Macri enciende el sueño anti-PJ

relación al cara o ceca por el cual se disponga el orden en que se pateen otros penales, que. “La moneda (la moneda que
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OPINIÓN | 31

| Sábado 12 de julio de 2014

Una victoria que tapó la desvergüenza Eduardo Fidanza —PARA LA NACION—

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omo el título de la célebre película de Ettore Scola, este 9 de Julio resultó un día muy particular. El marco de la jornada fue la celebración de la Independencia, tan incorporada a la rutina que pasa normalmente desapercibida fuera del ámbito escolar y de la tenaz costumbre de algunos ciudadanos de ponerse la escarapela. Pero esta vez había un condimento especial: la selección argentina se aprestaba a un partido decisivo, que posibilitaría el pase a la final del Mundial. El hecho no ocurría desde hacía 24 años, más o menos el término de una generación. Por eso, tal vez, había tanta expectativa y emoción entre los menores de 30. Llevados por los jóvenes, los símbolos patrios relucían con otro destello. El de la ilusión colectiva, no sólo el de la celebración ritual. Pero el mismo día se desarrollaba otra trama, en otro ámbito. Un reality político, cuyo protagonista es el vicepresidente de la Nación, procesado por un grave hecho de corrupción. En un abierto desafío –otros

lo llamarán provocación– dirigido a la opinión pública independiente y a la oposición, la Presidenta, impedida de asistir, envió al funcionario cuestionado a encabezar el acto oficial acompañado por todo el Gabinete. Visto por televisión este evento fue muy expresivo: el procesado, con traje y escarapela impecables, buscaba la complicidad de los oyentes recurriendo a saldos de ocasión del populismo nativo: agradecimientos a la saga gobernante, apologías de Perón y apelación a la gastada polaridad entre nación e intereses extranjeros. No alcanzó. Los funcionarios presentes amagaban tímidos aplausos o se cruzaban de brazos ensayando una estudiada indiferencia. Algunos pensarían qué desgracia; otros, cuánto va a costarme esto en las encuestas. Al final, sin embargo, todos saludaron al orador, cumpliendo el papel de disciplinados cortesanos. Unos escasos militantes completaban la escena con cánticos repetidos sin fervor. El acto oficial pasó sin pena ni gloria,

mientras millones de argentinos empezaban a reunirse para la previa del partido. De acuerdo al rating, casi nadie había visto la actuación del procesado. El canal oficial lo puso al aire con desgano, entre recetas de empanadas y locros patrióticos. Enseguida las cámaras colocaron el foco en San Pablo y empezó el sufrimiento colectivo con las alternativas del partido. Un latido acompasado y angustiante envolvió a millones durante tres horas interminables. Aunque al borde del infarto, los argentinos experimentaron entonces uno de los síntomas inefables del carisma: la abolicióndel tiempo cotidiano para habitar en la metahistoria del encuentro amoroso. En esa cima no se diferencian la mística de la erótica y la estética. Messi o Mascherano equivalen a Dios, el arrobamiento del enamorado a la pasión del hincha, el orgasmo sexual al grito de gol. A partir de las ocho de la noche todo se volvió fiesta.Ya las redes sociales habían viralizado el éxito bajo la forma de un nuevo humor imaginativo, sarcástico y democráti-

co: el Corcovado se tomaba la cabeza impotente; Máxima sobraba a su marido con una mirada irónica; Brasil debía soportar en casa el triunfo de su papá. La catarsis colectiva se derramó por las calles conmocionando con la novedad a los más jóvenes, que la protagonizaban, y actualizando el recuerdo de anteriores triunfos en los mayores, que se sentían renacer. Hasta las mascotas participaron enfundadas en vistosas camisetas argentinas. Todo era celebrar. Blaise Pascal escribió que seguir una pelota, como cazar un animal, nos precipita en la diversión, cuyo efecto equipara al débil con el poderoso en la evitación del sufrimiento. En esa escena el rey y el súbdito se liberan por igual. Cuando el hombre se divierte, dice Pascal, no piensa en las miserias cotidianas de la familia y el trabajo o en las desgracias de la sociedad. Habita otro tiempo y otro espacio. Bailar, jugar a la pelota, cazar: fórmulas universales para eludir la finitud y la angustia. Está muy bien, es legítimo podría decirse. Si no fuera por un detalle argentino:

