Wallander llega a la televisión

3 abr. 2010 - de Suecia, es un hombre hosco, ... cuarenta idiomas, que vendieron ... El sueco Krister Henriksson interpr
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El sueco Krister Henriksson interpreta al policía creado por Mankell

como amigos o amantes cordiales y gentiles. Pueden asimismo ser amantes o amigos esquivos y enigmáticos, apuntando a nuestras ignorancias o carencias. Pero también, unos y otros, como todos los amigos y todos los amantes, deseando reciprocidad. Deseando que las escuchemos. Deseando que las interpretemos. ¿Qué significa escuchar las palabras? Yo diría que es estar atento a ese núcleo primero y lejano que a la vez las constituye. Hay que pensar en las palabras como esas granadas enterradas luego de una guerra que, pisadas por descuido, estallan y producen catástrofes. Las palabras son como granadas enterradas bajo el polvo de los siglos. Son granadas inversas: cuando se escarba ese polvo –escarbar es “escrutar” y “escribir”, ambas palabras provienen del mismo árbol genealógico–, cuando se las desentierra, explotan, no en estallidos asesinos, sino en estallidos de sentidos durmientes de pronto resucitados. Hablo de esa energía oculta, aletargada, que se llama la raíz de una palabra. Cuando descubrimos su raíz, la palabra se pone a hablarnos de una manera reveladora, de una manera magnética. Es sorprendente percibir algunas de las interpelaciones que nos dirigen las palabras. Pienso, por ejemplo, en palabras como piropo: “ojo de fuego”, anorexia: “ausencia de deseo” o amamantar, que comparte su raíz con amor. Lo que nos dicen, por ejemplo, las lenguas indoeuropeas es que el sexo tiene que ver con la ira y la locura antes que con el amor, que el amor se relaciona con la maternidad antes que con la pareja; que el varón, con la violencia; la mujer, con la felicidad, y la familia, con la esclavitud. Pocos son capaces de escucharlas en su verdadera profundidad, nos parece: los etimólogos tradicionales se calzaron guantes tan espesos para tocar las palabras, que perdieron todo contacto con la electricidad intensísima que transporta el lenguaje. Se entra, a través de la etimología, en un espacio semejante a una catedral de vitrales antiquísimos que se animan con los rayos del sol y arrojan nuevas luces sobre el pavimento, permitiéndonos reelaborar viejas historias, urdir nuevas alabanzas, inventar nuevos coros, adentrarnos en una sabiduría anciana y re-

Se entra, a través de la etimología, en un espacio semejante a una catedral de vitrales antiquísimos que se animan con los rayos del sol

Wallander llega a la televisión POR NATALIA BLANC De la Redacción de La Nacion

novadora, tradicional y revolucionaria a la vez. No entramos solos, sino en compañía de legiones de sabios que recorrieron antes que nosotros los jardines de senderos que se bifurcan: las galerías del sánscrito, los recovecos del hitita, las cavernas iluminadas del hebreo, los palacios del griego, las salas retumbantes del latín. Nosotros, los modernos, entramos con equipos de poetas, de expertos en mitología, en historia, en hermenéutica, con los grandes profetas del psicoanálisis y los adalides de la lingüística. Entramos bajo la sombra poderosa de Jorge Luis Borges, amante de las etimologías, aquel que preguntado acerca de su oficio, a los veinticinco años, contestaba: políglota. Entramos y nos adentramos en este territorio, siempre nuestro aunque apenas reclamado, el de la historia de las palabras que más entrañablemente nos expresan y a veces parecen traicionarnos, como esas abuelas de las cuales la familia guarda memoria de secretos escandalosos e irrepetibles, que sólo llegaron a nosotros como distantes murmullos apenas escuchados. De esas abuelas heredamos, sin embargo, inescrutables gestos, conocimientos tácitos, pasiones imprevisibles: un testamento irrenunciable. Entramos con temor, entramos con temblor, entramos con amor porque confiamos en las energías sapienciales de las lenguas humanas que están allí para decirnos y para constituirnos. Y entramos con alegría y esperanza, porque el territorio que se nos brinda es inabarcable, es inacabable. Esta procesión que formamos reverencia al lenguaje, lo reconoce como su tesoro inalienable, pero no se detiene en solemnidades innecesarias. Va excavando cada día nuevos materiales y los arroja a la red como señales de vida, de alimento y de asombro, para que todos participen de nuestro deslumbramiento.

“S

i Kurt Wallander viviera, no seríamos amigos”, dice Henning Mankell. Su famoso personaje, un policía de Ystad, una pequeña localidad del sur de Suecia, es un hombre hosco, solitario y de malos modales, que se lleva mejor con el whisky que con las mujeres. Mantiene una relación difícil con su hija Linda, también policía, con quien comparte –a su pesar– algunas investigaciones. El escritor sueco reconoce que sólo tiene tres cosas en común con el detective que creó en 1989: la edad, la pasión por la ópera italiana y la dedicación obsesiva al trabajo. Protagonista de diez novelas (El hombre inquieto, la última, salió en 2009), Wallander pasó del papel a la pantalla en dos series que ya se vieron en Europa. En la versión inglesa, producida por la BBC, el policía fue interpretado por el británico Kenneth Branagh. En la producción sueca, que Film&Arts estrena esta noche en América latina, Wallander tiene el rostro del actor Krister Henriksson: sigue siendo tan serio, frío y parco como en los libros, pero a simple vista parece un poco más educado. Para el primer capítulo, que en la Argentina se verá hoy a las 22, el autor adaptó su novela Antes de que hiele. Allí aparece por primera vez Linda, recién egresada del instituto de formación policial y asignada al departamento que dirige su padre. Juntos, y por momentos enfrentados, tratan de resolver un caso relacionado con el fanatismo religioso mientras investigan la misteriosa desaparición de una amiga de Linda.

Con una realización cuidada y prolija, sólidas actuaciones y una buena cantidad de escenas filmadas en escenarios naturales, en Wallander se ven cadáveres, asesinatos e imágenes sangrientas, pero no más cruentas que las que suelen verse en las películas de suspenso y las series policiales. Los siguientes tres capítulos que se emitirán en la región durante abril (“El tonto del pueblo”, “Los hermanos” y “La sobredosis”) fueron escritos especialmente por Mankell para la televisión. En el episodio tres, programado para el sábado 17, aparece Stefan Lindman, colega de Wallander, personaje secundario en varias de las novelas que luego se convierte en su yerno, una situación que vuelve más complicada la relación con Linda. El traspaso de la historia original al formato televisivo en el primer capítulo no afectó la calidad ni el contenido. Si bien Mankell corría un gran riesgo al reducir sus cientos de páginas a un guión de una hora de duración, los lectores del sueco quedarán satisfechos. Habrá que seguir toda la temporada, con un total de trece episodios, para saber si ese nivel se mantiene. Quien se quede con ganas de más después de ver los primeros capítulos o aún no haya leído las aventuras policiales con trasfondo sociopolítico de Wallander tiene para elegir diez títulos, publicados en más de cien países y traducidos a cuarenta idiomas, que vendieron alrededor de veinticinco millones de ejemplares en todo el mundo. O puede esperar la segunda temporada, ya estrenada en Europa. © LA NACION

Sábado 3 de abril de 2010 | adn | 11