Cómo la inseguridad cambió nuestra vida

28 sept. 2008 - vados del derecho constitucional de transitar ... aconseja tener armas en los hoga- res. Sabe, tal ... s
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Información general

Página 24/LA NACION

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Domingo 28 de septiembre de 2008

Un flagelo que impacta en los hábitos: las medidas que toma la gente en la Capital y el conurbano

FOTOS DE FABIAN MARELLI Y RICARDO PRISTUPLUK

En zonas residenciales, como el barrio River, no entran los autos en el garaje

Un muñeco simula la presencia de humanos en una casa de Belgrano

El blindaje ya no es sólo para autos de lujo

Cómo la inseguridad cambió nuestra vida Los cercos eléctricos, cada vez más comunes

Continuación de la Pág. 1, Col. 1

muñecos en terrazas, balcones o detrás de ventanales estratégicamente iluminados, brindan un efecto de seudoprotección frente a la acechanza del delito. El saqueo de la tranquilidad ciudadana también ha organizado a los vecinos –según se desprende de innumerables testimonios recogidos por LA NACION–, que ahora instalan alarmas comunitarias, trazan corredores viales de seguridad, implantan Planes Alerta en los barrios, abren blogs y foros en Internet, cimentan cadenas telefónicas, y hasta crean patrullas vecinales para velar por la integridad de sus conciudadanos. De acuerdo con un sondeo de la Universidad de Belgrano, entre 620 porteños, el 67 por ciento de los consultados reconoció haber modificado horarios y rutinas cotidianas por la inseguridad. Para ellos, los robos violentos y los hurtos constituyen la principal amenaza delictiva. Y por ello, el 49% afirmó haber extremado las precauciones durante sus desplazamientos, frente a otro 25% que aseguró haber erradicado de cuajo las salidas nocturnas. Las opciones para evitar atracos son variadas, según la encuesta: se cambia el auto por remises de empresas conocidas; se alternan las rutas y los trayectos al regresar al hogar; pocos caminan solos, y algunos acuden al cajero sólo en horarios diurnos. Desde la Cámara Argentina de Empresas de Seguridad Privada (Caesi), confirman que sus servicios vienen ostentando un crecimiento sostenido, del orden del 6% anual, a partir de 2001. A los 140.000 hombres empleados en ese rubro en el país (entre los que se calcula 30% más de trabajadores en negro), se suman mensualmente nuevos interesados ante una realidad que instala como infinitas las demandas y escasos los recursos, según consigna Marcelo Durañona, director ejecutivo de esa cámara.

El momento más crítico Psicóloga de organizaciones y empresaria exitosa, Alicia hace tiempo que cortó por lo sano. Para ella, el momento crítico del día es al ingresar su auto en el garaje en su residencia de la zona de Las Lomas, en Núñez. Para minimizar esa tensión, contrató un servicio de escolta por $ 90 al mes –Jofiel Seguridad–, que desde otro vehículo con balizas custodia cada uno de sus ingresos o egresos. “Si llamé y la escolta se retrasó, cien metros antes apago las luces o doy vueltas a la manzana hasta verlos llegar. Tengo clarísimo que los ladrones entran por la puerta y es allí donde extremo las precauciones”, dice. Revela, además: “Nadie, ni mi madre ni mis amigas, entran en mi ausencia a casa, si antes no advertí de su llegada”. A partir de simulacros familiares, ante posibles atracos, en la casa de

Vecinos defienden su instalación

FABIAN MARELLI

El cartel advierte del peligro ante un cerco electrificado, una polémica medida de seguridad cada vez más común en San Isidro (foto) y en la Capital

Luis, cada miembro tiene asignado un rol específico ante una eventualidad delictiva. La principal directriz es que cada uno se encierre en su cuarto y se tire al piso, mientras uno solo, el padre, confronta la amenaza. Acostumbrados a dormir con las luces prendidas del jardín, y aceptada la prohibición “de no prolongar las salidas en los autos, sino invitar a los acompañantes a pasar al living de la casa”, las hijas de Luis aprendieron a no oponer resistencia. Y saben también cuál es el lugar de la casa donde esconde la previsora pila de dólares para ceder sin preámbulos ante la eventualidad de un robo.

