Marcos López.“En mi vida cotidiana soy un tipo bastante miedoso

abandonó la carrera de ingeniería para dedicarse a ... Estudié ingeniería por mi papá, pero abandoné .... en varias ciud
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SÁBADO | 11

| Sábado 2 de marzo de 2013

Fotógrafo, pintor y referente indiscutido del pop latino, expone su muestra Debut y Despedida en el Centro Cultural Recoleta y admite que, a veces, el arte contemporáneo no le interesa en absoluto

Marcos López. “En mi vida cotidiana soy un tipo bastante miedoso, reprimido y conservador” Texto Violeta Gorodischer | Fotos Gustavo Bosco

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n altar de la Difunta Correa, un tigre y un yaguareté conectados a través de un tubo de sangre, un Ekeko saltando a una Pelopincho llena de billetes, la escultura de un sireno, Klemm y Berni y Nicolino Locche, la botella de Inca Kola y una prolija casa pintada de celeste cual sueño del conurbano que, de pronto, se transforma en pesadilla: adentro hay paredes de ladrillo hueco, alambres de púa y bolsas de residuos. Éstas son sólo algunas de las cosas que se pueden encontrar en la flamante muestra que Marcos López (55), fotógrafo, pintor, ícono pop de la Argentina, inauguró el último miércoles en el Centro Cultural Recoleta. Se trata de un regreso a todo aquello que lo hizo famoso cuando abandonó la carrera de ingeniería para dedicarse a sacar fotos de una forma intuitiva, personal. Empezó con retratos en blanco y negro, siguió con los colores fuertes de la serie Pop Latino y luego llegó a lo más profundo del ser nacional con Sub-Realismo Criollo y el Asado en Mendiolaza, la imagen de una suerte de última cena vernácula que, según muchos, predijo la debacle de 2001. Hoy, ese espíritu teatral, ácido e irreverente, reaparece en todo su esplendor. ¿El nombre elegido para la exposición? Debut y Despedida. Y un subtítulo hiperbólico: Toda la Carne al Asador. –¿Ésa es tu frase de cabecera? –Sí, yo tiro toda la carne al asador como si se acabara el mundo mañana. Tiene que ver con una necesidad

de exorcizar y sacar todo afuera. –¿Por qué te despedís? ¿Te estás yendo de la fotografía? –Voy y vengo. Debut y despedida significa eso: el entusiasmo del debut, y el hecho de poner toda la carne al asador por las dudas, por si se va todo al demonio, por si el Titanic se hunde. Es todo lo que tengo para decir: se acabó. –¿Tenés esa misma actitud en otros planos de tu vida? –No, en realidad en mi vida cotidiana soy un tipo bastante miedoso, reprimido y conservador. –Uno mira tu obra y la sensación es que girás todo el tiempo en torno a los mismos temas… –Sí, ¿sabés qué son esos temas? El desamparo y la fragilidad de la existencia. Las sirenas y los sirenos son una ilusión, el sirenito en el Río de la Plata… es lo que hay. O la Pelopincho: no nos alcanza para irnos a Mar del Plata, pero tenemos la Pelopincho. Otra figura son los tigres, que tienen que ver con un costado salvaje mío que me sale en la obra. Después, a la noche, le leo cuentitos a mi hija. –¿Qué ves cuando caminás por la calle? ¿Cómo ves? –No paro de mirar. Me descoloca la desigualdad social, no puedo evitar conmoverme cada vez que un tipo me pide una moneda en la calle. Todo el colapso urbano no lo soporto. Me iría a vivir al campo, pero mis hijos, que tienen 9 y 16, van a la escuela acá. Eso me da una idea de la insensatez de los seres humanos al no poder resolver cuestiones de sentido común en un país tan rico como éste: no puedo creer que exista el cin-

turón de pobreza del conurbano. Me irrita, pero no encuentro respuestas. Frente a eso, uno se pregunta qué sentido tiene la expresión artística. –¿Y qué sentido tiene? –En principio, tiene un sentido para las quince personas que estamos haciendo esta muestra. Todos estamos interactuando para hacer algo que pretende un horizonte de mejoramiento interno. Y, a la vez, siento que en un punto el arte contemporáneo no me interesa en absoluto, pero vivo de eso: transito esa contradicción. No te quiero, pero dame un beso. –Se dice que, con tu obra, retrataste al menemismo como nadie. ¿Qué opinás? –Que sí, pero sin querer, porque en los 90, en pleno menemismo, se me ocurrió hacer un arte de la truchada, de lo falso y, entonces, intuitivamente, con la puesta en escena, fui documentando los 90. Mi teatralización de ese país de cartón pintado, que sigue hasta el día de hoy, fue involuntaria. Lo que pasa es que durante el menemismo era todo mucho más obvio, más barroco. –¿Vos decidiste ser autodidacta? –No terminé nada de lo que empecé. Estudié ingeniería por mi papá, pero abandoné en el último año. De la Escuela de Cine de Cuba también me fui. Soy rebelde, no me gustan las instituciones. A los alumnos de mis talleres les digo: “Estudien tres meses conmigo y váyanse con otro”. –¿Por qué bautizaste a tus talleres “grupos de autoayuda”? –Porque lo son. El arte no podría ser otra cosa que eso; si no lo viviera así, sería el loco del martillo.

