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The Project Gutenberg EBook of Thespis, by Carlos-Octavio Bunge This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.org

Title: Thespis Author: Carlos-Octavio Bunge Release Date: October 4, 2008 [EBook #26771] Language: Spanish Character set encoding: ISO-8859-1 *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK THESPIS ***

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THESPIS BIBLIOTECA DE LA NACIN CARLOS-OCTAVIO BUNGE THESPIS (NOVELAS CORTAS Y CUENTOS) BUENOS AIRES 1907 Imp. y estereotipia de LA NACIN.--Buenos Aires

NDICE PRLOGO

MSCARAS TRGICAS El ltimo grande de Espaa El Chucro La madrina de Lita La agona de Cervantes El justiciero Pesadilla droltica. (Impresiones de veinticuatro horas de fiebre)

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MSCARAS CMICAS El ms zonzo Almas y rostros La tirana del bridge Monsieur Jaccotot El canto del cisne El capitn Prez

PRLOGO

_Al volver Baco de las vendimias, seguale brillante squito de faunos y ninfas. Y los corifeos del dios ventrudo y coronado de pmpanos, del dios de los rboles frutales y las vias, cantaban su cancin bquica, narrando hechos y casos..._ _Thespis, el divino creador, invent entonces la sustitucin del coro por un hombre viviente, de carne y hueso, que simulara y mimase los hechos y los casos. l fue este hombre. Y para representar su serie de encarnaciones, cambibase sucesivamente de trajes y de mscaras de lino. Actor nico, personificaba hombres y mujeres, viejos y nios, reyes y mendigos. El coro se limitaba a replicarle._ _Autor al mismo tiempo que actor, Thespis es el padre del teatro griego, la tragedia y la comedia, la mscara de Esquilo y la de Aristfanes. Por eso pudo Dioscoride escribir en su tumba el siguiente epitafio:_ Aqu estoy yo, Thespis. Fui el primero en inventar el canto trgico, cuando Baco traa el carro de las vendimias, y era propuesto en premio un lascivo macho cabro, con un cesto de higos ticos. Nuevos poetas han cambiado la forma del canto primitivo; otros, con el tiempo, lo embellecern todava. Pero el honor de la invencin siempre queda para m. _Tendrs eternamente razn, oh glorioso Thespis. El honor invencin te pertenecer siempre. Yo, hijo de tierras que conocido y de una civilizacin que no pudiste sospechar, te rindo homenaje, poniendo tu nombre al frente de este

de la no has lo reconozco; y libro..._

_Pues este libro es un manojo de cuentos y fantasas, escrito en los ms varios estados de nimo. Presenta, puedo decirlo, distintos personajes y diversos estilos. Por mi rostro han pasado tambin las mscaras de lino, ya trgicas, ya cmicas... No es acaso todo escritor--poeta, dramaturgo o novelista,--la sucesiva encarnacin de sus personajes? l siente, acta y habla por ellos, ellos por l. Un autor es un actor en silencio... Su sinceridad no es ms que su aptitud de sugestionarse con las mscaras que se suceden sobre su rostro._ _Sedme pues propicios, oh manes de Thespis, padre comn de todos los poetas, dramaturgos y novelistas!... Al poner mi libro bajo tu nombre, pido al buen rbol buena sombra._ Buenos Aires, Diciembre de 1906.

PRIMERA PARTE--MSCARAS TRGICAS

EL LTIMO GRANDE DE ESPAA

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I

Pablo Gastn Enrique Francisco Sancho Ignacio Fernando Mara, duque de Sandoval y de Araya, conde-duque de Alcaices, marqus de la Torre de Villafranca, de Palomares del Ro, de Santa Casilda y de Algeciras, conde de Azcrate, de Targes, de Santibez y de Lope-Cano, vizconde de Valdolado y de Almeira, barn de Camargo, de Miraflores y de Sotalto, tres veces grande de Espaa, caballero de las rdenes de Alcntara y de Calatrava, seor de otros ttulos y honores, era, cosa extraa en persona de tan ilustre abolengo y alta jerarqua! un joven modesto, sensato y virtuoso. Hurfano desde temprana edad, fue educado por su nica hermana, Eusebia, quien, por los muchos aos que le llevaba, poda ser su madre, y de madre hizo. Desmedrado, rubio, paliducho, con incurable aspecto de nio, de facciones finas, de ojos dulces y claros y porte de principesca mansedumbre, contrastaba el joven con la igualmente interesante figura de su hermana. Era sta una mujer alta, huesosa, de dura y vieja fisonoma, coronada por abundante masa de negrsima cabellera. Aristcrata y clibe empedernida, en cuanto l cumpli la mayor edad, profes ella en la orden de las ursulinas. No sin decirle antes, sintetizando su obra educativa: --Por tu nombre y antepasados, eres el primer noble, el primer grande de nuestra siempre noble y grande Espaa. Despus del rey nadie tiene ms altos deberes que t. Modelo debes ser, en virtudes y sentimientos, de tanto hidalgo indigno de su prosapia y de tanto plebeyo blasonado por el dinero y la vanidad. No olvides jams lo que a ti mismo te debes, y a tus gloriosos predecesores. Ellos fueron virreyes, generales, cardenales y hasta reyes y santos; conquistaron tierras para su patria, laureles para sus sienes y almas para el cielo. En nuestros tiempos tu accin ser forzosamente ms reducida y simple. Tu vida, pura y retirada, no slo ser ejemplo de verdaderos hidalgos, sino tambin muda protesta contra estos tiempos corrompidos y vulgares. As dijo, en el tono austero y proftico de una sibila. Y sin ms, permitiendo apenas que por toda despedida el joven besara respetuosamente su mano de abadesa, cubrindola de lgrimas, se retir del mundo. Pablo, Pablito, como ella cariosamente le llamara, qued solo. Aunque emparentado con los mismos Borbones y con toda la nobleza antigua, no mantena con sus parientes ms que ceremoniosas relaciones de etiqueta; chocbale la excesiva familiaridad propia de las cortes modernas. Reservando en el fondo de su corazn tesoros de ternura, crea torpe derrocharlos en afectos pasajeros y advenedizos. Por eso viva retrado y hasta hurao, en su palacio de familia. Era ste, ms que palacio, convento, por su arquitectura sobria y maciza y por sus vastas dimensiones. El ala central haba sido levantada durante el reinado de Carlos III, en un extremo de la calle del Rey Francisco, que perteneca entonces a los suburbios de Madrid. Completado y reconstruido luego, era todava grandiosa morada. Por las muchas deudas que contrajera el ltimo duque de Sandoval, viejo y disipado soltern, to del heredero, el palacio haba sido embargado en la liquidacin testamentaria de sus bienes. Ocurri esto en la minora de Pablito. Y aqu fue donde primero se manifest la entereza de su hermana Eusebia, a cuyos esfuerzos y diligencias debiose en gran parte la salvacin de la finca, con sus magnficas reliquias. Apenas heredara Pablo los blasones, dio ella en desplegar la perseverancia y hasta el buen criterio comercial que se revela en el epistolario de Santa Teresa de Jess. Haba que salvar de la ruina que lo amenazara el ducal mayorazgo, honra y prez de la patria historia! Y tanto breg, luch, suplic, transigi y aun especul, que al cabo de algunos aos iban en vas de salvarse de las garras de los acreedores las tierras ms

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tradicionales y las dos ms ricas dehesas de la opulenta casa. Al joven duque no le tocaba ahora ms que seguir las operaciones iniciadas y aconsejadas por su hermana, para que, al cumplir los treinta aos, se viera en posesin de fortuna suficiente al decoro de su rango. --Mira a nuestro primo Osuna--habale dicho Eusebia.--Por la magnificencia de su padre, digno embajador de Espaa ante el zar, ha debido liquidar en pblica almoneda los honrosos trofeos de su estirpe. Hay que evitar decadencia semejante. Y no podemos evitarla sino con trabajo y ahorro. El comercio y los negocios no son para nosotros. Recuerda al duque de Ganda! Los deportes, que convendran a tus gustos, no convienen an a tu fortuna. No olvides que Alba, propietario de cuantiosos bienes, ha gastado una mitad de ellos en los llamados sports, que nos traen las modas de Inglaterra. Tampoco te aconsejara que esperes aumentar tus caudales, como Montesclaros, unindote a la heredera de algn rico comerciante bilbano. Esa gente no participa de nuestros sentimientos, no es capaz de desinters ni de delicadeza. Hasta en ideas polticas te concedo que puedas a veces templar las pasiones tradicionales con los nuevos tiempos, puesto que tu abuelo y tu to disimularon su fidelidad a don Carlos; pero nunca en cuanto a tu casamiento... Una verdadera duquesa de Sandoval es tan difcil de encontrar como una reina de Espaa! Y despus de una larga pausa, con una emocin que nunca, antes ni despus, le notara su hermano, haba concluido: --No me he casado yo, tal vez por que no hall un marido para mis sentimientos y mi linaje. Dios sabe que slo quera nobleza, no dinero. Pero t, mejorada la suerte de nuestra casa y heredero de sus ttulos, te encontrars un da en ocasin de poder elegir una princesa. Espero del cielo que ella exista entre la miseria y corrupcin de nuestro siglo. No has visto nunca crecer, pura y lozana, en montones de estircol, una azucena blanca? Mucho medit Pablo sobre tan excelentes advertencias. Y despus de guardar durante algn tiempo el duelo que senta por la profesin de su hermana, comenz a frecuentar, de cuando en cuando, si no la sociedad bullanguera y aparatosa, las recepciones de Palacio, donde era bien quisto por su ejemplar conducta. All conoci las beldades de la corte, cuyas toilettes y modos le chocaron, a veces hasta la indignacin. Encontrbales cierta desfachatez que se le antojaba canallesca, bien distante de la casta y severa majestad de las grandes damas de otros tiempos. Lleg a pensar que hallara la esposa soada en las soledades de provincia y hasta en otras cortes menos modernas, como las de ciertos pequeos principados de la feudal Alemania. Pero, ay! esas infantas eran generalmente herejes... Y al defecto de la hereja innata, cuyo dejo subsiste an despus de la conversin, era casi preferible el defecto del modernismo parisiense, del modernismo Revolucin Francesa! Decase que, avalorando su nobleza y seoro, la reina madre lleg a insinuarle, por discreto intermediario, la proposicin de que casara con la menor de las infantas reales... l la conoca, l saba de memoria su perfil borbnico... Debi pensar si podra amarla... No, nunca la amara, a pesar de su adhesin y su respeto! Cmo engaar, entonces, a una princesa real ante el altar divino? No sera eso faltar doblemente a su Dios y a su rey? Fue as que, segn se contaba, rechaz el ofrecimiento en agradecidos y leales trminos. Parece que el emisario de Palacio insisti a pesar de su negativa. Crey que sta fuese inspirada por la modestia; y debi llegar hasta ofenderle, con su moderno espritu comercialista, encareciendo las ventajas de la alianza, como si el joven duque fuese una mercanca que se ofreciera... Esto acab por indignarle en su ntimo y concentrado orgullo, y tan hondamente que, para terminar el enojoso asunto, dio Pablo una rplica digna de los antiguos tiempos de la grandeza espaola: --Diga usted a su majestad la reina que, siendo yo el primer grande de Espaa, no quiero ser el ltimo infante.

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Picado, el proponente pregunt: --Es sa la ltima palabra del seor duque? Pablo se encogi de hombros: --El duque de Sandoval no tiene ms que una palabra. Lo mismo da llamarla primera que ltima. Y, diciendo esto, se puso de pie, para significar a su interlocutor que haba terminado la entrevista. Poco a poco, disgustado por el ambiente, fue retirndose otra vez a su palacio. Maldeca all a las nuevas invenciones, que le obligaban a vivir continuamente preocupado en el saneamiento econmico de su casa, cuyas deudas estaban todava a medio amortizar. En los reinados de Carlos V y de Felipe II, cunto mejor aprovechamiento tuvieran sus juveniles energas, al frente de los tercios de Flandes y de Italia, o de las huestes conquistadoras de las Indias! Felices tiempos aquellos en que el sol no se pona nunca en los dominios del Rey Catlico! Cansado por los trfagos de la administracin harto del inacabable clculo de intereses y amortizaciones, pens en distraerse viajando por el extranjero. Mas desisti por entonces de la idea, en parte por ahorro, en parte porque todava no estaban los asuntos de su casa como para delegarlos en manos de procuradores o intendentes. Seguira pues aun en el puesto que su hermana le indicara, cumpliendo las tareas ms contrarias a su carcter generoso y altivo, en aras de esa misma generosidad y esa altivez.

II Hallbase una noche despus de cenar, solo como de costumbre, hojeando distradamente peridicos y revistas, en la habitacin que eligiera para gabinete de trabajo. Era sta una amplia sala, decorada con cinco antiguos retratos de familia, los mejores de la coleccin, verdaderas piezas de museo, obras de grandes maestros. Terminada la lectura, dej caer al suelo la ltima revista y absorviose en la contemplacin del cuadro, firmado por el Tiziano, que tena frente a su poltrona. Representaba l a don Fernando, el primer duque de Sandoval, fundador de la grandeza de su casa, en traje de gran maestre de la orden de Calatrava... Y, por sbita y peregrina ocurrencia, Pablo dirigi mentalmente a don Fernando, esta breve, pero sentida alocucin: --Ya ves. Llevo por ti, oh mi glorioso abuelo! una vida lnguida y aburrida, una verdadera vida de sacrificio. Slo espero que t, ya que eres el dios tutelar de nuestra casa, me apruebes y bendigas. Pareciole entonces ver al joven duque que su abuelo don Fernando, soltando la preciosa empuadura de su espada, le tenda, en la tela del Tiziano, ambas manos, como para bendecirle y protegerle... --Esto es ilusin de mis ojos--se dijo.--El viento que penetra por la ventana entreabierta la ha producido, sacudiendo la luz de las bujas. Y se levant bruscamente, para cerrar la ventana, volviendo a arrellanarse despus en su asiento. Pero, realmente, don Fernando pareca haber cambiado de postura y estar poco dispuesto a tomar de nuevo la que le diera el pintor... --Me siento mal--se repiti su ltimo heredero.--No, no puede ser as. Es tarde... Acaso estoy soando ya. Debo irme a acostar... Maana desaparecer la alucinacin. Efectivamente, era ya entrada la noche, pues en una habitacin vecina el reloj dio la una. Hizo entonces el joven un esfuerzo para levantarse,

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aunque sin conseguirlo, saludando al retrato, entre burln y respetuoso: --De todos modos, don Fernando, os agradezco en el fondo de mi alma vuestra bendicin. Y me despido hasta maana, porque ya es tarde y me voy a dormir. Buenas noches... o buenos das! Los labios de don Fernando parecieron desplegarse en el retrato, mientras en la misma habitacin deca vagamente una voz engolillada: --Dios te ayude, hijo mo. Al or esta voz, estremeciose Pablo, alarmado. --Debo de tener fiebre--pens.--Decididamente, esta vida que llevo es antihiginica para cualquiera, y ms para m, que pertenezco a una familia de guerreros y de ascetas, es decir, de nerviosos. Estoy fatigado por las preocupaciones y el trabajo. Me siento medio neurastnico... Es preciso que maana mismo haga mis maletas y me d una vuelta por Roma o por Pars, para reponerme. Quiso levantarse otra vez, y le faltaron fuerzas. Qued as clavado, siempre en su silln, agitndolo extraos e indefinibles presentimientos... De las tres bujas que alumbraban la estancia, apagose una, ya consumida... Al disminuir la luz, Pablo dirigi una mirada a los retratos que colgaban en los muros, y vio que todos, hombres y mujeres, lo miraban y sonrean cariosamente, como saludndolo. El nico que no le hiciera manifestacin alguna de simpata era la efigie de un dominico, fray Anselmo de Araya, gran inquisidor de Felipe II. La adusta rigidez de este fraile, que permaneca tal cual fuera pintado haca siglos, infundi a Pablo todava mayor temor que las sonrisas y los movimientos de las dems figuras... Junto al fraile estaba el retrato de su hermana doa Brianda, la esposa de don Fernando, en un traje de terciopelo negro de severidad casi monstica. Y destacbase enfrente, atribuida al pincel del Tintoretto, la arrogante imagen del joven caballero gascn vizconde Guy de la Ferronire, que cay prisionero del emperador en la batalla de Pava. Embajador ms tarde ante Carlos V, aunque por unas semanas, en rpida misin secreta, habase enamorado y casado con una espaola, doa Brbara de Aldao. De cuyo matrimonio naciera doa Menca, la que fue segunda duquesa de Sandoval, por casarse con el primognito de don Fernando y doa Brianda. Doa Brbara, doa Menca y su esposo y dems ascendientes de ese tronco no estaban representados en la galera del saln. En cambio, hechizaban los ojos de demonio de un ngel pintado por Goya. Este ngel era una mujer descendiente de los nombrados, ta-tatarabuela de Pablo, llamada doa Ins de Targes y Cabeza de Vaca, dama admirable que trastornaba los afeminados corazones de los palaciegos de Carlos IV y Mara Luisa. Diz que el mismo prncipe de la Paz se enamorara de ella, y que el rey, a pesar de las insinuaciones de la reina no lleg nunca ni a fruncir el ceo ante su triunfante belleza. Al verla, Pablo no pudo menos de sonrer con intensa ternura, lo que tal vez no le ocurriera desde que profesara su hermana... Pasndose largas horas, bajo la escasa luz de la ltima buja que duraba encendida, acab el joven por familiarizarse con el raro caso de aquellas figuras que se movan y hasta hablaban... --Vamos, yo os agradezco vuestros saludos--les dijo,--y os invito a que bajis de vuestros cuadros, a tomar conmigo una copa de vino Oporto. Lo tengo bastante bueno, del que olvidara en la bodega mi to, que en paz descanse. Esto os reconfortar y servir de distraccin. Pues debis sentiros un tanto aburridos de estaros quietos tantos aos y hasta siglos colgados de las paredes... --Aceptamos--repuso en seguida don Fernando.

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--Todo sea a la mayor gloria de Dios--dijo fray Anselmo, el dominico. --C’est gentil!--exclam el vizconde de la Ferronire.--J’en meurs pour le bon vin du Porto, et de Bourgogne aussi. Gracias, gracias! --Has tenido una piadosa idea, mi querido nieto, digna de la generosa hospitalidad de tus abuelos--articul la voz de doa Brianda. Y doa Ins nada dijo, pero sonri con tal encanto a su sobrino-nieto, que su sonrisa era una flecha de amor... Recibida con tanto gusto la invitacin, Pablito se adelant hacia su noble antepasado don Fernando, tendindole la mano para que descendiese el primero. El anciano tom formas corpreas, y salt del cuadro al suelo con la agilidad de un hombre acostumbrado a los hpicos ejercicios de combate. Su joven descendiente, con una rodilla en tierra, le bes la velluda y callosa diestra, que midiera su fuerza alguna vez con el mismo Francisco I. Luego ayud al inquisidor, quien, materializado a su vez, se persign y mascull alguna oracin en ininteligible latn. Doa Brianda, tocndole inmediatamente el turno, descendi con dificultad, por sus aos y su respetable peso de matrona espaola. Hasta parece que se disloc un poco el tobillo izquierdo, sin que el dolor le impidiera acomodarse el zapato con serio y recatado ademn, dando amablemente las gracias a Pablito. Al contrario, la bella doa Ins slo apoy ligeramente su mano en el hombro del joven duque, y salt con tanto salero y coquetera, que el mismo gran maestre don Fernando hubo de sonrerle. Por fin, el vizconde de la Ferronire, tocando apenas y como por broma la cabeza de Pablo, baj con la elegancia de un gimnasta. Riose francamente, y exclam, luego, con marcado acento gascn: --Mais, c’est drle! Ya se me haba dormido la pierna derecha de estar tanto tiempo en la incmoda postura en que me puso en el lienzo ese brigand de Tintoretto. Si estuviera aqu, ya le calentara un poco las orejas! Altamente turbado, Pablo no saba cmo hacer los honores de su casa... El vizconde intervino, muy oportunamente: --Y no nos habas ofrecido buen vino de Bourgogne... o de Porto? --Voy a buscarlo con el mayor gusto, si lo deseis, caballero... --Eh! Yo no soy espaol. Puedes tutearme, muchacho. Los franceses, entre iguales, nos tratamos como iguales. Dejando instalados a sus extraos huspedes, todos como en cuerpo y alma, baj Pablo a la bodega, y volvi al rato con copas de cristal y botellas cubiertas de polvo y telaraa. Estaba plido y tembloroso, pues en el estado de sobreexcitacin en que se hallaba, habale asustado como espectros un par de lauchas que corrieran en la obscuridad de la bodega. --Vamos, tranquilzate, mon cher--le dijo el gascn.--Te han aterrorizado las ratas del stano? En mi tiempo, los jvenes eran ms animosos. Cuando yo tena quince aos... --Dejad vuestra historia para otro momento, vizconde, si os place. Ahora beberemos--interrumpi con serena autoridad don Fernando. --Tenis razn, querido consuegro. Bebamos a la salud del ltimo duque de Sandoval. Y el mismo gascn descorch las botellas y sirvi a los presentes con

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gallarda alegra. Entonces pudo ver Pablo que las cinco visitas haban tomado completa posesin de su casa. Encendidas nuevas luces, estaban diseminadas por la sala, en familiares posturas y cmodos sitiales. El nico que permaneca en un rincn, fosco y como inspirado, era fray Anselmo. --Yo me siento aqu tan a mon aise, como si estuviese chez moi--deca el gascn.--Siempre me encontr bien en Espaa, porque si los espaoles son un poco orgullosos, tambin son valientes, valientes como los mismos franceses. Y nunca vi mujeres ms lindas que las de Espaa!--Doa Ins agradeci con su mejor sonrisa, mientras prosegua el vizconde:--Sobre todo, que las mujeres de Espaa cuando tienen tambin su poquito de sangre francesa, como mi nieta doa Ins! --No seis adulador, vizconde--repuso sta, irnicamente.--Tal vez si me vierais bajo mi estatua yacente que est en la catedral de vila... --Estos franceses--murmur doa Brianda, con la severidad de una duea,--ms que galantes, parecen deschabetados. --El hecho es--dijo don Fernando a Pablo, como para cortar la conversacin,--que nos encontramos muy bien en tu casa y que gozaremos algn tiempo de tu castellana hospitalidad. Aqu se oy la gruesa voz del fraile, con entonacin casi iracunda: --No es por encontrarnos bien por lo que nos quedaremos un tiempo en vuestra casa, joven duque, sino para cumplir un designio de Dios. l nos dio la vida, l nos la quit, l nos la devuelve hoy. No somos ms que instrumentos de su Voluntad omnipotente, que acaso nos llama a cumplir una grande accin en su pueblo predilecto, el reino catlico. --Amn--agreg doa Ins, ms devota que burlona. --Para servir mejor a mi Dios--continu el fraile,--permitidme que me retire a mi habitacin... No tenis por qu incomodaros acompandome, joven duque; yo conozco el aposento que me destinis y puedo ir solo y abrirlo, con la gracia de Dios, llave que abre todas las puertas. Buenas noches. --Buenas noches, padre--repuso a coro la compaa. Y fray Anselmo se retir, haciendo sonar entre sus magros dedos las gruesas cuentas negras del rosario que penda en la cintura de su hbito blanco. --Es uno de los ms preclaros varones de nuestra casa, un verdadero santo--exclam con uncin doa Brianda. --Est limpia y ventilada la habitacin que se le destina?--pregunt zumbonamente el gascn. --Hace algn tiempo que no se abre...--repuso Pablo. --Algn tiempo... un par de aitos, por lo menos... Pues en tal caso, si el fraile pasa la noche de rodillas, saperbleu!, se va a ensuciar su hbito blanco, y cuando vuelva al retrato, dar asco. Doa Ins lanz una alegre carcajada; doa Brianda estir su labio con una mueca de desdn y de fastidio... --Tantas veces os dije, vizconde--observ don Fernando,--que en Espaa no debis nunca burlaros o hablar ligeramente de sacerdotes y cosas de religin... --Sois insufrible, caballero--asegur a Guy doa Brianda. --Cundo aprenderis a estaros con juicio?--preguntole el primer duque

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de Sandoval. --Cundo? Y todava me lo preguntis? No me he pasado tres siglos quieto, quietecito, colgado siempre de la pared, sin moverme, sin pediros en prstamo ni un maraved, mi querido consuegro, sin haceros una guiada, sage comme une image? Bien sabis que muchas veces me ha picado la nariz, porque se paraba una mosca encima, y que ni a escondidas he desprendido la mano de la cintura para rascarme! --Lo cierto es que mi abuelito el vizconde--intervino graciosamente doa Ins--debe haberse aburrido de lo lindo en su cuadro, habiendo llevado antes una vida tan divertida en Gascua, en Pars y hasta en Toledo. Os distraais recordando vuestras aventuras? --A veces, cuando no flechaba el corazn de la respetable matrona que tena en frente--repuso Guy, aludiendo a doa Brianda. --Estis faltando a una dama... y a una dama de vuestra familia!--clam indignada la aludida. --Pensad ms bien en vuestros pecados, vizconde--dijo gravemente don Fernando,--para que Dios os perdone en el da del juicio final. --Felizmente, don Fernando, todava llevo la espada al cinto para pelear al Demonio si se atreve conmigo--repuso gallardamente el gascn, desnudando su toledano estoque y acometiendo con l a un enemigo invisible... Cuando lo volvi a envainar, agreg, decidor:--Pero es ridculo que no aprovechemos estas cortas vacaciones y que, mientras pudiramos divertirnos, nos quedemos aburrindonos aqu, con las solemnes caras de tontos que tenamos en los retratos... Bebamos por mis pecados! --Por vuestros pecados!--exclam indignada doa Brianda. --No, por el perdn de los pecados de abuelito el vizconde--intercedi seductoramente doa Ins. --Vamos, perdonadme, oh duquesa, mi ilustre consuegra, por el amor de nuestros hijos--solicit galantemente Guy de la Ferronire a doa Brianda, que, en prueba de su buena voluntad, le tendi la mano para que la besara.--Bastante reimos ya en el siglo XVI, para que volvamos a las andadas. La cosa no nos divertira ahora, porque ya no tiene novedad. No es cierto? Suspir doa Brianda dignamente, por nica respuesta. Y todos bebieron despus; todos menos uno, el anfitrin, pues no le alcanzaron las copas, habiendo l roto dos, de puro nervioso, al tomarlas para que sirviera el vizconde... --No os apuris por eso, amado sobrino--djole doa Ins, tendindole su propia copa, despus de haber sorbido en ella dos o tres traguitos. Bebiose el joven el resto, y sinti mirando a su bella ta, que un fuego interno le abrasaba, como si el aejo Oporto fuera un filtro de amor. --Parece que nuestro querido sobrino no pierde el tiempo--observ maliciosamente el vizconde, refirindose a doa Ins y al joven duque.--Haznos los honores de tu casa, Pablo. Piensa que sentimos nuestros msculos un poco entumecidos de las posturas que nos dieron los pintores. Para desentumecernos nos vendra muy bien danzar un poco. No tienes por ac un lad? --Bailar! Excelente idea!--interrumpi palmoteando doa Ins.--Ah no s por qu capricho, pues yo nunca am la msica ni supe tocar una nota, me ha puesto Goya un lad sobre una consola, en el fondo de mi cuadro. Tomadlo, vizconde, y tocadnos algo para que bailemos! Guy tom en efecto el indicado lad, sentose sobre una mesa y preludi

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unos bonitos acordes. Se formaron en seguida dos parejas, una de don Fernando y doa Brianda y la otra de doa Ins y Pablo, y pusironse a bailar pausada y alegremente. Sin saber por qu, Pablo pens de pronto en la sorpresa que sufrira su hermana si pudiese verlo en tan curiosa compaa, y en las caras que pondran, si lo vieran, su confesor, y sus primos, y sus acreedores, y sus arrendatarios! Este pensamiento le caus tal alborozo, que se puso a rer como si le hicieran cosquillas. --Estis alegre, sobrino--le observ doa Ins. --Cmo podra yo estar a vuestro lado, mi ta, sino contento con la felicidad de veros? El gascn, que haba odo muy bien, intervino: --Qu decs?... Ms despacio, jovenzuelos! Hace apenas media hora que os tratis... Esperad siquiera a estar solos, que faltis al respeto a vuestros mayores. Y sin ms ni ms, tir el lad, levantose, dio dos o tres volteretas, y bes en las mejillas a doa Brianda y a doa Ins. Doa Brianda se limpi el beso con el pauelo de encajes; pero doa Ins mir sonriendo amablemente a Pablo, como invitndole a que hiciera otro tanto... Todos, hasta la anciana duquesa, parecan de buen humor, y siguieron luego danzando y riendo... Mas de pronto, como convidado de piedra, se apareci en el dintel de la puerta la imponente figura de fray Anselmo. Y habl: --Vergenza me da contemplaros y pensar que sois de mi sangre y de mi raza, oh humanas criaturas! Tenis apenas, por divina gracia, horas o das, de una vida especial, y en vez de aprovecharla en la oracin y el recogimiento, armis una batahola del infierno, interrumpiendo mis santas meditaciones. No os dije que Dios nos llama a portentosa obra? Dejad de revolcaros en el fango de la concupiscencia y de la imprevisin, y seguidme a la capilla, que Jess nos espera, con los brazos abiertos y tendidos. No sin echar antes una melanclica mirada al fondo desierto de sus respectivos cuadros, todos siguieron al fraile, como dominados por su ojo aquilino. Llegaron en solemne y lenta procesin, despus de cruzar varios corredores, a la gtica capilla del palacio, que pareca aguardarlos con sus mortecinas luces encendidas. Se descubrieron. Entraron. Persignronse. Y fray Anselmo subi al plpito, desde el cual proclam, con su calurosa palabra de vidente, la necesidad de extirpar en Espaa hasta las ltimas races de hereja, si se deseaba salvar el reino... Tan extraa y arrebatadora fue su elocuencia, que todos lloraron. Hasta el vizconde, si bien en su llanto pareca haber un poco de risa, porque durante el sermn, con un alfiler y una tirilla de papel que encontrara por casualidad en el suelo, haba prendido una pequea cola en las abultadas polleras de doa Brianda. Por suerte, nadie advirti su impiedad, nadie--dira fray Anselmo,--menos Dios! Terminado el sermn, el dominico baj del plpito, y se dirigi al altar... Interrumpiole el vizconde, antes de que se arrodillara: --Padre, todos nos sentimos un poco fatigados de haber estado nada ms que la friolera de unos doscientos o trescientos aos metidos en nuestros cuadros... No podramos dejar para maana nuestras devociones, e irnos ahora a estirar nuestros cuerpos en las frescas y finas sbanas de Holanda que nos ha de ofrecer el joven duque? El fraile ni se dign responder, prosternndose ante el ara... --Ces spagnols catholiques son entts comme des huguenots!--murmur entonces el gascn. Y comenz el rosario. Fray Anselmo iniciaba las Avemaras, que luego coreaban sus catecmenos. Era interminable aquel rosario... Atrado por

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las luces y la curiosidad, entr en la capilla un gato negro, familiar de la casa. Pens el dominico que el animal fuera una encarnacin del demonio mismo, y se dispona a hisoparlo... Pero como el gato era muy manso, restregose contra las pantorrillas de Guy, el primero que topara. Y Guy aprovech la oportunidad para pisarle la cola y hacerlo mayar, con gran refocilamiento de doa Ins... Huy atemorizado el gato, termin el dominico su rosario, y Pablo despidi a sus huspedes, instalndolos en sus respectivas habitaciones. Tiempo era, pues la aurora se desperazaba ya en el horizonte, y pronto empezara el tragn de la maana. Satisfecha el alma por el santo cumplimiento de sus devociones, y satisfecho el cuerpo por los varios tragos de viejo Oporto que se echara entre pecho y espalda, durmi muy bien el joven duque. No hay para qu decir si los dems dormiran a gusto en las finas y frescas sbanas de Holanda, que dijera Guy. Hasta fray Anselmo las aprovech, a pesar de haber anunciado que prefera una tarima y aun el duro suelo... Estaban todos tan cansados!

III Pocos servidores tena Pablo: un intendente general, un ayuda de cmara y un cocinero, tres viejos catarrosos, ms gordos y reservados que cannigos, los cuales a su vez manejaban tres o cuatro galopines para los barridos y fregados. Mujeres, ni para muestra las haba en la casa. Tal haba sido la voluntad de Eusebia, quien consideraba que la mujer slo debe servir a su familia o a su monasterio. Embrutecidos por la monotona del servicio y acostumbrados a ver en su amo un ente perfecto, incapaz de humanos yerros, ni pizca se asombraron los tres antiguos criados del brusco cambio sobrevenido en la casa durante la ltima noche. Los nuevos huspedes eran casi tan tranquilos como sombras; dirase que apenas tocaban el suelo. Y se imponan: don Fernando y doa Brianda por su prestancia, fray Anselmo por su austeridad, doa Ins por su belleza y Guy por su donaire. Naturalmente, en las sobremesas de la antecocina se explic el caso de la manera ms natural. Doa Ins era la prometida del amo; vena a casarse con l. Don Fernando y doa Brianda eran sus padres. Fray Anselmo bendecira la boda. El vizconde era un confianzudo amigo de la casa, que servira de testigo. Se trataba de una familia de alta alcurnia, que llegaba de provincia, con los histricos y vistosos trajes de sus antepasados, conservados por puro orgullo, en una vida de voluntario aislamiento. Al fin haba encontrado el seor duque la deseada esposa, que pareca como mandada a hacer a su medida! Y no poda concebirse gente ms cmoda y discreta. El nico que fastidiaba un poco, a veces bastante, era el franchute. Tena ocurrencias de demonio... De buenas a primeras pregunt a Bautista, el intendente, si viva en la casa alguna doncella, porque, desde unos trescientos aos atrs, tena el capricho de volver a pellizcar blancas y rollizas formas femeninas... Bautista, con la dignidad propia de un alto servidor de casa ducal, dijo que all no haba hembra alguna, ni se estilaban mujeres con semejantes formas... Qu hizo entonces la extravagante visita? Grit a Bautista que se quedara quieto; que no huyese si deseaba conservar la vida; desenvain el estoque, y lo acribill a amagos y fintas, enganches y desenganches, quites y estocadas! Y todava, porque ce frippon de Batiste no gritaba a cada momento touch, lo corri hasta la cocina, cruzndole la espalda a cintarazos! Tambin Manuel, el ayuda de cmara, tena quejas no menos serias del vizconde extranjero. Sola ste darle unas latas formidables, en las cuales barajaba duelos, raptos, batallas, letanas, torneos y mil demonios. Y hasta recordaba unas seoritas con nombres estrafalarios... algo como de Montmorency y de Rohan... de quienes deca haberse enamoriscado en su juventud. Hablaba tambin de un tal Franois o Francisco, al que llamaba rey de Francia... Ante ignorancia

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semejante, Manuel no haba podido contenerse! --Seor vizconde--le replic,--en Francia ya no hay reyes. Hay una repblica gobernada por un presidente... --Una repblica!... Esas son cosas de Venecia y locuras de la nobleza de Polonia... Repblica en Francia!... Negars, cochon du diable, que en Francia reina el muy grande y generoso rey Franois I?--Y sacando su espada como de costumbre cuando se enfadaba, lo que ocurra muchas veces en medio de sus bromas, agreg con ademn harto amenazador:--Contesta, villano de Espaa, si no quieres que manche mi acero en cortar tu lengua de perro! Temblando de miedo ante furia semejante, el viejo servidor tuvo que tartamudear: --Es cierto, seor vizconde, es cierto... En Francia hay un rey... --Hay un grande y magnnimo rey, Franois I. --Hay... un grande... y magnnimo... rey... Franois I... --A quien Dios guarde muchos aos! --A quien Dios guarde muchos aos... La infantil docilidad del criado pareci encantar a su verdugo, que le palmote la espalda con mano de plomo, exclamando: --Eres un buen garzn, villano. Vete corriendo a buscar dos botellas del mejor vino de Borgoa que encuentres, y trae dos vasos. Quiero que t tambin bebas por las glorias del rey de Francia. Sin comprender claramente y todava paralizado de terror, no se movi Manuel... Nuevamente impacientado el hidalgo gascn, le aplic un leve puntapi en un sitio que por decoro nadie nombra, salvo los gascones, gritando: --Anda pronto a traer esas botellas, holgazn del infierno! Ni tres minutos pasaron antes de que Manuel volviera con las botellas y dos copas. Guy tom las copas rindose a mandbula batiente... --Y a esto llamas vasos para beber vino de Borgoa, maese Manuel? --S... seor... si el seor no se enfada... --Y crees t que un francs honesto puede beber sangre de Cristo en estos dedales de mueca? --S... no... --Por la primera vez, cuando tu amo nos convid, los he tolerado. Pero ya no los tolerar ms! Por los clavos de Cristo, que no los tolerar ms!... Llvaselos a fray Anselmo para cuando diga misa, o a mi buena amiga la abadesa del convento de Saint Etiene, madame de Montballon! Pero, sin dar tiempo de que se llevaran los dedales de mueca a fray Anselmo o a la abadesa madame Montballon, desnud la espada, tom las dos copas con ambas manos, e intent con ellas unos ejercicios como juegos malabares, dndolas muy pronto contra el suelo, donde se hicieron aicos. Inmediatamente increp a maese Manuel, que le miraba azorado: --Qu haces ah, zopenco, que no destapas las botellas? Pareces el arcngel Gabriel que esculpi maese Nicols para la capilla de la reina Margarita. Soy acaso la Virgen para que me anuncies el nacimiento del nio Jess?

