Rabia y angustia en la ciudad del “agua mala”

2 may. 2013 - Ferrara, de más de 80 años, que ha- bían quedado encerrados en su casa a merced del agua. “No sé si volver
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BUENOS AIRES | 23

| Jueves 2 de mayo de 2013

a un mes de la tragedia | POR LAS CALLES DE LA PLATA

Rabia y angustia en la ciudad del “agua mala” El agua se fue, pero los efectos de la inundación permanecen. En Tolosa y el centro, los afectados se quejan de las dificultades para recibir ayuda estatal, los vecinos se asisten entre ellos y los niños explican la tragedia con asombrosa lucidez Leonardo Tarifeño LA NACION

Poco después de las cinco de la tarde, en los alrededores de la arbolada y luminosa calle 7, en La Plata, de un momento al otro los mosquitos atacan con descaro tropical. Pican en el cuello y en las manos, sobrevuelan los oídos y convierten la piel desnuda en el indefenso escenario de su cita con la merienda. A pesar de su molesta voracidad, su presencia no sorprende si se tiene en cuenta la dramática inundación del 2 de abril pasado, cuyo caudal de agua sobrepasó el metro y medio de altura y se metió en casas, estaciones de servicio, tiendas, oficinas y parques de toda la ciudad. Un mes después de la catástrofe, el agua desapareció y se llevó buena parte de las huellas de su trágico paso. Pero su impacto dejó consecuencias y heridas que, como los mosquitos, zumban en cada esquina sin que nadie lo pueda evitar. A la manera de los mejores rom-

pecabezas, hoy La Plata es la suma de unas cuantas piezas dispuestas para todo aquel que quiera reconstruir su verdadero paisaje. ¿Por qué la mayoría de las casas de Tolosa abren sus puertas y ventanas durante toda la tarde? ¿Cómo es posible que haya restos de basura pegados al pasto de las plazas? ¿Es casualidad que en un locutorio, una carnicería y una farmacia se reciba a los clientes detrás del mismo mueble nuevo de pino? Cada pregunta invita a armar el puzzle. Todas las veredas de Tolosa están rotas, la mitad de las tiendas permanecen cerradas, los mozos de los bares atienden con un gesto de tristeza abismal. El agua se fue hace tiempo; sin embargo, la inundación no desapareció del todo. La angustia que causó habita los rostros y los recuerdos, las conversaciones sin salida y los sueños destrozados. En La Plata hay un duelo colectivo que late en forma de secreto a voces. La vida continúa con la crueldad de quien se atreve a ser indiferente a lo que ya nunca será igual.

En la puerta de un quiosco, un cartel pide recolectar útiles escolares en el cruce de las calles 4 y 525. Muy cerca de allí, en el puesto de lotería de 7 y 524, otro convoca a una asamblea de vecinos inundados. Y a una cuadra de distancia, en dirección al centro, otro más recuerda que en el pasaje Dardo Rocha se necesitan voluntarios, “de cualquier edad”. Todos los carteles están escritos con marcador, a mano, con la urgencia grabada en el trazo. “Ante la indiferencia de las autoridades, asistamos a la asamblea vecinal de 6 y 528, porque frente a esto lo peor que podemos hacer es no hacer nada”, dice uno, el más explícito, pegado en la puerta de la carnicería Mundo Cerdo. Dentro del negocio atiende Sergio, quien la noche de la inundación durmió sobre un colchón mojado en su casa de Berisso, con un ojo en el agua que no se iba de su cuarto y otro en las pocas cosas que amontonó para salvar de la marea. “En la carnicería, las pérdidas superan los 70.000

pesos –señala–. De ayuda, las opciones que tenemos son un préstamo del gobierno provincial o un subsidio de 2000 pesos por tres meses que da la Anses. Y yo digo: si perdimos todo, ¿cómo vamos a tomar un préstamo? Y si perdimos 70.000 pesos, ¿de qué nos sirven 6000 en tres cuotas de 2000?” Sergio dice que “la gente está indignada” y por eso pegó la convocatoria a la asamblea vecinal en la puerta de la carnicería. “Acá se metió más de un metro de agua sucia, la marea dio vuelta las heladeras y un empleado se tuvo que quedar arriba de un camión hasta que fueron a rescatarlo –cuenta–. Por eso, decime: ¿es justo que nos pidan tres recibos de sueldo para el préstamo o el subsidio, cuando perdimos todo y nadie sabe dónde quedaron los papeles de cada uno? La única que nos queda es ayudarnos entre nosotros.” Camino al centro, la cantidad de carteles aumenta. Uno dice que el Centro Cultural Viento Sur recibe alimentos, otro indica que en la