bajo el carisma del juego quedó oculto que un vicepresidente, presumiblemente deshonesto, representó a la nación en su más importante celebración histórica. Existe una frase inequívoca del sentido común, tan tenaz y olvidada como usar la escarapela: es una vergüenza. No se tratasólo de corrupción, es falta de conciencia y de límites. Como lo recordaba José Enrique Miguens, las sociedades democráticas esgrimen la conciencia moral en lugar del honor como criterio de conducta. Pero ese avance compromete a sus líderes con la mesura y el respeto. Cuando esos atributos están ausentes asoma la desvergüenza. Muchos argentinos, aún anestesiados por el gozo, sintieron esta afrenta mientras celebraban el éxito deportivo. Cuando pase la fiesta, que es intensa y momentánea como toda corriente social, habrá que hacerse cargo de este nuevo hecho: no sólo la corrupción, sino la entronización de sus ejecutores adornados con los símbolos patrios. © LA NACION

empresarios & cÍa

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Macri enciende el sueño anti-PJ

ace algo más de dos años que Mauricio Macri va a prácticas de meditación budista. El nombre de la líder espiritual de esas sesiones en Benavídez, provincia de Buenos Aires, es por poco un secreto de Estado dentro de Pro. Pero los resultados, explican en el macrismo, están a la vista. El jefe de gobierno porteño no sólo parece más embalado con su proyecto presidencial ,sino que ha logrado despojarse de viejas inhibiciones que arrastra, por ejemplo, desde su secuestro en 1991. Rasgos nuevos a los que habrán aportado también, en su momento, oportunas clases de tango. Autocontrol, manejo de las emociones, vínculos con los demás y cierta disminución del ego. El espaldarazo anímico puede ser casual, pero coincide con cierto repunte en las encuestas para 2015. En Pro no los harán públicos todavía, pero juran tener sondeos que muestran proyecciones de Macri segundo en la provincia de Buenos Aires y, se entusiasman, un triple empate en el país con Sergio Massa y Daniel Scioli. Los primeros en percatarse de este viraje del viento fueron los hombres de negocios. Los mismos que ahora despiertan algún sarcasmo en el líder de Pro, que sonríe ante quienes, hasta hace tres meses, lo esquivaban en actos públicos, lo evitaban como huésped o lo llamaban sólo desde teléfonos no expuestos a escuchas. Hace dos miércoles, durante un almuerzo en el hotel Alvear repleto de empresarios y luego de haberlos arengado en un discurso amigable con el mundo de los negocios, Macri se sentó unos minutos a la mesa con periodistas y se refirió con ironía a este nuevo respaldo. “¿Y con eso qué hacemos? Aunque me voten todos éstos, son 1500 tipos”, bromeó. Pero, empresario e hijo de un histórico interlocutor del poder político, él tampoco ignora que estas empatías resultan siempre vitales para financiar campañas. Es un debate que tal vez nunca se dé aquí, donde lo estrafalario se ha instalado hasta cobrar visos de normalidad: esos aportes suelen hacerse en la Argentina completamente en negro y en efectivo, en bolsos, baúles de auto y hasta en cajas de zapatos, y son el trasfondo de puestas en escena como almuerzos o comidas recaudatorias en los que pocos

Francisco Olivera —LA NACION—

pagan el cubierto. Una campaña presidencial cuesta aquí entre 35 y 40 millones de dólares. Algo de esto insinuó el lunes Felipe Solá en el encuentro que el Frente Renovador tuvo con el Foro de Convergencia Empresarial. Ya que se habla tanto del deber ser, planteó, conviene introducir en la discusión dos asuntos pendientes: el voto electrónico y una ley de transparencia en el financiamiento de la política. Macri es ahora para el establishment “el candidato del ballottage”. El hombre al que cabría apuntalar si es posible una Argentina gobernada sin el PJ. Este anhelo coincide

por una vez con el del kirchnerismo. Como Menem con Duhalde en 1999, después de 2015 la Presidenta se sentirá más cómoda confrontando desde el llano con un presidente al que juzga vulnerable desde el punto de vista ideológico. Será el único modo de volver en 2019, como sueña la militancia, mientras se da por perdida la próxima contienda a falta de candidatos propios. Todo un problema para Daniel Scioli, que aspira a ser ungido en ese lugar. Pero en Olivos trabajan para lo contrario: acaban de medir la intención de voto de Florencio Randazzo y la creen alentadora. El ministro del Inte-

rior y Transporte se lo confió esta semana a un intendente: “No voy por la gobernación bonaerense: voy a pelearle la candidatura a Daniel”. Las adhesiones empresariales de Macri pueden deparar además algunas novedades. No sería extraño que incluyeran, por ejemplo, a Miguel Galuccio, presidente de YPF y, como Randazzo, uno de los funcionarios que se proponen trascender al kirchnerismo. El jefe de gobierno volvió bien impresionado de su primer encuentro con el petrolero, a quien le atribuye capacidad técnica más allá de no coincidir con su pro-