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En un abrir y cerrar los ojos, las botellas estuvieron abiertas. Guy envain la espada, tom una, la alz, la mir, tendi el brazo, y dijo: --Por las glorias del rey de Francia! Mas viendo que no se mova Manuel, lo increp de nuevo: --Toma pues la otra botella, animal, y no me mires as! Te he dicho que no soy la Virgen Mara. Empu Manuel tembloroso la otra botella y la acerc a los labios... --Repite antes, por San Clemente de Alejandra! que bebes por las glorias del rey de Francia, si no quieres que te rompa la cabeza de un botellazo. Manuel repiti: --Por la gloria del rey de Francia... Y el vizconde y el ayuda de cmara empinaron cada cual su botella. Poco acostumbrado a este deporte, a Manuel le falt pronto el aliento, interrumpiose y erut rociando el rostro del gascn con un gran buche de vino. --Esto trae suerte--dijo Guy, rindose.--Sigue, muchacho... Haba terminado su botella el vizconde y el ayuda de cmara, que no poda ver el vino y jams lo probaba, iba apenas por la mitad de la suya... --Si no bebes hasta la borra, insultas al rey de Francia, y yo, que soy su embajador, te castigar como mereces!--exclam el gascn, requiriendo otra vez su espada... Ms muerto que vivo, y todava ms borracho que muerto, Manuel se bebi hasta la borra, dejando luego caer al suelo estrepitosamente la botella... --Bravo, bravsimo!--aplaudi Guy. Surgiendo en la puerta, don Fernando observ severamente a su alegre consuegro: --Pero vizconde! Os olvidis de vuestro rango... --Un francs no se olvida nunca de su rango ni en los torneos ni en las batallas! --Sois un embajador y parecis un juglar... --Y vos sois un grande de Espaa y parecis un fraile mendicante! --Me insultis... --Decid ms bien, nos insultamos! Hzose una pausa, que interrumpi el anciano duque: --Guardemos compostura, vizconde. Recordad que tenemos una alta obra que cumplir. Dejad para otro momento vuestros arrebatos y vuestras bromas. --Para otro momento, querido consuegro? Para cundo? Para cundo tenga que estarme otra vez aos y siglos, ah, rgido en el cuadro, aunque me pique la nariz o se me duerma una pierna? Y cambiando en seguida de tono, sac Guy de un bolsillo de terciopelo verde una grande y pesada moneda de oro, y se la tir a Manuel,

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dicindole: --Anda, buen hombre. Ah tienes para poner gallina en tu puchero todos los domingos durante un ao. No la vayas a jugar como un bellaco. --Mejor que estar departiendo con los criados, vamos al saln, vizconde--interrumpi don Fernando.--Hay all un complicado y curioso instrumento moderno, que Pablo, creyndolo antiguo, lo ha hecho traer, para tocarnos en l no s qu danzas, tambin muy modernas... pavanas y gavotas. El instrumento es llamado clavicordio. Doa Ins lo conoca y est encantada. --Cmo! Doa Ins y Pablo estn tocando el clavicuerno?... --Cla-vi-cor-dio! --Y no est colgado en esa sala algn retrato de nuestro amado pariente el conde de Targes? Don Fernando se alz de hombros y sali, seguido del vizconde, en direccin a la sala del clavicordio. Manuel volvi a la cocina, bambolendose y creyendo haber soado; pero la arcaica moneda atestiguaba la realidad del supuesto sueo... y ms que la moneda, su borrachera! --Se han querido rer de t--le observ Bautista. Al da siguiente tambin se quisieron rer de Bautista. Pues Guy le pidi una tintura, con estas enigmticas palabras: --Bscame pronto algo para teirme el bigote otra vez de negro, pues se me est destiendo; y no quiero volver al cuadro del Tintoretto sino como l me pint, con los mostachos ennegrecidos por la pasta que fabrica maese Sabino, el barbero del rey. Parece que una caja de betn ordinario sustituy bastante pasablemente la antigua industria de maese Sabino... Todas estas cosas raras se comentaban, aunque parsimoniosamente, en la antecocina. La ausencia de las figuras en los cuadros del gabinete de trabajo del amo haba pasado hasta entonces inadvertida. Acaso los sirvientes se ocupan de obras de arte cuando no se les manda limpiarlas? Contentbanse, pues, con decir que esos nobles de provincia eran incansables bromistas... y nada ms! Donde se deca mucho ms era en la corte. Corran las versiones ms extraordinarias. Hablbase vagamente de una secreta compaa de titiriteros, que el joven duque albergaba en su palacio. Otros suponan una comparsa de bufones, cuyo oficio era distraer, a la antigua usanza, los ocios del magnate moderno. Crease tambin en un tropel de locos y de idiotas que, por caridad ms que por humorismo, cuidaba el joven en su propia casa. En fin, no falt quien recordase la presencia de una beldad desconocida, que mantena a Pablo cautivo de sus hechizos... Alguien pens en hacer intervenir la polica... Pero los antecedentes y la conducta del duque se impusieron. El palacio permaneci cerrado y silencioso, hasta para los ms allegados parientes.

IV Lejos de las cortesanas habladuras, Pablo pasaba una vida casi feliz, una vida de ensueo. Haba cobrado verdadera aficin a sus huspedes. Respetaba las virtudes un tanto agresivas de fray Anselmo, aprobaba la gravedad de don Fernando y doa Brianda, rea de las ocurrencias de Guy, enamorbase de las gracias de doa Ins... Y tambin se senta entre ellos, que una tarde lleg hasta disgustarse seriamente con una broma del vizconde...

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--Creo que ya debemos volver a nuestros cuadros, por San Luis rey de Francia--haba exclamado Guy, metindose, sin ms ni ms, en el que le corresponda... --Vamos, dejaos de chanzas, Guy...--djole Pablo. --Pero el gascn se haca el muerto, o, mejor dicho, se haca el retrato, en la misma o semejante postura en que el Tintoretto lo pintara. --Bajad de una vez...--suplicaba Pablo. Como si no lo oyera, lo mismo que antes de la noche memorable, el vizconde de la Ferronire se estaba quieto y silencioso, sage comme une image. --No seis terco, abuelito--intervino doa Ins.--Ved que inquietis a Pablo. --Dios podra castigaros--manifestole doa Brianda--dejndoos all otra vez para siempre. El hecho es que no slo Pablo, sino que todos estaban alarmados, temiendo fuera ya llegado el momento fatal de despedirse de su ltimo sueo de vida humana... --Siempre con bromas de mal gusto, vizconde--refunfu don Fernando. Haciendo odos sordos, el porfiado gascn permaneca impvido, sin fruncir ni la punta de la nariz... De pronto, doa Ins solt una carcajada cristalina: --Se ha equivocado de postura! En vez de cruzar la pierna derecha, que es la que se le haba dormido, como estaba antes, ha cruzado la izquierda... Si lo sabr yo, que lo he tenido tantos aos ante mis ojos... En la pierna izquierda es donde le dar ahora no ms un calambre! As fue; le dio tan fuerte y repentino calambre en la pierna derecha al pobre vizconde, que tuvo que saltar del cuadro... Y con tanta torpeza lo hizo, que con todo su peso le pis un pie a doa Brianda... --Grosero!--exclam sta, sin poder contener su dolor. Para tranquilizarla, dobl Guy la rodilla en tierra y le suplic: --Pardn, madame! Fray Anselmo, que musitando sus oraciones haba vislumbrado la escena desde los corredores, vocifer: --Esto es intolerable, ya!--Y dirigindose a Pablo:--No sabis cundo habr recepcin en Palacio? --No... Como era hora de cenar, pasaron al comedor. Despus del Benedicite, el dominico pregunt al dueo de casa: --Quin se sienta ahora en el trono de Espaa? --Felipe II--repuso doa Brianda. --Carlos IV--afirm doa Ins. Fray Anselmo impuso silencio, con su mirada de guila, a tanta ligereza femenina...

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--Alfonso XIII--respondi entonces Pablo. --De la casa de Austria todava? --No... de la casa de Borbn... rama de la antigua casa de Francia... --Luego la Espaa de hoy pertenece a Francia, como la Navarra!--exclam alegremente el vizconde.--Ya lo haba previsto el rey Francisco! --Bah!--interrumpi despreciativamente don Fernando. --Despus de Felipe II, Felipe III y Felipe IV, la casa de Austria se extingui sin sucesin en Carlos II el Hechizado...--aclar Pablo. --Justo--confirm doa Ins.--Y despus vinieron los Borbones, pero Borbones espaoles, con Felipe V, Carlos III y nuestro buen rey Carlos IV. --Desde Carlos IV hasta ahora--termin Pablo--se han sucedido muchos gobiernos... Hoy reina Alfonso XIII de Borbn. --Estos gobiernos fueron siempre catlicos?--interrumpi fray Anselmo. --Naturalmente, padre... --Alfonso XIII es joven? --Muy joven; pero tiene la prudencia y la ilustracin de un viejo. --Es casado? --Hace meses. --Con una princesa de cul casa? --De la casa... de Inglaterra--contest Pablo, algo confuso. Fray Anselmo se puso de pie, como si se le apareciera el demonio... --De la hertica casa de Enrique VIII y de Isabel? --S, padre. Pero la princesa se ha convertido... se ha convertido previamente, segn los cnones... --Se ha convertido. S... si!... Pero se la ha exorcizado? --...En su religin protestante llambase Ena de Battenberg. En su nueva religin de los Reyes Catlicos se llama Victoria... Es una bella y virtuosa reina! Nada ms quiso or el gran inquisidor de Felipe II; agarrndose la cabeza grit: --Una hereje en el trono de Carlos V! Una hechicera, llamada Ena, usurpando la corona de Isabel de Castilla! Oh Dios mo, apidate de tu desgraciada Espaa, apidate de tu desgraciada ahora y otrora tan fiel y gloriosa Espaa!--Y se retir a su aposento con lgrimas en los ojos y fuego en los labios. En un silencio de tumba sintiose como un soplo de destruccin y profeca... --Sacrement de Dieu!--interrumpi el gascn, despus de una pausa.--Jamais je ne pourrais comprendre cet esprit d’exaltation hugonotte qu’on trouve dans le catolicisme d’Espagne. --Ms os valiera no hablar de ello, si no lo comprendis--observole don Fernando.--Y agreg, dirigindose a toda la compaa:--Buenas noches.

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--Buenas noches--respondieron uno a uno, levantndose todos antes de concluir la comida, no sin empinarse el gascn dos o tres copas ms de vino tinto. Sintiendo un vago e indefinible malestar, retirose cada cual a su aposento, a hacer slo las oraciones, que las dems noches hicieran juntos, bajo la direccin del dominico, en la polvorosa capilla. Al siguiente da, despus de or, como de costumbre, la misa que fray Anselmo dijera a las seis, Pablo anunci: --Esta noche hay una gran recepcin en Palacio. Acabo de recibir la invitacin... --Pues todos iremos a Palacio, como corresponde a nuestras dignidades--decidi el inquisidor con voz de trueno.--Dios lo manda! La proposicin fue acogida con jbilo general. Don Fernando, doa Brianda y Pablo tuvieron como un presentimiento de que prestaran un inapreciable servicio a la dinasta. Guy y doa Ins vieron al fin llegado el momento de salir de la casa solariega, echar un vistazo por el mundo, a ver si haban cambiado mucho las cosas y los hombres... No se atrevi el vizconde a exteriorizar su gusto, por temor de que lo dejaran en casa; mas doa Ins, riendo como una loca, no pudo contenerse: --Qu suerte!... Lucir todava ante ese Alfonso XIII o XIV mi precioso vestido blanco con encajes de Inglaterra!--Y dio unos saltitos, aunque con moderacin, para no desarreglarse el moo del peinado, y golpe el hombro del gascn con su abanico de ncar, si bien cuidadosamente, para no descuajaringarlo, pues como era viejo estaba algo estropeado y pegoteado. Esperando impaciente que llegase la hora de presentarse en Palacio, cada cual se retir a su habitacin. Pablo pas el da entero poniendo en orden sus papeles, como si se despidiera del mundo; fray Anselmo, postrado en oracin; don Fernando y doa Brianda, platicando sobre el podero del primer Carlos y el segundo Felipe, que imponan al mundo su ley... El vizconde de la Ferronire se atusaba el bigote y ensayaba pasos y sobrepasos, danzas y contradanzas... Doa Ins se sonrea ante el espejo... Sentronse a la mesa en la hora de la cena; pero nadie prob bocado, absorbidos, quines en altas y graves ideas, quines en pensamientos frvolos y galantes... Y a las once en punto de la noche, presentbanse todos ante la escalinata de Palacio. Centinelas y guardias dejronles pasar, deslumbrados por sus brillantes uniformes; los alabarderos golpearon el suelo con sus lanzas, pues que los seis de la comitiva eran cinco grandes de Espaa y un embajador... Y anunciados por los ujieres, corrieron sus nombres produciendo general estupefaccin: --Fray Anselmo de Araya, gran inquisidor de Felipe II!... --Don Fernando y doa Brianda, primeros duques de Sandoval!... --El vizconde Guy de la Ferronire, embajador de S. M. el rey Francisco I ante S. M. el emperador Carlos V!... --Doa Ins, condesa de Targes y Cabeza de Vaca!... --El duque de Sandoval y de Araya!... Bastaba mirar a los nombrados para comprender que no se trataba de una broma irreverente; nadie se atrevi ni a pensarlo... El misterio de lo sobrenatural y lo inexplicable se cerna, como una grande ave negra, sobre las frentes, plidas y sudorosas... Los mismos reyes se pusieron de pie... Y fray Anselmo dobl una rodilla en tierra, bes la mano del

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monarca, levantose, y habl... Sus palabras eran como sombras de palabras. Comprendiose que se referan a la reina, hacia quien tenda sus manos esculidas, entre amenazadoras y suplicantes... Lo mandaban las augustas reliquias del Escorial, para que exorcizara a la princesa que antes fuera hereje! Pas algo indefinible... Todos se sintieron como aletargados... La reina Victoria se arrodill ante el fraile; el fraile la tendi como un cadver a los pies del trono; rez las oraciones del exorcismo... Y dijo: --Exi, Wycliffe! Y surgi, revoloteando en amplia elipsis, hasta perderse en la sombra, un murcilago... Era el espritu de Wycliffe. El fraile dijo: --Exi, Calvine! Y surgi, tambin revoloteando en amplia elipsis, hasta perderse en la sombra, otro murcilago... Era el espritu de Calvino. El fraile dijo: --Exi, Luthere! Y un tercero y ltimo murcilago surgi, revoloteando en amplia elipsis, hasta perderse en la sombra... Era el espritu de Lutero. Entonces la reina se arrodill otra vez, volviendo en s. El fraile la bendijo y coloc sobre su cabeza una como diadema de estrellas. --Ya ests purificada, Ena de Battenberg. Ahora puedes ser reina de Espaa, reina Victoria. En nombre del monje imperial de San Yuste y de Felipe, su hijo, yo os bendigo. Que Dios os guarde en su santa gracia con vuestro digno esposo, Alfonso rey! Como un inmenso murmullo de marea, todas las bocas confirmaron a coro: --Amn. La reina se levant, y se sent en el trono, junto al rey, resplandeciendo de santidad y de hermosura. Y en la atmsfera vibr un coro de invisibles ngeles, mientras se retiraban lentamente el gran inquisidor de Felipe II y sus dems acompaantes, de vuelta al palacio de la calle del rey Francisco. Y las cinco figuras volvieron a sus respectivos cuadros, sepultando en un silencio eterno este acontecimiento inaudito. Nadie dir nunca nada de l, porque su propio recuerdo se desvaneci milagrosamente de la memoria de quienes lo presenciaran. Si alguno vislumbra vagamente algo, lo desecha como reminiscencia de inoportuna y trgica pesadilla. La historia lo ignorar siempre, la Historia, la ignorante ineducable, la incorregible mentirosa! Un solo espritu hay todava bastante castizo para poder comprender y recordar el Hecho. Pero este espritu vive ya retirado de los hombres, enfermo de nostalgia y de hipocondra, entre las cuatro paredes de su gabinete de estudio. En el armorial espaol se le registra--despus de la reciente muerte de su hermana Eusebia--como nico representante de una de las ms gloriosas familias de la nobleza europea, con el nombre de Pablo Gastn Enrique Francisco Sancho Ignacio Fernando Mara, ltimo duque de Sandoval y de Araya, conde-duque de Alcaices, marqus de la Torre de Villafranca, de Palomares del Ro, de Santa Casilda y de Algeciras, conde de Azcrate, de Targes, de Santibez y de Lope-Cano, vizconde de Valdolado y de Almera, barn de Camargo, de Miraflores y de Sotalto, tres veces grande de Espaa, caballero de las rdenes de Alcntara y Calatrava...

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EL CHUCRO

I Casi diariamente desapareca alguna res vacuna o lanar de las haciendas esparcidas sobre la orilla del Paran, cinco o seis leguas al sur de la ciudad del Rosario. Por muchas diligencias que hiciera la polica del departamento, no pudo darse con los ladrones que se apropiaran de las reses, sin dejar siquiera el cuero. La imaginacin popular explic entonces las diarias desapariciones por causas o fuerzas sobrenaturales. Decase que en las islas vecinas viva una especie de ogro insaciable. Este ogro atravesaba todas las noches el ro a nado, apoderbase de una res cualquiera, y se la devoraba viva, se la tragaba ntegra!... Y lo peor del caso era que, cuando no encontraba reses sino cristianos, tragbase lo mismo a los cristianos. De otro modo no podra explicarse la sbita desaparicin de dos o tres peones que vigilaran nocturnamente en los campos ribereos la hacienda, por orden de sus dueos. Hasta una mujer, Pepa la Gallega, la cocinera del estanciero don Lucas, habase tambin esfumado una noche, como llevada por el diablo... El diablo deba andar sin duda metido en el asunto. Sera el padrino o el compadre del ogro... Y como tena padrino, tena tambin el ogro su nombre propio. Llambasele el Chucro, sin que nadie supiese quines, cundo y cmo lo bautizaran. De todos los robos del Chucro ninguno constern ms que el de Pepa la Gallega. Su marido y sus hijos ayudados por los gendarmes, buscronla sin descanso, hasta en las islas ms prximas a la costa. No se la hall ni viva ni muerta, y disela por muerta. Como las desapariciones de reses, ya que no de personas humanas, continuaran impunemente durante todo el ao, los estancieros apremiaron a la polica para que diese una nueva batida en las islas. Buenos burgueses comerciantes, ellos no crean en las supersticiones populares. Para ellos, el Chucro, si existiese, era un hombre mortal, de carne y hueso, y no el espeluznante fantasma que se figurara la imaginacin gauchesca. Especialmente encargado por el jefe de polica de la provincia, el comisario Rodrguez fue a revisar prolijamente las islas donde deba habitar el ogro. Acompabalo un corto piquete de cuatro o cinco hombres. Todos iban murmurando. Para qu desafiar al diablo, o al ahijado del diablo? Nada ms vano que luchar contra vestiglos y fantasmas! En su incursin a las islas se internaron el comisario Rodrguez, seguido del escribiente Pelvez, mientras los dems hombres estaban mateando junto a la canoa que los trajera, a travs de una tupida selva de helechos, ceibos y espinillos. Despus de andar una considerable distancia, extravironse ambos completamente. Y mientras buscaban el rumbo con la brjula, son un tiro en la espesura... El comisario cay muerto instantneamente de un balazo en el pecho, y el escribiente ech a correr... No tena muy robustas piernas el escribiente, muchachn enclenque y larguirucho; y a breve distancia perdi fuerzas, tropez con un tronco, cay de bruces... Tendido en el suelo sinti que se acercaba un hombre y que dos hercleos brazos lo ataban codo con codo, lo registraban y le quitaban el revlver... Pidi gracia por la vida... Nadie le contest... Pero un violento puntapi lo oblig a levantarse... Vio entonces que

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tena enfrente un gaucho forajido. Era el gaucho alto, nervioso, de cejas espesas, cutis cetrino y nariz aguilea. Poblbanle el rostro largas e hirsutas barbas; bajo el rstico chambergo caale una melena grasienta y enmaraada. Llevaba una carabina en la mano y un enorme facn en la cintura... --Ya vern quin es el Chucro!--dijo a Pelvez--y lo oblig a que le siguiera dndole culatazos con la carabina. Despus de caminar un cuarto de hora, llegaron a un estrecho claro que se abra en medio de la maleza, junto a un arroyo disimulado por gigantescas plantas acuticas. En medio del claro alzbase un misrrimo ranchito de barro, ramas y paja. A primera vista todo pareca desoladamente desierto; ni se oa ladrar un perro... Mas, fijndose mejor, vio Pelvez que al borde del arroyo, pescaba una sucia y desgreada mujer... A pesar de su aspecto salvaje, l la reconoci. Era Pepa la Gallega, la antigua cocinera de don Lucas, la desaparecida haca unos ocho o diez meses... El Chucro silb, imitando a la perfeccin el estridente grito de una ave acutica. Al orlo, la Pepa tir su anzuelo y corri a su encuentro como un perro. Pelvez se sorprendi extraordinariamente de su actitud de esclava. Pues antes, en la vida civilizada de la estancia de don Lucas, haba sido la gallega ms gruona y colrica. Responda a su marido, pegaba a sus hijos, insultaba a los peones, encarbase con el mismo patrn y vociferaba el da entero. Propios y extraos tenan miedo a su lengua ponzoosa y a su genio luciferino. Tolerbanla slo porque era honesta y muy trabajadora. En sus habilidades de cocinera no le conocan rival... No bien vio a Pelvez pareci reconocerlo por un leve fruncimiento de cejas; pero no dijo palabra, esperando en silencio las rdenes de su amo y seor... l le pregunt: --Lo conoces? Ella repuso, bajando los ojos: --S. Es Pelvez, el escribiente de la polica. El Chucro at a Pelvez contra un rbol, y, despus de un silencio, dijo a Pepa: --Ha venido polica a la isla. Voy a ver si ya se fue. Cuid entretanto de ese maula para que no se escape. Tom la pala y si quiere irse, le parts la cabeza. Has odo?... Era imposible una entonacin de voz ms desptica y absoluta que el que usara el Chucro con la Pepa. Y la Pepa acataba sus rdenes como si emanasen de un dios, ella, que antes impusiera siempre su voluntad a su marido y le mandara a modo de duea. Hasta a don Lucas, un soltern bondadoso y tranquilo, record Pelvez que lo intimidaba muchas veces, disponiendo y arreglando a su gusto las cuestiones caseras... Comprendiendo Pelvez que su salvacin dependa de la Pepa, esper conmoverla y propicirsela... Al efecto, tom la actitud ms triste, dejando correr las lgrimas del miedo. Pens que ella, la sempiterna charlatana de antao, hablase en cuanto se alejase el Chucro... Alejose el Chucro con su carabina, agachado como una fiera en acecho. Ella tom la pala de hierro, se sent en un rbol cado, y se puso a silbar entre dientes... Viendo que la Pepa no dijera nada, Pelvez se atrevi a hablarle y le dijo muy quedo, con su voz ms tierna e insinuante: --Pepa, no me conoces ya?...

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Pepa segua silbando como si no le oyese... --Pepa, soy Pelvez, el escribiente de la polica y amigo de don Lucas. No te acuerdas de cuando iba a visitarlo? Pepa continuaba sin responder... --El Chucro me va a matar, Pepa, y si eres buena debes ayudarme... Nos escaparemos los dos en su canoa... Yo s remar bien... Pepa segua en su misma actitud... --Escchame, Pepa, por Dios!... Si me salvas, te juro por las cenizas de mi madre y por mi salvacin, que te regalar los cinco mil pesos que tengo en el banco!... Pinsalo bien, Pepa!... Podras comprarte con eso una quintita y vivir feliz... Pepa silbaba siempre... --Cmo, Pepa?... Te has olvidado ya de tus hijos y de tu marido?... Ellos te han buscado de da y de noche... Se les ha dicho que has de haber muerto ahogada en el ro y te han hecho un funeral... Te han llorado; todava andan de luto... Pepa, impasible... --Tu marido, creyndose viudo, podra casarse con Juana, la hija del capataz, por ejemplo... Si t vuelves impedirs ese casamiento, porque l te ha querido mucho, mucho... Pepa oa como quien oye la lluvia... --Juana, la hija del capataz, te ha sustituido en la cocina de don Lucas. Pero don Lucas est muy descontento; dice que no volver a tener otra cocinera como t... Y esa Juana es una desfachatada, que provoca sin cesar los festejos de tu marido... Felizmente, tu marido no te ha olvidado an. Ests en tiempo de volver... Pepa, como antes... --Tus hijos estn bien todos, Pepa... Slo Perico, el chiquitn, ha tenido ltimamente escarlatina o sarampin... El pobrecito est muy dbil y no tiene quien lo cuide!... La que est hecha una seorita es tu hija mayor, la Pepeta. Ha cumplido los quince aos y se ha puesto vestido largo... Don Lucas teme que se case pronto con Roque Torres, el compadrito aquel que echaste con cajas destempladas, como que ahora no ests para echarlo... Y Pepa, silbaba, como si nada se le dijera... --Todos te recibirn con los brazos abiertos, Pepa, si quieres volver... Se sabe que el Chucro te rob contra tu voluntad... Nadie te dira una palabra! Pepa, siempre lo mismo... --Recuerda, Pepa, la buena vida que antes llevabas y que pudieras llevar de nuevo!... Comprala con tu vida actual, tan llena de peligros y privaciones... Adems, cualquier da, en un momento de rabia, el Chucro te matar de una pualada... Ya que no por m, por t misma, Pepa, que siempre has sido una mujer buena, y por tu marido y tus hijos, escapmonos!... Quizs no se te presente en mucho tiempo otra ocasin mejor que esta!... Y Pelvez sigui gimiendo, implorando, aconsejando largas horas, sin que Pepa la Gallega pareciera apercibirse de sus gemidos, imploraciones y consejos...

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II Ya el sol empezaba a declinar, cuando volvi el Chucro... --Los policas se han ido--dijo a Pepa.--Priende fuego y pon agua a calentar pa’ el mate. Pepa hizo como se le dijo. Y, puesta ya el agua al fuego, el Chucro agreg: --Ahora andate a buscar el cuerpo del comisario. Est a unos pasos del seibo grande, donde enterramos a Pancho el isleo. Cargalo y trilo pa’ ac, mientras se calienta el agua. Con su habitual reserva y obediencia, Pepa fue a buscar el cuerpo del comisario... Entretanto, el Chucro tomaba mate tras mate. Y su aspecto era tan torvo y sombro, que Pelvez no se atreva a hablarle... Al rato volvi Pepa, jadeante, arrastrando el cadver. Arrojolo sumisa a los pies del Chucro, dicindole en un tono de ternura ilimitada: --Aqu est. El Chucro le repuso: --Dejalo ah. Se levant, sac el facn y se dirigi a Pelvez. Pelvez crey que lo iba a acribillar a pualadas, atado al rbol, y se ech a llorar como un nio... Pero el Chucro se limit a cortarle, sus ligaduras; diole la pala que antes tuviera Pepa y le dijo: --Cav pronto un hoyo pa’ enterrar al comisario. Sin hacerse repetir la orden, Pelvez se puso a cavar con todas sus fuerzas. Mientras cavaba record, sin saber por qu, la defectuosa instalacin que se haba dado a su mesa de trabajo en la comisaria... Cuando vuelva, la mudar de sitio, pens. Mas al ver el cadver del comisario Rodrguez se dijo que bien podan nombrar para suceder al muerto a un extrao que le pidiera renunciara l su puesto, as colocaba all algn pariente o amigo... En tal caso--dijose,--me ofrecer de mayordomo a mi buen amigo don Lucas. Despus se le ocurri que acaso le asesinaran all mismo, como a Rodrguez. Pero haca una tan hermosa tarde de primavera, que la idea de morir le pareci absurda, verdaderamente absurda. Mir al Chucro y vio que no le sacaba los ojos, siempre con la carabina cargada en la mano... Si intento escaparme--agregose Pelvez,--me fulmina de un tiro, con su excelente puntera de cazador profesional. A no ser que me ayude la Pepa, no podr huir de la isla... Entonces imagin Pelvez la odiosa vida de servidumbre a que lo sometera quizs el Chucro en aquel desierto lugar de salvajes y bandoleros. Su esclavitud sera an ms dolorosa y miserable que la de la mujer aquella, que tan resignada pareca de su suerte, y hasta satisfecha! En ese momento Pepa alcanzaba un nuevo mate al Chucro, que le deca, en su tirnica forma acostumbrada: --Con la carne que sobr de ayer haceme un churrasco al asador. Otra vez obedeci servilmente la Pepa. Puso el churrasco en el asador y se qued contemplando a su amo y seor en una actitud que rayaba en

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frentica adoracin... --Qu ests mirando, gallega bruta?--preguntole de pronto el Chucro, con colrica voz--Por qu no pons salmuera al asado? --Se me olvidaba...--repuso ella.--Voy a ponerle. Sin manifestar su atencin, Pelvez segua mientras tanto cavando la fosa del comisario... Pobre comisario!--decase.--Era demasiado pueblero... Por qu no hara caso cuando le advertimos que no deba internarse as no ms en los matorrales de las islas?... Yo fui un tonto en seguirlo! Podra haberme excusado diciendo que estaba enfermo... Pero, ahora que no tiene remedio nuestra imprudencia, sabe Dios lo que me espera!... Al rato, el Chucro volvi a preguntar a la mujer: --Hay galleta? Ella contest: --S. Todava nos queda una de las que compr la vez pasada a los isleos. El Chucro pregunt an: --Cmo! Queda una sola? Te habrs comido vos las dems?... Con la indiferencia de su absoluta pasividad, Pepa repuso: --Yo nunca he comido galleta sino cuando t me das un pedazo... --Y hay caa? --S. --Pon entonces la galleta y la caa cerca del fogn, que en cuanto est el churrasco, comer... --Voy... Al contemplar a la Pepa, Pelvez rememoraba las frecuentes visitas que haca a don Lucas. No faltaba un domingo a su mesa. Se coma antes tambin en aquella casa!... Lstima que desapareciera la Pepa! Porque Juana, su sucesora, no tena la habilidad de la espaola... Lo malo de la espaola era entonces su geniazo. Y record algunas escenas que presenciara, en las que se demostraba ese geniazo de la Pepa. No haba llegado una vez a tirar una cacerola a la cabeza de su marido, el cochero de la casa, porque ste pellizcara a Juana, la hija del capataz?... Cmo haba cambiado esta mujer bajo el dominio fascinante del Chucro!... Un poco cansado de tanto cavar, Pelvez hizo una pausa y mir al cielo. Muy alto, bajo las nubes algodonosas, pasaba una largusima bandada de pjaros blancos, volando con majestad de serafines. Luego, baj la vista, y vio que, en la maleza, daban su alegre nota las flores de los ceibos, rojas de un rojo hmedo, como encas de mujer. A lo lejos oase el montono grito de un ave zancuda... l no poda morir en medio de aquella Naturaleza exuberante de vida! Advertido de su distraccin, apostrofolo el Chucro, apuntndole al pecho con la carabina: --Por qu te quedas papando moscas? Acab de una vez el pozo, si no quers que te entierre antes que al comisario! Pelvez se sec el sudor de la frente y sigui cavando. Entre los

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golpes de pala cavilaba cmo dara, cuando volviera, la noticia de su viudez a la mujer del comisario. Era bastante simptica esta muchacha. La ltima vez que la vio llevaba un traje de muselina blanca con pintas azules y unas rosas th en el pecho. Sera la viuda ms apetecible del pueblo... Despus de cavar un momento ms, vio que la fosa ya era bastante grande, aunque el comisario fuera hombre alto y grueso. Fue as que dijo tmidamente al Chucro: --Creo que ya podramos enterrarlo... El Chucro mir la fosa, pareci satisfecho, y orden a la Pepa: --Qutale al muerto las prendas que lleva. La Pepa sac al muerto el dinero, las alhajas y la ropa, dejndole slo la camisa... --Scale tambin la camisa!--gritole el Chucro. Y cuando la Pepa haba cumplido su orden, l mand a Pelvez: --Enterrlo. Pelvez tendi el cadver en el fondo del hoyo y comenz a arrojarle palada tras palada de tierra... Sorbindose las lgrimas que le corran por dentro de la nariz, pensaba: Lstima de hombre, tan guapo y tan joven!... Pero, como no hay mal que por bien no venga, tal vez su muerte sea una felicidad para m... Si el gobierno es justo, puede nombrar para suceder a Rodrguez, al sub-comisario... Entonces yo debiera ser tambin ascendido. Le pedir a don Lucas que me recomiende al jefe poltico... Ser sub-comisario y ganar cincuenta pesos mensuales ms. Con esto ya podr casarme, si Rogelia me acepta... Y me aceptar! Por qu no? Me aceptar!... Si me muero aqu, tal vez se case con el borrachn de Manolo... Pero no me morir! Cmo dejar la Pepa que se me asesine?... No bien arrojara Pelvez la ltima palada de tierra sobre el cuerpo todava caliente del comisario, djole el Chucro: --Ahora cav otro pozo para enterrarte vos mismo. Tan alelado sentase Pelvez, que no le extra esta nueva orden. Como en un sueo doloroso y febril, obedeci a su destino, y, pocos pasos ms lejos, psose a cavar la otra fosa... El Chucro pregunt entonces a la Pepa: --Est ya el asado? La Pepa repuso: --Todava no. Dentro de un momento estar... Al or esta respuesta, el Chucro intim a Pelvez: --Aprate, as te entierro antes de que est el asado. Y Pelvez se apur... El Chucro le aadi en seguida, rindose sonoramente por primera vez: --Como sos flaco, basta una zanja larga... Pelvez cavaba sin darse cuenta de lo que haca... Y la Pepa dijo: --El asado ya va a estar...

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Apremiado por esta advertencia, el Chucro se plant con su carabina a pocos pasos de su vctima, cuidando sin embargo, de no ponerse al alcance de la pala, y le grit: --Aprate ms, mauln!... Apresurose nuevamente Pelvez, aunque sin terminar todava... La Pepa dijo: --Si el asado no se come ahora, se reseca y se quema... Viendo que la segunda fosa no se conclua, decidiose el Chucro a comer antes de enterrar a Pelvez... Pero estaba en los primeros bocados, cuando ste se detuvo... --Por qu no segus?--preguntole. --Ya acab...--contest Pelvez, verdaderamente sonmbulo. El Chucro dej su asado sobre un madero, acercose, vio que la obra estaba terminada, se ri, tom la pala de manos de Pelvez y le asest un golpe mortal en la cabeza. Luego, hundiole varias veces en el cuerpo la misma cuchilla con que comiera, y tir a la fosa el ensangrentado cadver del escribiente... Limpiado que hubo la cuchilla en el csped, volvi a comer su churrasco, mezclando en el acero las mal limpiadas gotas de la sangre de Pelvez con el jugo del churrasco. De cuando en cuando se empinaba el porrn de aguardiente de caa, hasta quedarse medio borracho, segn su costumbre, a la cada del sol. Como el crepsculo se obscureca ya, fue a tenderse en el rancho. Y vio que la Pepa estaba cortando dos palos. --Qu ests haciendo?--le pregunt. Despus de vacilar un momento, ella contest, trmula de miedo: --Una cruz para los muertos. --Dejte de cruces, gallega, y sac pronto las ropas del mocito que est en la zanja todava vestido! La Pepa despoj tambin el cadver de Pelvez, y despus, creyendo ya dormido al Chucro, fue a terminar su cruz. Es que ella saba que los muertos se levantan como nimas en pena cuando no tienen una cruz sobre su tumba, y tema a las nimas en pena casi tanto como al Chucro... Extraando que se retardara tanto afuera, el Chucro sali del rancho a buscarla... La hall de rodillas colocando su cruz al comisario. Era la primera vez que Pepa le desobedeca! Psose tan furioso, que tom la pala all tirada, y peg a la mujer el mismo golpe que antes pegase a Pelvez. La Pepa cay como muerta, y l la arroj, refunfuando, en la misma fosa de Pelvez, todava destapada. Acostose de nuevo; pero no poda dormirse. Haba cometido una gran estupidez! Ahora que la borrachera se le despejaba un poco, iba comprendindolo. La Pepa le venda a los isleos los cueros de las nutrias y las plumas de los mirasoles que cazara. La Pepa le compraba las provisiones. La Pepa le haca la comida... Qu hara l ahora sin la Pepa? Ocurrisele que la gallega podra no estar muerta, y slo desmayada, como que no se la haba an cubierto la tierra. Por eso fue a sacarla de la fosa y la tendi en el rancho. Rociole la cara con agua fra, le desprendi la bata y le volc en la boca las ltimas gotas del

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aguardiente de caa que quedaban en el porrn. Pero su corazn pareca no latir de nuevo, ella no recuperaba la vida. Irritado por esa obstinacin de morirse, le dio un puntapi, se acost otra vez bajo su rado poncho y a los pocos instantes irrumpi en ronquidos... Sin embargo, la mujer no estaba ms que desvanecida. Incomodada por las hormiguitas que invadan su cuerpo e iban a libar en ciertas secreciones de sus ojos, a media noche ya, hizo un esfuerzo, se apoy sobre sus manos, se sent, se puso de pie. Tom agua de una vasija, se cerr la bata, se arregl el enmaraado cabello y mir al Chucro con una suprema mirada de amor y de miedo, castaetendole los dientes. Con grandes precauciones para no despertarlo, metiose bajo su poncho, se acost a su lado, apoyando la cabeza contra su pecho... El Chucro, como hombre salvaje, tena el odo alerta aun durante el sueo. Sintiola perfectamente, despertose, y al saberla junto a s, le dijo, con su recia voz de siempre: --Has resucitao, gallega perra? Esto te ensear a no morirte otra vez! Diose vuelta al otro lado, y, mientras ella se acurrucaba a sus espaldas, como un polluelo friolento bajo el ala de la madre, estallaron de nuevo sus ronquidos.

LA MADRINA DE LITA

I Lita era una pobre nia que no poda caminar y ni siquiera tenerse en pie. Atacada a la medula por incurable enfermedad, su cintura era deforme y sufra dolores que le arrancaban diariamente quejas y lgrimas. Toda su vida pareca concentrarse en los dos grandes ojos azules que iluminaban su carita de ngel. Sentada en su sillita rodante, con un libro de estampas en la mano, fijaba esos dos ojos en su mam, que bordaba junto a ella... --Quieres que te cuente un cuento, Lita?--preguntbale la seora, acaricindole la rubia cabellera. --No, mam. Ya s todos los cuentos. Muy raro era que Lita no quisiera que le contaran un cuento, porque prefera los cuentos a las golosinas, a los juguetes y hasta a los libros de estampas. Por eso su mam se los contaba todos los das, inventando a veces algunos muy bonitos. Despus de quedarse un rato pensativa, dijo Lita: --Mam, quiero que me digas quin es mi madrina... Los padrinos de Lita haban sido sus abuelos, los padres de su mam, y los dos murieron antes de que Lita cumpliera un ao. As es que la nia, como no lleg a conocerlos, no poda acordarse de ellos. La mam no quera decirle que haban muerto, porque Lita era muy impresionable. Poda pensar: Los padrinos de mis hermanitos viven, y ellos viven y se mueven. Mis padrinos han muerto, y yo, que no puedo moverme, debo morir tambin. Vala ms contestarle, como otras veces, cuando hiciera la misma pregunta: --Lita, tu madrina est de viaje. Lita pensaba: Es muy extrao que mi madrina est siempre de viaje...

