Otras plebeyas que tuvieron su propio cuento de hadas

29 abr. 2011 - Nacida en Kuwait de padres pa- lestinos, conoció al futuro rey de. Jordania ... estudió historia del arte
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EXTERIOR

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La boda real

Viernes 29 de abril de 2011

Los protagonistas del día

El príncipe que buscaba una vida normal

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GRACIELA IGLESIAS PARA LA NACION LONDRES.– Es cierto: el príncipe azul de los cuentos de hadas no existe. Pero de no ser por una incipiente calvicie, Guillermo Arturo Felipe Luis Windsor es el único heredero de un trono lo suficientemente apuesto para merecer tener su imagen sobre las paredes de los dormitorios de cientos de miles de adolescentes en todas partes del mundo. El riesgo de que el casamiento lo destrone de esa privilegiada posición no le quita el sueño. Si hay algo que él añora es escaparle al mundo de la celebridad en el cual se ha criado. Guillermo, nacido el 21 de junio de 1982, hizo su primera aparición pública oficial con apenas un año de edad, durante una gira de sus padres, el príncipe Carlos y Diana Spencer, por Australia y Nueva Zelanda. Cuando, a los 9 años, un amigo le asestó un golpe en la cabeza mientras jugaban con un palo de golf, lo que motivó una breve hospitalización, todos los programas de televisión fueron interrumpidos para anunciar la noticia. De la mano de su madre, y acompañado siempre por su hermano y compinche, el príncipe Harry, Guillermo tuvo la oportunidad de disfrutar de algunas experiencias que podrían considerarse normales, como visitar un parque de diversiones y comer en un McDonald’s, de no ser por la constante presencia de los flashes fotográficos. La prensa también registró todo su progreso educativo: desde el jardín de infantes, Ludgrove School y la escuela de la elite Eton hasta la universidad escocesa de St. Andrew, donde, además de conocer a Kate Middleton, estudió historia del arte y geografía. En 1997, Lady Di, que para entonces ya estaba divorciada del príncipe de Gales, murió en un accidente automovilístico en París. Guillermo había estado con ella apenas una semana antes, disfrutando del sol mediterráneo en el yacht de su novio, Dodi Al-Fayed. La noticia de la tragedia lo encontró veraneando con su padre y hermano en el castillo escocés de Balmoral. En cuestión de horas, tuvo que salir a agradecer al público las ofrendas florales colocadas frente a la residencia oficial londinense de su madre, el Palacio de Kensington. En el entierro, formó parte de la procesión, integrada por su padre; su hermano; su abuelo, el duque de Edimburgo, y su tío, el conde de Spencer, que siguió a pie al féretro hasta la misma abadía donde hoy contraerá nupcias. Tom Bradby, su amigo y confidente de varios años, afirma que el príncipe está “totalmente convencido de que los paparazzi fueron los culpables de la muerte de su madre” y que esto “en ocasiones, lo pone muy, pero muy furioso”. Quienes lo conocen dicen que su carácter se asemeja al de un volcán dormido: estalla sólo de vez en cuando, pero cuando lo hace, es mejor ponerse a cubierto. “El ha visto la forma en la cual este tren de vida limitó la existencia de su padre y literalmente arruinó la de su madre. De allí que se lo vea más decidido e impresionante cuando su instinto protector se despierta en defensa de su novia o de su familia”, sostiene Bradby. De tener libre albedrío, él preferiría ganarse la vida como copiloto de su helicóptero de rescate Sea King Mk3 y vivir con Kate en algún punto remoto de Anglesey, en Gales. Pero el problema con las monarquías es que no dejan espacio a la elección. El podrá querer ser ese chico común que anteayer pasó dos horas jugando al fútbol con amigos en un parque de Londres, pero su vida siempre estará fuera de lo normal.

