Wi-Fi a la Marconi

Según la mitología griega, el éter era una divinidad alegórica que personificaba la región superior del aire y las profu
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NOTAS

Miércoles 9 de junio de 2010

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LAS COMUNICACIONES Y EL GRAN PRECURSOR DE LA COMUNICACION “SIN HILOS”

LIBROS EN AGENDA

Letras al sol

Wi-Fi a la Marconi POR HORACIO REGGINI

SILVIA HOPENHAYN

L

I

PARA LA NACION

A extrañeza de la vida no siempre debería ser motivo de congoja. Es lo que se perfila en los libros de Liliana Heer, poco tenidos en cuenta en los anaqueles de las librerías más comerciales. Es cierto. Lo suyo no es comercial. Es raro, vital. En cada una de sus novelas, la experiencia de la vida se vuelve literaria. A la extrañeza le responde con una disposición a lo distinto, acercándose sin resquemor a lo que parece extraño. Impregnándose de lo nuevo. Por eso sus páginas llevan a experimentar una lectura que deja entrever lo más bello y lo más siniestro. No le teme al dolor cuando lo puede escribir. Y el amor es posible en palabras que lo enuncien. Su prosa impacta, aunque a veces la trama parezca desvanecerse, como en las composiciones más abismales de Debussy (La catedral sumergida, por ejemplo, una pieza musical que avanza por ondas). Según dijo Leónidas Lamborghini, “la escritura de Liliana Heer es tan sospechosa de taimada como de perfección”. La aparición de su nueva novela, El sol después (con apostillas de Jorge Monteleone), nos permite festejar una producción fecunda, continua y original (otros libros: Angeles de vidrio, Pretexto Mozart, Neón). En este caso, se trata de una historia de amor, pero de amor “a última vista”, en un país que desmiente su tragedia mediante canciones alegres. Nicole y Jota son los protagonistas de este viaje por Serbia. Un viaje que no sólo permite vislumbrar en la ciudad las esquirlas de la guerra de Bosnia, el despropósito de una división y el bombardeo de una cultura riquísima (una guerra que duró tres años, tuvo cien mil muertos y abarcó una “limpieza étnica” y múltiples abusos y violaciones de mujeres). Se trata, como dice la narradora, de un viaje dentro de un viaje. “Heme aquí, duplicada por un recuerdo ajeno”. Relaciono esta novela con un poema de James Merrill (1926-1995), lamentablemente inédito en español, cuyo título se hizo famoso a través de la película homónima de Sofia Coppola, Lost in translation (mal traducida en nuestro país como Perdidos en Tokio). La sutileza del título original implica varios sentidos, con respecto al viaje y al extranjero. La traducción adecuada es, justamente, “perdidos en la traducción”, además de “perdidos en la traslación”. Luego del encuentro erótico entre los protagonistas, se concluye: “Un hombre y una mujer. La extrañeza. Algo perdido siempre”. En la novela aparecen retazos del serbio. La lengua comulga con imágenes de una ciudad de hermosos rituales (en vez de flores o piedras, sobre las tumbas se colocan manzanas). Feliz en el extravío (perdida en la traducción), Nicole va recorriendo iglesias, bares, calles, encontrándose con poetas, actores, músicos, asimilando el nuevo entorno con total familiaridad. Quizá porque la diversidad, el conflicto y el caos son patrimonio de la humanidad. Por eso su narradora parece estar a gusto en el extranjero, como si allí pudiera exteriorizar todo lo que lleva adentro. En otra novela de Heer, Frescos de amor (1995), escribe: “Nuestro espanto es legítimo, también el asombro”. En esa oscilación se establece el contacto. Entre el asombro y el espanto. Nuevamente, del dolor a la belleza, de la devastación a lo que germina. © LA NACION

