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Puertas Abiertas. Artículo escrito por Dr. Gerardo Laursen. Si los creyentes estamos dispuestos a compartir nuestra fe c
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Puertas Abiertas

Artículo escrito por Dr. Gerardo Laursen

Si los creyentes estamos dispuestos a compartir nuestra fe con otros, Dios abrirá puertas. La clave es tener el deseo, y orar por oportunidades. El apóstol Pablo pidió: “orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso,” en Col. 4:3. Se ve también en 1 Co. 16:9, “porque se me ha abierto puerta grande y eficaz,” y en 2 Co. 2:12, “Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió puerta en el Señor…”. Y reconociendo “una puerta”, uno no debe preocuparse por su nerviosismo o temor. (Cómo vencer temores de evangelismo he tocado en el artículo, Cómo vencer el temor a evangelizar, en ObreroFiel.com, la dirección en la web es: http://www.obrerofiel.com/index.cfm?go=recurso&rid=198

El Señor me abrió una puerta para evangelizar en una forma sorprendente. Estaba visitando a un compañero enfermo en un hospital privado en la capital de Guatemala. Le comenté que estaba buscando un nuevo ministerio de evangelismo, algo personal, como una hora por semana. El me preguntó, “¿Por qué no en este mismo hospital?” Mi reacción fue, “¿En serio? No me conocen, y además soy extranjero. Dudo que resultaría.” Pero me animé de hacer cita con el director del hospital. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando lo vi! ¡Este señor y su esposa previamente habían tomado un curso nocturno donde yo impartía clases en el seminario! La gran mayoría de empleados en el hospital eran católicos, y he aquí un evangélico. El explicó que no podía darme permiso directo de visitar a los pacientes, pero me pidió una petición, para recomendar al cuerpo directivo.

Pedí visitar una hora por semana, los lunes en la tarde, con 4-8 alumnos en entrenamiento pastoral en nuestro seminario, y que no fuera tiempo para visitas. (He tenido experiencia tratando de hablar con pacientes con parientes presentes, con constantes interrupciones o protestas, aun con el paciente muy interesado.) Gracias a Dios, me dieron el permiso, por un año renovable. Por unos 3 años visitamos con 3 o 4 alumnos voluntarios, a tal punto se cambiaron directores. Al nuevo no le gustó el proyecto, y se canceló. Pero en poco tiempo este señor de mal humor fue despedido, y re solicité. Seguía con permiso de venir solo (con algunas excepciones) por otros 5 años, cuando al final la puerta se cerró (y otra se abrió, de esto hablaré en la parte 2). En estos 8 años, a lo menos 127 pacientes y enfermeras recibieron a Cristo como su Salvador personal, y casi todos se inscribieron en un curso bíblico por correspondencia. Los que vivían en la capital fueron dirigidos a una buena iglesia cerca de su casa. (Si

usted vive en un pueblo pequeño con un solo hospital o clínica, naturalmente los invita a su propia iglesia.)

Aquí unos sucesos: Un lunes, la primera paciente que visité acababa de perder a su primera niña (después de tener 2 varones). Rehusaron darle la última unción, porque nació muerta. María estaba bastante afligida. Hablamos de 2 Sam. 12:23 en que el bebé del rey David fue al cielo. Le expliqué cómo ser perdonada y llegar al cielo para acompañar a su hija. A este punto la enfermera entró para darle un tratamiento y me pidió salir. Le dije que regresaría.

Pasé al segundo cuarto privado. Un hombre de negocios había viajado por tierra a Guatemala de El Salvador para representar su compañía. En la neblina, Luis salió de la carretera, seriamente accidentado, inclusive un golpe en la cabeza. Llamó a Dios para ayuda. En 5 minutos pasó “por casualidad” una ambulancia, vio el carro y le llevó a “mi” hospital. Yo le comenté que tal vez la razón para todo eso fue para que el oyera en este 2lugar cómo encontrar la paz con Dios. La enfermera entró a este punto para tratamiento y me pidió otra vez salir.

