Un secuestro con historia

era Lorena; Susana; Sergio, el tucu- mano; y otros más; todo creyendo en los principios de la lucha armada pa- ra forzar
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Espectáculos

Viernes 23 de julio de 2010

LA NACION/Página 7

TEATRO

Un secuestro con historia Inteligente y sensible mirada de Dalmaroni a la militancia política de los años 70 Muy buena (((( El secuestro de Isabelita. Texto y dirección: Daniel Dalmaroni. Intérpretes: Viviana Suraniti, Gabriel Kipen, Mariano Bicain, Laura Agorreca, Gastón Courtade, Ivana Averta, Daniela Nirenberg (reemplazada por Sofía Bertolotto) y Juan Mendoza Zéliz. Escenografía y luces: Marcelo Salvioli. Vestuario: Cecilia Carini. Teatro del Pueblo. Sábados, a las 23. Duración: 60 minutos.

Isabel, Isabelita, Chabela, María Estela Martínez o vaya a saber quién. El grupo de ex Montoneros que tomó por asalto la quinta de Olivos con la intención de secuestrar a Isabel Perón no sabe si la persona que se llevó encapuchada es la que buscaba o una empleada de maestranza llamada Isabel Pavón, que gusta de vestirse con la ropa de la viuda del general cuando ella sale de casa y hablar con su acento. La desazón abate a este grupo de guerrilleros que se escindió de Mon-

Actuaciones interesantes

La pintura grotesca de una familia Buena ((( El sepelio. Dramaturgia y dirección: Heidi Steinhardt. Intérpretes: Cristina Maresca, Néstor Caniglia, Diego Rinaldi, Guido Silvestein. Iluminación: Andrea Czarny. Coordinación de producción: Daniel Higa. Asistente de dirección: María Sol Giancaspro Arias. En La Carbonera (Balcarce 998). Viernes, a las 20.30. Duración: 60 minutos.

Domingo por la mañana. Una madre reúne a sus tres hijos varones en torno a un desayuno. La excusa parece tonta: quiere dejar arreglado su funeral. No se la ve moribunda, todo lo contrario. Su vitalidad es extrema y tanta que, a lo largo de la obra, no hace más que exponerla de manera intensa en la relación con cada uno de sus muchachos. Pero hay algo que esconde y es muy grave. Ellos no van a enterarse nunca de la realidad que está acosándola y que no se anima a develar. Prefiere involucrarlos en otros temas. Mostrarse, por ejemplo, dura con ellos a la hora de ciertos reclamos económicos. Opta por, de manera individual, convencerlos de unos arreglos monetarios que nunca llegan a buen puerto. Pero esas situaciones no adquieren la teatralidad necesaria como para aportar a la acción un verdadero y movilizador efecto. El sepelio posee una dramaturgia endeble. Heidi Steinhardt muestra un mundo familiar convulsionado de manera muy amplia. Y son tantas las aristas que quiere reflejar que va desdibujando el conflicto central, el motivo que da inicio al drama. El inesperado final resulta sumamente desconcertante. Es potente, es cierto, pero nada de lo que venía aconteciendo parecería motivarlo. Ese texto adquiere cierta potencia en la resolución escénica. Allí sí, Steinhardt conduce a sus intérpretes con seguridad y logra que, sobre todo en el trabajo de los hijos, se observe una interesante profundidad. Cada uno a su tiempo tiene la posibilidad de mostrarse tal cual es y lo hacen con una naturalidad tan acabada que, en muchas situaciones, logran un provocador acercamiento a la platea. Son seres muy reconocibles. En el rol de la madre, Cristina Maresca expone una conducta muy lineal. Y, aunque su trabajo tiene cierta riqueza, hay matices que aun falta que desarrolle con más intensidad. Sus quiebres en algunas situaciones pasan casi inadvertidos y esto hace que el conflicto, por momentos, esté más en los hijos que en ella. El sepelio es una atractiva pintura grotesca de una familia en la que, sobre todo, aquello que se oculta hace aflorar un presente verdaderamente patético.

Carlos Pacheco

toneros hace un tiempo (“nos echaron por fierreros”) y trata de continuar la lucha urbana como puede. La situación es desopilante, un delirio en el que se mezcla la mala suerte, la inexperiencia, el miedo a los infiltrados y todo un mundo saturado de términos propios de la militancia política y de la vida en la clandestinidad que –a su vez– se combina con la fe ciega por un proyecto que justifica cada acto de sus vidas. Allí está Marcos, que es Raúl; también Chuzo; Lía, que en Montoneros era Lorena; Susana; Sergio, el tucumano; y otros más; todo creyendo en los principios de la lucha armada para forzar –en este caso secuestrando supuestamente a Isabelita– cierto paso al costado de López Rega. La idea es evitar el golpe: “Imaginate un minuto lo que puede ser la represión de un gobierno militar”, dice uno. “No puede ser peor que la de la Triple A”, le contesta otro. Con la distancia que otorga el tiempo, el diálogo que podría ser un simple intercambio de

opiniones toma un tono dramático en el espectador que no tiene nada que ver con el de ellos. Son esos vaivenes lo que hace de esta obra un hallazgo, ya que se atreve sin tapujos a tratar con humor (y mucho) este tema en el que, lejísimos de burlarse, ofrece una mirada casi tierna y compasiva, que se acentúa con un final que cambia abruptamente de tono y que consigue un alto impacto emocional. Y esto no es sólo responsabilidad del dramaturgo sino también del modo en que, el mimo Dalmaroni como director, hace jugar a sus personajes en escena. Con un equilibrio bien resuelto, la acción (y el interés) no se detiene nunca aunque no pase demasiado. Es que también van apareciendo nuevo temas, nuevos datos históricos, nuevos delirios que no dejan decaer la atención. Además hay que tener en cuenta el gran trabajo de ambientación en el que la ropa, los cortes de pelo, de patillas y bigotes juegan un rol fun-

Los compañeros Marcos, Chuzo, Susana, Lía, Sergio, Mónica y Ricardo

damental, y más con el desempeño de un compacto elenco que no muestra fisura al momento de interpretar a este grupo de jóvenes que llevan su idealismo con tantos principios inquebrantables que hasta se animan

a plantear un juicio revolucionario a un compañero por fumar marihuana (“¿vos no serás trosko?”). Muchas virtudes tiene El secuestro de Isabelita, pero la más grande es que deja al espectador sin palabras.

Nada de lo que uno puede imaginar sucede, no vale la pena ir con preconceptos. La mejor manera es dejarse sorprender y emocionar.

Verónica Pagés