Monstruos inquietantes Imaginación y tragedia El rock ilustrado

1 ago. 2009 - la Revolución Libertadora, frecuentó el Instituto Lom- broso y fue compañera de juerga de los grandes exis
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LAS PRIMAS

A TODO VOLUMEN

PRESAGIO DE CARNAVAL

POR AURORA VENTURINI

POR SEBASTIÁN RAMOS Y MARCELO MORÁN

POR LILIANA BODOC

MONDADORI 192 PÁGINAS $ 45

NORMA 127 PÁGINAS $ 38

EDICIÓN DEL AUTOR 194 PÁGINAS $ 130

Monstruos inquietantes

Imaginación y tragedia

El rock ilustrado

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uando hace dos años el jurado abrió el sobre ganador del Premio Nueva Novela del diario Página/12, resultó una sorpresa que Aurora Venturini, la autora de la obra a la que había calificado de una “originalidad desconcertante”, tuviera nada menos que 85 años. La originalidad no reside tanto en el mundo que describe: una familia amplia, ausente de hombres y llena de mujeres, en la que todas las de la generación joven padecen una deformidad física o mental. Tampoco en el sector social o la época que la novela pone en la mira: la pequeñoburguesía platense en los años cuarenta. Reside, sobre todo, en la voz de esa narradora minusválida, y la mirada que tiene sobre ese mundo de seres del que forma parte, seres que sacan a la luz la monstruosidad oculta por el decoro y las buenas costumbres de las familias “normales”. Una crueldad inocente, una malicia cándida que recuerda las atmósferas de Silvina Ocampo, un humor en que la tragedia y la sordidez toman ritmo de sainete. La voz es la de Iuna, una niña deficiente que va creciendo en una familia en la que el abandono del padre parece haber dejado una falla irreparable: hay una hermana mucho más deforme y deficiente que ella; dos primas que replican la asimetría de las hermanas; una enana astuta y pervertida, y una discapacitada con “seis dedos en cada pie y una excrecencia en la mano”. La voz, ambivalente, pone al desnudo lo que va descubriendo mientras crece: la sexualidad y la muerte, los celos y la envidia, las prácticas sexuales de vecinos y primas. Una voz escatológica, en la que hay popó y pipí, cotorras, cuetes y “sesoral”, babosidades y fluidos, y palabras pomposas y del catecismo; una voz que vomita su verdad en frases largas en las que faltan signos de puntuación y predomina la yuxtaposición. Iuna es al comienzo una voz torpe que, ayudada por el diccionario, va justificando su progreso. Busca disimular su anomalía gracias a la conquista del lenguaje y la escritura. Y también gracias al arte, porque Iuna pinta, tiene éxito en el mundo del arte, gana dinero. “Pronto seré culta”, dice, buscando evadirse de ese “circo extravagante”, de ese “océano de líquidos fatigados y murientes”. Salir de allí es dejar atrás, también, la sexualidad que todos practican menos ella. Venturini lleva muchos libros escritos y mucha vida vivida. Estudió filosofía, tradujo a Villon y Rimbaud, fue amiga de Eva Perón, y es viuda del historiador Fermín Chávez. Militante peronista, se exilió en París luego de la Revolución Libertadora, frecuentó el Instituto Lombroso y fue compañera de juerga de los grandes existencialistas de la época. Una vida que le dio letra para escribir una novela inquietante como Las primas.