Regresé con María. “Ya que ha tenido un tiempo para pensarlo, ¿qué me dice? ¿Le gustaría aceptar a Cristo?” Me contestó que sí, y oró. Hablamos entonces de su nueva vida, y se inscribió en el curso de correspondencia. Regresé con Luis. “Ya que ha tenido un tiempo para pensarlo, ¿qué me dice? ¿Le gustaría aceptar a Cristo? La dama en el otro cuarto acaba de hacerlo.” El también me respondió que sí. Los dos fueron preparados por Dios para oírme. Ella pensaba en la vida y la muerte. El acaba de experimentar una respuesta inmediata a su oración. Dios me abrió la puerta del hospital y de los corazones de ellos. Salí del segundo cuarto con euforia y gratitud.

Otro lunes un joven de unos 20 años se entregó a Cristo conmigo en su cuarto. Apunté los datos para inscribirle en el curso. Al vencer el tiempo permitido, salí del piso y ví la sonrisa en un alumno mío sentado en el salón de visitantes que esperaban la hora de permiso de entrar. El había guiado a un joven a Cristo allá. Leí la hoja de inscripción que él llenó. ¡Fue el mismo apellido y dirección del papel mío! ¡Dos hermanos familiares aceptaron a Cristo en los mismos momentos, sin saber del otro!

El hospital celebra su aniversario de fundación cada año con una misa, pero un año las enfermeras obtuvieron permiso de invitarme a un servicio evangélico. 34 empleados y un paciente asistieron. Di una invitación al final, y una enfermera llamada Erica

aceptó a Cristo. En las semanas siguientes me compartió que algunos de sus familiares y compañeros de trabajo se burlaban. Su reacción fue: “¡No me importa; estoy feliz!” En otra ocasión, una enfermera católica encargada del piso me prohibió seguir visitando pacientes. Ella no estaba muy ocupada, entonces comencé a evangelizarla. Expliqué lo que tenemos en común: la Biblia es la Palabra de Dios, Dios existe en una Trinidad, Cristo murió por nuestros pecados, etc., pero que la clave es cuando uno se salva. Iba a seguir diciendo que para católicos es después de la muerte, y con evangélicos es ahora mismo. Pero a este punto, otra enfermera a distancia de nosotros gritó, “¡Amén!” La enfermera en cuestión reflexionó un momento y entonces dijo, “Está bien, adelante, especialmente allá al cuarto de Carmen.” La señorita de 30 años estaba en condiciones serias, y después de una presentación, ella recibió a Cristo. Me cae algo divertido de ver cómo el Señor dirige los eventos.

Otros convertidos incluyen Cecilio un policía de guardia y Mario un sacerdote. Mario después predicó el evangelio en su iglesia y recomendó a su congregación escuchar la Radio Cultural, TGN en Guatemala (emisora evangélica de la Misión Centroamericana). Pero al oír de él, sus jefes le trasladaron a un sitio más aislado. La bendición de ver a todas estas personas convertidas vino porque (sin mucha fe) toqué la puerta del director de un hospital privado. Si estamos dispuestos a evangelizar, Dios abrirá puertas.

Si los creyentes estamos dispuestos a compartir nuestra fe con otros, Dios abrirá puertas. La clave es tener el deseo, y orar por oportunidades. En la primera parte de esta serie, compartí cómo el Señor me abrió puerta por unos años en un hospital privado, con libertad de hablar con los pacientes, y con mucho fruto. Eventualmente la oportunidad se terminó. Cuando una puerta se cierra, otra se abre.

Hice una invitación general a mis alumnos en el Seminario Teológico Centroamericano en Guatemala, buscando a un joven dispuesto a ir conmigo una vez por semana para evangelizar en un proyecto que él quisiera hacer. Hubo un solo voluntario, Tony. El tenía 2 tíos dueños de 2 fábricas de zapatos en la capital. Su sueño era convertir las fábricas en compañías cristianas. Su plan fue de celebrar tiempos devocionales para los trabajadores en una de las fábricas cada mañana antes de la jornada. Pero para ser práctico, yo tenía que poner frenos en 2 áreas. En primer lugar, la planta y el seminario comenzaban su día a las 8 de la mañana, y los 2 lugares no estaban cerca. Segundo, por mi horario, sólo me ofrecí para un día a la semana. Entonces optamos por el fin de la jornada, los lunes.