Los héroes de la inundación, ayer y hoy

Iglesia se acepta de todo, un tercero sólo deja un nombre (“Yiyo”) y un teléfono para el que quiera dar lo que pueda. En ese teléfono atiende Marcela, madre de 7 hijos que abandonó la solicitud de subsidio de la Anses “por la cantidad de cosas que pedían para el trámite”. Marcela habla con la voz entrecortada, dice que la inundación se llevó una pared de su casilla y recuerda que recibió tantas cosas de la gente que llevó la mitad a escuelas y hospitales. “Vivo a tres cuadras del arroyo El Gato y la casa quedó hecha un desastre –dice–. Si tuviera que pedir algo, pediría que alguien me ayudara a sostener mi casa, porque sin un techo no se puede vivir. La ayuda de los vecinos me hizo llorar, pero mientras lloraba, pensaba: ¿y si vuelve a llover fuerte?” El viento del atardecer sopla sobre la calle 7 e impulsa el vuelo de un diario viejo sobre la vereda. El titular de ese diario es “Todos por la reconstrucción”, y su apocalíptico mensaje puede leerse aún cuando

el papel abraza el árbol de la esquina de 7 y 531. A un lado, las vecinas Mirta y Silvia hablan de lo que nadie calla en La Plata. “La Presidenta estuvo ahí enfrente, en 8 y 524, en la casa de la mamá, pero en realidad vino a hacer facha, con sus zapatos de charol. Estuvimos cinco días sin luz y durante todo ese tiempo ni podíamos comprar comida, porque habían saqueado los supermercados. Y el agua no bajaba, y todo se llenaba de mosquitos. ¡Nunca me voy a olvidar este susto!”, dice Silvia. A metros de allí, en la plaza Olazábal, un niño corre y juega mientras su mamá se sienta para hablar por teléfono. El niño se acerca y dice que se llama Sandro, “como un artista”. Yo también tengo nombre de artista, le digo. Me pregunta de dónde soy, le cuento que de Mar del Plata. “Ah, Mar del Plata, qué lindo, yo fui hace poquito. Es donde está el agua buena”, dice. Y cuando le pregunto cuál sería el agua mala, los mosquitos vuelven a picar.ß

Textos Fernando Massa | Fotos S. Hafford, S. Colombo/Archivo

Luis De Luca no puede evitar pensar que podría haber ayudado a más gente

A Ruiz Villoldo sus vecinos no dejan de agradecerle lo que hizo

“No sos consciente de lo que está pasando cuando vas en el kayak”

“Hay noches en las que te viene a la memoria todo lo que vivimos”

La hipotermia le dijo basta aquel mediodía de principios de abril. Pero Juan Pablo Ruiz Villoldo (45), o “el Brujo”, como lo conocen sus vecinos del barrio, nunca sabrá cuántas personas rescató con su kayak durante las más de doce horas que anduvo de acá para allá en la zona más humilde de Ringuelet. Un indicio es la cantidad de gente que durante este mes que pasó desde las trágicas inundaciones se acercó a su polirrubro de la avenida 7 para darle un abrazo y volver a agradecerle entre lágrimas por haber subido al hijo sobre los hombros o por haber sacado a la madre que no podía caminar. “Al volver me encontré con el agua a la altura del candado y el auto tapado. Cuando abrimos la puerta

