Barba - Lapso

una casa vieja donde los otros apartan a un tumulto de plañideras, te conducen por un pasillo angosto y húmedo, te plant
81KB Größe 6 Downloads 151 Ansichten
Lapso

Eduardo Martos

Primera edición: 6 de noviembre de 2007. Segunda edición: 27 de diciembre de 2012. Tercera edición: 27 de septiembre de 2016.

Diseño de cubierta: Eduardo Martos. Fotografía de cubierta: Lapso, Eduardo Martos. Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional. Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ Así mismo, está registrada en Safe Creative con el código 1609269284061. Visita www.lapso.es

A Julio y Claudia

50 palabras

U

n joven leía un libro en el que un adolescente asesinaba a sus padres. Cuando casi había terminado, llegaron sus padres y el joven los asesinó. Se sentó y terminó de leer el relato. Al final, el protagonista cerraba un libro en el que un adolescente asesinaba a sus padres.

7

Abrupto

A

gritos, tirando de tus manos y tus pies bruscamente, con lágrimas en los ojos, te dicen que está muerto, está muerto, ven con nosotros, está muerto, y te sacan corriendo de un dormitorio que no reconoces, pasas por corredores en penumbra donde hay gente comiendo ratas rebozadas, llegas a una casa vieja donde los otros apartan a un tumulto de plañideras, te conducen por un pasillo angosto y húmedo, te plantan en medio de un cuarto iluminado apenas por una velita y por fin ves al finado, blanco y tieso y ya ido, vestido con un esmoquin y una pajarita que tú nunca usarías, sin esa sonrisa que te caracteriza, sin esa sonrisa tierna y muda que ya se ha ido para siempre.

8

Aquello que…

A

yer se descubrió preguntándole a su hijo: «A veces olvido cosas, ¿verdad?» Así es desde que mamá se fue. Uno a uno, les ha escrito una carta para dar una fiesta. Hijos, nietos, amigos, pasan el día con él viendo álbumes de fotos, riendo anécdotas felices. Es una despedida tácita: quizá mañana los mire sin volver a verlos.

9

Barba A Pablo

H

abía en el hecho de tener barba una especie de disociación, como si uno empezara a ser otro sin dejar de ser el que se afeitaba cada día. De vez en cuando, un vistazo distraído al espejo y era como reconocer a un extraño que de pronto resulta ser alguien conocido. Cambian los hábitos (el afeitarse a parches, el cuidado al comer y al beber, el acudir a la barba para invocar pensamientos y reflexiones…) y cambia la idea que otros se hacen de nosotros. Hay estudios según los cuales la barba hace parecer más agresivo. Otros ven a alguien respetable, lo sea o no. A ratos le costaba acostumbrarse a desvelar que era él, a que su interlocutor pasara del asombro a la normalidad una vez que vencía la desconfianza de ese rostro nuevo. Recordaba con estupor a otros amigos que se habían dejado barba sin provocar ese efecto en los demás. Desde que esos pelos irregulares y caprichosos habían ocupado parte de su cara, el carnicero de su barrio lo empezaba tratando de usted, algunas vecinas le habían retirado el saludo y tenía serios problemas para que lo atendieran en diversos lugares habituales. Una mañana que había amanecido lenta y turbia, se arrastró con trabajo hasta el baño, colocó la toalla sobre el cristal de la ducha y se volvió hacia el espejo. El susto le hizo dar un salto hacia atrás y golpear con fuerza la mampara. Con el eco todavía de la hoja vibrando contra su espalda, se vio a sí mismo sin reconocerse, como si fuera un extraño. La mirada aguda, el gesto serio, algún 10

pensamiento ajeno. Poco a poco se fue relajando y comprobó que era él, que sin duda alguna era él. Se duchó, se vistió y salió a la calle sin volver a mirarse. No podía quitarse de la cabeza que había perdido algunos amigos desde que decidió dejar de afeitarse. Claro que todo podía deberse a la casualidad. A una inquietante y espesa casualidad que lo iba envolviendo como un abrazo. Tampoco lo abandonaba la idea de afeitarse para (le daba vergüenza pensarlo) recuperar su vida, pero entonces lo invadía un agobio tan insoportable que le cortaba el aliento. Al fin y al cabo, la barba no estaba tan mal y lo hacía más interesante. Todo lo demás era circunstancial o pasajero, pero su verdadera identidad lo acompañaría siempre. En eso, más o menos, estaba pensando cuando entró en casa, avanzó hasta el salón con la sensación de que había alguien en la cocina, y al volverse, un tipo con mueca de horror que empieza a forcejear con él más como si tratara de protegerse que de agredirlo, la sangre fluyendo ya cálida hasta el suelo, el cuchillo temblando en la mano del otro, en la mano de ese que es él sin barba, que lejanamente conserva algo de su identidad pero incapaz ya de reconocer al que está a punto de apagarse para siempre.

11