PARA LA NACION

D

ESDE hace medio siglo, las tecnologías de la comunicación han adquirido un impulso notable. Pero la ansiedad por comunicarse ha estado presente siempre y todos los pueblos, desde la Antigüedad, han buscado dar a conocer su pensamiento recurriendo a señales: ópticas, acústicas e incluso animales (la conocida agencia Reuters comenzó su importante trayectoria con el empleo de palomas mensajeras). El Museo Etnográfico del barrio porteño de Montserrat alberga dos “tambores de hendidura”. Este tipo de tambor horizontal se construía ahuecando el tronco de un árbol. Varias tribus indígenas recurrieron al retumbo de los tambores de hendidura para poder comunicarse a través de la selva. Herodoto y Polibio nos hablan de mensajes producidos por grandes hogueras encendidas entre montañas. En la Ilíada, de Homero, se cuenta que Agamenón montó un sistema entre Troya y Argos basado en señales de humo. Este medio también fue utilizado en América del Norte y en la Patagonia. A comienzos del siglo XIX, soldados, arrieros y carreteros de la pampa utilizaban señales visuales para conectarse. Durante el cruce de los Andes, Gregorio Las Heras disponía de un código de banderas para estar en contacto con el general José de San Martín. Durante la Revolución Francesa se

Cuando el transatlántico chocó, junto con sus toneladas de hierro y de lujo, se fueron al fondo del mar la arrogancia y la desmesura de la época. Pero en materia de telecomunicaciones, el Titanic representó un triunfo: los pulsos de Morse no necesitaron hilos para enviar el pedido de ayuda. La transmisión se hizo por el éter, a la manera de la moderna telefonía celular móvil. En 1898, Tebaldo J. Ricaldoni, físico e ingeniero italiano, construyó una estación radioeléctrica para la Marina Argentina en Dársena Norte, y en 1900 llevó a cabo diversas comunicaciones, mediante radio, entre barcos. Los trabajos de Ricaldoni contribuyeron a la fama popular de Marconi. Se cuenta que en el teatro Maipo de la época, un cómico decía que en un restaurante vecino se podían comer exquisitas “chauchas a la Marconi”, refiriéndose a las chauchas allí preparadas “sin hilos”. De allí se me ocurre decir que al servicio actual de Internet inalámbrico conocido como Wi-Fi (sigla inventada como una marca) podríamos denominarlo Internet a la Marconi. Según la mitología griega, el éter era una divinidad alegórica que personificaba la región superior del aire y las profundidades del cielo. Para otros representó “el alma del mundo”. Los físicos del siglo XIX lo consideraban una sustancia material

Todo se transmite en el acto, pero se reflexiona poco, y la idea de un progreso sin reflexión es, cuando menos, peligrosa

La realidad nos muestra a muchos nómades modernos desplazándose alrededor del mundo, con hogar y oficina a cuestas

utilizó, con éxito, un mástil con un brazo transversal acoplado en su tope junto a otros dos pequeños para configurar diversos códigos. En el siglo XIX, las múltiples aplicaciones de la electricidad cambiaron todo. El telégrafo de Morse derribó las barreras de espacio y tiempo, dando comienzo a una nueva era. El pensamiento humano, viajando en aras de la electricidad, ha desembocado en los ubicuos sistemas de comunicación que, combinando texto, audio, imagen y video, se están mimetizando cada vez más con el entorno cotidiano. Muchos percibimos la importancia y el papel transformador de la comunicación en la sociedad, pero también sentimos inquietud por las modalidades de su aplicación. Esa dicotomía –entusiasmo inmenso mezclado con preocupación por la frecuencia de criterios confusos de implementación– plantea una necesaria meditación acerca de la repercusión de las comunicaciones. Cuando se recurría a los tambores para poder transmitir mensajes, se oía, pero no se veía, y donde se utilizaban las señales de humo se veía, pero no se oía. Ahora, en el asfalto de la era de supermedios en que vivimos –con múltiples canales de televisión y redes sociales en Internet–, se oye y se ve, pero, lamentablemente, se reflexiona poco. La idea de un progreso sin reflexión es, cuando menos, peligrosa. “Nos damos mucha prisa para construir un telégrafo entre Maine y Texas, pero Maine y Texas tal vez no tienen nada importante que decirse”, expresaba Henry David Thoreau en 1846. Su posición fue demasiado extrema, pero con su pregunta hacía hincapié en el efecto psicológico y social del telégrafo y, en particular, en la posibilidad de trans-