La imagen de una anciana del geriátrico que se veía demasiado frágil, otra postrada en una cama, otra con Alzheimer. La mayoría de las veces, Luis De Luca (60) las sueña despierto. Sobre todo cuando llega demasiado agotado de un día entero de trabajo y logra dormirse enseguida. “Pero también hay noches que te vienen a la memoria todos esos momentos que vivimos”, dice. Junto a su hijo Gustavo, un sobrino y el cuñado de éste, se pasaron la noche de las inundaciones arriba de su bote, con el que lograron rescatar entre 30 y 40 personas. Pero un mes después todavía le queda dando vueltas otra cosa, algo que no es culpa, pero tampoco sabe cómo definirlo. “Siento no haber podido ayudar a más gente –dice–.

veíamos cómo se escapaban flotando las cacerolas, la vajilla. Con mi novia y mis hijos nos dedicamos a limpiar la casa. El auto recién la semana pasada lo pude arreglar. No había tiempo: todos los días tenía que levantar la persiana y trabajar hasta la noche”, cuenta mientras vende cigarrillos, carga la Sube o asigna una cabina de teléfono. “Terminé de caer cuando me empecé a dar cuenta de las situaciones que habíamos pasado. Ahí vi la magnitud; ese día el objetivo era ayudar a la gente. No sos consciente de lo que está pasando cuando vas en el kayak. No pensás en otra cosa. Te das cuenta con lo que viene después: los abrazos y las lágrimas”, dice. A partir de lo que sucedió, comenzó a juntarse con un grupo de

vecinos y de amigos del barrio para tratar de comprar más kayaks, un gomón y un motor. Sí, de manera totalmente independiente. Mientras sigue atendiendo, el Brujo agarra un libro que tiene debajo del mostrador, lo muestra y dice: “No sabía que la señora era poeta. Me lo regaló la semana pasada. Ella es una de las personas que logramos rescatar”. Conocí el Paraíso es el libro de Olga Carrera. Y en la primera página hay una dedicatoria escrita por ella: “Qué feliz se siente tu madre mirándote desde una luminosa estrella... ¡Gracias amiguito por salvarme de la inundación! ¡Quién hubiera dicho a mi edad por las aguas en kayak! Gracias por ser tan maravilloso ser humano”.ß

La familia Regueiro fue homenajeada por los 36 abuelos a los que cobijaron

Quizá no me tendría que haber acostado esa noche y así después no me encontraba con la sorpresa de que hubo más gente a la que la arrastró el agua. No me lo reprocho, pero tal vez podría haberlos ayudado. Tengo el buscahuellas, los reflectores...” Con el correr de los días tampoco llega a comprender cómo no se hizo eco de lo sucedido “la gente que debe ocuparse”. Se pasan volantes para sacar la basura temprano, sí, pero no hay reuniones para futuras prevenciones ni para explicarle a la gente cómo proceder si se repite una situación como ésa. “No vi encarar un planeamiento, un estudio de suelo. Uno sabe moverse por el agua por la pasión por la pesca que uno tiene, pero no todos. Esas falencias son las que

todavía me llaman la atención”, dice. Pero Luis también habla de la solidaridad. Del 7 de abril último, cuando fue hasta la ciudad de San Cayetano a la comunión del hijo de un amigo y entre tres familias amigas le llenaron la camioneta de ropa para que repartiera en La Plata. Y unos días después serían dos camiones repletos los que llegarían desde allá cargados de ayuda. “Nos encargamos de entregar todo puntualmente a quien lo necesitaba. Porque hemos visto a gente presionar a quien manejaba un camión y llevarlo para otro lado”, cuenta. Ésa es la única mancha que le ve a toda la ayuda que hubo. “Cada uno sabe lo que hizo, pero da la sensación de que en lugares puntuales no fue nadie”, reflexiona.ß

Fernando y Graciela compraron un mueble nuevo para levantar el ánimo

“Sería lindo que el día de mañana nos den una mano los más jóvenes”

“Emocionalmente me costó mucho bajar a arreglar la casa”

