1. Un día extraño

cubierta de dibujos, papel carbón y figuras. Algunos eran suyos, otros los había tomado prestados de su tía o del archiv
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1. Un día extraño

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La mañana en que comenzó todo, Lily Lace sintió que iba a ser un día diferente. Se despertó por culpa de la aspiradora que so­ naba al otro lado de la puerta de su habitación. Miró la hora y descubrió con horror que el reloj marcaba casi las ocho. Se preguntó por qué nadie la habría desper­ tado. ¡Se olvidaron de ella otra vez! Agitada, saltó de la cama, abrió la gran ventana de su habitación y de inmediato la recibió un extraño vien­ to cálido y revoltoso, que esparció los papeles que había sobre el escritorio. Se vistió deprisa con la primera ropa que encontró —unos pantalones rojos de algodón y una camiseta

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Capítulo 1 blanca—, se puso una cinta roja en el pelo y salió disparada del cuarto. —¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! —exclamó a punto de tropezar con la aspiradora que Ágata ma­ nejaba como una podadora. —Pero ¿qué sucede, mi niña? —le preguntó Ágata. —¡Tengo que ir a la escuela! —res­ pondió Lily esquivándola mientras pensaba: ¡Escaleras abajo, rápido! —¡El desayuno, pequeña! —le re­ cordó Ágata por encima del estruendo del aparato. Ágata era siciliana, tenía un innato sentido del drama y una pasión ilimitada por los detalles. En Navidad siempre regalaba un perrito de porcelana o una figura en forma de gato con cola larga y tiesa en la que ensartar los anillos. Ella misma colocaba los objetos en los distintos estantes de la casa y les limpiaba el polvo amorosamente uno por uno, como si fueran cachorros vivos. A Lily no le gustaban, pero quería 8 Lily Lace, una princesa con jeans-interiores.indd 8

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Un día extraño tanto a Ágata que incluso se había encariñado de sus ob­ sesiones. Ya en la cocina, Lily se sirvió una rebanada de pan con mermelada y la remojó en la leche. La rebanada, de­ masiado blanda y demasiado gruesa, se rompió y se hundió en la ta­­­­za salpi­ cando líquido por todos lados. Si había algo que Lily no soportaba, eran las manchas en la ropa. —¡Oh, no! —exclamó mirando su playera blanca. Dejó el desayuno a medias, subió las escaleras como un rayo y, una vez en su cuarto, se pu­so su playera violeta, esa en la que su tía Capelina había cosido unas maravillosas mariposas en todos los to­ nos de rosa posibles. Era una de sus favoritas. Luego fue a buscar su mochila y sus llaves de la ca­sa —ese mismo año sus padres habían aceptado por fin darle un juego— y corrió a la calle para tratar de llegar al colegio antes de que sonara el timbre.

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Lily vivía en una zona residencial de una gran ciudad del norte de Italia. Y, aunque la casa no estaba lejos

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Capítulo 1 del colegio, en pleno caos matutino podía suceder cualquier cosa. Y así fue, pocos metros después de la puer­ ta de su casa, un perrito peludo se escapó de su dueño cruzando su correa justo por donde ella caminaba. Lily, por esquivarlo, se tropezó con la raíz de un árbol y se raspó una rodilla. Al abrir las puertas del colegio, se le rompió una de las correas de la mochila y, por si fuera poco, en clase la primera que le dirigió la palabra fue Donata, que lee dijo sin más: —Hoy te la juegas. Y cuando ella decía eso, ya no había nada que hacer, porque cada vez que Donata pronosticaba algo, luego, inevitablemente… —¡Lily! —dijo con voz chillona la profesora de la clase de Historia. Allí estaba, lo pronosticado. En definitiva, un día de lo más extraño. Cuando Lily regresó a su casa, al mediodía, sus pa­ dres y su tía estaban en la sala. Hablaban tan concentrados que no se dieron cuenta de su llegada. Ella abrió la puerta de la entrada, dejó caer en el sue­lo lo que quedaba de su mochila, puso las llaves sobre el 10 Lily Lace, una princesa con jeans-interiores.indd 10

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mueble y… oyó que su madre decía una frase que la dejó helada. —El preestreno del nuevo desfile fue un desastre. O se nos ocurre alguna idea, o será mejor que cerre­ mos el negocio. Lily dejó de pronto de moverse y de pensar. —¿Alguna idea? ¿Y cuándo tendría que ocurrír­ senos? ¿Hoy? Falta menos de un mes para el des­ file otoño-invierno —remarcó preocupada la tía Capelina. Lily dio dos pasos más, procurando no hacer rui­ do. Pero ¿qué estaban diciendo? ¿Cerrar la casa de modas? —¿Y mis amigos periodistas? —estalló su pa­ dre—. ¿Amenazarnos con no participar en el desfile si no ven algo nuevo, original…? ¡Después de todos estos años de trabajo! —¡Les digo que es una situación desesperada! —insistía la madre de Lily. —¡Es culpa de la crisis! —dijo la tía. —¡La crisis, la crisis! No es solo la crisis. Es el mundo, que está cambiando. Esperemos que… —¿Qué tenemos que esperar, Mateo? —preguntó Lugana a su marido.