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Pero, no atrevindose a decir sus dudas y temores, limitbase a preguntar a su mam: --Y cmo se llama? La mam le contestaba: --Mara--porque efectivamente Mara fue el nombre de la abuelita. --Era muy buena? --Muy buena. --Me traer muchos juguetes? --Muchos y muy lindos... --Y por qu no me los trae ya? --Porque est muy lejos y porque eres una preguntona. Lita volva a quedarse pensativa. La madre dejaba entonces el bordado, para mirarla... --Quieres que te saque al patio a jugar con tus hermanitos?--le deca. --No, mam--contestaba Lita, preguntando al rato:--Mam, las hadas pueden lo que los mdicos no pueden? La mam miraba a Lita como si fuera a llorar, y le deca, besndola en los ojos y bandole la carita con sus lgrimas: --Dios puede todo lo que quiere, mi hijita del alma... Por qu me preguntas eso? --Por nada, mam. Pero Lita saba por qu preguntaba eso. Lo preguntaba porque haba odo decir a los sirvientes que los mdicos no podan curar su enfermedad. Y ella esperaba que su madrina fuera una hada y la curase. Qu hubiera sido de la Bella-Durmiente-en-el-Bosque sin su hada madrina?... La mam de Lita, que era muy linda y bien vestida, diole un beso en la mejilla y sali a visitas y compras. Miss Mary, la niera inglesa, llev a Lita a la plaza, en su cochecito de manos, con sus hermanitos y sus primos. Ms ella no se diverta en la plaza, porque no poda correr detrs de un arco como los dems nios y porque siempre vea las mismas casas, los mismos rboles, la misma gente. Cuando sus hermanitos y sus primos se fueron a jugar y la dejaron sola, ella pregunt a la niera: --Miss Mary, cree usted que hay hadas? Sin entenderle, sin escucharla siquiera, miss Mary repuso: --Yes, my dear, yes. --Qu tontas son estas inglesas!--pens Lita.--Aunque no entiendan una palabra dicen siempre yes, yes, yes, alzando y bajando la cabeza como el asno de cartn que me trajo pap el otro da. Despus de jugar en el paseo, los nios volvieron a casa muy contentos. Muy contentos todos, menos Lita, que senta en su cabecita aletear una pequea preocupacin, como una mariposilla prisionera bajo una copa de cristal. Ms que todos los paseos del mundo, gustbale que la llevaran, en su

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casa, al patio de servicio. Pues all estaba casi siempre Ramn. Ramn era el hijo de la cocinera, un muchachote de su misma edad, doce aos; pero que pareca su padre. Ramn la idolatraba como si fuera una santita de madera, le contaba historias preciosas, y le traa del mercado unos juguetes tan chuscos, que bastaba verlos para rerse a carcajadas. Esperbala esa tarde con un saltaperico de retorcidos cuernos y barbas de chivo. Para sorprenderla, lo abri de repente, pegndose en la nariz con la cabeza del saltaperico. Pero como ella no tena ganas de rerse, no se ri. Guard distrada el juguete y dio las gracias a su amigo, preguntndole despus: --Dime, Ramoncito, crees t que en este mundo hay hadas? Ramn abri tamaos ojos, se puso muy serio, metiose ambas manos en los bolsillos del pantaln, y repuso: --Yo creo que en este mundo no hay hadas, nia Lita. Como Ramn iba al colegio, haca cuentas en su pizarra y lea libros de estudio, Lita crea en su ciencia. Despus de su mam, nadie le inspiraba mayor confianza. Sin embargo, desencantada esta vez por su respuesta, protest, con cierta reserva de gran dama ofendida: --Pues yo creo que hay hadas. Mrola Ramn casi con lstima... Ella prosigui, con un vago temblor en la voz: --S creo, s creo, s creo... Qu razn tienes t, malo, para no creer? Tmidamente, el chico contest: --Yo nunca las he visto... --Y no crees en Dios? --S... --Y has visto alguna vez a Dios?--exclam Lita triunfalmente, burlndose de la poca lgica de su amigo. Crey Ramn mejor no tocar ms el punto. Cmo iba a discutirle esa chiquilla que nada saba, a l, que estudiaba historia de Roma y multiplicaba por sumas de cinco y de seis nmeros?... Pero ella insista: --Dime, malo, remalo, crees o no crees en las hadas? Ramn hizo una concesin, entre respetuoso e irnico: --Si me lo manda usted, nia... Sin contestarle, Lita dijo, en voz baja y misteriosa: --Pues oye... Oye, que tengo que decirte un secreto muy grande!... Acerca la oreja... Ms!... Sabes qu secreto? Mi madrina es una hada! Crey Lita que Ramn quedara deslumbrado con semejante revelacin, y slo pareca perplejo... --Es una hada que viene a verme todas las noches, en cuanto me duermo--continu confidencialmente.--Entra en puntillas y se para al pie de mi cama. Es todava ms linda que mam. Tiene una estrella en la frente y el pelo suelto. Arrastra, como la cola de los vestidos de baile de mam, un manto de tul bordado de oro, perlas y brillantes. En la mano

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lleva siempre levantada su varita mgica... Aqu hizo Lita una pausa, para gozar del efecto de su descripcin... En su entusiasmo no vio que el chico, con sus infantiles ojos negros hmedos de piedad y de ternura, meneaba incrdulo la cabeza... Y ella prosigui, alzando su vocecilla de plata: --Yo s que esa hada va a curarme y entonces podr saltar y correr, y cuando seamos grandes, los dos nos casaremos!... Ahora s que pareca deslumbrado Ramn, aunque objet: --Pero yo soy el hijo de la cocinera, Lita, y usted es la nia de la casa... --Qu importa?--respondi Lita con generosidad de reina.--Adems, t mismo me lo has dicho... Cuando seas grande, t trabajars para tu mam, y ella no ser ms cocinera... Qu importa que lo haya sido? Mejor! As nos har dulces muy ricos!... --Pero su mam... --Yo no soy orgullosa y mi mam hace todo lo que yo quiero. Sin darse por vencido, no ocultando su triste escepticismo, Ramn objet todava: --Su mam hace ahora todo lo que V. quiere, nia, porque V. est enfermita; pero cuando V. sane, ser otra cosa... Lita contest muy seriamente: --Prefieres entonces, para casarte conmigo, que yo siga enferma, clavada en mi silla como los pajaritos embalsamados en los sombreros de mam? --Oh, no, nia, no!--afirm Ramn con toda su alma.--Prefiero morirme. Se lo juro. --No digas tonteras. Se hizo una pausa, que cort Ramn, despus de suspirar: --Tengo algo que mostrarle, adems del saltaperico, nia Lita... --Qu? El chico sali corriendo y volvi triunfante con una ratonera, donde estaba presa una lauchita... --Mirela, nia, qu preciosa... --Uf, da asco! Qu vas a hacer con eso? --Mi mama la va a matar... Yo quera que V. la viera antes. --No, que no la mate! Sultala, sultala, pobre lauchita!... Si te reprenden, di que yo te lo he mandado, Ramn!... Ante orden tan perentoria, Ramn comprendi que haba hecho mal en mostrar a la nia la pequea prisionera... Y la solt, porque saba que los deseos de la nia deban siempre respetarse. La laucha corri a esconderse debajo de un armario... --Es una monada!--exclam Lita batiendo palmas con alegra.--Su mam va a ponerse muy contenta cuando la laucha vuelva a la cuevita!--Y cambiando repentinamente de tema y de tono, agreg:--Tena que decirte otra cosa, Ramn... y es que puedes tutearme como mis hermanitos y mis

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primos. Luego de pensarlo formalmente, Ramn contest: --Eso nunca, nia Lita. Mi mama dira que es una insolencia, y se enojar. Lita se encogi de hombros: --Tutame cuando tu mam no te oiga. --Tampoco... Yo no hago nunca escondido de mi mama nada que no pueda hacer delante de ella... --Tu mam es la cocinera y yo soy la nia, y te lo mando! --No podra, nia, no podra--gimi Ramn con voz tan compungida que la misma Lita solt la carcajada, una de esas sonoras carcajadas que slo saba arrancarle el chico de la cocinera. --Bueno!--dijo, cambiando el giro de la conversacin.--Yo te tratar de usted... Cuntame... o cunteme usted lo que ha hecho hoy en la escuela ese pcaro de... cmo se llama?... Luis Matheu... Ese que se pelea con todos y est todos los das en penitencia... Ese que en cuanto se pierde un coscorrn, dices que lo encuentra siempre en su cabeza... Tuvo que interrumpirse aqu el coloquio, porque se oy el recio y bien conocido taconeo de miss Mary que se acercaba... Ramn, cuya nica antipata en el mundo era esa miss Mary, se hizo humo... Lita simul dormitar y despertarse sobresaltada... --Viene usted a buscarme, miss... Yes?--pregunt, no sin altanera. --Yes, Lita. Your mother is coming... Ante tal argumento, Lita cedi. Hizo una mueca amistosa a Ramn, que asomaba la cabeza por la puerta de la cocina, a espaldas de la niera y se dej arrastrar en su sillita al encuentro de su mam. Por la noche, durante el sueo, volvi a aparecrsele a Lita su hada madrina. Pero ahora, en lugar de estarse ah callada mirndola como otras veces, la habl en un lenguaje que pareca una msica de campanillas de oro. Dijole que iba a sanarla con su varita mgica y que despus se la llevara a viajar a su pas, que era naturalmente el Pas de las Hadas, en un cochecito de marfil tirado por dos grandes mariposas azules. Pero para eso era menester que su ahijada demostrara antes que era buena... --Cmo?--pregunt anhelante Lita, tapndose despus la cara con la sbana, llena de vergenza por su osada de interrogar a una hada... El hada le contest que ser buena es ser hacendosa y caritativa con los nios pobres. Los nios pobres se mueren de fro en las noches de invierno. Una nia hacendosa y caritativa deba tejerles, as como su mam tejiera a su pap una colcha de seda el verano pasado, tres colchas de lana: una blanca, otra celeste y otra rosada. Ella vendra a buscarlas una noche, dentro de treinta das justos. Si no estaban listas las colchas se volvera a su pas, donde andaba siempre viajando... Y para no volver ms! Pues como su ahijada no era bastante buena, no la consideraba digna de curarse y viajar con ella por el Pas de las Hadas, en un cochecito de marfil arrastrado por dos mariposas azules. Tanto se asust la pobre Lita al or esta amenaza de su querida hada madrina, que levant la cabeza y se despert sobresaltada... Pero el hada ya haba desaparecido, con su estrella sobre la frente, su pelo suelto, su varita mgica siempre levantada y su manto de tul bordado de oro, perlas y brillantes.

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II Una vez despierta, Lita no pudo volverse a dormir. Con los ojos abiertos como los de un ratoncillo, esper que llegase el da. Esa noche dorma en su cuarto, con miss Mary. Porque, cuando no sintiera dolores, dorma en su cuarto, con miss Mary, esa dormilona que roncaba como un fuelle. Cuando los senta, dorma junto a la cama de su mam, y esto era un consuelo. Y era tan buena Lita que, delirando por dormir junto a su mam, para no afligirla, nunca exager sus dolores. A veces hasta los disimulaba... Esa maana se senta sin embargo dispuesta a usar de toda su energa para imponer su voluntad. En cuanto se col la luz por las rendijas de la puerta, llam a miss Mary. Miss Mary se levant medio dormida, mir el reloj, dijo que era demasiado temprano y pidi a Lita que durmiese un poco ms... Lita protest... hizo abrir los postigos... y orden a miss Mary, en el tono ms conminativo, que fuese en el mismo momento a comprarle agujas de tejer y lana blanca, celeste y rosada! Miss Mary se neg, probablemente sin comprender bien. Todava no estaban abiertas las tiendas... Esperara a que se levantase la seora... Insisti Lita... Y entre nia y niera entablose una tremenda disputa, de la cual result llorando la nia... Al orla, su mam, que dorma en el cuarto contiguo con el odo siempre despierto, se apareci envuelta en elegantsimo peinador de blondas. Bes a Lita en los cabellos, escuch estupefacta su peticin, y le observ: --Pero si t no sabes tejer, mi tesoro! Mimosa y llorosa, contest la nia: --No importa, mam. T me ensears. --Tejer tu!... No es posible!... Eres muy chica. Y te gastaras esos lindos ojitos mos y esas queridas manitas!... Yo he de tejerte cunto me pidas: una carpeta para tu mesita, un paoln para tu mueca... Di, qu ms quieres? --Por favor, mam!--rogaba la nia, sollozando casi.--Ensame a tejer a m, t que eres tan buena! Ten lstima de m! --Y qu quieres tejer? --Tres colchas para los nios pobres. Una blanca, y otra celeste, y otra rosada. Pero quiero tejerlas pronto yo sola, solita!... Despus, mam, escucha bien, mam!... Despus Dios me curar y podr correr como los dems chicos... Mndame comprar ya lo que necesito, mamita querida! Como miss Mary, la seora no se mova... Pareca enternecida y asombrada... Y Lita, desconsolndose por tales retardos y vacilaciones, comenz a derramar el ms amargo llanto de su vida, de su pequea vida siempre llena de lgrimas. Tambin despert al pap con su llanto. Y el pap vino a verla, vestido con una bonita robe-de-chambre de seda azul rameada de negro. Pareca un chino con esa robe-de-chambre!... Pero como era tambin muy bueno, se enter de lo que quera su hijita invlida, y cambi con su mam algunas palabras. Aunque hablaban en voz baja y en el otro extremo de la pieza, Lita les oy perfectamente... La voz ronca del padre deca: --Est demasiado agitada. Es necesario tranquilizarla. No tiene fiebre? La voz fina de la madre contestaba:

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--Parece que no; ahora le pondremos el termmetro... Pobre chica!... Tiene demasiada imaginacin para su estado!... Ha soado curarse... Habla de curarse... Yo creo que tejer no le hara mal. --Habr que consultar al mdico. T sabes que no quiere que se fatigue, ni que te fatigues t tampoco! La seora suspir... El seor pareca preocupado por la obstinacin de Lita. Pues Lita no era caprichosa. Le gustaba contradecir a veces; pero era dcil y reposada como una viejita de cien aos. Como su capricho de tejer era una cosa rara, el padre orden a miss Mary que llamase al mdico por telfono. Oyendo la orden, Lita la desaprob: --Para qu el mdico?... Si los mdicos no pueden yo me curar sin mdico!...--Y luego pens en voz consolndose:--De todos modos, aunque miss Mary ni entender, porque ese telfono es para hablar sabe hablar ms que en ingls.

lo que Dios puede, y alta, lo llame, l no va a or espaol y miss Mary no

Su padre se sonri y le dijo: --El telfono sirve para todos los idiomas, Lita. Adems, miss Mary sabe hablar espaol como yo y como t. Habla ingls con los chicos para que lo aprendan. Lita se burl a travs de sus lgrimas del espaol de miss Mary... Lo cual no impidi que sta volviera pronto trayendo la contestacin del mdico: hasta las cuatro de la tarde no podra venir... Hasta las cuatro de la tarde!--pens Lita.--Perder, entonces, todo el da de hoy, y si no cumplo en los treinta das fijados por mi madrina!... Y se puso a llorar otra vez, porque no le traan pronto los tiles pedidos. Su mam la consolaba. Su pap fue a hablar l mismo por el telfono, a reprender al mdico y a mandarle, muy enojado, que viniese en seguida a ver a Lita. Hubo todava que esperar un buen rato. La mam hizo rezar a Lita sus oraciones de la maana y le besaba las manitas. Despus la hizo desayunarse con una gran taza de chocolate. Y el mdico vino al fin. Tena anteojos de oro y un reloj muy grande, que haca tic-tac hasta cuando estaba en el bolsillo. Consultado, examin a Lita y opin: --Pienso que no hay inconveniente en que se le d lo necesario para tejer.--Agregando despus, cuando crey el muy tonto que la enfermita no le oa:--De todos modos, me parece que no llegar a anudar dos puntos de tejido. Tratar de aprenderlo, y al ver que no es tan fcil como imaginara, tirar las agujas. Si aprende a tejer, lo que no me parece probable, har unos cuantos puntos, y en cuanto la labor pierda su novedad, la dejar de lado... Tengan por seguro que ya maana no se acordar de su capricho! --Y si por rara eventualidad se empea en tejer su colcha--pregunt la madre--y llega a esforzarse y se fatiga? --No creo que eso ocurra, seora--asegur el mdico.--Cuide en todo caso de que no se incorpore mucho... Lleva siempre su cors de yeso? --Todos los das se le pone al vestirla, y todas las noches se le saca al acostarla. --Que siga lo mismo. Y si llegara a excitarse demasiado, dele una cucharadita de la receta calmante que le prescrib la vez pasada. --Eso la postra!...

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--Disminuya la dosis. Y se fue el mdico, con sus anteojos y su reloj. Requerida por Lita, miss Mary sali a comprar las agujas de madera y lana blanca, celeste y rosada. Se hizo esperar mucho, ella tambin. Pero, mientras volva, la madre visti a Lita, la lav, la pein, le puso agua de Colonia y la sent en su silla rodante. Poca lana trajo miss Mary... Como no alcanzaba para las tres colchas pedidas por el hada madrina, Lita reclam el doble ms de lana de cada color... Su mam le dijo que aprendiese primero a tejer lo que tena delante, y comenz a ensearle... Con gran sorpresa de su mam, en un momento aprendi Lita, toda ojos, los puntos del tejido. Antes de la hora de almorzar ya teja; bien que imperfectamente, ya teja!... Como primeros ensayos fabric unas tiras largas y desparejas y unos cuadraditos, aunque sucios de dedos y no sin nudos que acusaban tropiezos y equivocaciones. Inmediatamente quiso comenzar su colcha blanca. Nada pudo detenerla: ni las splicas de su mam para que descansase, ni siquiera la severidad de que se arm su padre, todava vestido con su bonita bata azul rameada de negro. Rodeada de su padre, su madre, sus hermanitos y miss Mary, ella segua en su labor como una brujita, teje que teje, teje que teje, teje que teje... Por su boquita, contrada por la atencin, acechaba su lengua a manera de una curiosa que se asoma por la ventana. Sus pequeas manos parecan dos araas de cinco patas, apuradsimas en reconstruir una tela rota por el viento.

III Interrumpiose para almorzar, y despus, casi a la fuerza, la oblig la mam a descansar un buen rato. Qusola llevar de paseo en carruaje; pero la nia se resisti de tal modo, que tambin la seora se qued en casa. Y en cuanto pudo, volvi Lita al trabajo, y lo continuaba, aunque con los intervalos que su mam le impona... Llevaba ya tejido un buen principio a la hora en que Ramn volva de la escuela. Dese verle, mostrrselo y hacerlo su confidente esta vez ms... Por eso pidi ella misma un nuevo descanso para que la llevasen al patio del servicio. La seora accedi, encantada. Estallando por hablar, en cuanto estuvo cerca de Ramn, le pregunt, con inusitada formalidad: --Tienes honor, Ramn? Ramn contest, no muy seguro: --Creo que s, nia... --Puedes darme tu palabra de honor? --S, nia, si usted lo manda... --Dame tu palabra de honor de que no dirs nada a nadie de lo que voy a decirte! --Le doy mi palabra de honor, s... --Pues escucha... Y Lita cont a su modesto amigo todo lo que haba pasado desde la noche anterior: la aparicin del hada madrina, su oferta y promesa, cmo haba

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puesto ella manos a la obra... --Ahora tienes que decirme--termin,--cuntos das faltan para los treinta das? Ramn, que la escuchara pensativo, ri como un loco a esta pregunta, respondiendo: --Para los treinta das faltan... treinta das! Lita se impacient: --Tonto! Pregunto en qu da de qu mes se cumplirn los treinta das... Parece increble que un granduln que multiplica por mil nmeros en su pizarra no sepa sacar esta cuenta! --S s, s s--repuso Ramn vivamente.--Hoy estamos a cinco de junio... junio debe tener treinta das... Ser entonces el cinco de julio... --El cinco de julio estar sana? --Si Dios quiere... --Pues apunta la fecha para no olvidarla... Ramn sac una libreta y un lpiz del bolsillo, y apunt la fecha... Lita le dijo, dando un suspiro de satisfaccin: --Gracias.--Y aadi:--El cinco de julio? Eh? El cinco de Julio! --Ya est apuntado... Estese tranquila, nia, que no lo olvidar... Quiere que le muestre un abanico de papel de colores que le he trado del mercado? Voy corriendo a buscarlo!... Disponase Ramn a correr en busca del abanico; pero Lita lo contuvo, con aire importante: --Me lo mostrars otro da, Ramn. Ahora estoy muy apurada. Debo continuar pronto mi trabajo. Llvame pues al otro patio... Mientras la arrastraban, Lita iba repitindose la mgica fecha, para que no la olvidase su memoria de pajarito... Todava al despedirse de Ramn hasta el da siguiente, le recomend otra vez: --No vayas a perder el apunte! Ramn se alz de hombros ante tanta insistencia, y se volvi a la cocina ligeramente disgustado por la poca atencin que mereciera su abanico de papel de colores... La mam sufri un desencanto al ver que Lita no quera jugar ms tiempo con Ramn, y trat en vano de distraerla para que no se fatigase demasiado... Al acostarse, Lita hizo que le dejaran junto a la cama su cesta de trabajo. Pues su mam le haba regalado una lindsima, con flores artificiales y moos de cinta punz. Y antes de cerrar los ojos, Lita marc con la ua una seal en la baranda de la cama, para anotar que haba transcurrido el primer da... Pero no poda dormirse. Estaba demasiado nerviosa con las agitaciones del da. Su mam, aunque lo notara, no quiso darle el remedio recetado por el mdico. Saba que su regazo era el mejor calmante para la hijita enferma. Por eso coloc muchos almohadones en una chaisse longue, sac a Lita de la cama, y se acost con ella sobre los almohadones. Puso su cabeza muy alta para no dormirse, pues si se dorma un movimiento

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cualquiera poda quebrar la cintura de la nia invlida y matarla. Lita recost su cabeza febril en el pecho de su mam, y dejndose cantar lindas canciones en voz baja, quedose ms profunda y tranquilamente dormida que si le hubieran propinado todo el frasco del remedio recetado por el mdico de los anteojos de oro y del reloj que haca tic-tac hasta en el bolsillo.

IV Siete das, slo siete das bastaron a Lita para concluir su colcha blanca! Y no pareca muy desmejorada la nia, no. Al contrario, aunque un poco enflaquecida, tena mejor color, ms animacin que antes, hasta su poco de alegra. El mdico y la madre se mostraban ms bien contentos de su estado. Quien pareca descontento era el padre. Haba comprado a su hijita un teatro de tteres y otros muchos juguetes ingeniosos, sin conseguir distraerla de su incesante labor... Apenas concluida la colcha blanca, pretendi Lita empezar inmediatamente la celeste... Aqu intervino formalmente el pap. La enfermita necesita por lo menos un da de descanso, pues que ni el mismo domingo se haba resignado a descansarlo todo entero. Y con su autoridad de amo, el padre hizo vestir con trajes de calle a su seora, a Lita y a mis Mary, pidi el carruaje descubierto para despus de almorzar, se puso guantes amarillos y una galera muy grande, y sali a dar un paseo con su familia, aprovechando el hermoso da. Detrs iba Ramn en un fiacre, con el cochecito de Lita, para cuando se bajasen en el paseo. Anduvieron por el bosque y por el Jardn Zoolgico. Miss Mary arrastr a Lita en su cochecito, pranse ante las jaulas de los animales. Lita adoraba los animales. Y ese da, a pesar de su deseo de reanudar cuanto antes la labor, tuvo ms gusto que nunca en ver leones, jirafas, avestruces, serpientes, de cunto Dios cri. Porque pensaba que antes de que se cumpliese el plazo de los treinta das, ella podra presentar a su hada madrina las tres colchas. Entonces sanara y caminara sola y derecha, aunque tuviera un cochecito de marfil tirado por dos grandes mariposas azules. Visitara el Pas de las Hadas, donde se ven en jaulas de oro los animales que aqu faltaban: sirenas, unicornios, dragones... De vuelta en su casa, pregunt a Lita su pap: --Te has divertido, Lita? --Mucho, pap. --Pues pasado maana repetiremos el paseo. Lita se afligi mucho, porque si cada dos das obligaba a descansar uno, no acabara a tiempo las dos colchas que le quedaban por hacer. As fue que rog a su padre, con lgrimas en los ojos y sollozos en la voz: --No me vuelvas a sacar a pasear hasta que termine la colcha celeste, pap... S buenito, pap!... Te lo pido por Dios y por la Virgen, pap!... Para tranquilizar a la pobre mrtir exaltada y no perjudicar el buen efecto del paseo, tuvo que prometrselo as su padre... El da siguiente era el octavo da. En cuanto miss Mary los tiles y la lana celeste, y se Otra semana ms de trabajo, y qued concluida semana ms, y tambin la colcha rosada!... Ya hacer, sino guardar celosamente su obra, su

amaneci, Lita pidi a puso a tejer y tejer... la colcha celeste... Otra no le restaba nada que tesoro!...

Ramn le dijo que estaban a 27 de junio, y que faltaban todava siete das para la fecha de redencin, el 5 de julio... Cmo pasar todo ese tiempo para no impacientarse ni aburrirse?... Pues ahora fue la misma Lita quien invit a su padre a ir todas las tardes a Palermo y al Jardn

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Zoolgico, y hasta ms de lo que l poda, por sus quehaceres... Y la mam se apresur a hacerle el gusto, gozosa de ver al fin a su hija querida descansada y contenta: --Cundo llevaremos a los nios pobres tus colchas?--le haba preguntado un da su mam. --Ya lo vers, mam, ya lo vers. Por ahora slo quiero que estn bien guardadas en mi armario, muy bien guardadas! Se pasaron as los das que faltaban y lleg la noche del 4 de julio, las ansiadas vsperas. Lita cont las marcas que haba sealado en la baranda de su cama. Eran treinta justas, y su cuenta coincida con la de Ramn. Bes a su pap, a su mam, a sus hermanitos y hasta a miss Mary. Se hizo acostar muy temprano. Rez largamente sus oraciones, pidiendo a la Virgen y a San Jos que velasen por su madrina... Y se durmi, mirando las tres colchas, que se haba hecho poner junto a su camita. Costole mucho dormir. Pero, en cuanto se durmi, se le apareci en su sueo el hada madrina. Vena como siempre, con su estrella, su varita mgica, su pelo suelto, su magnfico manto... Sonriendo con ternura a su ahijada, le dijo: --Veo que eres buena, Lita. Te agradezco tu labor en nombre de los nios pobres, a quienes les llevar tus colchas, para que no se mueran de fro en las noches de invierno. El paje del hada, que era un gnomo, sali del seno de la tierra, carg en las espaldas con los tejidos de Lita, y desapareci... El hada hizo entonces unos garabatos en el aire con su varita mgica, diciendo a su ahijada: --Y porque eres buena, te curo ahora para siempre. Apenas dicho esto, Lita se sinti curada y se sent en la cama, completamente derecha. Sin darle tiempo ni para decir gracias, su madrina la tom de la mano... --Ven conmigo, Lita. Te llevar a dar una vuelta por el Pas de las Hadas, donde viven Caperucita Roja y Pulgarcillo. As como estaba, en su blanca camisita de batista, Lita salt del lecho sola y adelant de la mano de su madrina... Atravesaron la habitacin sin hacer ruido, en puntitas de pie, luego el dormitorio de la mam, el cuarto de vestir, una sala... iban directamente a la puerta de calle... Lita misma abri la puerta que comunicaba la sala con el vestbulo. Cruzaron el vestbulo y abri tambin la puerta cancel... Llegaron al zagun... Ya estaban ante la puerta de la calle... Lita hizo un esfuerzo para abrirla... Era un pestillo muy duro y bien cerrado!... Y sinti de pronto que le faltaba el apoyo de su madrina y cay sobre el fro umbral de mrmol...

V A la maana siguiente, antes de que aclarara del todo, Ramn fue, como de costumbre, a abrir la puerta de calle a los proveedores de la casa. Iba tan preocupado con el cuento que le repeta diariamente Lita de su hada madrina, pensando si se le habra realmente aparecido durante la noche, que no se fijaba donde pona el pie... Al ir a meter la llave en la cerradura de la puerta, pis una cosa blanda... se agach a ver lo que era, y lanz un berrido estridente... Ah estaba Lita, en su camisita de dormir, que mostraba horriblemente la miseria de su deformidad! Ah estaba Lita, yerta, blanca, verdosa, helada! Sin saber lo que haca, loco de dolor, sali corriendo Ramn y entr en

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las habitaciones interiores por una puerta que daba al vestbulo y estaba entreabierta... --La nia Lita est en la puerta de la calle!...--gritaba.--La nia Lita est muerta en la puerta de la calle!... El padre, la madre, miss Mary, los chicos, todos saltaron de la cama y acudieron... El padre fue quien levant en los brazos el precioso saquito de huesos... Ramn corri a llamar al mdico... Y el mdico de los anteojos de oro vino, y dijo que la nia estaba muerta. --Es una felicidad para ella, la pobrecita--agreg con voz grave.--Y hasta una liberacin para sus padres. No tena remedio y sufrira intilmente toda su vida. Pero los padres no parecan pensar que esa muerte fuera una felicidad y una liberacin. La seora gritaba desconsolada... El seor estaba fuera de s... Llegaba a dudar de la muerte de esa frgil y tierna criatura. Conservando algo como la sombra de una esperanza, explic al mdico dnde y cmo la encontraran. La nia pareca haberse levantado por s misma, como si estuviera sana, tal vez sonmbula... El mdico neg radicalmente semejante hiptesis. La nia no hubiera podido dar un paso por s misma... Pero, quin la llev hasta all, mientras miss Mary y los padres dorman?... Pues el chico ese que deca haberla encontrado muerta! l la haba sacado de la cama para jugar, dejndola caer despus en la puerta de calle. En la cada, la enfermita se haba quebrado la columna vertebral... La nia estaba ya fra porque el chico que la sacara no se atrevi a avisar en el primer momento, por temor al castigo que le esperaba. Si se le avisara entonces, tal vez la ciencia la hubiera podido salvar. Esa era la opinin del mdico! Al orla, creyndola en todo verdadera, el padre interpel a Ramn con la ira de la desesperacin: --Cmo has podido hacer eso, miserable? Ramn sinti que se le helaba la sangre de horror y de vergenza... Su madre se puso a llorar... Y exaltndose ms y ms en su dolor, repeta el seor: --Cmo has podido hacer eso, miserable? Cmo has podido dejar de llamarnos a tiempo siquiera, canalla, desagradecido? A Ramn le flaquearon las rodillas, y cay sobre ellas, desfalleciendo... El padre de Lita crey ver en ese desfallecimiento la confesin del crimen, pues se le presentaba el caso como un crimen, y vociferaba a la criada y a su hijo, en el paroxismo de su clera: --Fuera de aqu!... Que yo no vea ms la cara de ustedes!... Pronto, fuera, si no quieren que los haga echar por la polica! Despus de diez aos de servicios fieles, as fueron echados la madre de Ramn y su hijo, como ladrones, como asesinos... Y nadie dud en ese momento de las palabras del mdico, a quien el hecho dio tema para disertar largamente sobre los sentimientos perversos de la canalla. Cuando Ramn estuvo solo con su madre en la pobrsima fonda donde se refugiaron, la abraz sollozando... Iba a jurarle que el mdico menta, pero su madre le contuvo: --Hijo querido! No necesitas decirme nada, porque yo s que no es cierto. T no eres insensato ni cobarde para dejar morir a la nia sin avisar, hijo querido! Ramn grit: --Qu malos son en haber credo a ese mdico, qu malos!

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--No son malos--rectific dulcemente la madre.--Los hombres no son malos ni buenos... Unos son ricos y otros son pobres... Eso es todo. Clmate, hijo mo! Las crueles emociones de esa trgica maana enfermaron gravemente a Ramn. Su madre tuvo que llevarlo al hospital, donde pas muchos das entre la vida y la muerte. En sus noches de fiebre deliraba con la pobre Lita y su prfida madrina, que no era una hada sino una bruja... A cada momento crea que esa bruja vena a robarlo a l tambin... Pero su naturaleza robusta venci la dolencia. A las tres semanas lo llev su madre consigo a la nueva casa en que se conchabara, ya convaleciente, amarillo, altote, muy triste, y tan flaco como un espectro... l no volvi a hablar ms de su amarga experiencia. Pareca olvidado de Lita y de la injuria mortal que recibiera... Mas una noche dijo sencillamente a su madre: --Maana har un mes de la muerte de Lita, mam... Quisiera comprarle unas flores y llevrselas al cementerio... Iremos los dos antes de ir al mercado, mam... En vez de enfadarse, como tema Ramn, su madre se lo prometi, despus de abrazarlo. Compraron as al da siguiente un hermoso ramo de rosas blancas en el mercado y lo llevaron al cementerio. El guardin les indic la tumba de Lita. Ya estaba cubierta de otras flores frescas, flores finas y raras. --Mam--pregunt Ramn divagando todava con los pensamientos delirantes de su enfermedad--quin habr puesto ah esas flores tan temprano?... No podra ser el hada madrina?... --No, hijo mo. Esas flores las puso la madre de Lita, que estuvo aqu antes que nosotros; no lo dudes. --Cmo lo sabes? --Porque soy tu madre. Ramn se arrodill, se persign y dej sus rosas blancas junto a las otras flores. Hubiera querido quedarse all mucho rato, pues le pareca estar en la casa de Lita, que era un poco como su casa... Mas su madre lo apremi a que se despidiera; deban volverse porque era tarde... Entonces Ramn quiso llevarse, como recuerdo, un flor de la tumba de Lita... Ella era tan generosa que me las dara todas si yo se las pidiera--dijo con los ojos llenos de lgrimas. Su madre le prohibi que tomara la flor, porque las flores de los muertos traen desgracia... --Las flores de Lita--implor todava Ramn,--a m no pueden traerme desgracia, sino hacerme bueno, porque ella es como mi ngel de la guardia... --No importa, hijo mo--concluy su madre.--Las flores de los muertos son para los muertos. Oyendo esto, Ramn se arrodill por despedida ante el umbral del sepulcro, donde dejaba enterrados sus castos sueos de adolescente. Instintivamente acerc sus labios a un manojo de no-me-olvides que se destacaba entre las flores de la nia muerta... Y al besarlo crey besar los ojos de Lita, crey besar por primera y ltima vez los ojos azules de Lita.

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LA AGONA DE CERVANTES

Indigentemente cuidado por manos mercenarias, ms envejecido que viejo, se mora Cervantes. Buen cristiano, despedase del mundo con la conciencia limpia, despus de recibir los ltimos auxilios de la religin. Y, aunque slo agonizante, por muerto habanle dejado en la srdida guardilla. No estaba todava muerto, no, si es que l podra morir alguna vez. En su imaginacin febricitante pululaban sus recuerdos, casi todos de lgrimas y amargura. Rememoraba envidias, pobrezas, calumnias, prisiones... Pero, cmo? qu no haba tenido l ninguna dicha en la vida?... Ah, s! La tuvo, s, la tuvo, cuando en sus horas solitarias viviera el mundo de su fantasa que describi en sus libros. Felices horas aquellas en que la fiebre de la concepcin lo levantaba a una esfera tan superior a las humanas miserias! Bien dijo entonces: Para m slo naci don Quijote y yo para l... Bien dijo entonces, asimismo, como alguien le tildara de envidioso: Descrbaseme la envidia, que yo no la conozco. En cambio, otros, y bien ilustres, la conocan por l... No estaba todava muerto, no, pues que pensaba... Y sinti que se abra una puerta y entraban en tropel, como legin de espectros, conocidsimas figuras... Vena adelante don Quijote de la Mancha, seguido de su escudero Sancho Panza; luego el bachiller Sansn Carrasco, el cura, el barbero, Dulcinea del Toboso, Teresa Panza, Camacho, la duea Rodrguez, los duques... Y tambin Persiles y Segismunda, Rinconete y Cortadillo, la Gitanilla... En fin, toda la caterva de los personajes que aparecan en sus obras... Don Quijote, como jefe de la caterva, acercndose al msero lecho, lanza en ristre y visera cada, habl primero: --Este es don Miguel de Cervantes Saavedra, el malandrn que nos creara y tuviese cautivos en sus libros, como las alimaas enjauladas que presentan los histriones de la feria, para risa y escarnio del vulgo soez y malicioso. Este es Cide Hamete Benengeli, el atrevido burlador de nuestras mejores fazaas y el cuentista charlatn de nuestros amoros y secretos.--Y encarndose con el moribundo, agreg:--Ha llegado el momento, oh Cervantes, de que nos rindis cuenta de las burlas e injurias que tan despiadadamente nos habis inferido, y que he de vengar, vive Dios! por el valor de mi esforzado brazo, en un hecho como no vieran los pasados siglos ni vern los venideros... Sansn Carrasco no pareca menos iracundo: --Mal hicisteis, don Miguel, en divulgar tanta confidencia amistosa y reservada que depositamos en el seno de vuestra confianza y caballerosidad. Mal hicistis, don Miguel, en contar al pblico los yerros y debilidades de nuestros mejores amigos. Aunque no soy yo el peor presentado, poco hablasteis de mis muchas letras, y mucho de mis pocos donaires y bellaqueras. Hubierais de haber sido siquiera ms imparcial y justo, no abultando lo malo o indiferente y disimulando lo bueno y lo mejor. Por qu no escribisteis nada de mis glosas a Aristteles, nada de mis traducciones de Horacio, nada de mis puros amores con Casilda de Ricarte?... Quejbase tambin el cura: --Sana habr sido vuestra intencin, don Miguel, pero, al hablar de m, bien pudisteis enaltecer mis virtudes y no pasarlas en tan displicente silencio! Camacho clamaba: --Tal fama de rico me distis al describir mis bodas, que no hay en

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veinte leguas a la redonda pobre que no me pida... Y si le doy mucho, no me lo aprecia; si poco, se retira descontento; si nada, me acusa de tacaera y maldad... Flaco servicio os debo, seor de Cervantes! Teresa Panza, la mujer de Sancho, vociferaba a su vez: --Para qu ha cantado vuesa merced tantas aleluyas y gastado tanta tinta, sin sacarnos al fin y al cabo de nuestra pobreza?... Hubirase metido vuesa merced con los ricos y los orgullosos, y no con los pobres y los humildes, que nada le pedimos ni para nada le llamamos! La mentada doa Dulcinea del Toboso, por su verdadero nombre Aldonza Lorenzo, gritaba a la par de Teresa Panza, al doliente caballero: --Qu os hice para que tambin os metierais conmigo, segn se me ha dicho, en esas historias mentirosas que corren impresas por ah?... Nada os importa, ni a vos, ni al mundo, que yo huela o no huela a mbar, que sea soberbia princesa o zafia labradora!... Maritornes, con los brazos en jarras, era otra furia. A qu perpetuar el cuento de su extravo de una poca pasada, arrojando la nota de deshonra sobre una moza que despus poda ser, y ahora lo era efectivamente, honestsima madre de familia?... El barbero deca tambin: --Aqu traigo mi navaja, no para afeitar a vuesa merced, sino para vengarme de ella por las bromas que ha dado a mi cliente don Alonso Quijano y a sus parientes y amigos... La duea Rodrguez clamaba llorosa: --Yo no soy fantasma, ni visin, ni alma del purgatorio, sino doa Rodrguez, la duea de honor de mi seora la duquesa, y vengo a inculparos de vuestra stira contra todas las dueas, encarnadas en vuestra falsa y mentirosa Duea Dolorida!... Los mismos duques estaban descontentos, pues que la duquesa deca: --A gente de nuestra alcurnia y grandeza, mejor fuera dejarla tranquila cuando no se trata de histricos hechos. Contar nuestras acciones privadas es dar pbulo a las habladuras de plebeyos y villanos... Persiles y Segismunda hubieran deseado el discreto velo del silencio sobre sus antiguos amores... Rinconete y Cortadillo protestaban por su fama de ladrones. Tan conocida era esta fama, que todos estaban ahora en guardia contra ellos, y ya no podan seguir robando a gusto!... La Gitanilla, hasta la Gitanilla se quejaba de su cervantino renombre, presumiendo de honrada y pudorosa... Y as, uno por uno, los personajes fueron exponiendo sus crueles y destempladas quejas. Llegaron a gritar todos juntos, tan desaforadamente, que el divino Cervantes se crey expiando algunos pecadillos en las profundidades del purgatorio... Slo Sancho guardaba un pensativo silencio, sentado a los pies de la cama... Quiso decir algo a don Quijote, y no lo pudo, cubierta su palabra por la infernal algaraba... De pronto, don Quijote hizo un molinete con la lanza obligando a que todos se alejaran del lecho, y clam con voz colrica e imperativa: --Basta ya, chusma cobarde y desenfrenada! Apartaos! No veis que es un solo hombre al que todos acosis? Dejadlo que combata conmigo solo en singular batalla, y Dios dir de qu parte estn la razn y la

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justicia!... He ah mi guante, Cide Hamete Benengeli, y salgamos a luchar en campo abierto, si no miente vuestro nombre y corre an sangre en vuestras venas. El moribundo hizo un esfuerzo para incorporarse, sin conseguirlo... Y Sancho, ponindose de pie, increp a Don Quijote: --No ve vuestra merced que don Miguel es invlido por carecer de un brazo, y que en este momento se nos muere? Antes le debemos socorro que insultos y ataques. Lo corts no quita lo valiente, una mano lava la otra y cada oveja con su pareja... Viendo que, efectivamente, Cervantes era ya casi un cadver, don Quijote exclam: --Tienes razn, que te sobra, Sancho amigo. Oh desgraciado de m! Cuando al fin alcanz el ms encarnizado de mis enemigos, aqul con quien contara al mundo mi historia convirtiendo mi valor en hazmerrer de perversos e ignorantes, aqul cuya pola implacable hace irrisin de mis nobles pasiones y befa de mis mejores hazaas, he aqu que lo hallo enfermo, postrado y agonizando, por obra y gracia de los prfidos encantadores que me persiguen, y que no han querido que vengue de una vez por todas sus burlas y ultrajes, para eterna gloria de mi nombre. Despus de un silencio, Sancho repuso, con inacostumbrada melancola: --Cra cuervos para que te saquen los ojos. El seor don Miguel no es nuestro enemigo, que es nuestro padre. Al or esto, Don Quijote qued completamente absorto en s mismo, un rato largo, muy largo, sin atender a la creciente farndula con que los dems personajes mortificaban al solitario moribundo... Luego se irgui y dijo muy recio: --Cierto. l es nuestro padre. l nos ha dado la posteridad y la gloria, la verdadera vida! Y sin ms, arremeti contra la legin de importunos que antes capitaneara, arrojndolos de la habitacin como a perros, a golpes de lanza... Cuando salieron todos, cerr la puerta detrs de ellos, quedando solo con el moribundo y Sancho... Cervantes, que haciendo un ltimo esfuerzo se haba levantado a echar tambin a los incmodos visitantes, cay entonces sobre Alonso Quijano el Bueno... Y mientras Sancho, arrodillado, le cubra las manos de lgrimas, rindi su alma a Dios en los brazos de don Quijote. En su boca descolorida acentubase una sonrisa de infinita ternura, como si dijera a sus dos creaciones ms ilustres: --Bien saba que habais de venir vosotros, hijos mos, a socorrerme en la hora de la muerte!