Los llamaron por teléfono y atendió él, Oscar Regueiro. Era Cristina, la coordinadora de la residencia de ancianos que queda a un par de cuadras de su casa. “Venga Papón [así lo conocen en el barrio], tenemos un presente para ustedes.” Él le deslizó que no era necesario y quedó en eso. Pero a los cuatro días los volvieron a llamar: el regalo los estaba esperando. “Con lo que hicieron por nosotros”, les decían. Fue hacia allá y no sólo lo esperaba una moderna cafetera nueva, también todos los ancianos reunidos para agasajarlo. Había razones suficientes para hacerlo: la noche de la inundación ocurrida un mes atrás, ellos habían quedado encerrados en el asilo. Fueron los vecinos quienes los rescataron y Oscar y su mujer, Liliana So-

Cuando se entra en la casa de Fernando Vagliati y Graciela Obregón, en Tolosa, se siente un frío que no se percibe en la calle. Ella asegura que se trata de la humedad que aún conservan las paredes, esa que persiste pese a que las limpia una y otra vez. También dice que las plantas siguen impregnadas de ese aceite negro que contenía el agua que la inundó. Pero el panorama es muy distinto del que reinaba un mes atrás durante la primera entrevista con la nacion. La planta baja está mucho más ordenada; las sillas y mesas, colocadas en su lugar, y hasta hay un mueble nuevo en la sala: una especie de bar de madera donde cuelgan algunas copas. Lo fueron a comprar porque necesitaban algo nuevo, algo que no

sa, quienes los resguardaron en un departamento vacío, de no más de 30 metros cuadrados que tienen a unos pasos del geriátrico. Esa noche llegaron a reunir a 36 personas ahí adentro para que pasaran la noche a salvo de las lluvias y de la crecida del arroyo Del Gato. Liliana cuenta que todavía no pudo terminar de limpiar la casa. Que en las partes que hay cemento en las paredes siguen brotando hongos de humedad. Los limpia con cloro, pero vuelven. La ropa sigue guardada en cajas; una mesa de machimbre que está en la sala se pudrió y a un mueble de aglomerado temen tocarlo mucho por miedo a que se venga abajo. “Es necesario avisar que todavía se necesitan artículos de limpieza, agua y alimentos”, dice.

Pero todo el tiempo repite lo mismo: hay gente que está mucho peor que ellos. Que al menos ellos tienen trabajo, pero se pregunta cómo se las arreglan otros. “La primera semana estuvo presente la ayuda de la municipalidad, pero de diez a quince días después no hubo nadie”, aseguran. La buena noticia de estos días es que aprovecharon la campaña de vacunación que se realizó la semana pasada y ya se vacunaron todos. Ideal para enfrentar la plaga de ratas y mosquitos que pobló la zona luego de las inundaciones. “La verdad es que ya pasó un mes y parece que fue hoy –dice Oscar–. Ahora uno piensa que sería lindo que el día de mañana nos den una mano los más jóvenes.”ß

se hubiese percudido con el agua. Pero Graciela no se atreve a asegurar que haría otra vez lo que hicieron con su marido esa noche: salir a la calle con el agua a la cintura para rescatar a sus vecinos de atrás, los Ferrara, de más de 80 años, que habían quedado encerrados en su casa a merced del agua. “No sé si volvería a salir –dice–. Es por las cosas que pasaron, que uno escuchó luego. En ese momento es como que no lo pensé demasiado.” Hubo noches en las que no pudo dormir. Y ni hablar si se había largado a llover en La Plata. “Emocionalmente me costó mucho bajar a arreglar la casa. Los primeros tres días estuve fuerte, pero después me agarró un bajón depresivo. Los chicos me decían para cuándo iba a

armar la parte de abajo de la casa”, cuenta. Encima, después del desastre llegaron gastos imprevistos, como el del plomero para destapar los desagotes de la casa. Pero algo que le saca una sonrisa es recordar cuando, la semana pasada, se acercó la señora Ferrara a tocarle el timbre y a decirle que estaban inmensamente agradecidos por lo que ella y su marido habían hecho. “No importan las cosas, sino que estamos vivos”, repetía la señora. Y ya decidieron los dos que van a ir a la movilización que organiza para hoy la asamblea de vecinos autoconvocados de Tolosa, que tiene como objetivo que “los responsables se hagan cargo” y cuyo lema es “somos muchos, organizados somos más”.ß