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Capítulo 1 Al otro lado de la puerta, Lily se puso de puntitas para oír mejor. —¡Esperemos que Lily quiera ser doctora! —suspiró su padre—. Así no tendrá este tipo de problemas. Lily se llevó las manos a la boca, aterrorizada. Entonces ¡el día se volvía todavía peor de lo previsto! ¿Doctora? ¡Ni loca! Ella quería ser una gran di­ señadora de modas, ¡como su madre y su tía! Se dio la vuelta y escapó hacia arriba, seguida por todas las palabras que había escuchado: cerrar la casa de modas… situación desesperada… crisis… doctora. Estaba realmente sorprendida. Subió los escalones de dos en dos, dejó atrás las habitaciones y corrió arriba, arriba, hasta el último piso de la casa. Empujó las puertas dobles cerradas con una cadena y un candado, hasta que se abrió una rendija apenas suficientemente para pasar, y cruzó al otro lado, al refugio donde nadie más entraba y que ella, en cambio, adoraba: el viejo taller de la anti­ gua casa de modas.

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Entró en el cuarto oscuro guiada por la luz que se filtraba a través de las viejas persianas cerradas y se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Y, por fin, volvió a respirar.

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2. El refugio de tela

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Protegida en aquel cuarto olvidado, Lily sintió que su rabia se calmaba poco a poco. El taller tenía el poder de reconciliarla con el mundo. Había algo mágico en el aire inmóvil y perfumado de aquellos viejos objetos, en el polvo que flotaba suspendido ante su nariz y creaba chispeantes galaxias de luz. Todo está bien, se dijo. Y se preguntó cuánto tiempo hacía que no subía allí. Oyó crujir el suelo de madera a su lado y se giró hacia la puerta semicerrada. —¿Pigato? ¿Eres tú? Pero no era su gato. Lily estaba sola, en el cuarto que su padre había cerrado con llave esperando que

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Capítulo 2 ella no entrara. Como si eso pudiera bastar para que Lily renunciara al sueño de convertirse en dise­ ñadora de modas. —¡Baaah! —exclamó, sacándose la lengua de­ lante del viejo espejo oxidado por el tiempo—. ¡Yo no seré doctora nunca en la vida! Suspiró y se puso de pie. A su lado había una enorme mesa blanca, cubier­ ta de retazos de tela. Pasó su mano por encima. Eran de lana, algodón, seda. Cada uno tenía su propio nom­ bre y su propia historia y, casi siempre, un uso preciso en el arte de confeccionar ropa. Pero si no lo tenía, era necesario inventarse uno. Tía Capelina le había enseñado a distinguir los tejidos; y su madre le había contado sus historias. Pero sobre los colores, Lily tenía que recurrir a la fantasía y al tacto, porque en el desván había poca luz para distinguirlos. Así, poco a poco se había convencido de que el azul era siempre algo áspero y el rojo más liso que el amarillo. Porque también los colores, según Lily, tenían su propia textura. Más al fondo estaba Pedro, el burro de metal. Sostenía con paciencia una decena de vestidos fe­ 16 Lily Lace, una princesa con jeans-interiores.indd 16

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El refugio de tela

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meninos sin terminar, con los hilvanes puestos. Eran los compañeros de juego preferidos de Lily. Los descolgaba, simulaba ponérselos, se miraba en el espejo e imaginaba que era una de esas elegantes señoras que los habían encargado y que, antes de olvidarlos, los querrían un poco más cortos por aquí, un poco más largos por allá, y quizá con las mangas abombadas. Por supuesto, eran demasiado grandes para ella, pero ¿qué más daba? Un vestido es la pieza que provoca la imagina­ ción de quien lo lleva y nada más. Detrás de Pedro había una estantería grande, del suelo al techo, llena de rollos de retazos y telas vie­ jas. Luego, estaban la ventana y una segunda mesa, cubierta de dibujos, papel carbón y figuras. Algunos eran suyos, otros los había tomado prestados de su tía o del archivo de viejos bocetos de la familia. Lily miró uno de los últimos. Era el proyecto de un abrigo de mujer, corto y acampanado, con un hermoso cuello de plumas. En torno al modelo, su tía había escrito: «Cuello y puños: plumas de avestruz. Cintillo posterior». Más