Recibimos permiso en una y se comenzó bien, hasta acercarnos a la temporada de más venta, y todos trabajaban cada día hasta llenar cuotas, en lugar de parar a una hora fija. Cansados y tarde, los empleados no deseaban quedarse para un estudio bíblico. Puerta cerrada. Pero hubo otro tío. Explicando la situación a este tío, un evangélico, pidiendo tiempo al fin del día lunes, nos contestó que no; que nadie quiere quedarse después de un día de trabajo. Me sentí un poco desanimado, cuando sorprendentemente él seguía diciendo: “Paré todas las máquinas los lunes de 3 a 4 de la tarde, y pagaré el salario del tiempo a los empleados, mientras les escuchen.” El Señor es bueno. Lanzamos las primeras semanas con vistas de la Tierra Santa, para estimular interés. De allí en adelante, Tony comenzó con música, tocando su guitarra, y yo prediqué o di un estudio. De más de 40 empleados, tres cuartos de ellos eran incrédulos. Se notó por la cara que unos 3 o 4 estaban muy molestos de casi ser forzados a escucharnos. Pero no dijeron ni hicieron nada.

En el principio, todos eran tímidos o escépticos. Después comenzaban a dejar preguntas escritas. Luego pidieron consejos u oración. Finalmente participaban en vivo con preguntas u observaciones. Invitamos a un cantante cristiano para dar su testimonio. Antes él fue un futbolista profesional pero un drogadicto. Explicó cómo Cristo cambió su vida. Al concluir, 4 empleados aceptaron a Cristo, y 3 comenzaron asistir a una buena iglesia local. Uno de ellos pidió oración por su esposa, y 2 semanas después, ella recibió a Cristo. La producción antes de nuestra venida era de 500 pares de zapatos por día. Ahora, 2 “perdiendo” una hora por semana, la producción pasó a 650 pares por día. Dios es bueno.

Luego, el administrador Mauricio se convirtió. Y meses después se renunció para trabajar en un ministerio con niños pobres. Un empleado de nombre Walter pospuso su decisión por temor de persecución, pero después de meses finalmente se entregó.

Tuve que salir del país por un proyecto por unos meses, y dejé la obra en manos de un pastor local que también era mi alumno. Los “rebeldes” que mencioné arriba convencieron al dueño de suspender los estudios semanales. Cuando regresé me dieron las noticias que 2 de ellos habían muerto (enfermedad y accidente) y el tercero perdió dedos en una maquina. Es algo peligroso tratar en forma ligera las cosas de Dios. ¡La planta me dio la bienvenida de regreso con entusiasmo (antes que pasara otra calamidad)!

Para la navidad, el dueño regaló un Nuevo Testamento a todos los empleados, y bien recibidos, excepto por un último “rebelde” que rehusó la copia. Juan Carlos siempre mostró interés. Por semanas le pregunté después de mi presentación si quería recibir a Cristo. Siempre me contestaba que sí, pero no todavía. Había algo en su vida que

quiso corregir primero. No me entendía al explicar que Cristo es quien nos limpia. Uno no se lava antes de un baño. En el octavo aniversario de fundación de la fábrica, el dueño invitó a un orador especial para un servicio al final de la jornada, y 6 empleados aceptaron, incluyendo a Juan Carlos. (Después me reveló que había tenido problema con drogas.)

Para estas alturas la mayoría de la planta era evangélica, y reduje mis visitas a mensuales (y eventualmente dejé la obra a otros). Acepté una asignatura en el seminario de enseñar el curso de evangelismo. Los sábados llevé conmigo 1 o 2 diferentes alumnos tímidos para mostrar cómo evangelizar casa por casa. ¡En un trimestre, 36 alumnos guiaron a 382 personas a los pies de Jesús! Repito el punto de todo eso: Si los creyentes estamos dispuestos a compartir nuestra fe con otros, Dios abrirá puertas. ¡Ánimo!

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