López transformó su clásica foto del sireno rioplatense en una moderna escultura –¿Te analizás? –Sí, tengo dos psicólogos. Uno es bioenergético, y el otro es un “sabelotodo”. Necesito un poco de cada uno para ser una persona normal. Yo soy un padre de familia. En casa a las nueve se cena, después los chicos se acuestan, los llevo a la escuela a las siete y media de la mañana. Hago una vida totalmente metódica. Igual, a veces me despierto a las cinco de la mañana y me pongo a pintar como un lobo estepario.

–Sos un referente pop. ¿Te imaginás haciendo otra cosa? –Y, a veces me aburro del patito inflable, de las ojotas de segunda selección. En la fotografía comercial me llaman siempre por eso, y a veces me cansa. Aun así, algo me gusta de esa sencillez. Andy Warhol tiene una frase muy interesante: “Sólo hay que mirar la superficie, no hay más”. Era un tipo que hablaba de plata, que decía: “Me gusta la guita”. Era un provocador, como yo.

–¿Provocás con la ironía? –Sí, la ironía es mi escudo para transitar por este mundo insensato. –¿Te considerás, como Warhol, un materialista? –No, pero necesito el dinero porque quiero hacer mi obra. Si me lo gasto en eso, entonces sí, me gusta. Me pongo bollos de plata en el bolsillo, tal vez no sé ni cuánto hay, gasto todo lo que tenga que gastar. Pero sólo me interesa para generar obra. Yo no sé ni la marca del auto que tengo.ß

Estudios culturales

en algún lugar del mundo

A los 80, Yoko Ono inaugura su mayor retrospectiva europea hasta ahora

Juana Libedinsky

Cuando el culipatín llegó a Nueva York

La mujer de Lennon dejó de inspirar odio para despertar admiración; hoy, la exposición de la Schirn Kunsthalle la reivindica como impulsora del happening y la performance Álex Vicente

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EL PAíS

FRÁNCFORT.– No logrará ganarles a los gatos, pero Yoko Ono podrá enorgullecerse de haber vivido dos vidas. Durante la primera, fue la enemiga pública de una confederación de enfurecidos fans, que la escogieron como culpable de la disolución de la banda más celebrada del planeta. Durante cuatro décadas, Ono fue destripada sin piedad, tal como sucedía en su premonitoria obra Cut Piece (1965), donde los asistentes la desnudaban sirviéndose de unas tijeras. Su segunda vida, según su propia confesión, empezó la semana pasada, en la mañana de su 80° cumpleaños. “Tengo la sensación de no haber hecho nada con mi existencia. En esta segunda vida, espero tener tiempo de hacer lo que tengo pendiente”, explicaba Ono, de negro estricto y con ojos juveniles asomando por encima de sus gafas oscuras, en una sala contigua a la exposición inaugurada en la Schirn Kunsthalle de Fráncfort. La muestra, que reúne 200 obras conceptuales hasta el 12 de mayo, supone su mayor retrospectiva europea hasta la fecha y hará escala en varias ciudades del continente, antes de llegar al Guggenheim de Bilbao en marzo de 2014. Constituye la última señal de reconocimiento tras una larga cadena de distinciones, que parecen anunciar que Ono ya no es percibida, con una dosis considerable de misoginia, como la víbora que se infiltró en Abbey Road para sentarse al piano junto a su esposo. De inspirar odio en estado puro, Ono ha pasado a despertar admiración. La muestra la reivindica como impulsora del arte conceptual, el happening y la performance. Hasta el punto de catalogarla como pionera, una palabra que no le convence. “Prefiero definirme como una superviviente”, asegura. Habiéndose enfrentado a la injuria durante todos los días de su vida,

Según los nuevos artistas, Yoko Ono es un ícono de resistencia la palabra parece diseñada a su medida. “Si no fuera por mi trabajo, estaría muerta”, prosigue con un acento japonés que nunca perdió del todo. “En el fondo, los ataques de los demás no ocuparon mucho espacio en mi cabeza. Me aferré a mi relación con Lennon, pero también a mi arte.” Su obra está estructurada por un equilibrio zen entre elementos como tierra, agua, fuego y aire. En sus primeros trabajos, inscriptos en el movimiento Fluxus, invitaba al visitante a completar obras inacabadas gracias a su imaginación. Formulaba sugestivos haikus escritos en un imperativo amable, que perseguían agudizar la percepción del receptor. “Observa el sol hasta que sea un cuadrado”, exigía uno. Algunos lo encontraron audaz y estimulante. Otros la siguen considerando ingenua e in-

