprende que el final trágico, el suyo propio y el de su pueblo, se vuelve inevitable.

Aún así es necesario intentarlo, tratar de corregir los desvíos y despertar a la higuera dormida, para que dé los frutos que se esperan de ella. Sólo con esos frutos justificaría su existencia y sus hojas verdes, que aparentan una fertilidad que no tienen.

TERCER SIGNO: LA PARALIZACIÓN DEL TEMPLO (11, 15-19 // Mt 21,12-17; Lc 19,45-48; cfr. Jn 2,13-16)

15Llegaron

a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a echar a los que vendían y compraban en el templo; volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, 16y no dejaba a nadie transportar objetos por el templo. 17Y les explicó: —Está escrito: Mi casa será casa de oración para todas las naciones; en cambio ustedes la han convertido en cueva de asaltantes. 18Lo oyeron los sumos sacerdotes y los letrados y buscaban la forma de acabar con él; pero le tenían miedo, porque toda la gente admiraba su enseñanza. 19Cuando anocheció, salió de la ciudad.

Si había un signo en el tiempo de Jesús que identificara a todo el pueblo de Israel, era el Templo de Jerusalén. Era uno de los más grandiosos de la época y de mayor tamaño, todo un símbolo de identidad nacional.

Además de ello, era verdaderamente el centro del poder político, religioso, judicial y económico de Israel. Ahí se encontraba el Sanedrín, tribunal superior de justicia que constaba de 72 miembros, y que juzgaba las causas importantes, siempre bajo la tutela de Roma.

Sumemos a ello, que la inmensa carga de impuestos hacía del templo una especie de “banco central” del país, donde se acumulaba, sólo por concepto del diezmo, el 10% de la producción nacional cada año. Por último, al ser el único centro de culto a Dios, monopolizaba las ceremonias religiosas y los sacrificios, los que se realizaban ininterrumpidamente todos los días

Entre los diversos impuestos que contribuían al tesoro del Templo y el mantenimiento del culto y los sacerdotes, podemos mencionar el diezmo, el impuesto para la mantención del Templo (Shekalim), la ofrenda de las primicias y la contribución que cada judío debía hacer para las fiestas.

Hay que sumar a ello los diversos sacrificios que había que hacer en diversas circunstancias de la vida, como los de purificación de una enfermedad, el rescate del primogénito, las purificaciones por impureza, además de las ganancias pro cambio de monedas y compra de animales.

Esto hacía del espacio del Templo un lugar especialmente conflictivo, origen de revueltas y motines, especialmente durante las grandes fiestas.

Todo ello hacía del Templo, no sólo un símbolo, sino el real centro de poder del sistema. En los patios del Templo, los judíos podían discutir abiertamente sus asuntos, tanto políticos como religiosos o legales, sobre todo en el “patio de los judíos”, al que no podían entrar los gentiles.

Por ello, el Templo contaba con su propia guardia, armados de bastones, además de la torre de vigilancia instalada por los romanos, para vigilar desde altura lo que ahí ocurría.

Es en este lugar, centro de tantos sentimientos y de poder, donde Jesús se dispone a realizar el tercer signo provocador a la ciudad y sus autoridades. Todo fue planificado el día anterior, cuando Jesús observó todo y luego se fue.

La acción se llevó a cabo en el “patio de los gentiles” donde podían entrar los “temerosos de Dios”, es decir, los gentiles convertidos al judaísmo, además de los judíos.

La acción comienza con la expulsión de los vendedores y los compradores del mercado que se instalaba en ese lugar, principalmente dedicado a la venta de animales para el sacrificio y el cambio de monedas Las monedas en uso en la época eran varias, principalmente monedas romanas, que tenían la imagen del emperador y su nombre, por lo que estaban prohibidas en el templo.

Por ello, debían ser cambiadas por una moneda que se usaba sólo en el Templo. Cada cambista cobraba una comisión, además del precio a pagar después por el animal a comprar, resultando un negocio redondo para los administradores del Templo.

Luego volcó las mesas de los que cambiaban las monedas y los vendedores de palomas, “y no permitía que nadie trasladase cosas por el Templo”, ya que algunos usaban este patio como atajo de un lugar a otro de la ciudad, además del necesario traslado de los animales hacia el edificio del Templo.

El patio de los gentiles era un espacio inmenso y no es posible pensar que Jesús sólo o con los Doce pudiera expulsar al gentío que compraba y vendía, menos aún detener a todos los que trasladaban cosas por el patio. Se trata de una acción masiva, realizada con la colaboración de la multitud de discípulos que había entrado con él a Jerusalén el día anterior. Se trata más que de una purificación, de una paralización del comercio que se realizaba en el lugar, y con ello, de las necesarias víctimas para el sacrificio y de las contribuciones, que enriquecían aún más a la casta sacerdotal.

Una vez paralizado el Templo, Jesús explica el sentido de la acción: “¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”.

La cita es de Is 56,7, anunciando la entrada de los extranjeros al pacto del Sinaí. La realidad era muy distinta, el templo era lugar de divisiones, donde los gentiles podían entrar sólo hasta este patio, las mujeres en un lugar distinto, los judíos más cerca, y de ahí en adelante, sólo los sacerdotes.

En lugar de un sitio de unidad, marcaba más la división entre el pueblo, sobre todo entre judíos y gentiles.

El Templo debía congregar a todos los pueblos y ser la expresión fiel de la alianza, pero era todo lo contrario. Eran las hojas de la higuera, que aparentaban fidelidad, pero que no daba frutos.

