VALLISOLETANOS Y TURISTAS VELAN AL YACENTE La talla ...

de Valladolid, Francisco Javier. León de la Riva, recibe a la. Ministra de Agricultura, Isabel. García Tejerina. Pero el
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Clara Bort Díaz

Géneros Periodísticos Interpretativos

VALLISOLETANOS Y TURISTAS VELAN AL YACENTE La talla barroca ha sido trasladada a su sede con el final de la Semana Santa Agolpados en la calle María de Molina, cientos de vallisoletanos y visitantes esperan el traslado del Cristo Yacente, una de las esculturas barrocas con más valor de España. Apenas quedan unos minutos para las ocho de la tarde del Sábado Santo. Entre el bullicio causado por los fieles y curiosos, el alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, recibe a la Ministra de Agricultura, Isabel G a r c í a Te j e r i n a . P e r o e l

El Cristo yacente de Gregorio Fernández portado por los costaleros de la Cofradía del Santo Entierro

protagonismo de los políticos dura poco.

Tres inconfundibles figuras alargadas llegan a la Iglesia de Santa Ana. Visten capuchones negros y hábitos del mismo color, salpicados de dorado con la cruz de lis en el pecho, el cíngulo que ajusta el traje, y los galones rematando las mangas y el bajo. Son tres miembros de la Cofradía del Santo Entierro, encargada desde 1935 de custodiar al Cristo Yacente de Gregorio Fernández. La talla del maestro, esculpida en torno a 1635, fue un regalo de Felipe VI a las monjas del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, su destino en la marcha procesional.

Con la presencia de los cofrades se hace el silencio, solo roto por el soniquete de la carraca que

anuncia el comienzo de la procesión, y por el murmullo de algún niño

impaciente “¿Sale ya, mamá?” Las dudas del pequeño se disipan cuando los primeros “barrenderos” –apodados así por la larga cola de su hábito– salen de la iglesia para abrir la marcha, portando dos faroles y un crucifijo. Unos metros más atrás, el desfile se tiñe Abril de 2015

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Clara Bort Díaz

de rojo y negro, los colores de la banda de la Muy Ilustre Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de la Piedad. Los músicos hacen sonar sus gaitas y tambores marcando el pesado paso de los penitentes.

Uno, dos, tres. Los nazarenos del Santo Entierro, tras su bandera con la cruz de lis, comienzan a procesionar encabezados por los más pequeños. Cuatro, cinco, seis. El crujido de la carraca se hace notar una vez más mientras dos cofrades con banderines, abren el paso a las manolas. Tres mujeres de distintas generaciones lideran el grupo, de riguroso luto y acompañadas por los nazarenos que continúan desfilando. Los tambores vuelven a retumbar y los penitentes hacen sonar sus cencerros. El Yacente saldrá pronto de la iglesia.

Tres pequeños cofrades perfuman el ambiente con el olor de la Semana Santa, un intenso aroma a incienso que despierta aún más la curiosidad de los asistentes. Suena el Misere que Allegri compuso en el siglo XVII: el momento ha llegado. Custodiado a su paso por Piquetes Escolta de la Guardia Civil –como dicta la tradición– el Cristo Yacente sale de la iglesia de Santa Ana a hombros de ocho costaleros. La talla en madera policromada, que reposa sobre un lecho de claveles rojos, refleja con dolorosa intensidad el patetismo de la muerte. La sangre de las llagas recorre su cuerpo y su rostro sigue conmoviendo casi cuatrocientos años después, hasta el punto de engañar a los más pequeños “¿Es de verdad?” susurra algún niño.

Tras la talla, procesionan algunos miembros de las Cofradías murcianas del Santísimo Cuerpo de Cristo y Santo Entierro, dandole notas de color blanco y púrpura al desfile. Junto a ellos, León de la Riva y García Tejerina, portando cetros dorados, cierran la procesión. Pero ya no despiertan la misma exaltación que al principio. Todos los ojos continúan en el Yacente.

Abril de 2015

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