invisible que existía en todos los espacios aparentemente vacíos. El horror a la nada era razón suficiente para imaginar un éter que llenara todo el espacio, más allá de cualquier objeción. Cada vez son más numerosas las aplicaciones de las telecomunicaciones inalámbricas. Podríamos aventurar una coincidencia metafórica con los pensadores del pasado expresando que hoy el éter es el “alma del mundo”. En el escenario actual, el papel de las comunicaciones por el éter influye en casi todo: trabajo, educación, cultura, finanzas, política, salud, entretenimientos. Tal es el predominio creciente de los teléfonos sin hilos que sobrepasan a los fijos, alimentados por “hilos”. Es interesante notar lo que el diccionario de la Real Academia Española dice del nomadismo: “estado social de las épocas primitivas o de los pueblos poco civilizados, consistente en cambiar de lugar con frecuencia”. Y para “nómade” expresa: “aplícase a la familia o pueblo que anda vagando sin domicilio fijo”. Parecería asignarle al término una cierta cualidad inferior. La realidad del momento nos muestra a muchos nómades modernos desplazándose alrededor del mundo, siempre en comunicación con sus hogares, oficinas, universidades o amigos, gracias a reducidas computadoras o teléfonos. El concepto de nómade, que se asociaba con las comunidades incivilizadas, hoy acompaña la evolución de la ciencia y la técnica. Es como si ahora el sedentarismo se estuviera quedando en el tiempo.

formar el carácter local y personal de la información en global e impersonal. El telégrafo posibilitó un mundo de información descontextualizada, donde las diferencias entre Maine y Texas se volvieron cada vez más irrelevantes. Y también llevó a un segundo plano la historia, amplificando el instantáneo y simultáneo presente. Para Domingo F. Sarmiento, los hilos del alambrado eran, en cierta forma, equivalentes a los hilos del telégrafo, ya que establecían una diferencia entre “los que están afuera” y “los que están adentro”. La brecha, decía, era legal –la propiedad–, cultural –los conocimientos– y también tecnológica –la comunicación–. Gracias a ambos “hilos” se alcanzaría una civilización justa y se derrotaría a la ignorancia y la barbarie. El telégrafo de Morse fue el precursor de la actual red de comunicaciones. Con la extensión de la malla telegráfica por medio de cables submarinos que conectaban a todos los continentes, cualquier habitante del planeta que contara con un telégrafo podía comunicarse con una

porción del globo donde hubiera otro unido al primero por un hilo eléctrico. Pero adonde no llegaba el hilo, tampoco llegaba la palabra. Esto se modificó al principio del siglo XX, cuando comenzaron a desarrollarse los sistemas de comunicación por radio. Guillermo Marconi fue el gran impulsor de la idea de utilizar las ondas electromagnéticas para transmitir mensajes, y convirtió sus experiencias de radiotelegrafía sin hilos en un negocio de alcance mundial. En 1890, fundó la compañía que proveyó por primera vez de sistemas de comunicación para los barcos en alta mar. Cuando los 706 sobrevivientes del Titanic arribaron a Nueva York después del naufragio, en abril de 1912, Marconi se encontraba en el muelle y fue saludado por ellos con la frase Ti dobbiamo la vita (“Te debemos la vida”), ya que gracias al servicio de radiotelegrafía que él había desarrollado recibieron ayuda. El hundimiento del Titanic constituye uno de los más espectaculares y emblemáticos desastres tecnológicos de la historia.

© LA NACION

El autor es ingeniero, pionero en la difusión y el desarrollo de la computación en la Argentina.

Decisión clave en materia nuclear JUAN GABRIEL TOKATLIAN

L

A ministra de Defensa, Nilda Garré, hizo un anuncio de gran trascendencia: la Argentina realizará los estudios técnicos necesarios para que los buques de la Armada nacional estén dotados de propulsión nuclear. Paralelamente, durante la celebración de los 60 años de creación de la Comisión Nacional de Energía Nuclear (CNEA), se informó acerca de la construcción de una cuarta central nuclear para la provisión de energía y el análisis de factibilidad de una quinta con el mismo fin. Así, y por primera vez en lustros, la Argentina decide reanimar y robustecer un componente básico de la industria nacional, que tiene efectos múltiples en su capacidad científico-tecnológica, su perfil productivo y su posicionamiento externo. Se trata además, y por sobre todo, del uso pacífico de este recurso, en el contexto del Tratado de No Proliferación (TNP). Ni el tema de la dotación nuclear para navíos ni el de generación de energía nuclear se hacen a espaldas de la comunidad mundial o violando compromisos internacionales asumidos. Las importantes noticias anunciadas por la ministra Garré y por la presidenta del CNEA, Norma Boero, se producen en el marco de tres frentes diferentes, pero interrelacionados. En el terreno mundial, acaba de finalizar la Octava Conferencia de Revisión del TNP con

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un documento de compromiso que, en el mejor de los casos, se puede calificar de discreto: escaso avance en materia de desarme, balance ponderado en materia de no proliferación, no regresividad en materia de usos pacíficos y un potencial progreso respecto de la resolución sobre Medio Oriente, que estaba pendiente de cónclaves anteriores.