El culto era vistoso y elaborado, pero no era más que una pantalla que ocultaba la injusticia y la explotación de la fe del pueblo, para el enriquecimiento de unos pocos. Manteniendo el culto se calmaban las conciencias y los injustos y poderosos creían mantener a raya la “ira de Dios”.

Por eso Jesús lo llama “cueva de ladrones”, porque es el lugar donde los que roban se sienten seguros y protegidos, como en su propio refugio. El Templo había perdido su sentido y su paralización era un anuncio doble: Por un lado, un signo de que era posible detener los abusos y cambiar las cosas, si en realidad se tenía la intención de hacerlo. Y por otro, un anuncio de lo que iba a suceder si no se cambiaban las cosas: el culto iba a cesar y el ir y venir de víctimas no podría detener el desastre al que el pueblo y sus autoridades se dirigían.

Las autoridades del Templo contemplaron la acción con asombro y resolvieron eliminarle. La gente lo seguía, incluso para paralizar el lugar más sagrado y significativo, y eso era una mala señal para la seguridad de la “cueva de ladrones”.

Jesús se había vuelto un tipo peligroso, pero mientras la gente lo siguiera era intocable, ya que apresarlo podía provocar mayor revuelo que dejarlo libre. Con todo, había que hacer algo, enfrentarlo directamente, con toda la autoridad de la que gozaban, para desprestigiarlo delante de la gente y así poder eliminarlo.

No se trató de un arranque de indignación, sino de una labor planificada, destinada a provocar a las autoridades y al pueblo. Esta vez, Jesús logró una reacción en las autoridades, la del rechazo absoluto, y en la gente de Jerusalén, la admiración, aunque sólo sea la de quién mira sin comprometerse.

Al atardecer, Jesús se retira fuera de la ciudad, probablemente hacia Betania. En medio de la gente y a luz del día, Jesús era intocable. En la noche era inseguro quedarse y por lo mismo se retira hacia la seguridad de Betania, en medio de los peregrinos y de los Doce, para volver al Templo al día siguiente y enfrentar a las autoridades.

EL REINO SIGUE SIENDO UN PROYECTO POSIBLE

(11, 20-25 // Mt 21,20-22… Mt 6,14s)

20Por

la mañana, pasando junto a la higuera, vieron que se había secado de raíz. 21Pedro se acordó y le dijo: —Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado. 22Jesús le respondió: —Tengan fe en Dios. 23Les aseguro que si uno, sin dudar en su corazón, sino creyendo que se cumplirá lo que dice, manda a ese monte que se quite de ahí y se tire al mar, lo conseguirá. 24Por tanto les digo que, cuando oren pidiendo algo, crean que se les concederá, y así sucederá. 25Cuando se pongan a orar, perdonen lo que tengan contra otros, y el Padre del cielo perdonará sus culpas. 26[[Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre del cielo los perdonará a ustedes.]]

Luego del episodio del Templo, Marcos retoma el tema de la higuera sin frutos, por lo que podemos establecer una relación entre ambos relatos. La higuera está seca hasta la raíz, por no haber dado los frutos que se esperaba de ella. Así también Jerusalén, al no dar los frutos que el Hijo ha venido a buscar, se está condenando a su autodestrucción.

Jesús está cada vez más desilusionado, pero no pierde las esperanzas. El futuro se ve oscuro, pero es modificable, si se tiene fe y el pueblo y sus autoridades cambian de actitud y dan los frutos que Dios espera. Los discípulos han entendido el signo y se sorprenden, pero Jesús no los llama a la desesperación, sino a la esperanza.

La oración y la fe en Dios y en el proyecto de Jesús debe ir acompañado de un cambio de actitud. Si el pueblo quiere corregir el rumbo y que Dios perdone sus pecados, su injusticia y su indiferencia frente a los demás, debe empezar por perdonarse unos a otros, terminando con las divisiones y las injusticias.

¿QUIÉN TIENE LA AUTORIDAD? (11, 27-33 // Mt 21,23-27; Lc 20,1-8)

27Volvieron

a Jerusalén y, mientras caminaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los letrados y los ancianos 28y le dijeron: —¿Con qué autoridad haces eso? ¿Quién te ha dado tal autoridad para hacerlo? 29Jesús respondió: —Les haré una pregunta, si ustedes me responden yo les diré con qué autoridad lo hago. 30El bautismo de Juan, ¿procedía del cielo o de los hombres? Respóndanme. 31Ellos discutían entre sí: Si afirmamos que del cielo, nos dirá que, por qué no le creímos. 32¿Vamos a decir que de los hombres? –Tenían miedo a la gente, porque todos consideraban a Juan un profeta auténtico–. 33Así que respondieron: —No sabemos. Y Jesús les dijo: —Entonces yo tampoco les digo con qué autoridad lo hago.

Jesús llega al Templo, y entre la intranquilidad de las autoridades, se pasea por los patios abierta y provocadoramente, esperando que las autoridades reaccionen. Al fin se deciden y le preguntan directamente:

.

La pregunta era esperable, los que tenían autoridad sobre el Templo eran ellos, pero esa autoridad también era limitada, pues no podían suspender los sacrificios o el quehacer del Templo, además de estar constantemente vigilados por los romanos.

Jesús, sin embargo, ha hecho algo que ni ellos mismos pueden hacer (paralizar el Templo) y ha puesto en peligro la seguridad del recinto sagrado y la estabilidad de sus cargos, ya que la acción del día anterior, junto con la entrada a Jerusalén, difícilmente iban a pasar desapercibidas ante los romanos. La principal preocupación de las autoridades es mantener el Templo y sus cargos, y con ello, la estabilidad de la situación política, por injusta que fuese.