Una de las claves del amor es la búsqueda de la identidad

14 mar. 2009 - pulido en su horario espartano. ... –Sí, creo que cada historia de amor es un malenten- dido. Y cuando se
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ENTREVISTA | AMÉLIE NOTHOMB

“Una de las claves del amor es la búsqueda de la identidad” Hija de diplomáticos, nació en Japón y escribe en francés. Su nueva novela, Ni de Eva ni de Adán (Anagrama), narra la relación amorosa entre un japonés y una belga. Aquí, habla del libro, de sus problemas con la comida y de su éxito POR JESÚS RUIZ MANTILLA

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Experiencia y disciplina Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967) alcanzó el éxito con su primer libro, Higiene del asesino, publicado en 1992. La experiencia propia es clave en su literatura. Pero también cierta agudeza para retratar las enfermedades de la sociedad contemporánea en libros como Ácido sulfúrico, Cosmética del enemigo o Diario de Golondrina. Su infancia viajera, la anorexia y su manera entre inquietante y esencial de abordar sus novelas la han convertido en una autora reverenciada entre sus lectores.

ació en Japón, pero cuando probó el chocolate supo que era belga. A nadie puede extrañar que, después de haber crecido dando tumbos como hija de padre diplomático entre Nueva York, Laos, Birmania, China o Bangladesh, acabara escribiendo sobre un tema tan crucial como difícil de resolver en nuestros días: la frontera. “Todos mis libros tratan de eso. De las fronteras”, cuenta Amélie Nothomb. Quizás esa maraña cosmopolita tejida en su obra sea la clave del éxito global del que disfruta. Las fronteras exteriores e interiores. Otras cosas también. Asuntos serios como su obsesión por la identidad, y a la vez otros rasgos más livianos, pero no menos determinantes. Una frescura. Un descaro. Un estilo directo y mordaz. Entre irónico y nihilista, siempre rápido, brillante, sorprendente, sujeto a una extraña compulsión que la lleva a escribir a veces más de tres historias al año, aunque sólo publique una. “Acabo de terminar mi libro número 65”, dice, abriendo los ojos, un tanto ajena a la melena morena, que combina con sus atuendos negros, coherente con su imagen algo neogótica. Lo ha pulido en su horario espartano. De cuatro a ocho de la mañana, como una especie de vampiresa de la literatura que después de beberse de golpe un litro de té chupa tinta antes de que salga el sol. Cuando la jornada del resto del mundo comienza, el trabajo de Amélie Nothomb termina. Y así va apilando cuadernos. Unos que han visto la luz, como Estupor y temblores, Metafísica de los tubos, Antichrista, Biografía del hambre o, ahora, Ni de Eva ni de Adán (Anagrama), y otros que guarda para sí misma. Relatos redactados a mano y escritos previamente en su cerebro, como dice ella, durante alguna noche de insomnio o en los trayectos de subte, bajo las calles de París y Bruselas, entre las que vive a caballo. “En una busco tranquilidad; en la otra, guerra”, comenta Amélie en la penumbra de su despacho en la sede de la editorial Albin Michel, al lado del cementerio parisiense de Montparnasse. Un despacho estrecho y pequeñito donde se apilan cajas, cartas y cuadernos en blanco que le envían sus lectores para alentarla a escribir más y más. No lo necesita. Le sale del alma. –Sorprende que haya escrito un libro de amor. –Sí. Qué raro, ¿no? –Aunque también trata sobre malentendidos. Errores de traducción que marcan. –Sí, creo que cada historia de amor es un malenten10 | adn | Sábado 14 de marzo de 2009

