Por qué mi madre es de Podemos Jordi Gracia Los intelectuales del

Antonio Ramírez, Marta Ramoneda. Molins, Josep Ramoneda, Joan Tarrida ... Machado Grupo de Distribución, S. L., ... «En
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NÚMERO 18 / 9 EUROS

JULIO · AGOSTO 2016

Gobernar una sociedad escindida Marina Subirats Por qué mi madre es de Podemos Jordi Gracia Los intelectuales del proceso Jordi Amat Dos conversaciones:

Kepa Aulestia y Eduardo Maura Una Euskadi distinta Lluís Bassets y Josep Piqué Un balance de la globalización Donald Trump: amor y dinero William Egginton y David Castillo Anonymous Gabriella Coleman DeLillo en la trinchera Toni Sala

sumario

Disponible en librerías, quioscos especializados y por suscripción, tanto en su edición en papel como digital Director: Josep Ramoneda Consejo Editorial: Jordi Alberich, Esperanza Rabat, Antonio Ramírez, Marta Ramoneda Molins, Josep Ramoneda, Joan Tarrida Directora de Arte: Esperanza Rabat Coordinación y edición: Patricia Valero Diseño original: Adriana Ventura Pérez Diseño y comunicación: Marta Bartolomé Ilustración de portada: David de las Heras Preimpresión: Maria García Corrección: Héctor Ortega Impresión y encuadernación: Industria gráfica CAYFOSA, S.A. Suscripciones: Júlia Castells Los derechos de autor de los textos que forman parte de La Maleta de Portbou son titularidad de cada autor La Maleta de Portbou es una revista de: © Promoción de Humanidades y Economía, S. L. Edición a cargo de: Galaxia Gutenberg, S. L. Av. Diagonal, 361, 2º 1ª A 08037-Barcelona Depósito legal: B. 17401-2013 ISSN de la edición impresa: 2339-6768 Contacta con nosotros en: [email protected] Suscríbete a La Maleta de Portbou en: [email protected] Puedes seguirnos en: www.lamaletadeportbou.com www.facebook.com/LaMaletadePortbou twitter: @MaletadePortbou Distribución: Les Punxes Distribuidora, S. L., [email protected]; Machado Grupo de Distribución, S. L., [email protected] © Reservados todos los derechos Se prohíbe cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, y sólo puede realizarse con la autorización expresa por escrito de sus titulares. La Maleta de Portbou no se hace responsable de las opiniones vertidas por sus colaboradores.

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Estampa Santi Palacios

Europa: Lost in Translation

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Editorial Josep Ramoneda

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Marina Subirats

Gobernar una sociedad escindida «A corto plazo, la estabilidad parece imposible.»

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Jordi Gracia

¿Por qué mi madre es de Podemos? «En la casa donde nací hay un altar consagrado a Pablo Iglesias donde antes había un retrato de Lenin.» la maleta de portbou 2

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Jordi Amat

El día inexorable «La mutación del catalanismo es una de las transformaciones políticas más intensas de la sociedad española contemporánea.»

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Lecciones sobre el futuro próximo:

Elettra Stimilli El poder económico y el culto de la deuda David Castillo-William Egginton Del amor cortés al dinero espectral Gabriella Coleman Cómo Anonymous evitó (por muy poco) la maquinaria retórica del ciberterrorismo

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Conversación Kepa Aulestia Eduardo Maura

Una Euskadi distinta «En Euskadi había un relato oficial erróneo e interesado de la crisis.»

sumario

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Galería Raúl Oliva

Francesc Serés

La huella digital en la arquitectura «En las propuestas de arquitectos que se han dejado influenciar por las nuevas tecnologías se da un cambio estético radical.»

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Conversación Lluís Bassets Josep Piqué

La globalización y el fin del optimismo europeo

Svetlana Aleksiévich «La concesión del Nobel se ha convertido en una estrategia más que los países utilizan para consolidar posiciones.»