La joven que no quiere ser otra Diana

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LA NACION

LONDRES (Para LA NACION).– Kate Middleton no prometerá hoy “obedecer” a su marido, sino “amarlo, confortarlo, honrarlo y protegerlo”. Esto es exactamente lo mismo que dijo en 1981 quien hubiera sido su suegra, Diana Spencer, la primera princesa en adoptar la fórmula contenida en el Libro de Oración Común del anglicanismo, redactado en 1966. Pero no hay que ver en esta decisión un acto de rebeldía. Si hay algo a lo que la plebeya Middleton aspira es a integrarse en la familia real sin hacer demasiado ruido. La figura que ella admira y busca emular no es Lady Di, sino la reina madre. Esa mujer que ayudó a su marido, Jorge VI, a hacerse cargo en forma inesperada del trono y a superar un tartamudeo. Los allegados a la pareja afirman que Kate ya dio muestras de ejercer una influencia tranquilizadora sobre el ánimo por momentos irascible de su novio. Y, si bien está dispuesta a transformarse en un ícono de la moda británica, su intención es hacerlo siempre en su condición de compañera del príncipe, no como una celebridad independiente. Hija de quien entonces era una azafata, Carole Elizabeth Goldsmith, y de Michael Francis Middleton, un controlador aéreo, el nacimiento de Catherine Elizabeth, el 9 de enero de 1982, pasó inadvertido. Ni siquiera fue mencionado en la columna de sociales del diario de su pueblo. Kate tiene dos hermanos, James William, un repostero de 24 años, y Philippa, una organizadora de fiestas. Los tabloides criticaron ayer duramente a la benjamina de los Middleton, de 27 años, por demandar que no la llamen más por su apodo, “Pippa”. Un gesto que interpretaron como la primera señal de los humos de una familia burguesa catapultada hoy al seno de la más opulenta monarquía occidental. Como hija de dos empleados de British Airways, Kate vivió en Amman, Jordania, dos años. En 1987, sus padres fundaron Party Pieces, un negocio de venta por catálogo de artículos de cotillón con el cual pronto hicieron fortuna. Fue así como la futura princesa fue criada en una mansión en el pueblo de Bucklebury, unos 100 kilómetros al oeste de Londres, y asistió a una de las más caras escuelas privadas británicas, el Marlborough College. Al terminar el secundario, se tomó un año libre para hacer un curso en el British Institute de Florencia, participar en el programa de experiencia juvenil del Raleigh International en Chile, y en parte de la competencia de navegación Round the World Challenge (Desafío de la Vuelta al Mundo). En 2001 fue a estudiar historia del arte a la universidad escocesa de St. Andrews. Allí, además de sacar buenas notas, jugó al hockey y participó en otros eventos estudiantiles, incluido un desfile de modas, donde, gracias a un transparente vestido, encendió para siempre la pasión del príncipe Guillermo. El resto es una historia de romance y buen manejo de la prensa. En 2005, un paparazzo la fotografió saliendo de una discoteca. Los abogados del príncipe de Gales detuvieron la publicación bajo amenaza de iniciar un multimillonario juicio. En abril de 2007, el tabloide The Sun reveló que la pareja se había separado porque Guillermo no le prestaba la debida atención y parecía frecuentar otra compañía. Lejos de ocultarse o de mostrar pena, Kate se dejó fotografiar asistiendo a varios eventos acompañada por apuestos rivales del príncipe. En seis meses, el romance volvió a sus carriles. Es cierto que tuvo que esperar ocho años para poder calzarse la tiara, pero con su serena parsimonia la atractiva Kate Middleton logró ganarse la prerrogativa de ser llamada, a partir de hoy, princesa Catherine Windsor.

Otras plebeyas que tuvieron su propio cuento de hadas Letizia, Máxima, Rania y Mette-Marit podrían convertirse en reinas ELISABETTA PIQUE CORRESPONSAL EN ITALIA ROMA.– Durante siglos, la regla no escrita –y a veces, escrita– decía que un miembro de la realeza debía buscar una esposa de igual linaje o, por lo menos, de la nobleza. Pero en las últimas décadas, la tradición cambió drásticamente. Para horror de los monárquicos más puristas, unos cuantos príncipes herederos europeos se rebelaron a esa antigua costumbre y pasaron a elegir a su futura esposa por amor, lo que abrió las puertas del palacio a varias plebeyas. La británica Kate Middleton no es la única ni la primera que llega a contraer el enlace de ensueño con un verdadero príncipe azul. Antes que ella, otras varias mujeres alcanzaron ese sueño de hadas, pese a su condición de plebeyas. Entre ellas, se recuerda a Grace Kelly, la famosa actriz norteamericana (ganadora de un Oscar por su actuación en La angustia de vivir), que dejó su carrera para casarse con el príncipe Raniero de Mónaco, con quien vivió hasta su muerte, en un accidente de auto, en 1982 y con el que tuvo tres hijos (que también, en varios casos, se casaron con plebeyos). Uno de los ejemplos más emblemáticos de plebeya devenida reina es el de la princesa Mette-Marit Tjessem. Hija de divorciados, madre soltera de un hijo cuyo padre es un hombre arrestado por tráfico de drogas, ex modelo y participante de reality shows, conquistó y se casó, en 2001, con Haakon Magnus de Noruega, el príncipe heredero, hijo del rey Harald V y de la reina Sofía. Ese matrimonio fue, obviamente, polémico y produjo un fuerte debate

Otras bodas reales

➷ Holanda, 2002

La argentina Máxima Zorreguieta se casó con el príncipe Alejandro

➷ España, 2004

La periodista Letizia Ortiz se casó con Felipe de Asturias

➷ Dinamarca, 2004

La abogada Mary Donaldson se casó con el príncipe Federico

sobre el futuro de la monarquía en Noruega. Con un currículum muy abultado –estudios, idiomas, aunque con un padre que fue funcionario durante la última dictadura militar–, también

la argentina Máxima Zorreguieta superó todos los escollos al casarse muy enamorada y con toda la pompa (sin su padre en la ceremonia) con el príncipe heredero de Holanda, Guillermo Alejandro, en 2002. También divorciada, la conocida periodista de la televisión española Letizia Ortiz Rocasolano igualmente logró el sueño de casarse con un príncipe azul verdadero, al contraer matrimonio con Felipe de Asturias en 2004. Hoy madre de dos niñas, como Mette-Marit y Máxima, ella también está a la espera de convertirse en reina. Otro parecido cuento de hadas moderno vivió, también en 2004, la abogada australiana Mary Donaldson, que conoció en un pub de Sydney al príncipe Federico de Dinamarca, mientras éste asistía a los Juegos Olímpicos. Para casarse y convertirse en princesa, Donaldson, a quien muchos compararon con las fallecidas Lady Di y Jacqueline Kennedy Onassis, debió renunciar a su nacionalidad australiana y convertirse al luteranismo. Ya reina, pero también de origen plebeyo, es la bella y elegante Rania Yassin, que se casó en 1993 con el entonces príncipe heredero Abdullah ben al-Hussein, hoy rey de Jordania. Nacida en Kuwait de padres palestinos, conoció al futuro rey de Jordania mientras trabajaba en Amman para la compañía Apple, y hoy, además de ser madre de cuatro hijos, es mundialmente conocida por ser defensora de los derechos de las mujeres y de los niños.

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