dido. Y cuando se trata de una historia entre personas de diferentes culturas, el malentendido todavía es peor. Pero es más honesto. Porque lo sabes desde el principio. Entre un chico japonés y una belga, se da por supuesto que existe esa barrera. No lo descubres. Lo sabes. –Cuando habla de una belga, ¿se refiere a usted? ¿De dónde se siente? Se lo pregunto porque no sabemos muy bien de dónde es Amélie Nothomb. –Después de muchos años, creo que soy belga. ¿Qué significa ser belga? Pues no ser de ningún sitio, no tener una identidad clara, definida. Al menos me he dado cuenta de que no soy japonesa, algo que no tenía claro antes de que me pasara lo que cuento en este libro. –Entiendo. Al regresar a Japón, con poco más de 20 años, usted se sentía japonesa. Pero cuando vuelve a irse, sabía que no lo era. –Me di cuenta. Podía creerlo. Pero ahora incluso sé que yo era entonces ya belga, aunque no fuera consciente, porque mi identidad era algo muy vago, y eso es completamente belga. Me da la sensación de que es algo que no ocurre con los españoles o los franceses. –Es que, al tiempo que Ni de Eva ni de Adán trata sobre el amor, también trata sobre la identidad. –Como todos mis libros. Yo escribo sobre la identidad. Una de las claves del amor es la búsqueda de la identidad. De la identidad propia y la de la persona que amas. Nunca encuentras la identidad de nadie si no lo conoces a fondo, y la mejor manera de conocer a alguien profundamente es mediante el amor. –Hay algo que puede parecer extraño. La mezcla del amor con el sentimiento de los samuráis.

–Es que, en el mundo de los samuráis, el amor es un asunto crucial. –¿Así que amar supone también ir a la guerra? –Puede ser muchas cosas. Pero al leer el código samurái del siglo XVII, te das cuenta de que trata sobre el amor. Deben amarse entre ellos, aunque no decirlo nunca; eso sería obsceno. También debes amar a quien matas. Mira que son raros los japoneses, por eso me fascinan tanto. En mi caso, cuando Rinri [el protagonista de la novela, junto a la propia Nothomb] me dice que le dé el abrazo del samurái, creo que eso es lo que convierte esta historia en algo diferente. Una historia bella. –Y verdadera. ¿Completamente autobiográfica? –Ciento por ciento. –¿Se va desnudando ante sus lectores poco a poco? –En este libro se cuentan tantas cosas como se callan. Hay autores que se desnudan mucho más. Yo creo que hay límites y nunca los traspaso. –Así que vamos descubriendo a Amélie poco a poco. ¿Y ella? ¿También se va descubriendo mientras escribe? –Por supuesto. Como decía Virginia Woolf, nada ocurre hasta que no lo escribes. Suscribo esta frase. A veces me sorprendo a mí misma en lo que sale sobre el papel. ¡Dios mío! ¿Ésta soy yo? Las palabras son el espejo. –Escribe historias autobiográficas y de fenómenos sociales que nos rodean. ¿Cuándo sufre más? –Depende. Es difícil escribir. No quiero decir con eso que sea doloroso. Me refiero a que es intenso. Pero me gusta así. Si fuera sencillo, fácil, no lo disfrutaría. –¿Y para hacerlo más difícil de lo que es se levanta usted a las cuatro de la mañana para escribir? –Eso cuesta, sobre todo en invierno. No es que necesite endurecerlo más, pero lo que no es difícil no merece la pena. Como el amor. Cuando es fácil, aburre. –Además, escribe más de lo que publica. Me interesa lo que tiene guardado bajo llave. ¿Qué es? –Son historias como las demás. Simplemente, no tengo ganas de compartirlas. Como pasa con algunos hijos, no quieres compartirlos con todo el mundo, pero eso no significa que no los quieras. –¿Cuántos ha parido hasta la fecha? –Llevo 65 y he publicado unos 17 o así. No sé, me confundo. –La patria de un escritor es la lengua. Así que usted también es francesa. ¿Le gusta? Además es el país donde tiene más éxito. –Cierto. Gracias a ese éxito, Francia es también mi hogar. Más dedicándome a la literatura. En Bélgica no