MasterChef, un idioma universal

26 mar. 2014 - MasterChef, un idioma universal. Televisión. ... Su compañero galo (también de larga experiencia en la ..
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espectáculos

| Miércoles 26 de Marzo de 2014

Miércoles 26 de marzo

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ISBN 978-987-1888-43-6

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Comidas Patrias

Próxima entrega miércoles 2 de abril

Junior MasterChef, australiana y con cocineritos; la edición norteamericana, comandada por Gordon Ramsay (con gallina) que se ve por Glitz, y la versión española de la TVE

MasterChef, un idioma universal

Televisión. Esta competición culinaria supo capitalizar el furor mundial por la buena mesa para convertirse en uno de los realities

más populares en el mundo; para su versión local, que conducirá Mariano Peluffo por Telefé, se presentaron 5500 aspirantes Viene de tapa

Peluffo parece dispuesto a sumar más millaje a su vasta experiencia en realities importados. Sobre ello, y sobre la hipotética muerte del género, el muchacho responde: “A mí me encanta ver gente común en la pantalla. Me interesa ese desafío, en algún punto, porque yo mismo me siento un tipo de lo más corriente que tiene un trabajo distinto: conducir frente a cámara. Quizá por eso genero siempre un buen vínculo con los participantes, lloro, me río, empatizo con las mamás… Me siento una especie de puente entre esta gran burbuja que es la tele y la gente común”. ¿Y qué hay de la famosa muerte del reality? Para Mariano, no hay nada más alejado de, justamente, la realidad. “Como a todo género, hay que encontrarle la vuelta. Le sucede a la ficción también. La primera ficción costumbrista de Suar rompió todos los récords de audiencia, lo mismo que los primeros realities de comienzos de 2000. Después, hubo que cambiar ciertas premisas y cosas, pero no por eso dejó de existir la ficción o el realtiy. Yo creo que, en general, la crítica está esperando que un programa de estas características no funcione para labrar el certificado de defunción del género. Y, para mí, es evidente que es al revés, el reality show está más vivo que nunca.” Analista del medio, también le dedica un párrafo a la actual y alicaída audiencia de la televisión de aire. “Hoy, los espectadores ya no distinguen entre ese universo y el del cable. Te diría que nosotros los de 30 y pico somos los últimos que recordamos la época en la que no había cable; para los chicos de hoy, todo es lo mismo. Lo veo en mi hija, para ella, Telefé o Disney Channel son parte del mismo aparato.” La premisa de MasterChef, se sabe, es que 16 cocineros amateurs (de los 5500 que se anotaron inicialmente) compitan entre sí durante los sucesivos desafíos para quedarse con el premio final: 250.000 pesos y la edición de un libro de recetas. Y el beneplácito, claro del gran jurado, compuesto por el italiano Donato de Santis, el francés Christophe Krywonis y el crédito local Germán Martitegui (que, aunque ellos prefieren no decirlo, seguramente jugará el rol de estricto y puntilloso al límite). Acostumbrado a trabajar “para pasar inadvertido” –jura que jamás saluda en las mesas de su propio y muy prestigioso restaurante, Te-

Los jurados de la edición local (Donato de Santis, Germán Martitegui y Christophe Krywonis) observan la labor de los participantes

Un ciclo con una vida larga y fructífera Gordon Ramsay lanzó el reality en 1990 Nació en Inglaterra, en 1990, pero no fue hasta su relanzamiento en 2005 cuando el programa estalló en popularidad y se convirtió en la franquicia de reality más exitosa después de Gran Hermano. La versión más conocida (que acá se emite por Glitz) es la norteamericana, capitaneada por el implacable “escocés de oro” (acumula 15 estrellas Michelin), Gordon Ramsay (el mismo de Hell’s Kitchen). En total, ya hay más de 40 adaptaciones del formato en todo el mundo, incluidos la India, China, España, Australia, Suecia, Filipinas, Arabia Saudita, Malasia, Islandia, Hungría y, por supuesto, la Argentina.

gui–, Germán comenta: “Yo siempre trabajé para un nicho de gente, por lo que abrir mi persona y mis opiniones a millones sin duda será algo muy complicado”. Confiesa que sí, que tiene muchos pruritos con el medio, pero confía que de a poco se irán yendo. “Lo que más me importa –concluye– es mostrar la verdad de la cocina. Sin caer en críticas excesivas a los canales temáticos de cable, yo siento que hay una idealización del cocinero en la televisión actual. Se lo suele mostrar como un tipo que vive oliendo aceites de oliva, deleitándose con el tomillo fresco y las trufas, y la verdad es que éste es un trabajo muy, muy duro. Gratificante sí, pero muy sacrificado. Si con mis compañeros logro transmitir eso, me doy por satisfecho.” A su lado está Donato, que no para de asentir y que toma la posta con respecto a la tan comentada rivalidad entre chefs (sobre todo entre los mediáticos y los que no lo son): “Yo creo más allá de las escuelas, vertientes y hasta naciones, hay un único denominador entre los chefs profesionales: la pasión por su trabajo. Podemos cocinar platos muy diferentes, pero estoy seguro de que Christophe, Germán y yo sentimos

la misma emoción cuando encontramos un ingrediente especial o cuando tenemos que imaginar un menú nuevo. Eso es inalterable”. Su compañero galo (también de larga experiencia en la pantalla de Elgourmet) acota: “Esas supuestas internas furiosas entre los chef son una absoluta mentira. Hay que ser categórico en esto. Yo siento que no sólo hay una pasión compartida, sino un profundo respeto entre mis colegas. Un idioma y un universo en común”. Con cierta honestidad brutal, tanto Germán como Christophe admiten que jamás hubiesen intentado probarse en un reality como MasterChef. La razón, claro, es una timidez que ambos aseguran puede llegar a límites insospechados. “En este momento, si me decís que prepare una comida para nosotros tres, me hago pis encima. Imaginate si lo tuviese que hacer frente a las cámaras y para miles de espectadores. No podría, me temblarían las manos como nunca”, asegura Christophe, y el remate queda a pedir de boca: “De lo que no tenemos dudas –dicen a dúo– es que Donato hubiese participado a full. Y es más, seguramente, hubiese ganado”.ß