yecto de ley de hidrocarburos. Pro presentará uno propio. Es cierto que a Galuccio no lo espera un fin de ciclo sencillo. Hace tres semanas, cansado del rechazo que generaba entre los gobernadores petroleros ese borrador, hizo delante de Cristina Kirchner una especie de catarsis que sus colaboradores interpretaron como amago de renuncia y que en YPF niegan: le dijo que ya había hecho todo lo posible y que, sin ley y con riesgo de default, era imposible traer socios para invertir. La Presidenta desoyó esas quejas y lo conminó a convencer a los gobernadores. La campaña proselitista de Galuccio deberá en realidad ser más amplia. Hay huestes kirchneristas que vienen objetando por lo bajo algo de su gestión. Algunas que responden a Axel Kicillof deslizan, por ejemplo, que los mayores esfuerzos de YPF no deberían abocarse sólo a los hidrocarburos no convencionales, a cuyos resultados les auguran el largo plazo. Galuccio hace oídos sordos: está a punto de comprar, a través de una empresa subsidiaria, 20.000 hectáreas en Chubut para producir localmente arenas de fractura, uno de los insumos del fracking que YPF todavía importa. Es sólo una hipótesis de conflicto. Pero podría emerger si apareciera, por ejemplo, alguna objeción en el informe paralelo que Kicillof acaba de encargar en YPF. Nadie quiere aún oponerse: en el Palacio de Hacienda hablan sólo de sugerencias para una mejora de gestión. El ministro ya consiguió la renuncia del secretario de Energía, Daniel Cameron, cargo en que ubicó a una técnica propia y asesora en la petrolera, Mariana Matranga. Son sus dotes de jugador todoterreno. No es casual que Javier Vicente, el relator militante de Fútbol para Todos, lo haya elogiado ayer en esos términos ante el sitio Diario Registrado: “Axel Kicillof es nuestro Mascherano”, dijo. Es la parte expansionista del kirchnerismo. La que tendrá que convivir con esta paradoja de la sucesión: para poder perdurar en la historia como pretende, al proyecto nacional y popular le convendrá en 2015 un triunfo del espacio que desde hace 11 años viene llamando derecha neoliberal. No vendrá mal incorporar también aquí sublimación budista. © LA NACION

La angustia de los doce pasos José Claudio Escribano —LA NACION—

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a angustia estremeció a Belén. El referí había indicado la terminación del período de alargue y la Argentina y Holanda deberían vérselas en un final de penales. “¿Por qué, por qué”?, se desconsoló: “No aguanto los penales. Me ponen nerviosísima”. Belén tiene 13 años y es la segunda de mis cinco nietas aparte de Santiago, que vive, ay, en Dubai, y es el único varón. Traté de calmarla como pude. Lo hice con el jarabe de pico de abuelo en el momento en que una nación contenía el aliento. Ahora el lance iba a resolverse en la batería de uno contra uno, no de once contra once. A doce pasos: a todo o nada; vida o muerte. A la distancia de 10,972 metros, la traducción de las doce yardas que separarían, turno por turno, a dos arqueros del asalto de cinco sucesivos verdugos por bando. Podían ser menos; ocurrió. Pudieron haber sido más: en la definición por penales de un partido por el campeonato nacional de 1988/89, Argentinos Juniors venció a Racing Club por un asombroso 20 a 19. Estábamos el miércoles en el embudo con salida incierta de un partido que se había consumido sin goles y las relaciones del sistema métrico decimal con las medidas a que se aferran aún los ingleses y norteamericanos no tenían a esas alturas cabida para divagación alguna. Íbamos a los penales e imperaba por todas partes un vendaval de pasiones en estado puro, de las que tal vez no conozcan razones, pero que restallan en amor y colores que pocas veces, lo sien-

to, se evidencian con tal fervorosa firmeza. El árbitro se dispuso para dar las últimas instrucciones. Alcancé a pensar que alguien, en alguna parte del mundo, estaría sintiendo de una manera distinta la emoción por el grandioso espectáculo: que un hilo de alegría debería estar cayendo de la comisura de los labios de un intelectual obsesivo, como ha habido pocos, con el fantástico fenómeno de los penales; de un estudioso que los ha coleccionado como piedras preciosas, con unción de entomólogo y codicia de acaparador de detalles, de un meticuloso analista del lenguaje de cuerpos y miradas en el patíbulo de los doce pasos, y de quien se dice que ha sido capaz de reunir una masa crítica de cientos y cientos, quizá de miles, de fusilamientos al arco. Se llama Ignacio Palacios Huerta, nacido en Bilbao, doctor en Economía por la Universidad de Chicago, ex consultor del Banco Mundial y profesor, en la actualidad, de gerenciamiento estratégico en la London School of Economic Studies. Palacios Huerta lleva años de investigaciones por comprender si es posible inferir rasgos de ciencia de lo que él sabe que es arte celebrado a cielo abierto, con lluvia y sin lluvia, con canícula de desiertos y frío de estepas que hielan la sangre, arte ajeno a los dictámenes de logias secretas y esquivo al dominio exclusivo de curadores y críticos doctos. Sabe, como cualquiera, que si hay algo en el mundo en que a nadie se niega un juicio, hombre o mujer, chico o adulto, y sobre todo en partidos decisivos por una

