Sentencias creativas

José Alfredo Martínez de Hoz las críticas más airadas que se le hacían desde la industria nacional a su dólar barato. Lo
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ENFOQUES

I

Domingo 29 de marzo de 2009

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| Humor |

Mike Keefe / The Denver Post, de EE.UU. México, EE.UU. y la oferta y demanda de drogas –¿No puedes hacer nada respecto de estos tipos malos en la frontera? Patrick Chappatte / Le Temps, de Ginebra, Suiza La nueva estrategia diplomática norteamericana frente a Irán –Barack quiere ser su amigo

Frederick Deligne / Nice-Matin, de Francia La presentación del Nano –Primero deberías probar nuestra nanocomida

La dos

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| Punto de vista |

| Sin palabras por Alfredo Sábat |

| Catalejo |

Esa molesta costumbre de hacer política

Destino cruel, sin moralejas

PABLO MENDELEVICH

HERNAN CASCIARI

PARA LA NACION

PARA LA NACION

¡Oh, política, cuántas cosas pasan en tu nombre! A esta altura uno ya no recuerda si la política era algo bueno, algo malo, o si viene en dos versiones como el colesterol. El ciudadano medio quizás siente que pasamos del ahorro al despilfarro sin tregua. Poco antes de que los Kirchner mandasen a hacer una ley para descargar a toda prisa su incontinencia sufragante, el jefe de Gabinete decía, en respuesta a una pregunta de un cronista de calle, que sería una falta de respeto a la gente hablar de candidaturas en esta época. Ahora, los que padecen el síndrome Al pie de la letra (lineales rústicos incapacitados para comprender la laxitud latina) podrán inferir que, durante todo abril, no se hará otra cosa en la Argentina que faltar el respeto. No está muy claro, pero es como si se dijera que la política y su primogénito, el voto popular, son los que dificultan la concentración, socavan el desarrollo, fastidian, vamos, no dejan trabajar. En verdad, en los discursos estereofónicos oficiales de los últimos días conviven sin matarse las odas ardorosas a la política, al voto, a las elecciones, con descalificaciones severas a “las patronales agrarias” (un eufemismo tan forzado como decirle empresario hotelero a Néstor Kirchner) bajo el cargo de evacuar clamor “político” desgajado del asunto sectorial. Político es en ese contexto algo muy negativo –contrabando, trampa–, como lo eran para el superministro José Alfredo Martínez de Hoz las críticas más airadas que se le hacían desde la industria nacional a su dólar barato. Lo extraño es que en la democracia resulte confusa la tasación de la política y que se use ese mismo concepto –política– para denostar y para enaltecer. Obsérvese que la frase recomendada para devaluar a los contrarios es “están haciendo política”. En cambio, al asumir la presidencia, Cristina Kirchner reverenció a la política con la mirada de los querubines frente al arca y le adosó adverbio de lugar: “fue desde la política desde donde por primera vez en la República Argentina se empezó a gobernar sin déficit fiscal; fue desde la política donde por primera vez se comenzó un proceso de desendeudamiento del país; fue desde la política desde donde decidimos cancelar nuestras deudas con el Fondo Monetario Internacional”. ¿Se llama política a cosas muy diferentes o cambia ésta sus propiedades según el usuario gobierne o no? Un cuarto de siglo atrás se planteó un dilema similar cuando Saúl Ubaldini, apoyado por toda la oposición justicialista, le descerrajó catorce paros nacionales al gobierno de Alfonsín, que también entreveía en aquella rutina contestataria una expresión política, no gremial. Pero se ignora si revisaron los Kirchner su adhesión de entonces a las consecutivas paralizaciones del país por no figurar como objeto de estudio la década del ochenta entre sus favoritas. Ahora que el escollo electoral, como llamó la Presidenta a los comicios en tiempos de crisis mundial, fue retirado de la zona del año en la que estorbaba y se lo trajo al hoy, política y campaña serán un todo. Que por suerte se acabará prácticamente con el otoño, dice el gobierno.