Autos blindados “Estamos llegando a los niveles récord de 2001 y 2002 en blindajes de autos”, detalla Claudio Beatriz, titular de la empresa Alive, en Avellaneda. “Antes se blindaban sólo autos de alta gama a un costo de entre US$ 25.000 y US$ 33.000; pero hoy también son los padres los que consultan sobre blindajes para modelos más económicos, como los VW Golf, Focus y New Beetle de los hijos”, cuenta. “El auto blindado no es un lujo; es una tranquilidad. Está pensado para escapar, y para brindar la templanza necesa-

ria ante un sorpresivo ataque”, explica, al reconocer que los blindajes, por su costo, no se parangonan con la demanda de polarizados, la opción más usual, pero menos efectiva según su criterio. “El recrudecimiento de la inseguridad contagió una especie de «yo por vos y vos por mí» que hace al instinto de preservación colectiva y cuyo único requisito es la armónica convivencia entre vecinos frente a un Estado percibido como ausente”, explica Alicia Angiorno, de la ONG de Castelar Madres y familiares de Víctimas. Allí, en el marco de los Planes Alerta, creados con el municipio a instancias de los residentes, los vecinos de Loma Verde conectaron sus hogares a alarmas comunitarias: ante merodeadores sospechosos, cada vecino, provisto de un bipper, enciende los reflectores de la cuadra. Y frente a un peligro inminente, otro botón del mismo adminículo dispara una estruendosa sirena. En el Bajo Belgrano y en el barrio River, donde se diseminan los cercos electrificados según comprobó LA NACION, se adoptaron medidas similares. Los reflectores interconectados con fotocélulas en los frentes de las casas iluminan la vía pública. Pero

es Marcos, un vigilador privado, el que pulsa el botón de alerta del bipper, cuya señal se activa sólo en la central de la empresa, que enseguida avisa al 911. A Gabriel Lombardo lo asaltaron 39 veces en su trabajo. Es repartidor de alimentos y su hartazgo lo empujó a fundar la ONG que preside, Vecinos en Alerta de Lomas de Mirador (Valomi), responsable de haber instalado corredores viales por todo el partido de La Matanza. Lombardo no sólo le acomoda el auto a su hija “para que no salga marcha atrás”. Le ha dado indicaciones precisas a toda su familia: “Cuando salen, pongan una primera veloz hasta la avenida; y estén siempre atentos, ya que un segundo de distracción les puede costar la vida”. “Los argentinos hemos sido privados del derecho constitucional de transitar libremente por las calles. Quienes nos gobiernan les han cedido esos derechos sólo a los delincuentes”, puntualiza.

Pánico perpetuo “Acá, la gente está alterada, nerviosa y vive en perpetuo estado de pánico, desconfiando de todo y de todos”, describe. Por ello, su organi-

zación ya elevó un petitorio para reformar el Código Penal, cambiar los códigos de procedimiento para darles más facultades a las fuerzas de seguridad y que sean éstas las que impongan un férreo control de identidad frente a cada ciudadano. Vecino de la zona norte, en el foro comunal que integra, Alberto desaconseja tener armas en los hogares. Sabe, tal como lo confirma la estadística de la Dirección de Política Criminal del Ministerio de Justicia, que tres de cuatro personas que sacan un arma en legítima defensa mueren bajo las balas de la delincuencia. No obstante, construyó un contrapiso en su mesa de luz para guardar la suya. Y jura que sólo la utilizaría para ahuyentar ladrones si traspasaran su amplio jardín, “ya que si el tipo está adentro, resistirse es suicida”. Al parecer, esa es también la percepción generalizada, confiaron en el Renar, donde en los últimos 14 meses gracias a los planes de desarme se canjearon 97.000 armas por dinero –entre $ 100 y 450 pesos, según el arma–, precisaron en la institución. Allí, las solicitudes de tenencia se redujeron de 83.000 en 2002 a 23.000 en los nueve meses que lleva 2008.

“No nos queda otra que correr con el auto en la Panamericana” Crece el temor a abordajes en la autopista y al llegar al hogar Usar vidrios polarizados, mirar para todos lados ante la obligatoriedad de un semáforo; ignorarlos por las noches. Jamás incluir información que identifique el domicilio en la billetera. Usar siempre identificador de llamadas, tanto en el celular como en el teléfono del hogar. Tener siempre a mano un celular extra para los hijos más chicos. Combinar con los vecinos un horario determinado para sacar todos al unísono la basura. Y, por último, requerirle, a la empresa de delivery, una llamada extra cuando el pedido esté por arribar en la que mencionen claramente el código pautado entre el comercio y el cliente cuando se concretó el pedido. Esas son apenas algunas de las modalidades que las mujeres implementan para escaparle a la inseguridad. Aunque vivan en countries, ellas aseguran haberse curado de espanto, por eso le ponen doble llave a la puerta de entrada. Y si viajan a la Capital, se despojan de relojes, cadenas y anillos.