EL JUSTICIERO

Catalina de Aragn, as como suena, nada menos que Catalina de Aragn se firmaba y se haca llamar Felipa Danou, francesa de Montmatre. Y con ese nombre histrico, presumiendo de noble y espaola, se inscriba en los programas de los circos y teatros donde se la contrataba como domadora de vampiros. Hay que reconocer que los vampiros eran ms verdaderos que su nombre. Habalos comprado en Argelia a un cazador marroqu, y se exhiba en pblico con ellos, en una gran jaula de fieras, pretendiendo haberlos domesticado y educado...

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Sin embargo, los chupadores de sangre estaban muy lejos de poseer la dcil inteligencia de tantos perros, focas o elefantes sabios. Apenas si reconocan a Catalina, su cuidadora, cuando los llamaba por sus pintorescos apodos: Sanguijuela!... Borracho!... Lucifer!... El xito de la domadora, harto dudoso por cierto, extribaba ms bien en una danza serpentina que bailaba dentro de la jaula, envuelta en negros crespones. Mientras torrentes de luz roja y azul le daban matices fantasmagricos, revoloteaban a su alrededor, electrizados por su voz aguda y dominante, los enormes murcilagos hambrientos, vidos de sorberle la sangre bajo su piel pintada y sudorosa. Pronto se cans el pblico parisiense de Catalina y sus vampiros. Se haca necesario inventar cuanto antes otra cosa, porque los empresarios no se arriesgaban ya a contratar un espectculo tan gastado, y ella no se decida a abandonar su querido Pars... Mejor dicho, su marido o amigo, el lindo Raguet, era quien no le permita abandonar a Pars. Este Raguet era un parisiense incurable. No conceba la vida sino vagando por los bulevares, teatro de sus fciles conquistas... Como lo fuera con muchas otras, Raguet era un tirano para Catalina. Siempre insaciable de dinero amenazbala y pegbale brutalmente cuando ella no se lo proporcionaba. Por eso Catalina, al notar el creciente descrdito de sus vampiros, se vea obligada a resolver un dilema insoluble: o contratarse en barracones de tercero y cuarto orden, donde se pagaba poco a las artistas, y exponerse por consiguiente a las diarias sobas de Raguet, o bien abandonarlo y marcharse con sus animalejos en jira por las provincias y el extranjero... Esto ltimo hacasele imposible. Los golpes y las caricias de Raguet le eran tan indispensables como el aire. Prefera morir insultndolo martirizada por sus manos implacables, a obtener lejos de l xitos y contratas... Felizmente vino a socorrerla una casualidad propicia. Sucedi que una norteamericana millonaria y extravagante le ofreci comprarle sus vampiros... Pidi ella un precio disparatado, justo el que le pidieran por un joven y gigantesco mono chimpanc que deseaba domesticar... Y la norteamericana, encaprichada con los vampiros, despus de regatear en vano, acab por pagarle a Catalina el precio que fijara. Adquirido el mono, liquid Catalina su ltima contrata, y se retir con l a una casita de los alrededores de Pars, dispuesta a amansarlo y ensearlo. Con la idea de las ganancias que pudiera proporcionarle su adquisicin, Raguet le disculp este alejamiento del centro de la ciudad. Con frecuencia ira a visitarla, siquiera en las noches que no contase con ningn otro refugio. Cnsul, tal era el clsico nombre del mono, prometa los mejores aplausos y considerable provecho, si llegaba a presentarse amaestrado en la escena. Era un bello ejemplar de su raza, alto, membrudo, fuerte, de mirada inteligente y viva, de suave y aterciopelado pelaje. Lo malo era su humor hosco, impulsivo y variable. En su boca bestial se sucedan rpidamente salvajes contracciones de clera y perrunas sonrisas. En los das de spleen morda y quebraba cuanto hallase a su alcance. Muy prudentemente, Catalina lo tena pues encerrado en una slida jaula de hierro, al menos hasta que se mostrase ms tranquilo y sociable. Todos los medios conocidos emple la domadora para domesticar a Cnsul: el hambre, los golpes, el fuego, la electricidad, los gritos, las caricias... Pero slo consigui que el antiguo gigante de los bosques, la conociese, respetase y siguiera. Con los extraos, Cnsul se mantena siempre en su antigua ferocidad, y tanto, que no se le poda sacar de su jaula... Una vez lo intent Catalina, para ensearle a comer en su mesa. Mientras

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estaba en _tte--tte_ con ella sola, la leccin no march del todo mal. El mono obedecale como poda; al equivocarse, le peda perdn con sus ojos hmedos como los de un enamorado... Mirndola, sola distraerse y desobedecer sus rdenes. Entonces ella lo reprenda y castigaba severamente con una varita de metal... Conforme adelantaba la leccin de comer, y menudeaban las reprimendas y castigos, Cnsul se pona ms hurao y nervioso, gruendo sordamente con los dientes apretados. En otros momentos gema y se morda las uas, conteniendo su furor... Catalina, como se diese cuenta, con su instinto de mujer, que el mono nunca se atreva a atacarla, continuaba el amaestramiento impvida y decidida... En un momento en que, despus de varias equivocaciones del discpulo y de los consiguientes golpes de la maestra, Cnsul se clavaba las garras en los muslos para desahogar su furia, entr el sirviente con un plato en las manos... No bien lo vio, abalanzose el enfurecido animal sobre l como dispuesto a matarlo... Un grito a tiempo de Catalina lo contuvo, y el criado pudo retirarse bien librado, a costa de unos pocos rasguos. A Raguet era a quien profesaba Cnsul su odio ms terrible. Hasta olfatebalo desde lejos. Pues, en cuanto pisaba la casa, de da o de noche, aunque para nada se acercase a la habitacin donde se hallaba la jaula, Cnsul se pona como fuera de s. Grua, daba grandes manotones al aire, se sacuda contra los barrotes de hierro... Muchas veces, antes de que Catalina viera a Raguet, conoca su aproximacin por las demostraciones del mono, quien ni escuchaba entonces sus voces... --Tiene celos de ti--deca despus a Raguet. Y Raguet le contestaba, meneando la cabeza y como si l hubiera contribuido en la compra: --Me temo que hayamos hecho un mal negocio con el animalucho. Por qu no lo vendemos? Catalina saba que venderlo era dejar la suma casi ntegra en las manos de ese disipado de Raguet; adems, ella no desesperaba de amaestrar a Cnsul, y hasta le tena algn afecto... Por eso responda: --Tengamos paciencia. Es muy inteligente. Parece un hombre. No le falta ms que hablar... Con el tiempo ha de aprenderlo todo. Dejar lejos a Pichn, el elefante de Nin de Montecristo. Y sabes cunto le pagan a Nin en el Olimpia?... Mil francos por noche! Ante el convincente argumento del caso de Nin, Raguet se callaba, no sin rezongarle antes a Catalina: --Si es as, debes apurarte en amaestrar a tu Cnsul. Van ya para tres meses que ests de haragana, sin hacer nada! Raguet iba para treinta aos, justo su edad, que viva de haragn, sin hacer nada ms que gastar lo que pidiere o trampeare... No obstante de saberlo muy bien Catalina, se limitaba a pedirle perdn: --No te enojes, Raguet! Cada uno hace lo que puede... La gente ya estaba cansada de los vampiros... Sin contestar a la domadora domada, Raguet, con un hambre de diez o doce horas de vagabundeo, replicaba con voz tonante: --Basta de Cnsul! Dame pronto lo que tengas de comida... Y Catalina corra a la cocina, de donde volva triunfante a la media hora, con alguna cazuelilla improvisada. Servale a su hombre, con el mejor vino que encontraba, y lo miraba mientras l coma disimulando su apetito con nuevas quejas: --Esto es una porquera!... Apenas si puede probarse... Es estpido

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que no tengas nada mejor, cuando Nin convida con champaa y gallina a Sansn, el hombre de las pesas falsas y de los msculos postizos! Catalina lo tranquilizaba entonces, como dicindole con su mirada cariosa: --Esprate a que eduque a Cnsul, para convidarte con champaa y gallina, como Nin a Sansn, el hombre de las pesas falsas y de los msculos postizos... Una noche estuvo Raguet ms exigente que de costumbre. Necesitaba en ese mismo instante trescientos francos... --De dnde quieres que los saque?...--gema la infeliz Catalina.--Ya no me quedan diez cntimos de lo ltimo que cobr... Debo un mes de alquiler... Ayer ped prestados quinientos francos a Blondeau el empresario, y ese gordo tacao no me quiso prestar ms que ciento cincuenta... Alhajas no tengo, ni crdito, ni trabajo!... Perdname, Raguet, ten lstima de m!... --Mientes!--vocifer Raguet.--Debes tener ms dinero guardado... Con qu comes, pues?... --Te juro que no tengo ms, te lo juro por las cenizas de mi madre, Raguet!... Yo no puedo volverme monedas... --Dame entonces esos ciento cincuenta francos que te prest el imbcil de Blondeau... --No los tengo ya! no los tengo!... He pagado con ellos al panadero, al mercado, al sirviente, que se fue hoy y me ha dejado sola... El lindo Raguet, frentico de impaciencia, apostrof a Catalina con sus peores injurias, y tena un buen repertorio de ellas! Y cuando se cans de insultarla, le asest feroces bofetones y puntapis, practicando su mxima favorita: Las mujeres son como las aceitunas. Hay que batirlas duro para que den aceite, y cuanto ms se las bate, ms aceite dan. Esta mxima, repetida a los compaeros del vermut ante la mesa del caf, en el preciso momento de escupir el hueso pelado de una aceituna a dos varas de distancia, tena siempre un xito loco. Tambin lo tena aplicada en las nalgas enrojecidas y en las mejillas ensangrentadas de Catalina de Aragn, la domadora de vampiros... Como realmente esa noche la pobre mujer no poda proporcionarse dinero, los golpes fueron ms recios que de costumbre. Y ella gritaba y gema como si la desollasen viva... De pronto se sinti en el silencio y en las sombras de la desolada casita, ruido de hierros y maderas que crujan... unos pasos pesados y torpes que se acercaban... un formidable golpe contra la puerta... Raguet y Catalina se miraron plidos de terror; la puerta se abri... Ante la vacilante luz de la buja vieron un demonio inmenso que se adelantaba lentamente sobre sus dos patazas, con los ojos fosforescentes de clera... Era Cnsul, el mono chimpanc. Al apercibir los gritos de Catalina haba sacudido con tal fuerza la puerta de su jaula, que haba cedido... Vena a socorrer a su ama! De un golpe derrib a Raguet... Tom a Catalina en sus brazos... Lamiole con su lengua rugosa las heridas... Y llevola cargada como una criatura a su jaula... Al volver en s, Raguet record que en la casa no haba nadie a quien pedir auxilio. Tom su sombrero y huy cobardemente, sintiendo siempre detrs de s los pasos vengadores de Cnsul... A la maana siguiente, requerida por un vecino que oyera durante la noche extraos gritos, la polica entr en la casa desierta...

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Registrndola, slo hall al mono gigantesco en su jaula, sentado sobre la paja, arrullando tiernamente en sus brazos a una mujer plida, muerta, muerta de terror!

PESADILLA DROLTICA (Impresiones de veinticuatro horas de fiebre)

I Yo no poda dormir... En vano regularizaba mi respiracin, trataba de apaciguar mi pensamiento, me oprima el pecho para contener sus latidos, en vano!... Yo no poda dormir! El insomnio acab por vencerme y desmoralizarme. Me abandon a l como un nufrago que pierde las fuerzas en la corriente. No pudiendo ya contener mi intranquilidad, me revolva en las sbanas, me sentaba, fumaba, encenda y apagaba la luz... Cuando la encenda, no vislumbraba ms que sombras... Cuando la apagaba, en la obscuridad ms completa, vea unos vagos arabescos, como de humo, que se agrandaban y achicaban, subiendo y bajando en el aire. En mi cabeza penetr, poco a poco, el clavo ardiendo de una idea fija. Yo _lo_ saba perfectamente... Y lo que supiera era esto, que me repeta a cada instante, a cada minuto, a cada segundo: --Tucker, ese bribn de Tucker tiene la culpa. Quin era Tucker? Cmo era Tucker? Qu haca? Dnde estaba?... Nada de eso saba yo; pero saba bien, ah, muy bien! que l solo, que slo l tena la culpa... La culpa de _qu_? Yo lo ignoraba asimismo. Comprenda nicamente que _eso_ deba ser Algo Terrible, macabramente terrible, diablicamente terrible. Sera como una inconmesurable esfera de barro que deba aplastarnos; sera como si todos, hombres y espritus, me burlasen y despreciaran; sera, en fin como una cosa que no cupiese en el mundo ni pudiera decirse en lenguaje humano... Haba ocurrido ya? Iba a ocurrir ms adelante? Estaba ocurriendo entonces? Tampoco saba yo eso!... Mas nunca, jams me sent tan agitado, y con tanta razn agitado! como aquella noche fatal en que me repeta, arracndome los pelos: --El malvado de Tucker tiene la culpa! Consolbame, empero, el vago pensamiento de que _aquello_ no suceda realmente. Yo saba que estaba soando. Y sin embargo no poda dormirme!... Quin hubiera dormido con semejante preocupacin? No, no dorm un instante en toda la noche! Cuando amaneci, el sirviente me trajo el desayuno. El sirviente!... Qu vena a buscar a mi habitacin ese espa odioso?... Yo lo maldije y lo ech con voz de trueno (con una voz muy rara, que no era mi voz): --Vyase al infierno! Puso l la bandeja sobre una mesa, y sali disparado, cerrando la puerta. Al cerrarla dio un chillido, porque se apret la cola. (Indudablemente tena cola, una larga y peluda cola de mono.) Dej que el desayuno se enfriara en la taza durante todo el da. Era un desayuno de hirviente sangre humana, y yo no poda olvidar que la sangre humana tarda mucho en enfriarse. Esperando pues que se enfriara el desayuno, me lo pas todo el da en

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cama. Felizmente tena caramelos de goma en la mesita de luz, porque estaba muy resfriado. Tan resfriado que la respiracin se me haba detenido por completo. Esto me daba, naturalmente, mucha risa. Vivir sin respirar, como los muertos! Qu cosa ms ridcula!... Y todo el da me estuve repitiendo: --El infame de Tucker tiene la culpa! todo el da, hasta que anocheci. Cuando anocheci, esta idea lleg a hacerse ms dolorosa que nunca. Comprend que deba ver a Tucker para enrostrarle su infamia... Por eso me vest y sal a la calle. Advert en la calle que me haba olvidado de ponerme el saco, aunque estaba muy bien peinado y llevaba una estrella verdadera prendida en la corbata. Esta estrella, que era como la cabeza de un clavo, yo la haba arrancado del cielo con mi propia mano, parndome en puntas de pies y estirando enormemente el brazo derecho. Tena as el brazo derecho algo descoyuntado y andaba sin saco por la calle... Pero lo peor era la estrella que me quemaba el pecho como una brasa! Afuera de mi casa not una cosa bien tonta. Not que el cielo era un gran toldo negro. Y el toldo se caa, por haberle quitado yo la estrella que lo sostuviera, en el cenit. Haba que caminar levantando la tela del cielo con las manos, como dentro de una carpa de techo muy bajo. Era esto muy incmodo! Mas sucedi lo que deba suceder. Cado el cielo sobre las luces de la ciudad, se incendi cmo estopa y vol en levsimas partculas de ceniza. (No tan levsimas, dir de paso, pues una que me entr en el ojo derecho era del grandor de una avellana.) Yo estaba apresuradsimo por ver a Tucker. Tan rpidamente iba, que caminaba por el aire sin notarlo. La tierra se haba hundido en un abismo sin fin y yo segua corriendo por el plano vaco que antes fuera su superficie. No importaba. La cuestin estribaba en ver cuanto antes al canalla de Tucker. De pronto sent tierra firme bajo mis pies. Estaba en una ciudad extranjera, pero habitada por mis conciudadanos. En las calles haba mucha luz amarillenta y mucha gente que rea, corra, gesticulaba. Todos estaban tan contentos que bailaban desarticulndose y rearticulndose como tteres. Yo mismo me daba cuenta de que perda en el camino, ora un pie, ora un brazo, ora parte del tronco... No me tomaba el trabajo de recoger estos rganos cuando los vea caerse, y los dejaba detrs de m, porque iba muy apurado y saba que ellos solos--el pie, el brazo, la parte del tronco,--volveran a incorporarse a mi persona. Adems, todo era un sueo. Adems, yo tena el privilegio de la salamandra, de hacer retoar los muones para recuperar los rganos perdidos. La gente segua riendo, corriendo, gesticulando... Vi algunos amigos que me reconocieron y me saludaron con gestos extravagantes, quin sacndome la lengua, quin escupindome una ranita verde en la cara. No me par a preguntarles la razn de su loca alegra, porque mi prisa arreciaba como un cicln. Mi prisa por arrancarle los ojos a Tucker, el miserable! era tal, que recorr muchas veces aquella dilatadsima ciudad de punta a punta. (Y digo dilatadsima sin hiprbole, porque ocupaba muy bien una tercera parte y ms de la Tierra.) Por fin!... Por fin descubr en la puerta de una casa de dos pisos una tablilla de cobre que deca: TUCKER PROCURADOR --Aqu vive--me dije inmediatamente.

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Y trat de pararme. Pero el impulso que llevaba de tanto correr, me hizo seguir, por la ley de la inercia, varias leguas ms all de la puerta de Tucker. As un automvil a toda velocidad no puede detenerse de repente, aunque el chauffeur descubra en el camino un obispo de mitra y gran capa pluvial, seguido de una veintena de monaguillos con rojas sobrepellices. Despus de desandar lentamente en diez o doce horas las leguas que rodara sin poder pararme, me volv a encontrar ante la casa de Tucker. Justo en la puerta me detuve esta vez. Para ello haba vuelto paso a paso!... En el tiempo de mi vuelta, la casa haba cambiado bastante. Ahora pareca una ruina y una cueva. Pero no haba cmo equivocarse por la chapa de cobre, que siempre deca: TUCKER PROCURADOR Di dos o tres aldabonazos, que retumbaron como truenos y fulguraron como relmpagos... --Santa Brbara!--me dije, persignndome a modo de vieja gruona. Y como nadie saliera a recibirme y la puerta estaba abierta, me col adentro de la casa de Tucker. El rojo fulgor de los relmpagos producidos por los aldabonazos, en medio de una profunda obscuridad, me guiaron hacia la escalera. Era una angosta escalera de caracol. Comenc a subirla, y no terminaba nunca... --Es realmente curioso--pensaba mientras suba--que una casa tan baja, de dos pisos, tenga una escalera tan alta... como de diez... de veinte... de cien pisos... Y, bien agarrado de un pasamanos de hierro, segu subiendo, subiendo, subiendo... Para distraerme me puse a contar los escalones... Al pasar de los quince mil perd la cuenta y me sent un poco mareado... Mas estaba tan contento que pude llegar hasta el final de aquella nueva escala de Jacob. Terminada la escalera interminable, penetr como por escotilln en una ancha pieza cuadrada. Una pieza cuadrada, muy grande, con los muros, el techo, el piso, todo de un blancor de ncar. No habla all muebles ni puertas, ni personas, ni el ms leve objeto, mancha o sombra. Me sent deslumbrado, pues aunque no se vean lmparas, focos ni bujas, estaba iluminadsima, estaba enteramente iluminada _a giorno_. Pasado el primer deslumbramiento, mir mejor y vi que all, en el fondo de la pieza, me aguardaba Nanela. Aunque jams la viera ni oyese hablar de ella, yo la reconoc en seguida. Era Nanela. Era una alta y hermossima mujer plida--la ms alta, ms hermosa y ms plida mujer del mundo,--toda vestida de blanco, sin joyas, flores ni cintas, llamada Nanela. Sobre su frente exange brillaba una cabellera tan negra, que se dira un cuervo incubando all sus ideas. --Hace ya siete aos que te estoy esperando--me dijo. Como era mi prometida, yo la abrac, la bes en sus rojos labios, y le repuse: --Siete aos!... Pobre Nanela!... Pero t sabes... --S, yo tambin s--me interrumpi ella--que el prfido de Tucker, mi to y tutor, tiene la culpa. --Cmo!--exclam lleno de asombro.--Yo crea que Tucker era tu padre.

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Rindose con sus dientes centellantemente blancos, ella me inform: --Algunas veces es mi padre, otras un extrao, otras mi to y tutor. Eso depende del estado de nimo. --Cierto, ciertsimo--le contest, convencido.--Pero tambin es cierto, ciertsimo--agregu atemorizado--que l est en el fondo de la casa, mirndonos a travs de las paredes con sus ojos de ahorcado o de basilisco. --Huyamos, entonces--me propuso Nanela, echndose apresuradamente una mantilla de encajes sobre el cuervo de sus cabellos. --Huyamos. Y salimos del brazo, bajando juntos una recta y amplia escalera de mrmol blanco, de la escasa altura que convena a aquella casita de dos pisos. --Yo sub por una escalera mucho ms alta, obscura y de caracol--le dije a mi acompaada. --Verdad--me asegur Nanela.--Pero cuando se la baja, esa escalera es como mil veces ms corta, y es cmoda y derecha. Yo me alc de hombros... Qu tena que ver eso conmigo?... Recorrimos en silencio, siempre del brazo, unas callejuelas imposibles. Las casas, aunque rgidas e inmobiles, hacannos al pasar muecas y gestos, unas veces de paz y amor, otras de odio y clera. Pululaban all lechuzas, viejas y nimas en pena. --Has notado, Nanela--pregunt a mi amada--que en esta ciudad siempre es noche? --Hay una razn para ello. Sus habitantes son todos noctmbulos. No s por qu me hizo enormemente gracia, me hizo como cosquillas en el alma, la idea de que Tucker fuera, al mismo tiempo! procurador y noctmbulo. Por no afligirla no hice notar esta coincidencia a Nanela... Quien en cambio dijo: --Muy obscura est la noche. Quise entonces contarle que el cielo encontraba palabras para contarlo... olvidado de lo que quera contar. Por el cual me dijo Nanela, oh querida y casualidad, algunas veces amaneca en

se haba quemado; pero no Cuando las encontr, me haba eso guard un largo silencio, en dulce Nanela! que, por rara esa poblacin...

El sol deba estarla escuchando. De otro modo no puede explicarse cmo amaneci de pronto, en cuanto ella dijera que algunas veces amaneca en la ciudad. Todos los habitantes se metieron en sus cuevas y en sus sepulcros al aparecer la luz indiscreta. Como era la madrugada, la ciudad pareca un cementerio. --No bien se abra una iglesia, entramos a casarnos--murmur Nanela. --Claro. Fue as que entramos en la iglesia de un convento de franciscanos, donde oraban muchos caballeros medioevales con la visera calada. A travs de la penumbra, los acordes del rgano parecan sollozos e imprecaciones. En el altar mayor deca misa, parndose en puntas de pie, un frailecito rechoncho, con dientes como de perro o de lobo. En su boca estaba siempre estereotipada la doble risa de un hombre satisfecho de su mesa y

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de s mismo. No era ms alto que mis rodillas. Para alcanzar al santo tabernculo tena que subirse a un banquillo que le colocaba al efecto el sacristn. Cuando se subi al banquillo para bendecir a los fieles, Nanela y yo nos arrojamos a sus pies... Y aprovechamos su bendicin para casarnos. l nos convid despus con el vino del cliz, un empalagoso vinillo azucarado. Y nos dio la enhorabuena con la doble sonrisa de sus dientes de perro y de lobo. Al salir de la iglesia, me dijo Nanela: --Haremos un largo viaje de bodas. Tenemos que irnos lejos, muy lejos. Pues ten por seguro que ese canalla de Tucker nos persigue. Yo contest: --Por seguro lo tengo. Quin se atrevera a dudarlo, quin?--Y lanc hondsimo suspiro, exclamando:--Oh, miserable Tucker! oh Tucker nunca bastante execrado, vos tenis la culpa, nadie ms que vos! --Huyamos. Y humos de nuevo, dando varias veces la vuelta al mundo, como si arrollramos un hilo inacabable alrededor de un ovillo redondo.

II Andbamos a pie, en dromedarios, en ferrocarriles, trineos, diligencias, globos... qu s yo!... Y siempre veloces, ms veloces que el viento. Recorramos la Siberia, la Espaa, el Sahara, Alaska, Groenlandia, Siria, Siracusa, Macedonia, Tierra del Fuego, Holanda, Antioqua... Y mares, bosques, hielos, estepas, montaas, desiertos, pampas... Tambin atravesbamos tierras sumergidas, Lemuria, Atlntida, Sudlandia, Cracatoa... Y asimismo ciudades subterrneas, en Nicomedia, en Babilonia, Pompeya, Herculano. Veamos hombres rojos como el fuego y negros como la noche, hombres peludos como monos y cuadrpedos como perros, pigmeos del tamao de una ua y gigantes ms grandes que montaas... Y faunas y floras indescriptibles... Y hombres piedras, hombres rboles, hombres lquidos, hombres gases, hombres luminosos, hombres translcidos y quebradizos como el cristal... Veamos pueblos de animales ms inteligentes que hombres y pueblos de cclopes, centauros, ninfas, stiros... Y los jardines del Paraso Terrenal, y las cumbres rosceas del Olimpo, y la Ciudad de la Muerte... La Ciudad de la Muerte! Qu indiscreto mortal dijera una palabra de ella? Al decirla, por el solo hecho de decirla, matara su alma inmortal... Y qu mayor suplicio que el suplicio del No-Ser? El suplicio del No-Ser! Esto me sugiri una idea estrambtica, que inmediatamente comuniqu a Nanela. --Esposa ma!--le dije.--No podra ser Tucker el Fantasma del Remordimiento? Al orlo, mi mujer se descuajeringaba de risa, dicindome: --Cmo crees, menguado, que Tucker pueda ser una frase hecha? --Muchos hombres conozco que son una frase hecha, nada ms que una frase hecha,--murmur. Pero no! Tucker no poda ser un remordimiento... Por qu? Yo no saba por qu, y sin embargo saba que no era un remordimiento!

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Y seguimos y seguimos... y yo vi que si seguamos as, pronto bamos a acabar el hilo que enrollbamos alrededor de la Tierra, que era nada menos que el hilo de nuestras vidas. Con harta razn alarmado, supliqu a Nanela que nos detuviramos... Ella no me escuch, ocupada en cantarme su canto de amor a travs de nuestra ruta vertiginosa. Y yo la miraba enamorado, tan enamorado que se me cayeron los ojos... --Se me han cado los ojos--le dije.--Parmonos a recogerlos. As le dije, deseoso de detenerla y detenerme, aunque no hubiera olvidado que yo era una salamandra hombre... No era preciso recoger mis ojos, pues que ellos retoaran solos! --Baja los prpados y vuelve a levantarlos--me insinu Nanela. Hcelo as y me retoaron los ojos... Nanela me los bes, cantndome con su voz de sirena: --Cun bellos ojos!... Has ganado en el cambio, esposo mo. Antes eran pardos y ahora son ms negros y expresivos que los de un arcngel despus de rebelarse. --Por bellos que sean, estos ojos deben cerrarse pronto--observ desalentado--si continuamos nuestro desenfrenado viaje de bodas... --Nuestra huida--rectific ella. --Nuestra huida, perfectamente.--Pero los hilos de nuestras vidas se acaban, se acaban si los seguimos devanando... Y para qu morir tan jvenes!... Adems, antes de morir, yo quiero conocer a Tucker. T lo sabes. --Ests loco?--prorrumpi Nanela.--Quin habla de morirse? Te equivocas si piensas que todava no nos queda bastante hilo que enrollar en nuestros viajes alrededor de la madeja de la Tierra. Y es mejor que no pienses ahora, oh mi dolo! en ver a Tucker. Porque tiene lepra y te la contagiara si lo vieras. --Pero cuando que es tu to y tutor no tiene lepra--objet a Nanela. --No lo niego. Slo tiene lepra cuando es un extrao para m. Cuando es mi padre, unas veces la tiene y otras no. Bien saba yo que en aquel momento Tucker no era ni padre ni extrao para Nanela, antes bien, por el estado de su temperamento, el verdadero to y tutor. No quise sin embargo contradecirla, porque nunca conviene contradecir a la mujer amada, cuando ella es una mujer plida y nerviosa. El tiempo me dara razn. Por entonces seguiramos dando vueltas alrededor del mundo como mulos vendados alrededor de una noria. Y cada vez gastbamos ms y ms el hilo de nuestras vidas. Enardecame esta preocupacin extraordinariamente. Por eso me senta enflaquecer por minutos. Me palp las manos, los brazos, el rostro, y sent que no me quedaba carne y ni siquiera pellejo. Era yo un simple esqueleto andante. Djeselo as a Nanela... --De qu te asombras y qu te importa?--me replic.--Tampoco yo soy ms que un esqueleto andante. La mir, y la vi como siempre la viera. Nanela no poda ser sino la mujer ms hermosa, ms plida y ms alta del mundo. Sin embargo, ella tampoco conservaba carne y ni siquiera pellejo... Nos quisimos besar y nuestros dientes chocaron contra los huesos de nuestras calaveras, produciendo un extrao crac-crac. Si conservramos nuestros nervios, nos hubiera horrorizado este crac-crac, tan siniestro como el croar de los sapos en el pantano de un castillo en ruinas... Tambin las rbitas

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donde tuvimos las narices aspiraron el nauseabundo hedor de nuestras podredumbres... Con todo, lejos de pararnos, tom de la cintura a Nanela, Nanela, la mujer nica de mi universo!... Ella recost su crneo sobre mi hombro, y seguimos como Paolo y Francesca en las profundidades del infierno. --Aspiremos el aire de la montaa--me dijo--para fortalecernos. Aspiramos, en efecto, mientras marchbamos, un aire lleno del estruendo de las batallas y de los resplandores del incendio. Muy vivificante deba ser este aire, pues nos repuso en nuestras antiguas figuras humanas. Ya no podamos ms de fatiga. Para mejor, a cada instante se hunda el piso bajo nuestras plantas... Caamos bruscamente y surgamos de nuevo, como si nuestro camino fuese cruzado por innumerables zanjas invisibles. O, ms bien, como si flotramos en un viscoso mar de sombras lquidas que a cada instante abriera sus abismos para tragarnos y, por nuestro menor peso, nos hiciese flotar despus de zambullirnos... Y as de seguido... Algunas veces continubamos durante aos caminando y caminando sin poder adelantar un paso. Estbamos estacionarios, y el hilo segua sin embargo gastando nuestras vidas... Entonces nuestro suplicio era ms espeluznante si cabe, porque chocaban dentro de nuestros organismos las espadas de dos principios contrarios, el movimiento y el reposo! la vida y la muerte!... El choque de esas espadas arrancaba a nuestros nervios chispas que eran rayos y centellas. Pens que ya no nos quedaba ms que poqusimo hilo que devanar, y protest, con la energa de un dios pagano... --Basta, basta, basta!... No quiero morirme sin haber visto a Tucker!... Debo verlo ahora mismo! --Qu! No sabes que ha muerto?--me objet Nanela soltando una carcajada como un rebuzno. Mir entonces nuestros trajes de riguroso luto y me di una palmada en la frente. Una palmada tan sonora como el martillo de un titn al caer sobre el yunque de una altiplanicie. Furonla repitiendo los ecos indefinidamente... Cuando ya estaban bastante amortiguados para dejar or mi voz, lanc un funesto juramento y grit colrico: --Es verdad!... No me acordaba!... Tucker ha muerto!... Pero quiero verlo de todos modos, de todos modos quiero verlo! Deseaba seguir vociferando, y tuve que callarme, pues la mandbula se me caa sobre el pecho... Eva (Nanela deba llamarse ahora Eva sin duda alguna), Eva s poda hablar, y consinti fervorosamente: --Vamos a verlo. Est en el cementerio. Y fuimos al cementerio. Destacbase en el prtico, secular cancerbero, una Esfinge de piedra, una viva y rugiente Esfinge de piedra!... En vez de proponernos cuestiones insolubles para devorarnos si no las resolvamos, como a Edipo y a tantos otros mortales, huy a nuestra vista arrastrando el rabo. Un rabo tan pesado, que haca un surco en la tierra que se dijera el lecho seco de un torrente. --Gracias a los dioses que la Esfinge nos abre paso!--exclam.--Gracias! Porque desde tiempo inmemorial venanos siguiendo, a cientos, a miles, a millones, una bandada de hambrientos lobos con ojos de fuego... Por

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mucho que corriramos, ellos ganaban cada vez ms y ms terreno... Ya sentamos sus dientes en nuestros muslos... Y eran tantos, que cubran la superficie de la Tierra! Apenas entramos al cementerio, echamos los cerrojos de sus prticos, para que los famlicos lobos innumerables quedasen al otro lado. Sus aullidos formaban un trueno infinito. Tuvimos que echar a vuelo todas las campanas del cementerio, las colosales campanas de bronce del cementerio, para cubrir el trueno de sus aullidos. Cubre as a veces la cancerosa llaga de una princesa el peplo de lino recamado de rubes. --El descanso, al fin!--prorrumpi mi esposa sollozando. --El cementerio es el descanso. S, Rosalinda de mi vida. Porque haba llegado el momento de que Nanela se llamase Rosalinda, yo la llamaba Rosalinda... Despus la llam, y siempre tan acertadamente! Isaura, Dioclecia, Xantippa, Agripina, Isabel de Hungra, Delia, Valentina y Mara de los Dolores. --Siempre me aciertas el nombre que corresponde al instante en que me hablas. Eso prueba que me quieres y comprendes!--me dijo.--Pero el caso es que yo todava no s tu nombre... --Adivnalo! Esperaba yo que ella me bautizara de mil modos. No fue as. Slo me observ, sonriendo con tristeza: --No puedes engaarme. Para qu voy a darte mil nombres, malos y buenos, propicios y funestos, alegres y terribles, si t mismo, no sabiendo cmo te llamas, no podrs advertirme cuando acierte o desacierte?... Hice yo un doloroso esfuerzo de memoria... Un largo y doloroso esfuerzo de memoria... Y no consegua acordarme de mi nombre. Pude decir entonces: --Nunca tuve nombre. O, si lo tuve, ya no lo tengo. Lo he perdido. Y, aunque salamandra para los rganos materiales de mi cuerpo, no s retoar mi nombre! Clotilde (as se llamaba ahora Nanela) se ri al escucharme. Y transformose sucesivamente en una pantera, una garza, una culebra, una mosca, una corsa... --Djate de fastidiarme con tus mutaciones--le observ severamente.--Es intil que pretendas lucirte, porque el ruido de las campanas que echamos a vuelo me obscurece la vista como una niebla... no olvides que estamos en el cementerio, y que hemos venido a ver a Tucker! Y cmo dudar que nos hallbamos en el cementerio?... Y deba de ser un da de difuntos, porque el cementerio estaba lleno de gente y de flores. Lo malo es que la gente pareca flores y las flores parecan gente. Pero yo no par mientes en este pequeo detalle insignificante. Gente o flores, flores o gente... qu importaban al mundo? Lejos, bastante lejos, muy lejos, inconmesurablemente lejos, a travs de flores de cardo que eran cabezas de mercachifles y cabezas de doncellas que eran rosas y anmonas, en fin, ms all de todo lo que fue y sera--inconmensurablemente lejos, como he dicho,--vi la misma placa que antes viera en la casa en que encontr a Nanela (ahora Nanela era Nanela). Vi la placa de cobre, la insignia mortal de todas mis penas y desdichas: TUCKER

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PROCURADOR --Aqu est enterrado--nos dijimos en silencio mi mujer y yo. Yo sent una opresin de agona, un ansia de llorar que era como ansia de morirme... Y no poda llorar, y no poda morirme! Por no poder llorar ni morirme me sent sonmbulo. Y di un puntapi con toda mi fuerza a la puerta del sepulcro, una encantadora capillita gtica. Aunque era de hierro, la puerta vol en astillas y pavesas. Adentro del sepulcro haba un atad cerrado con llave. Como yo llevaba la llave en mi llavero, lo abr y levant la tapa. Las bisagras deban estar muy enmohecidas, pues al abrirse gimieron y silbaron. Adentro del atad haba un hombre... Haba un hombre vivo, enteramente vivo, hasta sano y de buen color. Se le conoca el oficio en su afeitado rostro de curial y en sus grandes anteojos azules. Su negra y rada levita estaba arrugada por la incmoda postura que tuviera en el fretro. Era Tucker. Al reconocerlo me re un buen rato de la sorpresa... No haba temido que ese hombre fuera ya putrefacto cadver?... Nanela (de este modo continuaba llamndose ahora mi mujer, acaso _ab eternam_), Nanela se rea tambin. Rease y aplauda de todo corazn... Esperaba yo que Tucker, una vez sentado en el fretro, bostezara y se desperezase... Pues nada de eso!... Una vez sentado en el fretro, me dio un abrazo y me bes paternalmente, diciendo: --Oh mi querido sobrino! Oh mi querido hijo! Sus labios de carne de vbora, al posarse en mi frente, me dieron tanto asco y tanta risa, que no me atrev a increpar a Tucker por sus infamias. Adems, yo no poda recordar sus infamias... Al agarrarlas con los dedos del recuerdo, ellas se deslizaban bajo mis manos como anguilas... La misma Nanela, en vez de enfadarse, segua rindose, rindose... La verdad es que era chusco ver a un hombre vivo metido en su atad a modo de un saltaperico de elstico resorte en su cajita de madera! Quiso Tucker aprovechar la distraccin de nuestra hilaridad para escaparse del atad e irse. Muy a tiempo nos percatamos de su prfido intento mi mujer y yo. Y lo tendimos en el cajn, a la fuerza... Y nos sentamos arriba de la tapa para que no pudiera levantarla... Nanela grit: --Sepulturero, sepulturero, aqu hay un muerto que quiere escaparse!... Yo grit tambin: --Socorro, que un muerto quiere escaparse, socorro!... Pero Nanela y yo, como no pesbamos mucho, tenamos miedo de que, forcejeando con la rodilla, Tucker pudiera abrir la tapa del cajn... Yo no poda volver a echarle llave, por haber perdido el llavero... A nuestros gritos acudieron los guardianes y acudi mucha gente emparentada con los muertos de aquel cementerio. Entre todos claveteamos slidamente el cajn de Tucker. Uno pudo echarle llave con la llave de su reloj... (Sera un atad su reloj?... Qu reloj no es un atad de esperanzas e ilusiones?...) Despus, Nanela y yo nos persignamos y nos fuimos. Pero la Fatalidad nos persegua, una Fatalidad indescriptible... Debamos seguir... Y cada paso era una brazada menos del hilo de nuestras vidas, una brazada menos!...