Mesa para cinco críticos en pantalla TesTimonio sabrina Cuculiansky LA NACION

C

omo en cada capítulo de MasterChef, se enfrentaron el equipo rojo y el azul. Se verá en el capítulo 12, cuando quedaban sólo ocho de los más de 5000 postulantes iniciales al programa. Cuatro de ellos pasarían directo al siguiente reto. Había que eliminar a uno de los equipos y para tal prueba fui convocada, junto a otros cuatro críticos gastronómicos. Dos capitanes seleccionaron a sus tres compañeros, pero como parte del guión, los cambiaron al otro equipo. En una hora y media, cada equipo elaboró cuatro platos que el restaurante serviría a la hora del té. Los jurados del reality entraban y salían con consignas y opiniones: Donato, con su versatilidad todoterreno; Martitegui, con sus claras ex-

televisión

The Crazy Ones, un experimento fallido The crazy ones (2013). ★★

regular . creador:

David E. Kelley. elenco:

Robin Williams, Sarah Michelle Gellar, James Wolk, Hamish Linklater. emisiones: miércoles, a las 22.30, por Fox.

D

espués de los títulos, al final de cada capítulo de esta comedia creada especialmente para encajar con la extraordinaria capacidad de Robin Williams para la improvisación y el humor, se puede ver una escena que quedó fuera de la edición del episodio. Son menos de cinco minutos que confirman lo que uno sospechaba viendo el resto de la ficción: las buenas intenciones y la habilidad de David E. Kelley no alcanzan para hacerle justicia al explosivo señor Williams. La historia del publicitario en extremo creati-

vo, algo desequilibrado, de vuelta de todos los excesos y sin ningún filtro entre las ideas que se le ocurren y su necesidad de expresarlas parecía ideal para que el actor retornara a la pantalla chica más de treinta años después de la inolvidable Mork & Mindy. Sin embargo, el experimento no tuvo en cuenta que los frenéticos movimientos de Williams funcionan mejor en pequeñas dosis. Por eso se disfrutan tanto más los epílogos que los episodios que los anteceden. Ver al veterano actor lanzarse a la improvisación y la creación re-

Robin Williams y Sarah Michelle Gellar, padre e hija en la ficción pentista mientras sus jóvenes colegas lo escuchan entre asombrados y tentados es mucho más entretenido que la escena terminada. Tal vez porque, bien al estilo de Kelley, productor y guionista responsable de Ally McBeal, The Practice y Boston

Legal, entre otras series especializadas en enredos de oficina, acá no hay personaje que se salve del mote de excéntrico o especial. Todos, desde Simon Roberts (el personaje de Williams), pasando por su hija Sydney (interpretada por la talentosa Sarah

MARTÍN FELIPE/AFV

Fox

Michelle Gellar), hasta la secretaria de la agencia, tienen exageradas personalidades que terminan por consumir el aire de cada escena hasta dejarla sin gracia alguna. Por separado, y sobre todo cuando Williams baja un poco la velocidad

plicaciones sobre las preparaciones, y Christophe, en el papel del malo, resultaron un trío perfecto que suma calidez y profesionalismo. Sentados en una soleada mesa degustamos scones salados, dulces, pain au chocolat, croissants, tarta de manzana y lemon pie junto a un soufflé de choclo y otro de verduras. Hubo acuerdos y desacuerdos, y aunque el voto final era individual, fue primordial tener en cuenta que ninguno de los participantes había tenido contacto anterior con una cocina real en su vida. El nivel general no fue bueno, pero sí parejo, ya que en el intento por sacar en tiempo y forma los platillos se notó el esfuerzo y el trabajo grupal. Tuvieron grandes problemas de cocciones y condimentos (luego trascendió que hubo arduas peleas con los hornos en la cocina). Lo más difícil de la tarea fue enfrentar a cada una de los ocho rostros expectantes y orgullosos de su trabajo a la hora del veredicto final.ß

de la ametralladora que tiene por boca, los actores consiguen sacar adelante algunas de las inverosímiles situaciones que les presentan los guionistas. En esa batalla se destacan James Wolk y Hamish Linklater, como los valiosos integrantes del equipo de exitosos publicitarios que capitanean Roberts y su hija. Con suficiente peso específico para tener una serie dedicada enteramente a sus personajes –el seductor Zach y el sensible Andrew– la buena labor de ambos se pierde entre el barullo que produce Williams. Si Kelley había conseguido moldear en beneficio de sus series a otros actores carismáticos como Robert Downey Jr (de corto pero significativo paso por Ally McBeal), William Shatner y James Spader (ambos en Boston Legal), en este caso la tarea de domesticación lo excedió. Es posible que de haber tenido una hora de programa–como en las series anteriores– el experimento hubiera funcionado. O implotado del todo. Con Robin Williams a la cabeza, cualquier cosa es posible. ß natalia trzenko