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Tomás Delclós

El periodismo en la ficción televisiva «Los clichés que han prodigado las ficciones sobre periodistas no son únicamente mentiras o verdades acerca del periodismo.»

«A diferencia de lo que podíamos pensar hace veinte años, Europa no está ni se la espera.»

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Toni Sala

Falling Man DeLillo en la trinchera «El hombre del salto se plantea cómo escribir sobre el 11-S, cómo actuar en él desde el arte, qué puede aportarle el arte.» la maleta de portbou 3

Relato Vivir desconectado Philippe y la búsqueda de empleo Enric Puig Punyet

«Philippe tiene cuarenta y un años y hace dos años tomó la decisión de no depender nunca más de internet.»

estampa

Europa: Lost in Translation

© Santi Palacios

De la exposición Valla, de Santi Palacios, presentada en el festival de fotografía documental DOCfield 2016, en Barcelona, bajo el título «Europe: Lost in Translation». La escena tiene lugar en la frontera que separa la provincia marroquí de Nador y el enclave español de Melilla, donde migrantes y refugiados subsaharianos se ven obligados a saltar la triple valla metálica que separa ambos territorios para lograr acceder a suelo europeo, tras meses o años malviviendo en los bosques que rodean la ciudad. Santi Palacios (Madrid, 1985) colabora con agencias de noticias, medios de comunicación y ONG como AP, El País o The New York Times. Ha publicado en los principales periódicos y revistas a nivel global y ha sido galardonado con los premios Picture of the Year, REVELA y el premio Nacional de Fotoperiodismo.

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editorial

SEGUIMOS SIENDO HUMANOS Por

Jo s e p r a mone d a

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a crisis de la formación de gobierno que ha obligado a repetir las elecciones no es nada raro en el contexto europeo. En otros países ha habido vacíos de este tipo. Por eso cuando se está en el proceso de configuración de un nuevo gobierno parece interesante preguntarse por qué se ha convertido en algo tan difícil. Marina Subirats, en «Gobernar una sociedad escindida», explora una cuestión que tiene causas nada exclusivas del país. Hay una polarización social fruto de las fracturas provocadas por la crisis y las políticas de austeridad –hay que hablar sin remilgos de violencia estructural del sistema–; hay una desconfianza con una política atrapada entre la corrupción y la impotencia; y hay una percepción creciente de que las instituciones europeas, en vez de dinamizar Europa y consolidar los valores de la sociedad abierta, actúan como un corsé que restringe la autonomía de los gobiernos hasta límites asfixiantes, legitimándose en un nada inocente discurso de los expertos. En este contexto, la ciudadanía se resiste a quedarse sin voz y nuevas fuerzas políticas entran en juego en Europa, con modos y características diferentes según los países. Y siendo las causas parecidas, en este sentido España sí que está viviendo una experiencia en cierto modo singular. En pleno desprestigio de los partidos tradicionales, grupos surgidos en la periferia (o incluso en los márgenes) del sistema se han incorporado a la vida política institucional. Procedentes de movimientos sociales que parecían destinados a agotarse en sí mismos, han demostrado que la indignación puede hacer política, poniendo a prueba los estrechos límites de lo posible. Y a su vez han desmitificado el discurso de la despolitización de la ciudadanía, que parece rebelarse contra la cultura de la indiferencia. Dos fenómenos han adquirido especial relevancia en los últimos años: Podemos y otros grupos políticos que tienen su génesis en las movilizaciones de los indignados, y el independentismo catalán, en que orga-