Copa Mundial, es el fútbol. El debate más democratizado del planeta es, precisamente, sobre el más popular de los deportes. Palacios Huerta ha consagrado su interés específico por el fútbol, como lo ha hecho una reducida cofradía de expertos, en los periquetes en que el árbitro sanciona una falta cometida en el área grande y ordena la fatídica “pena máxima”. O, en partidos sometidos a normas ad hoc, como en los mundiales, que cuando se acaba el tiempo de juego suplementario sin ventaja para ninguno, el destino pende del hilo de cinco disparos por equipo como mínimo. Lo que en la lengua de quienes inventaron el fútbol se denomina shootouts. En su libro Beautiful Game Theory, subtitulado “Cómo el fútbol puede ayudar a la economía”, Palacios Huerta analiza de qué manera el estudio comparado entre la economía y el fútbol puede ayudar a comprender las reglas de los mercados y las influencias sociales sobre la conducta de los individuos. Cada espectáculo a cuyo final se monta otro espectáculo aun más conmovedor, el de los shootouts, es una probeta de laboratorio para que especialistas como este autor enriquezcan la base de datos de sus conclusiones. Palacios Huerta ha observado que si el azar dispone que un equipo ejecute el primer penal, éste contará con el 61% de probabilidades de ganar el partido. Eso es entrar en el terreno resbaladizo de las estadísticas y así lo demostró el encuentro de la Argentina con Holanda. Triunfó quien tenía sólo el 39 % de

chance según los precedentes obrantes. De todas maneras, la tendencia histórica no ha cambiado por lo ocurrido en un partido y Palacios Huerta podrá seguir diciendo, con relación al cara o ceca por el cual se disponga el orden en que se pateen otros penales, que “La moneda (la moneda que lanza al aire el referí) es la leche”. Las aportaciones de Palacios Huerta han sido consideradas en la gestación de un libro que la prensa europea exaltó como una de las mejores contribuciones del año a la literatura deportiva: Twelve Yards: The Art and Psycology of the Perfect Penalty (Doce yardas: el arte y la psicología del penal perfecto), del periodista inglés Ben Lyttleton (Editorial Bantam Press). Ambos eruditos coinciden en destacar la importancia de los condicionamientos psicológicos que gravitan sobre los jugadores en las circunstancias de máxima presión de los penales. Mucho más sobre los ejecutores que sobre los arqueros, tan desamparados, después de todo, ante esos tiros a quemarropa contra el espacio rectangular de 7.32 x 2.44 que les han confiado. Una o más atajadas pueden ungirlos en “héroes”. Lo confirmó la arenga sacramental que Javier Mascherano despachó a las apuradas, ya en la tarima del cadalso, a oídos del por estas horas inmenso “Chiquito” Romero. Entre aquellos especialistas como Palacios Huerta se ha echado a rodar una propuesta como artilugio que amengüe la ventaja que las estadísticas acuerdan en los shootouts al equipo que ejecute el primero de los penales.

Sugieren adoptar la regla del tie break en el tenis: si el equipo A abre la serie, el otro equipo tiene luego dos penales seguidos a su cargo. Después, se vuelve al orden del uno y uno. La cultura posmoderna de la especialización exacerbada no deja un punto de sombra sobre lo que concierne a esas fracciones de segundo en que se paraliza el corazón colectivo. Las estadísticas sobre los penales ejecutados en las ligas europeas en 2013/14 ilustran, a horas de la verdad entre la Argentina y Alemania, que la eficiencia por nacionalidad ha sido ésta: ingleses, 81,95%; argentinos, 80,34; brasileños, 77,36; italianos, 77, 14. Si la historia de San Pablo volviera a repetirse en el Maracaná, y una misma emoción aunara a los argentinos en el instante en que el primer jugador toma carrera en dirección de la deidad que no se mancha pero aguarda gozosa a doce pasos del arco, los abuelos siempre procurarán algo de serenidad para los nietos sobrecogidos. Bastará con la observación, tan cándida como simple e irrefutable, de que los alemanes no figuran entre los que han logrado el año último el mejor promedio en materia de penales. Pero partidos son partidos, de acuerdo con el sonsonete de los viejos hinchas, y no vaya a ser que si por aquella tensa vía se define la Copa, resulte más inolvidable que nunca una línea de Héctor Gagliardi, recitada en “Me Llamo Tango”: “Soy columna mercurial/ de la emoción ciudadana/ soy avenida Quintana/ y baldío de arrabal/ nocaut en el Luna Park/ penal en el travesaño”. © LA NACION