“Nada que llame la atención y que me regale un mal momento”, dice Lucía, que vive en Tortugas. Sin embargo, ella protesta cada vez que vuelve en el auto con su marido: “Tuvimos muchas discusiones, pero a la larga no encontramos otra salida que correr cuando estamos en el auto. Porque en la Panamericana también son muy comunes los abordajes desde dos autos que te encierran o te obligan a aminorar la marcha”, dice. Los hombres toman otras medidas de precaución. Daniel es dueño de un maxiquiosco en Rincón e Independencia, en Balvanera. Junto con su socio han acordado que cuando “entra alguien con mala cara”, uno sale a la calle y el otro permanece en el negocio. Es la salida que encontraron para cubrirse ante cualquier robo, según cuenta a LA NACION. Y agrega: “Tengo una 32 escondida debajo del mostrador, pero sé que bajo ninguna circunstancia puedo usarla”, se dice a sí mismo, sin atisbo de deshacerse del arma. El “Pollo” Ricardo, es un hombre

de unos 45 años, sin casa. Vive en la calle en San Telmo y, como los vecinos ya lo conocen hace tiempo, han depositado su confianza en él. Cuenta con los teléfonos de una ristra de residentes y vigila sus casas, sobre todo los ingresos y las salidas. Entre todos le compraron un celular. Y él sobrevive informando sobre cada movimiento que se produzca en un radio de tres cuadras. En el otro extremo de la escala social, Mirta baldea la vereda de su casa en el Bajo Belgrano. Dice que en los últimos 18 meses ya le robaron dos 4x4 frente a su casa. Pero no se preocupa. Tenían seguro y rastreo satelital. “Además, las había dejado en la calle a propósito, para no verme de frente con los chorros dentro de mi casa”, confiesa, al evocar aquella vez que su portón automático se transformó en una pesadilla: dos ladrones ingresaron cuando se cerraba. “Y uno de ellos quedó atascado entre la puerta y el piso, mientras que el otro me apuntaba con una 45”, recuerda aún con miedo.

GRUPO44

Una vecina de San Isidro no abre la puerta sin su perro guardián

Cruentos y polémicos para algunos; indispensables y disuasivos para quienes los adoptan, los cercos eléctricos son una creciente herramienta de prevención en cientos de residencias de la Capital y el conurbano. Su finalidad es cubrir los intersticios perimetrales para evitar traspasos de intrusos o de “hombres araña” que ingresan en los hogares por las terrazas o escalando paredes, en la Capital. Como los boyeros de campo pero adaptados a la vida urbana, en rigor, se trata de hileras de alambres paralelos, separados cada 15 cm y electrificados con 5000 voltios, pero desprovistos de amperaje, que es lo que en los hechos causa la electrocución, indican en las empresas que los instalan. “El cerco eléctrico lo que produce es una patada de corriente muy desagradable, pero no mata a nadie –afirma Gustavo Beyer, de la empresa de Alarmas y Seguridad, Beyer & Beyer–. El que lo sindique como un método ilegal, que muestre qué ley o norma lo prohíbe.” Al igual que otros fabricantes consultados, las empresas señalan que el grueso de los cercos eléctricos se fabrican y se instalan bajo normas IRAM, lo que resguarda al propietario y a la empresa instaladora. Su consumo insume 6 vatios por hora, menos que una lamparita, y entre los “fortalezas” del producto, indican, está su doble función: la preventiva hacia el intruso y la sonora alarma que se le dispara a quien se atreva a cortar el cable, tras soportar la patada de corriente eléctrica. En el Renar confirmaron a LA NACION que ninguna ley los prohíbe, aunque, aclararon, si llegaran a provocar una muerte, por ejemplo a alguien provisto de un marcapasos, el propietario sería el responsable ante la Justicia. Los equipos, que cuestan entre $ 2000 y $ 3000, se instalan con generadores de alta tensión, controles remotos, sirenas dobles, jabalinas, disyuntores y llaves térmicas. Si bien los costos por cubrir son variados, su precio puede oscilar entre los $ 45 y $ 70 por metro lineal, de acuerdo con la complejidad de la instalación.

Alta tensión Todos son colocados junto con carteles amarillos y negros que advierten sobre el riesgo de alta tensión, tanto por escrito como por la presencia obligatoria de un ícono con forma de rayo que simboliza la corriente pulsante. Natalio, un vecino jubilado que reside en Núnez, convive hace años con un cerco eléctrico al lado de su hogar. “Por una razón de buena convivencia nunca me quejé. Pero tampoco sé si cuestionar el método dentro de la inseguridad reinante es lo correcto”, aclara a LA NACION. “¿Si estuviéramos en infracción, usted me asegura que la policía y los dirigentes van a velar por nuestra seguridad?”, acota desafiante una flamante poseedora de uno de esos cercos en la calle Richieri, en barrio River, que de todos modos insiste sobre su legalidad. A unos metros, un grupo de vecinos deshace una eventual polémica: “¿Si los animales no se electrocutan en el campo, por qué van a correr peor suerte las personas en la ciudad?” “Si los dirigentes los juzgan como políticamente incorrectos, que hagan de la seguridad una verdadera política de Estado y que vuelquen más recursos para resguardar a la ciudadanía”, se queja Marcela. “Me decidí a instalarlo después de que me asaltaran cuatro veces. En el último robo, pibitos de 20 años le pegaron una trompada a mi hijo de cinco años”, cuenta Analía, vecina de Olivos, sobre la calle Rioja. Y agrega: “Antes de decidirme, me asesoré para no quebrantar ninguna ley: no hay ninguna norma o ley que los prohíba, pero tampoco otra que claramente los acepte”.