nizaciones civiles y viejos partidos nacionalistas han desafiado la propia articulación del Estado. La construcción cultural de Podemos y la reacción de ciertas élites del mundo cultural y la formación de una intelectualidad de apoyo al proceso soberanista catalán son analizados por Jordi Gracia y Jordi Amat. Estas reflexiones sobre el proceso político español se completan con dos conversaciones: una sobre Euskadi, el nuevo País Vasco después del silencio de las armas, entre Kepa Aulestia y Eduardo Maura. Y otra entre Lluís Bassets y Josep Piqué sobre el contexto globalizador que enmarca estos momentos de desconcierto en que Europa vive mal la pérdida de centralidad y de capacidad para defenderla. Para estar preparados cuando los nuevos generen nuevas frustraciones, en un mundo en que la política encuentra dificultades para ofrecer expectativas, insistimos en la reflexión sobre los cambios que determinarán el futuro próximo. William Egginton y David Castillo hablan sobre poder, sexo y dinero (temas eternos que abonan la sospecha de que el progreso moral no existe) a partir de la figura de Donald Trump. Elettra Stimilli trata del poder de la deuda y la culpa como elemento de dominación y control social. Y Gabriella Coleman nos introduce a través de su inmersión en Anonymous en el mundo de la cultura hacker. Un mundo, el de internet, del que es posible vivir desconectado, como nos cuenta uno de los personajes de Enric Puig Punyet. En fin, como dice Toni Sala, hablando del 11-S visto por DeLillo, «los humanos seguimos, a pesar de todo, haciendo arte, pinturas, novelas, seguimos siendo humanos». Y por eso hay que recurrir siempre a quienes llegan más lejos a la hora de dejar constancia de quién somos y dónde estamos. Francesc Serés nos revela el mundo de Svetlana Aleksiévich. Y Tomás Delclós visita el cine para reconocer a los periodistas. La vida sigue.

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MARINA SU B IRA T S

GOBERNAR UNA SOCIEDAD ESCINDIDA

Institut La Llauna, calle Sagunt, Badalona, 2012 © Anna Malagrida, www.annamalagrida.com

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a imposibilidad de formar gobierno después de las elecciones de diciembre es, efectivamente, un fracaso descomunal, que ha llevado a la celebración de unas nuevas elecciones en las que no se prevé que puedan resolverse fácilmente los anteriores problemas. Este fracaso ha sido atribuido de una manera casi unánime a la incapacidad de los partidos políticos, a la arrogancia de sus líderes, a su falta de cintura política, a su abulia o a su bisoñez. Desde mi punto de vista, las razones son muy otras, y no han sido

suficientemente debatidas ni tenidas en cuenta; la destrucción sistemática del pensamiento político y sociológico al que nos ha abocado el neoliberalismo nos ha llevado a una pobreza conceptual que sólo permite razonar sobre lo anecdótico, ocultando cualquier razón estructural que trate de indagar sobre los movimientos de fondo de la sociedad. ¡Los políticos son ineptos! Una explicación demasiado fácil para un tiempo complejo, que requiere soluciones mucho más profundas que un cambio de actitud de algunos líderes.

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MARINA SU B IRA T S Un tiempo complejo: España se ha convertido en una sociedad escindida; la situación de las clases media y trabajadora, que forman el grueso de la estructura social, se ha deteriorado. Ello tiene su reflejo político en el hundimiento del soporte electoral a las posiciones políticas de centro, que son las que dan estabilidad a los gobiernos y les permiten avanzar manteniendo consensos, en un proceso de adaptación a las situaciones cambiantes. Cuando una sociedad tiende a convertirse en dual, el centro pierde peso mientras las posiciones extremas se refuerzan y endurecen: la escisión y la pérdida de cohesión no pueden llevar más que al enfrentamiento. De modo que podemos preguntarnos: más allá de pactos puntuales y tremendamente frágiles, ¿es gobernable una sociedad escindida? ¿Puede existir un proyecto político hegemónico sin un proyecto social común?

