Mujeres en suspenso

Joyce Carol Oates nació en Lockport,. Nueva York, y creció en el campo. Te- nía catorce años cuando su abuela le re- gal
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NARRATIVA EXTRANJERA

Mujeres en suspenso La prolífica Joyce Carol Oates, que ha ahondado en sus libros las diversas facetas del sueño americano, reúne una serie de cuentos de crimen y misterio en los que la atrocidad se produce con la naturalidad de lo inevitable POR MARISA AVIGLIANO Para La Nacion

E

n versiones diferentes, que su autora ha corregido y enmendado, los nueve relatos que integran La hembra de nuestra especie han sido publicados entre 2001 y 2004 en revistas y antologías de crimen y misterio. Pero esto no importa demasiado porque los textos de Joyce Carol Oates (Estados Unidos, 1938) siempre parecen de última hora, recién escritos, como si los hubiera enviado a la redacción de alguna revista que los espera con ansiedad antes del cierre. René Étiemble sostenía que el placer poético era de origen fisiológico, esencialmente muscular y respiratorio. Su justificación descansaba en la duración del alejandrino francés y el ritmo natural de la respiración. Lejos de estas coartadas, Joyce Carol Oates olvida toda respiración y promete placer a partir de una prosa irritante que, por momentos afectada, confía demasiado en programadas advertencias sobre el suspenso y la masacre. Oates ha publicado más de noventa libros: novelas, cuentos, poesía, teatro, ensayo, biografía y crítica. La reina del crimen, la que escribe casi diez horas por día y usa anteojos grandes, ha recibido elogios como “... Usted es muy buena, escribe como un hombre”. Casi no posa para las fotografías sin su lápiz labial bermellón, y se ha dado el lujo de firmar con seudónimos como Rosamond Smith y Lauren Kelly. Algunos críticos ven en su fecundidad la marca del genio y la comparan con escritores compatriotas como Norman Mailer, Saul Bellow o John Updike. Otros, en cambio, desprecian su “incontinencia verbal”. Joyce Carol Oates nació en Lockport, Nueva York, y creció en el campo. Tenía catorce años cuando su abuela le regaló una máquina de escribir. Tiempo después, con un acentuado gusto por el gran tema norteamericano, Oates se

lanzó a abarcar todos los temas posibles: describió a Marilyn Monroe en Blonde, el pugilato en Sobre el boxeo, una pasión que heredó de su padre y un deporte al que considera una celebración de la religión perdida de la masculinidad, tanto más contundente por estar perdida; denunció la problemática racial en Because It is Bitter, and Because It is My Heart (“Porque es amargo, y es mi corazón”), al asesino serial en Zombie y se detuvo en el clan Kennedy, en Agua negra, donde ficcionaliza los pormenores del célebre accidente que sufrió Edward en Chappaquiddick. En Qué fue de los Mulvaney, uno de los pocos libros de su poblada bibliografía que se han traducido al español, describe a una feliz e idílica familia

LA HEMBRA DE NUESTRA ESPECIE POR JOYCE CAROL OATES EDAF TRAD.: GREGORIO CANTERA 289 PÁGINAS $ 42

estadounidense de los años setenta fracturada después de una violación: “Durante mucho tiempo nos envidiaron, nos compadecieron. Durante mucho tiempo nos admiraron; luego, pensaron: ‘Dios mío, se lo merecen’.” Para muchos es una implacable disección de su sociedad y una de sus mejores novelas. Como un aplicado libro de listas, futilidades serias para el bibliófilo, La hembra de nuestra especie reúne un canon de mujeres motivadas por la pasión, la honradez, la desesperación, el abuso y la miseria. Por aquí y por allá, puede encontrarse una madre que comparte el viento con un hombre bronceado vestido de blanco; una

lamia, disfrazada de esposa puntual, oculta un audaz paseo en bicicleta; una mujer que sale de vacaciones con su pequeña hija y sin su marido, un adicto al trabajo, que ha elegido no acompañarlas; también hay una aletargada doncella a la que le cuesta recordar cómo fue su vida antes de cumplir once años, y una mujer que solo sabe que está bien vestida si lo que lleva puesto es de una marca reconocida. Los cielos abundantes pero insuficientes dibujan las penurias de un género donde todo es camuflaje y cabotaje. Las pequeñas escenas privadas son un muestrario de mercería descolorido: “‘Mamá, ¿estás triste? ¿Por qué estás triste?’ ‘Parecés triste, mamá.’ Ceci se pone de rodillas junto a su madre y hace como que le borra con sus deditos las arrugas de preocupación que surcan la frente de su mamá, unas arrugas que su mamá no se había dado cuenta de que las tenía.” Construidas a la espera de una obligada atrocidad que el lector reconoce casi sin sorprenderse, el suspenso que domina Joyce Carol Oates convive con la naturalidad de lo inevitable. La pobreza rural, la violencia y los abusos sexuales, las diferencias sociales, el poder, la niñez y adolescencia de las mujeres y el terror sobrenatural, son temas constantes en su literatura. Según dijo en varias oportunidades, la novela debería mediar y hacer extensiva la compasión. Sin embargo, la piedad solo está en los nombres bíblicos con los que bautiza ciudades y calles, nunca en la voz de sus personajes. Ese es su modo y su ejercicio. Así construye escenas donde la tensión y la culpa buscan cauce en el límite entre la vida y la muerte, lo legal y lo prohibido. Del mismo modo que, desde los albores de la conciencia humana, la arquitectura ha proporcionado abrigo utilitario, la literatura de la prolífica escritora neoyorquina ha experimentado siempre una voz de laboratorio capaz de cubrir cualquier reacción, como si siempre quisiera estar documentando algo, inexorable y didáctica, ejemplar en el horror supremo, minuciosa en el silencio y en la diversidad. El resultado no siempre es agudo. Las buenas intenciones no suelen llevarse bien con la calumnia.

Joyce Carol Oates AP

La pobreza rural, la violencia y los abusos sexuales, las diferencias sociales, el poder, la niñez y la adolescencia de las mujeres, y el terror sobrenatural, son temas constantes de su literatura

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Sábado 12 de abril de 2008 I adn I 17