n nuevo título de la escritora Liliana Bodoc siempre despierta la apetencia de los lectores. Después de haber publicado La saga de los confines (esa maravillosa trilogía sobre la conquista de América, contada desde el punto de vista de la literatura fantástica), Bodoc no sólo consiguió sorprender a la crítica con su rica imaginación y el trabajo de investigación realizado, sino que consolidó un público lector juvenil y adulto, que continuó apoyándola en sus obras posteriores. Ganadora de varias distinciones, traducida al inglés, alemán, francés, italiano y japonés, Bodoc, que también es docente y coordina talleres de narrativa, da con Presagio de carnaval una vuelta de tuerca a su literatura. Lo primero que llama la atención de la novela es la tensión poética y el despojamiento de la prosa. Aunque todo es aparentemente sencillo, con una historia casi contada desde el prólogo, y con sólo tres personajes protagónicos y otros tres secundarios (uno de ellos, un perro), Bodoc va indagando en el misterio de la vida de los condenados a contentarse con poco o a perderlo todo. ¿Cuándo decimos de una tragedia que lo es?, parece preguntarse la autora. ¿Es tragedia la del yuyero Sabino Colque, que deja su país, Bolivia, huyendo de sus propios fantasmas, arrastrado por la desaparición de su familia? ¿O es la de Ángela, la muchacha que trabaja en la tienda de enfrente de la plaza, cuya belleza es tan grande que en ella está su propia perdición? ¿Está en Mijaíl, el vendedor de “harinilla”, que aún conserva los libros de un padre que no conoció y para quien la traición será una forma de encontrar su lugar en el mundo? La autora consigue arrastrar también a su lector en esa búsqueda insaciable de la verdad. Esta vez, sin embargo, no hay personajes fabulosos, como en La saga..., o históricos, como en El espejo africano. Ella misma lo describe perfectamente: las tragedias se resuelven en “un tiempo y un espacio escuetos, cifrados, que acaban con una cabeza real ensartada en la pica de la virtud”. Limitados a una vida sin esperanzas, Sabino y Ángela podrán, a pesar de todo, tener su noche de amor y de locura, encontrar el sentido de sus vidas en los giros de las turbas, en el carnaval de San Pedro. Como a Romeo y Julieta, ese breve cielo les acarreará la tristeza y el dolor. Hay también unos ángeles arcabuceros, disfrazados de agentes de policía, que lo persiguen a Sabino hasta alcanzarlo en un baldío, para que el destino se cumpla. Presagio de carnaval es una bella historia bellamente contada. Y Bodoc vuelve a demostrar por qué se ha convertido en una de las escritoras más sólidas de la nueva generación de la literatura argentina.

ibro objeto, libro caja de sorpresas. A todo volumen– Historias de tapas del rock argentino opera en varios niveles, admite diversas entradas, crea conexiones internas y dispara la atención hacia otros terrenos. Sebastián Ramos y Marcelo Morán tomaron lo más externo del álbum, su tapa, para hacerlo brillar, pero también para que resuene en armonía con su razón de ser: la música. Los autores han decidido “borrarse” para que sean las portadas y las historias alrededor de ellas las protagonistas. Sus nombres no sólo no están en la cubierta del libro sino que han elegido que sean las palabras de Juan Gatti (responsable entre otros del arte de Artaud, de Spinetta) las que abran el recorrido. En riguroso tamaño vinilo, todo un guiño y un homenaje a aquel formato que tanto ayudó a que las tapas tuvieran un despliegue que hoy muchos añoran (durante el estallido de los años 60, el rock llevó su impronta a las tapas, modificándolas para siempre), el libro puede recorrerse en su orden cronológico o al azar. Cada álbum ofrece varias miradas: en la página impar, la tapa, no sólo tal como fue, sino también como sigue siendo, con bordes resquebrajados, puntas “enderezadas”, rastros de la cinta adhesiva con la que se intentaba emparchar las heridas del uso. En la página par, relatos que, con la tapa como eje pero también como salvoconducto, recuperan anécdotas en breves entrevistas con los músicos, aportan historias curiosas detrás de las ilustraciones y de los mismos discos (Rocambole y la conexión de Goya con ¡Bang! ¡Bang!... Estás liquidado; el sello Radio Trípoli y la revista Cerdos y peces, entre otras) y descubren coincidencias (por ejemplo, la cara graffiteada de Billy Bond en la tapa de La Pesada del rock and roll y la de Iorio, en la de un suplemento de rock que reproduce aquella idea en clave metálica). Los protagonistas son los artistas plásticos (Gatti, que vive en España; el prolífico Alejandro Ros; Daniel Melgarejo, que, tras hacer la tapa de Manal y las del sello Mandioca, se fue a Estados Unidos a trabajar para Disney) y los fotógrafos (Nora Lezano, Uberto Sagramosso, Bony), pero también los aficionados. Los autores, por su parte, ofrecen una lectura particular de estos cuarenta años de rock hecho en la Argentina. Sin remarcarlo, solo con la elección, dibujan una historia diferente de la oficial. Es Almendra y esa famosa lágrima derramada por Fermín, e inmediatamente la bomba sobre amarillo del debut de Manal, los que abren el libro. Ramos y Morán descartan de ese modo la prehistoria beat que representaron Los Gatos (que sí aparece con Rock de la mujer perdida, el disco en el que se sumó Pappo y con el que asumieron el nombre y el género).

Patricia Somoza

Graciela Melgarejo

Adriana Franco

© LA NACION

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18 | adn | Sábado 1º de agosto de 2009