La relación clases/partidos políticos Predomina hoy la idea de que los partidos están formados por personas cuyo único interés es tener poder y ganar un dinero fácil. Sus propuestas políticas, a partir de esta posición, no obedecen sino a intereses propios, y se expresan por medio de pequeños inventos fabricados para seducir a la población. «Vamos a bajar impuestos», «educación hasta los 18 años», «que el Estado complemente el salario», «renta básica», etc. A ver quién es más ingenioso y da en el clavo de los deseos populares, como en una ruleta: aciertas o no. En realidad, los partidos políticos surgen como expresión de los intereses de los grupos sociales. ¿Qué tipo de grupos? Diversos, según las características de cada sociedad. Hasta este momento, y aunque sea ampliamente negado incluso por algunos partidos que rechazan el binomio derecha/izquierda, el elemento central de partición pasa por la apropiación de los recursos colectivos: aquellos que tienen un fácil acceso a ellos y dominan los mecanismos de su acumulación, aquellos que tienen escasos recursos y viven fundamentalmente de su trabajo; es decir, las clases sociales, los grandes grupos en los que siguen dividiéndose las sociedades contemporáneas y que clásicamente han dado lugar a los partidos conservadores o progresistas, con todos sus matices y variantes. Sin embargo,

no son los únicos grupos sociales que pueden dar lugar a partidos políticos; hay otras causas que movilizan a sectores amplios de la sociedad, como por ejemplo la ecología, la religión o los nacionalismos; aunque generalmente los partidos que surgen de grupos no vinculados a las clases sociales acaban aliándose en algún momento con el bando de la derecha o el de la izquierda, porque, nos guste o no, ésta sigue siendo la división fundamental en nuestras sociedades; y no sólo sigue vigente, sino que tiende a acentuarse. Ahora bien, ni las clases están definidas de una vez por todas, ni tienen siempre la misma capacidad de acción, ni mantienen vínculos estables con los partidos que las representan. Las relaciones de poder son algo vivo, cambiante, aunque partan de estructuras políticas relativamente rígidas consolidadas en algún tiempo anterior, como puedan ser las constituciones. En algunas épocas los vínculos entre clase y partido se refuerzan, aunque los partidos siempre tiendan a presentarse como representantes de los intereses generales, puesto que tratan de captar votos en todos los ámbitos; en otros momentos las relaciones entre clase y partido se debilitan hasta el punto de ser apenas reconocibles, y ello por razones que dependen, en cada caso, de las coyunturas concretas. Teniendo en cuenta estas cuestiones podemos preguntarnos, ¿qué es lo que permite formar gobiernos si hablamos de sociedades fragmentadas, en las que se expresan intereses diversos y contrapuestos? ¿Cuáles son las condiciones básicas para que un gobierno de coalición sea posible? Pues bien, formar gobierno será posible en la medida en que los intereses de las diversas clases sociales, o al menos de algunas de ellas, puedan contener elementos comunes o, por lo menos, no ser totalmente dispares en sus elementos centrales. De lo contrario, si los intereses son divergentes y tienden a enfrentarse, si algún grupo pretende mejorar su situación y utilizar el gobierno estrictamente para su beneficio, el acuerdo no será posible. Podrán existir acuerdos momentáneos en situaciones puntuales, pero no resistirán los enfrentamientos continuos que van a producirse cuando cada partido intente llevar el agua a su molino, si ninguno de ellos consigue establecer su hegemonía. Formar un gobierno estable depende, en último término, en las sociedades pluripartidistas, de la posibilidad de que exista un proyecto compartido por un sector mayoritario de la sociedad.