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Tan corto nos quedaba ya el hilo, que me pareca tener atados mis dos pies a una soga... Y la Fatalidad tiraba de la soga para atrs!... Ya no vea sino un mar de luz... Y oa la luz... Y senta mi cabeza llena de una luz que pesaba como plomo derretido... Aunque Nanela me exhortara:--Adelante! Adelante!--la Fatalidad tiraba para atrs del hilo de mi vida, cada vez con ms fuerza... Y yo avanzaba cada vez con menos fuerza... Tanto me pesaban las piernas que crea echar races en el ocano de luz que me rodeaba, que me asfixiaba, que me devoraba como a una gota lquida ms... Dej de sentir mis pies... mis manos... mis brazos... mi cuerpo... Ya era slo una cabeza flotante en aquel ocano de luz, una miserable cabeza que se disolva como un terrn de azcar!... Perd el pensamiento, la vista, el tacto... Lo ltimo que deb perder eran los tmpanos... Porque todava alcanc a escuchar la furibunda voz con que clamaba Nanela: --Tucker, el demonio de Tucker tiene la culpa!

SEGUNDA PARTE--MSCARAS CMICAS

EL MS ZONZO

Por no fijarse en las coqueteras y devaneos de su mujer, el pobre Marcos Ruiz tena fama de zonzo. Pero ms zonza era ella, Currita, pues que, siendo en realidad una buena muchacha, haca lo posible para no parecerlo. Y an ms zonzo que ella era Paco del Val, que malgastaba miserablemente su tiempo siguindola como su sombra, mientras ella se rea de l con todo el mundo, incluso con su propio marido. Apercibido de la triple y creciente zoncera que pesaba como una fatalidad sobre esas tres vidas, desquiciando y esterilizndolas, Jacobo Tllez resolvi desfacer el entuerto. Porque Jacobo Tllez estaba muy vinculado a los esposos Ruiz y a del Val, y era un excelente sugeto, lleno de justicia y caridad cristiana... Dirigiose pues a casa de su amigo Marcos, y, hallndolo slo en su escritorio, le dijo solemnemente: --Bien sabes, Marcos, la amistad que nos profesamos desde la infancia. En nombre de esa amistad vengo a prestarte algo que reputo un positivo servicio... Quiero ponerte en guardia contra cuentos y calumnias que circulan en sociedad, harto injustamente, respecto de tu mujer... Currita es toda una seora, lo s; pero no siempre lo parece... Es preciso que cortes los abusos de su libertad, pues que te pone en ridculo! Esa misma tarde, Jacobo se encontr con Paco, y le observ, sin subterfugios ni prembulos: --Paquito querido, no hay en ti miga para un don Juan. No te hagas intiles ilusiones. Es hora ya de que busques una buena nia y te cases, dejando de correr detrs de Curra. Curra se ha burlado siempre de ti, y se burlar mientras viva! En todas partes se habla de tu impermeabilidad y loca obstinacin. Eres el hazmerrer de crculos y clubs... En cambio, aunque calumniosamente, se supone a otros ms afortunados que t con la dama de tus pensamientos y desvelos. A los pocos das, hallndose en _tte--tte_ con Curra, Jacobo se permiti aconsejarla a ella tambin:

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--Curra--le dijo,--usted no ignora que soy el ms respetuoso de sus amigos. La aprecio a usted y soy ntimo de su marido. Por eso me creo en el deber de advertirla que corren acerca de usted historietas perversas. Siendo usted una seora intachable, pienso que poco le costara evitarlas... Jacobo hizo una pausa, algo cortado; y Curra, con su voz ms dulce, le pregunt: --Cmo? --Alentado por la blandura de Curra, Jacobo precis sus consejos: --Tal vez convendra que usted evitara ciertos afeites y tinturas... Sus trajes son quizs demasiado elegantes... Entre sus amigas hay un grupo de damas con quienes no debiera juntarse tan a menudo... Y ese tontuelo de Paco! Sera prudente evitar sus comprometedoras asiduidades... Disculpe usted mi franqueza, Currita. Ya sabe que slo hablo por servirla... Y si estoy equivocado, perdneme tambin! Las advertencias de Jacobo no fueron recibidas como debieran... Marcos le intim que no deba meterse en lo que no le importaba... Paco lo mand sencillamente a paseo... Y Curra, esa admirable y bondadosa Curra, aunque escuchara sus palabras con gracia y simpata, conocedora de sus admoniciones a su marido y su amigo, insinuoles que Jacobo hablaba de despecho. l se le haba declarado, ella le haba puesto en su lugar, pero muy en su lugar!... --Y cavilando sobre el resultado de sus gestiones, Jacobo pensaba: --No cabe duda. Ellos son unos zonzos, los tres, pero yo soy el ms zonzo de todos!

ALMAS Y ROSTROS

Haba una vez una princesa que se llamaba Cristela y estaba siempre triste. No tiene esto ltimo nada de extrao si se considera que slo en un cuento modernista puede llamarse Cristela una princesa, y que las princesas de los cuentos modernistas generalmente estn tristes. Lo que s era extrao es que Cristela ignoraba la causa de su tristeza... Mas nunca falta quien nos endilgue las cosas desagradables que nos ataen. Por esto, una noche se le apareci a Cristela un enano de largas barbas blancas, uno de esos enanos que trabajan los metales en el seno de la tierra... Y le dijo: --Yo s por qu ests triste, Cristela. Cristela repuso, displicente: --Muy curioso sera, caballero, que usted supiese ms de lo que yo s de m misma. Sin inmutarse, continu el enano: --Los viejos conocemos a los jvenes mejor que ellos se conocen.--Y repiti:--Yo, Bob el enano, s por qu ests triste, Cristela... Cristela se encogi de hombros, como diciendo: Pues si usted lo sabe, gurdeselo para usted. No le pido yo que me lo diga. Como si no advirtiera el desvo de la princesa, dijo todava el enano:

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--Ests triste, Cristela, porque tienes una mala costumbre... Mir Cristela al enano de pies a cabeza, con mirada tan despreciativa, que a no llevar Bob puesta su cota de hierro bajo el mandil de cuero, hubirale partido en dos mitades como la espada de un gigante. Cmo se atreva esa rata de las montaas a suponer que ella, Cristela, la princesa mejor educada de la cristiandad y sus alrededores, tuviera una mala costumbre?... Verdad que de pequea tuvo algunas, como la de pellizcarse la nariz, comerse las uas y empujar con el dedo la comida servida en el plato... Pero todas fueron corregidas por las reprensiones y castigos que le impusiera la reina, su agusta madre. A pesar de su silencio, lleno de principesca dignidad, el odioso enano se explay: --Tu mala costumbre, Cristela, consiste en no contentarte con mirar el rostro de la gente, y mirarles tambin el alma. Nunca mayor imprudencia! El rostro es, generalmente, la mscara del alma. Los rostros suelen ser agradables o interesantes; las almas son casi todas desagradables y vulgares. En ellas se lee egosmo, concupiscencia y vanidad. Hizo el enano una pausa para que Cristela se sondara a s misma, y Cristela descubri que el enano tena razn. Estaba ella triste porque su curiosidad de mirar las almas la haba desengaado de hombres y cosas. Y Bob le observ: --A ti, Cristela, los rostros te sonren como rosas, blancas, amarillas y encarnadas. Pero las almas son siempre rosales llenos de espinas... Mira las rosas y no toques los rosales! Es verdad--pens Cristela.--El rostro es la flor, el alma es la planta. Flores hermosas como el jacinto, el clavel y la orqudea, provienen de plantas pequeas y miserables. El arbusto de la rosa es mediocre y espinado. En cambio, pobres e insignificantes son las flores del laurel, el roble, la palma, la encina, de todas las plantas ms grandes, fuertes y nobles. Penetrada pues de la perspicacia del enano, clavle Cristela sus ojos azules con sorpresa y hasta con benevolencia. Sus ojos azules parecan preguntar cmo pudiera curarse su mala costumbre de arrancar las rosas de los rosales... --No mires ms las almas, Cristela, sino los rostros!--insisti Bob.--Los rostros bellos encantan por su belleza; en los feos hay inteligencia y audacia... Contntate con la mscara, gzate de su mueca y su pintura; pero no penetres en los sentimientos y las ideas. Tal es el desinteresado consejo de tu amigo Bob el enano. Hizo Bob una irnica y profunda reverencia y desapareci, tragado por la tierra. (Es de advertirse que el aposento de Cristela estaba en el piso bajo y que el palacio no tena all stanos.) Reconociendo la utilidad del consejo de Bob, Cristela lo sigui escrupulosamente. No volvi ya a mirar las almas. No vio las almas feas tras los rostros hermosos, las almas cnicas tras los rostros severos, las almas tristes tras los rostros cmicos... Sin pensar en las almas, deleitbase ahora con los rostros hermosos, se edificaba con los severos, se diverta con los cmicos, y en todos hallaba su mrito y su inters. La alegra volvi a su corazn. Y no necesit ms darse colorete a las mejillas, porque ellas recuperaron su natural carmn. Al verla por fin tranquila y alegre, el rey su padre le dijo un da: --Cristela, ya tienes edad de casarte y debes elegir un marido sin

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tardanza. Recuerda que eres mi nica hija y que yo soy un anciano. Cristela se sinti perpleja. Cmo deba elegir marido, slo por el rostro, o tambin por el alma? Era tan grave esto de decidirse por un compaero para toda la vida!... Pens entonces que lo mejor fuera consultar a Bob el enano, puesto que tanto saba. Y le llam con los ms ntimos deseos de su corazn... Bob vino y le dijo: --Qu quieres, Cristela? Cristela contest: --Quiero consultarle, buen hombre. Mi padre el rey me manda que elija un marido. Mirar el rostro o el alma de los candidatos? El caso deba ser peliagudo, porque Bob se tir de la barba un buen rato, respondiendo al cabo: --Para casarse, casarse por amor... El amor entra por los ojos y se alberga en las almas... Haz lo que te parezca, Cristela. As contest el malicioso enano. Y desapareci enseguida para no verse en el apuro de responder ms clara y categricamente. Cristela daba vueltas y ms vueltas en su imaginacin la sibilina respuesta del enano, y no la comprenda. El amor entra por los ojos...--pensaba.--Esto quiere decir que es el rostro lo que enamora. Pero el amor se alberga en el alma... Puede entonces haber amor si no se conocen las almas en que ha de albergarse?... Despus de mucho cavilar, djose Cristela: El rostro es la puerta del amor, el alma su albergue. Prefiero un palacio con puerta de crcel a una crcel con puerta de palacio. Mirar, pues, las almas antes que los rostros. Vinieron a pedir su mano cientos, millares de prncipes ms o menos desocupados. Pero ella ley siempre en sus almas jactancias y ambiciones, llegando a desesperar de que pudiera hallarse un alma verdaderamente hermosa... Como rechazara uno por uno los candidatos, su padre insisti: --En qu piensas, Cristela, que por nadie te decides?... Y al sentir que el tiempo pasaba en vacilaciones y negativas, concluy con amenazar a su hija con el cetro, como un viejo mendigo que levanta el bastn en el medio de la calle para intimidar a los rapaces que le arrojan cascaras y carozos. Cristela saba que el rey amenazaba con el cetro slo cuando estaba muy enojado. Tres veces no ms le vio hacerlo, y las tres en graves circunstancias. Una, cuando el primer ministro le present una renuncia insolente; otra, cuando el mariscal en jefe le hizo traicin, y la tercera, cuando perdi el gran diamante de su corona... Como l no se quitaba la corona ms que al ponerse el gorro de dormir, forzosamente habaselo arrancado alguien tomndola de la percha donde colgaba la ropa... Quin?...-Aunque no lo saba, bastante lo maldijo!... Cierto que el diamante era falso, por no haberse podido encontrar uno verdadero de ese tamao, y que l no lo ignoraba, cierto... Mas despus de usarlo tantos aos como verdadero, por verdadero lo senta. Su nico consuelo era pensar en el chasco que se llevara el pcaro ladrn. Cristela saba, pues, que si su padre la amenazaba pegarle con el cetro de oro macizo, es porque se hallaba dispuesto, no precisamente a

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pegarle, pero s a tomar una resolucin extrema. La resolucin sera casarla con el primer prncipe que llamara a la puerta del palacio en una noche de lluvia, pidiendo alojamiento... Y quin le garantizaba que este prncipe no fuera tuerto o picado de viruelas?... Haba que evitar resolucin tan inconsulta!... Y para evitarla, no vea otro medio que dejar de mirar las almas y mirar slo los rostros... No era al fin y al cabo eso lo que le aconsej el enano cuando le dijera: mira las rosas y no toques los rosales?... Resignose as Cristela a no fijarse ms que en el rostro y a elegir el prncipe ms hermoso que encontrara. Y como muy pronto descubriera que el prncipe ms hermoso del mundo era el prncipe de Marruecos, comprometiose con el prncipe de Marruecos sin mirarle el alma. Y pensaba: Por lo menos el rostro es hermoso. Qu sera de m si ni siquiera fuera hermoso el rostro?... Concertado su matrimonio, enamorose perdidamente del prncipe. Su amor fulguraba y la encegua como el sol. Por eso se forj otra vez ilusiones, a pesar de su experiencia. Su experiencia, como las gotas de roco que la aurora vierte en los clices de las flores con su nfora de ncar, se evapor cuando el sol de su amor lleg al meridiano... Y esperaba todava que el alma de su novio respondiera a su rostro y fuera grande como la encina, fuerte como el roble o gloriosa como el laurel... Sin embargo, aun no se atreva a descubrirla cara a cara... Pero la pobre princesa haba adquirido desde nia la mala costumbre de mirar las almas, y las malas costumbres renacen cuando menos se piensa. Imposible era que hiciera vida comn con su marido sin verle el alma. Y se la vio, ya al da siguiente de casarse se la vio!... Horrible desengao!... Si el rostro del prncipe de Marruecos era bello como la flor de un tulipn, su alma era dbil y pequea como la planta, y tena por raz una cebolla venenosa. El alma hermossima de Cristela no poda simpatizar con alma semejante. Su antiguo amor se troc en verdadera repulsin. La vida matrimonial se le haca inaguantable... Por eso se separ de su marido y se ech a llorar sin consuelo... Felizmente, en la azotea del palacio anidaba una pareja de cigeas. Eran curiosas, y como tenan las patas muy largas y muy largo el cuello, parndose en la punta de las patas y estirando el cuello, vean por las ventanas lo que pasaba adentro del palacio. Vieron as llorar a Cristela de da y de noche... Eran tan buenas como curiosas esas cigeas. Compadecindose de la princesa, resolvieron hacerle un regalo para que se distrajese. Y, ya que era casada, trajronle de Pars un hijito, en una canasta de mimbre. Al recibirlo, Cristela olvid su pena dando un grito de alegra. Psose tan contenta, que tarare la cancin de Mambr se fue a la guerra, palmoteo y toc las castauelas, bail en un pie, hizo reverencias al espejo y bes en la frente al viejo rey, que vena incomodado a indagar la causa de tanto barullo. Al mismo prncipe de Marruecos hubiera besado en la nariz si en ese momento entrara en su habitacin a ver a su primognito! Es que el princesillo era realmente encantador, tan bello de rostro como de alma. Festejando el raro consorcio de ambas bellezas, Cristela quiso llamarle el prncipe Unico... Pero con mucha cordura pens luego que el nombre de Unico se prestara un poco a las chungas de los liberales y demcratas... Deseosa de librar al nio hasta de la sombra de este pequeo ridculo, le llam entonces el prncipe Fnix. Y con tal nombre lo bautiz el gran cardenal arzobispo de palacio, oficiando ayudado por veintitrs monaguillos.

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Protegido por el cario maternal, el prncipe Fnix creci tan provechosamente, que a los veinte aos era el ms gallardo infante. Veneraba a sus mayores, amaba al pueblo y saba derecho, astrologa y alquimia. Viva an el viejo rey. Estaba tan achacoso que para caminar tena que apoyarse en su cetro de oro macizo como en una muleta. Su cabeza calva se le caa sobre el pecho, por el enorme peso de la corona. Y la vejez, antes haba aguzado que disminuido su celo casamentero... Fue as que dijo a Cristela: --Casa cuanto antes a tu hijo, Cristela, si no quieres que se corrompa en las tentaciones de la corte. Como eres una madre ejemplar, premio yo tu conducta dndote plena libertad para que lo cases a tu guisa y criterio. Aleccionada por su propia vida, Cristela resolvi elegir su nuera por el alma y no por el rostro. Lo malo es que el prncipe no lo deseaba as. Con la imprudencia de su juventud, gustaba de las mujeres bonitas, sin importrsele un comino de las bellezas del alma. Pero Cristela era mujer enrgica y hbil, si la hubo. Adems era madre, vale decir, doblemente enrgica y doblemente hbil, y de tal modo se condujo, que conmin al prncipe a que pidiese por esposa la novena hija casadera del duque de los Siete Castillos. Llambase Isaura y era una infanta modesta, harto ms hermosa de alma que de rostro... El prncipe Fnix haba objetado: --Tiene pecas. Cristela le repuso: --Haz de cuenta que sus pecas son las monedas de oro de su dote. El prncipe Fnix aadi: --Su pelo es rojo y su cuerpo parece agobiado... Mas Cristela le dijo: --Piensa que si tiene el pelo rojo es porque no sabe teirse y no le gusta engaar... si su cuerpo se agobia, es porque siente sobre su espalda las penas de todos los desgraciados... Algrate, hijo mo, de que sea verdadera y buena! No se alegr mucho el prncipe Fnix. Slo acept la infanta Isaura para no entristecer a su madre... Y el Papa mismo vino de Roma expresamente para casarlos, cabalgando sobre su caballo blanco y coronado con su tiara. Segualo un cortejo de rojas sotanas cardenalicias y violetas capas episcopales, tan largo y compacto como un ro que baja de las cumbres. La princesita Isaura quera tanto a su esposo, que cuando lo miraba se quedaba mirndolo como un mirasol que se aduerme mirando el sol. No tena otro pensamiento que servirlo. En su bastidor le bord unas zapatillas con sus iniciales de perlas y rubes. Tambin le bord una relojera para el da de su santo, pero no le puso iniciales para que no se confundiese con las zapatillas... Cada noche que el prncipe colgaba su reloj en la relojera y cada maana que se pona las zapatillas para ir al cuarto de bao, no poda menos de recordar conmovido el cario de su mujer. Y lleg a idolatrarla. Fue muy feliz. Fue tambin un buen rey, porque tuvo la suerte de que muriera pronto su abuelo y le dejase el trono. Y Dios bendijo la unin de los reyes Fnix e Isaura, colmndoles de hijos y prometindoles una vida tan larga que, si no han muerto han de vivir todava.

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Observando la felicidad de sus hijos Cristela lleg a ser una viejita muy pulcra, que hilaba para sus nietos de la maana a la noche en una rueca de plata. Mientras hilaba invent un aforismo que hara ensear en todas las escuelas del reino. Deca as: El amor que entra por los ojos, se escapa por los ojos, porque, los ojos son dos ventanas que estn siempre abiertas. El amor que se refugia en el alma, en el alma queda, porque el alma es una torre cerrada. Y al inventar el aforismo, record a Bob el enano. Con ser un sabio, l la haba engaado miserablemente, favoreciendo su desgraciado casamiento con el prncipe de Marruecos. Como si la oyera, apareci una ltima vez Bob y le dijo: --De qu te quejas, Cristela?... Ningn mortal puede ser del todo feliz, y t has pagado, con la desgracia de tu juventud, la felicidad de tu vejez. Debes estar contenta. Aunque tu experiencia no te aprovechara a t, ha aprovechado a tu hijo, a quien quieres ms que a t misma... Y no puedes reprocharme que te aconsejara mal por malicia o mala voluntad! Te aconsej como pude y como supe. Si me equivoqu, merezco tu perdn. Cristela par la rueca, suspir, y repuso, con ms tristeza que amargura: --Para qu te sirve entonces tu sabidura, Bob? Linda cosa es ser sabio! Bob se sonri, tirose de la larga barba blanca, como acostumbraba, y dijo: --Ser sabio... es tener el derecho de equivocarse.

LA TIRANA DEL BRIDGE

Siempre que tuve noticia de un suicidio, lament que su autor no nos expusiera en pblico testamento, para ejemplo de sus semejantes, las causas de su funesta determinacin de quitarse la vida... Y he aqu que yo mismo me siento prximo a eliminarme del mundo! Por qu no indicar entonces, a los muchos hombres que dejo detrs de m, el escollo contra el cual chocara mi barca y puede chocar la de ellos? Oidme pues, oh mis amigos, mis conciudadanos, mis prjimos, y creedme cuanto me oigis, y meditadlo! Creedlo, porque con un pie en la tumba, no podr deciros ms que la verdad; meditadlo, porque tengo, ay! la amarga experiencia de quien viera fracasar todas sus ilusiones y esperanzas. El caso es que la Muerte se me ha presentado con un disfraz amable. Me avergenzo de confesarlo; pero el caso es que la Muerte vino a buscarme y me tent en la forma... cmo decirlo?... de un juego de naipes, el bridge! Supondris que fui un jugador desgraciado, que perd mi fortuna, mi crdito, lo que tena y lo que no tena, y que me resuelvo a suicidarme por no sobrevivir a la deshonra de mi bancarrota... Nada de eso! Mi historia carecera entonces de toda originalidad y pudiera contarse en dos palabras... El bridge no es un juego peligroso, como el pocker y el baccarat, y, adems, desde ya os adelanto que he sido ms bien un jugador afortunado... Y aun os declaro que no soy jugador por temperamento, y, si mucho me apuris, que hasta detesto el juego! No es el amor y la prctica del bridge la causa de mi desgracia, antes bien mi antigua ignorancia y mi odio actual! Era yo administrador de una de las mejores cabaas del pas. Despus de pasar en ella, para acreditar mis servicios ante mis tos los propietarios del establecimiento, una larga temporada, vine el ao

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pasado a Buenos Aires, a presentar los mejores productos de mi industria en la Exposicin Rural. Obtuve varios premios, y el xito me decidi a tomarme un mes de vacaciones en la capital, distrayndome como corresponda a mi juventud y a la buena posicin social de mi familia. Ya el da que llegu de la estancia, me pregunt mi cuada si saba jugar al bridge... Como yo le dijera que no, me dio un consejo: --Debes aprenderlo cuanto antes... Ahora todo el mundo lo juega... No te lo enseo yo porque es demasiado difcil y soy todava bastante chambona. Pero como se juega en todas las casas de nuestros parientes, no te faltarn oportunidades de aprenderlo. Al da siguiente asist a una comida del llamado gran mundo. Haba muchos caballeros de frac y damas elegantemente vestidas de baile. Como en la mesa no se habl ms que de noticias sociales que yo ignoraba, y de bridge, tuve que guardar un desairado silencio. En cuanto acabaron de comer, todos pasaron al saln a jugar al juego de que hablaban. Me invitaron y tuve que rehusar, por ignorarlo... --Cmo! V. no sabe jugar al bridge?--exclam la duea de la casa, mirndome de pies a cabeza con su impertinente... Y luego aadi, ante sus invitados:--Este seor no sabe jugar al bridge! Su exclamacin, dicha del modo ms despreciativo, produjo consternacin y casi espanto. Todos me rodearon, mirndome asombrados, como a un animal extrao o un criminal terrible. La distinguida duea de casa lleg a disculparse con excelente mmica, mirando a su marido, como si le dijera: Y estos son los amigos que traes a tu hogar?... Me disculp balbuciendo dbiles excusas sobre mi rusticidad. Y todos se sentaron a jugar, sin hacer ms caso de m... Err solitario como una nima en pena, de un lado a otro, de mesa en mesa, sin saber dnde ocultar mi ignorancia y mi vergenza. Hubiera deseado que me tragara la tierra, porque la empresa de interrumpir a aquellos fanticos para despedirme era harto difcil. Y tanto, que al fin sal huido como un ladrn... De vuelta en casa, hall sobre mi mesa de luz la amable esquela de un estanciero ingls que me invitaba a otra comida, para la prxima semana. Al pie de la tarjeta deca: Se jugar al bridge. Qu prcticos son estos ingleses! Cunto mal rato y cunto aburrimiento se me evitaban con este sencillo agregado: Se jugar al bridge! Naturalmente, me excus... por cualquier motivo, pues ya no me atreva a confesar que ignoraba el jueguito de moda... Fui al club, a encontrarme con mis amigos. Y, salvo en el comedor, no pude cambiar dos palabras con ninguno; todos estaban siempre jugando al bridge... Y estar jugando al bridge era como estar en la luna. Su majestad el Bridge resultaba el ms absorbente de los dspotas. Vi que sus jugadores, cuando tenan las cartas en la mano--es decir, en todas las horas que les dejaban libres sus ocupaciones ms apremiantes,--eran ciegos, sordos y mudos para el mundo... Mis parientes en sus casas, mis relaciones en sus tertulias, mis amigos en el club, todos parecan olvidarme por completo, para entregarse a su ocupacin favorita. Entonces comprend la paciencia de Job y compadec a los leprosos abandonados en islas solitarias. Slo mi amigo Joaqun Villalba interrumpi alguna partida para decirme, como oportuna advertencia: --No salude usted nunca a los que juegan al bridge, Alberto, porque no lo ven... Ni les hable, porque no lo oyen... Y hasta es bueno que ni los mire, porque si no tienen suerte, pueden pensar que usted les trae desgracia, y no hay peor reputacin que la del jettatore!

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--Jettatore! Yo, jettatore! Pues no faltaba ms!--exclam amoscado, agregando:--Pero, qu placer pueden encontrar esos... ingenuos, en pasarse la vida cavilando y cavilando sobre los naipes, ya que, segn dicen, ese juego no da nunca gran provecho al bolsillo? --Qu placer?--me replic Villalba mirndome con ms lstima que ira.--No sabe usted que al bridge es un juego intelectual, casi cientfico, propio de estadistas y filsofos? O, mejor dicho, que no es un juego, ni un placer... --Y qu es, entonces?--pregunt en el colmo del pasmo. Dndome la espalda, Villalba me repuso, con la solemnidad de un nefito: --El bridge es una religin. Este ltimo argumento me pareci tan contundente, que dejando mis antiguas preocupaciones contra las cartas, resolv profesar esa nueva religin de ases y damas. Pero yo nunca haba tocado una baraja francesa. Detestbalas de todo corazn. No conoca ms juegos que el burro y la cara sucia. Con tan pobres conocimientos y tan escasa aficin, ped a unos parientes que me lo ensearan, siquiera por el buen nombre de la familia... Dironme dos o tres explicaciones sobre triunfos y sin triunfos, arrastres y descartes, bazas y honores, tricks y schelems, en fin, sobre mil cosas extraas, para m tan difciles como si me expusieran, en japons, teoremas de mecnica celeste... Llegu a acobardarme. Pero mi amigo y compaero de club Joaqun Villalba, me estimul de nuevo, dndome preciosos datos. --Es un juego griego--me dijo.--Tiene la sutileza propia de ese pueblo genial y decadente. Se presta a admirables combinaciones. En toda Europa no juega hoy otra cosa la gente que se aprecia y respeta. Y es tal el entusiasmo que despierta, que no slo se juega en los salones, clubs y casinos, sino tambin en los trenes, los tranvas, los antepalcos de los teatros durante las representaciones, las antesalas de los dentistas... --Y en los despachos de los ministros? Y en las sacristas de las catedrales?...--pregunt, por preguntar cualquier cosa. Mi interlocutor prosigui como si no me oyera: --El rey Eduardo VII tom un maestro para aprenderlo, y lo ha puesto de moda. En Inglaterra, en Francia, en Blgica, en Turqua y en Holanda, se han abierto ctedras de la asignatura. Fue esto ltimo para m como un rayo de luz. No podra yo tambin asistir a una ctedra de bridge, o tomar, por lo menos, un profesor particular, como Eduardo VII, rey del Reino Unido y emperador de las Indias? Acaso deba considerarme yo algo ms importante y solemne que un emperador de las Indias?... Como adivinando mi pensamiento, Villalba me observ: --Puede usted buscar quien se lo ensee... Porque debe usted saber que un caballero que no sabe jugar al bridge, no es un caballero! Era demasiado! No, por Cristo, aunque pasara lo de jettatore, yo no poda dejar pasar lo de no ser caballero!... As fue que en el mismo da puse, con mi nombre y mi direccin, un aviso en dos importantes diarios: Se necesita un profesor de bridge. Es intil presentarse si no se posee especial competencia, demostrada en algn diploma tcnico o universitario. No estarn dems otras recomendaciones. Nada me gustaron los dos o tres pretendidos profesores que al da

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siguiente se presentaran en casa. No traan diplomas, ni recomendaciones. Ms que austeros sacerdotes de la religin del bridge, ms que aristocrticos sbditos de su majestad el Bridge, parecironme aventureros y caballeros de industria. Por eso los despach... Muy desalentado, confes mi fracaso en el club. All se me recomend que, antes que profesores, me procurase los muchos y profundos tratados de la materia... E inmediatamente escrib a mi librero: No me mande usted las obras de Shakespeare y de Balzac que le ped me enviara a la estancia. Mndeme en cambio, a casa, maana mismo si es posible, todos los libros de bridge que encuentre, en cualquier idioma. El pedido es urgentsimo. A las veinticuatro horas recib un cargamento de libros. Eran todos tratados y manuales de bridge: cinco en ingls (de los cuales alguno contaba 537 pginas en octavo), seis en francs, uno en holands, dos en alemn y hasta uno en espaol. Importaban una factura de 253.10$ moneda nacional, que pagu sin murmurar, y llenaban dos estantes de mi biblioteca. Desalojaron a Dickens y a Cervantes, que, por falta de espacio, tuve que desterrar en el stano. Me apechugu a mis libros con la avidez del nufrago que se ase a una tabla de salvacin. Le concienzudamente los mejores, entre ellos uno que tena un prlogo de Alfred Capus. El aplaudido dramaturgo francs recomendaba el bridge en entusiastas prrafos. Era este juego un antdoto contra el spleen. Era la mejor imagen de la vida. Era el astro propicio de los nacimientos, la piedra filosofal que buscaran en vano los alquimistas, la panacea de todos los males, y muchas y muchsimas otras cosas ms, no menos buenas y brillantes... Compr tambin varios juegos de naipes, y me ensay con ellos, representando partidas tipos y resolviendo casos prcticos, como si jugara al solitario. Tanto estudi y aprend que, despus de una semana de preocuparme exclusivamente del bridge, llegu a conocer su mecanismo. Eureka! Ya nadie me supondra importuno jettatore, ya nadie dudara de mi caballerosidad! Con la agradable idea de jugarlo me dirig temprano al club, a las dos de la tarde, para atisbar la primera partida e iniciarme cuanto antes. Iba tan satisfecho como el adolescente que estrena su primer reloj de oro, o, ms bien, como el alfrez que se pone, en da de parada, su primer traje de gala. Oh da inolvidable! A las tres me sent a jugar, baratito, a diez centavos el punto... A las cuatro haba perdido ciento diez pesos... A las cinco, ciento ochenta... A las seis, cerca de trescientos... A las ocho pasamos al comedor. Yo perda quinientos y pico, pero senta una satisfaccin interior que vala miles de miles! Despus de comer reanudamos la partida, que fue prolongndose y prolongndose hasta las diez de la maana del da siguiente... Yo quera seguir jugando an; pero mis compaeros se rehusaron porque se caan de sueo, y me prometieron el desquite para cuando lo pidiese... Porque yo perda... Cunto? Ya ni me acuerdo; slo s que llevaba mis bolsillos llenos de cheques en blanco, por prevencin para responder en caso de apuro. Y no me vinieron mal los cheques!... Adems, nadie me apuraba. Mis partners eran mis amigos y conocan mi honestidad. El dinero ganado no les produca el menor gusto por s mismo, sino por el triunfo que representaba. As al menos lo crea yo, y ellos tambin crean... La chapetonada del aprendizaje me cost, en una semana, un par de miles de pesos. Pero pronto aprend a jugar discretamente, equilibrando prdidas y ganancias. Como Dios protege a los inocentes, tuve suerte y llegu luego hasta ganar algunas veces. Y como la suerte viene por rachas, no slo en el juego fui feliz, sino tambin en los negocios y el amor. Los toros y ovejas de la cabaa se vendieron a excelentes precios, y mis tos, los dueos del establecimiento, aumentaron en premio el tanto

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por ciento de mis ganancias. Y si me fue bien con mis toros, mis ovejas y mis tos, mejor me fue con mi novia. Mi novia, es decir, mi pretendida, era una nia encantadora llamada Clarita. Conmovida por mis miradas incendiarias, me ofreci su casa, y su madre me invit a comer. Mi nave iba viento en popa... Durante la comida dije a la nia muchas ternezas. Ella me agradeca, ruborizbase y bajaba los ojos... Yo era el ms contento de los hombres sentados ante una mesa donde se sirve una mala comida (porque la comida era mala, lo dir de paso). Despus de comer--y aqu principia el cambio de mi fortuna!--pregunt a mis futuros suegros si les gustaba el bridge... Esperaba yo me contestaran que deliraban por l, como personas _comme il faut_... Pues en vez de eso, el dueo de casa se rasc la nariz, preguntando extraado: --El bridge?... Es un juego de billar?... Sentime en el colmo de la indignacin. De dnde podra salir esta gente, que no saba lo que era el bridge? Cre que ante mis plantas se abra un abismo... No, yo no poda aliarme con una familia tan... cualquier cosa! Yo no poda quedar un instante ms en una casa tan cursi! Por eso, sin contestar al anfitrin si era o no el bridge un juego de billar, me desped bruscamente... Sal de la sala tan fastidiado que no permit que nadie me acompaara. En el hall, mientras me pona el gabn, o que los dueos de casa se consultaban, estupefactos... --Se ir porque tiene siempre la costumbre de jugar al billar despus de comer--deca la seora. --Tal vez--contestaba el seor.--Pero ms bien parece que le ha hecho mal la comida... Se ha indispuesto repentinamente. Deberamos haberle ofrecido unas gotas de ludano. No articul palabra Clarita; pero sus ojos negros cuajados de lgrimas me dijeron muchas cosas en una ltima mirada. Con el dardo de esta mirada clavado en el pecho, me volv a Venado-Tuerto, a la estancia, donde me requeran urgentes trabajos. No sin llevarme una biblioteca de bridge, tres docenas de juegos de naipes y una gruesa de anotadores. Ense el bridge al mayordomo y a su mujer, culto matrimonio de ingleses, al mdico del pueblo, a varios vecinos estancieros y a otras muchas personas. Supe inculcar a todos el entusiasmo de mi amigo Villalba, repitindoles cuanto le oyera respecto de Eduardo VII y dems. El bridge lleg a ser el juego predilecto del mundo fashionable de Venado-Tuerto. Casi todas las semanas tena que encargar barajas francesas a Buenos-Aires el pulpero de la estacin, pues menudeaban los pedidos. Pas as un ao ms, ocupado en la interesante faena de la cra y distrayendo mis ocios en el carteo del bridge... Lleg a gustarme este juego? No tengo ahora el menor reparo en declarar que siempre me aburri soberanamente. Pero entonces yo no me lo quera confesar ni a m mismo. En cambio, el mayordomo me confesaba cada da su creciente aficin... No es esto de extraarse, porque el bridge, en razn de mis frecuentes distracciones, le produca un bonito sobresueldo. Pronto lleg la poca de una nueva exposicin rural, y me vine a Buenos-Aires, con tan notables ejemplares lanares y bovinos, que cre seguro esta vez sacar los primeros premios. Olvidaba que haba ms de un centenar de criadores no menos seguros que yo... Mas esto no nos interesa. Lo que s interesa a mi caso es lo que me ocurri en el club! Pues me ocurri que, en cuanto instal mis animales

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en la Exposicin Rural, fui all a reanudar mis partidas de bridge del ao anterior. Me encontr con Joaqun Villalba, mi amigo, el infatigable clubman, a quien se lo propuse... --Qu dice usted?--exclam fuera de s.--Jugar al bridge! Estar usted todava enfermo de bridgemana? Pues est usted fresco de noticias, querido Alberto! --Cmo?--pregunt sin comprender. --Ya nadie juega al bridge, mi amigo, nadie, nadie... salvo los rastaqures, los cursis, los guarangos. Slo por esnobismo pueden hoy jugarlo dandies provincianos y trasnochados. Estara bien jugar para divertirse... Y se ha demostrado matemticamente que el noventa y cinco por ciento de los que jugaban al bridge se aburran. Es un juego rutinario y mecnico. De dnde sale usted que no lo sabe? Yo repuse ingenuamente: --Vengo de Venado-Tuerto. --Ah, comprendo!--agreg Villalba.--En Venado-Tuerto lo jugar hasta el cura! --Cierto... Mi amigo lanz una franca carcajada, dicindome: --Y nos viene usted con la moda de Venado-Tuerto! Nada repliqu, ms confuso que fastidiado... --Si no quiere usted que le demos patente de cursilera, no vuelva a invitar a nadie a jugar al bridge por favor! ni al mus, ni a la brisca, ni a la escoba... --Y a qu juegan ustedes? --Al truco. Ese es hoy _le mot d’ordre_. El truco! --Eduardo VII juega tambin al truco? --Eduardo VII? No s. Pero el prncipe de Gales se muere por l. Lo aprendi de Alfonso XIII, y a Alfonso se lo ense Vias, el conocido diplomtico argentino... Es una moda que hemos sacado los argentinos. Algo habamos de dar a la civilizacin. Y como el cake-walk es yanqui, el poncho general en la Amrica espaola y el mate paraguayo... --Viva el truco!--exclam con colrica alegra.--El rey ha muerto, viva el rey! --S, mi querido amigo. El bridge ha muerto, viva el truco! Tena razn, mil veces razn tena mi amigo Villalba. Bien pronto lo comprend. Y desde entonces resolv vengarme de todo lo que haba jugado al bridge por hbito y con placer harto mediocre o negativo. Lstima que me vengu demasiado bien!... Pues sucedi que me encontr de nuevo con Clarita, y que su mam volvi a invitarme a comer. Fui lleno de jbilo. En la casa me hall con otro invitado, evidentemente tambin pretendiente de Clarita. La comida transcurri sin novedad. Me di fcilmente cuenta de que yo era el preferido de la nia. Mi rival estaba como de reserva, por si yo no me decida... Despus de comer pasamos al saln donde quin lo creera? los dueos de casa hicieron el elogio del bridge y se empearon en que lo jugramos.