Por primera vez en lustros, la Argentina decide reanimar el desarrollo nuclear, garantizando que lo hará con fines pacíficos Asimismo, el modesto retoque, acompañado por ambigüedades, que mostró la reciente revisión de la postura nuclear de Estados Unidos; la irresuelta cuestión del desarrollo nuclear de Irán; el recrudecimiento de fricciones desestabilizadoras entre las dos Coreas; la exasperación de tensiones en Medio Oriente, derivadas del comportamiento de Israel y de su manejo cada vez más agresivo del tema de Palestina, y la tentación de comenzar o reiniciar el sendero de un eventual uso militar del recurso nuclear por parte de más de una decena de naciones presagian un horizonte mundial muy incierto en

torno al asunto nuclear. El paso que pretende dar la Argentina, ceñido al uso pacífico de ese recurso, es una señal que no admite malas interpretaciones: los verdaderos y más peligrosos problemas militares vinculados con lo nuclear están en otros ámbitos geopolíticos, no en América latina. En el terreno regional, lo más relevante es lo que viene ocurriendo con Brasil. En febrero de 2008, por iniciativa de Brasilia, la Argentina y Brasil firmaron un acuerdo de cooperación nuclear, entre otros 17, cuya concreción efectiva ha estado pendiente. En 2010, el gobierno del presidente Lula anunció enfáticamente que el país no adhería al Protocolo Adicional (1997) del TNP. Asimismo, firmó un acuerdo con Francia para la construcción de un submarino de propulsión nuclear. Más recientemente, Brasil y Turquía acordaron con Irán que parte de su uranio fuera enriquecido en Turquía y que luego fuera empleado en un programa civil no militar por parte de Teherán. La Argentina no hizo mucho por dinamizar el importante compromiso de 2008; preserva, con vaivenes inquietantes, una ambigüedad estratégica frente al Protocolo Adicional; no pudo, o no supo, diseñar la idea –que en algún momento se analizó– de una planta de propulsión binacional argentino-brasileña para

aprovechar lo que después fue el convenio franco-brasileño, y tiene genuinas diferencias con Irán derivadas del atentado contra la AMIA y del alcance real del programa nuclear de Teherán. El anuncio de la ministra Garré puede ser útil para retomar un diálogo entre Buenos Aires y Brasilia en el frente nuclear y recuperar la idea de que ese tema

La clase dirigente define y ejecuta las políticas públicas como si siempre hubiera que recurrir a la disyuntiva amigo-enemigo sea una plataforma para la amistad, y no para la discordia. Por último, en el terreno interno, las derivaciones de la decisión de contar con buques propulsados nuclearmente pueden ser muy relevantes. La Argentina se ha caracterizado, en demasiados temas y con inusitada frecuencia, por operar con una lógica binaria. Por lo general, la clase dirigente define y ejecuta las políticas públicas y privadas como si siempre hubiera necesidad de recurrir a una conjunción disyuntiva: aliado o enemigo, modelo industrial o agroexportador, Estado o

mercado. La conjunción copulativa no suele motivar u orientar las visiones o prácticas de los principales actores sociales y políticos. Un frente que ha venido reproduciendo aquella mirada dicotómica es el de los derechos humanos y la defensa nacional. Los regímenes autoritarios procuraron tener alguna política de defensa, pero socavando de manera bárbara los derechos humanos. Los gobiernos democráticos, desde 1983, han impulsado políticas activas en derechos humanos, pero han hecho poco en el área de una estrategia de defensa integral. A partir de esta decisión trascendental en materia nuclear, ¿es posible diseñar y desplegar simultáneamente una política sólida de derechos humanos y una política comprensiva de defensa? En el contexto mundial y regional que se dibuja, es crucial poder hacerlo. Si bien es una obligación ineludible seguir con los juicios vinculados a la sistemática violación de los derechos humanos de la última dictadura, es también imperativo mejorar y perfeccionar la defensa nacional. Ojalá que el anuncio de la ministra Garré sea el punto de inflexión en este sentido. © LA NACION

El autor es licenciado en Sociología y experto en relaciones internacionales.