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MARINA SU B IRA T S La situación en España: intereses divergentes y desequilibrio de fuerzas En España, la Transición fue posible porque se construyó un proyecto compartido. Naturalmente, no al 100%, ni mucho menos. Todos los partidos transigieron porque todos vieron ventajas en lograr un acuerdo. En momentos del pasado se ha hablado de la Transición como modélica, cuando en realidad sólo lo fue en la medida en que se demostró capacidad de diálogo y de establecer acuerdos en una situación extremadamente difícil. Todas las clases sociales ganaron, pero también todas perdieron algo de lo que tenían o de sus aspiraciones: la derecha perdió el poder indiscutido y despótico; la izquierda perdió la posibilidad de una democracia avan-

El proyecto común que permitió a España unos años de democracia y crecimiento se está destruyendo a toda velocidad. La cohesión social se rompe. zada que entroncara con el proyecto republicano e hiciera justicia a los vencidos. Pero todo ello no se basó en la habilidad de unos políticos que, pocos años antes, se habrían enfrentado con la mayor violencia, sino en la confluencia de intereses de las clases y grupos que ellos representaban. La normalización de la situación política del país para poder formar parte de la Unión Europea y para estabilizar la producción, por parte de la clase dominante de la época; y por parte de las clases medias y trabajadoras, la estabilidad, también, y la necesidad de desarrollar un primer nivel de Estado del bienestar. Más la urgencia de un sistema territorial menos centralizado, en el que desapareciera el dogal del nacionalismo español que el franquismo había impuesto, para dejar paso a una relativa autonomía en la organización de las distintas zonas del país. Nos encontramos hoy en el extremo opuesto a la situación de 1978: el proyecto común que se había ido configurando ha sido dinamitado. A partir de 2011 y de manera

creciente en los años siguientes, se destruyen sus bases sistemáticamente: la reforma laboral empeora de forma drástica las condiciones de trabajo. Destrucción paulatina de los logros en el ámbito del Estado del bienestar. Intentos de recentralización, con amenazas y presiones constantes sobre las autonomías. Destrucción también de derechos y libertades, puesto que el deterioro de la situación económica para la mayoría de la población genera inmediatamente huelgas, protestas y manifestaciones que el gobierno trata de acallar. Todo ello acompañado de una paulatina pérdida de confianza en las instituciones y en el sistema político, al compás del aumento de la corrupción, las resoluciones judiciales claramente partidistas o amañadas y el deterioro de la objetividad en los medios de comunicación. Así pues, el proyecto común que permitió a España unos años de democracia y crecimiento se está destruyendo a toda velocidad. La cohesión social se rompe. Pero inicialmente no se rompe porque existan dos bloques enfrentados con proyectos alternativos, como ha podido ocurrir en otros períodos. Se rompe porque se produce un desequilibrio de fuerzas, y ello permite el aumento de poder de unas clases sobre otras; las reglas de juego son modificadas, y, como consecuencia necesaria, se produce la protesta y el abandono, por parte de las perdedoras, de un proyecto que ha dejado de ser común. El elemento de fondo que, a mi juicio, ha impulsado esta modificación de las posiciones de los diversos grupos sociales ha sido la globalización. La dinámica de la globalización actúa de forma diversa sobre las diferentes clases sociales, trastocando equilibrios anteriores e implica un conjunto de cambios complejos; entre ellos, la aparición de un nuevo sistema de clases, en las que aparecen nuevas formaciones. Y, de una manera muy destacada, una nueva clase capitalista que no se define por su pertenencia a un país, sino que actúa de manera global, con unos criterios diferentes de los que hemos conocido en las burguesías nacionales. En tanto que las ganancias se basan fundamentalmente en la especulación financiera, no hay ninguna necesidad de pactar con los trabajadores. En tanto que los mercados son globales, no se necesita cuidar de los consumidores y clientes que anteriormente constituían el mercado natural de cada empresa. En tanto que puede actuar en todo el mundo, esta clase no está sometida a las legislaciones de cada país. Y así sucesivamen-