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Me negu, con impaciencia. Creyendo que mi negativa fuera para no aburrirlos, insistieron, y tanto insistieron, que no me qued ms remedio que escaparme... Pues esa misma noche, interpretando mal mi huida, Clarita se comprometi con mi rival, que, como todos los rivales, me pareca un tonto de capirote. Comprendiendo tarde, al perderla! cunto amaba a Clarita, me volv desesperado a la estancia. En cuanto llegu, el mayordomo, reforzado con la mayordoma, me instaron a jugar al delicioso jueguito... Loco de rabia, les contest del peor modo... El mayordomo se irrit a su vez... Los dos gritamos desaforadamente... La mayordoma se ech a llorar y me dijo que yo no era un gentleman... En fin, se arm tal camorra, que tuve que echar del establecimiento ignominiosamente al matrimonio ingls. El matrimonio ingls fue a quejarse a mis tos los propietarios. Mis tos se enojaron conmigo y repusieron al mayordomo, cuyos servicios de veterinario eran todava ms indispensables que mis cuentas de administrador general. Re con mis tos. Me retir de la estancia, perd mi puesto, y me encontr en la calle, con una mano atrs y otra adelante! No quiero seguir narrndoos mis desdichas, oh lectores! porque temo conmoveros demasiado. En pocas palabras os dir que, por ese maldito bridge, perd mi novia, mi posicin y hasta mi nombre. La desgracia es como una bola de nieve. Ha cado sobre m y me ha aplastado como a vil gusano. Hoy soy un pobre nufrago sin rumbo ni salvacin posible. Por eso he resuelto acabar con mi vida... Y si cuento mis desdichas en este testamento pblico, es para que l sirva de ejemplo y de escarmiento a mis amigos, mis conciudadanos, mis prjimos.

MONSIEUR JACCOTOT

Monsieur Jaccotot, el viejo maestro de francs, llam ante el pizarrn a Perico Sosa, un rubiecito flacuchn, el menor y el ms travieso de su clase de muchachones adolescentes, para dictarle ejemplos de la formacin del femenino en substantivos masculinos o terminados en e, como _ngre_, _ngresse_... Perteneca aquella clase a un malhadado colegio criollo, cuya disciplina era menos que dudosa y cuyos estudiantes eran ms que personajes. Cada vez que monsieur Jaccotot iniciaba alguna explicacin, alzaba la voz algn impertinente. Espritu sencillo, monsieur Jaccotot sola reprender entonces a sus alumnos, exclamando: --En cuanto abro la boca, un imbcil habla. Su declaracin provoc esta vez ms una grande hilaridad en el espritu tanto menos sencillo de la clase. Slo Manuel Peralta no se ri, absorbido por la lectura de algo que disimulaba dentro de su pupitre. Al notar la distraccin del muchacho, el maestro pens que estara leyendo alguna novela, y por temor de encontrarse con un nuevo libro obsceno y vergonzoso, no se lo pidi, limitndose a observarle que no se vena a la clase a leer novelas... --No estoy leyendo novelas,--replic Manuel Peralta, con su desagradable voz de pollo que comienza recin a cacarear. Notando intrigado en su tono y su gesto irnica impudencia, monsieur Jaccotot le pregunt: --Qu lee usted, pues? Peralta se levant arrogantemente y entreg al profesor un cuaderno,

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dicindole: --Esto. En la clase se hizo un gran silencio de curiosidad y expectativa... Monsieur Jaccotot tom el cuaderno y lo abri en su primera pgina. Ley all la siguiente cartula, escrita con perfilada letra gtica: Vida de monsieur Jaccotot (novela de malas costumbres) por M. V.; ilustrada por el autor; segunda edicin, aumentada y cuidadosamente corregida; luego vease un escudo burlescamente dibujado, y, como pie de imprenta, el nombre del colegio y la fecha... --Quin ha hecho esto?--pregunt el profesor con voz sorda, esperando el silencio con que tantas otras veces se acogiera una pregunta semejante... Pero ahora, la travesura tena su editor responsable. Marcelo Valds, el mejor estudiante de la clase, el preferido de monsieur Jaccotot, se puso de pie y dijo, tartamudeando: --Yo he sido, monsieur Jaccotot... No crea hacer nada malo... Le pido que me disculpe... Al ver a su discpulo rojo de vergenza y orle hablar en un tono de humilde arrepentimiento, perfectamente nuevo y desconocido en aquella clase, que l llamaba de indios rebeldes, monsieur Jaccotot sinti intensa sorpresa... Qu inslito caso se le presentaba?... Dispsose pues, a leer el manuscrito y dio rpidamente vuelta la pgina de la cartula. Encontrose en la segunda con una tosca e irrecognoscible imagen, que sin duda le representaba, pues abajo tena la siguiente leyenda: Retrato de monsieur Jaccotot, por el autor. Al verse tan mal representado, el profesor no pudo menos de rerse, y pas a la siguiente hoja... La clase segua en su silencio de curiosidad y expectativa... Ley monsieur Jaccotot los epgrafes de Captulo primero, Tribulaciones de un marido en Francia, y se enrojeci hasta la calva... En efecto, l haba sido un marido desgraciado en Francia. Por eso haba tenido que abandonar all su posicin universitaria; por eso, absolutamente incapaz para los negocios, vease obligado a ensear aqu en un colegio particular... Cmo podan sospecharse en la clase sus pasadas tribulaciones domsticas?... Ah, s!... Ya lo recordaba!... Habindole visto un domingo el alumno Mario Aguilar de paseo con su hija, djole zumbonamente el lunes, cuando iba a dictar su curso: --Lo felicitamos, monsieur Jaccotot!... Ya lo vimos ayer paseando con una linda rubia... El maestro contest, con un dejo de orgullo, que no pas inadvertido a las maliciosas orejas de los muchachos: --Era mi hija Silvia... --Cmo, monsieur Jaccotot?...--pregunt todava Aguilar, con no fingida sorpresa.--Nosotros nada sabamos de que usted fuera viudo... Monsieur Jaccotot mene la cabeza en forma de negacin... --Ni podamos creerle casado, puesto que no usa anillo de compromiso...--continu Aguilar. Y para concluir la conversacin, monsieur Jaccotot dijo, con la imprudencia del mal humor: --Soy casado y mi mujer se qued en Francia. Yo vivo aqu con mi nica hija, Silvia... Les interesa esto mucho a ustedes?...

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Nadie contest nada; pero, desde ese da, toda la clase pensaba que monsieur Jaccotot haba sido desgraciado con su mujer, abandonndola en Francia por su conducta escandalosa... Marcelo Valds, dejndose llevar por su brillante imaginacin de novelista, haba zurcido y fraguado luego toda su novela de malas costumbres, alrededor de las tres personalidades de monsieur Jaccotot, su mujer y su hija. La triloga era completa: _Monsieur_, _Madame et Bb_! Con verdadero ingenio, su ensayo no careca de gracia y humorismo. Tanto xito obtuvo, que Abrahm Busch le cambi el manuscrito por un noveln de Dumas, que le costara dos pesos. E hizo luego un pinge negocio, alquilndolo por diez centavos a cuanto lector se suscribiera. La obra de Valds haba sido as leda, y algunas veces hasta releda, no slo por toda la clase, por todo el colegio! En el primer captulo dbanse detalles histricamente exactos, como la fecha del nacimiento y la ciudad provinciana donde fuera la residencia de monsieur Jaccotot. Ambos datos le haban sido preguntados, fingiendo un hipcrita inters de simpata... Cierto era tambin que se cas haca ms o menos unos veinte aos. La poca del casamiento fue inducida por la edad de la hija, a quien Aguilar--el feliz mortal que tuvo la suerte de verla--calculaba diecisiete aos... A pesar de la exactitud de estos datos, a rengln seguido, el novelista supona que ya al tiempo de su enlace monsieur Jaccotot fuera tan viejo como ahora, calvo, canoso y de anteojos de oro. No concibindolo sino como lo conocieron, probablemente toda la clase supona que monsieur Jaccotot fuese viejo, calvo, canoso y de anteojos de oro desde el mismo instante del nacimiento. Qu descabellada fantasa pudiera suponer que monsieur Jaccotot, el maestro francs, hubiese sido alguna vez joven, y menos an nio?... Aparte de este y otros _lapsus_, la intriga del casamiento del viejo Jaccotot y su joven esposa no estaba mal presentada... Lo malo es que esta joven esposa, que no gustaba de su civil marido, gustaba en cambio apasionadamente de los uniformes militares... Haba una guarnicin en la ciudad, y madame Jaccotot, nueva mesalina, tuvo sus amoros con todos los oficiales del regimiento de la guarnicin, y luego, con una buena mitad de las clases, cabos y sargentos... Los oficiales eran 72 y las clases 205! Al fin, cansada de tanta mudanza, ancl sus afectos en el coronel, un guapo mozo, y tuvo una hija... Silvia, la nia de monsieur Jaccotot, era esta hija del coronel, o, mejor dicho, del regimiento! _La fille du regiment_!... Devorando la lectura, al terminar ese primer captulo, el maestro de francs se senta plido y desfalleciente; sus ojos se humedecan, gruesas gotas de fro sudor le chorreaban por las sienes... La historia del regimiento y del coronel era falsa, falssima; pero entre l y su mujer hubo de por medio cierto abogadillo de Pars... Y su mujer, la hembra ms histrica y perversa, lleg a vengarse de sus justas imprecaciones de marido burlado, insinundole mefistoflicamente una duda sobre la legitimidad de Silvia... Como tantas otras veces, la realidad era pues ms cruel e inverosmil que la novela! No obstante la prfida insinuacin de su mujer, monsieur Jaccotot se compadeci de aquella criatura... Qu culpa tena la pobrecilla?... La trajo a Amrica, mientras la mala madre rodaba por esos mundos, y la educ como si fuera de su sangre... Sentase orgulloso y ambala como si fuera de su sangre... No era esa Silvia la nica sonrisa que l recogiera de la vida?... Terminado el primer captulo, conocidas las Tribulaciones de un marido en Francia, pas inmediatamente el maestro a leer con ansiosa rapidez el captulo segundo y ltimo. Digno pendant del otro, titulbase... Tribulaciones de un padre en la Argentina...

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Inicibase con una bastante buena descripcin de Silvia... No tuvo mal ojo Aguilar, ni fue parco en transmitir sus impresiones al cuentista! La nia se presentaba tal cual era: la silueta fina y esbelta, los movimientos vivos, la nariz ata y maliciosa, los cabellos de un rubio rojizo, carnosos labios, ojos claros, velados por negras pestaas... en fin, una francesilla picante y moderna... Descripta Silvia, la infantil imaginacin de Valds se desbocaba en aventuras absurdas... _La jeune fille_ era la coqueta ms desfachatada, peor que su madre!... Hacase festejar por todo el mundo... Y a sus plantas desfilaban, requebrndola sin xito, los maestros ms ridculos y menos queridos del colegio, incluso el de religin, el padre Martnez... Hasta haba una figura titulada El padre Martnez ante la bella Silvia, en la cual se vea al sacerdote, acentuados los rasgos sensuales e hipcritas de su carona afeitada, presentando de rodillas a la esquiva joven, en ambas manos, el flamgero corazn que suele verse en los detestables cromos de las estampas religiosas... Esta figura, bien que tan mala en pesar de la evidente inferioridad constitua el verdadero clou de la una buena obra por un defecto, un

la ejecucin como en la idea, y a del Valds dibujante al Valds autor, obra. Tantas veces se populariza agregado o un mal detalle!...

Mientras lea aquel tejido de inocentes perversidades, monsieur Jaccotot sintiose tocado en la secreta llaga de su corazn. Cul sera el porvenir de esa Silvia idolatrada? Heredara la naturaleza galante de su madre, as como su fisonoma y su gesto?... Y por el rostro del viejo maestro corrieron dos lgrimas silenciosas... Con amargusima dulzura, pregunt entonces a su discpulo favorito, tutendolo por vez primera: --Es posible que t hayas escrito esto?... Marcelo Valds tena tanto corazn como inteligencia, y amaba a aquel buen viejo, que tan duramente ganaba su pan cotidiano. En varias ocasiones evit descomunales bochinches, haciendo notar a sus compaeros que iban a perder con un cambio de profesor de francs... Por eso le repuso, siempre rojo y tartamudeando: --Yo no he tenido intencin ninguna... Escrib por escribir... Le pido perdn, todos le pedimos perdn, monsieur Jaccotot!... Y Marcelo Valds deca la verdad al disculparse. Haba escrito por su temperamento de novelista, como canta el ruiseor en el bosque, o croa la rana en el pantano. No pens que su canto pudiera despertar los celos del cuervo. No pens que su croar interrumpiese el sueo del sapo. Su novela, aunque informe y embrionaria, era, como todas las novelas, una lcida mezcla de detalles verdaderos y situaciones imaginarias, de pequeas dosis de una realidad supuesta y exagerado desarrollo de una inventiva calenturienta. En lo que no deca verdad Marcelo Valds era en el arrepentimiento de la clase. Y tan es as que, como quedara monsieur Jaccotot con la meditabunda mirada fija en el espacio y las dos lgrimas silenciosas deslizndose por las mejillas exanges, Manuel Peralta sac el pauelo para imitarlo, y comenz la pantomima de un llanto inconsolable. Menos el novelista, que guardaba huraa actitud, el curso ntegro, divertido por la situacin, imit en masa al payaso, convirtindose en un cortejo de plaideras. De cuando en cuando, alguno retorca el pauelo, como si estuviese empapado en lgrimas, para exprimirlo a la usanza de las lavanderas al tender la ropa al sol... Perico Sosa, el rubiecillo travieso y flacuchn que quedara olvidado ante la pizarra, donde antes escribiera los ejemplos _ngre_, _ngresse_, tuvo entonces una ocurrencia diablica, como todas las suyas... Dibuj con la tiza un busto de hombre con una gigantesca

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cornamenta de ciervo, escribindole debajo: Monsieur Jaccotot, maestro de francs... Y estornud bien fuerte para llamar la atencin de la clase, borrando luego la figura a fin de no ser descubierto... La gracia de Perico Sosa hizo cambiar el burlesco llanto en homrica carcajada... Despus, cada cual se puso a divertirse por su cuenta... Quienes jugaban a las damas en improvisados dameros, quienes conversaban fumando, quienes discutan, quienes tiraban bolillas de papel... Y, en tanto, monsieur Jaccotot segua como una estatua, con la vista fija en el aire, acaso contemplando dolorosamente el pasado, el presente, el porvenir... Indignado contra sus compaeros, Marcelo Valds se puso otra vez de pie y les apostrof con la clera de un loco: --Sois unos cobardes y unos canallas!... Al primero que diga una palabra a monsieur Jaccotot, le rompo las muelas!... Como Marcelo Valds era, no slo el primero, sino tambin el mayor y el ms fuerte, se hizo una pausa... Felizmente, son en ese momento la campana anunciando la terminacin de la clase... Al or la campana, monsieur Jaccotot pareci sacudirse y despertar de un sueo... Dej sobre la mesa el cuaderno... Sac el pauelo del bolsillo faldero del jaquet, passelo por la cara, guardolo de nuevo, y sali sin decir palabra... Era la primera vez, en sus doce aos de enseanza en el colegio, que se olvidaba de marcar la leccin para la clase siguiente, antes de irse... Los muchachos lo siguieron, y entonces pas una cosa extraordinaria, una cosa realmente extraordinaria... Vironle alejarse por los corredores con la punta del pauelo blanco asomando indiscretamente por el bolsillo de los faldones del jaquet... Aquel trapo cmico haca pensar que se hubiese subido apresurado los pantalones en algn gabinete higinico, dejando fuera una punta de las faldas de la camisa... El trapo blanco se mova conforme caminaba, como una cola sainetesca... Y nadie, ni Perico Sosa, nadie se ri!

EL CANTO DEL CISNE

I Tan notables fueron los primeros exmenes de derecho rendidos por Juanillo Simpln, que l, su padre, su madre, su ta, su abuelita y su padrino, todos de comn acuerdo y sin la menor discrepancia, resolvieron que era un futuro hombre de genio. Juanillo Simpln saba--quin no lo sabe?--que cada futuro hombre de genio demuestra desde chiquito sus geniales aptitudes, y que el mejor modo de demostrarlas es escribir modernsima prosa potica y no menos moderna poesa prosaica. Pues opt por la prosa potica, decidido a componer un cuento-poema tan nuevo y hermoso, que ni l mismo deba entenderlo. Busc en voluminosos diccionarios las palabras ms raras y altisonantes, sud tinta por todos sus poros, y al cabo de diez das de rudo trabajo puso punto final a su obra, titulndola La princesa Belisa. Con el precioso manuscrito en el bolsillo, sali a consultar a su amigo Juan del Laurel. Juan del Laurel, estudiante de derecho nominalmente y por accidente, era de profesin un joven de talento. Bastaba mirarlo para comprenderlo as, pues llevaba los signos de su profesin en su indumentaria y sus modales... El joven de talento era por entonces--ms altas acciones lo

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esperaban!--poeta decadente y modernista. Usaba larga melena, posea dos estirados ojos semimonglicos, y en la calle marchaba con lentitud y majestad, mirando al pblico desde las alturas del Parnaso. Siempre llevaba una caa de la India con puo de oro y marfil, como lleva San Jos en los altares su vara de azucenas, entre el pulgar y el ndice de la mano derecha, levantada a la altura del codo. Lea a Mallarm y a Mterlinck, despreciaba a Zola y a Daudet, y haba publicado en la Revista Azul un poema, La Superfetacin del Hierofante, que le conquist inmortal renombre entre los cuatro o cinco afiliados de la Esttica Nueva, sociedad literaria de elogio mutuo. Su gesto era siempre artstico y exaltado. Hasta cuando deca a su sirviente gallego: Animal, esta maana no me has lustrado los botines!, pareca decir ms bien: Oidme, emperatriz! La muerte y no el deshonor. Aunque herido en mis dos alas, guila ser siempre, nunca gusano... Era pues del Laurel un verdadero poeta decadente y modernista, pero muy poeta, muy decadente, muy modernista! Escuch sin pestaear la lectura que con montona y quejumbrosa voz le endilgara su amigo Simpln. Y, despus de orla, mene doctoralmente la cabeza a uno y otro lado, diciendo: --Como ensayo, no est mal tu cuento-poema, Juanillo. Carece de lugares comunes, y esto demuestra tu buen gusto. Pero tu prosa no est del todo escrita, y slo queda lo que est escrito. Para leerlo en la Esttica Nueva y publicarlo en la Revista Azul, lo debes trabajar ms, mucho ms, nunca es bastante! Estaba presente un tercero, Aristarco Lpez, inseparable amigo de del Laurel, tambin estudiante de derecho _in nomine_ y _per accidens_; pero, en cuerpo y alma, todo un cronista sportivo de un diario popular. Compadecido del escaso xito de Simpln, diole sus consejos: --Mira, Juanillo, tu cuento es obscuro y distinguido. Tiene sin duda el mrito de palabrotas terribles. Apenas he comprendido yo el cinco por ciento de las que usas. Pero le faltan ingredientes modernistas, sensaciones modernistas, en lo que diramos su argumento, si es que lo tiene y puede tenerlo. Nos hablas de una princesa bella y sin embargo desgraciada..... Eso es ya un ingrediente, mas no basta, no basta. Necesita cuatro o cinco ms. Toma un lpiz y apunta los que te voy a dictar. Son los ms socorridos y me los s de memoria. Tom un lpiz Juanillo, y psose a apuntar dcilmente en su cartera cuanto le dictaba Aristarco... --Primero--djole ste,--pon una theora de vrgenes que arrastran sus tnicas de lino a la sombra del laurel-rosa, cada una con un lirio en la mano. (Fjate que la palabra theora es con h, y significa un desfile de dos en dos. No vayas a ponerla sin h, como si se tratara de la teora de Savigny sobre la posesin!) Segundo, un lago verdinegro donde nadan amorosamente dos cisnes, a la luz del plenilunio. (No vayas a llamar al cisne amante de Leda, porque la mitologa est muy gastada; es siempre un lugar comn.) Tercero, un albatros que vuela serenamente sobre la tormenta del Ocano. (Esto es siempre de hermoso efecto, por el contraste entre la serenidad del ave y el movimiento de las olas.) Cuarto, un cementerio gtico abandonado hasta por las nimas en pena; un campo de asfodelos, y tambin de iris blancos y lises rojos que crecen en idlica Harmona. (No te olvides de escribir Harmona, con H, y mayscula. En general, donde quiera que puedas colocar una h y una mayscula, colcalas, como en Harmona, Theora, Helena, Martha... Nada ms fashionable!) Apuntadas estas preciosas indicaciones, Juanillo se qued mirando a Aristarco, como preguntndole el modo de usarlas. Hara una simple ensalada rusa con los ingredientes?...

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Comprendi Aristarco su muda interrogacin, y le repuso: --Te he dado las piedras para componer el mosaico. Componlo como quieras. Y cuando Juanillo se despeda, dando las gracias a sus amigos y consejeros, todava Aristarco le agreg algunas indicaciones ms: --Si quieres estar siempre despampanante, nunca llames a las cosas por sus nombres... En las metforas y paralelos, compara siempre lo claro, material y conocido, como una tormenta, con lo obscuro, espiritual y desconocido, como el estado de alma de un poeta despus de haber degollado a su anciana madre... Simpln se retir tan contento con estas advertencias en la mollera y en el bolsillo, como si le hubieran entregado las llaves del templo de la gloria. Iba resuelto a aplicarlas en asidua y metdica labor. Pero qu difcil sera embutir tan heterogneos ingredientes en el pellejo de un cuento-poema!... Sin desalentarse, trabaj, trabaj, trabaj... Y, despus de veintin das de esfuerzo y de gastar treinta y cinco bloques de papel en borradores, tena su cuento-poema concluido, muy concluido, y tan concluido, que ya no se le poda cambiar ni media coma. Lleg a del Laurel y a Aristarco, siempre reunidos en casa del primero, la interesante y breve composicin. En ella toda una trouvaille para dar lgica cabida a los elementos que indicara Aristarco... Traducindola al pobre lenguaje de mortales, resultaba una historia conmovedora... La princesa Belisa era bella y sentase sin embargo desgraciada, porque su padre el rey haba resuelto casarla con el prncipe Lejano. La noche antes de embarcarse para las remotas tierras de este prncipe, daba ella una vuelta por el parque, a la sombra de un bosque de laureles-rosas, acompaada de sus damas de honor. Estas formaban una theora, arrastrando de dos en dos sus tnicas de lino, con un lirio en la mano. El lirio simbolizaba la inocencia y el sacrificio de la princesa. Pasaron as junto a un lago verdinegro, donde bogaban amorosamente dos cisnes, bajo la luz del plenilunio... Al otro da, la princesa Belisa se embarc con sus damas en un esquife de marfil con velas de prpura. Pero en la mitad de la travesa estall una tormenta que levantaba olas como montaas y cordilleras. Sobre ese ocano de abismos imperaba, volando serenamente, un gigantesco albatros. Lo cual no impidi que el buque naufragase... El mar arroj ms tarde los cuerpos de las vrgenes a la playa. Recogironlos varios pescadores, que al ver rostros tan hermosos, infelices! se enamoraron de las muertas. Llevronlas a un cementerio gtico abandonado en un campo de asfodelos, y las enterraron. Sobre sus tumbas crecieron espontneamente, como en almacigo, iris blancos y lises rojos. Inexplicable caso, porque estas dos especies vegetales nunca, ni antes ni despus, pertenecieron a la flora silvestre de la comarca!... Terminada la lectura, Aristarco se agarraba el vientre, como para no reventar de risa... --Bien, muchacho, bien!--exclam.--Cuando llegas a tan ingeniosa combinacin de disparates, estoy por creer que tienes talento, a pesar de tus buenas notas en los exmenes. Despus de reprender a Aristarco por su frivolidad, del Laurel dijo a Simpln: --No le hagas caso, Juanillo. Tu cuento-poema no carece de mrito por cierto... Pero tiene tambin sus defectos. El principal es contener demasiado argumento. Hay pltora de argumento. No necesitas hablar de

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tantas cosas, ni narrarlas sucesivamente como en los cuentos para nios. Busca la sensacin, ante todo la sensacin! Y la sensacin potica es producto de musicales combinaciones de palabras y no de lgica sucesin de ideas, Msica, msica, mucha msica! Y despus luz, oh la luz! T has de alcanzar todo eso, s, t llegars. Ya esta composicin marca un progreso sobre la primera, la tercera ser mejor que la segunda, la cuarta que la tercera, la quinta que la cuarta, la sexta que la quinta, y as de seguido... hasta que llegues a la obra maestra. Juanillo no saba qu pensar ni qu decir, porque si en la progresin aritmtica la obra-maestra slo deba llegar en la composicin nmero 3527, por ejemplo, ms le vala renunciar a la literatura! Muy oportunamente intervino Aristarco: --Tiene razn del Laurel, la sensacin es lo primero. Pues para describir bien la sensacin (no eches esto en saco roto, Juanillo), es conveniente haberla experimentado antes. Trata de ver lo que vas a describir, y slo despus podrs describirlo con relieve y sinceridad. --No te desanimes, Juanillo--agreg del Laurel.--Recuerda que Flaubert rompi a Maupassant ms de 125 manuscritos, antes de darle su aprobacin al primero que publicara. Corrigiendo una y mil veces su estilo, deca: La prosa nunca est concluida. Esto ya era un consuelo. 125 manuscritos rpidos pueden hacerse en un ao. No haba, pues, que remontarse hasta la alarmante suma de 3527 que al principio imaginara! Juanillo se despidi ms calmado, oyendo desde la puerta las ltimas observaciones de Aristarco y de del Laurel. --No te olvides; experimenta primero la sensacin,--repeta el uno. --Msica, msica, mucha msica! Y despus luz, oh, la luz!--repeta el otro. Otra vez qued perplejo Juanillo. Lo de experimentar antes la sensacin le pareca un buen consejo. Mas, dnde hallar en la democrtica ciudad de Buenos Aires una princesa plida y triste, para estudiarla? Dnde el albatros volando sobre embravecidas olas? Dnde el gtico cementerio y el campo de asfodelos, iris blancos y los lises rojos?... Slo cisnes en un lago verdinegro, eso si poda observar a gusto, en la estancia de su padrino, por ejemplo... Eureka! Experimentara los cisnes y despus escribira sobre ellos, exclusivamente sobre ellos, su cuento-poema. No le haba dicho del Laurel que, al fin y al cabo, al mismo tiempo no se necesitaban todos los ingredientes preconizados por Aristarco? Para una composicin nica, bastaban y hasta sobraban los cisnes!

II Dijo por esto en su casa que tena que irse a la estancia de su padrino, en Pehuaj, a hacer importantes estudios. Asintieron inmediatamente a ello su padre, su madre, su ta y su abuelita, y su padrino le dio una carta para don Jos, el mayordomo, ordenando que pusiese a sus rdenes cuanto necesitase y pidiese. En la estancia de Pehuaj, Juanillo se pas das enteros observando las dos parejas de domsticos cisnes que poblaban, con varios gansos, un diminuto estanque bordeado de llorones sauces. Como siempre les llevaba migas de pan en el bolsillo, los cisnes, y hasta los gansos, llegaron a conocerlo y a seguirlo. All, a la sombra de los rboles, en las horas muertas de la meditacin, record la hermosa leyenda del canto del cisne. El cisne, esa ave armoniosa y blanca, siempre en la mudez del misterio, canta slo al

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morir, una cancin de celeste belleza... Esta leyenda le sugiri a Juanillo un interesante argumento para su cuento-poema. Poda presentar al cisne como la imagen del Poeta, que cantando rinde su alma al infinito. Cierto que los poetas escriben generalmente sus mejores composiciones en la juventud, y que muchas veces mueren viejos, con la lira destemplada o enmudecida... Pero, qu le importaba eso a Juanillo si el smbolo era bello? Resolvindose a escribir su cuento bajo el epgrafe de El Canto del Cisne, pens que sera conveniente experimentar la muerte de un cisne verdadero, pues l nunca vio morir ninguno. Bien saba, naturalmente, que los cisnes no cantan al morir; pero pensaba, con mucha razn, que toda leyenda responde a sus causas... El cisne, aunque no cantase, poda tener su agona especial, su estertor, sus actitudes plsticas... Todo ello, visto y analizado personalmente, iba a sugerirle interesantes ideas poticas. Adems, su sentimiento al ver morir tan nobles animales, no era ya una sensacin digna de cantarse en primorosa prosa? Pidi pues prestada al mayordomo su escopeta, encaminose al estanque, y, con el corazn sangrando, a una vara de distancia, pam! asesin el primer cisne que saliera a recibirlo, esperando la consabida migaja de pan... Intil sacrificio! El humo de la plvora y la emocin del primer disparo le impidieron observar la muerte instantnea de la vctima... Apunt de nuevo, pam! y cay otra vctima... Acercose a mirarla, y ella result un ganso viejo!... Otro tiro, pam!... Esta vez cay un cisne, que, como conservaba vida, fue a morirse en la maleza, escapando as a la mirada del cazador... Otro tiro, pam!... Un nuevo cisne muerto, muerto como una gallina, sin un graznido, sin un ronquido siquiera... Deba ser un cisne hembra! Y como convena observar ms bien el sexo generalmente cantor de las aves, otro tiro, pam! y fulmin el ltimo cisne, un cisne macho, sin duda, pero cuya muerte no lo ilustr ms que las otras... Ya no le quedaba ningn otro por matar! A los disparos acudi gente: el mayordomo, su mujer, sus nueve hijos, el capataz, la cocinera, varios peones... Todos contemplaban consternados los cinco cadveres inocentes... --Pero, don Juan!--exclam el mayordomo sin poderse contener.--Ha matado usted todos los cisnes!... --Y un ganso viejo--apunt la cocinera. --No sabe usted que la seora vive mirndose en ellos?--continu quejumbrosamente el mayordomo.--Qu le vamos a decir cuando venga? Y cisnes domsticos no hay en venta en Pehuaj ni en ninguna parte por aqu! Estos fueron trados de Buenos-Aires con gran trabajo... Pero, para qu los ha muerto, si no soy curioso, don Juan? para qu?... Juanillo guard prudente silencio. Cmo iba a explicar a aquella ignorante y pobre gente la intencin esttica que tuviera? cmo?... Terminadas las lamentaciones del mayordomo, la mayordoma comenz las suyas: --Dios mo! matar esos cisnes tan lindos que eran como los hijos de la seora!... Y qu nos dir la seora? Y qu le diremos a la seora?... --Si los cisnes no se comen, don Juan, no se comen--agreg el mayordomo.--En el campo hubiera encontrado usted caza cuanta quisiera: patos, martinetas, perdices... Para Juanillo, que estaba como anonadado por su obra, esta ltima observacin fue un rayo de luz... --Dice usted que no se comen los cisnes, don Jos?--pregunt triunfalmente.--Pues s que se comen, y muy ricos que son! Para qu los hubiera matado sino para comerlos?

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En la estupefaccin general, observ la voz agria de la mayordoma: --Usted dir los pichones de ganso; pero los cisnes, los cisnes... --No digo los pichones de ganso, digo los cisnes, seora!--afirm Juanillo dignamente. --En todo caso--observ la mayordoma,--no necesitaba usted haber muerto a todos los cisnes; con uno le bastaba, porque son bien grandes... --Claro... --Claro... --Claro...--fueron repitiendo en coro, uno por uno, los nueve vstagos del mayordomo... --Pues no!--concluy fieramente Juanillo.--Me gustan mucho y quiero comrmelos todos, esta misma noche. Ha odo? Todos!... La cocinera, una criolla vieja, clam, santigundose espeluznada: --Avemara pursima! --Avemara!... --Avemara!... --Avemara!...--exclamaron otra vez, uno por uno, los hijos del mayordomo. Y, temiendo que Juanillo fuera el ogro de los cuentos y los devorase tambin a ellos, escondironse los menores detrs de los mayores. Formaron as una larga hilera, como cuando jugaban al Martn Pescador... Cortando la escena de temores y aspavientos, Juanillo orden terminantemente: --Esta noche quiero que me sirvan, muy bien asados, los cuatro cisnes y el ganso! Comprenden? No admitir disculpas! Y se retir majestuosamente, ante un pblico boquiabierto y aterrorizado... En la vida pronto. El un vaso de comer, esa

montona de aquellas pampas la tremenda noticia circul bien ahijado del patrn se comera esa noche, como quien se bebe agua, cuatro cisnes y un ganso viejo! Haba que ir a verlo era la palabra de orden en la estancia y sus alrededores.

Llegada la hora, el infeliz Juanillo fue a sentarse, como de costumbre, solo ante la mesa de los amos. En las ventanas y puertas del comedor pululaban en enjambre cabezas vidas de curiosidad... Los chicos lloraban porque los grandes no les dejaban ver... Las mujeres empujaban y codeaban a la par de los hombres... Juanillo despleg la servilleta con toda tranquilidad; estaba solamente un poco plido. Y la cocinera sirvi la sopa, como siempre... Mientras Juanillo tomaba unas pocas cucharadas, los curiosos se comunicaban sus impresiones: --Quin lo dira, al verlo tan flacuchn!... --Y la sopa no estaba en el programa!... --Ya tendra preparada una droga para evitar la indigestin!... Termin Juanillo la sopa como si tal cosa. Y la cocinera, seguida de

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muchos ayudantes, fue depositando en la mesa las cinco enormes fuentes con sus correspondientes voltiles. Para acompaarlas, trajo tambin tres no menos enormes palanganas llenas de ensaladas de lechuga y escarola, que alcanzaran para una comida de cien cubiertos. Inmediatamente cundi por el comedor el olor ftido de la carne de cisne... Los curiosos se llevaron los pauelos a las narices, al menos, aquellos que tenan pauelos... Juanillo ensay cortar un aln con el trinchante, intilmente: la negra carne pareca madera... El capataz se adelant entonces ofrecindole su facn, que, recin afilado, cortaba como navaja de afeitar... Con l, a costa de penosos esfuerzos, consigui Juanillo servirse una racin que apenas caba en el plato... Anhelantes, todas las bocas exclamaron: --Ah!... Tom Juanillo un vaso de vino para darse coraje, y medio mareado ya por la fetidez de aquella carne horrible, se puso de pie y grit a la concurrencia: --Qu les importa a ustedes que yo coma o no coma? Mndense mudar ahora mismo, si no quieren que los eche como perros! Estaba terrible, con el cabello revuelto, los ojos salindose de sus rbitas y el facn en la mano... Los chicos, las mujeres y hasta los hombres lanzaron un grito de terror y huyeron despavoridos... Cul no seran la clera y la fuerza de un hombre que tena su apetito? Quedando solo en el comedor, Juanillo cerr hermticamente las puertas, las ventanas y los postigos... Lo que as oculto hizo para hacer desaparecer, como si la hubiera comido, tanta carne nauseabunda, mejor es no contarlo, para no meternos en cosas sucias, ni entrar en gabinetes reservados. ...Su hazaa, que se dio por hecha, extendi pronto su nombre de ogro en veinte y treinta leguas a la redonda. El empresario del crco de lona de Pehuaj so con contratar al ogro de los cisnes, en reemplazo de la mujer que come vidrio, espadas y fuego, pues el pblico ya estaba cansado de esta mujer. Lo contuvo la posicin social de Juanillo, y la consideracin de la dificultad que haba en proporcionarle todas las noches tanta alimaa para que la comiera en pblico. Las piezas, una vez comidas, no podan repetirse, como ocurra con el vidrio, las espadas y hasta el fuego de la mujer tragona... Rodeado de esta alta fama culinaria, mal que bien, Juanillo escribi su Canto del Cisne. Volviose con l a la capital y se lo ley con su quejumbrosa voz a del Laurel y su inseparable Aristarco Lpez... --Mejor, mejor, va mejor, muchacho--afirm del Laurel.--Pero todava ni suees en publicarlo. No est escrito, no. El juicio de Aristarco fue ms severo: --Ya que eres bueno y confiado, quiero hablarte con franqueza, Juanillo--dijo a Simpln.--Tu cuento-poema se define en una sola palabra: es un mamarracho. Djate de simplezas; reconoce que no tienes talento, como tenemos yo y del Laurel; y ocpate de derecho y poltica, en los cuales no se necesita tanta inteligencia, o es, por lo menos, ms fcil simularla. Considera tu Canto del Cisne como el verdadero canto del cisne de tus ambiciones literarias! Juanillo mir a del Laurel, ansioso de que contradijera a Aristarco; pero del Laurel estaba en ese momento bastante ocupado en acariciarse la melena... Desalentado, con la muerte en el alma, Juanillo se retir entonces a su casa. Por el camino compr seis cajas de fsforos, resuelto a desler el veneno en algn vinillo dulce, para que no resultase el mortal brebaje demasiado feo...