fantil, cuando no ridícula y new age. En su obra no sólo abunda lo sensorial y lo efímero, también lo político. Su instalación Wish Tree (1996) incitaba a colgar deseos de las ramas de un árbol, primer paso de un proyecto para acabar con lo peor de la sociedad. En su nueva etapa, promete privilegiar la batalla “contra unos políticos que no dejan de mentirnos”, como el que la lleva a combatir las perforaciones de gas natural en el estado de Nueva York. “Todavía aspiro a cambiar el mundo para que sea un lugar mejor. Fue una de las razones que me impulsaron a convertirme en artista”, asegura. Durante los setenta, Lennon la llamó “la artista desconocida más famosa del mundo”. Una visita a esta retrospectiva le sigue dando la razón: casi ninguna de las obras ha logrado trascender, cinco décadas

REUTERS

después, el pequeño círculo de entendidos del arte contemporáneo. La diferencia debe de ser su nuevo estatus. Las nuevas generaciones de artistas la reivindican como ícono de resistencia. Además de sus exposiciones y del premio de la Bienal de Venecia en 2009, su influencia se expande por todo el árbol genealógico de la performance y el arte participativo, de Marina Abramovic a Miranda July. Y cuando nadie lo esperaba, Paul McCartney colocó la frutilla del postre el otoño pasado, al asegurar que Ono no había tenido nada que ver con la separación del grupo. “Fue muy dulce. Si no lo había dicho antes, será porque no es algo que la gente quiera escuchar. Prefieren imaginarnos peleando como boxeadores. Seguro muchos le escriben para preguntarle: «¿Cómo te atreves a defender a esa zorra?»”.ß

nueva york

l sábado último, después de la gran nevada, me despertaron gritos extraños que venían de la calle. Era el alba y hacía demasiado frío para salir, pero cuando, en horas más civilizadas, fuimos a desayunar al café de la esquina, descubrimos que vivimos cerca de las pistas negras de culipatín de Manhattan. Cada persona tiene su entrada preferida al Central Park, y hay mucha mitología respecto de sus nombres en homenaje a los habitantes de la ciudad (la entrada de los artistas, la de los poetas, la de los carpinteros). Si algo faltaba para terminar de enamorarme de la que me toca (la de los niños) era ver que el parque, a dicha altura, tiene una pendiente realmente violenta que continúa en una pradera llana. Si está todo cubierto de un manto blanco es un paraíso para deslizarse rapidísimo. Cientos de chicos y adultos estaban allí desde temprano tirándose sobre cartones, bolsas de nylon, patos inflables, chinchorros del yate del abuelo, tablas de surf, trineos de madera circa 1940. El culipatín siempre me fascinó. Cuando era muy chica y mis padres me llevaban a esquiar a Bariloche, los días de viento y lluvia, mientras esperábamos en filas de más de una hora en los viejos medios de elevación, yo miraba con envidia a los jóvenes de viaje de egresados que practicaban esta particular forma de descenso. Trepaban la montaña sin tener que esperar la maldita telesilla y se reían mucho más que los esquiadores en el descenso. Encima tenían trajes naranja con doble protección amarilla en las zonas más afectadas (cola, codos, rodillas), lo cual les daba el look de osos gigantes de una raza que sabía pasarla bien. Éste era mi momento de desquite. Pero el culipatín made in USA (o al menos NYC) es un deporte completamente distinto al de los

viajes de egresados argentinos. Para empezar, la competencia es brutal. Había que estar practicando en el parque helado desde temprano (léase, las 7), para luego deslumbrar al malón con la tirada por la pendiente cabeza para abajo, en pose de yoga, o como bólido (a pesar de que muchos llevaban casco, vi a la ambulancia un par de veces). Durante nuestro desayuno, cuando decíamos que todavía no habíamos ido a las pistas, nos miraban con cierto horror. “No les va a quedar nieve virgen”, aclaraban. Después estaba el tema de la ropa. Nadie se había puesto un jeans o un pantalón de nylon y una campera. Era un desfile de enteritos de alta performance, botas peludas y mucho pase colgando que decía Aspen, Gstaad o Courchevel.

Chicos y adultos se deslizan por las pendientes nevadas del Central Park “Es que el invierno último no nevó –me explicó una vecina extranjera, pero veterana en la ciudad–. Así que sacaron la artillería pesada porque no saben, con lo del cambio climático, cuándo van a poder usarla de vuelta.” De cualquier manera, el único que causó sensación fue un argentino. Se tiraba en forma convencional, pero se había puesto una suerte de traje de muchachote de viaje de egresado. Y aunque los americanos son competitivos, reconocen cuando alguien les gana. El joven tenía el traje más específico para la actividad a desarrollar (algo que admiran) y con el dejo de ironía de usar ropa vintage de turismo masivo sudamericano en un parque donde muchos le habían puesto un esfuerzo desmedido a lucir chic. La gran y nevada manzana quedó rendida a sus pies.ß