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Capítulo 2 abajo, su madre había añadido: «Darle un toque es­ pecial: ¿botones de nácar? ¿Alargar un poco?». Lily reflexionó sobre lo que había oído involun­ tariamente y se abrazó a sí misma. ¿Era de eso de lo que se estaban quejando abajo, en la sala? ¿Del toque que faltaba? —No lo creo. No será un desastre, ¡no puede ser! ¿Cómo podían estar tan preocupados? Su ma­ dre y su tía creaban vestidos extraordinarios. Su trabajo era maravilloso: ¡imaginar y crear vesti­ dos para los demás! Soñarlos, diseñarlos y después cortarlos y coserlos, con paciencia y con mil peque­ ños detalles. Y eso era precisamente lo que Lily esperaba ha­ cer cuando creciera, junto con ellas. La mesa de dibujo estaba repleta de revistas de mo­ da apiladas unas sobre otras. Había fotos, diseños y páginas esparcidas por todas partes, y de las car­ petas se desbordaban colecciones enteras. En los estantes Lily había clavado sus apuntes con tachue­ las de colores. Eran las primeras ideas, los primeros esbozos de un modelo. 18 Lily Lace, una princesa con jeans-interiores.indd 18

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cuello y punos: p lu m a s d e a v e st ru z

n seda forro e n c i c la m e

llo cinti or ri poste

ue darle un toq tones especial: ¿ bo de nácar?

¿ alarg ar un poc o?

p a n- o de la n a

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Capítulo 2 Bordeó la mesa de los proyectos y se dirigió hacia la parte de la habitación donde el techo inclinado era más bajo. Allí estaban los armarios de los vestidos viejos. El primero, el negro, estaba lleno de pantalones, suéteres, camisas y chalecos, todos de hombre y todos descosidos. El segundo guardaba faldas, vestidos y chamarras o, por lo menos, lo que quedaba de ellos. El tercer armario estaba vacío. Y el cuarto armario, en cambio… ¿Cuarto armario?, se preguntó Lily. Era un armario de madera blanca, con un precio­ so marco, una gran cerradura de plata labrada cuya forma recordaba la silueta de una mariposa y… nin­ guna llave para abrirlo. Qué extraño. Nunca se había fijado en ese arma­ rio. Como si hasta ese momento el mueble hubiera querido permanecer oculto. No, ¡qué tontería! Los armarios no juegan a las escondidas. Sin embargo… Trató de empujar las puertas, pero solo consi­ guió que crujieran. No, no había nada que hacer. El cuarto armario estaba cerrado. 20 Lily Lace, una princesa con jeans-interiores.indd 20

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Lily se mordisqueó el labio. ¿Cuándo lo habían llevado allá arriba? ¿Y por qué estaba cerrado? Le habría gustado saber qué había adentro, pe­ ro no tenía intención de preguntárselo a nadie: ¿có­mo podría? Ni siquiera habría tenido que en­ trar en el desván. Retrocedió, pensativa. Encima de la única ventana de la habitación, Lily había colgado el viejo emblema de la empresa fami­ liar, que recuperó cuando lo sustituyeron por uno nuevo. —Prestigiosa Casa Lace —leyó. Sintió un escalo­ frío al pronunciar esas palabras en voz alta, como si algo la hubiera rozado. Se volvió de golpe. —¿Pigato? ¿Eres tú? Pero no había nadie. Solo estanterías, mesas y retazos de tela, pedro y aquel armario blanco, cerrado, al fondo de la ha­ bitación. —Mira que hoy no tengo ganas de bromas, ¿sa­ bes? —murmuró Lily. No es que tuviera miedo, pero quién sabe por qué… sentía un nudo en el estómago, y aguzaba los oídos para escuchar el más mínimo ruido.

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Capítulo 2 Crac ... hizo el armario blanco. Lily trató de tranquilizarse mirando el viejo em­ blema y pensando en los tiempos en los que, tantos años atrás, la Prestigiosa Casa Lace confeccionaba ropa para las mujeres más elegantes del mundo. —Prestigiosa Casa Lace… —repitió en voz un poco más alta. De nuevo sintió el escalofrío, y el armario blanco crujió más fuerte. Crrraaaccc ... Lily salió corriendo llamando a Pigato.

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