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EL CAPITN PREZ

I A modo de fiera en un redil, la desgracia se haba encarnizado con la familia de Itualde. Primero perdi en especulaciones toda la fortuna el padre y jefe, don Adolfo. Poco despus muri, dejando en la calle a su viuda, doa Laura, y sus cuatro hijos: Adolfo, Ignacio, Laurita y Rosa, la pequea, a quien llamaban Coca. Doa Laura, que amaba a su esposo, lo llor inconsolable. Y ms todava, si cabe, sinti su antigua fortuna, perdida precisamente entonces, cuando su hija mayor iba a ser una seorita. Cay en profundo abatimiento y languideci un ao ms, al cabo del cual fue a reunirse con su esposo, en el sepulcro de la familia. Adolfo, que fuera educado en la abundancia y la holgazanera, tom sobre s las deudas de su padre, psose a trabajar empeosamente, y cas con una nia modesta y bella... Pero estaba escrito que el destino probara la paciencia de aquella familia. Al nacer el que sera primognito de Adolfo, muri la madre y muri el chico... La desgracia no viene sola--pensaba Adolfo.--Qu nos esperar despus de estos nuevos golpes? O habr terminado ya la racha negra?... Pues la racha negra no haba terminado, y otro golpe le esperaba todava: fracas en sus negocios y se enferm del pecho... Dejndose vencer del desaliento, pronto hubiera muerto tambin Adolfo, sin la enrgica y generosa decisin de su hermana Laura. Haban recetado al enfermo campo y descanso o trabajo metdico y moderado. Importndosele poco su vida, ya sin halagos, pens l descuidar los consejos mdicos... Pero Laura no lo permiti. Facilit la liquidacin de su casa en la ciudad. Solicit y obtuvo para su hermano el destino de gerente de una pequea sucursal del Banco de la Nacin, en el Tandil, interesante pueblo de la provincia de Buenos-Aires. Y fuese con l y con Coca a establecerse en el pueblo. Adolfo haba protestado. --Yo no puedo permitir, Laura, que t vayas a soterrarte, en plena juventud, en un pueblo de campo. Qudate ms bien en casa de cualquiera de nuestros tos, como te lo pidieron, y djame a mi solo... Laura replic: --De ningn modo. No te cuidaras, a pesar de que todava ests a tiempo... Iremos a cuidarte con Coca. Te haremos all un confortable hogar... Para nosotras no ser sacrificio alguno, porque llevaremos un largo luto antes de podernos distraer y divertir. Y en ninguna parte se lleva mejor el luto que en el campo. Accedi Adolfo, y fue a instalarse con sus dos hermanas en una modesta casa-quinta del pueblo donde deba desempear su nuevo cargo. Ignacio no los acompaaba porque, siendo alfrez, viva en el cuartel su vida militar. Hizo Laura prodigios con el poco dinero que llevaran y con el escaso sueldo de su hermano. Poco a poco, comprando un mes un mueble y otro mes otro, amuebl toda la casa. La hizo pintar, empapelar, decorar. Llen las habitaciones de tiestos, moos, grabados ingleses, mecedoras, almohadones, lmparas con delicados _abat-jours_... Hizo arreglar el jardn, improvis una huerta, cuid un corral de aves domsticas... Y todo esto, agregado a su biblioteca, su subscripcin a varias revistas, y a sus habilidades caseras, hicieron de la casita un verdadero oasis en

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el desierto de Tandil. Adolfo olvid all su perdida mujer, que no fuera, por cierto, un dechado de diligencia... De carcter tranquilo, acostumbrose pronto a la sosegada vida de un burcrata de aldea. Puso todo su empeo en el servicio del banco y encontr all una distraccin y un rumbo. Lleg as otra vez a comprender el _bonheur de vivre_ y a amar la vida. En consecuencia, su sangre tuvo vigor bastante para cicatrizar las incipientes llagas de sus pulmones, y se sinti fortalecido y casi curado. En aquella montona existencia campestre de la familia de Itualde, tambin corra el tiempo. Y Laura cumpli los treinta aos, Coca los veinte. Como la sociedad mejor del Tandil era rstica y cuentista, la haban evitado en su vida discreta y retirada. Teman, y con razn, que su superioridad chocase demasiado en aquel medio y que la maledicencia tomase pronto el desquite... Por ahora, las morochas del pueblo se contentaban con llamarlas esas orgullosas de Itualde. Y haba que ver con cunto menosprecio las calificaban de orgullosas, sabiendo que no eran ricas!... Poco les importaba a ellas este menosprecio, con tal de que las habladuras no pasaran a mayores... Constituan las cortas parientes. ausencias,

la nica verdadera diversin de las dos muchachas hurfanas temporadas que pasaban en Buenos-Aires, en las casas de sus Pero nunca quisieron, especialmente Laura, prolongar esas por no dejar largo tiempo solo a Adolfo.

Laura no era bonita. Con su alma deliciosamente tierna y femenina, sus formas parecan demasiado rgidas y sus maneras demasiado decididas. En cambio, Coca, que no posea un temperamento tan femeninamente abnegado, se haba hecho una mujer elegante, flexible, de agraciados modales y hermosa fisonoma. Era la _beauty_ del Tandil. Tena no menos de quince admiradores silenciosos, que iban todos los domingos y fiestas de guardar a lanzarle sus incendiarias miradas en el atrio de la iglesia, cuando sala de misa de nueve. No tenan ms remedio que admirarla de lejos, pues ella esquivaba toda ocasin de tratarlos. Sin embargo, no falt quien la acusara de coqueta... De vuelta de una de estas idas a misa, las recibi una con una noticia importante. Haba llegado al Tandil, a estancia inmediata al pueblo, que acababa de comprar, suyo, don Mariano Vzquez, soltero y de buena familia, que iban a tratar con frecuencia...

vez su hermano organizar una un antiguo amigo excelente persona

--Le he invitado a comer para esta noche--dijo a Laura.--Y es todo un novio el que te anuncio!--agreg bromeando. Laura se haba puesto escptica en materia de novios. Pensaba que no se casara, ella que naciera madre, por sus sentimientos, de todo ser que necesitase su auxilio o proteccin. Como no frecuentaba la sociedad, no conoca las rivalidades femeninas y su carcter de soltera de treinta aos no pareca agriado... Por eso no hubo el ms leve sarcasmo en su clara y bien timbrada voz cuando contest a Adolfo: --Mil gracias. Pero si tu don Mariano es un candidato a novio... lo ser a novio de Coca. Coca pregunt entonces: --Qu edad tiene? Adolfo repuso: --No s bien... Creo que cuarenta aos.

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--Cuarenta aos!--exclam Coca.--Pues se lo dejo a Laura. Arreglando la casa para recibir la visita anunciada, Laura y Coca conversaban y se divertan a costa del candidato todava desconocido... --Es preciso que usemos de todas nuestras armas--deca rindose Coca,--para vencerlo y que quede en casa, contigo, y si t no quieres o no puedes, aunque sea conmigo... Dime, Laura, y qu hars t para conquistar a ese don Mariano? --Yo?--contestaba distrada y complacientemente la hermana mayor.--Lo que t quieras. Le pondr ojitos tiernos... le dir palabras dulces... --Qu mala idea! Cmo se ve que no conoces a los hombres! --Y t, los conoces acaso?... --Por lo menos s que deben ser tratados enrgicamente para que se les venza y domine... Con ojitos tiernos, con palabras dulces, poco ha de hacerse!... Laura mir sorprendida a su hermana, dicindole irnicamente: --Habr que tratarlos a rebencazos... Encogiose de hombros Coca y rectific: --Tonta! No quiero decir eso, y bien lo sabes... Quiero decir que para enamorar a los hombres no es conveniente ser buena y franca. Hay que ser coqueta y mentirosa. --Segn con qu hombres... --Con todos! Todos son iguales! --Pues no te aconsejo que ensayes el sistema... --Con ese Mariano Vzquez?... --Con se. --Y por qu no con se?... --Por lo que yo me s... Y Laura dijo lo que se saba, habindolo odo contar en casa de su ta Viviana. Don Mariano Vzquez tuvo en sus mocedades una novia, a quien idolatraba... Pero ella, la muy picara, rompi un buen da el compromiso para casarse con su primo, un calavera de siete suelas... Don Mariano deba ser pues un hombre melanclico y escarmentado... --Sea como sea--afirm esa locuela de Coca--es un hombre, y hay que emplear con l los recursos que sirven para con todos... --De dnde t tan enterada?... --Es que tengo dos orejas que oyen bien y dos ojos que no ven mal. --Tu cabeza es la que piensa mal, tu cabeza de chorlito... Coca se pic y repuso prontamente: --Hagamos entonces una apuesta. Pongamos en prctica los dos sistemas, el tuyo y el mo, a ver cul da mejor resultado con Vzquez. T hars la nia buena y yo har la nia mala... La que le trastorne primero el seso se casar con l y... como es muy rico... dotar a su hermanita, si se queda soltera. Trato hecho!... Nada de echarse atrs!...

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Como no poda enfadarse, Laura se ri de la malicia de su hermana... Y su hermana, tomando esta risa por su aceptacin de la apuesta, exclam triunfante: --Aceptas!... Pues ya vers!... Pero tendrs que ayudarme en todo... Yo fingir novios y coqueteras, y t vas a desmentirme!... En cambio yo no me cansar de hacerte rclame, insinuando tus condiciones de hacendosa y casera... Estamos?... Pues ya vers!... Y para que Laura no se arrepintiese del pacto tcitamente consentido, Coca se lo estuvo recordando constantemente... T hars esto... Yo har lo otro... T te pondrs bonita, pero con tu traje azul de ama de llaves y hasta con un delantalcito muy mono... Yo me emperejilar con todas mis galas: me pondr flores y polvos; aun me pintara un lunarcillo en la cara si Adolfo no fuera a notarlo... Sugestionndose por su propia charla, Coca se hizo, mientras hablaba, el cuidadoso alio de una prometida para su primera entrevista con el novio. Laura tampoco se descuid, no viendo gran peligro en las chanceras intenciones de Coca... Y as fue que todava estaban riendo y proyectando, cuando son, a las siete en punto, un breve campanillazo. Era don Mariano Vzquez que llamaba a la puerta de calle.

II Don Mariano, un cuarentn bien parecido y mejor conservado, se present como amable hombre de mundo. Manifestose alegre y decidor. Si tuvo una novia inconstante en otro tiempo, esa novia pareca ya harto olvidada. Dio durante la comida alguna broma a Adolfo, con una elegante seorita que haba visto en la ventana de una casa vecina. Adolfo protest ingenuamente; l no volvera a casarse... --Se encuentra usted demasiado bien as--dijo Vzquez--con unas hermanas como las que usted tiene... Feliz de usted!... Pero esta felicidad no puede durarle toda la vida... Ellas se casarn alguna vez... --Oh no!...--interrumpi Coca. --Y por qu no se casa usted?--pregunt Adolfo a su amigo. --En cuanto a m--contest Vzquez, con un vago dejo de tristeza--debo decir que siento no haberme casado... Sobre todo cuando visito un home tan alegre y carioso como ste! --Pero aun est usted a tiempo de casarse, seor Vzquez!--interrumpi otra vez Coca, como distradamente y como arrepintindose luego de su distraccin... Vzquez no se dio por entendido, y sigui hablando, ahora de temas indiferentes. Describi su establecimiento, exponiendo sus planes y proyectos con juvenil animacin. Termin insinuando su deseo de que lo honrasen pronto con su visita de buenos vecinos de campo... --Aunque mi hospitalidad y mi mesa de soltern--aadi--no sern tan confortables como las de esta casa... Coca hizo un gesto como diciendo que no les importaba la casa y la mesa, sino el dueo de casa y amigo... Mientras ste, saboreando el postre, un dulce de fresas, exclamaba sinceramente: --En mi vida com nada ms delicado! --Es obra de Laura--observ Coca, faltando impudentemente a la verdad, porque ella era la autora del dulce.--Esta Laurita tiene unas manos de oro para la cocina... Yo la envidio; pero prefiero pasear o leer a

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perder mi tiempo en esas labores caseras. Y mir a su hermana mayor para que no la fuera a desmentir. Cada cual deba desempear hasta el fin el papel que se impusieran! * * * Y desempeando su papel, por seguir la broma, Laura ofreci ms dulce a Vzquez... Luego le convid con un licor de su cosecha... y dej que admirara su habilidad--esta vez verdadera--en el arreglo de la casa... A su vez, Coca no olvid un momento de hacerse la coquetuela, melindrosa y casquivana. Dijo que la msica le atacaba los nervios, que detestaba el campo, que su ideal era el _dolce far niente_, y cien necedades ms... Vzquez le pregunt si tena novio, y ella se puso muy colorada al contestar dbilmente que no, como si dijera: Los tengo a montones. --Supongo que todava hay jvenes de buen gusto en el mundo--dijo galantemente Vzquez. Con femenina impertinencia, Coca le repuso: --Los jvenes de buen gusto no me han de querer a m, pobre y rstica campesina... Despus de comer, Coca ofreci bombones al estanciero, en su rica caja de porcelana de Saxe, resto de los antiguos lujos de la casa. --Hermosa bombonera!--observ Vzquez, admirndola. --Un recuerdo del corso de las flores, en la ltima temporada que pasamos en Buenos-Aires...--aclar Coca, afectando cortedad. --Regalo de quin?... --Oh, no suponga usted nada!... De un buen amigo y compaero de armas de mi hermano Ignacio... el capitn Prez... Y as solt, aprovechando la ausencia de su hermano Adolfo, que se haba levantado a traer cigarros, el primer nombre que se le vino a la cabeza... Dijo Prez como podra haber dicho Fernndez, Rodrguez o Martnez. Lo importante era inventarse un novio, ya que no lo tena verdadero, para despertar celos en Vzquez... Los hombres deban sentir los celos antes del amor!... Laura mir con asombro a su hermana, y no se atrevi a aclarar el punto, dejando correr la invencin del capitn Prez, el pretendiente fantasma... Despidiose Vzquez y volvi al cabo de tres o cuatro das. Sus visitas menudearon desde entonces. Vena a jugar al ajedrez con Adolfo. Se hizo ntimo de la casa... En presencia de Coca, nunca se olvidaba de mentar al capitn Prez, con cualquier pretexto... Una vez, Adolfo pregunt: --Quin es ese capitn Prez? Levemente turbada, sin mirarle, Coca le repuso: --Un amigo de Ignacio... Creemos que ahora est con l en el campamento de Mendoza, pues era de su mismo batalln... Viniendo en auxilio de su hermana, Laura agreg:

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--Lo conocimos y tratamos mucho en casa de ta Viviana, a donde iba casi diariamente. Es extrao que no hablaran antes de tal capitn Prez, pens un momento Adolfo, sin dar al militar mayor importancia... Por el contrario, Vzquez pareca darle importancia... Y nunca se olvidaba de colocar a su respecto alguna palabrita, que Coca escuchaba simulando una displicencia afectada... El personaje imaginario lleg as a ser familiar en la casa. La misma Laura, que afirmaba haberlo conocido y tratado en casa de la ta Viviana, se prestaba a una broma que pareca inocente... El capitn Prez era simptico, buen mozo, alegre, en fin, posea numerosas condiciones que la buena voluntad pudiera suponer en cualquier sujeto militar joven... Tena un brillante porvenir... Se haba batido una vez en duelo... Y el capitn Prez esto... y el capitn Prez aquello... Estando una tarde Vzquez de visita, recibieron del campamento de Mendoza la fotografa de los oficiales del cuerpo, que les enviaba Ignacio, ltimamente ascendido a teniente primero. Laura lo busc en el grupo y se lo indic a don Mariano... Y Coca, anticipndose a un deseo de ste, seal con su dedito rosado un oficial cualquiera, diciendo, con agradable sorpresa: --Y aqu est el capitn Prez... --Cul? cul?--preguntaron a un tiempo Adolfo y don Mariano, no pudiendo precisar la indicacin de Coca. Coca, imperturbable, seal: --El tercero a la izquierda de Ignacio... Ese que tiene la mano puesta en la cintura. El que tena la mano puesta en la cintura era uno de tantos, sin seas particulares, de bigote y de uniforme como los dems... --Est bastante parecido--observ Laura, dando un pellizco en el brazo a su traviesa hermanita. --Regular...--contest sta.--Es ms buen mozo. Con ms sorna que irona, intervino Vzquez: --Pues en el retrato parece un negro... --Un negro! un negro!--exclam Coca indignada.--Si es ms blanco que usted!... --Es que la fotografa es bastante mala--observ Adolfo, con su acostumbrada buena fe. Los originales son sin duda mejores que el retrato--agreg Vzquez.--No es verdad, Rosa? Slo despus de un rato, Coca se dio por entendida: --Me habla usted a m, Vzquez?... Llmeme Coca entonces, como todo el mundo, por favor!... Yo no sabra a quin habra hablado usted, si me llama Rosa... Coca me llaman todos mis amigos... Y creo que tengo bien el derecho de pensar que usted es uno de ellos, y de los mejores! Don Mariano asinti, inclinndose con galantera y sonrojndose levemente: --Mil gracias por considerarme un amigo, aunque un poco paternal...

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Pues Coca llamar mientras viva a la ms bonita nia que he conocido! Al orle, Coca le amenaz graciosamente con su abanico chinesco... --Si es usted un amigo tan paternal, principie por no hacerme cumplimientos ni adularme. Los piropos son un veneno para las nias frvolas y coquetas como yo! Y mir a Vzquez con la ms tierna de sus miradas y le sonri con la ms mona de sus sonrisas, como dicindole: Pero no importa que las lisonjas sean un veneno. Yo soy golosa de ese veneno como un ratoncillo... Sobre todo cuando viene de persona tan simptica como t! Era demasiado para don Mariano!... Con qu gusto se cambiara por aquel afortunado capitn Prez!... Y pensar que tan odioso militarejo pudiese llegar de un momento a otro a destruir el pequeo e inocente placer de su amistad con la deliciosa criatura, como un asno que arranca con los dientes, al pasar por un jardn, una florida mata de claveles!

III Mientras don Mariano se desvelaba recordando las gracias y donaires de Coca, Coca conversaba largamente con Laura sobre don Mariano. Las dos hermanas dorman en la misma habitacin desde que muriera su madre. Y, una vez apagadas las luces, antes de dormirse, aprovechaban ese momento de silencio e intimidad para hacerse sus inocentes confidencias y comunicarse sus temores y esperanzas. --T no has cumplido bien con nuestro pacto--deca Coca a Laura.--En vez de tomar la pose de nia buena y hacer gala de tus caseros talentos, te achicas y enmudeces cuando viene Vzquez... Te limitas a sonrerte de mis manejos, y en el fondo los execras, hallndome indigna de ti... --Indigna de m!... --No me vas a decir que apruebas mi proceder, porque yo s que por dentro me lo desapruebas... Pero no podrs ya pensar que no sea excelente mi sistema de hacer la nia mal criada!... A don Mariano se le cae la baba cuando me mira... Despus de un momento, con voz ligeramente sorda, Laura repuso: --Si resultas vencedora no es por tu sistema, como dices, sino porque eres ms joven y ms bonita que yo... --Ms joven y ms bonita que t!--interrumpi fogosamente Coca.--Si t eres la ms buena, la ms inteligente y la ms linda de todas las mujeres del mundo! Ese tontuelo de don Mariano no ha de tener ojos ni seso cuando no te elige a ti, que pareces mandada hacer para l!... Los dos sois generosos y tranquilos, los dos aficionados a la lectura y a la msica, los dos de una edad correspondiente!... Dejando pasar otra pausa, y con voz todava ms apagada, dijo Laura: --Pues ya lo ves, l te ha elegido... y me ha desairado. --Ni te ha desairado, ni me ha elegido... Soy yo quien no le ha dado tregua un momento... Y si alcanzara el triunfo, t tendras un poco la culpa de mi triunfo... Por qu no has aplicado t tambin tu sistema de conquistarlo, como convinimos?... Es necesario no dejarse andar. Aydate y Dios te ayudar..... Pues yo quiero que te ayudes, hermanita! Y para empezar, maana hars algn postre exquisito, que mandaremos a Vzquez... Con ms energa de la que al caso correspondiera, protest Laura: --No faltaba ms!... Puedes estar segura de que no har semejante

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cosa! --Entonces, yo lo har por ti. Fabricar algo bueno y se lo enviar en tu nombre... El inconveniente es que no s si contar maana con los elementos indispensables. En todo caso, se me ocurre prepararle unas empanadas de vigilia, de esas especiales que yo s amasar... --Por Dios, Coca!--exclam alarmada Laura.--No vayas a mandar empanadas de vigilia! Mira que hemos pasado la Cuaresma! --Empanadas de vigilia o cualquier otra cosa! Maana mismo las tendr Vzquez en tu nombre!.....--afirm Coca con decisin. Dese luego las buenas noches a su hermana para cortar toda rplica, diose vuelta hacia el lado de la pared, y qued pronto dormida como un pajarito. Entretanto, escuchando su fcil y rtmica respiracin, Laura se revolva insomne entre las sbanas. Agitbanla pensamientos tan vagos y tristes, que no acertaba ni hubiera querido confesrselos a s misma... A la maana siguiente Coca se puso muy temprano a la obra. Sin atender a las protestas de su hermana, que amaneca con dolor de cabeza, amas y coci unos delicados pastelitos criollos. Y, escondindose de Laura, mandselos en su nombre a don Mariano, para que los probase, ya que haba sido tan amable de elogiar en dos o tres ocasiones sus habilidades de repostera. En la misma tarde pas don Mariano por la casa de sus amigos a agradecer la atencin. --Eran deliciosos sus pastelitos. Se notaban en ellos las manos de una hada benfica--dijo a Laura. Sin atreverse a aceptar un agradecimiento que no mereciera, Laura pareca turbada... Adolfo, que estaba presente, contest entonces por ella: --No son obra de Laura, Vzquez, sino de Coca... --Laura fue quien los hizo y los mand--afirm sta osadamente. --No me explico entonces cmo es a ti, Coca, a quien se los he visto amasar esta maana, cuando pasaba por el jardn!--exclam Adolfo sin la menor malicia. Hzose un silencio embarazoso... Observando que tambin se sonrojaba Coca, don Mariano pens: Parece que la chica es la de los pasteles... Es muy extrao que me los mandara con el nombre de su hermana... Y, aunque quisiera desecharla, desarrollbase en su espritu una idea bien halagadora para su vanidad de cuarentn. Coca debera sentir hacia l viva y juvenil simpata... Por qu, sino por eso, le enviara su pequeo obsequio? Por qu, sino por eso, ocultaba su nombre bajo el de su hermana, ruborizndose luego de su ingenuo subterfugio?... Y en la memoria de Vzquez fueron precisndose una serie de pequeos detalles, que bien pudieran considerarse sntomas de la simpata de Coca... El agrado con que siempre le recibiera, el rubor que sola enrojecerle las mejillas cuando le hablaba, las cariosas miradas que ms de una vez sorprendi en sus ojos claros y lmpidos... El obstculo era ese maldito capitn Prez! Evidentemente, algo haba pasado entre ella y l... De otro modo no se explicaban las frecuentes alusiones y chanzas que acerca del oficial provocaba la misma Coca, sin duda por tenerlo siempre presente!... Preocupado con estos pensamientos sali Vzquez de la casa de Itualde, y tan preocupado, que tropez en la calle con un transente... --Vamos, don Mariano--lo interpel ste--que me atropella usted!...

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Anda usted distrado... Las malas lenguas dicen que est usted enamorado, y casi me siento en disposicin de creerlo... Levant Vzquez la cabeza. Viendo que era el juez de paz quien le hablaba, se apresur a disculparse y a preguntarle, con voz cortante, casi con fastidio: --No veo cmo pueden las malas lenguas decir que yo est enamorado, seor juez... De quin?... --No podra ser sino de alguna de las seoritas de Itualde, puesto que ellas son las nicas personas que le interesan a usted en Tandil... --Visito a Adolfo; siempre fui su amigo... No veo nada de particular en ello... Y, por otra parte, las seoritas de Itualde son dos: Con las dos no he de casarme!... --Al principio--explic el juez de paz--se crey que usted pretenda a la mayor, a Laura. Despus hemos sabido que es a la Coca... --Cmo han podido saber tal cosa? --Muy fcilmente... Observndolo a usted las pocas veces que se ha encontrado con ellas en pblico, al salir de la iglesia o en la plaza... Entonces se ha visto que usted hablaba ms con la menorcita que con la mayor, y la gente ha notado lo que pasaba... --Qu importa a la gente lo que pasaba... si es que algo pasaba? --Es que en estos pueblos de campo no hay ms distraccin que ocuparse de lo que hacen los dems... Vzquez rectific: --Y de lo que no hacen... Bonita ocupacin!--Y aadi, cambiando de tono:--Pues spase usted que Coca tiene un novio, o festejante... --Cmo!--replic incrdulo el juez de paz.--Si no se ve con nadie en Tandil! --Podra tener el novio ausente... Y le dir a usted que presumo lo tenga... Para ms datos, puedo asegurarle que l le ha regalado una preciosa bombonera de Saxe... Aun duda usted?... Para que no dude ms le agregar que, segn creo, es militar... Viendo que todava vacilaba el juez de paz, Vzquez no pudo contenerse, y dijo: --Se llama el capitn Prez. Apenas enunciado este nombre, arrepintiose de enunciarlo don Mariano... Pero se arrepinti tarde... Se desminti, y no le creyeron... No le quedaba ms recurso que pedir encarecidamente silencio y reserva al juez de paz... Hacalo as cuando el juez le interrumpi despidindose: --Vaya tranquilo, don Mariano, que no lo dir a nadie... Por quin me toma usted?... Detesto los cuentos e intrigas como al propio demonio! No habra andado veinte pasos el juez de paz despus de despedirse de don Mariano, cuando tropez con el mdico. Y no habra hablado veinte palabras, cuando ya le dio la noticia, muy confidencial y secretamente, de que la menor de las de Itualde, la _beauty_ del Tandil, tena un novio en Buenos-Aires, el capitn Prez... No se saba eso con certeza; pero haba muchos datos para presumirlo. Cmo explicar de otro modo su desvo para con la juventud dorada del pueblo?... El mdico cont la noticia esa misma tarde, pidiendo reserva, en la tertulia del boticario... De la tertulia del boticario pas ella al Club

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Social, donde fue la novedad del da... Esa noche era jueves, y haba concierto popular y paseo en la plaza principal del pueblo. Todo Tandil estaba all. La novedad del da, saliendo del Club Social, cay como una bomba entre la selecta y numerosa concurrencia. Los admiradores y cortejantes de Coca recibieron general rechifla... Entre ellos sobresalan dos periodistas: Publio Esperoni, secretario de redaccin de _La Maana_, y Jacinto Luque, cronista de _El Correo de las Nias_. Publio Esperoni recibi la noticia sin pestaear, con ostensible incredulidad, tirndose los negros mostachos... Jacinto Luque, poeta barbilampio y melenudo, tal vez por contradecir a su execrado rival, dijo que la noticia era cierta... l la saba desde algn tiempo atrs... No haba querido publicarla para que otros persistieran en el desairado papel de pretendientes... --Qu maldad!--exclam Lolita Sartori. Y Filomena Lorenzana pregunt: --Qu tal persona es ese capitn Prez? Dndose aires de hombre de mundo, Jacinto repuso: --Excelente sujeto!... No lo he tratado mucho; pero lo encontr a menudo durante mis permanencias en la capital federal. Frecuenta la mejor sociedad bonaerense! --Claro!--interrumpi sarcsticamente Publio.--Si frecuenta la mejor sociedad bonaerense, tiene que haberse encontrado a menudo con Luque en los salones elegantes! Riose Lolita Sartori de la impertinencia de Publio, y Jacinto comprendi que se burlaban de l... Dudaban de que hubiera conocido al capitn Prez... Para vencer esa incredulidad, hombre de rpida y fogosa imaginacin, _ipso facto_ invent l y cont cmo le conociera, oh, de un modo bastante chusco!... Estaba l en un baile, conversando con la joven y distinguida duea de casa, sentados ambos en el comedor... Como hablaba al odo de su compaera, tena agachada la cabeza... --Las cosas que le estara diciendo el muy pcaro!--interrumpi Lolita. Jacinto prosigui impvido su historieta. Tena agachada la cabeza, de modo que el cuello de la camisa se le separaba un poco del pescuezo, en la parte de atrs, dejando algo como una rendija... Pues por esa rendija sinti de pronto que se le colaba un lquido helado y le corra a lo largo de la espina dorsal!... Dio vuelta la cabeza dispuesto a castigar severamente al bromista, encontrndose con un apuesto capitn que tena en la mano una botella de champaa frapp... Era el capitn Prez!... El lo increp duramente pidindole su tarjeta para mandarle al siguiente da sus padrinos... Otra vez Lolita, esa pizpireta incorregible, tan movediza como la Piedra movediza de su pueblo, dijo burlonamente: --As me gustan los hombres, altivos y valientes! --Ver usted--termin Jacinto.--No hubo tal duelo... El capitn Prez, que es un cumplido caballero a quien conoce toda la sociedad bonaerense, me dio sus explicaciones. Estaba sirvindose champaa y le empujaron el codo... Deba, pues, disculparlo!... Y como lo corts no quita a lo valiente, lo disculp!... Tena l acaso la culpa de que le empujaran el codo?

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IV Habiendo afirmado Jacinto Luque la suma distincin del capitn Prez, todos los dandies del Tandil, declararon conocerlo, siquiera de vista. El presunto novio de la beldad local lleg as a tener cierto renombre en el pueblo. Los innumerables pretendientes de Coca excusaban su derrota adornando al vencedor de excepcionales cualidades. Por lo menos, era buen mozo y rico... La prueba de su riqueza era el esplndido regalo que enviara ltimamente a su novia... La bombonera que mencion don Mariano Vzquez se haba convertido, para aquellas imaginaciones meridionales, en un cofre artstico lleno de piedras preciosas; perlas, diamantes, rubes, zafiros... Quin poda hacer semejantes obsequios en el Tandil?... Esas mujeres! Bien las conocera Mefistfeles cuando aconsej a Fausto que regalara aquellas magnficas joyas a la pequea y modesta Margarita! No pudiendo guardar secreto por ms tiempo, Jacinto Luque public en _El Correo de las Nias_, la siguiente noticia: Aunque temamos pecar de indiscretos, nuestros buenos deseos de informar al amable pblico tandilense que nos favorece, impdenos guardar silencio ms tiempo sobre una novedad sensacional. Se trata de un noviazgo ltimamente concertado entre una de las ms distinguidas seoritas de esta localidad y un conocido caballero bonaerense. He ah sus respectivas siluetas: _Ella._--Tiene la belleza de una hur del sptimo cielo de Mahoma y la gracia de una andaluza. Es joven como una maana y fresca como la flor cuyo nombre lleva y que suele reputarse la reina de las flores. Ms que por este nombre, concesela por un gracioso diminutivo, que consta de cuatro letras, principia por la tercera del alfabeto y rima con boca y con tapioca. _l._--Es oficial del ejrcito argentino. Aunque joven, ostenta ya los galones de capitn, y pronto ser sargento mayor, y luego teniente coronel. Tiene aire marcial, no es alto ni bajo, usa bigote. Goza de verdadero prestigio entre los compaeros y superiores que han sabido avalorar sus excelentes prendas. Su apellido, de cinco letras, es uno de los ms comunes y generalizados en gente de origen espaol. Termina con la ltima letra del alfabeto y principia con la misma que prcer y pueblo. Feliz coincidencia, que bien podemos reputar como augurio de que alguna vez ser un Prcer del Pueblo! Tan precisos eran los datos y tan claras las seas, que ningn lector ni lectora de _El Correo de las Nias_ dud un instante de quines fueran los silueteados. Hasta las modistas y los almaceneros del Tandil saban perfectamente que el suelto se refera a Coca Itualde y el capitn Prez. Por si alguno dudaba todava, _La Maana_, el diario de Publio Esperoni, confirm la noticia, esta vez con nombres y apellidos. El suelto, breve y displicente, limitbase a decir que el capitn Prez haba pedido la mano de la seorita Rosa Itualde. El casamiento iba a verificarse a fin de ao y el matrimonio fijara su residencia en la capital federal... Nada ms deca _La Maana_! Cul no sera el asombro de Laura y Coca cuando, sin preparacin previa a causa de su vida retirada, leyeron las noticias de _El Correo de las Nias_ y _La Maana_! --Ser ste el Prez que yo he inventado?--preguntaba Coca, entre divertida y fastidiada. --Vaya una gracia con el Prez que inventaste!--respondi Laura.

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--S, pero lo invent en familia,--agregaba Coca,--para nosotras y no para que estos indiscretos de los peridicos la creyeran y repitieran... Slo Vzquez puede haberla contado!... Francamente, yo lo crea ms discreto!... Ya me las pagar! --Deja tranquilo a Vzquez, que l no tiene la culpa. La culpa es tuya y nada ms que tuya, que estabas continuamente insistiendo con la bromita de tu Prez... Alguna vez iba a divulgarse la noticia, si t, la interesada, parecas hacer para ello lo posible!... Queras que Vzquez te guardara eternamente el secreto?... Adems, todava no sabemos si ha sido l... Y debemos presumir que en ningn caso l ha dado la noticia a esos papeluchos, y menos en esa forma asertiva y categrica! --Es para morirse de risa... esto de que me casen con un personaje de mi propia invencin! --No es slo para rerse, Coca. Tambin hay que desmentir la noticia, pues que te perjudica... --Pero si el novio es un fantasma imaginario... --No importa. La gente te creer comprometida... Hay que desmentir hoy mismo!... --Descubriendo que no existe semejante capitn Prez?... Por favor, Laura!... --No hay necesidad de decir eso. Daremos por cierta la existencia de tu capitn, y slo negaremos tu compromiso. Deja que yo hable con Adolfo, para que l pida una rectificacin en _La Maana_. Y pierde cuidado... No descubrir tu mentirilla, para no avergonzarte, como lo merecas, por faltar a la verdad! Coca dio un beso a Laura para desenojarla y agradecerle su intervencin. Laura habl con Adolfo. Y Adolfo se aperson a Publio Esperoni, pidiendo rectificara la noticia. Recibiole Publio cortsmente y se lo prometi. Mas su rectificacin no fue un verdadero desmentido. Como _La Maana_ se pretenda infalible, limitose a decir que la noticia anunciada del prximo enlace de la seorita Rosa Itualde y el capitn Prez era todava prematura. Hacase esta rectificacin a pedido de su hermano, el distinguido caballero don Adolfo Itualde, gerente de la sucursal del Banco de la Nacin. Nadie crey el desmentido. El capitn Prez sigui siendo, para todo el Tandil, el pretendiente predilecto de Coca, su novio o su futuro novio... El mismo don Mariano, presumiendo toda la culpa de su indiscrecin, dej de ir unos das a la casa de Itualde... Cuando fue, despus de enviar cmo heraldo un gran canasto de la ms hermosa fruta de su estancia, encontr a sus amigos como de costumbre... Slo Coca le hizo sus recriminaciones. De quin sino de l poda haber partido la mentirosa noticia? Vzquez estaba tan cortado y confundido ante la nia, como un reo homicida ante su juez. Se disculp en cuanto pudo. Haban exagerado y tergiversado sus palabras, dichas al descuido... l haba credo simplemente, por las continuas bromas, que el capitn fuera uno de tantos festejantes... Coca lo neg: --Nada de festejante!... Un amigo, nada ms que un amigo cualquiera... Ni siquiera un amigo ntimo y preferido como usted, al que antes considerbamos poco menos que de la familia... El dardo dio justo en el blanco. Conque el capitn Prez no era ms

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que un amigo--pensaba Vzquez,--y yo soy un amigo mucho ms querido que l!... La antigua idea del especial afecto que haba despertado en Coca, retornaba pues a su espritu... Y por qu no podra ser cierta?... Pasiones ms extraordinarias se vean a cada momento! Sin apurarse, poco a poco, se insinuara l en el nimo de la agraciada nia. Para escapar a las indiscretas miradas de los tandilenses, el mismo capitn Prez le servira de pantalla...

V Porque, mientras don Mariano continuaba callado y pacientemente su obra de ganarse la voluntad de Coca, corran en el pueblo innumerables ancdotas e historietas acerca del oficial. Los amigos de las de Itualde lo defendan y ensalzaban, le atacaban los enemigos... Entre esos enemigos, sintindose desairado por la esquiva beldad, el ms temible era Publio Esperoni. Publio Esperoni poda bien considerarse un mal sujeto. Haca gala de serlo, haca profesin de serlo... Sin Dios y sin patria, atacaba con implacable irona de anarquista lo que desdeosamente llamaba los prejuicios sociales, es decir, Dios y la patria! Su acerada pluma, guiada por su espritu venenoso, abra heridas y levantaba ampollas en la epidermis de los pacficos e inofensivos burgueses del Tandil. Odiando sinceramente a su afortunado rival el capitn Prez, esperaba ansioso la oportunidad del desquite. Pronto se le present esta oportunidad. Los grandes diarios populares de Buenos-Aires dieron cuenta al pblico, en sus ltimos nmeros, de un presunto escndalo en el ejrcito nacional. Habase levantado un sumario contra varios oficiales, a quienes se acusaba nada menos que de traicin a la Repblica... Sus nombres permanecan an reservados... Pues _La Maana_ del Tandil insinu vagamente alguno de esos nombres. Public un extenso artculo titulado Los traidores a la patria, comentando y abultando la noticia de los peridicos bonaerenses... Y al final agregaba que, segn datos enviados por sus bien informados corresponsales de la capital federal, ellos conocan los nombres de los oficiales indignos, tan severa y justamente acusados... Aunque no se pudiera todava afirmar con seguridad, parece que entre ellos figuraba el capitn P. Era sin embargo de desearse que slo por un error judicial y militar se incluyese en la ignominiosa lista el nombre de este oficial, amigo de una de las ms respetables familias de la localidad. El capitn P. no poda ser sino el capitn Prez... Y todo el Tandil se conmovi con la noticia. Sera verdad?... Qu haran ahora los Itualde?... Pero nadie se conmovi ms que Jacinto Luque, el joven poeta barbilampio y melenudo, redactor de _El Correo de las Nias_. Con su viva inteligencia y su conocimiento del periodismo local pronto sospech que se trataba de una insidia de Esperoni. Confirmole esta idea el hecho de no hallar, en los peridicos de Buenos-Aires, ni la ms remota referencia a ningn capitn Prez... Profundamente indignado contra el redactor de _La Maana_, que tantas veces le ridiculizara y burlase, public en su peridico un suelto terrible destinado a desmentir la atroz imputacin. Se titulaba El honor y la calumnia y se subtitulaba Un Dreyfus argentino. Es realmente lamentable--deca--que un diario que se precia de serio, _La Maana_, publique tan prfidas y calumniosas insinuaciones como la que aparece en el nmero de hoy... No tenemos por qu ocultarlo: la insidiosa inicial del capitn P., se refiere al capitn Prez... Ms valiese haberlo nombrado!... Nosotros conocemos a este distinguido militar, con cuya amistad altamente nos honramos... Le sabemos pundonoroso y honesto... La noticia de que est mezclado en la traicin ltimamente descubierta es falsa, absolutamente falsa. Lo garantizamos bajo nuestra fe de periodistas y de ciudadanos...