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MARINA SU B IRA T S te. Con un resultado evidente: el ámbito de su acción es el mundo, mientras el ámbito de acción de los sujetos políticos, las otras clases sociales y los partidos que las representan, es todavía nacional. Las reglas democráticas actuales, vigentes en los ámbitos nacionales, son impotentes frente a una clase que actúa globalmente y lo hace con más capacidad de unidad que cualquier otro sujeto político anterior. De aquí que su poder económico crezca inmensamente, y que no necesite un instrumento político propio, porque a menudo consigue poner a su servicio los aparatos políticos nacionales e incluso supranacionales, forzando sus decisiones mediante las amenazas económicas, las deslocalizaciones, la compra de medios de comunicación o simplemente el soborno. La emergencia de esta clase, a nivel mundial, destruye los anteriores procesos europeos, que habían ido imponiendo no un reparto igualitario, pero sí ligeras correcciones de la desigualdad, el crecimiento de la clase media y la integración de la clase trabajadora en la sociedad de consumo. Aparentemente se estaba configurando, hasta el momento en que estalla la crisis económica, una sociedad de clases medias, abierta, competitiva, con oportunidades para quien quisiera aprovecharlas, en la que el origen social ya no marcaba el destino. Y en la que, por lo tanto, cada individuo entra en competición con sus iguales, para crearse sus propias condiciones de vida, no determinadas por las condiciones a las que se ve sometido su grupo. Dado el predominio, hasta hace aproximadamente una década, de esta creencia apoyada por realidades que le daban fundamento, la clase media y la clase trabajadora van perdiendo sus instrumentos de intervención política, van desarmándose en tanto que clases, precisamente como resultado de las mejoras conseguidas, que producen su desmovilización y su fragmentación. Se genera así una coyuntura adecuada para la imposición de los intereses de una nueva clase dominante que sí actúa como tal, y que aprovecha extraordinariamente bien los avances tecnológicos para convertir su dominio en un poder global.

La etapa de la descomposición La crisis acaba con esta etapa de relativa bonanza y genera, en los primeros años, un total desconcierto. Nadie está preparado para dar respuestas ni para imaginarlas, ni siquiera

para creer que el retroceso sea real. Poco a poco, los recortes van mostrando la profundidad del viraje impuesto: se acabó la ilusión del progreso, del bienestar, de las oportunidades para todos. Las primeras respuestas son clásicas: manifestaciones de denuncia de los recortes en la educación, en la sanidad, etc. Sin resultado ninguno. El desastre se achaca a la incompetencia del gobierno Zapatero, de modo que en 2011 es el PP quien gana ampliamente las elecciones. Y entonces comienza la etapa más dura, porque a los despidos, a los recortes, a la corrupción se une el cinismo del gobierno y el endurecimiento de las formas represivas. ¿Qué hacer? No hay corrección posible desde las instituciones, dado que el PP cuenta con una mayoría abrumadora en el Congreso y en el Senado; es decir, ninguna alternativa puede ser canalizada institucionalmente. Las respuestas que se generan no tienen otro escenario que la calle, pero el impacto sobre las políticas públicas es nulo. La protesta emerge, desde 2011,

A diferencia de la interpretación que se ha tratado de dar desde los partidos centralistas, el objetivo independentista no surge del gobierno catalán del momento, sino que éste es arrastrado a él para evitar la crítica generalizada por el deterioro de las condiciones de vida. pero lo hace desde la base, en la carencia de proyectos alternativos, sin programa político, sin organización. Y surge como siempre que un proyecto común se hunde: en direcciones varias y con enormes diferencias en sus formas. Es interesante ver cómo, allá donde existía alguna forma de proyecto alternativo, la movilización se produce con más rapidez y contundencia. Es el caso de Cataluña; la opción del independentismo, presente siempre pero muy minoritaria hasta mediados de la pasada década, aparece de pronto como una solución posible, una forma de canalizar el malestar e iniciar un proyecto distinto; a diferencia de la interpretación que se ha tratado de dar desde los partidos centralistas, el objetivo independentista no surge del gobierno catalán del momento, sino que éste es arrastrado a él para evitar la crítica generalizada por el deterioro de las condicio-

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