Esta semana la prensa recogió algunos extraños casos de mala suerte. El primero, y más reciente, le ocurrió a Sean Hodgson, un inglés de 58 años que, hace treinta, fue juzgado y encarcelado en Londres por el asesinato de una camarera. Pasó en la cárcel toda su juventud, masticando bronca. El año pasado nuevas pruebas de ADN demostraron que era inocente. Después de que la policía le pidiera disculpas, Sean Hodgson quedó en libertad el lunes 23 de marzo; había pasado, exactamente, veintisiete años y cuatro meses en prisión. Al salir de la cárcel, justo cuando cruzaba la calle por primera vez en décadas, un coche lo atropelló y lo hizo saltar por los aires. Ahora Sean Hodgson está internado en un hospital, y espera ser sometido a complicadas cirugías. Una semana antes de aquello, en Oklahoma, un hombre llamado James Brewer (también de 58 años) estaba en su lecho de muerte a causa de un derrame. Antes de quedarse sin fuerzas, llamó a un amigo y le confesó un asesinato antiguo. “Quiero limpiar mi alma”, le dijo, y le contó con gran detalle cómo, hace mucho, había matado a un vecino. “Desde entonces he ocultado el crimen, pero ahora me voy de este mundo y quiero irme sin culpas”, explicó, y después ladeó la cabeza para morir en paz. Pero no murió. James Brewer se recuperó milagrosamente de su derrame cerebral y ahora se enfrenta a la pena de muerte por aquel asesinato no resuelto. Una semana antes de aquello, en la ciudad israelí de Beit She’an, un joven judío de veinticuatro años se perdió haciendo senderismo por el monte. El día era claro y no creyó necesario pedir ayuda. Tomó un camino confuso y después giró a la derecha, sin saber que se adentraba en un campo de minas antipersonales. Pisó una, sintió una explosión en el pie y un dolor enorme. Se había fracturado la pierna. Llamó a emergencias con el celular y, media hora después, llegó un helicóptero a rescatarlo. Cuando ya estaba a salvo, a setenta metros de altura y a punto de ser subido al helicóptero, el arnés que lo transportaba cedió y el joven cayó al vacío. Murió a pocos metros del lugar donde se había quebrado. Estas tres desgracias ocurrieron el 11, el 18 y el 23 de marzo de este año, pero se fueron gestando a fuego lento, desde hace décadas. La mina antipersonal que pisó el israelí fue dejada allí por los sirios, en 1967, tras la guerra de los seis días. El asesinato que cometió James Brewer, el hombre que pensó que moría, ocurrió en 1977, y hubiera seguido impune para siempre. Y el otro, el pobrecito inglés que purgó una condena injusta (y que ahora está hospitalizado), entró en la cárcel por un homicidio ocurrido en 1982. Sin moralejas, sin metáforas, el destino se ensaña con algunas criaturas hasta el final, y no da segundas oportunidades. En algunas historias Dios, el que al final impone justicia divina, parece ausente, y en algunos casos parece irónico. Como si jugara. Parece un niño gigante, un poco aburrido y cruel, pulsando los botones de una playstation global.

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El dengue

| Prisma |

Sentencias creativas ENRIQUE VALIENTE NOAILLES PARA LA NACION

La noticia que consigna Sergio Ramírez en su artículo en LA NACION no tiene desperdicio. Se trata de la jueza de un condado de Ohio que condenó al adolescente Andrew Vactor por pasear en su auto con los parlantes a pleno, molestando al vencindario. La pena consistía en 150 dólares, pero podía ser disminuida a 15 si el chico se avenía a escuchar 20 horas de música clásica. Lástima que existan las fianzas para determinados casos. Que Madoff haya podido seguir viviendo en su millonaria mansión, durante los últimos meses, luego de haber estafado a miles de personas por millones de dólares, no debería ser posible. Lo mismo ocurre en este caso. Vactor hizo la cuenta: me ahorro 135 dólares por escuchar 20 horas de música, pero la cosa no prosperó. Así como pagaría 150 dólares para escuchar a sus músicos preferidos, finalmente pagó en este caso los 150 dólares para no escuchar a Beethoven, Bach y demás miembros del repertorio. Los que encuentran incomprensible la elección de Vactor sólo tienen que ponerse en sus zapatos

e imaginar sufrir la pena con la música inversa. Aunque algún que otro amante de la música clásica podrían llegar a pagar también por no escuchar a Wagner. Sobre gustos no hay nada escrito. Pero sobre penas sí, y hay que destacar el grado de civilización de la sanción imaginada. Si en Buenos Aires se castigaran así los ruidos molestos, la ciudad estaría llena de potenciales melómanos. No es ésta la primera de las sentencias creativas de la jueza Fornof-Lippencott. En un caso de irresponsabilidad financiera, ofreció a los acusados la oportunidad de escapar a una multa importante si veían un documental de televisión que trataba acerca de la prudencia fiscal. Lo interesante del fallo de la jueza es la obligación de pago de la infracción en la misma moneda en que se cometió, con un plus educativo. La ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente, es bárbara e incivilizada para los delitos mayores, pero puede ser maravillosa y apropiada para las contravenciones menores. Porque nada como sufrir en carne propia lo que uno le hace al prójimo para despertar una obligada empatía con él. En este sentido, imaginemos otras re-

paraciones sublimes. Como por ejemplo la pena para el político que cree que el cénit de la oratoria radica en vociferar frente a un micrófono. En la fina lógica de la Dra. Fornof-Lippencott, durante un mínimo de 20 horas debería ser condenado a soportar sus propias estridencias, o a escuchar sin interrupciones a alguien que, desde un pacífico atril, le hable acerca de la paz social y de la unión entre hermanos, proseguido de otras tantas horas en el que se lo instruyera sobre los beneficios de los yuyitos para la economía de un país. Si se utilizara la cadena nacional para la estridencia, la pena debería ser mayor, acorde con el daño infringido. Para ser justos, por supuesto, también el que corta una ruta debiera ser condenado a escuchar repetidamente la parte de la Constitución Nacional en la que se garantiza la libre circulación, mientras pavimenta un largo camino de tierra. En fin, si la Fiscalía de Investigaciones Administrativas ha quedado diezmada, y si no hay condenas por las cosas grandes, que al menos las haya por las pequeñas. [email protected]

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