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_La Maana_ contest este suelto. Deca que en su poder obraban documentos sensacionales que publicara ms adelante... Por entonces se limitaba a asegurar que el capitn Prez (ya que el colega lo nombraba) estaba acusado... _La Maana_ deseaba de todo corazn que fuese inocente y se le absolviese... Hasta lo esperaba... Pero haba sus comprometedoras presunciones y sus slidos comprobandos, que ya conoceran a su tiempo los lectores... Al leer estas prfidas lneas, se extremeci Jacinto con justa clera. Vibrante como una arpa agitada por los esquelticos dedos del huracn, su alma estall en protestas e imprecaciones. Public as _El Correo de las Nias_ un nuevo suelto poniendo en su lugar a la pluma viperina que arrojaba diariamente su ponzoa, desde las columnas de _La Maana_, sobre todo lo ms santo y respetable: el honor, la libertad, la religin, la familia, la patria... El asunto Prez degeneraba en una cuestin personal entre los dos periodistas. Pues Publio contest la ltima tirada de Jacinto llamndolo afeminado esteta... El afeminado esteta le mand sus padrinos, y el de la pluma viperina nombr los suyos... Cuatro largos das pasbanse ya los padrinos discutiendo sin descanso en el Club Social las condiciones del duelo... Los representantes de Jacinto pretendan que Jacinto era el ofendido, los de Publio que lo era Publio. Ambos se arrogaban pues el derecho de la eleccin de armas... Para Luque, el arma deba ser el nobilsimo acero de la espada; para Esperoni, buen tirador de pistola, la pistola... Aun aceptando la pistola los de Jacinto, los de Publio exigan condiciones imposibles: a diez pasos de distancia y tirar indefinidamente hasta que uno de los adversarios quedase tendido en el campo del honor... El Tandil presentaba entretanto el animado aspecto de una ciudad griega durante las guerras del Peloponeso. La poblacin entera se agitaba y hablaba en todos los sitios, pblicos y privados... Un grupo de seoras de la sociedad de beneficencia llamada de las Damas del Divino Rostro, compuesto de la presidenta primera, la vice-presidenta tercera y la secretaria segunda, fue a ver al comisario. Se solicitaba la intervencin de la polica para impedir un encuentro sangriento entre los dos distinguidos caballeros... Y el comisario prometi hacer cuanto pudiera para evitarlo. No tuvo necesidad de hacer mucho, porque los mismos padrinos lo evitaron. Llegaron por fin a ponerse de acuerdo hacindose recprocas concesiones. Publio no haba afirmado nada deshonroso respecto del capitn Prez; se limitaba a dar una noticia, tal cual le fuera comunicada de la capital federal, y hasta ponindola en duda... Por consiguiente, Jacinto retiraba sus calificaciones de pluma viperina y de prfida calumnia... No dejando ya en pie lo de la pluma viperina y la prfida calumnia, quedaba en nada lo de afeminado esteta... Y as de seguido, hasta resultar, naturalmente, que nadie tuvo jams la intencin de ofender a nadie y que los dos duelistas eran unos perfectos caballeros. En constancia de ello firmaban las actas los cuatro padrinos de un tenor. Publicadas las actas al siguiente da en _La Maana_ y en _El Correo de las Nias_, ocupaban tres largas columnas, las tres primeras y de preferencia... Con ello, aument, si cabe, la popularidad del capitn Prez en el pueblo del Tandil... La pacfica solucin del lance personal dejaba sin embargo en blanco el problema de la culpabilidad del capitn Prez. Era traidor? No era traidor?... Tal era el dilema que corra en todas las bocas. Unos se declaraban por la culpabilidad del capitn Prez, otros por su inocencia. Y las discusiones violentas y sutiles arreciaban como en las grandes crisis polticas. Es que en el fondo del asunto haba una

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verdadera cuestin poltica. Los conservadores y moderados se declaraban perecistas, antiperecistas los radicales y liberales. Del temperamento y de las ideas dependa pues el estar o en contra o en favor del acusado, por su condena o por su absolucin. Cuando dos tandilenses se encontraban en la calle, en el club, en los negocios, en cualquier parte, la pregunta de rigor era sta: --Y qu piensa usted de la Cuestin? El interrogado contestaba, si era perecista, que se trataba de una perversa intriga; si antiperecista, que el ejrcito nacional deba depurarse de sus malos elementos... Naturalmente, no siempre coincidan las ideas de los interlocutores. Y al chocarse las opiniones contrarias, se iniciaban interminables contiendas. Los contendientes barajaban en sus largas peroratas y mariscalendas las fundamentales ideas de honor, patria, verdad, progreso, etc., etc. Estas ideas eran en gran parte tomadas de la prensa local. Porque aun despus del lance de honor, _El Correo de las Nias_ y _La Maana_ siguieron tratando el asunto Prez, si bien evitaban incurrir de nuevo en ingratas cuestiones personales y de campanario. Ms de una vez se temi que las discusiones degenerasen en disputas, las disputas en peleas, las peleas en batallas... Algunos bofetones y botellazos volaron en la estacin ferroviaria y en el Club Social... Tambin hubo sus trifulcas en la escuela. Marciano Esperoni, un sobrino de Publio, se permita vociferar contra el capitn Prez, al cual prodigaba los eptetos ms injuriosos y hasta obcenos... Al orle, Atanasio Luque, el hermano menor de Jacinto, replicole como se mereca... Y sin respeto al maestro, que estaba presente, los dos alumnos, despus de insultarse a gusto, se vinieron a las manos... Los antiperecistas (futuros radicales) tomaron inmediatamente la parte del pequeo Esperoni, los perecistas (futuros conservadores) la de Luque... Y tal fue la batahola, que tuvo que venir la polica a aplacarla! Los pisos, los bancos, los mapas, los pizarrones, todo qued para siempre salpicado de sangre arrancada de las narices a feroces soplamocos. Alarmado por la exaltacin general de los nimos, el comisario pidi a la provincia se reforzara la polica con nuevo personal... El cura, desde el plpito, fulmin a los antiperecistas, declamando contra la calumnia y la difamacin. Menester era cortar, una por todas, las siete cabezas de esa hidra feroz, para salvar el honor de la patria y la santidad de la iglesia! Tambin las bellas artes contribuyeron a la terrible lucha de ideas que tena por teatro el pueblo del Tandil. En un semanario cmico popular, el _Pica-pica_, de furiosas ideas radicales y por ende netamente antiperecista, aparecieron una serie de caricaturas del Gran Capitn (ya se poda llamar a Prez como a Gonzalo de Crdova). Representbasele en ellas de puerco, de serpiente, de clown, y hasta de mascarita, es decir, ponindose por careta la noble imagen de Dreyfus!... El maestro Thigi, director de la nica banda de msica que haba en el pueblo, era compositor y perecista. Por eso compuso una marcha militar titulada La marcha del capitn Prez, que, en los conciertos populares de los jueves, arrancaba los aplausos de una mitad del pblico y la rechifla de la otra... Dos o tres anarquistas llegaron a interrumpir la preciosa msica, que tena sus pujos de wagneriana, con retumbantes rebuznos, para los cuales posean particular habilidad. El maestro Thigi mand entonces al del bombo que cubriera los rebuznos, en cualquier momento que se oyeran, con estruendosos golpes. Pero los rebuznos eran ms fuertes que el bombo, y echaban a perder los mejores efectos de la pieza... Para acallarlos tuvo que intervenir el comisario, con amenazas y juramentos... El comisario deseaba permanecer neutral. Se deca slo partidario del

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orden y del derecho. Mas nadie ignoraba que, en el fondo de su sensible corazn de patriota (un comisario tiene corazn como los dems hombres), inclinbase hacia la causa del capitn Prez; conceptubala como la Causa de la Justicia y de la Patria. Esta tendencia oficial contena un tanto los avances y rabiosos desmanes de antimilitaristas y anarquistas. La paz reinaba en Varsovia... Felizmente para el Tandil!

VI Intimidados por la tormenta de las pasiones populares y deseosos de evitarla, Adolfo Itualde y sus hermanas refugironse en su casa-quinta. Hasta all llegaban, sin embargo, los ecos de la lucha, y de modo harto expresivo!... Los partidarios de Prez enviaban su adhesin a la familia que suponan lo representara en el pueblo, en forma de felicitaciones para Coca, por su compromiso. El compromiso era el pretexto de hacer presente su simpata. Nadie se daba, pues, por enterado de la rectificacin de _La Maana_... Y haba que aguantar aquel chubasco de inoportunsimas enhorabuenas! Los contrarios, gente enemiga de la burguesa, gente grosera y sin delicadeza, mandaban, en cambio, a los tres miembros de la familia, terribles annimos difamatorios contra el supuesto novio... Y los annimos eran ms copiosos y categricos que las felicitaciones... El cartero dejaba en la casa de Itualde, por trmino medio, desde haca dos semanas, una felicitacin diaria y tres annimos. Laura era ya tan ducha en conocerlos, que por el sobre distingua la una de los otros. Los sobres limpios y firmemente escritos eran de felicitaciones; los sobres sucios, ordinarios y con letra desfigurada o de imprenta, de annimos difamatorios... Para mayor brevedad, todo se rompa o iba al canasto. Adolfo tomaba las cosas con visible y creciente mal humor. Y Coca no poda salir de su sorpresa. Ella era la que inventara aquella piedra de toque de los sentimientos locales, aquel capitn fantstico, aquel pleito interminable!... Llegaba hasta dudar de s misma. Supona que no haba inventado ms que... la verdad! --La verdad en este caso--le deca su hermana--es que la gentuza de este pueblo es ingenua y envidiosa... Se ha agarrado de este pretexto como pudiera hacerlo de cualquier otro, para desbordar su maldad y su tontera. Nada ms odioso que los pueblos chicos!... Y la hermana mayor tena que hacer grandes esfuerzos para tranquilizar a la pequea. Porque Coca, llena de temor y de amargura, tomaba ahora su asunto por el lado trgico. Antojbansele burlas las felicitaciones y personales insultos los annimos. Lloraba en secreto y se quejaba sin cesar. Tema ser una gran culpable. La mentirilla de inventarse para su particular uso un capitn Prez se le presentaba ahora como un verdadero crimen. Y as como una ave se resguarda en el caliente nido cuando estalla la tormenta, ella no tena otro refugio que la inagotable ternura de su hermana. Adolfo y Laura propusieron a Coca un viaje a Buenos-Aires, para escapar del infierno de las habladuras tandilenses, de los artculos y de los duelos, de las felicitaciones y los annimos. Con gran sorpresa de Adolfo, Coca se neg enrgicamente a este viaje, ella siempre la ms deseosa de distraerse y divertirse en casa de sus tos... Dijo que ello significara una huida cobarde, que era mejor afrontar la situacin, que no vala la pena... Adolfo insisti, rebatiendo tan dbiles argumentos... Y se hubiera llevado a la nia a Buenos-Aires, malgrado, buen grado, a no apoyarla Laura en su negativa...

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Es que los ojos maternales de Laura haban comprendido esa negativa. Coca quera quedarse en el Tandil porque le interesaba Vzquez. Eso era todo! All en su fuero interno, durante largas noches de insomnio y hasta de vergonzantes lgrimas, cunto haba meditado Laura sobre Coca... y don Mariano! El hecho era que don Mariano no se haba fijado en ella, sino en su hermanita, y que sta crea ahora corresponderle... Al principio, pareciole absurdo a Laura el casamiento de Coca y el estanciero. Ella deba intervenir y oponerse, teniendo en cuenta las distintas edades y contrarios caracteres... Pero esta oposicin, no obedecera al inconfesable sentimiento de un inters personal? No era que a ella misma le gustaba para s ese don Mariano, tan caballero y bondadoso?... Y en el alma de la joven librose silenciosamente una verdadera batalla de afectos y razones. De esta batalla result que, ponindose en guardia contra su propia persona, Laura tom la decisin de no oponerse al casamiento de Coca... El candidato era bueno; nada tena que objetarle. Fue as que una noche, en la intimidad de la alcoba, cuando estaban ya acostadas, hizo Coca a su hermana la esperada confidencia. Vzquez la pretenda, ella lo aceptaba... Despus de orla en un largo silencio, Laura, disimulando lo trmulo de su voz, respondi pausadamente: --Slo buenas condiciones le conozco a Vzquez... Pienso que sers feliz con l, si le quieres... Lo que me temo, y estoy en el deber de no ocultrtelo, es que no le quieras suficientemente... No debes casarte sino enamorada, completamente enamorada!... Todava eres demasiado nia e impresionable. Medita bien antes de dar un paso definitivo. No te dejes llevar de un rpido impulso, que despus ya no habr remedio... Hago, pues, mis objeciones contra ti y no contra l... Al escuchar esta respuesta, tuvo Coca por primera vez en su vida la impresin de que Laura, esa buena y cariosa Laura, pudiera ser algo como una persona distinta e independiente de ella; un ser con ideas y sentimientos personales diferentes de las ideas y sentimientos de la hermana a la cual pareca siempre identificarse... Pero, con el egosmo de la inocencia, pronto desech esta vaga y obscura intuicin, sin buscarle causa, para festejar alegremente el consentimiento de Laura, a quien no dej dormir en toda la noche con la chchara de sus proyectos... Como dieran las tres de la maana, Laura indic a su hermana que durmiese, con esta ltima advertencia: --Vzquez te har su declaracin uno de estos das... Lo nico que te pido es que no lo aceptes inmediatamente. De todos modos no se descorazonar, porque est bien decidido... Dale una contestacin ambigua y espera por lo menos un mes para consentir en el s, que es para toda la vida... Dile, por ejemplo, que tomars un tiempo antes de contestar, porque no ests todava bien segura de quererlo... Aunque las ltimas palabras se ahogaron en la garganta de Laura, Coca las atrap al vuelo, respondiendo prontamente: --Ests loca?... Eso sera echar agua al fuego!... Aplazar la contestacin un mes como me pides; pero con otro pretexto... Le dir que todava no estoy segura de que me quiera. Con esto termin la conversacin, tomando cada una postura para dormirse... Despus de un larga pausa, todava dijo Coca: --Un mes es demasiado, Laura... Esperar slo quince das, que ya es

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bastante. Laura no contest. Hizo como si estuviera absorta en sus oraciones, o acaso durmiendo ya. No se dej esperar la declaracin de don Mariano. Con la gravedad del caso, dijo a Coca su amor y su deseo de hacerla su esposa... Como lo conviniera con su hermana, Coca le contest, muy conmovida, que aun no se conocan bien, ni estaba segura de su cario. Aplazaba, pues, su contestacin para cuando ambos adquiriesen mejor ese conocimiento y ella tuviera esa seguridad... Pero con su mirada hmeda, agregaba bien claro: Esto es _pour la galerie_... Ten un poco de paciencia, Vzquez, que no te har esperar mucho. De mi afecto, bien segura estoy! Al poco tiempo, don Mariano apremi a su pretendida: --Debe contestarme usted pronto, Coca... Esto se va haciendo inaguantable!... Hace ya dos semanas que usted me tiene en la duda y la incertidumbre... Muy formal, respondi Coca: --Dos semanas?... Espere siquiera a que se cumplan... Apenas han pasado doce das desde que usted me habl. He contado muy bien, doce das! Vzquez no pudo menos de rerse... --Entonces me quedan an tres das de espera para cumplir las dos semanas... Cunta cosa puede suceder en tres largos das! Y as fue. En el breve plazo de los tres das, mejor dicho, esa misma tarde, sucedi una cosa extraordinaria... Como era de rigor, haba resuelto Coca consultar su probable compromiso con Adolfo, el jefe natural de la familia... Aunque en pensndolo serio que demasiado observara

el primer momento Adolfo no recibiese bien la noticia, mejor, aprob el proyectado enlace. No tena ningn tilde oponer a don Mariano. Lo encontraba excelente, aunque tal vez maduro para la novia... Y, coincidiendo con lo que antes Laura a Coca, observole l tambin:

--Mi nico temor es que t te engaes a ti misma y que no ests del todo enamorada... El ms grave de los errores que puede cometer en la vida una persona honesta, es casarse sin amor. Y a tu edad y con tus encantos, Coca, ese error sera imperdonable! Por toda respuesta, Coca abraz y bes a su hermano, con sus naturales mimos y zalameras... De pronto cruz una idea por la cabeza de Adolfo... --Y tu capitn Prez?--dijo.--Ests segura de no haberle tenido nunca una simpata ms viva que a Vzquez? Ante tal pregunta solt Coca la ms sonora y franca de sus carcajadas... --El capitn Prez!... Conque t tambin te lo tragaste?...--Y refiri en seguida la historia de esa invencin, explicando que no se haba atrevido a contar la verdad a su hermano, por temor de que reprobara su mentira... Adolfo revel la sorpresa ms profunda... Medit, se ri, estornud, rascose la frente y, como haba ojeado a Renan y ledo a France, dijo al cabo: --En mi vida vi nada ms curioso!... Si lo que no inventan estas mujeres nadie podra inventarlo!... Con que lo del capitancito era un

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truc para que Vzquez se decidiese?... --Pero no se lo vayas a contar--implor Coca.--Me morira de vergenza si me creyese una embustera... --Pierde cuidado... Vzquez es ahora lo de menos... Lo asombroso es que hayas agitado de ese modo con tu fantstico personaje a todo el pblico!... El caso es interesantsimo ejemplo de cmo nacen los mitos; de cmo la inofensiva creacin de una chica retirada y tranquila puede dar origen a slidas creencias y hasta a pasiones polticas... Si no salgo de mi asombro! --Hubo un momento--dijo Coca en tono confidencial y aun supersticioso,--en que yo, yo misma! llegu a creer en el capitn Prez... Si no es por Laura, me convenzo de que hay espectros, transmigracin de almas, espiritismo, telepata, magia, todo lo que se quiera! --El hecho es que si un historiador concienzudo revisara ms adelante los documentos y archivos del Tandil, encontrarase con una misteriosa personalidad en el tal Prez... Y no le faltaran datos para investigar su vida y carcter! Los diarios locales le daran entonces pormenores... Encontrara que lo ha mencionado el comisario, al pedir refuerzo de la polica local... En los archivos escolares habr posiblemente algn parte del maestro explicando la batahola aquella que armaron sus discpulos con motivo del famoso capitn... Hasta se poda reconstruir su retrato fsico con las caricaturas del semanario cmico... --Y con la fotografa que yo os mostr, a ti y a Vzquez--termin triunfalmente Coca. --Cuntas convicciones, cuntas historias, reposarn sobre bases no menos falaces!... Porque para los futuros historiadores har plena fe la documentacin del periodismo y de los archivos tandilenses. Quin dudara de la tan probada existencia y hechos no menos comprobados del capitn Prez?... Hubiera seguido Adolfo disertando sobre el tema, a no interrumpirlo el sirviente, con una carta que acababa de traer el correo... Fastidiado por la interrupcin y por el temor de recibir una nueva impertinencia o tontera de la gente del pueblo, pregunt a Laura, que entraba detrs de la carta: --Adivina qu ser... Una felicitacin o un annimo? --Esta maana ya recibi Coca una felicitacin--repuso imperturbablemente Laura.--Ahora debe ser un annimo. Tom Adolfo la carta, alegrose al reconocer la letra del sobre, y, rasgndolo con rpida mano, exclam: --Es una carta de Ignacio! --Tiempo era de que escribiese--dijo Laura.--Veinte o ms das hace que no nos daba noticias suyas. --Cuando ha pasado tanto tiempo sin escribir--observ Adolfo,--ha de ser porque est para tomarse unas vacaciones y venirnos a ver... Ser una felicidad que podamos festejar con l el compromiso de Coca! Y veremos lo que diga--aadi chanceando,--porque yo no me atrevo a aprobarlo sin consultar... Estaba escrito que Adolfo Itualde ira aquella maana de sorpresa en sorpresa... Ley las primeras lneas de la carta, las volvi a leer, las reley de nuevo, restregndose los ojos con la mano como si no viera bien, frunci el ceo y prorrumpi en un:

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--No puede ser!... No puedo ser!... Como electrizadas de curiosidad y de alarma, Laura y Coca preguntaron a un tiempo: --Qu?... En la fisonoma de Adolfo se pintaban el pasmo, la duda, el susto, la risa... mientras deca incoherentemente: --O es una broma de Ignacio... O Coca me ha engaado... O es una superlativa coincidencia... Laura y Coca preguntaban de nuevo: -Qu?... Cul?... --Que se nos viene Ignacio con un amigo y compaero... Pide que le preparen el cuarto de huspedes, porque el amigo parar tres o cuatro das con nosotros, aprovechando la temporada de caza... Pero esto no puede creerse!... Con franca impaciencia interrog Laura: --Y con quin se nos viene Ignacio al fin? Adolfo mir a Coca... mir a Laura... mir la carta... mir al jardn... y repuso, cmicamente trgico: --Con el capitn Prez!

VII No quedaba la menor duda. En la carta leda varias veces sucesivamente y en voz alta por los tres hermanos hasta aprenderse el prrafo de memoria, Ignacio deca bien claro: Se nos conceden unas cortas vacaciones que aprovechar yendo a visitarlos al Tandil. Llevar conmigo a un camarada, el capitn Prez, con quien me liga estrecha amistad. Prez se muere por la caza y sabemos que por all hay perdices. Preprenle una habitacin. Es un buen muchacho, de constante buen humor. Contamos con que el amigo estanciero de quien ustedes tanto me hablan en sus cartas, el seor Vzquez, nos permita cazar en su campo... Pasado maana a la noche tomamos el tren. No nos detendremos en Buenos-Aires; al da siguiente de que ustedes reciban esta carta, nos recibirn a nosotros en cuerpo y alma. Anonadada, repeta Coca: --En cuerpo y alma!... Quin lo creyera?... En cuerpo y alma!... Laura explic el caso como una mera casualidad. Habra tantos Prez en el ejrcito!... Coca pidi, ahora con ms razn, que no se le dijera una palabra a Vzquez. Ella se arreglara con l, sin descubrir an su broma... Y Adolfo, encarando la cuestin por el lado prctico, opin que convena evitar el encuentro de Coca y el capitn. Pero, cmo?... Coca no poda huir a Buenos-Aires el da que llegaba al Tandil su hermano, despus de ao y medio de ausencia... A Ignacio no poda envirsele telegrama alguno, para que aplazase la invitacin a Prez, pues que ya venan los dos en viaje... Alojar a Prez en la casa era impropio, despus de lo sucedido... Mandarle al psimo hotel del pueblo era cruel... Qu problema de ms difcil solucin!... Observ Coca que recordaba el de aquel pobre hombre que tena que transportar al otro lado del ro una cabra, una col y un lobo, sin que la cabra se comiera la col, ni el lobo la cabra. Contaba para ello con un pequeo bote dentro del cual slo

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caba cada vez una de las tres cosas. Y no poda dejar, en ninguna de las dos orillas, ni al lobo con la cabra, ni a la cabra con la col... Despus de mucho discutir, los tres hermanos convinieron en arreglarle a la visita una pieza en el hotel, e invitarlo diariamente a almorzar y a comer. Coca lo evitara, explicndose con don Mariano... Don Mariano supo en el da la terrible noticia. El capitn Prez estaba _ad portas_!... Sin perder un momento, requiri una contestacin categrica de Coca... Y Coca, que no quera otra cosa, le jur que jams haba amado al capitn Prez... Vzquez le pregunt an: --Est usted segura, Coca, de no haberlo querido... y de que nunca hubiese llegado a quererlo?... Si estara segura!... Por eso repuso, mirando hondamente al estanciero: --Llegar a quererlo?... Creo que antes me hubiera enamorado de un ttere o de un rbol... Puede usted creerme! Haba que creerla... Feliz don Mariano!... Conque el capitn Prez era como un ttere o un rbol?... Oh don Mariano, mil veces feliz! Habiendo tomado tan favorable giro la pltica, el pretendiente inst y apremi a su pretendida para que de una vez lo aceptase como novio... Coca se hizo de rogar bastante... Discuti todava... Poda estar segura del amor de Vzquez?... Eran tan inconstantes los hombres!... Y razonando as, entretuvo un buen rato al estanciero, como una gatita blanca que juega con un ovillo de seda roja... Agotada la paciencia de Vzquez, l la amenaz con irse y no volver ms si no lo aceptaba o rechazaba definitivamente esa tarde... No era l un adolescente para prolongar mucho tiempo esa femenina poltica del tira y afloja! Como Coca lo saba firme y decidido, temi que ejecutase demasiado pronto su amenaza, y le dio el s, el ansiado s!... Ya eran novios! Despus de proclamar oficialmente en la casa el noviazgo y recibir los parabienes de estilo, Vzquez tom una discreta y delicada resolucin... Resolvi irse esa noche a Buenos-Aires, por una semana, para evitar su encuentro con el capitn Prez. A su vuelta, despachado el capitn, arreglarase el casamiento para fin de ao.

VIII Todo el Tandil se conmovi con el memorabilsimo acontecimiento de la llegada del capitn Prez. No se le hizo una gran recepcin pblica, porque, no habindose previamente anunciado, su arribo fue imprevisto... Ya les quedaba tiempo a los tandilenses para las manifestaciones! Ignacio, en cuanto lleg con su amigo, tuvo una larga y reservada conferencia con su familia. Sali de ella un tanto amostazado y vacilante... Sin embargo, quiso desde el primer momento hablar claro con el capitn Prez, a quien llev a la fonda... --Mira, hermanito--le dijo,--me disculpars que te instale en el hotel; pero hay sus razones, aunque no s cmo decirlas... --Incomodo en tu casa? --Nada de eso!... Al contrario!... Pero es el caso de que eres muy conocido y se ha hablado mucho de ti en el Tandil...

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Estupefacto, Prez exclam: --En el Tandil se ha hablado de m!... --Pero si yo jams he estado en el Tandil, ni conozco aqu a nadie, ni nadie me conoce!... Y qu ha podido decirse contra mi modesta persona?... Qu dicen en tu casa?... --Qu dicen en mi casa?... Yo mismo no lo s!... No he podido entender claramente lo que pensaban mis hermanos, hablando todos al mismo tiempo... Parece que creen que t eres un mito... --Terriblemente indignado, exclam Prez, despus de un breve juramento de cuartel: --Yo un mito!... Un mito yo!... Y quin se atreve a decirlo, quin?... Procurando explicarse y calmar a su amigo, intervino Ignacio: --Vamos!... Quiero decir que en casa crean que t eras un personaje imaginario, una pura invencin, una mentira, un fantasma... --Yo un personaje imaginario... una pura invencin... una mentira... un fantasma!... Estn locos en tu casa?... Y por quin me tomaban?... Despus de un silencio, Ignacio replic: --Yo no los he entendido bien, te repito... No te enojes, que no vale la pena... Mejor es que por ahora no me hables ms del asunto, que ya lo comprenders... Mi hermano Adolfo ha hecho lo posible para servirte, y me pide que le disculpes la mediana instalacin del hotel... Te invita para esta tarde... Siempre comers en casa... Y aprovecharemos hoy bien el tiempo, porque en los alrededores abundan perdices y palomas del monte... Vuelvo a casa y dentro de media hora vengo a buscarte. Hasta luego! Fastidiado por el extrao recibimiento en el hotel y las misteriosas palabras de Ignacio, el capitn Prez sinti deseos de plantar a su invitante y volverse a Buenos-Aires; pero se contuvo, resolvindose a aceptar la invitacin a comer... Y no se contuvo por consideraciones a su camarada, ni por el atractivo de la caza, y ni siquiera para descubrir el misterio de la extraa historia de su personalidad en el Tandil... En el Tandil se qued porque le atraa la casa de Itualde... Porque all haba entrevisto a una criatura encantadora, probablemente la hermana menor de Ignacio, y rabiaba por conocerla... Conocerla luego y sentirse impresionado fue todo uno, por ms que ella se mostrase silenciosa, esquiva y casi descorts... Haca dos aos que el pobre capitn, solo y sin familia, no vea ms que las indias y las gauchas del campamento! Por su parte, Coca hizo, al tratarlo, el ms amargo de los descubrimientos... Descubri que su sincero cario a Vzquez no era verdaderamente amor... Cmo pudo descubrir tal cosa? He ah un punto negro que ella no pudo resolver por ms que, nerviosa y desvelada, pensara en l la noche entera! Y esta vez no se atrevi a consultar con Laura, que dorma el sueo de los justos... A la maana del siguiente da, dedicado a descansar del viaje, recibi Prez la tarjeta de un tal Jacinto Luque, redactor de _El Correo de las Nias_. E hizo entrar al visitante... En un lenguaje elevado y potico, Jacinto desbord sus protestas de amistad y simpata... El distinguido capitn haba sido calumniado en el Tandil... Como amigo, Jacinto haba tomado su defensa... Hasta hubo de batirse con un colega de _La Maana_... Felizmente ya todo estaba aclarado... Y le daba su enhorabuena por su casamiento con Coca...

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Absorto mientras el poeta periodista hablaba, decase para s Prez: O este majadero est loco, o yo estoy loco... Lo de su casamiento con Coca fue lo que de pronto le sac de su mutismo... --Con quin dice usted que me caso?--pregunt prontamente. --Cmo?--dijo sonriendo Jacinto.--Querra usted negarlo?... Si aqu los diarios ya dieron la noticia, y se le esperaba a usted... Rabiando de impaciencia: --Me dir usted quin es esa Coca?--vocifer el capitn. Jacinto repuso mansamente: --Coca Itualde, la hermana menor de la familia, la ms deliciosa criatura del Tandil... Es intil que usted lo niegue!... Si todo el Tandil lo sabe! Extraas y confusas ideas vibraban en el alma de Prez. De dnde habrn sacado los tandilenses todo este intrngulis?--preguntbase.--Me amar la nia sin que yo lo sepa ni la conozca?... Aunque yo no la conozca, bien pudiera ella haberme conocido de vista y de nombre, cuando estuve en Buenos Aires!... No sera la nica!... Y qu felicidad poseer esa belleza, para m, para m solo! Atusndose gallardamente los mostachos, hizo hablar a Jacinto como adivinando sus deseos... Y poco a poco fue sabiendo todo lo que poda saber, aunque se lo explicaba a su modo... Por curiosidad revis algunos nmeros atrasados de _El Correo de las Nias_ y _La Maana_, que traa su visitante en el bolsillo. Advirti que sus seas particulares eran perfectamente conocidas en el pueblo; slo se equivocaban en creerlo rico, no siendo l, ay! ms que una rata de cuartel... Pero, qu le importaba ser pobre si era querido y tena un glorioso porvenir?... Y, quin poda haber revelado sus seas sino la fiel memoria, el expansivo amor de una mujer que lo quera, y tal vez sin esperanza?... Todos conocan ese amor en el Tandil! Poda, pues, parafrasear y aplicarse el antiguo adagio madrileo: Todo el Tandil lo saba, Todo el Tandil, menos l! Ahora se comprenda la singular reserva de Coca en la primera visita que l hiciera en casa de Itualde; comprenda por qu no le hablara, por qu pareca huirle... Pobrecita!... Iba a ser ella la mejor pieza de su cacera en el Tandil, ella, la blanca palomita del monte! Y si el primer da de conocer a Prez, Coca, la blanca palomita del monte, hizo a su vez un primero y amargo descubrimiento, el segundo da hizo un segundo y no menos amargo... Habiendo descubierto ya que no amaba a Vzquez como novio, descubri que poda muy bien amar as a Prez... Y al tercer da descubri que ya lo amaba! Aquello fue un recproco _coup de foudre_... Prez le declar su pasin... Coca no pudo aceptarlo; le dijo que esperase y se ech a llorar... Y llor sin cansarse en brazos de Laura, que muy solcita la consolaba... No hubiera acaso hallado fin aquel llanto, si no se presentara pronto don Mariano... Vena remozado, por lo menos diez aos, con un elegante trajecito a cuadros y los bigotes retorcidos... Recibiole solemnemente Laura, encerrose con l, y le habl, muy nerviosa, incoherente casi, presa de la ms honda simpata, como contrita y avergonzada... Coca era una chicuela... Haba que perdonarle!... Ella crey estar enamorada de Vzquez, y ahora resulta que no lo estaba!... Tena que confesrselo, aunque siempre dispuesta a cumplir su compromiso, si l lo

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exiga... Don Mariano no deba por eso juzgar mal a las mujeres... Era ello una desgracia, una desgracia irreparable, ocurrida a l, tan luego a l, el ms digno y generoso de los hombres!... Pero poda distraerse, olvidar, paseando y viajando... Ya se casara ms tarde, puesto que su temperamento era el de un hombre de hogar, y como lo mereca por sus mritos y condiciones!... Plido, inmvil, escuchaba don Mariano aquel desborde de palabras, hasta que Laura, no pudiendo contener ms la emocin, call y dej correr silenciosamente sus lgrimas... Era evidente que sufra, que sufra una verdadera tortura de femenina compasin, y hasta de arrepentimiento, pues que se acusara de tener ella un poco la culpa de lo que pasaba, por no haber intervenido a tiempo como debiera, siendo hermana mayor y mejor conocedora de la vida... Y en su actitud dramtica, la ternura y la bondad nimbaban la figura de la joven con una resplandeciente aureola de belleza. En su fuero interno, don Mariano record, por lgica asociacin de ideas, cmo fuera despachado por aquella primera novia que tuvo all en sus mocedades. Ella lo llam por telfono para decirle que no volviese ms a su casa, sin una palabra, sin una mirada que atenuase tan brutal resolucin!... Cunta mayor nobleza y sentimiento haba en la pena de esta pobre muchacha soltera, casi solterona ya, que ahora le hablaba en nombre de su hermana menor! Sin asomo de irona, con voz viril aunque trmula, don Mariano trat de consolar a la que hubo de ser su cuada... Los papeles se invertan!... --No llore Laura...--le rog.--Yo le agradezco su amistad y su benevolencia... No me olvidar en la vida de lo que acaba de decirme... Es usted muy buena!...--Y para demostrar mejor su agradecimiento, tomole la mano y se la bes respetuosamente. Al ver la digna y caballerosa reserva de don Mariano, Laura, sobreponindose a su exaltacin y sonriendo a travs de su llanto: --Slo me queda rogarle que nos considere siempre sus amigos...--dijo.--Comprendo que usted dejar de visitarnos por un tiempo; pero, si no se va a Buenos-Aires, tendr usted que aguantar nuestra presencia... Pues con Adolfo iremos a verlo frecuentemente a la estancia, para que no est all solo como un monje, con sus pensamientos... siempre que usted no nos cierre la puerta... Vzquez repuso, con enternecida gratitud: --Es esto muy amable de su parte, Laura... Espero que cumpla su promesa... Y crea que ser para m un gran placer recibir en mi casa a mis queridos amigos Adolfo y Laura Itualde! Y con un movimiento impremeditado, en cierto modo inconsciente, Vzquez sac del bolsillo el pequeo estuche del primer regalo que traa a Coca... Se encontr un tanto perplejo y embarazado con la cajita en la mano... Y de pronto, dijo, pronunciando en tono suplicante una rpida ocurrencia del momento: --Tengo que pedirle un servicio, un gran servicio, Laura... Laura hizo un expresivo ademn, como contestando que su mayor felicidad sera poder cumplir el servicio a pedirse... --He trado un obsequio para su seorita hermana... Le ruego que me lo acepte usted como recuerdo... Temiendo que el obsequio fuese una joya de alto precio, Laura balbuci: --Pero yo no puedo recibir de usted ese obsequio... Sera incorrecto... --Recbalo usted, como me lo ha prometido, y gurdelo como un recuerdo,

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aunque no quiera usarlo... Y, diciendo esto, don Mariano se despidi. Cuando, despus de contar a Coca su conversacin con Vzquez, salvo lo del obsequio, estuvo Laura sola en su aposento, abri el estuche... Adentro haba una valiosa sortija de dos magnficas piedras, un brillante y un rub. Vamos!--se dijo Laura.--La guardar como en depsito, para devolverla ms adelante... Y ocult la alhaja en el fondo de un cajn, junto a algunas otras joyas que recibiera de su madre. A los pocos das, el capitn Prez pidi a Coca en matrimonio... Y Laura, yendo con su hermano a visitar a Vzquez, le cont toda la historia, rogndole no fuera a suponer un manejo torpe y desleal de parte de Coca... Al despedirse, don Mariano pidi a Laura un nuevo servicio... Que le aceptara tambin las obras de Lamartine; habalas encargado cuando estuvo en Buenos-Aires, y le llegaban ahora, muy bien encuadernadas... Qu iba a hacer l con esos libros de _jeunes filles_ en la estancia?... Y Laura tuvo que aceptar este otro obsequio, antes destinado a Coca, y que don Mariano le enviara ahora a su casa... Casualmente se encontraba ella en esos momentos sin lectura. Al recibir Laura los libros, de la estancia, en una artstica caja de caoba, Coca no pudo menos de curiosearlos... Y descubri en la portada del primer tomo, leyndola en voz alta, la siguiente dedicatoria del obsequiante: Para mi mejor sino mi nico amigo, la seorita Laura Itualde. Ruborizose Laura hasta la raz de los cabellos al or semejante frase... Y Coca, siempre espontnea y sincera, le dijo en voz baja: --Creo que t vas a ganar la apuesta... Te casars con Vzquez... Me alegro y te felicito... Si la coquetera y la mentira triunfan a veces, tambin triunfan otras veces la buena fe y la bondad... Lo reconozco. Quiso hacerle callar Laura... Pero ella prosigui, despus de una pausa: --Pues si ganas la apuesta, cumplirs lo prometido... Acurdate!... La que casara con Vzquez deba dotar a su hermana... Prez no tiene con qu casarse... T y Vzquez, ya casados, para que tambin me case yo, me regalarn una casita en Buenos-Aires... Adolfo me la amueblar... Y todos seremos muy felices!... Acurdate!... ...En efecto, en la prxima visita de Adolfo y Laura a la estancia de Vzquez, dijo Vzquez a Laura: --Tengo todava un servicio que pedirle... Laura guard silencio... --Tengo que pedirle me acepte un nuevo regalo que he recibido de Buenos-Aires... Laura hizo un ademn significando que, si era un objeto de valor, estaba ya decidida a no aceptarlo... Comprendindola, el estanciero manifest, con un rpido ademn, que no se trataba ya de nada valioso... Y dijo, simplemente: --Es un anillo de compromiso. FIN

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even without complying with the full terms of this agreement. See paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm electronic works. See paragraph 1.E below. 1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the Foundation" or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection of Project Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual works in the collection are in the public domain in the United States. If an individual work is in the public domain in the United States and you are located in the United States, we do not claim a right to prevent you from copying, distributing, performing, displaying or creating derivative works based on the work as long as all references to Project Gutenberg are removed. Of course, we hope that you will support the Project Gutenberg-tm mission of promoting free access to electronic works by freely sharing Project Gutenberg-tm works in compliance with the terms of this agreement for keeping the Project Gutenberg-tm name associated with the work. You can easily comply with the terms of this agreement by keeping this work in the same format with its attached full Project Gutenberg-tm License when you share it without charge with others. 1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern what you can do with this work. Copyright laws in most countries are in a constant state of change. If you are outside the United States, check the laws of your country in addition to the terms of this agreement before downloading, copying, displaying, performing, distributing or creating derivative works based on this work or any other Project Gutenberg-tm work. The Foundation makes no representations concerning the copyright status of any work in any country outside the United States. 1.E.

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Section

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Information about the Mission of Project Gutenberg-tm

Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of electronic works in formats readable by the widest variety of computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from people in all walks of life. Volunteers and financial support to provide volunteers with the

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assistance they need, is critical to reaching Project Gutenberg-tm’s goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will remain freely available for generations to come. In 2001, the Project Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 and the Foundation web page at http://www.pglaf.org.

Section 3. Foundation

Information about the Project Gutenberg Literary Archive

The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit 501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by U.S. federal laws and your state’s laws. The Foundation’s principal office is located at 4557 Melan Dr. S. Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered throughout numerous locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email [email protected]. Email contact links and up to date contact information can be found at the Foundation’s web site and official page at http://pglaf.org For additional contact information: Dr. Gregory B. Newby Chief Executive and Director [email protected]

Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide spread public support and donations to carry out its mission of increasing the number of public domain and licensed works that can be freely distributed in machine readable form accessible by the widest array of equipment including outdated equipment. Many small donations ($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt status with the IRS. The Foundation is committed to complying with the laws regulating charities and charitable donations in all 50 states of the United States. Compliance requirements are not uniform and it takes a considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up with these requirements. We do not solicit donations in locations where we have not received written confirmation of compliance. To SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state visit http://pglaf.org While we cannot and do not solicit contributions from states where we have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition against accepting unsolicited donations from donors in such states who approach us with offers to donate. International donations are gratefully accepted, but we cannot make any statements concerning tax treatment of donations received from outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation methods and addresses. Donations are accepted in a number of other ways including checks, online payments and credit card donations.

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General Information About Project Gutenberg-tm electronic

Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be freely shared with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support.

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